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Warnings: este es un fic totalmente ñoño y sentimental, aunque su dosis sexual tiene porque está de acuerdo con el subtexto :-). Insensibles o reacios a cursiladas, absteneos.
Situación: La acción comienza a desarrollarse en el capítulo "Cara a cara con la muerte" en el que X&G deciden fingir su propia muerte para poner fin a la persecución de Eva por parte de los dioses. Esto es otra versión alternativa a la historia de lo que pasó con Eva, mucho menos dramática que la que todos conocemos, pues aquí Xena no tendrá que renunciar a la infancia de su hija (ya que esto siempre me ha parecido un poco feo).

Espero que os guste... Y cualquier comentario, crítica o lo que sea os agradecería mucho, muchísimo que me lo enviarais a breaking_bard@live.com


LA HIJA DEL EMPERADOR

Primera parte: El crepúsculo

Por Breaking_bard

Sinopsis

Tras cinco años de encierro en una sepultura de hielo, Xena y Gabrielle despertarán de su letargo sin saber qué ha sido de su hija Eva. Su búsqueda las llevará a una ciudad detestada por ambas y a abandonar su identidad de guerreras para infiltrarse en el único lugar en el que podrán estar cerca de su hija. Xena tendrá que luchar contracorriente para recuperar todo lo que ha dejado de pertenecerle, pero su capacidad de amar será esta vez más determinante que su propia espada.


1. Lo que nunca debes olvidar

Después de la dura lucha contra los Dioses del Olimpo en mitad del bosque, Xena, Gabrielle y Eva fueron a pasar la noche al campamento de Octavio, un general romano que se había convertido en un gran amigo en poco tiempo. Las guerreras llegaron heridas y cansadas, por lo que Octavio en seguida se ofreció a hacer de canguro de Eva un rato.

Xena: Gracias -dijo con una sonrisa mientras le entregaba a su hija-
Octavio: No debes darme las gracias. Os debo la vida a las dos.

Enseguida, Xena se dio la vuelta e hizo una mueca de desagrado al ver la herida que se había hecho Gabrielle en la cara. Antes que nada, la abrazó con fuerza, como queriendo llenarse de su presencia de nuevo después del peligro de la batalla. Gabby correspondía a su abrazo, aunque su mirada seguía con cierta preocupación el recorrido de Octavio saliendo de la tienda llevando a la niña con brazos inexpertos.

X: Muy bien, ven aquí -susurró separándose un poco de su amada, para buscar un pequeño tarro que llevaba en el bolsillo; lo destapó y con cuidado vertió un poco de aquel mejunje sobre la herida de Gabrielle, que sintió un fuerte escozor de inmediato-
Gabrielle: ¡Ahh! ¿Qué es?
X: Veneno. Sólo si lo bebes -aclaró tras una pausa al ver la cara de desaprobación de su bardo-. Unas gotas evitarán que se te infecte.
G: ¿De dónde lo has sacado?
X: Del botiquín de mi madre -declaró poniendo una mueca intermedia entre el placer y el dolor al verter unas gotas del veneno sobre la herida de su brazo-
G: Tu madre siempre tan... bien provista de esas cosas -se burló, pero con cariño, provocando la risa de Xena-. ¿Crees que es seguro dejar a Eva con Octavio? No sé... es tan joven... Se ve que no tiene mucha idea de niños y parece un poco despistado, ¿no?
X: Mujer... es un crío, pero se ha ofrecido con la mejor intención. Además, necesitaba estar a solas contigo aunque fuera un minuto...

Diciendo esto, Xena cambió de cara y se dibujó en su rostro una sombra de necesidad. Cogió a Gabrielle suavemente por la barbilla y la fue acercando despacio para darle un beso en los labios. Gabby le correspondía con las mismas ganas al principio, pero en seguida recordó algo que le provocó una sensación desagradable en el estómago y se retiró con algo de brusquedad. No hizo falta que los labios de Xena preguntaran qué pasaba, la expresión de sus ojos fue suficientemente clara para Gabrielle.

G: Xena, hablando de cuidar a Eva... Lo que dijo Atenea sobre que no confías en mí cuando se trata de la pequeña...
X: Ey -la interrumpió-. En lo que a Atenea respecta, no hay confianza que valga. Pasarte a la niña en mitad de la pelea nos hubiera dado unos segundos, pero ambas sabemos que de haber podido la hubieran matado igual...

Gabrielle bajó la cabeza y asintió comprendiendo, aunque todavía un poco apesadumbrada. Xena no estaba dispuesta a ver esa expresión de tristeza por mucho tiempo; sabía lo que debía hacer para animarla y en seguida le habló tomándola por la barbilla para ver su rostro.

X: Ya sé que cuidas de nuestra niña perfectamente... igual que de mí.

La sonrisa de Gabrielle no se hizo esperar y ambas hicieron amago de acercarse para darse un beso, pero un llanto y unas pisadas las interrumpieron.

O: Xena, estoy desesperado... -dijo el general, volviendo a la tienda con cara de miedo y con Eva en brazos, que no dejaba de llorar-
X: ¡Vaya! Te has cansado pronto ¿eh?

Octavio le entregó el bebé a Xena mientras le decía con preocupación.

O: Perdóname, pero es que no deja de llorar y no sé por qué...

Xena y Gabrielle esbozaron una sonrisa porque para ellas la respuesta era bastante evidente.

G: Necesitan que la cambien, como cualquier bebé -dijo Gabby tiernamente acariciando el pelo de la pequeña, mientras Xena la sostenía en brazos mirándola embobada-
O: Upps... Me olvidé de ese pequeño detalle... -dijo rascándose la cabeza con ingenuidad, levemente avergonzado-
X: No te preocupes, de verdad, nosotras nos ocupamos.
O: Está bien, os dejo descansar... Estaré en mi tienda si necesitáis algo -dijo dejándolas solas-

Gabrielle arqueó una ceja mirando a Xena, quien no pudo más que reír y admitir.

X: Está bien, tienes razón; quizás sea un poco despistado... Pero de todas formas, le vamos a necesitar para nuestro plan...

Eva se quedó dormida enseguida y Xena y Gabrielle también cayeron rendidas de cansancio, después de repasar el plan en voz baja mientras yacían abrazadas.

A la mañana siguiente se despertaron muy temprano y desayunaron todos juntos en la tienda de Octavio, inquietos, pues prácticamente cada momento desde el nacimiento de Eva había sido de intranquilidad, al saber que los Dioses la perseguirían incansablemente. A pesar de su inquietud, Xena se esforzada en ser cordial con Octavio y charlar con él, mientras la mano de Gabrielle acariciando su rodilla apaciguaba un poco sus ánimos.

