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Disclaimers: Los personajes de Xena y Gabrielle pertenecen a Renaissance Pictures / MCA Universal. Sólo los he tomado prestados por un rato. Esta historieta sólo tiene como fin entretener y no pretende infringir ningún derecho de autor que MCA Universal o Renaissance Pictures puedan tener. Aunque se inspira en el capítulo "Remember Nothing" de la segunda temporada, el resto de esta amorosa historia es mío.

Gracias: a Iggy y a Chewa. Ese trío fue muy inspirador. Nacho, la escenita de "in fraganti" se quedó atrapada en mi sueño... Esta historia va por vosotros.

Se la dedico con amor y alevosía a mi ANGEL particular...

Advertencia: esta historia es "maintext". Ateos del subtext abstenerse. APTA PARA TODOS LOS PÚBLICOS y especialmente recomendada a románticos empedernidos y a pajeros mentales (como yo). No contiene fluorcarbonos que dañen la capa de ozono.

Correcciones: Iggy.

Autora: Cruella.
 

La historia está dividida en nueve escenas diferentes.


5.

Era temprano. Esta vez era Xena la que se encontraba sola, pensativa, mirando las hendiduras y garabatos que estaban grabados en la corteza de un inmenso árbol que había junto a ella en la cima de una pequeña colina cercana al pueblo.
Xena lo observaba absorta, perdida entre aquellos símbolos que podían significar toda una vida o nada a la vez.

