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Disclaimer: Estos personajes no me pertenecen, son exclusivos de Universal Studios/USA, no persigo ánimo de lucro ni remuneración alguna.

Avisos: Para aquellos que no estén de acuerdo con el amor entre dos mujeres, que se pierdan de mi vista :-( y para aquellos que lo acepten me alegra encontraros aquí :-)).

Dedicatoria: Se lo dedico con muchisimo cariño a Ara y su amiga, por haberme dado ese empujoncito para seguir y animarme tanto. Y además, a todas la gente que me ha escrito pidiendo que siga escribiendo, gracias, sobre todo por tener paciencia conmigo.

Correo: gioconda91@hotmail.com 



UN MUNDO GOBERNADO POR GUERREROS
(Continuación)

Autora: Elora Danan Xenagab.

Ares andaba distraído por el Olimpo y mientras buscaba a Afrodita pensaba en las palabras de la chica. Si fueran verdad, él no podía echarle nada en cara, en primer lugar porque Gabrielle no le había prometido nada y en segundo lugar porque la amaba, sí, no podía ignorar ese segundo hecho. La amaba más allá de las palabras y los actos, como nunca hubiera creído amar. Una noche estuvo a punto de hacerse pasar por Xena para yacer con ella en el lecho, pero la respetaba demasiado para hacer tal calaña. Ahora todo eso no le importaba, su prioridad era salvar la vida de su protegida y velar por su seguridad.
El dulce sabor del chocolate blanco le hizo saber que se encontraba cerca de donde fuera que estuviera Afrodita. Ella solía tomar baños en ese potingue y a Ares le repugnaba. Frunció el gesto asqueado y paró frente a la tina. Afrodita estaba distraída y no se percató de su divina presencia.
- Hermanita, ¿cuándo vas a dejar de meterte en ese potingue?.- Afrodita pegó un respingo al escuchar la áspera voz de su hermano.
- Ares, por mi divinidad, no me des esos sustos. ¿Es que quieres que te fulmine con un rayo?.- Ares rió con suficiencia.
- Que más quisieras.- Refunfuñó divertido.
- ¿Cómo es que no estás con la bardo?.- Preguntó curiosa.
- De eso mismo te quería hablar. Necesito ambrosía.- Fue directo al grano el dios.
- ¿Ambrosía?, ¿para qué?. Espera un momento, ¿no pretenderás hacer inmortal a la bardo, verdad?. Sabes que eso es antinatural...- Ares torció el gesto meditabundo.
- Solo quiero salvar su vida. Tiene Tuberculosis y no quiero arriesgarme a perderla.- Afrodita encogió la nariz mientras se reía pícaramente.
- Quien lo diría, el dios de la guerra enamorado de una simple bardo.- Ares se río con sarcasmo.
- No olvides Afrodita que ya no es bardo, ahora es guerrera.- Sentenció el dios, empezando a perder la paciencia.
- Vale, vale, no empieces con tu humor, cualquiera diría que estás en esos días...- Al ver el gesto de Ares, Afrodita apareció a su lado totalmente vestida y peinada y con una sonrisa triunfal.- Bien, te voy a dar la ambrosía, pero solo si prometes que será íntegramente para la bardo, nada de jugarretas Ares.- Indicó la hermosa diosa con el dedo índice.
- Tienes mi palabra divina.- Afrodita lo miró irónica.
- No me sirve de nada, pero la aceptaré. Además no me importa que Gabrielle sea diosa y me haga compañía en el Olimpo, estoy tan sola.- Inquirió en tono desenfadado.
Afrodita se encaminó hacia un pequeño cofre que tenía en su recamara y lo abrió pronunciando unas palabras mágicas. Miró la sabrosa y esponjosa ambrosía, que guardaba en gran cantidad por si alguna vez la requería, y la tocó suavemente con la yema de los dedos. Suspiró por su perdida y pellizco un trozo para la bardo. Luego volvió a donde se encontraba Ares esperando.

