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DISCLAIMERS: Xena, Gabrielle y Argo, pertenecen a la Serie "XENA: Warrior Princess", propiedad de MCA/UNIVERSAL y RENAISSENCE PICTURES. Por lo demás, la Historia y el resto de los personajes son el resultado de nuestra creatividad.

NOTA: Si deseas hacer una copia o usarla en tu página, POR FAVOR, pide nuestro permiso que gustosamente te lo otorgaremos.

SUBTEXTO: Esta Historia está en franco acuerdo con el denominado SUBTEXTO. En ella se narra sobre la Relación y el Amor entre dos mujeres (o más). Si no te agradan este tipo de situaciones, por favor, NO LA LEAS!!!! Si eres menor de edad...Cepíllate los dientes, colócate el pijama y a dormir!!!!!...¿¿QUE HACE UN NIÑO POR ESTOS LARES, SIN LA COMPAÑÍA DE SU REPRESENTANTE????

DEDICATORIA: Esta Historia está basada en un sueño, o sea, una experiencia Onírica. Está dedicado a todas y cada una de las personas de la Lista "XenaSudakis", que en un momento de ..."....." recibimos su amistad, apoyo y comprensión. Muy particularmente a: KRIMM (Sin tu consejo, esto no hubiese sido posible), GLECCY (Gracias nuevamente), JEAN (alto Pana), ROGUE (Viva tu Lokura), SIEGRID, XARY, MICHIRU, HARUKA, EVY, PSICO, Y A TODOS NUESTROS AMIGOS.


 SILENCIO

Por: Angel y Ammon ammonangel@hotmail.com

PRIMERA PARTE

Se encontraban las amantes, una junto a la otra, entrelazadas en un sutil abrazo. Esta noche, era Xena la que no podía dormir.

¿Por qué no puedo ser más comunicativa?, Si le he abierto mi corazón, ¿Por qué no puedo decirle las cosas?, ¿Cómo borrar tantos años de secretos, de estrategias, de no pedir ni aceptar ayuda o sugerencias?,.... No quiero herirla, sé que mi silencio la mata, no se lo merece, pero no puedo evitarlo....

Entrecerró los azulados ojos. Deseaba que el sueño pintara su rostro en su tan abatido cansancio. El día había sido muy largo y el camino sinuoso. Necesitaba ese sueño reparador con ansias. Cuando ya casi estaba quedándose dormida, sintió que su joven acompañante, se debatía en una extraña lucha. La respiración estaba agitada y sus ojos dentro de los párpados, se movían en todas direcciones. De repente se incorporó en la manta de dormir y con los ojos muy abiertos y la respiración entrecortada, comenzó a buscar "algo" en todas direcciones. Miró rápidamente a su lado y allí estaba su guerrera. Parecía dormir. La chica tomó todo el aire que pudo y lo exhaló, emitiendo un suspiro de alivio.

Xena despierta, acabo de tener una pesadilla. Susurró Gabrielle al oído de su guerrera. Al ver que ésta no se inmutaba, la tomó por los hombros y la estremeció, hasta que dio muestras de estar despertando.

-¡Ah! ¡Qué!, ¡Qué pasa, Gabrielle!, ¿Está todo bien? - dice Xena exaltada.

-Sí, Xena no hay nada que temer, es sólo que he tenido una pesadilla.

-¡Ah eso! - Xena se relajó - Y bien, cuéntame, ¿De qué se trata? – se incorporó en la manta y apoyándose en un codo, le prestó toda su atención.

-Umm no estoy segura. Era algo así como un gran guerrero que se reía y reía... - Gabrielle comenzó a exaltarse, a la vez que trataba de que la angustia no le invadiera totalmente.

-Gabrielle, cálmate, ya pasó, es sólo una pesadilla...- Xena la tomó en sus brazos y acarició su dorado cabello, ese que tanto le gustaba.

Gabrielle, aún en su estado de ansiedad, se apartó del abrazo de la guerrera.

-No Xena, ahora lo recuerdo.... – guardó silencio mientras trataba de pensar y organizar las imágenes en su cabeza. Los ojos anegados en lágrimas.

Xena comenzaba a desesperarse.

-¿Qué pequeña?, ¿Qué es lo que recuerdas?.

-Xena, ...ese guerrero se reía porque... tenía tu cabeza en un saco. Sí, era un hombre moreno, muy fuerte, con una profunda cicatriz cerca de su ojo derecho. Xena, no quiero perderte...... – y el llanto de la Bardo, comenzó a inundar sus mejillas.

La guerrera tomó a Gabrielle de nuevo, pero esta vez sin decir una sola palabra. Estaba sorprendida por las palabras de la joven Bardo. Ella nunca se lo había descrito, ni si quiera le había mencionado a ese guerrero que la estaba molestando y que era parte de su pasado oscuro. Esta vez si es serio - pensó la guerrera - ella sabía muy bien que Gabrielle era oráculo, a veces se despertaba en ella el don de la profecía - Tengo que hacer algo lo más pronto posible.

Así continuaron hasta que Gabrielle se durmió nuevamente en los brazos de la guerrera.

Llegó la mañana y los rayos del sol se filtraban tímidos a través del enramado del claro, donde habían acampado la noche anterior ambas mujeres. Xena ya estaba levantada preparando el desayuno y alistando algunas cosas para visitar a sus amigas amazonas: Aménebis y Aglaé.

Aménebis pertenecía a una tribu, cerca de la ciudad de Tebas en Egipto y Aglaé, era de una villa, aledaña a la ciudad de Corinto, Grecia. Ambas estaban muy agradecidas con Xena y Gabrielle, por acabar con una absurda prohibición de años. Aquella que impedía unir o que convivieran, dos amazonas de diferentes tribus. La tribu a la que pertenecía Aménebis, era la más desarrollada de todas, tanto en capacidad intelectual, como en técnicas de guerra y procedimientos curativos. Era considerada una sociedad avanzada. Los miembros de la tribu a la que pertenecía Aglaé, eran muy diestros en el arte de la defensa y ataque en territorios de espeso follaje, así como en las técnicas de la lanza y el arco.

Xena utilizando sus influencias y Gabrielle su acostumbrado discurso, lograron conmover a las dos comunidades y éstas accedieron a la unión de la feliz pareja. Eso había acontecido, dos inviernos atrás. En vista de ello, Aménebis y Aglaé, decidieron que cada aniversario de tan feliz acontecimiento, sería una fiesta privada entre las cuatro amigas.

Xena se agazapó entre un espeso follaje, había visto una enorme liebre saltar hasta el interior de un hueco cerca de un grueso árbol. Toda su atención estaba puesta en atrapar lo que sería "un suculento desayuno", tanto para su Bardo como para ella. El objeto de su atención, asomó con sigilo una diminuta naricilla rosada, que temblaba con nerviosismo en una muy esponjosa cabeza. Percibió el olor de su captora y corrió de su escondite dando grandes saltos, pero no tuvo oportunidad. La guerrera, diestramente con un movimiento casi felino atrapó al animalito. Cuando caminaba de regreso para preparar el alimento, se despertó en ella su alarma de combate. Observó varias huellas de botas. Eran huellas sumamente grandes y se notaban que el dueño de las mismas era un ser bastante pesado o...fuerte. Desenvainó su espada y se colocó en posición de ataque, esperó unos segundos, pero luego continuó siguiendo las huellas. Tenía que averiguar "Quien" las estaba vigilando.

Cerca de un grupo de plantas, algo metálico brilló bajo la luz matutina. La guerrera se acercó con sumo cuidado y lo tomó para examinarlo. Era una pieza de metal, algo así como parte de un cinturón o una vaina de espada. Los músculos de la guerrera se pusieron rígidos y una sombra empañó sus azules ojos... era la insignia de la armadura perteneciente al guerrero Galmut. Su enemigo por tantos inviernos.

Entonces, no ha muerto – pensó, apretando el objeto de metal en su mano – Esa escoria aún está viva y me está tratando de cazar... pero... ¿Por qué no atacó anoche?, ¿Qué será lo que está buscando?. Esa bestia es tan alto y fuerte como un cíclope, pero lo que es peor aún... es un guerrero sanguinario y muy astuto. La última vez, casi me derrota en combate, pero le dejé un regalito en el rostro. Es demasiado ladino para descuidarme. No me acorralará, YO lo haré primero.- pero su mente se detuvo en seco.- Gabrielle...esa fue tu pesadilla. Lo percibiste, lo sentiste cerca de nosotras. Mi bardo, ¿Cómo protegerte siquiera, de la presencia de esa bestia? Tengo que alejarte de aquí a cómo dé lugar. Lo enfrentaré en otro terreno, muy lejos de mi pequeña.

Regresó hasta el campamento. Colocó la inerte liebre cerca de la fogata y se acercó hasta donde descansaba el objeto de sus sueños. La chica dormía apaciblemente, una dulce paz se dibujaba en ese delicado rostro. Su pecho bajaba y subía lentamente y el dorado cabello descansaba sobre la oscura manta de dormir. Su niña era preciosa. Casi era un sacrilegio hacerla despertar de tan hermoso sueño. La guerrera no tuvo más que suspirar profundamente ante tan angelical vista. La amaba con todo lo que su corazón era capaz de albergar. Con dulzura, ternura, pero a la vez, con fuerza y pasión. Ella había transformado a una guerrera hosca y hambrienta de venganza, en un ser que "amaba y permitía ser amado".

Debo protegerte, mi amada. No soportaría la vida si algo te llegase a suceder – susurraba su mente.

Se puso de pie muy sigilosamente y procedió a preparar el desayuno. La mañana se estaba levantando muy rápido y debía sacar a su Bardo de allí lo más pronto posible. Pero ella no debía notar la urgencia. Buscaría la forma de solucionar esta situación, sin que Gabrielle se viese afectada de modo alguno. Sus sentidos estaban todos a la espera de cualquier señal de alarma. Su espada estaba a centímetros de donde ella se encontraba asando el alimento.

Cuando el desayuno estuvo preparado:

-Gabrielle... levántate, no querrás llegar de noche a la villa. Gabrielle, Gabrielle.

-Sí, Xena, ya te escuché, me despierto, pero me niego a levantarme. Sólo quiero dormir.

-Está bien pequeña bardo. Entonces tendré que deshacerme de tu desayuno - Xena sabía que sólo una cosa le quitaba el sueño a su pequeña amante y eso era: Comer.

Gabrielle, al escuchar las palabras de la altiva guerrera y después de meditarlo unos segundos, se levantó rápidamente.

-Espera, Xena. Allá voy – era una crueldad el desperdiciar tan delicioso alimento.

Luego de desayunar, las mujeres emprendieron rumbo a casa de sus amigas. Xena podía notar a una no muy común "Gabrielle silenciosa", pero prefirió no comenzar una conversación al respecto, por temor a que hiciera referencia a la pesadilla. Caminaron un buen trecho del camino en silencio. Gabrielle en sus cavilaciones y la guerrera, huyendo de ellas, a la vez tratando de ocultar "cuan cierto había sido ese sueño". Hasta que ese mutismo se rompió con la tan temida pregunta:

Xena... – se detuvo la Bardo, a la vez que miraba el pasto que tendría que pisar. La pregunta no era fácil de formular - ¿Ese hombre... en mis sueños, en mi pesadilla... lo conoces?, ¿Lo has visto alguna vez?, ¿Es real? O ¿Es un invento de mi imaginación? – Concluyó y le plantó sus hermosos y brillantes ojos verdes.

Xena, esa guerrera que no le temía a nada ni a nadie, se acobardó, no pudo decirle la verdad.

-No, Gabrielle, no te preocupes. Eso es un invento más de tu cabeza creativa. ¡Hey, a ver si no me matas tan seguido en tus sueños, ¿eh?! - Xena trató de aplacar un poco la tensión.

Sí, era cierto. Gabrielle tenía ese tipo de pesadillas todo el tiempo, después de lo acontecido en el templo de Dahak, del nacimiento y la muerte de Hope y del viaje de la Guerrera al reino de Chin. Esas pesadillas, hacían despertar a la rubia, en un feroz sobresalto, despertando subsecuentemente a la guerrera, quien siempre terminaba consolándole y haciéndole dormir nuevamente. Lo que Xena no percibía o no podía descifrar, era que esas pesadillas eran producto del temor en el corazón de su joven Bardo... temor a perderla.

Las dos quedaron en silencio y emprendieron nuevamente la marcha. Xena, muy disimuladamente, observaba cada recodo del camino, cada árbol o sombra que se fuese presentando. Estaba totalmente alerta. Luego de un rato de camino, Gabrielle preguntó:

-Xena, ¿Por qué nunca me dices las cosas? Es decir, nosotras hablamos todo el tiempo, pero tú nunca me hablas de ti, de lo que te pasa o lo que te molesta. En cambio, yo me la paso diciéndote todo lo que me parece mal, lo que pienso, ¿Es que acaso no confías en mí?.

-Allí estaba esa pregunta otra vez. No sabía cuanto tiempo soportaría Gabrielle ese silencio. La guerrera quería contarle todo, pero no podía. Era para lo único que su fiero valor no tenía agarre... para preocupar o lastimar al ser que más amaba... a Gabrielle.

-No Gabrielle, no es eso. Es más... no hay nada que no sepas, todo te lo he dicho.

Gabrielle sabía que no era cierto, conocía tanto a su guerrera. Pero decidió esperar. Tenía la esperanza de que algún día Xena se diera cuenta de cuán importante era para ella, que le contara las cosas, que le confiara su corazón.

-Mira Gabrielle, allá está la choza, creo que llegaremos a tiempo para la cena.

Apresuraron el paso.


La cabaña de las amazonas amigas de Xena y Gabrielle, era bastante amplia. Estaba al oriente de la villa. Un humo blancuzco salía de la chimenea, impregnando en el aire un delicioso aroma que se deslizaba a través de la planicie cercana a la villa.

Al llegar a la puerta de la cabaña, Xena ayudó a desmontar a Gabrielle y un tanto hizo ella; amarró las riendas de su montura a un pequeño tronco que descansaba en la entrada.

Gabrielle abrió la puerta de la choza. Un dulce aroma la recibió de inmediato, haciendo que su estomago se quejara por la inequívoca sensación de hambre. La guerrera, igualmente traspasó el umbral de la cabaña y enfocó bien la vista mientras trataba de acostumbrarse a la luz del interior del recinto.

-Aménebis, Aglaé. Hemos llegado. – Dijo Gabrielle.

¡Xena, Gabrielle! – las dos amazonas dejaron todo lo que estaban haciendo y salieron corriendo al encuentro de sus dos amigas. Como siempre, Aglaé saludó primero a la joven Bardo. Por alguna razón, ambas chicas en cada uno de sus encuentros, pasaban horas y horas conversando y aconsejándose la una a la otra. Aménebis saludó a la guerrera, con su acostumbrado abrazo. Ella y Xena se llevaban muy bien, se entendían perfectamente. Aménebis era bien conocida por sus conocimientos curativos y medicinales. Xena había aprendido muchas técnicas, gracias a su amiga.

Venimos desde una villa a muchos días de camino. Estamos exhaustas y hambrientas. Además, no he podido dormir en varias noches, creo que el suelo del bosque, cada día está mas duro – dijo Gabrielle en broma.

-No le presten atención.- comenzó a acotar Xena. - Ustedes saben que esta Bardo, apenas pone la cabeza en la alforja, inmediatamente queda dormida y más, si su cena ha sido un ave o una liebre. Debo reñir con furia para evitar que se coma toda la cena – y miró solemnemente a la joven rubia, desde su considerable altura. Sus ojos brillaban con picardía infantil, pero su rostro estaba impasible. Gabrielle le devolvió una mirada de enfado.

-Que alegría verlas – dijo Aglaé – las esperabamos desde hace unas cuantas noches. Pero al fin llegan.

-No podíamos perdernos "nuestra" celebración, es un triunfo de la razón y el amor – apuntó Gabrielle, con una enorme sonrisa.

Luego de los saludos y las demostraciones de aprecio, tomaron asiento y Aglaé comenzó a servir la cena. Era la causa del exquisito aroma que había guiado a ambas amigas desde el claro del bosque.

-Ten cuidado, Aglaé – comenzó a decir Xena – esta Bardo está tan hambrienta que es capaz de devorarse toda la cena y dejarnos con un hambre de mil Tártaros. Así que sírvenos a todas la misma cantidad y... – Gabrielle la miró con ojos chispeantes de enojo – Señor de la Guerra, ¿Con qué derecho habla usted de esa forma de mí?, ¿Acaso no soy yo quien cocina TODOS nuestros alimentos y usted come hasta que su estómago se nota que va a reventar? ¡Por Zeus, es que uno no puede "un día", estar un poco más ávida de alimento y ZAS!, Comienzan a decir que soy tan glotona como el perro de Hades. – Las amazonas rieron con desparpajo. Xena miró a ambas amigas y les guiñó un ojo, en señal de que su objetivo había sido alcanzado: Enojar a Gabrielle.

La cena transcurrió entre conversaciones, narraciones de historias y bromas. Las narraciones llevaron a recordar viejas anécdotas entre Xena y Aménebis y por supuesto, Aglaé y Gabrielle terminaron conversando sobre sus puntos en común, los seres que amaban: Xena y Aménebis.

Ambas se pusieron de pie, y recogieron los platos de la mesa. Lavaron los utensilios de la cena, mientras sus dos parejas conversaban alegremente.

Gabrielle, le contó a Aglaé, que gracias a las últimas aventuras de este verano, ella había encontrado su camino. Era el camino del AMOR. Este rompería con el círculo de violencia y odio, que envenenaba todo lo que éste tocaba. Aglaé, muy divertida le dijo – Ah, sí. ¿Y cómo se supone que te mantendrás en ese camino, si viajas y vives con un Señor de la Guerra?

La cara de la joven Bardo se ensombreció de repente. Estas palabras le habían tocado un punto importante. Las facciones de su rostro, antes alegres y risueñas, se tornaron en líneas de seriedad y hasta de preocupación.

-Muy oportuna tu pregunta, Aglaé - comenzó a decir la rubia bardo.- la verdad es que ya había pensado en eso. Por mi parte, estoy dispuesta a seguir a Xena adonde sea y bajo la circunstancia que sea. Pero hay algo que me mantiene preocupada.

Aglaé, muy apenada, tratando de poner remedio al comentario que había hecho, se apresuró a decir:

-¿Qué es lo que te preocupa, Gabrielle? Adelante, sabes que puedes hablarme de cualquier cosa sin reservas. Puedes contarmelo todo.

-Sí, lo sé y gracias. Tus consejos siempre han sido muy sabios. Por eso es que nos hemos hecho muy amigas, ¿Cierto?

-Por supuesto, Gabrielle. Pero, dime ¿Qué te preocupa tanto, que necesitas de un consejo?

-Es Xena, amiga. – la joven Bardo, miraba de soslayo hacia dónde la guerrera conversaba con la amazona egipcia.

-¿Xena?, ¿Qué sucede con ella?, ¿Está bien?

-Sí, sí, ella está bien. Es sólo que me preocupa, que no hace el más mínimo esfuerzo por decirme las cosas. Siempre debo estar adivinando sus intensiones o simplemente confiando en que sus acciones sean las que serán las más acertadas.

-Escucha, Gabrielle. Tú conoces a Xena. Sabes muy bien todos los caminos que ha recorrido. Todo lo que ha hecho o lo que ha tenido que hacer. Me imagino que para alguien como la "Princesa Guerrera", no será fácil tornarse de un momento a otro, en alguien que necesite estar exponiendo sus planes. Ten paciencia, amiga.