X: ¿Y qué posibilidades hay de que llegues a ser emperador?
O: Parece que muchas... Tengo los favores del actual emperador, el problema es la rivalidad de Cayus Bonus. Es un general muy importante y tiene mucha sed de poder. Estoy seguro de que hará lo que sea por coronarse de laurel...
X: Te ayudaré a luchar contra él si es necesario. Quiero que llegues a ser emperador; no estaría mal tener buenas relaciones con Roma por primera vez... -declaró intercambiando risas con Gabrielle-
O: No entiendo por qué sentís tanta antipatía por Roma...

Xena y Gabrielle cruzaron miradas de nuevo, esta vez de extrañeza. Cuando regresaban de Egipto en barco tras matar a Marco Antonio, Xena le había relatado toda la historia de Julio César a Octavio, pero éste no parecía recordarlo.

X: Bueno, ya sabes... César me rompió las piernas, me traicionó, casi me mata... creo que eso influiría en algo...
O: ¡Ah claro! -exclamó golpeándose la cabeza por su torpeza y Xena y Gabrielle rieron de nuevo ante el carácter "olvidadizo" de su nuevo amigo-. Lo olvidé, pensaréis que soy un desastre...
G: No, para nada -replicó la bardo con cara de comprensión-. Pero por favor, no olvides nuestra cita de esta noche...
O: No, tranquila, eso sería lo último que olvidaría. Y bueno, espero que si llego a ser emperador de Roma vuestra relación con nosotros cambie para bien...

La guerrera asentía atenta hasta que la mano de Gabrielle sobre su hombro la hizo mirarla.

G: Xena...
X: Sí, lo sé -contestó con ternura-. Es la hora.

La bardo cogió a Eva en brazos y todos se pusieron de pie.

X: Tenemos que irnos ya. Hemos de encontrar a Hefesto y hacer... nuestro trabajito con Celesta.
O: Tened mucho cuidado.
X: Nos vemos luego.
O: Sí, no os preocupéis. Esta noche nos vemos en el bosque y me dais a Eva. Sé que he demostrado ser un pésimo canguro -admitió acariciando el pelo de la pequeña-, pero os prometo que mi guardia y yo la defenderemos con nuestra vida si es necesario.
X: Gracias otra vez -dijo con emoción, y sin más preámbulos se despidieron de él-

El plan fue según lo previsto: primero lucharon con Hefesto y Xena se dejó herir de gravedad para que Celesta acudiera en su busca, pero en el último momento atacaron al dios y lograron encadenar a la muerte. Por la noche, Gabrielle le cantaba una nana a Eva que serviría también de despedida durante unas pocas horas -al menos eso pensaba ella en aquel momento-, ya que Octavio esperaba para llevársela tras el carro de caballos que él mismo les había prestado, hasta que Xena concluyese una parte vital del plan: conseguir las lágrimas de Celesta. Cuando la guerrera logró hacerlo muy disimuladamente, Gabby le dio la niña y ésta se la pasó con mucho sigilo a Octavio. Tras colocar en el carro a un muñeco que haría las veces a Eva, alzó las cejas al mirar a Gabrielle para indicarle que ya había hecho el "intercambio". Mientras Celesta seguía llorando cabizbaja, Gabrielle se acercó al oído de Xena para hablarle.

G: Espero que no se olvide de darle de comer ni nada por el estilo...
X: No te preocupes, le he escrito una nota... La cuidará bien.

Después de esto, los acontecimientos se sucedieron muy rápido. Crearon una estrategia para liberar a Celesta sin levantar sospechas y de nuevo los dioses empezaron a perseguirlas, pero ya contaban con la esencia de la muerte, así que simularon su propia muerte.

Sólo había un detalle que no habían previsto... Los sentimientos cruzados que pasarían por la cabeza de Ares al ver morir al amor de su vida. Por más rápido que Octavio hizo su aparición en aquella playa, el Dios de la Guerra ya había desaparecido llevándose los dos cuerpos. Lo primero que hizo el futuro emperador fue tranquilizar a Joxer, desconsolado por la pérdida de sus amigas.

Joxer: Ares se las ha llevado...
O: Oh no...
J: Pero si no están muertas tenemos que buscarlas.
O: ¿Pero dónde? Puede haberlas llevado a cualquier sitio...
J: No sé, a Anfípolis...
O: Estamos muy lejos de allí. Tardaríamos una semana en llegar y él no habrá tardado ni cinco segundos...
J: Tiene que haber alguna solución...
O: Mira, no sabemos donde están... Sólo caben dos posibilidades: o las entierra vivas o las deja en alguna parte... Si sucede lo primero -explicó bajando la cabeza con tristeza-, entonces no hay solución, pero si sucede lo segundo despertarán en pocas horas y volverán aquí.
J: Supongo que no hay que perder la esperanza... -musitó, aún más desolado que Octavio-. Y mientras tanto, ¿quién se ocupa de Eva?
O: Le prometí a Xena que lo haría, y soy un hombre de palabra...
J: Está bien... ¡Dioses, tiene que haber algo que se pueda hacer! -exclamó de pronto con rabia, pensando en la posibilidad de no ver a Gabrielle nunca más-
O: Lo siento, pero no podemos ir por ahí diciendo que Xena y Gabrielle en realidad no han muerto... Eso arruinaría su sacrificio, volvería a poner en peligro a Eva -dijo acariciando a la pequeña, que dormitaba en sus brazos, a quien había tomado mucho cariño-

Joxer asintió mirando el único lado positivo de aquel asunto: Eva estaría con Octavio y, tras su fingida muerte ante los dioses, dejaría de estar en el punto de mira.

Tras llevar a las dos mujeres a una tumba de hielo muy lejos de aquel lugar, Ares se encerró por mucho tiempo en el Olimpo, donde lloró incesantemente la muerte de su amada mujer guerrera, al tiempo que contemplaba a cada instante la imagen de la tumba de Xena a través de un pequeño espejo mágico que usaba como ventana al exterior, cuando había algo en la Tierra que deseaba ver.

Pasaron unos días y no hubo noticias ni de Xena ni de Gabrielle. Octavio empezaba a perder las esperanzas, a la vez que se encariñaba cada vez más con Eva. Una noche, mientras se dirigía de camino a Anfípolis para conocer a la madre de Xena, con el fin de darle la noticia y pensar qué se iba a hacer con la pequeña, asaltaron el campamento de Octavio. Su acérrimo enemigo Cayus Bonus, acompañado de sus soldados, mató uno por uno a todos los miembros de su guardia, dejando para el final la tienda de éste. Octavio escuchó ruidos y se dio cuenta de lo que ocurría fuera. Se despertó de inmediato y lo primero que hizo fue esconder a Eva lo mejor que pudo, cubriendo la cuna en la que la niña dormía con mantas. Cayus Bonus penetró en la tienda y lucharon a muerte. Octavio se defendió con maestría, pero pronto llegaron refuerzos y uno de los soldados de Cayus Bonus golpeó fuertemente a Octavio en la cabeza desde detrás, dejándolo inconsciente de inmediato.