Xena vigilaba con preocupación el sueño de su bardo. No soportaba verla enferma, le hacía recordar aquellos momentos en los que estuvo a punto de perderla, como cuando le dispararon una flecha envenenada o cuando cogieron aquel atasco que casi termina con la vida de su adorada bardo. Esperaba que las medicinas que Cufos había preparado hicieran algún adelanto en la grave enfermedad que sufría la ahora sanguinaria guerrera. La vio esforzarse por respirar con normalidad, pero Gabrielle se estiraba como para permitir que el aire llegara con totalidad a los pulmones, era tan angustioso. La bardo tenía la impresión de que se ahogaba y solo cuando se quedaba dormida dejaba de sentir esa agonía. Xena se sentó a una lado de la cama y la observó detenidamente, grabando en su memoria cada detalle de aquel rostro. Gótitas cristalinas caían de su pálida piel y Xena siguió su curso hasta el suelo. Incluso enferma era hermosa, siempre lo sería, pensó la guerrera. Sin embargo, cuánto echaba de menos a su Gabrielle, la que le había enseñado a amar y perdonar, la que le había dado esperanza y la había enseñado a sacrificarse por los demás. Pero esta Gabrielle no era la misma, tan ausente de inocencia, tan llena de rencor y odio. Nunca hubiera creído que su bardo se convirtiera en lo que era ahora y Xena creía que todo era culpa del fantasma de Ares. Gabrielle se removió intranquila entre sueños, sus labios se abrieron como para decir algo y Xena pegó su oído a los labios de la bardo. Notó el cálido aliento juguetón sobre su oreja y agudizó el oído.
- Te odio... no quiero verte más...- Xena acarició su rostro, aun sin saber a qué se refería su bardo, pero a penada por su cruentas palabras.
- Tranquila Gabrielle, estoy aquí, contigo, yo nunca te dejaré.- Susurró Xena al oído de la agitada bardo, más esta se removió más intranquila.
- No, déjame, vete, quiero olvidarte Xena, solo eres un fantasma.- Siguió hablando la bardo entre susurros ahogados. Xena parpadeó sumamente dolida, lagrimas copiosas caían por su sonrosada y juvenil cara.
- Ya no soy un fantasma, Gabrielle, estoy aquí, puedes tocarme.- Cogió la mano de la bardo y la posó sobre su mejilla y seguidamente la besó con dulzura. Gabrielle suspiró con placer.
- ¿Por qué me haces esto?.- Preguntó melancólica la rubia entre sueños.
- Porque te quiero y nunca permitiría que cometieras el mismo error que yo, por favor, deja de hacer esto Gabrielle, sé que me estás escuchando, vuelve a ser mi bardo...- Las palabras de Xena fueron interrumpidos por la ronca y sulfurada tos de Gabrielle. Xena secó la sangre que caía por sus labios con un pañuelo y volvió a acariciarle el rostro. Gabrielle volvió a tranquilizarse y respiraba más suavemente.
- Te olvidé.- Susurró la enferma, para luego permanecer callada el resto de la fría y angustiosa noche.

Ares estaba dolido. Al fin y al cabo la chica tenía razón. Su bardo había estado acabando con los ejércitos, pero no porque quisiera gobernar el mundo a su lado, sino porque quería acabar con las guerras, de la única forma que podía, con la violencia. La idea de Gabrielle era ridícula para cualquier persona, pero a Ares le pareció un sacrificio enorme. La bardo había sacrificado todo en lo que creía por el bien de la humanidad. Había un fin inocente y esperanzador en todo lo malo que hacía. No era como Xena, no buscaba la simple satisfacción en el dolor de los demás, sino librar de sufrimiento a los demás sacrificando su espíritu. Quizás por eso Grecia la adoraba y la veía como un ángel salvador. Al dios no le importaba estas minuciosa, sí, era el dios de la guerra y por tanto era el encargado de mantener la violencia en el mundo. Pero él sabía que por más que Gabrielle hiciera, la violencia nunca desaparecería, podía disminuirla, y de hecho era lo que estaba haciendo, pero nunca acabaría con ella. Y por ahora solo pensaría en recuperarla. Después de haber descubierto los verdaderos intereses de la rubia puso rumbo al campamento. Como solía hacer, se apareció en la habitación de la bardo, era ya de día y los rayos del sol iluminaba por doquier la estancia. Dos mujeres yacían abrazadas sobre la cama, una era la chica desconocida que le daba mala espina, la otra su querida bardo. Al ver la situación no pudo evitar sentir celos y carraspeó malhumorado. La chica se restregó la cara con gesto inocente y miró al dios interrogativa.
- Ares, ¿qué ocurrió?.- Preguntó estremecida por el frío de la mañana y al desaparecer el calor del cuerpo de Gabrielle al incorporarse.
- Sal de aquí, niña, esto es algo privado, no dejaré que una mojigata meta las narices en los asuntos de un dios y su protegida.- Se quejó Ares de forma hosca, mientras de un manotazo apartaba a la chica del lado de Gabrielle y ocupaba su sitio.
- Ja, yo me quedó velando por ella, mientras tu pasabas la noche haciendo yo que sé que cosas.- Se quejó Xena malhumorada. Ares le dirigió una mirada amenazadora.
- No voy a discutir esto contigo, o sales o te saco a la fuerza.
Xena sintió temor por la bardo, pensó que quizás Ares, habiendo descubierto los motivos secretos de la bardo, se disponía a vengarse, pero, sabiendo que no tendría más elección, salió cabizbaja por la puerta. Vigilando desde fuera, vio a Ares acercarse a la bardo y acariciarle el rostro y besarle la frente con dulzura. Aquellos gestos tranquilizaron un poco los temores de la guerrera.
- Me mentiste, pero no puedo echarte nada en cara, tu nunca me prometiste nada, bardo.- Le susurró Ares, pero lo dijo suficientemente alto como para que Xena alcanzara a oírlo.- Aprovecharé que duermes profundamente para decirte esto, ya qué probablemente después de los que estoy a punto de hacer no quieras volver a verme.- Xena frunció el ceño alarmada.- Siempre me caíste mal, te odiaba, tu me habías quitado lo que más anhelaba en la vida y no podía hacer nada. Odiaba la idea de que solo con tu encanto hubieras logrado conquistar a Xena, y mírame, ahora yo también caí presa de tus encantos, de ti, de tu corazón, de tu miserable espíritu. Sí, bardo, te amo, como nunca creía poder amar, te amo de verdad. Sí, sé que piensas que es solo deseo sexual, pero te equivocas. Puede que eso fuera lo que quería de Xena, pero a ti te quiero para la eternidad.- Ares acabó su monologo y besó a la bardo, haciéndole tragar la ambrosía que tenía en sus boca.- Espero que algún día logres perdonarme.- Terminó de decir antes de desaparecer.
Xena entró alarmada en la tienda y observó a Gabrielle. Parecía, que de pronto, su palidez había desaparecido y respiraba con total lucidez. Se veía con un aspecto más saludable, como si Ares le hubiera dado nueva vida con aquel beso. Entonces se dio cuenta, Ares había dicho para la eternidad, claro, le había dado ambrosía y eso significaba que ahora su bardo era una diosa inmortal, le pareció tan estupendo, pero tan horroroso al mismo tiempo, porque sabía que Gabrielle odiaría toda una vida en el calvario que estaba sufriendo. Sin poder evitarlo, se agachó a besarla en los labios, solo los rozó débilmente, como temiendo hacerle daño y suspiró sobre ellos, luego la besó en la frente, tal y como había hecho Ares hacía un momento.
- Eres tan hermosa.- Susurró Xena. Gabrielle sonrió entre sueños y Xena arqueó las cejas extrañada.- Gabrielle, ¿estás despierta?.- Pero no hubo respuesta. Cabizbaja la joven salió de la tienda, pensando que solo había sido una vana ilusión, mientras que la bardo abrió los ojos divertida.