-Sí, lo sé. Conozco bien todo su pasado. Las personas de las villas o con quienes nos hemos cruzado, me lo han hecho saber. Pero es que ya esta situación me tiene realmente angustiada. Esto me hace daño, y lo que es peor, lastima nuestra relación.

-Gabrielle... – Aglaé miró profundamente a traves de los verdes ojos de su amiga – Xena te ama. No creo que ella quiera dañarte o herirte. ¿Ya le has participado tus temores?

Sí. Se lo digo cada vez que puedo. Pero nada. Ella alega que todo me lo ha dicho. No sé qué hacer. Siento que hay algo importante en juego y ella no me lo quiere decir... ¡es desesperante!

No te preocupes, Gabrielle. Seguro que es algo sin importancia y por eso, ella no le parece trascendente contártelo. Creo que lo mejor que debes hacer es esperar o simplemente... olvidar el asunto. – la amazona griega trató de mitigar el abatimiento de su amiga y puso su mano sobre el hombro derecho de Gabrielle. – Vamos. Aménebis y yo les tenemos una pequeña sorpresa. Caminó con su amiga abrazada hasta donde se encontraban Xena y Aménebis. Estas estaban muy entretenidas hablando sobre técnicas medicinales, puntos de presión y cirugía. Xena le contaba sobre su aventura en el Templo donde conocieron a Galeno y a Hipócrates.

Aménebis, ya es hora. – La chica griega le hizo señas a su morena amante. Aménebis entendió perfectamente y se puso de pie.- Oh, sí. Vengan, tenemos una sorpresa para ustedes.

Como ustedes saben – interrumpió Aglaé – Mi amazona egipcia, es bien conocida por su hermosa voz, además de sus dones para curar. Ella ha compuesto una canción. Las invitamos a bailar, ¿Qué dicen?

Bien, pero se supone que la sorpresa debíamos haberla dado nosotras, para ustedes. Pero, sí, sí claro. Encantadas.- dice Gabrielle, feliz de tener una oportunidad más para abrazar y estar cerca de su guerrera.

Xena no se mostró muy entusiasmada con la idea, el baile no era su "fuerte".

Vamos, Xena. Por favor. – le decía muy melosa, la joven Bardo. – Ya lo hemos hecho otras veces, Por favor, ¿sí?

La fuerte guerrera no se pudo resistir ante la suave y suplicante voz de su pequeña. Si bien, la joven le pedía el cielo, ésta se lo daría con todo y estrellas. – Bien, Gabrielle. Bailemos, pero no respondo a unos cuantos pisotones.

Ay, Xena, que "anti-romántica" eres.

Las amazonas comenzaron a preparar el lugar donde bailarían. Aménebis trajo una extraña caja de madera, de forma rectangular. La caja era un obsequio otorgado por Orfeo; éste, al recibir y quedar maravillado ante tan hermosa melodía, en agradecimiento, decidió guardar la canción en esa pequeña caja. Así, cada vez que fuese abierta, Orfeo recibiría su ofrenda, una y otra vez.

Aménebis abrió la hermosa caja y una precisísima melodía comenzó a escucharse en toda la cabaña. Gabrielle, se acercó paso a paso hasta la alta guerrera y ésta la tomó en sus brazos. El baile había dado comienzo. Las amigas reían y bailaban al compás de tan fresca melodía.

Ya era avanzada la noche, y las mujeres no paraban de reir y bailar. Xen, que bailaba con su adorado Bardo, dio un par de pasos a la derecha, otros dos hacia delante y por último, tomando la mano de la rubia, hizo que ésta girara sobre sí, terminando en los brazos fuertes de la guerrera. Rieron con entusiasmo.

Gabielle quien estaba muy sedienta bebió un poco de agua y fue a hacerse de más para su guerrera. Xena, secaba el sudor de su frente, cuando distinguió una sombra a través de la ventana. Sus alarmas internas se dispararon nuevamente. La guerrera podía oler el peligro a larga distancia. El momento de la confrontación había llegado. Tratando de mantener un aire desenfadado, se puso de pie – Voy a revisar a Argo. La pobre está sola y no me cercioré de que tuviera suficiente heno y agua cerca de ella. Regreso enseguida.

No tardes. Ya es muy de noche y debemos descansar. – Le acotó la joven rubia, con una adorable sonrisa.

Bien. Regreso pronto – contestó la guerrera, a la vez que abria la puerta de la choza.

Aglaé, se acercó donde estaba su joven amiga y le preguntó en tono de broma:

¿Xena siempre está armada, hasta para festejar?

Sí, por supuesto. Recuerda que ella es un Señor de la Guerra y éste no debe dejar sus armas bajo ningún concepto. Debe siempre portarlas. Además, yo estoy acostumbrada, a ellas. Mi guerrera adora su espada y su chakram, se sentiría imcompleta sin ellos. Aunque, ella sin ellos, igualmente es un arma mortal. ¿No lo creen?

Claro. – Dijeron ambas amazonas en coro – y rieron sonoramente.

La noche estaba sumamente oscura. Los ruidos regulares de la noche, no se percibían por una extraña razón. Xena debía averiguarlo. Comenzó a inspeccionar el lugar desde donde había visto reflejada la sombra misteriosa. Huellas de caballo. Se agachó, para mirar aún más de cerca las huellas que estaban plasmadas en el suave suelo. Las huellas están frescas – pensó. Al ponerse de pié, pudo ver una pequeña medalla de bronce. Sus temores comenzaron a aumentar, había corroborado lo que halló en el bosque en la mañana. Sí, era Galmut. Aquel enemigo que conocía sus técnicas de ataque, aquél que sabía "Cómo" herirla. Pero,... ¿Cómo la había descubierto aquí, en la villa? Por el "Tártaro. Era cierto. El maldito estaba cazándola. La quería acorralar como un gato a un ratón. En estos momentos, estaría en su campamento, trazando el plan para atraparla y derrotarla. Ella debía regresar a la cabaña, junto a su Bardo y pensar en una estrategia de contraataque, en la que Gabrielle y sus amigas no se dieran por enteradas.

Xena entró nuevamente a la cabaña y encontró a las chicas, riendo desenfadadamene por algún cuento que había sido narrado por Gabrielle. Su Bardo se veía tan hermosa cuando reía de esa manera.

Xeeennaaa – gritó Aglaé.- Ya Gabrielle nos tiene con dolor de pansita por tantos cuentos chistosos que nos ha dicho. Por favor, sálvanos – bromeaba la joven griega.

¿Bailamos, Señor de la Guerra? – su pregunta fue seductora.

Sí. Efectivamente – pensó la guerrera – su Bardo era realmente hermosa

Comenzaron a bailar. La guerrera estaba muy preocupada, pensaba en Gabrielle, en lo que sería de ella si esa pesadilla se hacía realidad. Pero no sabía qué era más fuerte, si la sensación de sentir el cuerpo de la Bardo junto al suyo o la preocupación por saber a Galmut tan cerca de la villa. Al fin, la mujer de ojos azules se rindió ante su pequeña, sólo podía sentir la respiración entrecortada de su amante, sobre su cuello. Sin más, Xena se despidió de sus amigas, agradeciéndoles tan hermosa velada. Les deseó unas buenas noches y se retiró con su Bardo, hasta la habitación.

Una noche más, una vez más, las dos amantes se amaron como siempre... como si fuese la última vez.

SEGUNDA PARTE

La luz del sol, entraba implacable a través de la ventana depositándose inequívocamente sobre el rostro de la hermosa rubia. Se podía escuchar el singular canto matinal de las aves, en señal del inicio de las actividades de un nuevo día. El brillo del astro rey, hizo que la joven Bardo despertara un tanto aturdida, a la vez que buscó con su mano y luego con la mirada, a su amante guerrera. No estaba.

¿Xena? ¿Xena? – pero no escuchó respuesta. Lo único que distinguió, fue un trozo de pergamino escrito. Sí, era la letra de Xena. Leyó ávidamente. - ¡Allí estás de nuevo, Xena! – Masculló enojada.

Las jóvenes amazonas, se encontraban en la cocina, muy divertidas recordando los sucesos de la noche anterior, la noche de pasión que habían tenido, a la vez que preparaban el desayuno.

Hola, Gabrielle. Bueno Días. Te levantaste tarde. Una noche agitada, ¿Eh? – Dijo Aglaé y soltó una risilla cómplice, apoyada por una chispeante mirada de Aménebis. - ¿Dónde está Xena?, ¿Aún duerme?

¡Eso quisiera saber yo! – Bufó la rubia – Quisiera saber, "Dónde está Xena", "Adonde RAYOS se fue" – continuó diciendo una muy molesta Gabrielle. – Sólo dejó este trozo de pergamino escrito, diciendo que tenía que salir a resolver ciertos asuntos de rutina, que la esperara. ¿Pueden creerlo? Ya ves, Aglaé. Me lo ha hecho de nuevo. Ella cree que puede ir y venir, dejándome sola cuando se le antoje... – y así continuó la Bardo, diciendo en un minuto todo lo que le molestaba de la mujer oscura.

Ya, Gabrielle. – Comenzó a decirle Aglaé – Está bien. Seguramente fue algún imprevisto – la amazona griega, mira a su amante egipcia en señal de recriminación.

¿Qué?, ¿Qué? Yo no sé nada. Te lo juro – decía una muy sorprendida Aménebis – Ella y yo hablamos, pero no me mencionó nada al respecto.

Yo sé que no fue un imprevisto, ella debió saberlo. No me dijo, no me dijo. – El enojo de la joven Bardo estaba realmente acentuado.

De repente, la puerta de la choza se abre con violencia, sobresaltando a las tres chicas que allí se encontraban. Era Xena. La guerrera portaba un saco oscuro en la mano y lucía realmente exhausta y sudorosa. Apenas podía hablar.

Hola, Gabrielle – diciendo esto, lanzó el saco al piso. Este se abrió y salió rodando la cabeza de un hombre. La cabeza del que hubiere sido enemigo de la guerrera: Galmut. El horror de la joven Bardo fue mayor, al percatarse de que el rostro de esa cabeza, era exacto a la cara del guerrero que había visto en su pesadilla.

¿Es que no te cansas de ir rompiendo cabezas, matando gente, derramando sangre?, ¿Cuándo dejarás esa sed de combate, ese odio que te corroe el corazón? O ¿Es eso lo que te gusta, verdad? – Gabrielle no medía sus palabras. Ella sabía que lo que estaba diciendo, en parte no era cierto, pero la rabia no le permitía razonar, pensar y antes de decir algo más, de lo cual luego se arrepentiría, salió de la cabaña.

Aménebis le hizo señas a la amazona griega, para que acompañara a Gabrielle. La situación estaba seria.

Xena, de pie ante la mesa que se encontraba en el medio de la habitación, sólo miraba con tristeza hacia la puerta donde momentos antes había desaparecido Gabrielle. Su aspecto era sombrío, una profusa sudación mojaba el rostro y los hombros de la guerrera, su mirada era lejana. Aménebis, notando algo extraño en el semblante de su amiga, se acercó y le inspeccionó rápidamente.

La guerrera quiso colocar su espada sobre la mesa, pero su comportamiento era errático. La amazona se acercó rápidamente, al notar que su amiga estaba de un color amarillo alarmante y que no utilizaba su mano derecha, ya que ésta sostenía algo en el abdomen, a dos palmos del costado derecho.

Su amiga corrió rápidamente en su ayuda y al tomar la mano ocupada, ésta vio con asombro que la misma fungía como una compresa para una abertura ensangrentada que se distinguía en el vestido de cuero de la guerrera.

Por lo Dioses, Xena. Estás herida. – Exclamó la amazona, mirándola con ojos de angustia. Trató de ayudarla a caminar hasta la cama, pero era un trabajo bastante difícil, tomando en cuenta la estatura de la guerrera y su fehaciente debilidad. Finalmente le acostó y comenzó a revisar la herida. Con manos nerviosas, apartó el vestido de cuero y acto seguido, la sangre comenzó a fluir con furia, a través de una herida de tamaño considerable. Se hizo de todo el valor posible y examinó rápidamente la magnitud de la incisión. Era como de cuatro dedos de longitud, había sido hecha limpiamente ya que se veía sólo un corte recto. Pero la situación era grave, una pequeña porción de víscera emergía de la profunda herida. Xena perdía sangre rápidamente, y comenzaba a perder la conciencia, así como su hermoso color de piel. Este se iba transformando en un amarillo ceroso y sus ojos comenzaban a apagarse por el dolor.

Tengo que actuar rápido, pero...¿Cómo hacerlo si mi mano es la que está deteniendo la sangre?- trataba de pensar la amazona, lo más velozmente posible. – ¡Aglaé! – Gritó, tratando de que su llamado fuese en un tono normal. Que su voz no delatara la urgencia de la situación. – Aglaé, ¿puedes venir un momento?, Pero TU SOLA, por favor.

La joven amazona, quien trataba de calmar a una bastante alterada Gabrielle, escuchó el llamado de su pareja.

Espérame acá, por favor. Aménebis me está llamando. Seguro que no encuentra el vino o alguna cosa que necesita y quiere que yo se la busque. Siempre es así. Tiene las cosas en la punta de la nariz, pero quiere que yo se las entregue en la mano, sólo para que tenerme cerca de ella. Bueno, por ese tono de voz, quizás recibiré un pequeño regaño o algo por el estilo – lo dijo en broma. – Disculpa, ya regreso. – Y caminó rápida y alegremente hasta la cabaña, desde donde se había escuchado el llamado.

¿Qué necesitas, mi fruta del desierto? – Comenzó a decir melosamente Aglaé al entrar en la habitación.- ¿Por qué no puede venir Gabrielle?, ¿Es que me vas a zurrar con un regaño? – Sonreía abiertamente.

Sus ojos se abrieron de par en par al ver que las manos de Aménebis estaban ocupadas sobre el abdomen de la guerrera, éstas estaban ensangrentadas casi hasta los codos. Xena, desnuda sobre la cama, sólo emitía un débil sonido. La piel de la guerrera estaba totalmente cubierta por un profuso sudor y de un color amarillento, como la cera de las velas.

Aglaé, por favor, ayúdame – le encomió la amazona egipcia - necesito que me ayudes. Xena está gravemente herida y necesito tus manos en esto.

La joven amazona griega, al ver la sangre que manchaba las manos de su amante, las sábanas y todo lo que estaba cerca, fue traicionada por sus nervios y comenzó a llorar.

No, Xena, por favor. No nos dejes. – Su llanto era alarmante. Aglaé quería mucho a su amiga.

Aglaé. Aglaé, por favor. Cálmate. Así no podrás resolver nada. Vamos, te necesito serena. – El llamado a la compostura no fue suficiente. La chica seguía llorando. Esto hacía que la amazona egipcia se angustiara más. No tuvo más remedio que darle un bofetón, dejándole la marca de su mano con la sangre de la guerrera. – Tranquila, te necesito calmada. Podrás hacerlo. – Le dijo Aménebis a una muy aturdida Aglaé. Pero el golpe funcionó, la chica volvió a sus cabales.

Sí, Aménebis. Dime, dime, en qué te ayudo.

¿Recuerdas esa cajita de cuero repujado, que traje conmigo desde Tebas? Búscala, y me la traes. Además, necesito agua caliente, trapos, y hongos de demerius. Deprisa. – La amazona estaba muy asustada. Xena había perdido, prácticamente, el conocimiento y su estado empeoraba a cada segundo, a cada latido de su corazón. Aménebis hacía lo imposible por detener la hemorragia.

Aglaé corrió hasta un pequeño baúl a un costado de la habitación y se hizo de la caja de cuero. Tomó el agua caliente de la pequeña estufa, destinada a una supuesta sopa. Buscó trapos limpios y los apiñó al lado de su pareja. Abrió con reverencia, el "pequeño tesoro" de la caja de su amante. Halló un pequeño envoltorio. Al desenvolverlo, se encontró con una serie de piezas extrañas para su conocimiento. Eran cosas como cuchillas diminutas, algunos artículos parecían las tenazas de extraños cangrejos. Agujas rectas, otras en forma de media luna y unos muy extraños hilos.

La Amazona egipcia comenzó a trabajar lo más rápido que sus manos y sus conocimientos le permitían. Retiró nuevamente su mano derecha de la herida y colocó velozmente un trapo como tapón. Con otro empapado en agua caliente, limpió los alrededores de la herida.

Esto está muy serio, Aglaé. La herida es sumamente profunda. La espada entró rápidamente, pero creo que dañó uno de los conductos principales de la sangre... ¿Ves eso que parece las tenazas de un cangrejo?...pásame las dos, por favor.- Su joven amante auxilió solícitamente su requerimiento. Xena, se agarró con todas sus fuerzas de la cabecera de la cama. Aménebis, le dio instrucciones a Aglaé, para que le suministrara hongos de demerius a la guerrera y además, le colocara una pequeña madera entre los dientes, a fin de que su amiga pudiera soportar el dolor de los procedimientos. El hongo debía actuar rápidamente como un somnífero. A los pocos segundos de ingerirlo, la guerrera quedó inconsciente.

La egipcia, con pericia que confesaba práctica de años en el oficio, introdujo las dos pequeñas tenazas y cortó el flujo principal de la hemorragia, enhebró una de las extrañas agujas con forma de media luna y cosió los dos extremos de algo que le parecía a la joven amazona griega, como una pequeña caña. Aglaé trataba por todos los medios de que su "impresión" a la sangre, no le traicionase y principalmente...su estómago. Con delicadeza, Aménebis colocó la porción de víscera que había sobresalido, en su sitio y procedió a coser. Cosió igualmente, el músculo y luego la piel exterior del abdomen. Xena continuaba inconsciente.

La egipcia, enjuagó sus manos y limpió pacientemente el abdomen de su amiga. Había perdido mucha sangre, manchando todo lo que estaba a su alrededor. Al haber concluido de limpiar a su amiga, la cubrió con una manta.

Aglaé, miraba a su amante con expectación. Quería descifrar la suerte de su amiga en algún gesto de la amazona egipcia. Aménebis con rostro grave y en silencio, limpiaba cuidadosamente los instrumentos anteriormente utilizados y los regresaba al estuche de cuero. Comenzó a hablar.

Ya todo lo que podía hacerse, lo hicimos. La herida era bastante profunda y había interesado varios órganos importantes, pero nuestra amiga es fuerte y resistió todo... Ahora, depende de ella. Espero que no se presente infección,... eso agravaría las cosas. Veremos cómo pasa la noche y el día de mañana.

Aménebis, acercándose hasta donde estaba descansando la guerrera, enjugó el rostro de su amiga – Vamos, Xena. Tú nunca te rindes, no lo hagas ahora. Gabrielle te necesita. Todas te necesitamos. – Guardó silencio por un momento, pero inmediatamente se dirigió a su amante – Aménebis. Debemos hablar con Gabrielle. Seguramente estará preguntándose qué habrá pasado con nosotras que hace bastante tiempo que estamos acá con Xena. Quizás creerá que aún estamos hablando con nuestra amiga. ¿Quién se lo dirá?...¿Tú o Yo?

Creo que es mejor que se lo digas tú. – Dijo Aménebis.- Ella dice que soy muy ruda e impulsiva... así que... es mejor que tú se lo digas. Pero te acompaño.

Las amazonas distinguieron en una pequeña colina, a Gabrielle de quien se podía observar, que sus pensamientos estaban enturbiados por el enojo y la tristeza. Descansaba sobre una piedra en forma de caja, bajo la protección de un frondoso árbol. Ambas amigas, caminaron presurosamente hasta donde se encontraba la joven Bardo.

Hola, Gabrielle - saludó Aménebis.- Te buscábamos ¿Qué hacías?