Cayus Bonus se disponía a matar a su rival a punta de espada cuando se dio cuenta de que una de las legiones que comandaba Octavio se acercaba a ellos a todo galope.

Cayus B: ¡Retirada! -ordenó, a sabiendas de que la legión era altamente fiel a su general y que no tendrían piedad con quienes le habían atacado, y se retiró junto con sus hombres a todo galope-

Tras varios días en coma, Octavio despertó en otro lugar lejano, la casa de un curandero. Tras abrir los ojos se topó con varios soldados a los que no conocía y que lo llamaban por un nombre que no le era familiar en absoluto, trató de pensar pero su mente estaba en blanco, no recordaba por qué estaba allí, quiénes eran aquellos hombres, ni siquiera quién era él mismo... Se sentía muy aturdido y no sabía a qué se debía aquel insoportable dolor de cabeza. De repente se oyó el llanto de un bebé, primero leve y después más intenso.

O: ¿Quién llora?
Soldado 1: Esta niña, mi general -dijo tomándola en brazos y mostrándosela-
O: ¿Y quién es?
Soldado 1: Cómo... ¿no lo sabe usted señor? Nosotros tampoco tenemos idea... La encontramos en su tienda, cuando le hirieron... En su cuna estaba esta nota, mi general -se la pasó-. No tiene firma, pero parece que se trata de un amigo de usted, mi señor -añadió con mucho respeto, al ver el estado de shock en que se encontraba el general-

Octavio se incorporó con trabajo, no estaba seguro de si recordaría cómo leer, pero en seguida descubrió que sí:

"Octavio, te dejo a mi mayor tesoro. Sé que contigo estará a salvo de quienes quieren matarla y que la defenderás a muerte. No te olvides de la leche ni de los pañales, pero sobre todo no te olvides de cuidarla como si fuera tu hija.
Gracias, amigo"


2. El deshielo

Con el paso del tiempo, la acción del sol empezó poco a poco a notarse en la cueva de hielo en la que yacían Gabrielle y Xena. Un bien día Xena despertó; no abrió los ojos aún, pero tuvo la conciencia de estar despierta. Tenía esa sensación de haber dormido sólo cinco minutos que se tiene cuando has dormido muy profundamente, pero sin embargo un instinto cada vez más galopante en a la boca de su estómago le hacía pensar que había sido por mucho más tiempo. De inmediato le asalto un pensamiento: Eva.

Finalmente, reunió fuerzas para abrir los ojos y se asustó al verse totalmente rodeada de una capa blanca. Alzó la mano con fuerza, rompiendo lo que le impedía ver y poco a poco se fue incorporando, para ver con horror que Gabrielle estaba en un ataúd como el suyo. Lo rompió y empezó a mover su cuerpo delicadamente para despertarla. Gabrielle despertó con todo el cuerpo entumecido y mientras Xena la abrazaba logró hablar entre temblores de frío.

G: ¿Qué ha pasado?
X: El bebé, Gabrielle -dijo con angustia- ¿Dónde está?
G: Eva... se suponía que Octavio nos la traería... ¿Cómo hemos acabado aquí?

Las dos miraban a todas partes con asombro, preocupadas por saber dónde estaría Eva.

X: Hay que salir de aquí -dijo con determinación, y lanzó su chakram hacia el techo de hielo que cubría la cueva-

Les costó un rato que el movimiento de sus extremidades volviera a la normalidad. Echaron a andar cogidas de la mano, en medio de un desconcierto total. Gabrielle se fijó en cómo Xena miraba a todas partes y comprendió que estaba tan perdida como ella.

G: Xena, ¿qué lugar es este?
X: No lo sé mi amor...

Aquellos parajes estaban totalmente despoblados, no había nadie a quien preguntar; era como un enorme desierto, sólo que de nieve. De repente divisaron a lo lejos una aldea y empezaron a caminar a marcha forzada hacia allí. Xena paró a la primera aldeana que encontraron.

X: Disculpe... ¿me podría indicar dónde estamos?

La mujer las miró con cara de extrañeza, qué clase de mujeres podían ser si no sabían ni dónde estaban de pie.

Aldeana: ¿Pues dónde va a ser? Al pie del monte Etna.

Xena y Gabrielle se miraron con asombro.

G: Xena, el monte Etna... Pero eso está lejísimos... ¿Cómo hemos venido a parar aquí?
X: Ares... -musitó la guerrera tras una pausa y empezó a gritar- ¡Ares! ¡Ares! ¡Muéstrate!
Ald: Oiga, no creo que eso sirva de nada. Hace mucho que Ares no aparece por aquí, desde que la legendaria Xena murió hace unos cinco años.

Xena sintió un pellizco en el pecho y una sensación de mareo la embriagó por un instante. En cuestión de medio segundo vio pasar ante de sus ojos toda su vida desde el nacimiento de Eva, hasta que por fin logró articular palabra.

X: ¡¿Cinco años?!

Mientras tanto, en el monte Olimpo, una fuerte voz había retumbado en la cabeza de Ares. Enseguida la reconoció, pero se dijo que no podía ser, que sólo era otra ilusión como las que había tenido tantas veces. Se acercó al pequeño espejo desde el que veía el mundo de los mortales y se apartó de él de un salto al ver la tumba de Xena destruida y la cueva sin rastro de ella ni de Gabrielle. Sin poder reprimir una sonrisa, cerró los ojos pensando en el lugar al que deseaba ir y su figura desapareció.

Gabrielle, tan desconcertada como Xena, apretó la mano de su guerrera para transmitirle su apoyo.

X: ¡Cinco años! ¿Cómo que cinco años?
G: Algo no ha ido como lo planeamos.
X: Disculpe señora -dijo cogiendo por el brazo con desesperación a la aldeana, que ya se iba-. Sé que estamos muy lejos de Roma, pero por casualidad no habrá oído hablar de un general muy importante, Octavio...

Ald: El único Octavio que todos conocen es Octavio Augusto, el César.
G: César... tiene que ser él, habrá llegado a ser emperador.
Ald: Hace poco estuvo por estas tierras, prestando su ayuda a todo el que lo necesitaba.
X: ¿Que está por estas tierras dice? -exclamó con un rayo de esperanza-
Ald: Me temo que ya no. Vino para ayudar a reconstruir algunas aldeas que habían quedado destruidas por la guerra, pero ya ha vuelto a Roma con su pequeña hijita.

Xena y Gabrielle intercambiaron miradas de circunstancia y cuando la guerrera hizo amago de volver a hablar, el Dios de la Guerra apareció en el lugar, causando el asombro de todos los presentes.

