HISTORIA DE HONDURAS

LOS PERROS DE LA CONQUISTA

Relato de Hernando Colón
en Tenochtitlán, México,
región con la que comerciaba Yumbé


Por: Rodolfo Díaz Zelaya

Relacionado con la conquista de América, es harto sabido que hubo muchos castellanos que presumieron ser conquistadores de rancia alcurnia y haberse batido contra grandes grupos de nativos en diferentes sitios. Estos reclamaron méritos que no les correspondieron, porque nunca entraron en combate en nuestro continente.

Tales burgueses presuntuosos, de blasones dudosos, no mostraron su hidalguía ni estuvieron en América para ese período del dominio español. Constituyeron no más que una mafia palaciega que se promovió mutuamente ante la Corte Real en procura de posiciones, argumentando haber luchado por el rey durante la conquista de la Nueva España.

Años después Bernal Díaz del Castillo los puso al desnudo en sus escritos referentes a la "Historia Verdadera de la Conquista de la Nueva España", y con esto dio a perpetuidad los justos méritos a los verdaderos conquistadores, cuando ya solamente vivía una docena de ellos.

No obstante, en aquel período de inicios de la Colonia muchos de aquellos presuntuosos palaciegos, entre ellos no pocos de malos y sádicos sentimientos, profesando ser fieles servidores del Catolicismo y del rey, se colocaron en cargos importantes, haciendo aplicar injustos y frecuentes martirios a los nativos, lo que corroboró posteriormente Fray Bartolomé de las Casas.

Esos dolorosos recuerdos se han venido heredando de generación en generación entre los pueblos mayances. De allí arranca su politeísmo y fe en sus dioses ancestrales que nadie podrá erradicar definitivamente.

En ocasión de que en 1992 fueron las celebraciones del Quinto Centenario de la culminación del atrevido viaje de Cristóbal Colón, que finalizó el 12 de octubre de 1492 en la isla de Guanahaní, es justo hacer referencia a los perros galgos y mastines que llegaron con el Almirante en su segundo viaje y, posteriormente, en todos los viajes de los expedicionarios durante el período de las conquistas, los cuales echaban con frecuencia a los paganos que no aceptaban por las buenas la nueva religión que lograron imponer.

Por decisión real el 23 de mayo de 1493 se nombró como Superintendente al Capellán Real Juan Rodríguez Fonseca, Archidiácono de Sevilla, para que decidiera el equipo y las provisiones que debería llevar la flota.

El prelado dedujo que los perros serían indispensables en el mundo pagano. Colón no embarcó ningún animal en su primer viaje, quizás sólo cerdos para carne fresca de consumo; pero en el segundo viaje embarcó cabras, ovejas, cerdos, vacas, asnos y caballos; y además, plantas de caña de azúcar, variedades de semillas para plantar en La Española.

La flota constó de tres naves de gran tamaño y catorce carabelas, en total diecisiete barcos, y el 25 de septiembre de 1493 zarpó del Puerto de Cádiz, estimadamente con más de un millar de hombres entre enrolados, voluntarios y polizones.

Como Físico (así llamaban a los médicos en ese tiempo) vino el médico de los reyes, Diego Alvarez Chanca, el Sacerdote Bernardo Buil, que resultó ser un clérigo perverso, ambicioso, exaltador de ánimos y provocador de discordias.

El Maestre General Pedro Margarit, los dos hijos del Almirante, Fernando y Diego; su hermano Diego Colón.

El primer domingo de noviembre vieron tierra; se trató de una isla a la que el Almirante llamó Dominica, nombre que conserva hoy día; sin desembarcar continuaron viendo otras islas que llamó Mari Galante, y una sucesión de islas habitadas por los Caribes, nativos antropófagos.

Luego otra con una gran caída de agua; a esta isla llamó Guadalupe. Llegan finalmente a La Española y encuentran destruido el Fuerte La Natividad y a sus colonos dispersos y masacrados.

Interesado Colón en explorar las costas de Cuba, el 24 de abril de 1494 zarpa de un punto a cien leguas de donde estuvo Natividad y en donde se establecía la nueva colonia La Isabela, con tres naves solamente: La Niña o Santa Clara, la San Juan y La Cardera. Arribó el 29 de abril a una bahía que llamó Puerto Grande, hoy Guantánamo, y aquí tuvo informes de que hacia el Sur existía una isla en que se hallaba mucho oro.

El tres de mayo se dirigió hacia ese lugar y arribó a la isla de Jamaica, poblada de gentes más inteligentes, hábiles y con mejores guerreros que los de Cuba y Haití. El 15 de mayo los nativos se mostraron hostiles, pero necesitando la flota agua y leña, tuvieron que desembarcar disparando y dando tajos a los nativos.

Cuando estos huyeron, la caballerosidad faltó a los españoles pues con sentimientos sádicos echaron tras de ellos un inmenso perro mastín equipado con cuchillas filosas en el collar; el can atacó revolviéndose entre los nativos, hiriéndoles y dándoles dentelladas y zarpazos.