Pues... llamaste a Aglaé, quien hablaba conmigo y le dijiste que fuera sin mí ¿Qué pasa?, ¿Por qué yo no podía ir?, ¿Es que Xena está molesta conmigo? - bajó la cabeza- Seguro es eso. Siempre es igual. Cuando ella se marcha, casi siempre me deja abandonada sin explicación. Luego regresa y yo estoy esperándola, con el corazón en un hilo, por no saber "Qué es" lo que ha estado haciendo. Sin saber bajo qué peligros mi guerrera ha estado y yo muy lejos de ella. Que quizás de esa partida, nunca más la veré. - Los ojos comenzaron a llenarse de lágrimas - Cuando regresa a recogerme, mi corazón vuelve a la vida, pero mi enojo es superior a la alegría de tenerla nuevamente ante mis ojos. Comienzo a decirle cosas de las cuales... luego... me arrepiento. Aglaé... ¿Xena está enojada conmigo?

No. No, Gabrielle. - Aglaé miró de soslayo a la amazona egipcia - Es que... - la joven buscaba las palabras correctas para dar la noticia.

Escucha, Gabrielle. - le auxilió la egipcia - La cabeza que viste salir del saco que trajo Xena, pertenecía al guerrero Galmut. Una bestia que procedía del pasado de ella, y quien era sumamente astuto y poderoso como para vencerla. Tuvieron una feroz batalla, en la cual él perdió su cabeza y Xena... quedó muy mal herida. El miserable le clavó la espada en el costado derecho y...

¿QUÉ? NO, no puede ser. ¿Dónde está? Necesito verla - la voz se volvió aguda, apremiante. La chica se había transformado en el pánico en persona. Sin esperar respuesta de las dos amazonas, salió corriendo, rumbo a la choza donde antes se habían divertido y descansado.

La joven amazona griega, miró directamente a los ojos a Aménebis, como reclamándole la falta de sutileza en sus palabras.

¿Qué? - preguntó la egipcia, a la vez que erguía los hombros en señal de desconcierto.

Espera, Gabirlle, espera. - le llamaba Aglaé, a la vez que corría detrás de su amiga. Aménebis, quedó inmóvil por unos segundos, pero recuperó la atención de inmediato, corriendo detrás de ambas chicas, rumbo a la cabaña.

Gabrielle abrió violentamente la puerta de la cabaña, mirando en todas direcciones buscando a su guerrera. Finalmente, entró en la habitación que ocupaban ambas. Sobre la cama, con el rostro extremadamente pálido, yacía inconsciente la razón de su vida: Xena.

Las dos amazonas, llegaron inmediatamente después de la Bardo. Ambas pensaron que la chica, perdería el control por completo, que se derrumbaría ante la terrorífica escena. Pero no. La joven rubia se acercó lentamente hasta la cama donde estaba su amada inconsciente y se postró ante ella. Calmada, en un tenso silencio. Las dos amazonas, aguantaban la respiración, a la vez que sus ojos estaban muy abiertos, la espectativa de los próximos movimientos o palabras de la Bardo, hacían que en el ambiente se palpara un asfixiante olor a miedo.

La chica, miraba intensamente el rostro de una muy pálida guerrera. Con una gran ternura, apartó un mechón de cabello oscuro de la cara de Xena. Se acercó aún más, hasta que sus labios casi rozaron la oreja de la guerrera y comenzó a hablarle:

Xena. No sé cómo decirte... No sé cómo pedirte... que me perdones. Sé que a veces, cuando te alejas de mí y apareces nuevamente, soy muy... injusta contigo. Pero es que me aterro al pensar que pueda perderte... y mira ahora: Casi te pierdo.- la cara de Gabrielle no mostraba ninguna emoción, pero sus amigas sabían la pesadilla interna que estaba viviendo en ese momento.- Mírame, por favor. Dime que me perdonas. Háblame, dime que me aún me amas y que esto es sólo un mal sueño. Que tú me despertarás con un suave beso y que me harás olvidar esta pesadilla.- la voz de Gabrielle comenzó a quebrarse. Las palabras comenzaron a oirse más apremiantes.- ¡Mírame, por favor! – Suplicaba a una incosciente guerrera, a quien ella le había tomado la cara y la movía con angustia ante la inútil espera a una respuesta. - ¡Escúchame, Xena!, ¡Por Favor! – Esta última frase, irrumpió en llanto. La fortaleza de la rubia había caído.

Las dos amazonas trataron de consolar a la rubia, a la vez, que le aseguraron que todo lo que ellas humanamente podían hacer por su amiga, estaba hecho. Ahora, sólo dependía de la guerrera. Esta era una batalla, en la que SOLO Xena debía luchar... sólo ella.

Pero... ¿Qué puedo hacer por ella?, ¿Cómo puedo ayudarla? – Preguntó la Bardo, un tanto más calmada.

Por ahora, nada. Sólo puedes permanecer a su lado. Eso le dará fuerzas para luchar.- Dijo Aménebis – Hay remedios, que yo no puedo proporcionar y entre esos, está el amor que sientes hacia Xena. Sólo tú se lo puedes proporcionar. – Por un momento, la mirada de Gabrielle tuvo una chispa de brillo, al escuchar sobre los sentimientos que le desbordaban hacia su guerrera. La joven asintió, sin pronunciar palabra.

Una vez fuera de la cabaña, Aglaé y Aménebis, conversaron sobre los breves instantes vividos esa mañana. Ni siquiera habían podido tomar el desayuno. Aglaé comenzó a filosofar, sobre la tragedia que sus amigas estaban viviendo en ese momento.

Aménebis. – Comenzó a decir Aglaé, con un rostro muy serio.- Si Xena le hubiese contado a Gabrielle todo sobre lo que estaba sucediendo. Sí sólo hubiese confiado un poco más en ella, esto no habría sucedido.

Sí. Tienes razón. Pero conociendo a Xena como la conozco, esto SI hubiese sucedido de todas formas. Porque quizás Gabrielle, hubiese querido acompañarla a la batalla, dando como resultado que Xena, no estaría realmente concetrada y ese Galmut, tal vez, le habría liquidado. – Tomó aire.

Pero, mi egipcia. ¿No has aprendido nada con esto? – Y miró a la amazona profundamente. – Debemos aprovechar el tiempo mientras estamos aún con vida y expresar todo lo que sentimos. No sabemos cuando nos iremos a ese viaje sin retorno y luego ¿Qué?, ¿De qué ha servido tanto silencio, tantos temores, tantos fastasmas? Ya ves, esos dos seres se aman más que a sus vidas mismas, pero hay cosas que no se han dicho. Ahora Xena está muy cerca de morir... ¿Y Gabrielle?... Ahora, no valen temores o el pasado. En circunstancias como ésta, lo único que importa es saber que la persona amada no te dejará, porque la fuerza del amor derriba cualquier obstáculo que se presente. Y ambas lo lograrán... pero, ambas.- Quedó en silencio por un segundo. Parecía que era el momento ideal para obtener una enseñanza de tan nefasta tragedia y la joven griega, no iba a dejar pasar tan magnífica oportunidad de arrancarle una promesa a su amante. Ella odiaba estos momentos, pero eran los únicos en que la terca egipcia daba su brazo a torcer.- Mi egipcia, prométeme algo. – Se atrevió a decir.

Lo que me pidas, mi wardy.

Prométeme, que pase lo que pase, siempre me dirás lo que en tu mente y en tu corazón se albergue ¿Me lo prometes?, ¿Me prometes que no habrá secretos entre las dos?

Por supuesto, mi amada. Te prometo que no habrá secretos. Sabes que te amo, y pongo a la misma Isis como testigo de lo que siento por ti. Sólo ella supera lo que tú me inspiras.- Ese era el mayor juramento que podía hacer la amazona egipcia y lo hacía sólo por su Aglaé.

Aménebis se puso de pie, tomó la mano de su amante y le regaló un tierno beso. Ese beso representó el completo acuerdo de la egipcia a las palabras emitidas por la joven griega y un sello a tan insigne juramento.

Lentamente, la Bardo fue despertando de un sueño endeble. Algo húmedo e incómodo invadía una parte de su cuerpo. Era extraño, pero esa mezcla de humedad y calor sofocante, contrastaba con la brisa fría que entraba por una de las ventanas. Gabrielle se había quedado dormida a un costado de la guerrera herida y en mitad de la noche se había acurrucado, hasta anidarse en el costado izquierdo de Xena. Quizás fue inconsciente el haber terminado muy pegada a ella o quizás fue estos años de vivir, una amaneciendo junto a la otra.

Levantó su cara, aún un poco dormida, para observar el amado rostro de su guerrera. Xena estaba sumamente pálida aún y su respiración era muy débil. Todo su cuerpo estaba literalmente mojado en sudor. Rápidamente, la joven Bardo tocó la frente de su amada y con alarma se dio cuenta que "ardía" en la tan temida fiebre, pronosticada por Aménebis. La humedad que había sido el motivo de su despertar, era por la gran fiebre que estaba padeciendo la guerrera.

Se levantó lo más rápido que pudo y corrió hasta el lugar donde dormían las dos amantes: Aglaé y Aménebis.

¡Aménebis!, ¡Despierta! Xena está encendida en fiebre...no sé qué hacer... – y su voz se quebró por las lágrimas que comenzaban a brotar.

Calma. Voy enseguida. Aglaé, cariño, despierta. Xena tiene fiebre. – Le habló a la joven griega. Esta despertó inmediatamente al oír la voz de Aménebis. Corrieron hasta donde se encontraba la guerrera y la amazona egipcia procedió a examinarla.

La despojó de la húmeda sábana, hasta donde se encontraba la herida. Esta, donde la egipcia había practicado la operación y la sutura, estaba pintado de un extraño color púrpura y la inflamación era tal, que prensaba los hilos que unían ambas partes de la herida. Aménebis palpó un bulto que se alojaba exactamente debajo de la herida. Aún en su inconsciencia, Xena hizo un pequeño gesto de dolor a la manipulación en la parte afectada. Con toda precisión, la amazona egipcia, presionó el bulto púrpura que invadía a la herida y un elemento amarillo-blancuzco surgió de uno de los puntos de la sutura. El gemido de la guerrera fue mayor esta vez. Gabrielle, sólo atinó a tomarle de la mano y sujetarla con fuerza. Xena regresaba a su inconsciencia. La fiebre le comenzaba a hacer decir cosas sin coherencia, en una voz apenas audible.

La infección se le alojó en la herida – comenzó a decir Aménebis, tanto a Gabrielle como a su joven amante – debo conseguir los hongos de silium, para combatir la infección. Temía esto, pero necesitaba creer que ella batallaría sola. Sólo su fuerza, ha ayudado a que la muerte no la arrastre hasta la presencia de Anubis.- A veces olvidaba, que las demás amazonas no eran egipcias y por lo tanto, sus dioses no eran los mismos.- Gabrielle, trata de mantenerla fresca. Toma este paño, humedécelo y colócalo en la frente de Xena. Cada vez que éste se ponga tibio, vuelves a humedecerlo y lo colocas nuevamente en su frente. Igualmente, trata de que su cuerpo esté húmedo. Báñala con otro de los paños húmedos....Ahhh,...háblale. Ella muy en el fondo,... te escuchará. Así no le darás oportunidad de que nos abandone...Háblale todo el tiempo mientras regreso.

Voy contigo – le encomió Aglaé. – Ni pienses que te voy a dejar ir hasta el bosque a ti sola. – Le riñó la griega – Gabrielle, regresamos pronto. No desesperes. Ya verás que ella saldrá de todo esto con bien... ¿de acuerdo? – Trató de tranquilizar a su amiga con esas palabras, pero el rostro de la joven Bardo, era de verdadera angustia y desconsuelo, no así su voz. Ella también debía ser fuerte. Al menos esta vez,... por las dos.

Las dos amazonas se dirigieron al bosque, a la orilla de un riachuelo donde encontrarían los hongos de silium. Caminaron un poco más de un corto trecho antes de llegar a su destino, cuando la atención de las mujeres fue llamada por unos ecos. Éstos no eran los acostumbrados sonidos de la noche, eran algo más. Aménebis se colocó en guardia e hizo señas a Aglaé para que se escondiera y estuviera atenta. Las mujeres esperaron un rato hasta que lograron distinguir, a parte de los ruidos, unas figuras. Eran caballos montados por jinetes romanos.

Aménebis pudo reconocerlos mucho más rápido y fácil que su amante. A esos nunca los podría olvidar, su memoria seguía intacta.

¡Rayos! Quédate aquí, no te muevas.- Dijo Aménebis, casi como una orden.

¿Qué?, ¿Estás loca?, Yo te sigo a donde sea.

No, espérame. Debo ver quien comanda esa avanzada.

¿Avanzada? Pero... ¿Cómo puedes estar tan segura?, Todavía están muy lejos. Pudiesen ser aldeanos en busca de ayuda o tal vez, viajeros. Sí, eso es. En la villa vecina se celebrará un festival, quizás vienen en caravana. – La joven amazona, buscaba la respuesta más práctica a las elucubraciones, siempre complicadas de su amante.

No. No es eso, no son viajeros, ni aldeanos. Desde aquí, puedo sentir el olor de la leña de las fogatas. Son soldados romanos y parece que están acampando cerca de aquí. – Trató de decirlo en un tono de voz despreocupado, sin ningún matiz de angustia. Esto, para que su joven amazona, no percibiese la batalla interna en la cual se estaba llevando a cabo en su atormentada cabeza. – Quédate aquí, Aglaé. Los seguiré e iré a ver de qué se trata.

Pero Aménebis, ¿Eso qué te puede importar? No es tu problema.- La griega quería regresar rápidamente a casa. Estaba muy preocupada por la salud de su amiga.

Te equivocas. – Aménebis tenía una mirada extraña.

Aglaé se extrañó mucho por la actitud de su amante. Nunca le había visto esa extraña actitud, pero no pensó más. Si algo había aprendido en todos los años junto a ella, era a hacerle caso a sus presentimientos.

Está bien mi amazona testaruda. Será mejor averiguar, pero yo te acompaño.

Bien, vamos.

La rubia tomaba con fuerza la mano de la guerrera. Su piel ardía y el sudor, que había hecho que la Bardo despertase, aún seguía empapando el cuerpo de Xena. Las amazonas, hacía poco menos que unos momentos que se habían ido a buscar los hongos de Silium. La guerrera, comenzó a hablar en una voz apenas audible, decía frases que para Gabrielle, no tenían sentido, pero luego de unos momentos, empezaron a tenerlo. La cabeza de Xena giraba de un lado a otro, como tratando de libarse de imágenes que invadían su delirio. La chica no podía ver esos tan amados ojos azules, esos ojos que...

Gabrielle, una y otra vez, secaba infructuosamente el sudor que bañaba el cuerpo de la guerrera, ya que éste volvía a surgir nuevamente.

Gabby... Gabby... (susurraba)... ¿qué quieres comer... anguila o trucha?... Te juro que sólo tomé un trozo pequeño de tu pergamino... Gabby... – la Bardo estaba extrañada y sumamente asustada. Su guerrera estaba mal. La fiebre debía ser muy alta, ella nunca le llamaba así: Gabby. Su miedo era aprisionante, pero necesitada tener fe. La certeza de que su guerrera ganaría esta batalla, como la vio ganar tantas otras - Te amo, mi Bardo... te amo...perdóname... no quise ocultártelo...no me dejes... no dejes que me vaya... ayúdame... tengo frío... te amo... – y calló de nuevo.

Gabrielle estaba en silencio, nunca había escuchado a Xena hablar de esa manera. Ella sabía que la guerrera estaba en un estado de semi-inconciencia y así, era imposible que le mintiese.

Una lágrima corrió por el rostro de la Bardo. Esta se acercó a Xena y en su oído le susurró:

Yo también te amo. Soy yo la que te pide perdón por no querer entenderte. Por juzgarte y presionarte. Ahora estoy aquí, con el terror más grande de mi vida al ver que puedes irte sin yo poder evitarlo, pero no te dejaré ir, te lo prometo... te lo prometo.

TERCERA PARTE

Aménebis y Aglaé, cruzaron el riachuelo y pasaron a través de algunos matorrales. Ya estaban muy cerca. Se agazaparon detrás de unos mullidos arbustos, pero aún así, pudieron distinguir con asombro el tamaño del grupo de hombres que conformaban el campamento.

Sí, ahora los veo. Tenías razón, es un ejército, ¡Por Zeus! Y ¡Qué ejército! - Aglaé volteó y miró a su amante, pero estaba sola. -¡Agrrrrr! Se salió con la suya. Bueno, será mejor que la espere aquí.

Aménebis se había zafado astutamente de Aglaé. Se dirigió hasta la cabaña del Comandante, quería comprobar sus sospechas. Mientras caminaba y se acercaba a la parte trasera, fue descubierta por un guardia, pero sus habilidades amazonas terminaron por sorprenderlo.

¡Uff, por poco! – Dijo dando un respiro (silencioso) de alivio. Echó un vistazo, revisando toda la trama de la lona y pudo notar un orificio en la tela. Se agachó y observó. Se quedó inerte. - Allí estás maldito. Por fin, después de tantos años. Esta vez no te saldrás con la tuya, lo que debes es mucho y los intereses, han sido muy altos. - Aménebis caminó de regreso, hasta donde se encontraba Aglaé. Ambas regresaban a casa, cuando:

Espera, espera.- Aglaé se detuvo. - El remedio para Xena.

Ah, sí. Lo necesitamos para ganarle a la infección. Aglaé estaba muy sorprendida. Por la expresión y el mutismo de Aménebis, lo que vio su egipcia debió ser realmente importante para que le hiciera olvidar su práctica médica. Para Aménebis, la salud siempre era lo primero.

Tomaron unos cuantos hongos y se dirigieron rápidamente al lugar donde se encontraban Xena y Gabrielle.

¿Por qué tardaron tanto?. – Dijo la Bardo, muy preocupada. - Está cada vez peor.

Está bien Gabrielle, ya estamos aquí. Esto la hará mejorar. - Dijo Aménebis mostrándole los hongos. –¿Ha despertado?

No. Sólo la fiebre la ha hecho delirar. Pero no ha estado consciente.

Aménebis curaba a su amiga, pero su mente estaba en la tienda que acababa de dejar. Si no hubiese sido por su larga experiencia, de seguro lastimaba a Xena.

La confusión se apoderaba cada vez más de la mente de Aglaé, no sé explicaba el por qué la amazona egipcia se comportaba de esa manera.

Al fin terminó. - Ya está listo Gabrielle, mañana estará mejor. Estos hongos son muy efectivos, fueron bendecidos por los Dioses, su poder de curación es mágico.

Perfecto amiga, ¿Hay algo más que deba hacer?.

No, bueno sí, quédate junto a ella, vigila su sueño. - Dijo Aménebis.

Está bien, pero eso no tienes ni que decirlo. Estaré aquí y la cuidaré como si se tratara de mi vida,... Ella es mi vida.

Bien, ya me voy a dormir, estoy cansada y de seguro que Aglaé también. Ya sabes lo temprano que se acuesta.

Aglaé volteó a ver a su amante.

¡Ja, ja! Muy graciosa, ahora échame la culpa a mí.

Aménebis se hizo la que no escuchó y continuó hablándole a Gabrielle.

Si observas alguna reacción extraña me buscas, ¿De acuerdo?.

Sí, de acuerdo, ya vayan a descansar, mañana tendremos un día muy agitado.

No te imaginas cuanto. - Pensó Aménebis.

Entonces, hasta mañana Gabrielle. - Dijo Aglaé, despidiéndose de su amiga.

Las dos amazonas se dirigieron a su habitación. Aglaé estaba muy cansada, pero esto no le impedía hacer bromas a su amante. Aménebis no podía prestar atención a su amazona, sólo pensaba en la estrategia que usaría para enfrentarse a su viejo enemigo.