- Es increíble ¿verdad? El poder de las palabras es tan fuerte como la magia...
- ¡¡¿?!!
Xena se sobresaltó. Estaba tan ensimismada que no había oído acercarse a nadie. Se vio sorprendida por Gabrielle que estaba a apenas un metro de ella.
- Las palabras lo significan todo. Las ves ahí escritas y te llevan al momento en el que las escribiste. ¿Hace tiempo de éstas?
Xena sonrió. Acarició unos garabatos.
- Aquí tenía siete años... Lyceus y yo nos escapamos una noche de casa. Queríamos ver el mundo cuando todos dormían. Creíamos que, cuando oscurecía, el mundo desaparecía, los árboles, las montañas, la hierba, los ríos, todo se lo tragaba la tierra. Creíamos que el mundo dejaba de existir... Cuando llegamos a este montículo, ¿ves?, desde aquí tienes buena vista... Hicimos nuestro este árbol. Lo marcamos. Al día siguiente volvimos para cerciorarnos que era el mismo árbol de la noche anterior, que no había sido un sueño...
Gabrielle la escuchaba boquiabierta. Nunca se había imaginado que aquella mujer hubiera tenido una infancia, que alguna vez hubiera sido ingenua. Aquella historia la enterneció. Mientras Xena hablaba, sus ojos brillaron de un modo especial. Por un momento, fue una niña preciosa y valiente que descubría la grandeza del mundo. Se vio a ella misma, reflejada en el rostro de esa mujer, antes de vivir su esclavitud.
- ¿Ves? Dos garabatos... ¡Cuánto significan! Y, sin embargo, lo mira otra persona y no son nada. Tú misma, si los observas largo rato, acaban por ser absurdos, por desaparecer... No son nada...
Xena se sorprendió. ¿Cómo podía decir eso ella que escribía?
- Voy a dejar de escribir. Las palabras no me sirven de nada si quien yo amo no las quiere escuchar...
En ese momento Gabrielle levantó sus ojos y la miró directamente, sin parpadear.
Xena sabía que Lyceus se había quedado dormido escuchando las historias de Gabrielle la noche anterior. Se lo había explicado él mismo esa mañana, entre divertido y avergonzado.
- Tienes que darle tiempo, Gabrielle... A Lyceus le pasa un poco como a mí, las palabras no son lo nuestro...
- No pienso en Lyceus...
¿O tal vez hablaba de Macias?
- Gabrielle, sea lo que sea lo que os lleváis entre manos Macias y tú, tenéis que aclararlo. ¡Sólo faltan dos días para vuestra boda! Por mí tranquila, no nos desposaremos...
Gabrielle se extrañó de la calma de Xena.
- ¿Por qué?
- Eso, tal vez, me lo tendrías que explicar tú...
Tenía un nudo en el pecho. Necesitaba hablar, explicarle pero no podía. Xena parecía tan ciega, tan preocupada por su hermano que nunca sería posible confesarle lo que sentía.
- Nunca debiste salvarme, Xena... ¿De qué me sirve la libertad? ¿De qué me sirve esta nueva vida si no consigo ser feliz con quien yo quiero? Tengo conciencia y me remuerde. Amo y no soy correspondida... ¿Qué he ganado?
Salió corriendo colina abajo, en dirección opuesta al poblado.
Xena se quedó petrificada. No entendía a esta chica. Parecía tan diferente de su Gabrielle...
Por otra parte, había algo que la inquietaba en sus palabras pero, sólo de pensar en la posibilidad, la avergonzaba por su hermano. No podía ser que esa pena de la que hablaba Gabrielle se la provocase ella...
En esos pensamientos se encontraba cuando un grito la puso en guardia.
- ¡Gabrielle! - corrió siguiendo los pasos de su amiga.
La vio a lo lejos rodeada de tres individuos que la golpeaban intentando desnudarla.
Xena corrió todo lo que pudo. La pelea se estaba poniendo seria y Gabrielle estaba en clara desventaja.
- ¡¡Ayayayayayayayayayayay!!
Clavó su pie en el suelo, tomó impulso y voló girando en el aire hasta aterrizar justo entre Gabrielle y el que la golpeaba. Los otros dos siguieron sujetándola con fuerza.
Cuando Xena vio la cara de su contrincante se quedó paralizada.
- ¡Callisto!
Callisto se sorprendió. Aquella aldeana morena la miraba como si la conociera.
Como saludo de bienvenida y aprovechando su aparente confusión, Callisto le propinó un fuerte puñetazo en el pecho que la tumbó.
- ¿Me conoces?
Xena la observaba desde el suelo, intentando recuperar el aliento, aún sin sobreponerse a la sorpresa. ¿Cómo podía ser Callisto una guerrera? En esa vida paralela, ella no había atacado su aldea, por consiguiente, no la había convertido en una psicópata asesina.
- ¿Hasta aquí llega mi fama? ¡¡Ja ja ja ja!! ¡¡Me gusta!!
Dijo lanzándole una fuerte patada en la cabeza a Xena.
- ¡Xena! - gritó Gabrielle viendo a su amiga en el suelo, aturdida. Intentó desasirse de los dos brutos que la sujetaban para ayudarla pero fue imposible, eran demasiado fuertes para ella.
Xena se puso de pie de un salto, le lanzó una poderosa patada lateral a Callisto pero las faldas largas que llevaba no eran las ideales para pelear. Callisto detuvo el golpe con facilidad, le sujetó la pierna en alto y, en un abrir y cerrar de ojos, descargó una tanda de golpes y puntapiés sobre Xena que la hicieron caer de nuevo.
Desde el suelo, Xena estiró su pierna y consiguió hacer caer a Callisto.
Uno de los que sujetaba a Gabrielle, se abalanzó sobre Xena y la sujetó por detrás. Gabrielle intentó soltarse entonces del otro que la tenía presa pero el bárbaro no estaba dispuesto a dejarla marchar.
- ¡Xena!
Xena consiguió ponerse en pie y, apoyándose en el hombre, dio un salto hacia atrás, girando sobre su cabeza y colocándose en su retaguardia.
El que luchaba contra Gabrielle la golpeó fuertemente haciéndole sangrar por la boca. La muchacha cayó al suelo de rodillas.
Xena, mientras tanto, empujó al otro guerrero contra Callisto, le quitó su espada y se rasgó los faldones para tener más libertad de movimientos.