El mismo procedimiento emplearon los castellanos en infinidad de escaramuzas en contra de los nativos americanos, inclusive en la Conquista de México y Guatemala. En nombre de los principios cristianos tales acciones fueron de un puro sadismo a nombre de la religión que deseaban imponer.

Los cronistas del pasado se han cuidado de no decirlo porque mancha lo que llaman la hidalguía de los castellanos.

La acción en Jamaica fue la primera vez que en las Antillas se usaron perros con fines militares, diez meses antes de que se usaran en la batalla de La Vega Real, en la Dominicana. Los nativos no conocían los perros, pero según lo reportado por el Doctor Diego Alvarez Chanca a la Corona Española, en estas islas solamente había perros de todos colores pero que no ladraban.

Entre los nombres de los perros de sangre castellana que llegaron a América en el segundo viaje de Colón se ha hecho mención especial a un galgo llamado Becerrillo y a su hijo Leoncico.

Quince años después de la batalla de la Vega Real hubo un ataque canino. El Capitán Diego de Salazar, dejado por Ponce de León en una misión, después de una escaramuza, para aliviarles el tedio a los soldados mandó buscar una nativa vieja, esclava; le puso una carta en la mano y la amenazó con echarle los perros si no se la entregaba al Gobernador.

Cuando la anciana mujer se había alejado ligeramente, los soldados le soltaron a Becerrillo gritándole ¡tómala!, esperando que destrozara a la anciana, devorándola como se le había enseñado.

Salazar y los soldados se llevaron la gran sorpresa. Cuando la mujer vio que el perro se le abalanzaba enseñándole los dientes, se hincó de rodillas, le mostró la carta al perro y en su dialecto le dijo: "llevo un mensaje a los cristianos, no me hagas daño".

Becerrillo tenía un entendimiento casi humano, vio los aterrorizados ojos de la mujer, la olfateó y levantando solemnemente la pata trasera la bautizó. La actitud de Becerrillo fue considerada como una intervención divina, avergonzó a los bromistas; la humillación subió de punto de punto al regresar Ponce de León; este ordenó que la anciana fuera puesta en libertad y que volviera a su pueblo sana y salva.

Leoncico acompañó a Vasco Núñez de Balboa en la mayor parte de su viaje por Castilla del Oro (del Cabo Gracias a Dios a Colombia). A veces dejaba a Caretita, su hermosa concubina preferida, hija del cacique Careta, al cuidado de Leoncico que, con sus grandes gruñidos, ponía a raya a cualquier insubordinado soldado que la pretendía durante su ausencia.

Cuando Balboa fue Gobernador interino del Darién hizo buena amistad con Panquiaco, hijo mayor del cacique Comogre.

El joven le habló de una gran mar que había al Oeste y que más allá había reinos fabulosos en donde abundaba el oro. Balboa no prestó mucha atención al asunto, pero después de un tiempo decidió ir a explorar la zona informada por Panquiaco. Se llevó varios perros feroces adiestrados, con Leoncico a la cabeza y ciento noventa soldados.

Al entrar a la tierras del cacique Torecha los nativos opusieron resistencia; los castellanos respondieron con descargas de fuego y cuando los nativos se dieron a la fuga les echaron los voraces perros.

Se ha escrito que murieron seiscientos nativos, incluso el cacique que fue descabezado por un perro, hazaña que se le atribuye a Leoncico.

Los perros hacían sus entradas ofensivas protegidos por chalecos a manera de blindaje. Cuando el 23 de septiembre de 1513 fue ocupada la aldea del cacique Torecha, encontraron muchísimos nativos nobles vestidos de mujer, siendo el principal el hermano de Torecha.

Se halló figurillas de barro que representaban actos de sodomía y objetos que atestiguaban sus prácticas homosexuales. Enfurecido, Balboa echó al príncipe y a sus compañeros a los perros, que los destrozaron rápidamente acabando con esos degenerados.

La mañana del 25 de septiembre de 1513, dejando en la parte baja a todos los demás, Balboa acompañado de su perro Leoncico, subió a la cumbre; él y su perro fueron los primeros ojos europeos que vieron el Océano Pacífico.

En otra salida de Balboa, en que dejó a su concubina Caretita al cuidado de Leoncico, Andrés Garabito la pretendió, pero el perro se le opuso. Leoncico resultó envenenado y es probable que Garabito lograra hacer suya a Caretita. Balboa se enfureció por la muerte del perro, resignándose después porque ya estaba muy viejo.

Becerrillo, Leoncico y otros perros más son acreedores, ante la selecta élite española, a un honroso reconocimiento póstumo (...) por haber sido factores importantes en la concesión de méritos a burgueses de blasones dudosos en relación con la conquista de América.

Revista de la Academia de Geografía e Historia de Honduras, Tomo LXVII, N¼. 60, julio-diciembre, 1990.

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1999 Derechos Reservados



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