Aménebis, ¿Puedes decirme qué te pasa?, Desde que salimos del río estás muy extraña, ¿En qué piensas?, Llevo dos marcas de velas haciéndote bromas a ver si cambias de humor, pero nada, ...apuesto a que he estado hablando a las cobijas. - La amazona griega esperó un rato a ver si su amante le respondía, pero nada.- ¡AMÉNEBIS!. - Un grito sacó a la egipcia de su concentración.

¡¡Ah!!, ¿Qué?, ¿Por qué gritas?, Estoy aquí cerca.

Sí, físicamente, ¿Qué te sucede?.

Nada.- Dijo Aménebis con una mirada perdida.

Ah, Sí, ¡Claro!, Se me olvidaba que tú eres así comúnmente.

¡Ayyy! ¡Ya Aglaé! En este momento no estoy para tus ironías.

¡Ja!, Si a eso precisamente me refiero. A ver, ¿Me vas a contar o no?.

Lo cierto de todo este asunto era que Aglaé conocía la historia que hacía muchos años, dejó una profunda huella en su amante, pero no se imaginaba que se había abierto nuevamente. Eso había quedado olvidado, por lo menos eso se creía.

Nada, no es nada. - Respondió la egipcia un poco nerviosa.

¡Ah sí!, Ahora te vas a poner como Xena. Mira lo que ha pasado por ocultar las cosas.

Tiene razón. - Pensó Aménebis - quizás deba decírselo, o mejor dicho, recordárselo.

Está bien, Aglaé. Sí, me pasa algo, pero ahora duerme. Te prometo que mañana te hablo de eso.

La griega lo pensó un poco.

Ummm, no sé. Bueno, está bien, pero prométeme que vas a descansar. Te noto exhausta.

Sí, sí, como quieras. ¡Te lo juro por Zeus!, Ya duerme mi amada. – Por supuesto, la egipcia había jurado en vano, sus dioses eran egipcios, no griegos, pero Aglaé no lo notó. Le dio un suave beso en los labios y se acomodaron en la cama.

Te amo.- Susurró Aglaé al oído de Aménebis. Ésta la vio y la abrazó fuerte.

Yo también te amo, mi Wardy.

Como era de imaginarse, Aménebis no pudo dejar de pensar en aquel hombre. Venían imágenes, hechos que ella creyó no volverían jamás. Ese guerrero Cresus, había dejado una profunda huella, lo veía una y otra vez, era como una pesadilla...

¡Malditooo! - se levantó Aménebis sobresaltada. Respiraba muy rápido, su cuerpo estaba totalmente húmedo de sudor. Aglaé no pudo escucharla, estaba muy cansada y calló en un sueño profundo. Aménebis se levantó y lavó su cara.

Ya estaba amaneciendo, así que la amazona decidió comenzar sus labores diarias. Pasó por el cuarto de Xena, la examinó con cuidado de no despertar a Gabrielle, pero todos sus esfuerzos no sirvieron de nada, la Bardo estaba muy pendiente de cualquier movimiento de Xena.

¡ AHH!, ¡Qué!, ¿Qué sucede?.- Decía Gabrielle un poco adormitada.

Buenos días, Gabrielle. Tranquila, no es nada, sólo estaba examinándola.

¿Y bien?, ¿Cómo está?.

Ya está mejor. Observa. - Dijo la curandera señalando la herida - el bulto ya está más pequeño y el color es más claro. Un poco más de remedios y en dos días ya estará dando sus saltos.

Al fin, la cara de Gabrielle mostró una sonrisa.

Eso espero amiga. Ummm, Aménebis, ¿Dónde me puedo bañar? ¡Estoy que apesto!

Ah sí, ya me preguntaba qué era ese olor - dijo la egipcia divertida.

¡Ja, ja! ¡Que graciosa!

Ven conmigo, te enseño.

Mientras Aménebis le mostraba el baño a la joven rubia, Aglaé despertó. Al verse sola, se dirigió hasta la habitación de Xena para saber sobre salud. Llegó hasta el cuarto, muy asustada, pero se sorprendió mucho al percatarse que Xena estaba consciente, mirando al techo, aburrida. Enseguida se acercó.

Hola, Xena. Buenos días, ¡Qué bueno, ya estás consciente!

Buenos días, amiga - dijo Xena tratando de sentarse. – ¡Auhg!, Siento como si me hubiesen arrastrado cien centauros - decía moviendo su cabeza de un lado a otro.

¡Ja! No fueron centauros, fue una espada, y bien colocada ¿eh?. Nos diste un buen susto. Pensamos que el mundo perdería a la Princesa Guerrera.

Siempre exagerando, amiga. Pero gracias por preocuparte. No temas. Se necesita más de una espada o un ejército de centauros, para deshacerse de mí.

Sí, ya lo sé. ¡Esa es nuestra Princesa Guerrera! - se acercó a Xena, acariciando juguetonamente su cabello.

Ya, ya, que me despeinas.

Las amigas sonrieron por una rato y al cabo de unos segundos, la griega se despidió.

Xena, ahora vuelvo. Voy a preparar algo para comer.

Ummm, ¡Qué rico!, Me encantan tus comidas - dice Xena saboreándose.

Gracias, pero no tienes que decir nada. Yo sé que das la vida por comer lo que tu Bardo cocina, sin embargo, voy a tomar tu palabra, eso ayuda a mi autoestima.

Como quieras, pero lo digo en serio. Anda, ve que me muero de hambre. – Xena, quedándose sola, apenas pudo recordar algunas cosas.- Cielos, estuve cerca, casi dejo a mi pequeña.- Sacudió la cabeza ante este pensamiento. –Bueno, bueno, pero estoy aquí y viva. Ese Galmut no me molestará más. - Por un momento cerró sus ojos para descansar, pero la imagen de Gabrielle llegó a su cabeza. Una sonrisa mostró el rostro de la guerrera. - Mi bardo, mi adorada bardo - recordaba cada palabra que recibió en su estado de subconsciencia. - Gracias mi pequeña, tus palabras, tu confianza, tu amor, me dieron la fuerza necesaria para volver, para no irme y abandonarlo todo. He comprobado una vez más, que eres la razón de mi vida, todo lo que soy ahora te lo debo a ti Te amo Gabrielle. - Esa fue la última frase de Xena antes de dormirse. Aún estaba muy débil.

Mientras, en la cocina, se encontraba la griega preparando el desayuno y algunos caldos medicinales que le había indicado Aménebis. Pensaba sobre el día anterior, de lo agitado que había sido y lo extraña que se comportó su amada.

¿Qué será lo que le pasa?, Es extraño. Dijo que me lo recordaría. Que yo sepa, todas sus viejas heridas sanaron - así continuó con esos pensamientos dándole vueltas a su memoria, pero no se acordaba. Eso era algo que ella había sepultado en el olvido. Era una experiencia muy fea y dolorosa para recordar.

¡Hola! - Dijo Aménebis repentinamente, sorprendiendo a su amante.

¡AHHHHHH! - gritó la amazona, saltando de la impresión y soltando todo lo que tenía en sus manos. - ¡Egipcia, por poco me matas del susto! - La amazona se había enojado, pero al ver la sonrisa que mostraba su amante, se calmó. Con todo lo que había pasado, eso era algo poco común en ella.

Tranquila, mi Wardy. No te voy a hacer nada... - esto lo dijo acercándose lentamente y luego concluyó: "nada malo". Llegó hasta Aglaé, la abrazó por la espalda y le besó el cuello. -Buenos días, mi rosa silvestre. - Así la llamó desde el primer momento en que pudo sentir su blanca piel, suave y tersa, como los pétalos de una rosa. Tan perfecta, como la textura de una estatua de mármol. Allí se quedó por un rato, respirando ese olor peculiar, uno que sólo su piel y ese largo cabello castaño, lacio, le proporcionaban. La amazona egipcia podía morir pegada a ese cuerpo, tan bien formado. Una figura estilizada y refinada. Pensando en esos bellos ojos grises, grandes, alegres, pícaros, soñadores, invitadores a una paz interior que sólo ella poseía, y esos labios seductores... - Parece una diosa - pensó. - Ummmm, ¿Qué huele tan rico?. – le despertó de su ensueño el delicioso olor que despedía lo que preparaba la amazona griega.

Preparo tu plato favorito. Quiero ver si te sientes mejor con esto.

Gabrielle salió del baño y se dirigió a la habitación. Observó a Xena. Allí estaba ella, su amiga, amante, su maestra. Tan indefensa. Se veía tan dulce y tierna. Gabrielle era una de las pocas personas que lograban ver estas cualidades en la guerrera. - Cuánto extraño tus caricias, mi amada. Sentir el roce de nuestras pieles desnudas, sentir tu cuerpo entero sobre el mío, jugar con tu cabello, besar cada centímetro de ti... y tus besos... - Gabrielle se perdió en sus pensamientos, hasta que el relincho de Argo le hizo volver en sí, una risa pícara fue su reacción. Se acercó a la guerrera, la miró fijamente, casi la besa, pero prefirió hablarle al oído. - Buenos días, mi guerrera.

Xena abrió los ojos lentamente. Sentía un calor que le corría todo el cuerpo a medida que su vista se hacía cada vez más nítida y captaba, cada detalle de la persona que más amaba en el mundo. Estaba muy cerca de ella. Se lamentó profundamente de no tener las fuerzas suficientes para amarla, amar a ese cuerpo que se había convertido en parte de sí misma. Sólo le quedó sonreír y así le dio los buenos días a su pequeña.

Bienvenida de vuelta - dijo Gabrielle muy confiada y tranquila. - Por un momento pensé que... - Xena la interrumpió, colocándole dos dedos en sus labios.

Yo nunca te dejaría Gabrielle, ni siquiera la muerte podrá separarnos. Recuerda, nunca te dejaré.

La Bardo tomó la mano de su amante y la besó... - Sí, lo sé, mi amada. Lo sé.

Gabrielle, quiero decirte algo. - Xena quería explicarle todo, intentó sentarse, pero el dolor en su herida se lo impidió. Gabrielle la detuvo al darse cuenta de la dificultad de la guerrera.

Está bien Xena, no te esfuerces, puedes decírmelo acostada.

No - interrumpió Aménebis, quien vio lo suficiente como para darse cuenta de lo que pretendía la bardo. - No es bueno que se quede así todo el día. Ella debe ponerse de pie, caminar un poco le hará bien. Si no, se encogen las puntadas y queda una fea cicatriz. Mejor ayúdala a moverse.

Pero Aménebis, todavía está muy débil, ¿No crees que será mejor... ?

Gabrielle - interrumpió Xena.- Hagámosle caso. Ella es la curandera, no lo olvides.

Sí, Xena, pero...

Entiendo que te preocupes por ella - agregó Aménebis - créeme, yo también lo hago, por eso te pido que confíes en mi.

Gabrielle lo pensó por un instante. - Está bien, Aménebis. Disculpa, no es que dude de tus técnicas, es que tengo mucho miedo de que se lastime. Pero no se hable más. Tu sólo habla y yo cumplo.

Entonces todo está perfecto, y no te preocupes, que tu guerrera sana rápido.

Sí, es cierto - dijo Xena juguetona.

Bien, ya me voy. Sólo vine para avisarles que el desayuno está servido, las esperamos - Aménebis se dirigió a la puerta - ¡Ah! Y no se tarden, ya saben lo temática que es Aglaé.

Sí, lo sabemos - dijeron en conjunto la guerrera y su bardo - enseguida vamos.

Las cuatro mujeres desayunaron en silencio, todo parecía estar bien, excepto por la preocupación de la egipcia, que invadía todo el lugar.

Había pasado más de medio día. Xena estaba en cama, Gabrielle vigilándola y cuidando de limpiar su herida y darle su remedio en el momento justo.

Aglaé estaba en sus prácticas diarias. No pasaba un día sin que dejara de ejercitarse. Ella era una buena guerrera, una de las mejores, dominaba casi todas las armas, en especial, una que era su preferida: el arco y la flecha. Afortunadamente, no había tenido que usar sus habilidades en ninguna guerra, sólo las empleaba para defenderse de ladrones, guerreros de paso y para conseguir su alimento.

Aménebis se encontraba en el río, cerca del campamento de Cresus. Intentaba descubrir hacia dónde se dirigían y el plan que llevarían a cabo. Se escabulló entre algunos árboles y logró escucharlo todo. – Bien. Ahora, sólo tengo que organizar mi estrategia. Yo conozco bien esas tierras que él quiere conquistar, me será fácil esconderme y prepararle una sorpresa. Si cae la cabeza cae la cola, y tú eres la cabeza que yo quiero Cresus - Aménebis regresó a la cabaña, era tarde y seguro Aglaé la esperaba preocupada. Por el camino se la encontró.

Hola, Wardy - Aménebis lucía exhausta. Estaba todo llena de barro, había pasado mucho tiempo escondida en el bosque.

¿Dónde has estado egipcia? Me quedé esperando. Pensé que haríamos ejercicios juntas, ¿Fuiste por los alimentos?, ¿Y la leche?......." - Aglaé le hizo una lista detallada de las labores que se suponía debía haber hecho.

¡Ayy, ya, Aglaé!, ¡Ya calla! No, no pude hacer nada de eso. Estuve ocupada en otras cosas, lo único que conseguí fue lo necesario para el remedio de Xena.- Aménebis se dio media vuelta y se regresó a la casa. - Necesito darme un baño. Por favor, quiero estar sola.

Aglaé se quedó petrificada, apenas y podía respirar. Esa no podía ser la Aménebis que ella había conocido. Sí, era cierto que siempre fue de carácter firme, decidida, pero invariablemente mantenía su ternura y simpatía. Era por eso que todos la querían. - No es cierto, no puede ser, tengo que hablar con ella. No, mejor le pregunto a Gabrielle.

No fue necesario que Aglaé se moviera, la Bardo ya tenía rato buscándola.

Aglaé, hasta que al fin te encuentro, ¿Dónde están los hongos?, Xena necesita más remedio.

Los tiene Aménebis, ella acaba de entrar. Los debió poner en la cocina. Vamos - la amazona tomó a Gabrielle por un brazo, pero ésta no respondió.

¿Aménebis?- dice la Bardo con preocupación.

Sí, ella, ¿Has notado algo?.

No estoy muy segura, pero he notado que ha estado algo extraña últimamente, ya casi ni habla, sus acciones se limitan a preparar los remedios y a examinar a Xena. No sé, me preguntaba si tu sabes qué le pasa.

¡Ja! Si eso mismo te iba a preguntar.

¿A mí?, ¿Y por qué tendría yo que saberlo? - decía la Bardo confundida.

Bueno, Gabrielle. Aménebis y Xena siempre han sido muy buenas amigas, ellas se cuentan todo y pensé que posiblemente Xena te pudo haberte comentado algo.

Sí, es cierto. Ellas se tienen mucha confianza, pero yo no creo que le haya dicho nada. He estado con Xena casi todo el tiempo y en ningún momento ella le ha dicho otra cosa más que sobre su herida, de todos modos le voy a preguntar - Gabrielle le colocó una mano en el hombro a su amiga en señal de consuelo.

Está bien Gabrielle, te lo agradezco.

Ni lo menciones, para eso estamos las amigas, a demás también me preocupa lo que le pasa. Descuida, cuenta conmigo.

Aglaé asintió con la cabeza y se dirigieron a la habitación donde se encontraba la enferma.

Aménebis había aprovechado que Xena estaba sola para hablar con ella, se había decidido a pedirle ayuda. Después de todo, su amiga conocía muy bien su pasado y Cresus era un enemigo que tenían en común; seguro que no se negaría.

La curandera estaba muy tensa, apenas había hablado un par de veces, sólo pensaba en la manera de decírselo a Xena.

Por supuesto, la guerrera notó la extraña actitud de la amazona; esperó un rato, dándole tiempo a reaccionar y hasta que llamó la atención de su amiga.

Aménebis, ¿Te sucede algo? .- La egipcia sintió que el corazón se le salía por la boca - debo controlarme más - pensó. - Sí, Xena. Te lo había querido comentar, pero no encontraba el momento. Verás, necesito tu ayuda.- Al fin, Aménebis se había dispuesto a contarle cuando en ese instante, entran Gabrielle y Aglaé. - ¡Rayos! - pensó la curandera - que inoportunas - la guerrera y su curandera se vieron las caras, como diciendo, ni modo, será en otra oportunidad.

¡Aménebis! - Exclamó la griega - ¿No ibas a tomar un baño?, ¿Qué haces aquí?, Yo te hacía en la tina.

A la egipcia todo parecía molestarle, y el comentario de su joven amante no se escapó a su agrio humor.

Sí, Aglaé. Iba a tomar un baño, pero decidí examinar a Xena antes. Estoy agotada y luego me gustaría descansar, ¿Tiene eso algo de extraño?- Preguntó con ironía.

Aglaé no salía de su asombro, su amante estaba cada vez más agresiva. Por un momento, pensó en darle una mala respuesta, pero se contuvo; era obvio que algo grave le pasaba y no quería empeorar las cosas.

No. No tiene nada de extraño, la verdad es sólo que... ¡ay, olvídalo! - la joven guerrera griega, se dio media vuelta y se retiró.

A la Bardo no pareció gustarle mucho la manera como Aménebis se dirigió a su amiga, así que le lanzó una fuerte mirada, reclamándole. La egipcia lo notó, pero prefirió hacerse la que no había visto. Al darse cuenta de que ya no podría hablar con Xena, se despidió y se fue a bañar.

Gabrielle sólo se limitó a decirle hasta mañana, estaba realmente enojada. Xena trató de calmar a la Bardo, pero ésta terminó por pagar los platos rotos.

Y tú Xena, ve a ver si le enseñas buenos modales a tu amiguita, ¿Por qué tiene que tratar a Aglaé de esa manera?

Ya Gabrielle, tranquilízate. Es claro que está muy extraña, pero eso tiene su motivo, no la culpes, de seguro debe ser algo realmente serio. Tú la conoces, sabes que ella normalmente no es así - Xena trataba de hacer caer en cuenta a su pequeña amante y sus palabras parecían tener el efecto deseado. Gabrielle estaba ya un poco más calmada, de hecho, le dio la razón a la guerrera y se disculpó por su actitud.

Tienes razón, lo siento. Es que todo me tiene mal, Aglaé me comentó que se siente muy preocupada por la conducta de Aménebis, y yo misma he notado que algo le pasa, ¿Pero qué es? Aglaé cree que la egipcia pudo haberte dicho algo. ¿Tú que sabes?

Sí, efectivamente, pude haber sabido algo si ustedes no hubiesen llegado. Sé que vino con la intención de decirme algo, pero justo cuando estaba a punto de comenzar, aparecieron dos jóvenes hermosas.

¡Por todos los dioses! ¿Y cómo iba yo a saber que ella estaba aquí, hablándote? –Gabrielle le reclamaba a la guerrera.- Bueno, bueno, y ¿Qué se supone es lo que vamos a hacer?".

Ummm... por los momentos, buscar la manera de quedarme sola con ella a ver si se anima nuevamente - Xena se quedó pensando -... Y con respecto a nosotras... - Su expresión se tornó seductora, invitadora - por lo menos un beso, uno de esos apasionados. La herida la tengo en el vientre, de las costillas para arriba estoy perfecta.

Esto fue suficiente para devolver el buen humor de la joven rubia, estaba que se moría por uno de esos besos de su guerrera.

Era entrada la noche. Estaban las dos parejas, cada una en su habitación. Gabrielle soñando entre los brazos de Xena, quien la abrazaba y dormía sobre su hombro.