Arremetió contra ellos con cuidado de no herir al guerrero que era utilizado de parapeto por Callisto. Xena lo tenía difícil para atacar a la mujer sin herir a su esbirro. Si seguía atacando de aquella manera, lo mataría. Eso no podía permitirlo.
- Vamos, chica, ¡atácame! ¿A qué esperas?
Callisto manejaba la espada hábilmente. La alcanzó en el brazo. Xena se sujetó con fuerza la herida.
- ¡Xena! ¡Cuidadooo! ¡Guf!
Cuando Xena se giró, vio a Gabrielle en el suelo, con las manos ensangrentadas aguantándose un costado. El hombre que la había herido iba ahora a por Xena, intentando atacarla por la espalda.
- ¡¡Gabrieeeeeelle!!
Paró el golpe de la espada asesina. La hizo volar lejos.
Agarró al guerreo del cuello y lo lanzó contra los otros dos.
Callisto pudo haberlo esquivado, pudo haber parado el golpe pero empuñó su espada a través de su escudo humano y esperó el impacto del cuerpo del otro hombre. Le hundió hasta el puño el hierro con una inmensa sonrisa y un brillo maléfico en la mirada.
El que hacía de parapeto se apartó de ella empujándola.
- ¡Estás loca! ¡Lo has matado! ¡Era de los nuestros!
- Está claro que ya no lo es... ¿Quieres seguir su camino, amigo?
El hombre negó con la cabeza, asustado.
- ¡¡Pues coge tu espada y mátala!!
Xena, mientras, había ido junto a Gabrielle. Sangraba mucho. Tenía que llevársela de allí antes de que fuera tarde. De pronto notó un fuerte dolor en la espalda, a la altura del hombro derecho. Le ardía. Se giró. Tenía al hombre sobre ella, dispuesto a matarla. Le dio un cabezazo que lo derribó.
- Uno menos, querida... ¿Crees que podrás deshacerte de mí?
Ahora sólo quedaba Callisto y aún no había vertido ni una gota de sangre.
Luchó contra ella utilizando todos los trucos que conocía para agotar a su contrincante y vencerla sin lastimarla. Pero Callisto era buena y no estaba herida. Xena estaba empezando a sentirse mareada. Su brazo no le respondía como era de desear. Y el tiempo no estaba de su parte. Si al menos su hermano las echase en falta y apareciera... No sabía cuánto tiempo podría aguantar las entradas de la mujer...
- No está mal para una aldeana... Pero, ¿de verdad no sabes hacerlo mejor? ¿No sabes jugar a matar?
Todo giraba ante sus ojos: Gabrielle en el suelo, desangrándose, la colina, el árbol de su infancia... Sus golpes ya no tenían fuerza y Callisto parecía divertirse jugando al ratón y al gato.
- Ui, ui, ui, ui... ¡Pobrecita! ¿Estás malherida? ¡Vamos! La rubita tenía más empuje que tú. ¿Qué pasa contigo?
Gabrielle abrió los ojos. Vio a Xena pálida, muy pálida, apenas aguantándose de pie. La otra mujer se reía.
- Vamos, Xena... He oído hablar de ti... Tú sabías hacerlo mejor... ¡Tu Gabrielle se va a morir!
Xena reaccionó. ¿Cómo podía saber Callisto...?
- Tú no eres Callisto. ¡Yo no te he hecho!
- Cierto... Tú no me has hecho... Todo lo que soy se lo debo a Cortese y a cierto dios... Pero no me quites méritos, soy yo, ¡Callisto!
Gabrielle se arrastró hacia ellas aprovechando que la mujer estaba distraída y de espaldas.
- ¡Ares!
- Caliente, calienteeee...
- ¿Qué quieres, maldito? - gritó Xena, lanzándole un golpe con sus últimas fuerzas.
Gabrielle estaba cerca de ellas, se levantó como pudo.
- ¿Tan difícil es de entender? - parando el golpe - No sé porqué pero te quiere, Xena... Aunque yo le demostraré que soy mejor que tú... ¡No le haces falta!
Callisto le entró con furia. Xena apenas pudo parar el golpe. El filo de la espada le hirió en la pierna. Cayó de rodillas ante la mujer. Callisto vio a Gabrielle que se acercaba a ellas tambaleándose.
- Mira, tu amiga viene a salvarte...
Gabrielle pudo ver, entonces, la profunda herida que Xena tenía en la parte superior de la espalda, de donde le salía sangre a borbotones. Gabrielle no entendía nada. Sólo sabía que si no se interponía entre esa mujer y Xena, la iba a matar sin piedad. Corrió hacia ellas.
- ¡¡Noooooooo!!
Xena supo que su amiga corría hacia ellas. Dejó su espada en el suelo, apoyada sobre una pequeña piedra que había a su lado, con la punta tocando la hierba.
- Sí, Callisto. Dile a Ares que eso es lo que quiero. ¡Qué decepción! ¿Verdad?
- Para nada. A mí me encanta. ¡Muere pues!
Levantó su espada. Gabrielle se lanzó contra ella en un último esfuerzo de llegar a tiempo. En aquel preciso instante, como una danza cronometrada y estudiada, Xena se tiró hacia un lado y le hizo la zancadilla a la muchacha que voló de cabeza hasta la empuñadura de la espada que había colocado sobre la piedra.
La espada, impulsada por la inercia del cuerpo de Gabrielle, se levantó del suelo como si fuese una palanca y se clavó en el bajo vientre de Callisto cuando ésta se agachaba para alcanzar a Xena con su filo.
La mujer abrió mucho los ojos, se tapó la herida con las manos. Ares apareció a su lado. Callisto lo abrazó mientras se deslizaba por su cuerpo.
- A... res... ¡Ayúdame!...
Ares no mostró la más mínima emoción. Cuando el cuerpo de Callisto llegó al suelo, lo apartó con un pequeño puntapié.
- ¡Vaya! La has matado, Xena... Eres una chica muy mala... Callisto era mi mejor obra en esta vida... Despídete de tu hermanito... Te vas de viaje.
- Técnicamente no la he matado. Ha sido un desgraciado accidente... - masculló Xena, apenas sin fuerzas.
- Pero tu deseo era matarla.
- Los Destinos no hablaron de deseos, sólo de hechos... Lo siento, Ares, otra vez será...
Ares desapareció gruñendo.
Lo último que Xena vio, antes de perder el conocimiento, fue el magullado rostro de Gabrielle sobre ella intentando ayudarla.
 