La guerrera rubia se levantó, se sentía realmente bien, como si el beso de la joven bardo le hubiera dado nuevas fuerzas. Una sonrisa adornaba su tranquilo rostro. Pensó en la joven, no había duda de que la muchacha sentía algo por ella, o quizás había confundido la admiración con la atracción. Miró a un lado y vio la pesada armadura a un lado, pero no le apetecía ir hoy con algo pesado, así que cogió un traje de cuero negro y se vistió rápidamente. Tenía ganas de hacer ejercicios, gastar un poco de la milagrosa energía que ahora tenía. Los hombres de su ejercito la vieron salir y uno de ellos se dirigió rápidamente hacia ella.
- Señora, será mejor que vea esto.- Gabrielle, extrañada siguió al hombre. Se imaginó lo que ocurría cuando se dirigían a la tienda de Milron. Ares había hecho bien su trabajo.- Apareció esta mañana así, Cufos cree que ha sido envenenado con sisga. ¿Qué hacemos?.
- No quiero que sus hombres sepan aun la noticia, primero quiero encontrar a los culpables.
- Si le sirve de algo señora, Megaron dice que vio salir a Rigon de la tienda poco antes de que Milron volviera de su matinal paseo a caballo.- Gabrielle no quiso expresar su alegría por lo bien que iba a su plan.
- Ya tenemos por donde empezar. Mándalo a mi tienda, dile que quiero hablar con él.- El hombre asintió sumiso.
- Sí, señora.- Gabrielle volvió a su tienda a esperar a los verdugos que pronto se convertirían en víctimas.