Aménebis, todavía no se había levantado a pesar de que se había ido a la cama primero que todas. La verdad era, que estaba evadiendo las preguntas de su amante, pero no pudo conciliar el sueño, si no casi al amanecer.

Aglaé, en vista de su enojo y de que su egipcia se fue a la cama sin esperarla, se acostó en el otro extremo, bien lejos de la curandera, cosa muy extraña en ella.

La primera en despertar fue Xena, y en su primer pensamiento le dio gracias a su Bardo por un día más junto a ella. Se apoyó sobre sus codos. La herida ya casi no le dolía. Contempló a su pequeña y le regaló un suave beso en los labios. A pesar de que la Bardo tenía el sueño bastante pesado, la sensación de los labios de la guerrera junto a los suyos, la despertó.

UMMM, que bueno es levantarse de esta manera - dijo la joven rubia mientras estiraba su cuerpo, a la vez que lo acercaba más a Xena.

Eso mismo digo, mi Bardo. De ahora en adelante te prometo que no pasará una mañana que no te despierte de esta manera - Xena besó nuevamente los labios de la rubia.

Y yo te prometo que siempre amaneceré a tu lado.- Decía Gabrielle, entre cada beso.

Así pasaron unos minutos, hasta que Xena se percató de que ya era hora de que Aménebis llegará para hacer su examen diario. Muy en contra de su voluntad, decidió separarse de la joven, para así poner en marcha el plan acordado, pero antes se darían un baño.

Muy bien mi rubia, entonces ve a ejercitarte con Aglaé, pero asegúrate de que Aménebis note que estás ocupada, así se sentirá más libre de hablarme. Gabrielle asintió, y sin muchas ganas se levantó y preparó para hacer sus ejercicios.

Al poco rato, Aménebis salió hasta el pequeño cuarto donde guardaba sus materiales de curación e inspeccionó el lugar y pudo ver a las dos amigas practicando juntas.- Ahora es el momento.- Pensó.- Tomó lo necesario y se dirigió rápidamente hasta Xena. No podía perder tiempo, necesitaba urgentemente hablar con la guerrera.

Xena, se había levantado, estaba caminando un poco y aprovechó de acomodar la habitación.

Enseguida sonó la puerta...

Pasa.- Dijo Xena muy segura de quien era.

La egipcia entró, muy nerviosa.- Hola Xena, buenos días.- Aménebis pudo notar la gran habilidad con que su amiga se movía.- Oye, ya veo que estás muchísimo mejor.

Buen día, Aménebis. Y sí, lo que resta es que esta fea marca desaparezca. Todavía me duele un poco cuando hago mucha fuerza, pero estoy bien... y eso te lo debo a ti amiga, gracias.- Xena no era muy buena con las palabras, pero cuando decía alguna, éstas sí que llegaban.

Ni lo mencione amiga, después de todo lo que me has enseñado y ayudado, es lo menos que podía hacer.

No me digas eso, todo lo que yo haya podido darte o enseñarte no se compara con salvar una vida... Aún cuando se trate de la mía.

Eso precisamente lo hizo más importante y valioso, que se trataba de tu vida Xena. De verdad que agradecí cada segundo mientras te curaba de haber sido bendecida con esos conocimientos.

La guerrera no dijo nada, estaba conmovida por las palabras de su amiga, sólo se acercó y con un abrazo, las dos mujeres se dieron las gracias. Al fin se separaron y Aménebis comenzó su rutina.

Muy bien, esto está casi curado.- Dijo la egipcia revisando la herida.- ¡Guao!, Nunca vi una piel sanar tan rápido. Usted sí que es increíble, señor de los guerreros.

Sí, si tan sólo tuviera la misma capacidad para sanar el alma.

Al escuchar esto, los recuerdos de Aménebis, que se habían aplacado por un momento, volvieron, y más fuertes. Xena había hecho el comentario desde el fondo de su corazón, no tenía la intención de hacer recordar a su amiga ese pasado doloroso, sin embargo, al darse cuenta de la reacción que provocó en la egipcia, se aprovechó del momento y siguió hablando en ese tono, a ver si su amiga se decidía y le contaba.

Aménebis no lo siguió pensando, era ahora o nunca. Terminó su cura, acomodó sus materiales, se sentó a un lado, tomó aire y empezó:

Xena. Ayer me preguntaste que si me sucedía algo. No te pude decir porque llegaron Gabrielle y Aglaé. Bueno, desde hace dos días estoy muy tensa.

Si, eso todas lo notamos.- Interrumpió Xena.

Por favor, Xena. Déjame que te cuente y luego me dices. Es que no es fácil hablar sobre este asunto, mientras más rápido termine, mejor. Bueno, la verdad es que se ha abierto una vieja herida. Los recuerdos, el rencor, la rabia que esto me trae, me hacen sufrir mucho. Tú conoces la raíz de ese sufrimiento, los hechos que marcaron mi vida de tal manera, que han pasado quince inviernos y todavía lo recuerdo... todavía me duele. La causa de tanto dolor tiene nombre: Cresus.- Xena no pudo evitar mostrar una cara de sorpresa que a la vez se confundía con una de odio y rencor. Era increíble como una sola palabra podía traer a la memoria tantos recuerdos.

¡Cresus! – dijo Xena en tono de desprecio – Sí, amiga. Lo recuerdo bien, ese hombre siempre ha sido un maldito, un verdadero hijo del Tártaro ¿Pero qué es lo que sucede con él?

Aménebis le contó como se había percatado de su presencia. Todo lo que había hecho para averiguar sus planes y lo que ella estaría dispuesta a hacer.

Xena. No estoy dispuesta a dejar ir esta oportunidad. Este es mi momento, el tiempo de mi venganza.- A Xena, no pareció entusiasmarle mucho la idea de Aménebis, a pesar de que ella tenía el mismo resentimiento, y más cuando ese mismo Cresus, era un aliado de César (su peor enemigo). La guerrera había aprendido, en todos estos años al lado de Gabrielle, a equilibrar esos sentimientos de venganza.

Bueno, Aménebis. Espera un poco, ¿No crees que... ?

Creo nada, Xena – dijo la egipcia, impidiendo que su amiga terminara la frase. - Necesito tu ayuda, pero si no puedes o va en contra de tus "nuevos" principios, entonces está bien. Yo puedo sola. – se puso de pie, y antes que saliera, Xena la detuvo.

Espera Aménebis. Escúchame. Sólo quería que entendieras en la clase de peligro en la que te piensas embarcar. Evalúa bien las consecuencias y piensa en las personas que vas a implicar en tu venganza personal.

Estas palabras hicieron que la egipcia lo pensase un poco, pero estaba tan cegada por el cada vez, más intenso odio, que no quiso entender lo que su amiga le dijo.

Bien, Xena. Si piensas que es peligroso para ti, no hay problema. Sólo te agradecería profundamente, que por lo menos, me ayudases a organizar una estrategia para llegar hasta Cresus y yo lo resolveré sola. – A veces el orgullo de la amazona, era mayor que su edad. Xena comenzaba a desesperarse, pero Aménebis no quería entrar en razones.

No, amiga. No me has entendido. No te hablo de mí, yo te hablo específicamente de Aglaé. Bien sabes que ella no te dejará sola en esto, te acompañará y tomará la venganza como si fuese suya.

Estas últimas frases, sí que habían tocado el corazón de la egipcia. Por primera vez en muchas horas, había pensado en Aglaé. – Mi Wardy - su cerebro comenzó a hablarle – Mi joven guerrera, todos estos inviernos jamás me habías dado la oportunidad de pensar en cosas que me hirieran el pensamiento, no creí que los recuerdos volviesen de las oscuras cuevas dónde los deposité. Pero esto es algo que me prometí a mí misma y ellos... mis padres... es una deuda de honor. – Por un instante pensó, que al ver mentalmente la imagen de su amazona, ésta desplazaría la sed de venganza que ahora secaba su garganta, pero su ánimo estaba muy agitado y era algo más fuerte que ella misma. Los recuerdos la cegaron nuevamente, tanto que no le permitieron ver el profundo amor que clamaba dentro de su corazón, el amor por Aglaé. – No insistas, Xena. He tomado una decisión y ya te dije que necesito tu ayuda. ¿Puedo contar con ella o no?.

Xena se dio por vencida. Era obvio que nada haría cambiar de opinión a su terca amiga. Cuando ésta se proponía algo, no había poder en toda la tierra que la hiciese cambiar de opinión. – Está bien, Aménebis. Déjame consultarlo con Gabrielle. Si ella está de acuerdo, lucharemos hombro a hombro las cuatro. En caso contrario, te ayudaré a armar una buena estrategia. Es todo lo que te puedo ofrecer. – Estas últimas palabras las dijo con mucha pena. La guerrera le debía la vida, pero ella nunca pasaría nuevamente sobre los deseos o ideas de su Bardo (por ahora).

El rostro de Aménebis se iluminó, al escuchar a Xena.- Perfecto, entonces esperaré a que lo consultes con Gabrielle. – Se dispuso a abandonar la habitación, pero se detuvo de repente – Ah, y... Xena. No importa lo que decidas. Nada cambiará nuestra amistad, esto no tiene que ver contigo.

Te equivocas. - Dijo Xena.- Todo lo que incumba Tanto a Aglaé, como a ti, tiene que ver conmigo y por lo tanto, con Gabrielle. Ah, otra cosa, debes hablar con Aglaé. Mi Bardo me ha confiado, que la griega está muy preocupada por ti. No sabe "Qué" decirte, ni "Cómo" tratarte. La tienes confundida. Así que te aconsejo que tú seas la que inicie la conversación. Recuerda, debes hacerlo, sabes que de alguna manera se enterará de tus planes y te seguirá.

Aménebis no dijo nada, pero en el fondo de sí, sabía que la guerrera tenía razón. Giró sobre sus talones, saliendo silenciosamente de la habitación y a su vez de la cabaña. Caminada, tratando de despejar un poco el mar en ebullición que se alojaba en su mente. El sueño la sorprendió descansando bajo la sombra de un árbol, el cual conservaba las iniciales del nombre de su amante y el suyo.

CUARTA PARTE

Gabrielle y Aglaé, ya habían concluido sus ejercicios, ahora conversaban sobre Aménebis.

Aglaé, ya que hemos terminado de ejercitarnos, yo iré a reunirme con Xena, y te prometo que le preguntaré si la egipcia tuvo algún tipo de conversación ella.

Excelente idea, Gabrielle. En este instante he visto pasar a Aménebis. Entonces, ve con Xena, que yo buscaré a la egipcia. Tengo la sensación de que no debo dejarla sola.

Umm. Yo te recomendaría que no la busques.- le aconsejó la rubia.- Quizás necesita pensar, meditar, sin la compañía de alguien. El consejo de la Bardo estaba lleno de buenas intenciones, al que agradeció la amazona griega, pero esto no quería decir que lo acataría. Así que, Aglaé decidió seguir a su amante egipcia.

Xena ya cansada de su forzado encierro y en vista de que Gabrielle no llegaba, tomó sus ropas de cuero y procedió a vestirse a su usanza. Aquí regresaba "Xena: Señor de la Guerra". Se sentía fuerte y con nuevos ímpetus para conquistar al mundo conocido al lado de su Bardo. Salió de la cabaña, e inhaló el fresco aire matinal, con todo lo que sus pulmones le permitían albergar. Exhaló con fuerza. Caminó lentamente hacia el establo, quería ver a su yegua. Aún la herida le dolía un poco, pero totalmente soportable, eso quería decir que estaba sanando rápidamente.

En ese instante, Gabrielle quien no se encontraba muy lejos de la cabaña, corrió hasta alcanzarla.

¡Xena!, ¿Qué haces levantada? – le decía alarmada.

Me aburría como una concha marina, allí dentro de la cabaña. Tenía que estirar las piernas... además, tengo que darle un vistazo a mi chiquita, a Argo.

Pero, Xena... pero... pero... – Gabrielle no atinaba a pronunciar una frase coherente.

Vamos, pequeña. Ya me siento bastante bien... mira. – Hizo una cabriola con la espada y la enfundó nuevamente en un movimiento muy característico de ella.- ¿Ves?

Me pareció ver una pequeña mueca de dolor.

Umm... bien, pero sólo me dolió un poquitito. Nada que me haga regresar a la cama.

Bueno, está bien. A propósito, ¿Aménebis te dijo algo?

La guerrera tomó de la mano y se enfilaron hasta el establo donde estaba Argo. Abren la puerta del lugar y Xena es recibida por un algre relincho de su yegua. Esta le había extrañado.

Hola, preciosa ¿Estás bien?, ¿Comiste? – La yegua movía de arriba a abajo la cabeza a la vez que daba pequeñas coces con la pata derecha. El animal estaba muy contento.

Xena, por favor, me tienes en ascuas – le reclamó Gabrielle.

Ya, Gabrielle, parece que el Don de la paciencia, aún no ha encontrado refugio en tu temperamento.

¡UFFF, Xena!, ¡Pero dime de una vez por todas QUE fue lo que te habló Aménebis! – La súplica se hizo una exigencia.

Ven, acércate y sientate, lo que tengo que contarte es sumamente importante y necesito toda tu concentración.

Soy toda oídos – y tomó asiento muy cerca de su guerrera.

Gabrielle, hace unos días, Aménebis vio accidentalmente a un individuo que le trajo a la memoria hechos muy dolorosos para ella.- Quedó pensativa por unos segundos, mientras veía los verdes ojos de su Bardo.- ¿Realmente quieres que continúe?, Es una historia muy escabrosa y no me gustaría crear resentimientos ajenos en tu corazón.

Sí, Xena. Puedes contármela. Desde que estamos juntas, ya muy pocas cosas me impresionan. No hay problema, puedes comenzar.

Trataré de narrarla como tú lo haces, pequeña, pero no creo llegar hacerlo...

.."Allí estaba ella, una chica sencilla de Tebas, muy sagaz e inteligente. Recolectaba sus hierbas sus hierbas acostumbradas para preparar el remedio que sanaría la extraña enfermedad que padecía su padre. Era un día como cualquier otro, excepto por la extraña aparición de un hombre muy corpulento, blanco de facciones diferentes a los hombres que habitan su pueblo. La armadura que vestía al hombre, estaba hecha de una tela fina. Se notaba que podía ser un hombre importante o de poder. El hombre buscaba con urgencia, a la famosa curandera de Tebas. Este miraba en todas direcciones, a la vez que daba feroces órdenes a sus soldados para que ubicaran a la joven en cuestión.

Aménebis, corrió presurosa hasta el refugio de su casa. Algunos de los pobladores, le informaron al guerrero, sobre el paradero de la joven curandera. Este sin más dilación irrumpió en la casa de la familia de Aménebis. Todos quedaron petrificados ante tan intimidador panorama. La joven, venciendo el temor que aprecionaba su garganta, se adelantó hasta el fornido guerrero y lo retó:

¿Qué quiere aquí? – dijo la chica con su carácter decidido y valiente.

¿Qué QUÉ quiero? Eso depende, preciosa.- a pesar de estas palabras y las miradas extrañas del dueño de las mismas, Aménebis no se intimidó.

Sí. Díeganos a qué ha venido hasta ésta comunidad y Quién le dio permiso para destrozar la puerta de mi casa.

¿Muy atrevia, eh? Eso me gusta.- Soltó una estruendosa caracajada.- A ver hasta DONDE te mantienes así. Por los momentos he venido a que me cures el hombro.- El guerrero se despoja de la capa púrpura que cubría los hombros del mismo, exhibiendo una espantosa herida.

Por un instante, Aménebis pensó en negarse, pero su deseo y necesidad de curar, así como el inmenso respeto que sentía por las artes curativas, siempre sobrepasaban cualquier sentimiento en su corazón.

Está bien – dijo Aménebis – permítame ver la herida. La joven se acercó y lo examinó. Era la peor lesión que haya visto en toda su corta vida. – Sí, tengo lo necesario. Por lo pronto, debe lavarse con agua tibia.- Ordenó la chica.

Umm. Si que tiene carácter la curandera. Bien. Espero que no planees nada más, niña. ¡Ah! Necesito proviciones para todos mis hombres. ¡Eh, Tú! – llamó la atención de la joven madre de la muchacha – Trae lo que ésta chica necesita y HAZLO RÁPIDO.

Temis, la madre de Aménebis corrió enmudecida, hasta la hoguera y calentó el agua requerida. Mientras ésta hacía la labor, los ojos lascivos y despiados del hombre hurgaban bajo las faldas de la mujer.

Parece que me abasteceré de más cosas de lo que había imaginado – pensó en voz alta el hombre.

No se atreva ni siquiera a mirarla de nuevo.- la mirada de ella parecía un puñal a punto de ser lanzado hasta el corazón del guerrero.

Por lo visto es algo tuyo. Ahh, ya sé. Es tu madre.

Sí. – Su respuesta fue seca y contundente. Temis le trajo el cántaro con el agua tibia, al que Aménebis colocó yerbas medicinales. Le indicó al hombre, que se despojara de la armadura para poder comenzar el tratamiento.

Recuerda, chiquilla. Si haces algo fuera de lo que es tu trabajo, o sea, curarme, afuera hay miles de hombres, que separarán tu cabecita de ese cuerpecito tuyo, en lo que Zeus lanza un rayo.

No tema. Si escuchó de mí lo suficiente como para venir hasta acá y amenazar a un par de indefensas mujeres, me imagino que también le contaron que las curaciones para mí son un apostolado, o sea, lo hago sin que me importe porqué o a quién.

Bien, niña. Cierra tu boca y trabaja.- el hombre no tenía nada que decir a semejantes palabras.

Aménebis comenzó a limpiar la fea lesión que se le presentaba. Sus pensamientos sólo podían trabajar con el fijo objetivo de que su madre, su enfermo padre y ella, salieran airosos de esta situación. En los Templos de la Sabiduría en Tebas, los Sumos Sacerdotes le habían enseñado a la pupila, aparte de las ciencias curativas, que no sólo la estrategia estaba asignada para la guerra, sino para todo lo que tuviese que ver con el hombre y sus acciones. Había aprendido que conocer al enemigo, sus debilidades, le permitirían vencerlo... debía conocer a ese hombre que había irrumpido en la paz de su hogar.

Usted parece un guerrero, un soldado muy fuerte y valiente. – comenzó su estrategia de ataque - ¿Cuál es su nombre?

Soy Cresus de Tracia. Soldado del Imperio Romano, Comadante de la Quinta legión asignada para hacer una expedición a los dominios del Alto Egipto. – el hombre pareció relajarse ante la atención de la chica – No tengo problemas en tierra, pero... en el mar... Poseidón tiene una bruja, una hechicera que me ha herido en el hombro y se ha burlado de mi hombría.

¿Quién es ella? – preguntó la egipcia interesada al oir la palabra "bruja".

Esa bruja es XENA de Amphípolis. – lo dijo con toda la rabia que su enorme cuerpo podía retener.- Si en Roma se llegasen a enterar que una chiquilla de más o menos de tu edad me venció, entonces seré la burla de todos. En especial, ese engreído de César. Quizás vendrá con su discurso sobre el destino, las parcas, los caminos y toda esa sarta de estupideces que él sólo se cree. Aunque tengo que admitirlo es un buen Comandante y Estratega. Sabe lo quequiere y lo obtiene.

Umm... – pensó Aménebis – Xena de Amphípolis.

Ya había culminado sus labores curativas, cuando el macizo hombre tomó a la madre de Aménebis por la cintura obligándole a sentarse en su regazo. – Ven preciosa. Ven para enseñarte lo que es un verdadero hombre: Un Romano. – y trató de forzar un beso a la vez que la joven mujer se debatía buscando salida de la mano aprisionadora.