 

6.

No entendía nada de lo que había sucedido: Ares, la rubia guerrera... Y Xena manteniendo aquella actitud... Todo formaba parte de un juego extraño cuyas reglas no conocía.
No supo de dónde sacó la energía para hacer lo que hizo, intentar interponerse entre la espada y Xena... Nunca había pensado que pudiese hacer algo así por nadie... Pero, de repente, supo que la vida sin esa espléndida mujer no valía la pena. Nada le importó, sólo salvarla.
Al fin, sin saber cómo, todo salió bien. Estaban vivas, a salvo en la habitación de Xena. Le había pedido a Lyceus que la trasladara allí porque así sería más fácil cuidarlas a las dos. Él había asentido con una caricia preocupada. Xena aún estaba en peligro y necesitaba toda la ayuda posible.
Gabrielle observaba la pálida y sudorosa tez de la mujer. Sus hermosos labios estaban resecos. Musitaba algo, apenas en un susurro, cosas ininteligibles que tenían que ver con ella, había entendido su nombre.
Gabrielle le secó el sudor con una gasa.
¿Qué haría ahora que tenía claro lo que sentía por ella? No podía casarse con Lyceus aunque quería estar cerca de ella...
Le acercó un vaso con agua pero Xena no bebió. Estaba en un viaje lejano.
Bebió ella el agua y acercó sus labios a los de Xena. Los humedeció poco a poco, le dio el agua de su boca. Así la hidrató.
Xena entreabrió los ojos. Por un momento, pareció que la miraba, que había vuelto.

- Gab...
- Estoy aquí, Xena, no hables... Estoy aquí... - se acercó solícita a ella.
- Mmi... pequeña... bar... do... Tt...te amo...
Volvió a entornar los ojos.
A Gabrielle se le atragantaron las lágrimas que se agolpaban ardientes en el verde de su mirada.
¿Había oído bien? ¿No fue delirio ni fantasía? ¿No fue producto de la fiebre? Esa mujer, Xena, la había llamado "mi pequeña bardo", suya...

"Oh, sí, suya, sí... No permitiré que te vayas, ahora no, Xena. Te has de poner bien, mi amor".

Gabrielle se durmió sonriendo, felizmente abrazada a Xena.
 
 

7.

DÍAS DESPUÉS.

Hacía dos días que Xena había recobrado la consciencia y, con ella, el color.
Gabrielle se había trasladado nuevamente a su cuarto, ya estaban mejor de sus heridas y no necesitaban tantos cuidados. Por ello pasaba menos tiempo con Xena. Cada vez que estaba con ella se ponía nerviosa, no podía dejar de pensar en las palabras que le dijo, la estaban corroyendo por dentro. Sin embargo no había notado ningún gesto especial de Xena hacia ella. Al contrario, le parecía que desde que había despertado, estaba huidiza cada vez que se encontraban a solas.
Por su parte, Xena ignoraba todo lo que en esos días había acontecido. Sólo recordaba sensaciones, momentos como Gabrielle dándole agua de su propia boca o hablándole con ternura, durmiendo abrazada a ella delante de la hoguera, haciéndose el amor... Recuerdos de su otra vida, sin duda, mezclados con fantasías que la fiebre le provocó.
La echaba tanto de menos, a su Gabrielle, a esa mujercita que la hacía reír con sus ocurrencias, con su buen humor..., con el amor que cada día le regalaba como un bien divino.
Esta Gabrielle había arriesgado su propia vida para salvar la suya, después había ido a buscar a su hermano y a Macias, sacando energía de donde no había. Lyceus le había explicado lo valiente que fue, lo preocupada que se mostró por ella en todo momento, anteponiendo su bienestar al suyo.