A: Xena -musitó entre risas, aunque sin poder ocultar su emoción-
X: Ares... -susurró la guerrera, con una mueca de desprecio- ¿Qué has hecho?
A: No querida, ¿qué has hecho tú? ¿Cómo puede ser que estés viva?

La risa desapareció del rostro de Ares, que se acercó más a Xena, con semblante serio y prepotente.

Gabrielle en seguida se dio cuenta de que, esta vez, el Dios de la Guerra no se iba a conformar con evasivas, y de que la aldeana con la que hablaban se había alejado, aunque aún podía divisarla marchándose.

G: Os dejo, tendréis mucho de qué hablar -Xena se giró hacia Gabby sin comprender su actitud, no es que esperara un ataque de celos por parte de su bardo, pero tampoco que la dejara a solas con Ares tan alegremente-. Voy a alcanzar a esta mujer para que... me siga contando.
X: Está bien -dijo comprendiendo, orgullosa de que su bardo de diera cuenta antes que ella de que era necesario obtener más información sobre "la hija del emperador"-
A: Creo que vas a tener que explicar muchas cosas -musitó tras mirar con desprecio cómo Gabrielle se marchaba-, por ejemplo, cómo es posible que casi cinco años después de haber muerto salgas de esa tumba vivita y coleando como si nada...
X: Yo no tengo que dar explicaciones, y menos a ti -contestó cortante-
A: ¿Ah no? ¿Y Eva? ¿Dónde está? Porque si tú y tu amiguita estáis vivas no me creo que tu hija muriera en ese accidente... Todo ha sido una trampa...
X: Eva está muerta, lo viste.
A: Lo único que vi es cómo bebías un supuesto veneno, y ahora está claro que no lo era.
X: Piensa lo que quieras -respondió con indiferencia, y se liberó de sus manos para echar a andar hacia donde Gabrielle charlaba con la aldeana-
A: Te vas, como siempre... Pero ten por seguro que te voy a perseguir a todas partes, seguiré todos tus movimientos y si tu hija está viva lo descubriré.

Ante esto Xena se giró con una expresión de furia.

A: Y le contaré a todos los dioses que la profecía no se ha roto. Esta vez no tendrá escapatoria.

Xena se echó a reír irónicamente y se acercó a él de nuevo.

X: Te diriges a mí con amenazas, como siempre... Luego te preguntas por qué siempre te rechazo.
A: Lo he probado todo Xena. Te he ofrecido mi cara más amable, he puesto el mundo a tus pies, me ofrecí a ser un padre para tu hija... y tú me lo has pagado despreciando mi amor, traicionándome... Ya no tengo más medios de acercarme a ti, sólo por la fuerza.

Xena observó la expresión de dolor de Ares mientras pronunciaba estas palabras y por unos segundos no pudo evitar sentir lástima, aunque se tratara del Dios de la Guerra, el mismo que le había hecho tanto daño.

X: Nunca te he engañado. Estoy enamorada de otra persona y lo sabes -replicó conmovida, pero en seguida retomó su tono de frialdad-. Si tú lo consideras una traición, es tu problema.

Hizo ademán de irse de nuevo, cuando volvió a hablar.

X: Respecto a Eva, sabes que está muerta. Ya que te dedicaste a hacerme la vida imposible mientras vivía, lo menos que podrías hacer ahora es dejarme en paz con mi dolor.

Ares asintió, nada convencido de lo que acababa de oír y desapareció.

G: ¡Xena! -exclamó la bardo, que volvía de conversar con la aldeana- ¿Qué te ha dicho Ares?
X: Está claro que fue él quien nos trajo aquí... Pero bueno, ¿qué has averiguado sobre esa niña? Eso es más importante...
G: Tiene que ser Eva. La mujer me ha contado que poco antes de que le proclamaran emperador Octavio fue asaltado y casi lo matan, pero su ejército lo defendió y por su carrera militar brillante acabó convirtiéndose en el emperador. Cuando le nombraron César llevaba consigo a una niña que presentó como su hija, Julia, y así ha sido desde entonces.

Xena asintió algo esperanzada. Le habían arrebatado a su hija de sus brazos, habían transcurrido cinco años y no había estado con ella cuando más la necesitaba, y todo eso la abatía; pero ahora había vuelto, su hija estaba viva y sabía dónde buscarla... Todo lo demás era un mal menor.

X: Has estado rápida en seguir a esa mujer... Me he puesto tan nerviosa al ver a Ares que he perdido la concentración...
G: Es curioso el efecto que sigue teniendo en ti -replicó, ahora sí dejando entrever claramente sus celos-
X: Gabrielle, el único efecto que me provoca es asco -la tranquilizó-
G: ¿En serio? -sonriendo levemente-
X: Sabes de sobra que sólo te quiero a ti... Además, ahora tenemos que tenerlo más a raya que nunca.
G: ¿Y eso?
X: Al ver que estamos vivas no se cree que Eva esté muerta. Me ha amenazado con perseguirme allá donde vaya, y en cuanto descubra que está viva se lo contará a los otros dioses.
G: No puede ser que volvamos a pasar por todo esto otra vez... -comentó desolada, apoyándose en el hombro de Xena- Dime que esto no te ha hecho cambiar de planes...
X: Por supuesto que no, tenemos que ir a Roma y encontrar a Eva.
G: Sí Xena, tenemos que encontrar a tu hija como sea.

Xena sonrió, aunque sin ganas, y la tomó de la barbilla.

X: Nuestra hija, no lo olvides.


3. La vuelta a Roma

Emprendieron el regreso a Roma de inmediato. Consiguieron caballos, pero aún así les llevaría varios días llegar allí. Cabalgan casi sin descanso y pasaron tres días en que ambas estaban tensas, calladas y hasta algo distantes. Sólo podían pensar en llegar hasta donde estaba Eva y que todo volviese a ser como antes. Una noche, tras mucho cabalgar, decidieron que no había más remedio que detenerse a descansar y tomar un baño.

Estaban metidas en un lago casi sin hablar. Xena salió primero, se secó con una tela y se quedó envuelta en ella. Gabrielle sin embargo se quedó un rato más en el agua. Necesitaba relajarse; la incertidumbre de lo que pasaría con Eva la atormentaba y para colmo aquel clima de distanciamiento con Xena, sentir su lejanía a pesar de que estaban tan cerca... era desquiciante. Al fin, suspiró, resignándose a aquella situación que esperaba que no se prolongara mucho tiempo, y fue saliendo del agua. Xena se había sentado en unas mantas que había preparado y Gabrielle en seguida se secó y fue a buscar algo de ropa cómoda para dormir.

X: No te vistas, ven aquí.