Xena despertó con un agudo dolor en el cuello. Se frotó con fuerza, pero unas voces la sacaron de su actividad.
- Esa bruja no has hecho una trampa. Maldita zorra.- Habló el primer hombre.
- Todo es culpa tuya, seguro que le contaste el plan a todo el que te dio la gana, cuando estás borracho no sabes lo que dices, maldito imbécil.- Se quejó el otro hombre, Xena se dio cuenta de que éste último era Lycos.
- Eso ya no importa, ahora tenemos que pensar en salir de ésta. Tenemos que descubrir quien mató a Milron. - El hombre se rascó la cabeza mientras pensaba disgustado.
- Te está esperando, maldito imbécil, no podemos ponernos a pensar un plan ahora.- El otro hombre no le hizo caso.
- Podemos matarla, sí, eso es, la mataremos, somos guerreros, eso es lo que haces los guerreros, se matan entre ellos.- El otro hombre frunció el gesto.
- Claro, cabeza hueca, y luego sus hombres nos colgarán de las tripas.- Se quejó Lycos.
- No, necesitan alguien que les dirija, alguien que no tema a nada ni a nadie, ni si quiera a los dioses, como nosotros.- Lycos recapacitó las palabras de Rigon.
- ¿Qué sugieres?, ¿que vayamos allí la matemos y luego nos hagamos dueño del ejercito?.- Preguntó disgustado Lycos.
- ¿No era ese el plan original?.- Preguntó Rigon.
- Pero en nuestro plan no íbamos a ser tan descarados.- Refunfuñó el hombre rudamente.
- Bueno, pues eso va a cambiar.- Ambos hombres salieron susurrando de las cuadras.
Xena aprovechó su ausencia para salir de su escondite. Recapacitó en todo lo que aquellos hombres habían estado hablando y corrió para advertir a la rubia, pero aunque corriera mucho no alcanzaría a los otros dos. Cuando entró por la puerta, Gabrielle estaba sobre su trono y Rigon estaba de pie ante ella. Xena entró sin el permiso de la mujer menuda y se sentó a los pies de ésta, a una lado, mirando con atención al hombre. Ambas intercambiaron miradas cómplices. Gabrielle sorprendida, no quiso decir nada, se limitó a observarla un instante, luego sonrió al hombre con comicidad.
- ¿Sabes por qué te he hecho venir, Rigon?.- Preguntó la rubia.
- No, señora.- Dijo, poniéndose en el papel de guerrero humilde y sumiso.
- ¿Sabes la noticia?.- Preguntó la joven mujer.
- ¿Se refiere a la muerte de Milron?.- Preguntó el guerrero, demostrando indiferencia con el tema.
- Así es, parece que ha sido envenenado.- Aclaró la rubia. El hombre se hizo el sorprendido.
- ¿Quién ha podido hacer tal cosa?. Milron era un buen hombre.- Dijo el otro hombre mostrándose apenado. La rubia alzó una ceja con gesto entre sorprendido y divertido.
- Oh, no lo sé.- Habló la rubia, hablando en el mismo tono triste del hombre.
- ¿Y qué queréis de mí, señora?.- Preguntó Rigon, impaciente.
- No sé, supuse que podrías decirme a quién pertenece esta bolsita de sisga.- Declaró la rubia con una media sonrisa burlona en su rostro. El hombre miró nervioso la bolsa, dándose cuenta rápidamente de que era suya. No supo si matar a la mujer o esperar a que ésta le acusara.
- No, no sé a quien pertenece.- Se limitó a contestar. No podía arriesgarse a atacar a la rubia, pues estaba también la maldita bardo, así que decidió negarlo todo.
- Vaya, me preguntó por qué estaba en tu tienda.- Habló con sarcasmo la guerrera. Xena sonreía divertida por los rodeos de su bardo.
- Alguien la pondría allí, señora.- Se defendió el hombre, mostrándose un poco ofendido.
- Megaron dice que te vio salir de la tienda de Milron, ¿también vas a negarlo?.- Gabrielle lo miró con repugnancia.
- Megaron no pudo ver nada, estaba muy oscuro.- Se defendió el hombre con ira. Gabrielle elevó las cejas con diversión.
- ¿Cómo sabes que estaba muy oscuro?.- Preguntó Gabrielle con diversión. El hombre retrocedió unos pasos, dándose cuenta que él mismo se había delatado tontamente. En un acto desesperado sacó un cuchillo y lo lanzó con fuerza hacia la rubia. Gabrielle cogió el cuchillo en un acto reflejo, dejando a Xena y al hombre pasmado. Sin embargo notó dolor en la palma de su mano, sabía que se había cortado con la hoja. Hizo caso omiso y mantuvo el cuchillo entre sus manos.
- Has fallado.- Dijo con autosuficiencia.
- Está bien, yo fui a su tienda, pero no pude echar la sisga, él llegó antes de tiempo...- Gabrielle se rió de las palabras del hombre y éste supo que no sería creído. Rigon intentó escapar, pero dos guardias le esperaban en la puerta y lo agarraron, mientras él se quejaba de que no era culpable.
Gabrielle dejó el cuchillo sobre la cama y disimuladamente miró la palma de su mano. Se sorprendió de no ver ninguna herida. Estaba segura de que se había cortado y sin embargo no había sangre. Tragó saliva extrañada. Xena, aun sentada sobre el suelo la miraba con curiosidad.
- ¿Qué ocurre?.- Preguntó. Gabrielle salió de su sorpresa y miró a la joven.
- Nada. No te he invitado a esta fiesta, nena.- Dijo seria Gabrielle desplomándose cansina sobre la cama.
- Soy bardo, no hace falta que me inviten.- Sonrió al ver la cara apesadumbrada de su amiga.
- ¿Qué tal tu brazo, nena?.- Preguntó Gabrielle divertida, pero por alguna razón realmente preocupada por el estado de la chica.
- Bien, y deja de llamarme nena.- Se quejó Xena, simulando estar enfadada.
- Como quieras, nenita.- Xena refunfuñó y la rubia sonrió divertida.
- ¿Cómo te encuentras tu?.- Preguntó Xena, aunque era obvio que la rubia estaba en un estado inmejorable. Gabrielle la miró con el ceño fruncido.
- Bien, tus golpes no sirven ni para derrotar a un perro sarnoso.- Contestó con gesto desdeñoso.
- Pues tu mordiste el polvo.- Explicó la chica. Gabrielle le dio la espalda y se tendió boca abajo en la cama, mientras pensaba.
- Ja, no fueron tus golpes los que me hicieron morder el polvo, nena, simplemente estaba cansada.- Xena le dio la razón.
- Tienes razón, ayer no estabas muy bien.- Explicó la antigua guerrera. Gabrielle se volteó a mirarla.
- ¿A qué te refieres?.- Preguntó curiosa.
- Tenías tuberculosis.- Informó la joven. Gabrielle parpadeó sorprendida.
- ¿Cómo me he recuperado tan rápidamente?.- Preguntó, temiendo la respuesta.
- No estoy segura, quizás los remedios de Cufos te curaron o quizás...- Xena pensó en contarle lo que creía, tarde o temprano la bardo lo descubriría.
- ¿Quizás qué...?.- Preguntó ésta temerosa.
- Ares te hizo una corta visita, creo que te dio a probar ambrosía.- Explicó la joven, ante la cara de sorpresa e incredulidad de la rubia.