- Gabrielle, mi pequeña... ¿Acaso no importa el tiempo ni el espacio? ¿Acaso nuestras almas están destinadas a encontrarse una y otra vez, donde sea? ¿Acaso mi destino es amarte por siempre jamás, sobre todas las cosas? ¿Incluso sobre Lyceus?
Gabrielle entró en ese momento.
- ¿Puedo... entrar?
- Por supuesto... Pasa... - Xena enrojeció.
- ¿Cómo estás?
- Mejor. ¿Y tú?
- Bien. Mi herida se ha cerrado rápido... - le dijo mostrándole la herida de su costado.
- Tienes una buena piel. - Xena le tocó con la punta de los dedos la piel alrededor de la herida. Era suave y tersa.
Gabrielle cerró los ojos y contuvo el aliento. Xena siguió acariciando, recorriendo la zona con lentitud, subiendo hacia arriba, disfrutando de la deliciosa suavidad de su piel. A Gabrielle se le escapó un suspiro. Entonces Xena reaccionó, se dio cuenta de lo que estaba haciendo y apartó la mano.
- Eh... Te... te he de dar las gracias...
- ¿Por qué?
- Por todo... Sé lo que hiciste por mí...
Gabrielle se sentó en la cama junto a Xena.
- Yo... Te he de decir... Tuve tanto miedo...
Xena bajó la mirada.
- Lo siento. No pude defenderte como debería... Permití que te hirieran... Lo siento, Gabrielle, de verdad... ¿Podrás perdonarme?
La muchacha cogió su rostro entre sus manos y la obligó a mirarla.
Estaba sonriendo. Y esa sonrisa era la de su Gabrielle, espléndida, radiante... La sonrisa que iluminaba sus noches más oscuras, sus días más absurdos, su corazón perdido. ¿Sería posible...?
- Quiero entenderte, Xena. Quiero saber por qué.
- No puedo explicarte...
Gabrielle mantuvo esa mirada interrogante y paciente. Su expresión la invitaba a seguir.
- Hice una promesa a cambio de olvidar.
- ¿Olvidar el qué?
- Cómo fui, lo que hice, todo lo que toqué y destruí... Quiero vivir tranquila la vida que me corresponde, quiero que los que amo tengan también su oportunidad.
- ¿Y has conseguido olvidar?
Xena, sorprendida ante la pregunta, calló.
- No sé lo que quieres dejar atrás. Ignoro qué has hecho que tanto te duele recordar... Lyceus me ha contado sobre ti y... huir a las montañas no es suficiente para querer olvidarlo todo, Xena...
- Si tú supieras...
- Tú eres lo que eres por lo que has hecho en tu vida y por la gente que has conocido. Tú te nutres de esas personas como yo me nutro de ti..., de Lyceus y de Macias... Esos es algo que llevarás siempre contigo aunque reniegues del pasado. Forma parte de ti: eres consecuencia de tus actos y de las personas que han significado algo en tu vida, para bien o para mal, Xena... Cada uno obtiene lo que siembra. Mírame a mí: yo no pedí ser esclava. Era una chica inocente y alegre. Me estaba volviendo igual que los que me quitaron mi inocencia. Podría haber seguido otro camino, podría haber escogido la sonrisa ante la calamidad. Pero me dejé vencer y sólo recogía basura. Hasta que tú apareciste y me enseñaste que aún había esperanza... Sí, maté a Mecentius, lo odiaba... Pero ahora, después de reconocer lo que siento dentro... ¡vuelvo a ver la luz, Xena! Eso es algo que tú me has mostrado y yo he escogido... He decidido seguir por ese camino, pase lo que pase, Xena. ¿Crees que yo podría olvidar algo así? ¿Crees que, aunque quisiera, podría olvidarte a ti?
Xena la escuchaba entre asombrada y emocionada. Era admirable ver el cambio que se había producido en esa chica en poco tiempo. Y la naturalidad con la que lo había aceptado. Decididamente, esa era su Gabrielle, la que ella amaba.
- ¿Estoy soñando? ¿Tengo fiebre? ¿Quién eres tú, Gabrielle?
- Una mujer nueva...
- ¿Recuerdas lo que te dije cuando estuvimos encerradas en las jaulas colgantes de Craicus y Mecentius?
- ¿Sobre tu amiga a la que te recordaba?
- Sí... Respondí que eras tú. Ahora sé que no me equivocaba...  - dijo Xena, acariciando con ternura el mentón de la muchacha.
Gabrielle inclinó ligeramente la cabeza hacia la mano de Xena y la besó.
Se miraron fijamente a los ojos, el azul de una se mezcló con el verde de la otra y, sin darse cuenta, estaban unidas en un profundo y húmedo beso.
- ¡Cuánto has tardado en aparecer en mi vida, Xena!
- Ahora siempre estaré ahí...