Aquel tono imperativo sorprendió a Gabrielle, que se volvió para mirar a Xena con asombro. De inmediato distinguió esa expresión de lujuria en sus ojos y en su rostro, la que tanto conocía. Se acercó a ella como atraída por un imán, se agachó para ponerse a su altura y ambas apoyaron las manos en las piernas de la otra. Se miraron por un segundo y enseguida Xena buscó los labios de Gabrielle con los suyos en un movimiento rápido, con avidez. Se besaron con una pasión que no habían dejado aflorar desde que despertaran de su letargo de hielo, hasta que tuvieron que separarse para respirar.

X: Debo ser una madre horrible... porque no dejo de pensar en Eva, pero te necesito...
G: Mi vida... -susurró conmovida, acariciándole la cara- yo también, pero no me atrevía a decirte nada porque sé el estado de nervios en el que te encuentras...
X: Perdóname por tenerte tan abandonada estos días... Es que solo puedo pensar en la niña.
G: Tranquilízate. Eres mujer, y eres mi pareja, pero eres madre antes que nada... Entiendo eso... Además, yo también estoy con la cabeza centrada en Eva...

Se besaron de nuevo, esta vez con más tranquilidad.

X: Creo que necesitamos dejar de pensar un rato... Esta noche sólo quiero ser tu mujer.

Gabrielle se tomó aquello como una orden y volviendo a besarla la tumbó en las mantas. Sin poder esperar mucho abrió la toalla de Xena, mientras que ésta con un ágil movimiento se libró de la de la bardo por completo, lanzándola a unos metros. La bardo se dejó caer sobre el cuerpo de la guerrera y cuando todos sus puntos entraron en contacto las embriagó un dulce placer, como el de una lluvia repentina en un día caluroso.

X: Tenía tantas ganas de sentirte así -dijo mientras llenaba de besos su cuello-. Después de todo lo que hemos pasado...
G: Pasan los días, los años, y a veces nos pasan cosas increíbles como ésta... pero nunca pasa mi amor por ti.

Xena atrapó los labios de Gabrielle con un mordisco en un arranque de deseo. Siempre disfrutaba cuando a Gabrielle le daba por decirle cosas románticas, pero cuando lo hacía en situaciones como ésta le excitaba sobremanera, sentía un palpitar latente en el centro de su cuerpo que le urgía satisfacer. Recorría la espalda de la bardo con manos frenéticas mientras sus lenguas no se daban tregua. Gabrielle no pudo resistir la tentación de acelerar un poco el proceso y llevó su mano al sexo de Xena, sólo pasó la mano por encima y un gemido ahogado de la guerrera le hizo ver lo excitada que estaba, aunque todavía le quedó más claro al notar la humedad que había empapado sus dedos.

Xena se disponía a hacer lo mismo cuando las manos de la bardo detuvieron a las suyas con fuerza y las colocaban por encima de su cabeza, apoyadas en el suelo.

G: Sshh... Déjate llevar -susurró en su oído y dejó de inmovilizar las manos de su guerrera al ver que, de momento, se conformaba con no tocar-

La bardo sentía ganas de explorar cada rincón del cuerpo de Xena como si se tratara de la primera vez, era como una fuerte necesidad de marcar su territorio de nuevo después de aquellos años de hielo y celibato forzosos. Mientras deslizaba las manos arriba y abajo por sus muslos, empezó a besar cada rincón de su cuerpo, toda la cara, sus párpados cerrados, el cuello, donde comenzó a succionar con fuerza... Hasta que llegó a los pechos, allí se entretuvo especialmente, dejando lametones por toda la aureola hasta atrapar el pezón entre sus labios y succionar fuertemente. Cuando iba a repetir la operación con el otro pecho, sintió como las manos de Xena se apoderaban de las suyas y las inmovilizaban detrás de su espalda.

X: Yo también tengo hambre... -susurró eróticamente y la besó en la boca con frenesí para en seguida tumbarla e incorporase un poco, logrando ella la posición de control-

Su frase casi fue literal, porque se abalanzó sobre el cuello de su amante a mordiscos, provocando que Gabrielle gimiera de placer sin ningún pudor. La guerrera miró a lo ojos a la bardo temiendo haberle hecho daño y enseguida vio aquella mirada inconfundible de deseo que la excitó aún más.

G: No pares...
X: Nunca... -contestó con voz ronca, devorando de nuevo su boca mientras empezaba a deslizar las manos por su vientre a toda velocidad, con nervios por hacerla suya por completo-

Enseguida se lanzó sobre el lóbulo de su oreja y lo succionó con delicadeza, para luego pasar toda su lengua por el interior de su oreja y comenzar a respirar sobre ella. Sabía que eso le encantaba y no tuvo ninguna piedad, siguió durante un buen rato hasta que Gabrielle acabó por arquear la espalda de placer por la sensación del cálido aliento de la guerrera en su oído.

G: Xena... -suplicó-
X: <Sshhh>. Todavía no has sentido nada... -susurró aún junto a su oído-. Voy a hacer que tu cuerpo olvide todo el frío de estos cinco años.

Sin más dilación bajó hasta sus pechos y ahí sí perdió el poco control que le quedaba sobre su propia excitación. No comprendía por qué le gustaban tanto, pero desde siempre la volvían loca... Cuando aún eran solo amigas apenas controlaba las ganas de lanzarse sobre ellos cuando se bañaban juntas o cuando Gabby se cambiaba dejándolos al descubierto, y cientos de veces no podía evitar dirigir la vista a su escote mientras hablaban, por más intentaba que no se notara... Por suerte aquellos días de disimulo y deseo reprimido habían quedado muy atrás y ahora podía saciar a su antojo su sed en los pechos de su amada. Primero los apretó con las manos, masajeándolos concienzudamente mientras miraba la cara de placer de Gabrielle y después tomó completamente uno de ellos con su boca. Quería besar, chupar, morder y sobre todo oír a su niña gritar.

La reacción de Gabrielle no se hizo esperar y ésta grito ante el torbellino de sensaciones que Xena le estaba provocando. La guerrera se dio cuenta de que Gabrielle volvía a intentar buscar su sexo con las manos, pero no la dejó, sabía que si lo hacía ya no podría parar y quería seguir disfrutando de saborear a su bardo a cuerpo completo. Antes de que Gabby pudiera llegar con sus manos al destino que pretendía, Xena se deslizó por todo el abdomen de la bardo y abrió sus piernas haciéndose hueco entre ellas. Dobló sus rodillas y enredó los brazos a sus muslos, colocando la cabeza en su entrepierna. Gabrielle apenas podía respirar sólo con el pensamiento de lo que se avecinaba.

Xena sonrió ante aquella visión y, para excitar aún más a su amante no hizo nada, salvo respirar suavemente a sólo unos centímetros de su vulva. Aquel calor de su respiración se transmitió por el cuerpo de Gabrielle como una corriente eléctrica, provocándole un violento escalofrío.