- ¿Ambrosía?. No, Ares no sería capaz, no sin preguntarme antes...- Miró la palma de su mano con sorpresa y cogió el cuchillo que aún estaba sobre la cama. En un gesto hosco se cortó la palma y sintió el familiar dolor, pero en cuanto hubo retirado la hoja, el dolor dejó de existir y la cicatriz ya no estaba. Parpadeó escéptica y horrorizada, mirando a la jovencita bardo, que la miraba con melancolía.
- Eres una diosa inmortal.- Explicó Xena, para que no tuviera dudas. Gabrielle negó horrorizada. Su peor pesadilla estaba allí, siempre había pensado que el peor castigo que alguien podía sufrir era vivir la eternidad y ahora le estaba ocurriendo a ella. Las lagrimas pugnaron por salir, pero ella tercamente las retenía.
- No, no puedo... no... no quiero ser una diosa, no quiero ser inmortal...- En un acto desesperado se clavó el cuchillo en el estomago y Xena se levantó rápidamente asustada por la primera impresión. Gabrielle la miró con dolor infinito y retiró el cuchillo de su estomago con un gesto estoico. No hubo rastro de sangre. Xena suspiró aliviada, pero la rubia se tiró sobre el lecho, sin poder esconder la amargura que le envargaba y lloró, lloró como una niña pequeña.
- No llores, piensa en la de cosas que podrás hacer por la humanidad ahora que eres una diosa. ¿A cuántos podrás salvar?.- Explicó Xena, sentándose a su lado y acariciándole el pelo con suavidad.
- ¡¡¡Callate!!!. No quiero salvar a nadie... solo quiero morir algún día...- Dijo esto apartando hoscamente la mano de la jovencita de su cabeza, para luego incorporarse y aferrarse a ella como si le fuera la vida en ello. Xena parpadeó sorprendida por la calidez del gesto. Al sentir la fuerza con que la rubia le abrazaba, recordó aquellas veces en las que había reconfortado a su bardo tan solo con abrazos y caricias y se dispuso a hacer lo mismo.
La bardo hundió su rostro en el perfumado cuello de la joven y suspiro con placer, pero sin dejar de sentir su dolor. Xena se estremeció al sentir el contacto de las lagrimas que contrastaban con el cálido aliento de Gabrielle sobre su piel. Suspiró extasiada, pero sin dejar de sentir por un momento el dolor de su amada. Poco a poco se fueron inclinando hasta quedar tendidas sobre la cama, ambas abrazadas y con los ojos cerrados. Xena rezó para estar así el resto de la eternidad, abrazando a su bardo de aquella forma, notando el pequeño y valiente corazón latir junto al suyo. Apretó aun con más fuerza a la rubia, que gimió de placer.
- Me encantaría vivir la eternidad si eso significaba estar a tu lado así hasta el infinito.- Confesó Xena, sin dejar de abrazarla. La bardo suspiró, empezaba a sentir algo que hacía mucho tiempo creyó haber perdido. Era quizás cariño, amistad, amor... todo lo que le había traído tanto dolor en su vida se estaba haciendo paso de nuevo en su corazón, borrando el odio a cada paso que daba.
- Te odio.- Dijo la rubia, pero sin separarse aun de la joven. Xena cerró los ojos dolida.- Me recuerdas tanto a ella y sin embargo eres tan diferente.- Confesó la rubia y Xena volvió a abrir los ojos con sorpresa. Sus labios se fruncieron hasta dejar salir media sonrisa.
- ¿Por qué estas tan resentida con ella?.- Preguntó Xena, pensando que era el momento adecuado para hablar con la bardo de ello. Gabrielle recapacitó sobre la situación en la que estaba, pero ahora no le importaba nada, solo quería desahogarse y escogió a la joven bardo para hacerlo.
- Prometió que siempre estaría a mi lado, me dijo "incluso en la muerte, Gabrielle, jamás te abandonaré".- Informó la rubia. Xena recordó sus palabras y cerró los ojos, dándose cuenta de cuál había sido su error.- Pero me abandonó.- Siguió hablando Gabrielle.- ¿Y sabes lo que más me dolió?.- Se quejó la rubia. Xena negó, incapaz de articular un sonido.- Lo hizo por propia voluntad, me abandonó a sabiendas de que había prometido no hacerlo. Rompió su promesa de la forma más ridícula que nunca imaginé y la odio por ello.- Xena comenzó a llorar y abrazó a su bardo con más fuerza.
- Quizás pensó que era lo mejor.- Habló, aunque sabía que no podía explicar jamás su comportamiento. Gabrielle bufó.
- ¿Lo mejor para quién? ¿para mí, para ella?.- Ella aulló con dolor. Xena le acarició el cabello con gesto dulce. Se zambulló en lo profundo de sus sentimientos, estudiando la verdadera razón que explicase su comportamiento y de pronto recordó cual fue el hecho de que aceptara.
- Quizás lo hizo por miedo, por temor a algo que era incapaz de aceptar.- Dijo misteriosamente la joven. Gabrielle se incorporó para mirarla. En sus ojos había una extraña expresión de curiosidad.
- ¿Cómo qué?.- Preguntó con inocencia. Xena abrió los ojos y la vio mirándola inquisidoramente.
- Quizás te amaba más allá de lo que jamás llegó a comprender.- Gabrielle sintió que el corazón se movía con una fuerza inaudita, parecía haberse revelado contra su ritmo habitual, parecía querer salirse de su pecho. Por alguna extraña razón, recapacitó las palabras de la joven bardo y supo que podía tener razón, puesto que ella misma nunca fue consciente de el punto al que había llegado su amor por la guerrera.
- ¿No crees que dos mujeres se amen sea algo antinatural?.- Xena parpadeó incrédula.
- Nunca pienses eso, el amor no discrimina por raza, color de piel, edad o sexo, el amor es así de imprevisible. Amar nunca es malo, ¿cómo podría serlo?.- Gabrielle sonrió, como solía hacerlo en los viejos tiempo, y luego se tendió junto a la bardo, reposando de nuevo su cabeza en el pequeño hombro.
- Sabes, eres muy lista para ser tan joven.- Recapacitó la rubia.
- Tuve una amiga de la que nunca dejé de aprender, cuando creía que ya no tenía nada que enseñarme, allí estaba ella otra vez, dándome una nueva lección de humanidad y humildad.- Gabrielle sintió curiosidad.
- ¿Qué pasó con ella?.- Xena tragó saliva, Gabrielle temió haber hecho una pregunta errónea.
- Se murió, pero... a veces... cuando te miro... la veo reflejada en tus ojos... tu también me recuerdas mucho a ella.- Habló Xena, esperando que la bardo no llegará a descubrir nada.
- ¿La amabas?.- Preguntó Gabrielle.
- Más que a mi propia vida, pero la dejé ir.- Gabrielle se incorporó de nuevo para mirarla.
- Yo también la dejé ir.- Xena le sonrió con dulzura y Gabrielle le respondió. Luego el silencio inundó la estancia y el día dio paso a la noche fría. Y ambas alargaron el abrazo hasta que el sol volvió a reflejarse a la mañana siguiente en sus calmados rostros.