La joven había calculado mal sus movimientos. Al conversar con el Romano, ella quería conocer sus puntos débiles, pero éste creyó que su personalidad había sido tan admirada que le había abierto la posibilidad de divertirse. La desesperación de este descubrimiento fatal a SU error, el error de Aménebis, hizo que la joven reaacionase sin medir las consecuencias.

Suéltela. No sabe de lo que soy capaz. – le gritó con rabia.

¡Por Zeus! Ya estoy convencido que visitaré el templo de Atenea, para preguntarle cual fue la ofrenda que dejé de llevarle, para que se cruzaran en mi camino sólo chiquillas odiosas. Primero Xena y ahora... Por cierto, ¿Cuál es tu nombre?

Soy Aménebis. Y si no sueltas a mi madre, seré tu pesadilla por el resto de tus días.

El padre de la joven, quien yacía enfermo, tomó fuerza de donde no tenía y le pidió a su hija que tuviera prudencia y que callara.

Suelta a mi madre, Bastardo. – la joven casi lanzaba chispas de rabia por sus ojos.

La soltaré cuando termine de pobrar esta fruta.- al decir esto, levantó la falda de la joven mujer y ... la chica saltó como una fiera salvaje hacia Cresus, pero los hombres que acompañaban al Capitán, casi la detuvieron en el aire.

¿Eres ruda, no? Veamos si te mantienes así ante esto - llamó a uno de los guardias y le ordenó que sujetase a la mujer. Con su mano derecha, desgarró el vestido de Temis y se levantó el faldellín de su Armadura. La mujer luchaba ferozmente. Aprovechando un breve descuido de los guadias que la sujetaban, Aménebis se soltó de ellos, corrió hasta Cresus, pero uno de esos mismos guardias, le propinó un golpe tan fuerte que cayó al suelo inconsciente. Su cabeza comenzó a sangrar.

¿La mataste? – Preguntó, aunque su atención estaba dirigida a la faena que mantenía con la madre de Aménebis. – Gracias, le has hecho un favor a Roma. Un egipcio menos. – y continuó violando a Temis, haciendo caso omiso a los gritos desgarrados de la mujer.

El padre de la chica se levantó de su lecho, utilizando las últimas fuerzas que le habían dejado la enfermedad que padecía. Trató de liberar a su mujer de tan terrible suplicio, pero uno de los guardias, desenvainó su espada y le atravesó, matándolo instantáneamente.

Una vez culminado su "placer", Cresus se irguió dejando a una semi-inconsciente Temis sobre el lugar en que la había poseído.

Umm. No me habían dicho que las egipcias eran tan... – y soltó una carcajada de cinismo. – Gracias, preciosa. Yo seré el último hombre del cual recibas un regalo.- sacó de su cinto un dorado puñal y lo clavó en el pecho de la mujer.

El ejército de cruel romano, saqueó la villa y se alejó tal como había llegado: "Como una nube de arena".

Los sonidos empezaron a filtrase a través de una espesa oscuridad. Aménebis trataba de tomar conciencia de su cuerpo. Un agudo sonido le taladraba los oídos. La cabeza parecía estar fuera de su lugar, pero el dolor era intenso. Al fin, pudo distinguir la luz en la habitación y su vista se fue enfocando lentamente, mientras parpadeaba. La primera visión fue espeluznante, deseó haberse quedado ciega... su padre yacía muerto a poca distancia de su madre, quien estaba totalmente desnuda... muerta. La joven se acercó lentamente, tomó un trozo de lienzo y lo puso sobre el cuerpo inerte de su madre, tratando de cubrir parte del horror del momento. En el pecho de la mujer, estaba un puñal de oro con la insignia del que Ahora se había convertido en su peor enemigo: Cresus de Tracia."...

Y esa es toda la historia – concluyó su relato Xena. - ¿Ahora entiendes la actitud de Aménebis? - Gabrielle estaba lívida. No decía una sóla palabra, sólo pensaba en el dolor tan grande que debía sentir su amiga. Se podía imaginar todo el odio que tenía reservado Aménebis en su corazón. - ¿Gabrielle?, ¿Gabrielle?, ¿Estás allí?

Por supuesto, Xena. Es que aún estoy sorprendida por tanto horror por el que ha tenido que pasar Aménebis.

Bueno, Gabrielle. Precisamente, te contaba esta historia, porque Aménebis me ha pedido que le ayude a entablar una batalla contra Cresus, o que le ayude a trazar una estrategia de ataque.

No, Xena. No puedo permitir que te aventures a una batalla en la que podrías salir nuevamente mal herida. Además, creo que ella no debe tomar la venganza en sus manos. En la vida cada cual recibe lo que siembra. Todos iremos a un Juicio, estoy segura de que éste... Cresus, no se salva de una fea muerte, y eso por hablar de un castigo terrenal. Al morir: Pués, directo al Tártaro.

Xena sabía que su Bardo tenía razón, pero no podía negarse a su amiga. Ella le comprendía perfectamente, después de todo, la guerrera tenía un pasado bien oscuro.

Mira, Gabrielle. Me complace mucho que puedas mantener el control ante todas las cosas, eso es admirable. Pero pequeña, trata de entender. Te puedes imaginar una situación, pero nunca sentirás el verdero dolor. Yo lo sé, porque lo he vivido. Por favor, sólo tenemos que guiarla y defendernos de cualquier ataque.

La joven Bardo, lo pensó por un momento. A su mente llegaron los dolorosos recuerdos de Pérdicas, su esposo muerto.

Xena...recuerda que yo también he vivido cierta clase de dolores, pero al final, aprendí que no debemos convertirnos en jueces y verdugos a la vez. Sin embargo, gracias a ella es que estás de nuevo aquí y que puedo mirarte nuevamente esos maravillosos ojos azules que me recuerdan al cielo. – El rubor tiñó las mejillas de la alta guerrera.

Bueno...¿Entonces, Qué dices? Te cedo la última palabra – esto era algo que jamás en otros tiempos hubiese hecho la guerrera. Pero era una lección recientemente aprendida.

Sí. Acepto participar. Pero prométeme que esto no se convertirá en algo personal.

¿Algo personal? – Preguntó extrañada Xena.

Sí. Algo personal. Porque César tiene que ver mucho con esta historia y la venganza de Aménebis. Prométeme que será sólo por consideración, apoyo y amistad.- No esperó la respuesta de la guerrera - Porque tú, cada vez que escuchas el nombre de CESAR, pierdes ese frío control que te hace ser la mejor guerrera del Mundo Conocido y entonces... – Xena no le dejó continuar.

De acuerdo, Gabrielle. Te prometo que esto no será "personal". Será como tú lo digas. – Abrazó con ternura a su Bardo. La promesa hecha a su amante, era una palabra de honor. Se cuidaría aún más. No quería dejar a su pequeña sola... jamás.

Gabrielle recordó el motivo inicial por el cual, habían llegado hasta la cabaña de las amazonas. Pensó en bajar un poco la tensión de los últimos días y levantó su cabeza hasta mirar los ojos de su guerrera.

Xena, ¿Por qué no animamos a las chicas a que continuenos la celebración de su unión? Aménebis necesita descansar. Bueno... en realidad, TODAS necesitamos estar relajadas. – La Bardo le insistía a Xena.

Umm,... No sé, Gabrielle. No creo que sea momento para festejar. Lo importante ahora es preparar la estrategia y mantenernos en forma.

¡JA! ¿Y crees que con tantas preocupaciones nos mantendremos en forma? Por favor, Guerrera "Malvada", de seguro un pequeño descanso no nos dañará. Podemos empezar a trazar el plan mañana temprano y ya en la noche estará listo.....Por favor, ¿sí? – la miraba con ojos traviesos y pícaros. Mirada a la que Xena jamás podía negarse. La guerrera podía resistirse a todo, pero cuando se trataba de Gabrielle cambiaban todos sus esquemas.

Está bien, está bien. Hablaré con las muchachas, a ver si están de acuerdo.

No, no, no. De eso me encargo Yo. – le refutó la Bardo.- Cada quién con lo suyo. – Saltó a abrazar el cuello de la guerrera, le estampó un rápido beso y salió corriendo a buscar a sus amigas amazonas, esto no le dio tiempo a Xena para que reaccionara. Ella adoraba estos arranques infantiles de su Gabby.

Muy cerca del río, se encontraba la amazona egipcia. Aménebis, después de debatirse en sus recuerdos, se había decidido ha hablar con Aglaé y abrirle su corazón. Giró sobre sí, para dirigirse a la villa y ubicar a su amante, cuando ésta la sorprendió con su llegada. La egipcia le sonrió abiertamente. Aglaé casi agradeció a los dioses, por el evidente cambio de ánimo de su amante. Sí, volvía a ser la misma persona que amaba.

Aménebis, tomó la mano de la griega y:

Aglaé, pequeña. Tenemos hablar. Creo que éste es el momento perfecto para que sepas lo que ha venido angustiando mi cabeza. Ven, acércate, abre tu mente y escucha...

... Y esa es toda la verdad, mi amada. Eso es lo que aún me atormenta y debo resolverlo – culminó de decir Aménebis.

La joven griega, ahora pudo entender toda la presión a la que había estado sometida su amante. Aunque en el fondo, pensaba igual que Gabrielle. Sin embargo, Aglaé seguiría a la amazona egipcia, hasta el mismo Tártaro, si fuese necesario.

Las amazonas estaban calmadas, recostadas plácidamente sobre la espesa grama. Aglaé mantenía su cabeza sobre el vientre de Aménebis, cuando apareció una muy sonriente Gabrielle.

Hola... – La Bardo se detuvo a respirar. Estaba fatigada por la carrera que había emprendido en busca de sus amigas.

¿QUÉ LE PASÓ A XENA? – Preguntó incorporándose de un salto la joven egipcia. Esto hizo que Aglaé cayera abruptamente hacia un lado. La chica había salido disparada.

Espera, espera. No se alarmen. No le sucede nada a Xena. No hay ningún problema – apenas podía decir alguna palabra entre cada respiración. Aglaé se puso de pie, sobando la parte posterior de su cabeza, el golpe la había tomado de improviso.

Al menos debiste tener la delicadeza de avisarme que pondrías de pie, ¿No lo crees? – Le riñó a Aménebis.

Uuyyy, perdón, cariño. Es que al ver que Gabrielle parecía alterada, temí por la salud de Xena.

Ahhh... Gabrielle. Si no es por Xena. Entonces ¿Por qué corrías? – le preguntó Aménebis.

Estuve hablando con Xena y recordé que no habíamos continuado con la celebración. Ese había sido el objetivo principal de nuestra visita....¿No creen?

Gabrielle,... yo... yo no creo estar en condiciones de continuar con celebraciones. Verás... tengo algo que decirte, es una historia que... – fue interrumpida por la Bardo.

No. No te moleste en contarme nada, ya Xena lo hizo y decidimos que te ayudaremos... aún cuando te advierto que no estoy de acuerdo en que debas tomar venganza en tus manos. Pero es lo menos que podemos hacer, en nombre de esta amistad que nos une.

Aménebis recibió con agrado y alivio las palabras de su amiga. La ayuda de la Princesa Guerrera, le garantizaría la victoria ante Cresus. Ahora estaba segura que lo haría polvo.

Entonces, ¿Qué dicen?, ¿Celebramos? – Preguntó nuevamente Gabrielle.

Yo creo que deberíamos tomar la idea de Gabrielle. Todos estros días han sido de mucha angustia y necesitamos liberarnos de nuestras presiones.

Sí. Eso es lo que pensamos Xena y yo. Vamos egipcia, bien que necesitas ese descanso.

La amazona lo meditó un momento, pudo notar que la idea le había agradado a su amante y por complacerla, muy a pesar de no estar muy convencida, aceptó.

De acuerdo, Gabrielle. Hoy tendremos una celebración. Habrán bebidas, comida y la mejor música, claro... Yo me encargo de eso. – Convino la egipcia.

Ante estas palabras, Aglaé y Gabrielle, se abrazaron y comenzaron a saltar de alegría. En ese instante apareció la guerrera.

Ya veo que la Bardo se salió con la suya, ¿eh?

Miraron a la circunspecta guerra y rieron en coro.


Cada uno estaba en lo suyo. Gabrielle y Aglaé estaban junto a la estufa preparando los platos que comerían en la cena. Xena y Aménebis se encargaban de decorar la estancia.

Xena, ¿Recuerdas aquella bebida que te preparé, cuando nos encontramos en Alejandría?

Seguro. Estuvo excelente... Bueno, es lo que pude recordar algunos días depués. – Y se estremeció. Vaya que si estuvo bien. La puso a dormir dos días completos hasta que despertó con un dolor de cabeza tan fuerte que parecía que el mismo Cerbero estuviese ladrando dentro de su cabeza.

¿Qué te parece si la preparo para esta noche?

Perfecto. Ahhh, pero trata de que esta vez no sea tan "espirituosa" ¿Quieres?

Estaban ya en medio de su celebración muy divertidas, riendo, conversando. Gabrielle narraba las aventuras de su héroe favorito: Xena. La guerrera, escuchaba atenta y silenciosa, le encantaba escuchar sobre los sentimientos de su Bardo y cómo los plasmaba en los pergaminos, ahora leídos en la sala ante sus amigas.

Aménebis y Aglaé, ya habían bebido mucho. Xena le advirtió en su momento a la egipcia, los síntomas posteriores al exceso de la misma.

La joven egipcia, comenzó a hacer cosas que en un estado normal, nunca se hubiese atrevido. Le pidió a Gabrielle que le recitara una de sus poesías. La Bardo, encantada ante tal solicitud, trató de recordar alguna que retratara el sentimiento existía entre Aménebis y Aglaé.

Al fin, su mente le proporcionó el tan buscado verso y comenzó a recitar. La egipcia, al escuchar tan profundas palabras, miraba embelasada a la brillante Bardo. Era maravilloso cómo su amiga podía describir con palabras todo lo que "ella, Aménebis de Tebas" sentía por Aglaé.

La griega, quien igualmente observaba, no pareció gustarle mucho la idea de que otra persona (aún siendo Gabrielle) le recitase poesías a su amante. Observó la cara de Aménebis y se enojó aún más al notarla fascinada.

Aglaé no pudo esperar que Gabrielle concluyera su interpretación. Sus celos la dominaron y los efectos "posteriores" de la bebida, anunciados por Xena, no le ayudaban a controlar su creciente temperamento. La chica estaba enojada y celosa. Se puso de pie como pudo y se colocó al frente de su amiga Bardo.

Oyehe..Ruubiiaa...- decía Aglaé, apenas entendible – Ten cuiddaado con lo que dehhseass.- trataba de decir una muy ebria amazona

¿Qué?, ¿Qué dices Aglaé? - por supuesto, Gabrielle no podía entender lo que quería decirle la joven. Xena poniendo su mano cerca de su boca le hizo señas a su joven Bardo, indicándole que ambas chicas se había pasado de tragos.- Ahhhh...Ven Aglaé. Sientate y relájate, antes que tengamos que levantarte inconsciente del suelo.

El estado de celos de Aglaé estaba tan exacerbado, que a todo lo que dijera su amiga le encontraba un sentido amenazador para su relación con Aménebis.

Pueshh noo me shiento...sssii, ya she lo que quieress. Vas a asher usho de tusss trucoss de barrddo para conquishtarr a mi egipcia, ¿Sherto? – La joven amazona se estaba poniendo un poco agresiva. – Puesh, nnno te lo voy a perrhmitirr. Tu seráhss Bardo, pero sho shoy Guerrera..- Estas últimas palabras las dijo a la vez que se colocaba en un "extraña" posicion de combate.

Xena y Aménebis, sólo observaban divertidas tan cómica situación. Era obvio que Aglaé estaba reaccionando de esa forma, producto del exceso de tragos. La amazona, en realidad se desahogaba de tan largos días de autocontrol. Estaba claro que con quien ella quería discutir, era con su amante.

Es suficiente Aglaé. Ven conmigo – decía Xena, con una expresión adusta, pero sus ojos confesaban lo divertida que se sentía con la situación.

La joven amazona, hizo caso omiso a estas palabras y trató de dar un golpe a Gabrielle, perdiendo el equilibrio terminando en los brazos de la Bardo. Xena, de un salto estaba ya junto a su amante. Gabrielle estaba serena, sabía que Aglaé no estaba en sus cinco sentidos. – Está bien, Xena. Estoy viva. Puedo manejarla.- Trató de tranquilizar a la guerrera y juntas la pusieron de pie. Aglaé no se detuvo sino que siguió molestando a la rubia.

¡Connfiesssa, ruubbia. Di que vinnishte hasta aquíi, sholo para conquishtarr a MI EGIPSHIA!!! – La joven se tambaleaba.

Aménebis, quien también había tomado, yacía sentada a una esquina de la mesa. No quería hacer, ni decir nada porque sabía en el estado en que se encontraba ella misma y no deseaba cometer una estupidez. Sin embargo, ya le comenzaba a molestar la actitud de su amante, así que decidió actuar.

¡AGLAÉ! – La llamó con voz fuerte – ¡ES SUFICIENTE, YA!- se dirigió hasta ella y la tomó por un brazo. La joven griega no se dejó llevar, sino que sacudió su brazo soltándose del agarre de la egipcia.

¡NO ME TOQUESHH, EGIPSHIIA! Ya veo quee eshtass de acuerddo con ella.

Aménebis estaba apunto de estallar. Su rostro estaba tenso y su expresión fría, pero éste ocultaba, lo realmente molesta que estaba.

Ya es suficiente, Aglaé. Ven conmigo. Estás borracha.

¡YO NO SSSTOYY BORRASHA! – gritaba Aglaé – Allí vashh de nuevo, defffendiéndola – y señalaba hacia una estupefacta Gabrielle.- Ashí eszz todo el tiempppo, TODOSH te quieren para ellosshz y a ti eso te gustaa. Te complashe. Te agrada que YO sufffra por tí. Me tratas como un caballo....¡NO! A elloshz le dásh másh cariño – y comenzó a llorar, mientras las palabras se desbordaban sin control – Ya no me quieresss, eso esh ¿Verdadd? ¡Te quieresss deshacer de mí!

¡YA BASTA, AGLAE! ¡YA DEJA DE DECIR TONTERÍAS! ¡ME TIENES HARTA CON TUS IDEAS LOCAS DE QUE TODOS ESTÁN ENAMORADOS DE MÍ! – Aménebis había caído en el juego sin darse cuenta. Se dejó llevar y en su estado, ya no podía controlarse - ¡TUS CELOS ME VAN A MATAR UN DÍA DE ÉSTOS! ¡SI ME VEN O ALGUIEN SE ACERCA HASTA MÍ, YA DICES QUE ESTAN TRATANDO DE CONQUISTARME!, ¡SI TRATO BIEN A LAS AMAZONAS QUE VIENEN PARA SER EXAMINADAS, PIENSAS QUE ES PORQUE TENGO ALGO CON ELLAS!, ¡VES FANTASMAS EN CADA ESQUINA!, ¡SI ME LEVANTO PENSATIVA O SERIA, YA CREES QUE TE HE DEJADO DE QUERER¡, ¡¡¡ME VAS A VOLVER LOCA!!!! – Esta última oración la dijo con los ojos abiertos de par en par y haciendo un movimiento de desesperación con sus manos.

Sí. Era cierto que Aglaé celaba mucho a su amante, pero Aménebis había exagerado en sus palabras. La bebida había afectado su sentido común, un tanto sucedía con Aglaé quien no paraba de hablar, de quejarse.

Ahh, sí. Ahora me dices que te vuelvo loca. ¿Por qué no me lo dijiste en el momento en que nos unimos y nos hicimos pareja? ¡ Ves, ya te cansaste de mí!... ¡Seguro que es por una de esas amazonas que te vienen a consultar!