G: Xena, por favor... -imploró-

Xena sonrió de nuevo y haciéndola esperar un poco más empezó a dejar besos y mordiscos en la cara interna de sus muslos, para al fin centrarse en el punto principal. Primero abarcó con toda su boca el sexo de Gabrielle, humedeciéndolo por entero y llenándolo de calor, más calor y humedad de la que aún desprendía.

G: Síiiiii -exclamó sin poder contenerse-

Ante sus suspiros, la guerrera comenzó a lamer su clítoris cada vez más rápido, enloqueciendo a la bardo, cuyo placer iba "en crescendo", como una armoniosa melodía. De repente Xena la penetró con su lengua, rompiendo aquel equilibrio y haciéndole perder los pocos papeles que le quedaban.

G: <¡Aaagh!>

Sustituyó su lengua por dos dedos, dejándose guiar por los reclamos que Gabrielle le lanzaba en forma de gritos y volvió a centrar la boca en el punto donde confluían todas las sensaciones de Gabrielle. En cuestión de unos segundos, la bardo estalló en un sonado orgasmo.

Xena apoyó la cara en su vientre a la altura de su ombligo y mientras lo besaba se dedicó a contemplar su vuelta a la calma y a sentir las palpitaciones de su interior, sin retirar los dedos de dentro hasta que cesaron por completo.

X: ¿Qué tal? -dijo en voz muy baja-
G: <Buaaah> -exhaló, quitándose los pelos sudorosos de la cara, provocando una carcajada de Xena-
X: Curiosa valoración para una poetisa...
G: No te aproveches de mí, aún estoy demasiado débil... -murmuró sin recuperar del todo el aliento-
X: ¿Ah sí? A dormir entonces -dijo recostándose a su lado y cerrando los ojos fingiendo dormir-
G: ¡De eso nada!

Con un ágil movimiento, Gabrielle se colocó sobre ella de un salto y se sentó a horcajadas en su vientre.

X: ¿Ya has recuperado las fuerzas? Descansa, no tengas prisa. No me voy a enfriar...
G: Pero yo no puedo esperar más...

La rubia se abalanzó sobre la boca de su amante sin darle tiempo a reaccionar y la besó pasionalmente. Cuando sus labios se apartaron la guerrera se mordió el labio mirándola con deseo y Gabrielle comprendió que no podía más. Bajó por su vientre sin demora dejando algún lametón suelto por sus pechos y se centró en el punto de necesidad de su amor. Xena lo agradeció con un hondo grito y como respuesta Gabby aceleró el ritmo de su lengua por toda la superficie de su vulva. La guerrera se revolvía inquieta, incapaz de resistir por más tiempo la necesidad de sentir los dedos de Gabrielle en su interior. La bardo comprendía sus movimientos delirantes, pero antes quería disfrutar plenamente de su sabor, así que hundió la lengua en sus profundidades, explorando tan hondo como podía. Xena soltó una serie de gritos encadenados hasta que al fin pudo hablar entrecortadamente.

X: Ven... no quiero terminar así... Quiero mirarte...

Gabrielle sonrió; conocía los gustos de Xena como los suyos propios y le hizo caso. Se colocó sobre ella sin tumbarse totalmente y la penetró con dos dedos mirándola cara a cara, muy juntas. Xena gimió largamente, pensando que en cualquier momento explotaría, pero aún quería alargar su placer un poco. Llevo su mano a tientas hasta el centro de Gabrielle y tras comprobar que seguía tan húmedo como antes introdujo sus dedos de nuevo, sin que la bardo lo esperara. Las dos gritaron al unísono y sus ritmos se adaptaron, penetrándose la una a la otra con la misma rapidez e intensidad, cada vez más fuerte. Los gemidos de Gabrielle hicieron que Xena dejara de contenerse y acelerara del todo sus movimientos. La rubia imitó sus esfuerzos y las dos llegaron juntas al éxtasis entre gritos.

X: <Uufff> -resopló la guerrera cuando Gabrielle se desplomó sobre su cuerpo-

Las dos se miraron con la gran sonrisa de felicidad propia de esos momentos y Xena empezó a acariciar los cabellos de Gabrielle mientras ésta se acomodaba en su hombro y lo llenaba de besos.

G: Creía que morías -comentó entre risas-
X: No imagino mejor forma de morir.
G: Me alegra verte así, tan relajada...
X: Sí, nos hacía falta. Sólo espero que el reencuentro con Eva salga la mitad de bien que esto...
G: Seguro que todo va bien. Tengo ganas de llegar ya a Roma...
X: Nunca creí que diría esto, pero yo también -susurró besando la frente de su amor y alcanzado a tientas la manta para cubrirla; la noche arreciaba una vez que habían pasado la calor del momento-. Hasta que no la vea... al menos eso, verla, no me voy a quedar tranquila...

Gabrielle alzó la cabeza para mirarla.

G: ¿Tienes miedo de que la hija del emperador no sea tu hija?
X: Aquella mujer mencionó un asalto... No quiero ni pensar que a Eva... le ocurriera algo terrible y que la niña que ahora tiene Octavio se trate de otra persona.
G: Xena no, no tiene sentido... Tranquilízate, estoy segura de que Eva está bien y en unos días podremos estar con ella. Todo volverá a ser como antes, sólo que sin pañales -bromeó-
X: A eso es a lo que me refiero... ¿Crees de verdad que todo pueda volver a ser como antes? Han pasado cinco años, la niña vive con Octavio como si fuera su padre... y si Octavio se ha casado... puede que hasta tenga otra madre... -musitó con dolor-. ¿Crees que le hará alguna gracia que me presente allí como su madre? No sé si es justo para ella... ¿Crees que tengo derecho?
G: Por supuesto que sí -contestó Gabrielle tajantemente, tranquilizando a su guerrera, que había dejado todos sus miedos al descubierto-. Xena, tú no la abandonaste, fueron las circunstancias... Tienes todo el derecho del mundo a recuperarla, y por mucho que Octavio se haya encariñado con ella, en cuanto te vea comprenderá que eres su madre y que su lugar está contigo... Y en cuanto a Eva, ella es tu hija y una hija debe estar con su madre; tiene todo el derecho a conocerte, a quererte...

Xena asintió, mucho más positiva. Cuanto todo parecía estar perdido, Gabrielle siempre lograba pintar las cosas de otro color para ella, iluminar su camino. Era una paz que sólo encontraba con ella.

G: Está claro que las cosas no van a ser fáciles... Tu hija tendrá dos familias y eso complicará las cosas, pero no podemos renunciar a ella.
X: No, eso no. Antes muerta...
G: Sólo quedan dos días para llegar a Roma. Trata de relajarte y descansar.
X: Te quiero.
G: Yo también.