Ares apareció a media noche en la tienda de su protegida. Lo que vio no le gustó nada, ambas mujeres yacían dormidas y abrazadas. Aborreció a la joven bardo, pero se dio cuenta de que nunca había visto dormir a su rubia amiga con la paz y la calma con que lo hacía ahora. Se sentó en el trono de Gabrielle y las miró dormir entre extasiado y envidioso. Esa bardo tenía algo extraño, algo en su forma de mirarle y de hablar que le resultaba sumamente familiar. Además era extraña la forma en que había aparecido de la nada, como un fantasma. Al pensar en esto se acordó de Xena y la comparó con la joven. Físicamente, tenían mucho parecido. La bardo era castaña y tenía los ojos más rasgados, su rostro era más dulce y juvenil, no tenía esa expresión de sabiduría y experiencia que caracterizaba a Xena. Sus rasgos eran más armónicos, casi como los de Xena antes de que Ares la tuviera bajo su protección. Lo curioso es que no le atraía para nada, por Xena sentía esa atracción que le había llevado a perder tanto, pero por esta joven ni si quiera tenía interés en ese aspecto. Quizás era porque estaba realmente enamorado. Cuando estaba por desaparecer, una extraño fulgor le sacó de su ensimismamiento. Miró a los lados y observó que la luz venía del espejo que él mismo regaló a la bardo, habiéndoselo robado a su hermana Afrodita. Ares lo observó con curiosidad y se sobresaltó un poco al ver aparecer a una viejo harapiento sobre el espejo. Miró hacia atrás, esperando encontrarlo allí, pero no había nadie. El viejo seguía en el espejo y ahora le sonreía.
- ¿Te sorprendes lo que ves?, tu que eres un dios y puedes hacer tantos milagros.- Preguntó el viejo con sarcasmo. Ares parpadeó varias veces incrédulo.
- Nada me sorprende viejo.- Refunfuñó el dios.
- Lo que tengo que decirte te sorprenderá.- Contestó el viejo serio. Ares frunció el ceño.
- ¿Qué es eso que tienes que decirme?.- Preguntó sin poder esconder su curiosidad.
- Ella, ¿no te recuerda a nadie?.- Preguntó el viejo, señalando con la mano a Xena. Ares la miró y observó al viejo con mayor curiosidad.
- ¿Quién es?.- Preguntó sin más dilaciones.
- Es una vieja amiga tuya, me sorprende que no la reconozcas.- Habló el viejo con gesto tosco.
- Déjate de rodeos, viejo y dime lo que hayas venido a decirme.- Exclamó el dios impaciente.
- Ella es Xena.- Ares miró al infinito de los ojos de aquel viejo y supo que decía la verdad.
- Xena está muerta.- Sentenció Ares.
- Lo estaba, pero ahora su espíritu es libre y ocupa el cuerpo de esa muchacha.- Explicó el viejo y su imagen empezó a distorsionarse. Ares intentó retenerlo, pero fue en vano, el viejo ya no estaba.
Impresionado por la noticia miró a la joven mujer con sorpresa. Desde un principio sintió algo respecto a ella, algo que le parecía familiar. Ella era Xena, por eso la bardo confiaba en ella. Ares se preguntó si Gabrielle lo sabría, en un principio pensó que era lo más probable, pero luego decidió averiguarlo. No permitiría que un fantasma le quitara a aquella a quién amaba con tanto fervor.