¡YYAAAAA! ¡Razón tenían en mi ciudad!, ¡Eres una niña malcriada, una inmadura! – Aménebis decía cosas que ella no sentía realmente. El odio, la sed de venganza, el rencor y el miedo de perder a quien amaba, a Aglaé, se volvieron en su contra. Estaba desahogando toda su ira contra la joven griega.

Xena y Gabrielle, quienes escuchaban divertidas, al principio, comenzaron a mostrar preocupación. Esta discusión se estaba saliendo de control. Si seguían así, eran capaces de cometer alguna locura. La guerrera trató de calmarlas, pero le fue inútil. Aménebis estaba muy agresiva y no escuchaba razones.

No me toques, guerrera. Yo no voy a cumplir tus deseos ciegamente como lo hace esa pequeña niña inmadura – y señaló hacia Gabrielle quien estaba cada vez más sorprendida.

La guerrera sabía que Aménebis actuaba de esa manera, y decía esas cosas, producto de las presiones que había sufrido los últimos días, per aún así, no pudo evitar pensar en darle su merecido a la amazona.

Aménebis, sin ninguna conciencia de lo que estaba desatando, continuó con su ataque, esta vez con Gabrielle.

Tú, que vas por allí, profesando el amor y la paz,... por favor!, Son porquerías – señalaba a la Bardo con su dedo - ¿Por qué no mantuvistes tus "absurdas ideas" cuando Callisto asesinó a Pérdicas? ¿Dime que no quisiste a travesarle una espada a esa hija del Tártaro, cuando viste a tu esposo sangrando en el suelo?

Gabrielle no de cía una palabra, algo extraño en ella. Los recuerdos que esas frases le trajeron a la memoria, no eran muy gratos, sin embargo, eso era algo que la joven rubia había superado. La Bardo no quiso discutir, sabía que sería inútil que su amiga entrara en razón, así que prefirío darse media vuelta e ir a la cocina.

¿Adónde vas?, Huyes porque sabes que tengo razón. – Aglaé dentro de su incoherencia etílica, se molestó mucho por el trato que le dispensó Aménebis a su amiga la Bardo y le reclamó

¡Dejha de moleshtarla, ella no ttienne la culppa de que tú no me quierash! – Esto contradecía lo que en su momento dio inicio a la discusión, pero era de entenderse, la mujer estaba borracha. – Y para quen no tengash que dishimularr conmmigo,... Me VOY, TE DEJO – eso dijo y salío rápidamente de la casa.

La Bardo, quien estaba controlándose y tratando de hacer caso omiso a la discusión, no pudo evitar oir la amenaza de la amazona griega y temiendo por lo que pudiese ocurrirle a tan avanzadas horas de la noche, fuera de la casa, corrió a detenerla. Xena, al notarlo, le hizo una advertencia para qe no le buscase, que era mejor que ambas (la pareja) estuviese separada una de la otra por esa noche. La rubia, pensando en el bienestar de Aglaé, le reprochó:

Xena, pero le puede suceder algo. Déjame, por lo menos, ver hacia adónde se dirije.

Esta bien, Gabrielle. Yo no pensaba dejarla indefensa, quédate aquí que yo iré a cersiorarme. – Se asomó y pudo ver que la griega entraba, tratabillando al establo. – Bien – pensó la guerrera – me lo hará más fácil. Llegó al establo y esperó a que sus ojos se acostumbrasen a la oscuridad del ambiente. Lo primero que pudo ver, hizo que no pudiese coontener la risa: Aglaé, estaba llorando desconsoladamente, abrazada al cuello de una Argo inquieta. Le contaba sus penas, como sí ésta fuese una persona que pudiese entender la retaíla de semipalabras que la griega decía entre llanto y llanto. – Lo siento, Argo.- pensó Xena – pero tendrás que hacerme ese favor. Te prometo que mañana te libro de esa loca.- la guerrera cerró y aseguró las puertas del establo por fuera, esto con el fin de que la amazona no pudiese salir. – Después de todo, no es tan incómodo dormir en el heno, lo sé por experiencia propia. – Y se encaminó a la cabaña nuevamente.

La guerrera, al abrir la puerta de la cabaña, se asombró al distinguir a Gabrielle sola, sentada al fondo de la sala.

Gabrielle ¿Dónde está Aménebis?- La Bardo, exhausta y casi dormida, al escuchar la voz de su guerrea, se espabiló y contestando a su vez con una pregunta.

¿Y qué pasó con Aglaé, la encontraste?

Sí, Gabrielle, tranquila. La dejeé llorando sus penas con Argo. Compadezco a mi animalito – le dijo con una sonrisa pícara.

¿QUÉ? ¿EN EL ESTABLO, CON ARGO? – Gabrielle no aguantó la idea de semajente imagen y al mismo tiempo, las dos mujeres soltaron la carcajada.

Aseguré la puerta por fuera – decía entre risas – así no tendrá a dónde ir... si quisiera.

Mañana temprano, irás a buscarla.

¿Y qué haces acá sola? ¿Aménebis? – recordó su pregunta inicial.

Ella está en su habitación. Tuve que llevarla a rastras. No podía mantenerse en pie, la tumbé en la cama, le quité las ropas y la cubrí con una manta. UUFFF, espero que mañana despierte con un aspecto mejor que con el que la acabo de acostar.

Ummmm, Con que quitando ropas, ¿Eh? – dijo Xena, muy insinuadoramente.- Y...¿ Tendrás fuerzas como para quitar las de cierta guerrera oscura?. Gabrielle estaba agotada, pero cuando se trataba de amar a su guerrera, siempre estaba dispuesta. Se acercó lentamente, hablándole a cada paso.

Tengo fuerzas para eso y mucho más.

Ven y demuéstramelo.- Dijo Xena, mirándola con ojos seductores, a la vez que retrocedía, a medida que Gabrielle se acercaba. Xena, con su cuerpo, empujó la puerta de su habitación, tropezó con la cama y calló pesadamente boca arriba sobre ella. Los ojos de Gabrielle chispearon de deseo, al ver tan apetecible imagen: Su guerrera, alta y fuerte, esperándola ansiosamente sobre la cama. La joven Bardo, sin esperar más, se lanzó a sus brazos y se fundieron en un ardiente beso. Al separar sus bocas, Gabrielle abrazó a la guerrera por la cintura y se pegó aún más a ella.- ¿Te duele la herida?.

Ummm, ¿Qué herida?... – Su voz era ronca de pasión.

QUINTA PARTE

Ya era de mañana, La guerrera y su Bardo estaban levantadas. Xena, revisandolos mapas y Gabrielle, preparando el desayuno. De pronto, La rubia se acuerda de su amiga.- ¡Aglaé!. Debo ir a sacarla del establo.- Xena mordió un pedazo de pan de Centeno y le dijo a su pequeña:

Noooo, déjala un rato más, vamos a ver si así aprende a no ser tan malcriada.- Gabrielle sonrió, pero aún así salió a buscarla. Al llegar al establo, la Bardo no pudo contener otra carcajada, su amiga estaba acostada junto a Argo, abrazada a una de sus patas. Gabrielle buscó con su mirada y halló un tobo lleno de agua, lo tomó y lo vació sobre Aglaé .

¿¡Ahhhh!?, ¿¡Qué, qué pasó!?.- Decía la griega sorprendida por el frio contacto del agua en su cara. Se quedó un instante, tratando de hubicar, de tomar conciencia del lugar donde e encontraba.- Gabrielle ¿qué pasó?, ¿Qué hago aquí tirada en el heno?.- Mira a su rededor.- ¡Y AL LADO DE ARGO! – La yegua le saludó con un relincho. Aglaé trató de ponerse de pie, pero esa extraña sensación que repiqueteaba en su cabeza, se lo impidió - ¡Auch!, ¡POR TODOS LOS DIOSES!, creo que Argo me pateó en la cabeza.

No fue Argo querida amiga, fue todo un cántaro del famoso jugo que prepara la egipcia.

Por Zeus, no recuerdo nada. Amiga, ¡POR FAVOR!, Dime, qué más hice.

Ja, pués prepera tus oidos, formaste todo un espectáculo – Aglaé se sostuvo de Gabrielle y mientras llegaban a la cabaña, le contaba todo.

No puede ser , juro por Artemisa que nunca más abuso de esos jugos- Dijo Aglaé, con su mano sosteniendo su cabeza – Xena, al reconocer la voz de la amazona griega, se puso de pie y se dispuso a prepararle una infusión de hierbas que le ayudase a recuperar su talante habitual.- Buenos días, amiguita. – le saludó la guerrera muy divertida - ¿Le diste muchos problemas a Argo?

Ja, ja. Muy divertido.

Bebe esto, te hará sentir mejor.

La joven tomó el recipiente que contenía, un aromático líquido humeante que Xena le ofrecía y sin preguntar lo bebió hasta el fondo. Ya cuando hubo terminado de beber, notó que Aménebis no les acompañaba y recordando lo que le había contado Gabrielle, pensó que su egipcia se había marchado también.

¿Y mi egipcia? ¿Qué pasó con ella? ¿Dónde está? – Preguntó angustiada.

Esta en su habitación, Aglaé. – Respondió la Bardo.- Anoche, después de que te retiraste, casi se desmaya. Gracias a Zeus que me he estado ejercitando, porque si no... hubiese parado en el suelo con ella. Apenas pude arrastrarla hasta la cama... – la chica dejó a la Bardo con la palabra en la boca. Salió presurosa hasta la habitación. Quería cerciorarse de que la razón de su vida estuviese allí.

La griega, al llegar a la puerta, no pudo evitar paralizarse y deleitarse ante la hermosa visión que se le presentaba. Allí yacía Aménebis, profundamemte dormida. Las mantas por un lado y sus ropas desperdigadas por toda la habitación. La egipcia estaba completamente desnuda. - ¡Guuaau! – pensó la griega.- ¡Es tan bella! – Aglaé estaba acostumbrada a ver a su amante desnuda, pero ese momento era sublime. Muy pocas veces podía ver a la morena mujer, indefensa, libre de toda barrera. Continuó contemplándola y recordó una de las tantas razones por la cual se había enamorado de ella. La miraba intensamente, como queriendo memorizar cada detalle de esa mujer alta, casi como Xena, piel canela, ojos claros, grandes y redondos, pintorescos, del color de una avellana. Recordaba su mirada, profunda intimidante, penetrante, seductora; cualquiera que callese en ella, podía estar toda la vida navegando en los mares de misterio que ésta ofrecía. Miraba su cabello, esa larga cabellera negra, tan suave y sedosa como el manto de los dioses. Ese cuerpo, tan fuerte y delicado a la vez, era un verdadero regalo.

Sin apartar la vista de su amante, Aglaé se fue acercando, hasta que se acostó junto a ella. Podía escuchar la suave respiración de su sueño. Disfrutando del dulce aroma que emanaba su cabello, se durmió abrazándola.

No había pasado mucho tiempo, cuando una agradable sensación familiar hizo despertar a Aménebis. Esta sin darse cuenta, se había colocado detrás de su joven amante, cubriéndola con un dulce y protector abrazo. Fue abriendo sus ojos lentamente, y a medida que iba tomando conciencia, más agusto se sentía. Muy a pesar de los acontecimientos de la noche anterior y los de los últimos días, sus cuerpos reaccionaban solos ante el contacto.- Cuanto extrañé tu calor quemando mi cuerpo – pensaba la egipcia – sentir tu suave piel, respirar tu fresco aroma. – Perdida en estos pensamientos, continuó acariciando su cabello y todo su cuerpo. – Puedo pasar la vida entera acostada junto a ti y no sería suficiente.- ante estas palabras, la joven griega se despertó lentamente. Un murmullo de placer salió de su garganta, al reconocer la voz y el cuerpo que la envolvía. Abrió sus ojos y una avellanada mirada se encontró con un plácido reflejo gris. El instante se hizo eterno, y rompiendo el letargo, se obsequiaron un profundo beso.

Bueno días, mi Wardy – dijo Aménebis al separarse de la tan dulce boca.

Bueno días, mi egipcia.

Las mujeres se abrazaron, esta vez con más fuerza que nunca.

Xena había enviado a Gabrielle por las amazonas, el día comenzaba a transcurrir y tenían que trabajar. El abrazo de las amantes, fue interrumpido por el sonido de la puerta al abrirse y la voz de Gabrielle.

Aménebis, Aglaé ¿Están despiertas? – La chica había accedido a la petición de la guerrera, un tanto apenada por interrumpir un momento especial entre sus amigas. Pero xena tenía razón, era necesario comenzar cuanto antes.

Las mujeres, tendidas en el lecho, realmente podían pasar todo el día como estaban, pero...

Adelante, Gabrielle – dijeron al unísono. Ambas chicas estaban levantadas y Aménebis colocándose algunas ropas.

Gabrielle se turbó realmente, ante lo que vió. – ¡Rayos! Si que fui inoportuna – pensó- lamento molestarlas, chicas. Pero es que Xena dice que es hora de empezar a trazar el plan.

Las amazonas, quienes había notado los nervios de la Bardo, trataron de calmarla.

No hay porblema, Gabrielle. Ya estábamos por levantarnos. Además, Xena tiene razón, no debemos esperar más. En un momento vamos, sólo permítannos darnos un buen baño.

Si, seguro – contestó la rubia – ya nosotras lo tomamos muy temprano. Entonces, las esperamos. – Se dio media vuelta y regreso hasta dónde estaba su guerrera, quien no pudo evitar preguntarle qué le sucedía al darse cuenta del cambio de color en las mejillas de la Bardo.

¿Qué pasó, Gabrielle? ¿Acaso viste algo por error? – Preguntó la guerrera bromeando con su pequeña.

Ya, Xena. No te burles. Me gustaría ver tu cara ahora, si hubieses sido tú, quien interrumpe... bueno, un momento como ese.

¿Y cómo estás tan segura que interrumpiste un momento como ese?

Ya está bien. Ocupémosno de lo que nos apremia. – Comenzó a revisar los puntos que había trazado la guerrera, en un muy completo mapa.

Detrás de una gran piedra, bajo la inmensa oscuridad de la noche, cuatro figuras comenzaban a ejecutar un plan. Aménebis se encontraba muy calmada, totalmente segura del triunfo. Le acompañaban Xena, la Princesa Guerrera, quien le había ayudado a trazar un plan impecable; Gabrielle, una verdadera Reina Amazona y Aglaé, Amazona y razón de su existencia ¿Qué más podía desear? Todo le saldría perfectamente.

Aménebis, si no queremos que los guardias nos sorprendan debemos llegar hasta la tienda de Cresus, por la parte plácida del río – apuntó Xena.

Sí. Vamos.

Los pasos del plan, eran impartidos a través de señas y susurros. Las cuatro mujeres se introdujeron en las frías aguas y comenzaron a nadar en silencio. Aménebis, como cabecera del grupo y Xena, cubriendo los flancos y la retaguardia.

La egipcia, con un puñal de oro entre sus dientes, nadaba rápida y silenciosamente. Toda su concentración estaba comprometida, debía ejecutar perfectamente su plan, sin que eso representase un excesivo derramamiento de sangre.

Llegaron hasta una espesa ribera, al otro lado del río. Sin esperar dilación, Aménebis se dirigió directamente hasta la tienda del Comandante.

Sigilosamente, se acercó por un extremo y rasgó la lona con el dorado puñal. Con años de práctica y las enseñanzas de Aglaé en el arte de la cacería, acechó a su presa. – Ya es tas en mis manos – pensó. Por un momento, dudó de la identidad del hombre que estaba al otro extremo. La imagen que ella guardaba en su memoria era muy diferente a la que sus ojos veían. Este era un ser sumamente obeso, calvo y de aspecto cansado, todo lo contrario, al ser prepotente y despiado, al que ella había ido a matar. Cuando estuvo a punto de regresar sobre sus pasos, confundida y decepcionada, se percató de algo que la detuvo al instante: Una horrible cicatriz se distinguía sobre un grasoso hombro izquierdo. – Sí. Es él, el Cresus de Tracia.

Como un gato salvaje salto hacia él, lo tomó por la espalda y le colocó la filosa daga en la garganta.

El hombre, evidentemente sorprendio, soltó la pieza de pollo que estaba enguyendo y casi se atraganta con la que ya masticaba.

Hola, Bastardo. – Lo dijo con voz insinuante, irónica y llena de odio, a medida que presionaba la daga contra su tráquea.

Con un rápido movimiento, se colocó a horcajas sobre el romano impidiendo cualquier acción del mismo. El hombre todavía no podía entender de qué se trataba todo esto.

Aménebis, con la mano que mantenía libre empujó el hombro derecho de su enemigo y apretó aún más la daga contra él.

Mírame ¿Me recuerdas? MÍRAME.- la chica no esperó la respuesta.- ¿Recuerdas, 15 inviernos atrás, cuando una chiquilla malcriada te obsequió esa fea herida en el hombro, e hizo que buscaras los servicios de una joven curandera egipcia? ¿Una que además, de obligarle a curarte, saqueaste su villa y le arrebataste el tesoro más grande que poseía: Su Madre?

Cresus aún no podía comprender. Había cometido tantos delitos en su miserable vida, que no recordaba ninguno en específico.

¿Qué? Si te hice algo, no lo recuerdo. Ni siquiera reconozco tu cara. La verdad, preciosa, no me detengo a aprenderme los rostros o los nombres de quienes sirven a mis objetivos.

¡MIRAME BIEN, MALDITO! Soy Aménebis de Tebas, la curandera que te salvó la vida, la que te curó el hombro. ¿Recuerdas esto? – y le señaló la daga que lucía el emblema de Cresus.- ¿Lo recuerdas? – Enseguida, los recuerdos llegaron en tropel a la mente del romano.

Sí. Ya te recuerdo. Eres la chiquilla egipcia, pero... yo ví cuando mi guardia te asesinó... ¿Cómo?...

Digamos que Isis me dio una nueva oportunidad y no la pienso desperdiciar...Por cierto, ¿Sabes que tenemos una amiga en común?: Xena, la Princesa Guerrera. La misma que me ayudó a trazar el plan y llegar hasta ti.

¿Xena? Pero, si he escuchado el rumor de que Galmut la había liquidado.

Pues, NO. Está esperando afuera a que yo culmine mi pequeña visita de cortesía. Vengo a dejarte el último obsequio que podrías recibir de una egipcia. Y al igual, que lo hicieras una vez, te quitaré tu tesoro más preciado: Tus joyas – en esta última frase, podia distinguirse todo el rencor que tenía guardado por años. Saboreó el dulce sabor de la promesa de una venganza cobrada.

Por segundos, el guerrero se sintió aliviado, pues pensó que sólo era una ladronzuela más. El romano fue sorprendido por la aplicación de unos precisos puntos de presión que paralizaron todo su cuerpo, pero que mantuvieron su mente consciente. Con horror pudo ver a qué joyas se refería. La chica levantó la tunida del hombre.- Esta misma sensación de terror e impotencia que SE que estás sufriendo, la padecí yo en los instantes en que tus guardias me tenían inmóvil, mientras yo veía la monstruosidad de la que eras capaz. – Con la misma daga, aquella que hacía unos segundos apuntaba la garganta del hombre, rápidamente cortó sus......

El hombre no pudo gritar, la parálisis se lo impedía – ¡Ah! Y vengo a devolverte algo que te pertenece, puedes confiar en que te lo he guardado muy bien. Con esta arma mataste a mi madre, la enterraste en su pecho, ahora te la devuelvo de la misma manera como se la obsequiaste. – Y sin más, la enterró con todas sus fuerzas en el corazón del romano, a la vez que lo miraba fijamente a los ojos. La venganza se había consumado.