8.

- Lyceus, busca a Macias. Tenemos que hablar de un asunto que nos concierne a todos.
- Xena, iba a buscarte para decirte lo mismo. Durante estos días que has estado enferma...
- Explícamelo luego. Invítalo a cenar y hablaremos.
Lyceus salió de la casa en busca de Macias.
Era la primera vez que Xena se levantaba y todo parecía más grande de lo habitual, más inestable, como si estuviera navegando.
- ¿Estás bien, Xena?
- Ahá... Sólo estoy un poco nerviosa. No quiero hacer daño a mi hermano.
- Yo tampoco pero creo que le haríamos más daño si siguiéramos con la boda...
A Xena se le erizó la piel. De pronto presintió algo.
- ¿Por qué no vas a buscar algo de leña? Hace frío aquí...
Gabrielle la miró sorprendida. No hacía frío pero la obedeció.
Cuando Gabrielle hubo salido, Xena se puso a la defensiva.
- Ares, ya no soy una guerrera, ¿también piensas venir a molestarme aquí?
Ares apareció detrás de ella con una gran sonrisa fanfarrona.
- Te está saliendo bien ¿eh? ¿Qué le das a la rubita? En esta vida o en la otra, come de tu mano...
- No lo sé, Ares... Dímelo tú...
- Ejem... Cambiemos de tema... ¿Cuánto tiempo crees que podrás aguantar así? Si no luchas siempre habrá alguien por encima de ti pisándote el cuello. ¿Podrás acostumbrarte a vivir mordiendo el polvo, Xena? Hay tantos señores de la guerra ambiciosos y despiadados... que cuentan con mi beneplácito. ¿Hasta cuándo, Xena?
Xena se giró, clavándole Su mirada.
- Nunca he sabido qué te dolía más, Ares, si no tenerme como tu guerrera o como tu amante... En ambas guerras Gabrielle te ha vencido. Ella tiene mi espada y mi corazón.
Ares le devolvió la mirada de desprecio. No le gustaron sus sarcásticas palabras.
Hizo un ademán y se disolvió en el aire mientras decía:
- Eso ya lo veremos...
Xena sonrió. Ares nunca cambiaría... Aunque tenía la esperanza que al fin la dejaría en paz.
Macias y Lyceus entraron en ese momento, riendo y hablando alegremente.
- ¡Xena! ¿Cómo te encuentras? ¡Deberías reposar un par de días más!
- Estoy mejor, Macias.
- ¿Y Gabrielle?
- Ha ido a buscar leña. - los escudriñó con la mirada. Estaban nerviosos aunque intentaban disimularlo - ¿Ocurre algo?
- Bueno, tenemos que hablar. Los cuatro.
- Sí, eso le he dicho a Lyceus...
Lyceus se apoyó en una de las mesas de la posada. Macias no dejaba de mariposear de un lado a otro.
- Macias, ¡estáte quieto! Conseguirás ponerme nerviosa...
- Lo siento...
- ¡Habla de una vez! Cuando llegue Gabrielle la pondremos al día... - exclamó Lyceus.
Macias tartamudeaba. No sabía cómo empezar. Las palmas de las manos le sudaban. Lyceus se acercó a él y le puso su mano en el hombro.
- Tranquilo, empezaré yo... - lo animó amistosamente Lyceus. Cogió aire con visible temor - Xena, no me puedo casar con Gabrielle.
- Eso díselo tú a ella, hermano... Debe estar a punto de...
- ¡Déjame acabar, mujer! - Xena calló. Cuando su hermano se empeñaba en acabar algo, lo acababa -. Has estado varios días inconsciente... Creí que te perdía... Y a Gabrielle también... Luego ella se recuperó pero estaba tan ausente...
- Lyceus, no sigas, voy a buscarla...
- ¡Xena! - la detuvo Macias - Te hice caso y le abrí mi corazón.
Xena se detuvo en seco. Gabrielle no le había contado nada.
- ¿Y qué te respondió?
Lyceus abrazó a Macias por los hombros y con una gran sonrisa, respondió:
- Yo también le amo, Xena. Necesitamos tu comprensión y... tu... tu apoyo...
Xena abrió los ojos de par en par. Tanto que creyó que se le salían de las órbitas.
- ¿Tú?... ¿y tú?
Los dos hombres se miraron angustiados. Esperaban una reacción negativa de Xena. Xena aún no daba crédito a sus oídos. Ni a sus ojos: ¡estaban abrazados!
Empezó a reírse.
Ellos la observaban sin saber muy bien qué pensar. Pero se reía tanto que se dejaron contagiar por su aparente alegría aunque preparados por si, después de esas estruendosas carcajadas, les daba una bofetada a cada uno.
Nada más lejos de la realidad. Xena se abalanzó sobre la pareja y los abrazó emocionada.
- ¡Siempre he pensado que harías mejor pareja con mi hermano que conmigo, Macias!
- ¿No estás enfadada, Xena?
- ¡Qué va! Voy a contárselo a Gabrielle. ¿Sabéis? Después de todo, ¡creo habrá boda a cuatro bandas!
Salió corriendo de la casa, dejándolos con la palabra en la boca, sin acabar de entender qué significaba lo que acababa de decir.
- ¡Gabrielle! - iba hacia la parte trasera de la casa, riéndose todavía - ¡¡Gabrielle!! ¿Dónde estás? No te lo vas a creer... ¡Gabrie...!