Se besaron por última vez y cerraron los ojos en seguida para intentar dormir. Al día siguiente les esperaba un arduo día de camino.


4. Un vuelco del corazón

Dos días después, por la mañana temprano, mucho antes de lo esperado, llegaron a Roma. Tras el intenso cabalgar dejaron los caballos en una cuadra a la entrada y echaron a caminar hacia el centro de la ciudad.

Xena estaba muy nerviosa, con el sólo hecho de estar allí no podía evitar mirar compulsivamente a todas partes, como si fuera a encontrar a su hija en cualquier esquina.

G: Tenemos que ir al palacio cariño... -declaró tomándola de la mano, notando su nerviosismo-. ¿Por dónde se irá? Qué distinto está todo...
X: Sí, todo esto ha cambiado mucho con Octavio. Hay que reconocer que hay más ambiente, Roma está llena de vida -mientras miraba las calles abarrotadas- Vamos, atravesaremos el foro, seguro que allí podrán darnos indicaciones.

Se adentraron en el foro de la ciudad y aquella zona todavía estaba más saturada de gente que compraba en los puestos del mercado.

G: Deberíamos comprar algo de desayuno ya que estamos...

La guerrera asintió como única respuesta, pues no comían nada desde la tarde anterior, y la siguió hasta un puesto en el que vendían alimentos, pero en seguida la vista se le fue al que estaba inmediatamente al lado, que estaba lleno de juguetes.

G: ¿Qué te apetece?
X: Lo que tú elijas está bien, pequeña -contestó totalmente ausente, cogiendo entre las manos una muñeca de trapo, sencilla pero bonita-
G: Póngame un poco de queso y dos manzanas. Y eso también -dijo señalando a la muñeca que tenía Xena entre las manos-

Xena se giró, viendo que su bardo se había dado cuenta de que estaba absorta y le preguntó con la mirada, sorprendida por su gesto de comprar el juguete.

G: Tú eres su mejor regalo... pero algo material, frívolo y bonito siempre ayuda cuando se trata de mujeres...
X: Pues yo no te doy nada material y te gusto igual, ¿o no?

Gabrielle reprimió una risa y le pagó al tendero, le preguntó la dirección de palacio y esperó a que estuvieran lo bastante lejos del bullicio para contestar.

G: ¿Te parece poco material todo esto? -susurró deslizando las manos por los laterales de todo su tronco abdominal, hasta posarlas en sus glúteos-
X: Bueno, visto así... -sonrió y le dio un beso muy corto. Ya sólo podía estar centrada en una cosa-. Vamos, ¿no?
G: Sí, perdona. Intentaré contenerme... Es que estás muy guapa con ese vestido...

Gabby contemplada el vestido de paisana que se había puesto la guerrera. Las dos se habían vestido con ropas más convencionales, escondiendo sus armas por dentro de los ropajes. Querían hacer una entrada lo más discreta posible en Roma. Además, se suponía que estaban muertas y así les convenía que fuera de cara a los dioses, aunque ignoraban si Ares les habría desvelado ya al resto que estaban vivas.

X: Espero que ese vendedor tenga razón y éste sea el camino más corto...

Ya echaban a andar de nuevo cuando Xena sintió unas pequeñas manos que se agarraban a su cuerpo por detrás.

Voz infantil: ¡¡Mamá!! ¡¡Eres tú!!

Tanto Gabrielle como Xena abrieron los ojos de par en par. Xena se quedó petrificada por un minuto; su corazón estaba tan acelerado que no era dueña de sus músculos. Tardó unos segundos en poder darse la vuelta lentamente...


5. El reencuentro con los viejos amigos

Vio a un niño que debía contar la edad de Eva, unos cinco años, pero enseguida el chiquillo se apartó con una expresión de extrañeza.

Niño: ¿Eres tú, mamá? -preguntó ante la falta de respuesta de su supuesta madre- ¿Por qué llevas esa ropa?
X: Cariño, me temo que te has confundido. No soy tu madre... pero podemos ayudarte a encontrarla. ¿Cómo te llamas?
Voz: ¡¡¡¡Virgilio!!!!

Una mujer que les era familiar se acercaba corriendo a toda prisa hacia ellas. Ni siquiera reparó en la presencia de Gabrielle y Xena, sólo se abrazó al niño.

Virgilio: ¡Mamá!
Meg: ¿Cómo has podido perderte otra vez? Mira que te tengo dicho que no te despistes en el mercado.
G: ¿Meg? -susurró, en estos cinco años había cambiado levemente de aspecto, pero sus modos eran inconfundibles-
X: ¿Eres tú?

La mujer levantó la vista y las miró estupefacta, casi no pudo articular palabra.

Meg: Sois, sois...
G: Xena y Gabrielle, sí. Larga historia...

Meg se tapó la boca con ambas manos sin saber si acercarse o desmayarse.

Meg: ¡Ohh dios mío! Pero todo el mundo creía que estabais...
X: ¿Muertas?
Meg: ¡Síii! Joxer me dijo que estabais vivas, ¡pero nunca le creí! Se caerá del susto cuando os vea.
G: Joxer... ¿Está bien? ¿Sabes algo de él?
Meg: Que si sé algo de él... Me casé con él, es mi marido.

Xena y Gabrielle se miraron sorprendidas, sonrientes.

G: ¿Y tenéis un hijo? -preguntó riendo acariciando el pelo del pequeño-
Meg: Sí, Virgilio -contestó, imitando el gesto de Gabrielle-. Tenéis que contármelo todo...
X: Sí, pero escucha Meg, esto es más importante: -y acribilló a su doble a preguntas sin poderse contener-. Necesitamos llegar hasta el palacio, a ver al emperador, él... tiene una hija. ¿Sabes algo de esa niña?, ¿está bien?, ¿y de Octavio? ¿está casado?
Meg: Claro... Debí suponerlo... Has venido a por tu hija...

Xena asintió, más nerviosa aún ante la afirmación de Meg.

Meg: Vamos a palacio en seguida; Joxer y yo trabajamos allí, no tendréis ningún problema para entrar... Os lo contaré todo por el camino.

De camino, la conversación de Meg las tranquilizó mucho. Por lo que Joxer le había relatado a Meg no cabía duda de que la hija del emperador era en realidad Eva. Además, Octavio no se había casado y por lo tanto, la niña no tenía otra madre. Ése era uno de los temas que más atormentaba a Xena. Menos de una hora después llegaban a los territorios del palacio, que eran de una gran amplitud.

