DPTO: FRANCISCO MORAZÅN

MUNICIPIO DE TEGUCIGALPA

SAN JUANCITO

Ubicado a sólo 12 Km. de Tegucigalpa y con una extensión superior a los 238 kilómetros cuadrados, este Parque Nacional La Tigra tiene vegetación propia de un bosque nublado, la cual está considerada como el tipo de vegetación tropical más rico en flora y fauna.

Existen dos vías de acceso a la Tigra, el primero es a través de El Hatillo y el segundo siguiendo la ruta de las Reales Minas de Tegucigalpa, vía Santa Lucía, Valle de Ángeles y San Juancito. La ruta de El Hatillo es la más utilizada, y ofrece entre otras cosas unas vistas de Tegucigalpa desde lo alto de la carretera. En la zona de El Hatillo, se encuentra un pequeño y muy acogedor hotel de la montaña, La Estancia, que le permite pernoctar con todas las comunidades en una zona rodeada de frescos pinares, a un paso del centro de visitantes. Existe un centro de visitante en El Hatillo así como varios senderos, uno de los cuales conduce hasta el centro de visitantes ubicado por la entrada de San Juancito. También se puede optar por seguir la ruta de las Reales Minas y visitar de paso las comunidades coloniales de Santa Lucía y Valle de Angeles, antes de continuar a San Juancito y al acceso del parque.

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Por: Renan Martínez
renan@laprensa.hn

La comunidad sufrió también la embestida del huracán Mitch, pero aún así conserva la mayoría de los inmuebles que fueron emblema de desarrollo

Francisco Morazan. Hundida entre montañas coronadas de niebla, la comunidad de San Juancito guarda los vestigios de una compañía minera que hablan de un pasado con matices de oro.

Al irse la Rosario Mining Compañy terminó la efervescencia que producía la explotación del mineral y surgieron las reminiscencias. Aquí funcionó la primera embajada de Estados Unidos y la primera planta hidroeléctrica que generaba energía para buena parte del territorio nacional.

San Juancito es ahora el paso obligado hacia el Parque Nacional La Tigra, donde se encuentran varias de las bocaminas por donde salía el oro que era transportado hacia Tegucigalpa a lomo de mula, a principios del siglo pasado, para luego ser exportado.

El centro de información del Parque Nacional La Tigra conserva la misma fisonomía que tenía cuando funcionó allí el hospital.

Desde la carretera hacia Cantarranas la comunidad luce enigmática con las viejas construcciones que dejó la minera, la cual operó desde 1879 hasta 1954 en forma ininterrumpida.

Los restos están por todos lados, como para recordar la época en que bullía el comercio al calor del circulante generado por los trabajos en la mina, cuyas operaciones se extendían por toda la serranía.

Todavía hay personas en el poblado que vivieron ese tiempo, como don Tomás Irías, quien ahora se encarga de cuidar el viejo edificio donde funcionaron las oficinas de la embajada de Estados Unidos.

“Todo esto que usted ve allí eran jardines”, dice don Tomás señalando los predios cubiertos de maleza que forman el amplio patio del inmueble, ahora propiedad del Estado.

“El oro y la plata lo tiraban por un tubo para que lo recogieran los vagones en la bocamina o en el nivel general”, dice el anciano de 91 años.

Cuando la minera recién había llegado, no había transporte vehicular, el correo era llevado a pie hasta el cerro La Leona, en Tegucigalpa, donde la compañía tenía una oficinita, recuerda Juan Ramón Silva, quien trabajó como cartero por varios años.

En varios puntos de las serranías se han construido miradores desde los cuales se aprecian lo que fueron los dominios de la minera.

Más arriba de la embajada estaba el club de la compañía donde los ejecutivos jugaban boliche en sus ratos libres, mientras los niños se divertían dándose aire en los columpios.

Era una enorme edificación de cuatro plantas de la cual solamente han quedado los cimientos como atractivos turísticos. “Allí no entraba gente india, sólo gringos”, dice María Magdalena Andino, que vive en una casa en ruinas que en aquel tiempo fue residencia.

Cerca de allí funcionaba el hospital con su paredes blancas y sus ventanales con tela metálica, que ahora alberga las oficinas de información del Parque Nacional La Tigra.

Buscando lo alto de la montaña y desviándose unos metros del camino, se llega a un cementerio abandonado sembrado por ocho cruces de metal oxidado donde todavía se leen unos nombres en inglés.

Forman parte de los epitafios dedicados a los ejecutivos que fallecieron allá por los años treinta, según esas inscripciones que el tiempo no ha podido borrar. “Sus restos ya no están aquí, sólo las cruces.

Mi abuelo me contaba que se los llevaron los familiares para Estados Unidos después que se fue la Rosario”, dice Fredy Sierra, que nos sirve de guía.

Las bocaminas están por doquier, algunas de ellas perdidas entre la vegetación o selladas por la falta de uso. “Eran unos topos para perforar los cerros”, dice Sierra al referirse a los ingenieros de la Rosario que hicieron aquel sistema de túneles fabulosos.

La compañía se fue por considerar que el poco mineral que quedaba no ameritaba su permanencia en esa zona.

Sin embargo, vecinos como Amalia Elvir estiman que todavía hay mucho oro y plata debajo de esas montañas y que la Rosario se fue por otras razones más poderosas que nadie ha logrado entender.

Por los senderos del parque El Parque La Tigra protege uno de los bosques nubosos más hermosos, situado a sólo 20 kilómetros de Tegucigalpa. Cuenta con una extensión de 241 kilómetros y una topografía conformada por cerros, colinas y montañas con pendientes muy pronunciadas, que albergan a una amplia variedad de especies de plantas y animales.

Dentro del parque hay siete senderos diferentes, de los cuales los más difíciles de atravesar son La Cascada, que finaliza en una catarata y La Esperanza, a través del cual se puede alcanzar el punto más alto del parque. Las especies de flora más destacadas son los gigantescos helechos y las orquídeas que adornan el paso del visitante. Con paciencia y un poco de suerte, es posible observar ocelotes, pecaríes y monos de cara blanca, además de quetzales y más de doscientas especies de aves.

Los caminos están bien señalizados, pero se recomienda buscar un guía especializado, de manera que la visita resulte aún más interesante.

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