La vio.
La leña esparcida por el suelo como si la hubieran tirado. A su lado, el cuerpo de Gabrielle respirando muy fuerte, con su cabello rubio desparramado también.
Corrió hacia ella.
Sus ojos estaban abiertos pero no parecían ver. Un hilillo de sangre se deslizaba por sus labios hasta el cuello.
- Gabby, ¿qué te pasa? ¡Gabrielle!
Al tocar su cuerpo tembloroso, sintió una caliente y sospechosa humedad que se escapaba desde su estómago: sangre. En sus manos. En sus ropas. En el suelo.
- ¡Dioses! ¡¿Quién te ha hecho esto?! ¡Aguanta, amor mío! ¡Aguanta!
La cogió en brazos. Como pudo. Xena aún estaba débil. Todo se movía a su alrededor. El suelo y el cielo se habían confabulado contra ella, giraban sin parar. El cuerpo de Gabrielle pesaba como nunca. No podía despegarlo de la tierra, como si hubiera echado raíces sobre el charco de sangre.
Avanzaba con dificultad. Se le caía de entre los brazos aunque la sujetaba con todas sus fuerzas.
La tez de la muchacha cada vez era más pálida y sus ojos seguían sin mirar. Parecía una muñeca de trapo rota en manos de una niña descuidada y desgarbada.
Xena gritó de impotencia.
- ¡Ayuda! ¡Lyceus! ¡Macias! ¡Ayudadme, por favor! ¡Ayudaaaa!
Cayó al suelo de rodillas. Siguió avanzando, arrastrándose.
- ¡Que alguien me ayude! ¡¡Aaaaaaaarrrrrrgggghhhh!! Gabrielle...
Lloró.
Lloró como nunca antes lo había hecho. Lloró en un grito sostenido que se le escapaba de las entrañas.
- Nadie te oye, Xena. No te van a ayudar.
Xena se giró. Allí estaba él, impoluto, con su media sonrisa colgándole de medio lado.
- Tú. ¡¡Túúúú!!
Apretó a Gabrielle contra su pecho, protegiéndola de Ares.
- Yo no he sido, Xena, no seas tan mal pensada... Ha sido ese parias. Señalando a un tipo fieramente armado que estaba en el suelo, obviamente derribado por Gabrielle antes de resultar herida.
- Has sido tú, canalla. Pero no podrás con ella. ¡Voy a salvarla!
- Demasiado tarde, Xena. Creo que esta vez Gabrielle no va a ganar, aunque te empeñes...
En ese momento, la bardo susurró algo sin apenas vocalizar.
- Ah... mi... amor... ¿Por qué... has... tardado tanto... en... aparecer...? Ahhh...
Exhaló la última bocanada de aire.
Sus ojos abiertos la miraban. Sus labios, esos labios rojos y dulces, sonreían. Estaba blanca pero brillaba. Brillaba con luz propia. Una luz que nunca se marchitaría en su recuerdo, de eso estaba segura.
Xena le cerró los ojos. Los suyos apenas veían, empañados en lágrimas que le escocían en la cara.
Cuando miró a Ares, se vistió de indiferencia. No mostró odio, no mostró rabia.
- No te puedo matar, Ares. Y no mataré en tu nombre. Ni en el de Gabrielle. Ella no lo hubiera querido.
- Pero no la tienes a tu lado, Xena. Sin ella ¿cuánto tiempo tardarás? Tú eres así, es tu naturaleza: matar. Y te aseguro que tarde o temprano sucederá. El lobo no puede evitar ser un lobo... Y sin la corderita al lado... Mi victoria será completa entonces. La muerte de Gabrielle será un sacrificio, tu sacrificio a tu odiado dios de la guerra... Y si tardas demasiado, iré a por Lyceus, Xena... Aún eres vulnerable, aún puedes sufrir más de lo que nunca hayas imaginado.
- Eres patético - dijo Xena acercándose a él.
- Tal vez. Pero tú me has provocado. No te quejes si lo he hecho personal... Estoy dispuesto a ganar, sea como sea.
Tenía a Xena frente a él, a menos de un metro de distancia. Le tendió un puñal.
- ¿Qué decides? Una gota de sangre, Xena, una gotita de ese dulce manjar... Ahí tienes al asesino de tu amada. ¡Mátalo!
Xena miró de reojo al guerrero. Se estaba levantando. Empuñaba su espada ensangrentada. La sangre de Gabrielle...
Cogió el puñal que Ares le ofrecía.
Sonrió. Y en su sonrisa había una siniestra sombra que no le gustó al dios.
- Me quieres ¿eh? ¡Tómame si puedes!
Xena alzó el puñal. La Luna se reflejó en su filo y un rayo blanco cegó por un momento a Ares.
Cuando éste recuperó la visión, era demasiado tarde: Xena había clavado el puñal en su propio pecho.
- ¡Estúpida! ¡¿Qué has hecho?!
Xena fue hacia el cuerpo inerte de Gabrielle, tambaleándose. Se arrodilló junto a ella, lentamente, mirando a Ares con una cínica sonrisa.
- ¿Qué crees que has ganado con eso, Xena?
Xena atrajo hacia sí el cuerpo de Gabrielle. Apoyó su cabeza sobre sus rodillas y le acarició el cabello mientras dijo:
- Yo no gano, Ares... Ella te vence de nuevo. Sólo ella...
Xena se desplomó. Su mano aún acariciaba el rostro de Gabrielle.