Gabrielle sintió un cálido y familiar arrullo a su lado. En un reflejo desesperado, imaginó que quien le abrazaba era Xena y que todo aquellos años desde la muerte de la guerrera había sido solo un sueño. Pero al abrir los ojos se dio cuenta de la realidad a la que despertaba. Pese a ello se mentalizó de que despertarse al lado de la joven no era una experiencia en absoluto mala. Todo lo contrario, le encantaría levantarse junto a ella todas las mañanas. Estos pensamiento la hicieron sentirse un poco culpable, quizás por traicionar el amor que siempre sentiría por Xena. Pero ahora ella ya no estaba y no podía permanecer siempre en soledad. Suspiró, sin darse cuenta, ante estos pensamientos y al hacerlo, despertó a la otra mujer. Xena se removió ronroneando entre los suaves y confortables brazos de su bardo. Por primera vez pensó en quedarse allí para siempre, en el cuerpo de la joven, junto a la guerrera, sin traer de vuelta a la antigua bardo, pero desechó esa egoísta idea. No podía hacer eso con la bardo, ella ya le había dejado atrás.
- Ehh, nena, ¿estás despierta?.- Preguntó Gabrielle con una voz dulce. Xena sonrió por reflejo, le comenzaba a encantar que la llamara "nena".
- Sí, creo que sí.- Luego bajó los ojos para mirar a la bardo apoyada sobre su pequeño hombro.
- Oh, lo siento, te estoy haciendo daño.- Se disculpó la rubia intentando incorporarse, pero Xena la trajo de nuevo hacia sí.
- No, nunca he estado mejor.- Dijo Xena con una sonrisa. Gabrielle sonrió también y se recostó de nuevo.
- Algún día tendremos que levantar.- Dijo divertida la rubia.
- ¿Quién lo ordena?.- Preguntó Xena con sorna. La rubia abrazó más fuerte a la joven. Un silencio extraño se coló entre ambas.
- ¿Por qué me besaste la otra noche?.- Preguntó Gabrielle tímidamente. Xena arqueó la ceja sorprendida.
- En parte porque me recuerdas a ella y en parte porque creo que me he enamorado de ti.- Argumentó Xena, esperando no haber cometido un error al confesarle aquello. Porque era cierto, a pesar de que amara a la antigua Gabrielle, también amaba a la nueva. Gabrielle la miró con incredulidad.
- Pero no me porté bien contigo, he sido maliciosa contigo y soy malvada, soy una asesina. ¿No te da miedo?.- Preguntó ésta.
- Quizás al principio me intimidaste, con esa forma prepotente y autoritaria de comportarte.- La bardo levantó una ceja divertida.- Pero ahora que te conozco, sé que tienes necesidades como cualquier humano, bueno, como cualquier dios.- Rectificó.
- De todas formas, sigo siendo una asesina.- Añadió la bardo con melancolía.
- Tu nunca podrás ser mala, lo sé, incluso sé que lo que haces tiene un fin inocente y bondadoso. Tu matas, pero hay un objetivo bondadoso detrás de toda la violencia.- La excusó Xena.
- No hay perdón para mí.- Dijo la bardo con melancolía.
- Claro que sí, siempre hay perdón si lo deseas, tan solo hay que pedirlo.- Argumentó Xena. La bardo la abrazó con fuerza.
- ¿Me creerías si te dijera que empiezo a sentir algo por ti?. No sé si es amistad, cariño o algo más fuerte, solo sé que has vuelto a traer ilusión a mi vida.- Xena sonrió feliz, pero su sonrisa se deshizo al ver la figura de Ares observándolas.
- Oh, encantador, ¿no tendréis un pañuelo, verdad?.- Dijo Ares con sarcasmo. Xena frunció el ceño, supo que el dios tramaba algo. Gabrielle se levantó como un resorte de la cama.
- Ares.- Gabrielle se deshizo hoscamente de los brazos de Xena, que se enfadó por el gesto de la bardo.- Voy a matarte.- Lo miró a los ojos con odio.
- ¿Te hago diosa y me lo pagas así?.- Ares disimuló estar ofendido.
- Sabes que nunca quise ser diosa, no quiero ser una inmortal y ahora vas a encontrar una manera de volverme a mi estado original.- Ordenó la rubia.
- Me temo que eso va a ser imposible, bueno, a no ser que Xena te mate, pero me temo que Xena ya no vive, ¿o sí, bardo?.- Dijo, desviando su mirada hacia Xena, que se sobresaltó por la pregunta.
- ¿Qué quieres Ares?.- Refunfuñó la rubia, atrayendo de nuevo la atención del dios.
- ¿Por qué no le cuentas la verdad, nena?.- Preguntó Ares con sarcasmo. Xena se levantó de la cama y observó la mirada extrañada y confusa que Gabrielle le dirigía.
- ¿De qué hablas Ares?.- Volvió la mirada al dios.
- Pregúntale a tu amiga.- Ares sonrió con autosuficiencia a Xena. Ésta apretó los puños con fuerza. Ahora que la bardo volvía a parecerse a su antigua amiga, llegaba Ares para estropearlo todo. Lo que no entendía es cómo Ares había averiguado la verdad. Se dio cuenta de que Gabrielle la observaba esperando que le contase la verdad.
- Yo, yo...
- Es Xena.- Terminó Ares con impaciencia. Gabrielle parpadeó y miró a la joven bardo como si fuera la primera vez que la miraba.
- ¡¡¡¿Qué?!!!.- Preguntó Gabrielle intranquila.