Lo extraño, para dentro sí, era que la satisfacción de la venganza sólo había durado unos pocos instantes. Al mirar a un hombre, acabado por los años de desenfreno y maldad, ensangrentado bajo la ación de sus manos..., no supo porqué, pero sintió que todo había sido en vano. Estaba vacía.

Mientras Aménebis, seguía su parte del plan, las tres mujeres trataban de impedir que los guardias se percataran de la presencia de la egipcia en la tienda de Cresus.

Xena, vigilaba un extremo del campamento, sin perder de vista todo el entorno. Gabrielle y Aglaé, se encontraban a sólo unos cuantos pasos de la tienda del Comandante. Uno de los guardias, se acercaba sin razón aparente hasta la tienda. Aglaé, temiendo que fuese descubierta la egipcia, saltó de improviso sobre el desconcertado soldado, dejándolo inconsciente en el piso. En ese instante, otro de los guardias, quien venía a poca distancia, al percartarse de la figura de la joven que se alejaba a esconderse, disparó una flecha contra ella, la que le atravesó un costado.

La chica se detuvo por un segundo por el impacto de la flecha, pero inmediatamente reanudó su marcha hacia donde se encontraba Gabrielle y Xena. La guerrera, al ver tan nefasta sorpresa, salió de su escondite y liquidó al guardia que había herido a la joven griega.

Aglaé, no le sostuvieron las piernas y cayó de rodillas frente a Gabrielle. La Bardo la sostuvo y Xena corrió hacia ellas.

Xena – dijo Gabrielle – la flecha entró por el costado. Creo que.. – la griega le interrumpió.

Espera, rubia. Sé qué hacer en estos casos – le pidió a la guerrera que rompiera el extremo de la flecha y se empujó contra el piso, empujando la estaca. La chica tomó la flecha y de un tirón le sacó de su pecho. Los colores desaparecieron de su rostro, la sangre comenzó a salir como un delgado hilo rojo.

La joven, sacando sus últimas fuerzas, se puso de pie con la ayuda de Gabrielle. En ese instante, vieron una conocida figura que se acercaba lentamente. Su rostro no expresaba sentimiento alguno.

Aglaé, al distinguir a su egipcia entre las sombras, caminó hacia ella, pero Gabrielle trató de impedírselo. La Bardo con la mirada le preguntó a la guerrera que debía hacer. Esta muy conciente de que la herida de la griega era mortal, miró a su jovenrubia y le susurró: Déjala, no hay nada que podamos hacer, la flecha atravesó su corazón.

Se escuchó la voz de alarma:

Mataron al Comandante – era una voz masculina a todo pulmón. – Los asesinos deben estar cerca. ¡RETIRAAAADAA!

Aglaé, con una sonrisa extraña, se acercaba hasta una ausente Aménebis. A pocos pasos de ella, la chica se desplomó y la egipciá la atajó en el aire, ésta despertó de su letargo.

¿Estás cansada, mi griega? Ya todo está consumado. Ven, ponte de pie. Tenemos que uir. Estás sudando (toca la sangre de la joven) - trató de poner de pie a su joven amante. Lo logró, pero con un poco de dificultad.

Xena y Gabrielle, estaban lívidas, sólo esperaban la reacción de Aménebis cuando ésta se percatase que el sudor o el cansancio de su griega, no eran tales. Xena atinó a decir:

Huyamos. Los soldados comenzaron la retirada y no deben encontrarnos en los alrededores.

Sólo habían recorrido un pequeño trecho, cuando el peso del abrazo de Aglaé a la amazona egipcia, se hizo más insoportable y no pudiendo más... se desplomó a su lado, casi llevándosela con ella al suelo.

Vamos, resiste, Mi Wardy. Ya vamos a llegar, ya vamos a descansar. – Y comenzó tratar de incorporar a la griega. – Xena, por favor. Ayúdame a poner de pie a Aglaé, está muy cansada, se está durmiendo y yo ya no tengo fuerzas para levantarla. Ayúdame.

Xena sólo observaba la escena con mirada triste y en silencio. Gabrielle, colocó su mano sobre la boca, acallando el llanto, y girando hacia la guerrera, le abrazó y dejó que sus lágrimas rodaran libremente.

La egipcia, al ver desesperada que su amiga guerrera no actuaba, no le ayudaba con su griega, trató de levantarla por sí sola, pero no pudo, la chica estaba sumamente pesada.

Vamos, mi Wardy. Tenemos que escapar... sé que estás agotada, y nunca has tenido problema para quedarte dormida en cualquier parte, pero... por favor... ayúdame... ponte de pie... debemos regresar a casa. – La egipcia comenzó a desesperarse al no recibir respuesta alguna. Al fin, Aglaé abrió los ojos lentamente.

Siento mucho sueño... déjame dormir... te prometo que mañana, te despierto con un beso... como siempre... pero ahora, por favor... deseo dormir... estoy cansada. – Y con una sonrisa, "se fue".

NO. NO PUEDES DORMIR AQUÍ. HACE MUCHO FRÍO Y A TI TE GUSTA DORMIR MUY ACURRUCADA. – Comienza a estremecer a la griega para que despierte. Aún no caía en cuenta, o no quería admitir, que la chica había muerto.

Yo la cargaré y tú ve con Gabrielle, pero debemos escapar – a Xena no le quedó otro remedio, que tomar en brazos a la griega y partir rápidamente hasta la villa. Allí resolverían mejor lo que se le presentara.

Con profunda tristeza, la alta guerrera con la griega en brazos, corrió río abajo, seguida por las otras dos mujeres.

Ya habían pasado dos marcas de velas, desde que llegaron de su accidentada campaña. Todo estaba en silencio. Aménebis, con la mirada perdida, pero fija en la imagen inmóvil de su amante, esperaba a que ésta despertase de su "sueño".

Xena y Gabrielle, buscaban las palabras adecuadas, para hacer entener a su amiga que Aglaé no dormía... había muerto.

La guerrera meditaba profundamente sobre los hechos que habían traído como consecuencia la escena que estaban viviviendo. Desde el mismo momento en que no había tenido el valor y la confianza de decirle a su Bardo, sobre el acecho de su enemigo Galmut, su casi inminente muerte, la venganza de Aménebis, la fidelidad hasta la muerte de Aglaé y ahora... la soledad de su amiga. ¿Qué hubiese hecho su Bardo, si fuese ella (Xena) la que estuviese en esa cama sin vida? Al menos, la joven griega había tenido la oportunidad de escoger el acompañar o no a su egipcia, en cualquier circunstancia que se le presentara, pero esa opción se la había negado a Gabrielle al ocultarle sus acciones, cosas de su pasado. Esto le impedía que la Bardo madurara como persona y quizás como guerrera.

Aménebis aceptó el regalo que su griega le ofrecía: Su compañía y su apoyo. En las buenas y en las malas. Ella (Xena), protegía tanto a la rubia, que a veces no le permitía elegir y eso era ser egoísta.

La joven griega, con su sacrificio, le había enseñado a la Princesa Guerrera, que en el amor no hay temores y barreras, sino que el perfecto amor derriba el temor.

Lentamente se acercó a su amiga y le susurró:

Aménebis. Debemos preparar a Aglaé, para que se ponga en paz con los dioses.

¿De qué hablas, Xena? No entiendo. – Se pone de pie y se sienta al lado de su Wardy – Pequeña, despierta. Ya has dormido mucho. Después te levantas de mal humor y riñes conmigo, porque no te desperté temprano. Por favor, escúchame... Wardy... no me dejes así... dime algo... no te vayas. Es mi culpa, otra vez es mi culpa. Abre los ojos y dime que no partirás. Ellas dicen que has muerto, pero yo sé que no es así... NO QUIERO QUE SEA ASI... NO TE VAYAS... ¿POR QUÉ?, ¿POR QUÉ? AHORA QUE HARÉ YO SIN TI... ¿QUÉ HARÉ CON LA SOLEDAD DE CADA DÍA?...Me transformé en lo había aprendido a odiar, en un ser sin sentimientos, frío. Que no le importó a quien se llevase por delante con tal de satisfacer su capricho. Te llevé a la muerte, mi griega. No pensé en tí, no te cuidé, no te protegí ni siquiera de mí mismo odio. Perdóname, porque yo no puedo. – Al fin rompió en llanto, al dejar que la razón tomara nuevamente el dominio de sí.

Xena, ante tal demostración de sentimiento, extendió sus manos hacia su Bardo y la abrazó fuertemente. Se había hecho la íntima promesa que eso jamás les sucedería a ellas dos, ni a lo que sentían ambas. Había sido una lección muy dura que aprender para todas.

Las vendas aromatizadas y embebidas en el líquido para embalmar, envolvían completamente el cuerpo que quien había sido el sol de egipcia. Aménebis, muy calmada y totalmente concentrada en el ritual de momificación, oraba ante sus dioses egipcios ancestrales, por la intersesión del alma de su amada hasta el mundo de los muertos. Oraba a su muy idolatrado dios Anubis, para que éste tuviese compasión y sólo viese las hermosas acciones que en vida había tenido su pequeña. El aroma a incienso, mirra y los ungüentos para el ritual, invadían la estancia privada donde se llevaba a cabo el funeral. Xena, aún respetando los rituales que llevaba a cabo su amiga, le preguntó:

Aménebis. Si Aglaé era griega, ¿Por qué le efectúas un funeral egipcio? Quizás pueda necesitar, igualmente, un funeral griego, para que su alma descanse en el lugar que le corresponde como griega e hija de Dioses griegos.

Amiga. Cuando mi pequeña y yo nos hicimos pareja, en una ocasión en que conversábamos de nuestras castas, ella m expresó su deseo de que si fallecía antes que yo, yo le hiciese un funeral con las costumbres y los diose de mis antepasados. Me dijo que su amor por mí era tan grande, que mis diose serían sus dioses y ella me esperaría en el lugar al cual yo iría después de morir.

En una gran fuente se nota reflejada la imagen de Aménebis que efectuaba las ofrendas a los dioses. La figura que observaba con beneplácito el ritual, era la diosa egipcia Isis. Esta, al sentirse conmovida por la historia de amor que habría escuchado de los labios de la mortal Aménebis, decidió darle una oportunidad de regresarle a su amada.

Mandó llamar a Anubis, dios de los muertos, al cual le solicitó que ya que tenía el alma de la que se llamaba Aglaé, lista para embarcarla al mundo de los muertos y efectuarle el juicio a su corazón, éste accediera a devolverla a la tierra.

¿Y qué ha hecho esta mortal, Aglaé, para merecer tan gran favor vuestro? – Preguntó el dios con cabeza de chacal.

La mortal, siendo sus antepasados y ella, griegos y por lo tanto, sometidos a los designios de sus dioses, decidió "POR AMOR" abrazar la adoración a los dioses de su amada Aménebis, quien siempre ha sido muy devota a Nosotros, sus dioses ancestrales.

Bien. Pero te sugiero, muy respetuosamente, que le impongas una condición...

Argo descansaba en el establo, después que su dueña, le hubiese peinado y aliemtado con avena y heno.

Xena y Gabrielle, dormían plácidamente, una en brazos de la otra, en espera del nuevo día, para partir hacia otras aventuras.

Aménebis, después de una larga batalla con el insomnio, al fin quedó rendida. Dormía, en el lado que había escogido descansar al unirse con su guerrera griega. El lugar de la joven estaba vacío.

Su sueño se volvió agitado. Entre nubes, apareció la deidad adorada siempre por ella: Isis. Habló:

Hija. Me aparezco en tus sueños, para decirte que estoy muy complacida con tu lealtad hacia nosotros. Por eso, he querido hacerte un obsequio. Sé cuanto amabas a esa mortal griega y por lo tanto, en premio a tu constante e inquebrantable fidelidad, hemos decidido volverla a la vida. Pero existe una condición. Nuestra condición es, que ella no recordará nada de su pasado junto a ti, ni por supuesto, los acotencimientos que le llevaron a su muerte. Deberás conquistarla de nuevo, sin mencionar jamás ninguno de éstos hechos. Si deseas encontrarte con ella, una vez que llegue tu hora, la mortal deberá solicitar el ritual egipcio, tal como lo hizo la vez primera, por su propia voluntad. Pero recuerda... Nunca deberás revelarle los acontecimientos que llevaron a su primera muerte, ni vuestro pasado juntas y mucho menos, imponerle nuestra adoración. Ella debe solicitarlo desde su corazón... – la imagen de la hermosa diosa, se fue desvaneciendo en una densa bruma – Recuerda... desde su corazón – y desapareció.

La joven egipcia, despertó sobresaltada, con la respiración entrecortada. Se levantó como un rayo de Zeus y fue a despertar a sus amigas. Irrumpió bulliciosamente en la habitación donde dormía Xena y Gabrielle. La guerrera, por años de dormir a campo abierto, bajo la presión de cualquier peligro latente, desenvainó su espada como si la hubiese sacado del aire y la colocó sobre el pecho de la joven egipcia sin percatarse de que era su amiga.

Cuidado, Xena.- gritó Gabrielle alarmada, al distinguir quien era la persona que estaba al otro extremo de la espada de su guerrera – Es Aménebis. Guarda la espada.

Uff. Disculpa, Aménebis. Pero deberías saber que a mí no se me puede despertar de esa forma. – se excusó la guerrera.

No hay problema. Pero es que debo contarles algo increíble que me acaba de suceder. Se me apareció Isis, diosa de todos los egipcios. Me decía que me había otorgado un regalo. NO PUEDEN IMAGINAR DE QUÉ SE TRATA. – esperó la obligada pregunta, pero las amigas, sólo se miraban entre sí y a su vez, le daban miradas de extrañeza a la egipcia – Mi DIOSA ME DIJO QUE AGLAE VOLVERÍA A LA VIDA. QUE VOLVERÍA CONMIGO, SÓLO TENGO QUE CONQUISTARLA DE NUEVO... ¡SOLO ESO! – las amigas comenzaron a sentir pena por la egipcia – PERO...¿y si no se enamora de mí?, ¿Y si...?... No..., esto ha sido sólo un sueño. Esto ha sido producto de lo que ahoga la ausencia de mi griega. De la necesidad de que esté conmigo, de que esté junto a mí. – Los ojos de Aménebis se apagaron nuevamente y quedó en silencio mirando el piso de la habitación.

Sí, Aglaé. Eso debe ser - Decía Gabrielle, quien se acercó hasta la egipcia y la abrazó, consolándola - Ya ve a descansar amiga, mañana será un nuevo día. Le acompañó a su habitación, y se cercioró de que se acostara nuevamente. La Bardo regresó a la cama con su guerrera. - Estoy preocupada, Xena. Dices que debemos partir mañana y yo veo a Aménebis, aún muy desajustada y desconsolada. No creo que deberíamos marcharnos todavía, ¿No crees?

Sí, Gabrielle, creo que tienes razón. Quizás debemos quedarnos unos días más, a ver cómo evoluciona nuestra amiga. Sé que estas heridas requieren muchísimo tiempo, pero vamos a tratar de ayudarle en estos días a que su soledad no se le haga tan pesada. Luego partiremos hacia Amphípolis, mi madre puede esperarnos unos días más.

Los días habían transcurrido velozmente y había llegado la hora de partir de ambas mujeres. La egipcia se encontraba ya de un mejor talante, aunque la tristeza por la ausencia de su amada la tenía grabada en su corazón.

Gabrielle terminaba de empacar algunas cosas necesarias para el viaje. Xena conversaba con Aménebis, dándole algunos consejos finales y diciéndole que si en alguna oportunidad, se le ofreciese algo, no dudade en ubicarla con su madre en Amphípolis o enviar un mensajero que la ubicase. Ellas, acudirían de inmediato a su llamado.

La egipcia, escuchaba atentamente las palabras de su amiga. Ambas, estaban sentadas en la mesa de espaldas a la puerta de entrada. La misma sonó varias veces. Alguien llamaba.

Gabrielle – le dice Xena – averigua quien llama.

Si es alguna de las amazonas de la villa, que vienen para ser examinadas, dile que regrese luego. – Dijo Aménebis, un tanto incómoda por la despedida de sus amigas.

La joven Bardo, se dispuso a abrir la puerta.

Buenas, vengo a ver a la curandera egipcia. – Se escuchó una voz muy conocida. La cara de Gabrielle era de indescriptible sorpresa.

Me informaron que ella vivía en esta villa. Bueno... la persona que se dignó al fin a hablarme. – Aménebis, enseguida se puso de pie y giró al reconocer aquel inolvidable timbre de voz. Pero, quedó de pie, muda ante la sorpresa. Ninguna de las mujeres en la habitacón se dignaba a pronuncia palabra alguna. El silenció era atenasador.

¿Es alguna de ustedes? – Preguntó mirando los asombrados rostros de cada uno de ellas. Gabrielle, rompió el embarazoso silencio.

Hola, soy Gabrielle de Potedia, ella es Xena, La princesa Guerrera y ella... - la joven interrumpe.

Mi reina, al fin le conozco en persona. Usted es una leyenda entre nosotras. – Le hizo una reverencia - ¡Ahhh!, Ella es la famosa Princesa Guerrera, Xena. Ephiny me ha hablado mucho de ti.

Que bien, pasa adelante Aglaé. – Dijo la Bardo.

¿Cómo sabes mi nombre? – Preguntó extrañada la chica.

Umm. Bueno, ya que eres de la tribu de Ephiny... de Corinto y bueno... este... ese nombre es bastante común entre... ¿No es así? – Y miró a Xena como justificando su indiscresión.

La verdad es que no he escuchado mi nombre en otra amazona, pero sí, me llamo Aglaé y pertenezco a su tribu, mi reina.

Aménebis, sólo podía mirarla y mirarla. Su cuerpo sólo temblaba, sin atinar moverse. Pensó: "Es cierto, no fue un sueño. Realmente mis dioses le han devuelto la vida...Pero... Debo reconquistarla...Al menos, la tengo aquí, cerca...y... vino buscándome...¿Qué hacer?... ¿Qué decir?"

¿Por fin? ¿Alguna de ustedes sabe dónde puedo ubicar a la curandera?

Ah, sí, sí. Es ella.- Dijo Xena señalando a Aménebis.

Cuando la joven griega se encontró con esos ojos avellana, sintió como si un rayo enviado por el mismísimo Zeus, le hubiese atravesado. Su piel se erizó por completo y una extraña sensación en su estómago tomó control de ella.

"Como que cupido a utilizado alguna de sus flechas conmigo... es la única explicación a..." – Pensó la griega. Se había prendido instantánemente de la amazona egipcia. Había algo en esa mujer, a la cual ella no podía resistirse.

Aménebis se acercó lentamente hasta la "visita" y le dijo:

Bienvenida a... esta casa. Estoy completamente a tus órdenes – y su pensamiento dijo: "Quien llega a mi casa, llega a mi vida. Bienvenida, mi Wardy. Ahora todo será igual, pero diferente... te lo prometo. Gracias Isis. Has cumplido tu promesa. Yo cumpliré la mía y además, tienes mi eterna devoción y agradecimiento".

La joven amazona griega, exhibía una sonrisa contagiante. Y despegándose del hechizo momentáneo hacia la egipcia, dijo:

Al atrevesar su villa, me ha sucedido un hecho curioso. Toda aquella persona a la cual yo me acercaba, se alejaba de mí huyendo, como si se tratase de un fastasma. ¿Alguien me podría decir, a qué extraña circunstancia debo atribuir este hecho? Disculpen, pero no entiendo.

Las tres amazonas, se miraron y comenzaron a reir a carcajadas, acompañadas por la cómica mirada de desconcierto de la "nueva" huésped.

Fin


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