Ares empezó su marcha cabizbajo. De pronto, se giró y volvió a mirar los cuerpos de las dos mujeres, la sangre que brotaba del pecho de Xena. Empezó a reírse muy fuerte, carcajadas horribles que harían despertar a un muerto.

- No, Xena. El que gana soy yo. ¡¡¡Ja ja ja ja ja!!!
Se desvaneció en el aire acompañado de un trueno que abrió los cielos.
Empezó a llover.
El agua limpiaba de sangre los cuerpos de las amantes.
Xena, con el poco aliento que le quedaba, cogió la mano de Gabrielle, se la acercó a la boca y la besó.
- Buenas noches, Gabrielle.

9.

- ¡Xena! ¡Cuidado! ¡Detrás de ti!
Xena reaccionó por inercia. Se giró y esquivó la espada que estaba a punto de atravesarle el corazón. Hábilmente golpeó las piernas de su atacante y lo derribó. El casco que cubría su rostro se desprendió de él dejando al descubierto el rostro de un muchacho joven, atemorizado ante la inminente muerte.
Xena estaba desconcertada.
- Vete. Tienes otra oportunidad. Aprovéchala.
El muchacho salió corriendo sin mirar atrás.
La guerrera miró su espada, sus manos, su pecho... Se giró. Estaba delante del templo de los Destinos.
Gabrielle se acercó a ella. Vio su expresión de confusión. Acarició su hombro.
- ¿Estás bien?
Xena la abrazó muy fuerte con la mirada húmeda.
- Ahora sí, Gabrielle.
- ¿Qué te...? ¿A qué viene esto?
- No cambies nunca, Gabrielle. Adoro tu forma de ser, cariño. Vámonos de aquí.
- ¿Y la ofrenda? ¿Y los Destinos?
- ¡Ja! Por hoy ya he tenido bastantes destinos...
Iniciaron su camino abrazadas por la cintura.
Ares apareció en la puerta del templo pero Xena, a pesar de que sentía su presencia, lo ignoró. A su lado, los Destinos sonreían.
- Te dije que yo ganaba, Xena... ¡Prefiero que luches en esta vida, aunque sea en contra de mí, a que me ignores en la otra! ¡¡Nos volveremos a ver!!
El dios de la guerra miró a los tres Destinos y les sonrió con diplomacia.
- Jem... Os debo una, Destinos...
Y desapareció.

Xena no dejaba de sonreír. Gabrielle no entendía qué le había pasado a su compañera, estaba radiante, hermosa. Decididamente, le sentaba bien una pequeña pelea matutina.
Tuvo ganas de hacerle el amor allí mismo...

Pero esa, es otra historia.

¿FIN?

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