- Lo que oyes, la nenita es Xena.- Dijo burlonamente Ares. Gabrielle miró a Xena inquisitiva y desconfiada.
- ¿De qué estás hablando? Xena está muerta.- Sentenció secamente la rubia, sin dejar de mirar a la jovencita.
- Sí, pero parece ser que su espíritu está libre y ha tomado el cuerpo de esta aldeana.- Dijo despectivamente Ares, señalando a Xena.
- Gabrielle, intenté decírtelo, pero estabas tan cambiada...- Xena dio unos pasos hacia la rubia, Ares se acomodó, disponiéndose a ver el espectáculo.
- ¿Xena?.- La voz de Gabrielle se quebró.- Eres tu, ¿por qué?... ¿cómo?...- Preguntó desesperada.
- Escúchame, todo es tan complicado, tranquilízate...
- Debiste decírmelo...- Sugirió fríamente la bardo.
- Está claro que nuestra heroína no hace más que mentir.- Intervino Ares. Gabrielle miró al dios con ira, este no se sintió aludido.
- Iba a hacerlo, pero no sabía cómo ibas a reaccionar...- Xena dio un paso más hacia la rubia, que retrocedió asustada.
- No te acerques, Ares tiene toda la razón, no haces más que mentir.- Le increpó Gabrielle. El dios sonrió ante las palabras de la bardo y pensó que era el momento de intervenir.
- Has llegado tarde Xena, Gabrielle ya no es la niña que conociste, la has perdido, has perdido.- Ares se acercó a la rubia y colocó un brazo por su hombro.- Díselo Gabrielle, dile a quien perteneces, dile a quien amas.- Ares miró a la bardo con las cejas elevadas, la bardo tragó saliva.
- Gabrielle, escúchame, no te dejes engañar, tu le conoces, incluso mejor que yo...
- Callate, Xena, no me digas lo que tengo que hacer. Ares tiene razón, le pertenezco, es a él a quien amo, tu solo eres un error del pasado.- Habló secamente la rubia y luego se volvió hacia el dios y le besó. No pensaba en lo que hacía, tan solo quería hacerle sufrir, igual que Xena le hizo a ella.
- ¡¡¡Ares, apártate de ella!!!.- Ambos se separaron y miraron a una dolida jovencita.
- Está bien, ya me voy, pero fue ella la que me besó, recuérdalo bien, "XENA".- Ares sabía que lo que estaba haciendo no le hacía bien a nadie, ni si quiera a él mismo, puesto que sabía que la rubia no sentía más que amistad y quizás cariño por él. Con el gesto habitual, desapareció entre nubes de humo.
Ambas mujeres se quedaron mirando por un largo momento. En la mirada de Xena había dolor, impotencia pero también amor, infinito amor. La expresión de Gabrielle era árida, solo había una leve sonrisa en su rostro.
- Dime Xena, ¿qué viniste a buscar?. Pensaste: "Vaya, creo que no he destrozado por completo la vida de Gabrielle, voy a bajar ahí y la destrozaré aun más".- Gabrielle dejó que en su tono de voz se notara el sarcasmo.
- Gabrielle, volví para sacarte de este circulo de violencia en el que te has metido.- Gabrielle bufó.
- Tu me metiste donde estoy, por tu culpa perdí la esperanza, dejé de creer en el ser humano.- Xena avanzó dolida hacia la rubia.
- Yo no quise dejarte...
- ¡¡Pero lo hiciste!!, me abandonaste sin importar lo que yo tuviera que decir al respecto. Nunca te importó mi opinión.- Agregó iracunda Gabrielle.
- Eso no es cierto, lo hice porque...
- ¡¡¡¡¿Por qué?!!!!.- Gritó Gabrielle rabiosa.
- Por que prefería morir a vivir a tu lado el resto de mis días sin poder amarte.- Gabrielle parpadeó sorprendida. Xena suspiró y miró a la bardo temerosa.
- ¿Por qué simplemente no me lo dijiste?.- Preguntó Gabrielle casi en un susurro.
- Porque pensé que eso no estaba bien, te tenía a mi lado porque te amaba y te necesitaba, pero puse tu vida en peligro egoístamente miles de veces y a pesar de ello me resigne a tenerte a mi lado, incluso cuando era un calvario tenerte tan cerca y no poder tocarte, abrazarte y hacerte el amor libremente. Creí que tu nunca sentirías lo mismo.
- Fuiste una maldita zorra egoísta, siempre pensando en ti.- Le increpó Gabrielle, mientras las lagrimas caían en torrente por su mejilla.
- Dime que no me amas, dime que nunca lo hiciste y desapareceré para siempre de tu vida.- Gabrielle observó los ojos acuosos de la muchacha, sintió un dolor infinito en su pecho. Necesitaba estar a su lado, necesitaba besarla, aunque sintiera tanta ira hacia ella.
Sus sentimientos pugnaban dentro de su corazón, una parte de ella deseaba ser fría y distante, pero la parte más fuerte, solo deseaba dejar salir a la antigua Gabrielle, la que siguió a Xena en busca de miles de aventuras, la que amaba a Xena más que a nada en este mundo. Xena observaba la duda, la lucha interior en su amiga. Pero no esperó más tiempo, se lanzó sobre la rubia y la abrazó con fuerza. Gabrielle no reaccionó. Se quedó allí parada como una estatua, sintiendo el confortable y familiar calor de aquel abrazo. Una voz gritó en su interior y ella sin poder soportarlo más se aferró a los pequeños brazos de la joven.

Continuará..

 


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