G: Qué raro que los guardias de la entrada se hayan comido el cuento de que somos mercaderes y venimos a ayudarte a traer las compras...
Meg: Bueno, llevamos aquí años, somos empleados de confianza. Ven, Xena, mi casa está por allí... -dijo señalando una especie de chozas que debían ser las casas de los empleados, al ver que Xena se dirigía al edificio principal-
X: No Meg, voy a ir a ver a Octavio inmediatamente.
Meg: No creo que debas hacer eso... Hay cosas que aún debes saber, cosas importantes...
X: ¿Qué cosas? Después de lo que nos has contado no hay duda, es mi hija. Quiero verla inmediatamente.
Meg: No, Xena, créeme, hay un asunto complicado que tienes que saber, prefiero que sea Joxer quien te lo cuente...

Gabrielle se acercó más a Xena, al principio estaba completamente de acuerdo con la guerrera, ¿a qué esperar?, pero al ver la cara de circunstancia de Meg intuyó que se trataba de algo extraordinariamente grave.

G: Xena, has esperado mucho tiempo, ¿qué más da un poco más? Es importante que lo sepas todo, para que cuando te acerques a ella estés totalmente preparada.

En cuestión de minutos entraron en casa de Meg, donde un hombre con la cabeza gacha mondaba zanahorias.

Meg: No vas a creer la sorpresa que te traigo...
Joxer: ¿Había fresas en el mercado? -levantó la vista sin mucha emoción y se topó con los cuerpos de Xena y Gabrielle apoyados en la puerta.

El momento fue de total emoción. Joxer se acercó con lágrimas en los ojos y las abrazó a ambas a la vez.

Joxer: ¡Sabía que volveríais! ¡Lo sabía!

Las dos correspondieron a su abrazo unos segundos y cuando se soltaron las caras de todos brillaban de felicidad. Xena fue la primera en esbozar un semblante serio; no podía más con la presión que se le formaba en el pecho al saber que estaba tan cerca de su hija y sin poder verla aún. Quería salir corriendo hacia palacio cuanto antes.

X: Joxer, siento estropear este momento... pero ya habrá tiempo de alegrarnos por el reencuentro. Ahora me urge que me digas dónde está mi hija, y qué pasa, por qué no puedo verla...
Meg: Se lo he contado casi todo, pero falta lo más importante...
Joxer: Está bien, sentaos... ¿Dónde está el niño? ¿Se ha vuelto a perder? -preguntó a su mujer mientras servía una bebida y algo de comer para Xena y Gabrielle y se sentaba frente a ellas-
Meg: No, se me escabulló por el mercado, pero ha vuelto con nosotras... Pero ya sabes, se ha ido corriendo en seguida a palacio a jugar con Julia.
X: Julia... -pronunció pensativa- ¿Es Eva, verdad?
Joxer: Sí, Octavio le puso ese nombre. Yo... yo no le dije nada, pensaba que así su identidad estaría más protegida frente a los dioses...
X: Tenía que ser justamente ese nombre... -musitó sin poder evitar visualizar en su mente la imagen de Julio César; definitivamente ese hubiera sido el último nombre que habría elegido para Eva-
Joxer: No me has dejado terminar... No le dije nada por el bien de la niña... pero sobre todo porque no podía...
G: ¿Cómo que no podías?
Joxer: Verás, poco tiempo después de vuestra "muerte", Octavio sufrió un despiadado ataque, casi lo mataron.
X: Pero no le pasó nada a Eva, ¿verdad?
Joxer: No, no, ni un arañazo. Pero Octavio sufrió un golpe muy fuerte en la cabeza. Se temía por su vida y lo llevaron al Monte Nestos, a ver a un sanador muy famoso que tú conoces.
G: ¿Nicklio? -vaticinó Gabrielle, más rápida esta vez que Xena-
Joxer: Sí. Pudo salvarse y contrató a Nicklio como su médico personal, ahora vive en palacio. Por lo visto este señor es un buen curandero...
X: El mejor que he conocido. Curó mis piernas cuando parecían irrecuperables, después de que César me las rompiera.
Joxer: ... Por eso cuando dijo que a Octavio no se le podía mencionar nada del pasado que no recordaba, no me atreví a hablarle de la historia de Eva, ni de vosotras.
G: ¿El pasado que no recordaba?
Joxer: Octavio perdió totalmente la memoria. No recuerda de dónde salió Eva, no recuerda quiénes sois vosotras... Por lo visto lo primero que vio al despertar fue una nota que tú le dejaste, en la que le pedía que cuidase de Jul... digo, de Eva -rectificó, mirando la cara de desconcierto de Xena-

La cara de Gabrielle dibujaba su absoluto asombro, en cambio la de Xena parecía de determinación, y con un rápido movimiento se levantó de la silla.

X: Bueno, todo eso me da igual. En cuanto me vea, me reconocerá, y si no es así, se lo recordaré yo.
Meg y Joxer: ¡Noooo! -exclamaron a coro-
Joxer: Xena, no has entendido la gravedad del problema... Si a Octavio se le recuerda su pasado, se volverá loco, loco de remate...
X: ¿Qué? Lo tuyo sí que es una locura...
Meg: No Xena, Joxer no está mintiendo... El curandero lo dijo. Es más, en una ocasión intentaron reencontrar a Octavio con un viejo amigo para que recordara y empezó a desvariar, casi pierde el juicio...

Gabrielle miró a Xena con semblante preocupado.

X: ¿Y qué quieres que haga? ¿Qué me quede de brazos cruzados mientras que estoy en el mismo sitio que mi hija? ¿Qué no la reclame?
Joxer: No pretendo eso... Pero tiene que haber otra manera que no sea enfrentar a Octavio y contarle la verdad de su pasado. Es un hombre bueno, un padre ejemplar para tu hija, que lo adora, y el mejor emperador que Roma ha visto jamás. Ha traído la paz al mundo y esperanza a mucha gente... No puede perder la razón, sería un desastre...

Xena bajó la cabeza, comprendiéndolo todo, se deslizó el dedo índice por debajo del párpado, sin querer que los demás notaran que se limpiaba una lágrima, y volvió a mirar al frente con decisión.

X: Voy a verla.
G: ¡Xena! Tiene que haber otra forma...
X: Sólo quiero verla, Gabrielle, aunque sea de lejos. También quiero que me digas dónde puedo encontrar a Nicklio, Joxer, tengo que hablar seriamente con él...

Un rato después Xena se deslizaba alrededor de palacio sigilosamente, burlando a los guardias sin demasiada dificultad. Estaba dispuesta a trepar hasta el balcón que Joxer le había indicado que era el de su hija, cuando llegó a una estancia con grandes cristaleras en la que pudo ver a Octavio, con un guardia cerca, redactando en un pergamino. Enseguida, una niña pequeña entró de la mano de una mujer, para inmediatamente soltarse y salir corriendo hacia Octavio. Xena sintió un vuelco en el pecho. Habría reconocido aquellos ojos azules por muchos años que hubieran pasado...

Continuará...


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