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Disclaimer: Los personajes de Xena y Gabrielle, así como los que hayan aparecido en la serie de televisión XENA: LA PRINCESA GUERRERA, son propiedad exclusiva de MCA/UNIVERSAL y Renaissance Pictures. El resto de personajes son de la ingeniosa invención del autor. El uso de personajes de Universal en esta historia no constituye un intento del autor de beneficiarse o infringir en modo alguno el copyright existente. La interpretación de los personajes en esta historia es obra del autor. El copyright de este fanfic pertenece a Eva Allen, septiembre de 1997.
Las críticas constructivas y/o las puras alabanzas son siempre bienvenidas. Escribidme a emallen@earthlink.net.
ESTÁIS AVISADOS: Esta historia incluye la representación de sexo entre dos mujeres adultas y con consentimiento mutuo. Si esto te ofende, por favor encuentra otra cosa para leer.
ADVERTENCIA DE VIOLENCIA SEXUAL: Tiene lugar una violación fuera de escena en el transcurso de esta historia. Ésta no se describe en detalle, pero sí sus efectos tanto físicos como emocionales. Si este tema puede molestarte, por favor abstente de leer esta historia.
ADVERTENCIA DE VIOLENCIA MEDIA: Una gran escena de lucha hacia el final.


Nota de la traductora: Podéis dejarme vuestras opiniones y críticas sobre la traducción en kayra_de_arcadia@latinmail.com

Titulo Original: The Cottage


LA CABAÑA

Por Eva Allen
Traducción Kayra

Segunda parte

-¿Qué haremos hoy? -preguntó Gabrielle mientras se terminaban el estofado de conejo para desayunar.

-Lo que tú quieras.

-<<Mmm>>, ¿sabes qué? Realmente me gustaría pasar algo de tiempo escribiendo, si no te importa. Hemos tenido tantas aventuras últimamente que me he quedado rezagada en mis pergaminos.

-Claro, puedes hacer eso -Xena le sonrió-. Puedes hacer lo que quieras.

-Pero ¿tú qué harás?

-¿Yo? Oh, ya encontraré algo. Puedo tratar de quitar las manchas de hierba de mi espada y afilarla de nuevo. Cepillar a Argo. Ir a nadar. Hay montones de cosas que puedo hacer.

Gabrielle la contempló por unos momentos.

-Xena, sabes que odias sentarte en el campo sin hacer nada. ¿Por qué no vas a explorar un poco o a pescar? Tal vez puedas conseguirnos alguna carpa para comer.

La guerrera frunció el ceño.

-No, esa no es una buena idea, Gabrielle. No quiero dejarte sola aquí.

-¿Aún estás preocupada por Garron?

-Un poco.

-¿Has visto algo que te haga pensar que nos ha seguido?

-No -admitió Xena.

Gabrielle puso la mano sobre el brazo de Xena.

-Mira -dijo-, realmente tengo un buen presentimiento sobre este sitio. Me siento perfectamente a salvo aquí, y me sentiré a salvo quedándome aquí sola, si quieres salir un poco. De verdad. Y además, puedo cuidar de mí misma. Tengo mi bastón y sé cómo usarlo. No soy una niña, Xena. No tienes por que cuidar de mí todo el tiempo.

Xena la contempló, teniéndolo en cuenta.

-¿Estás segura de que te sentirías a salvo? -dijo, tras un rato.

-Sí.

-Porque si tienes cualquier duda, sólo dímelo y estaré encantada de quedarme aquí contigo, lo digo en serio.

-No tengo dudas, Xena.

-Bueno, estaría bien salir y buscar algunas hierbas -dijo vacilante-. Casi no me quedan de las que uso con más frecuencia. Y probablemente podría pescar uno o dos peces mientras estoy en ello, si es lo que quieres. No estaré fuera más que un par de horas, lo prometo.

-¡Sí, Xena, esa es una buena idea! Quiero que lo hagas. Sé que te lo pasarás mejor que sentándote aquí a verme escribir.

Xena sonrió.

-Qué bien me conoces, mi amor -besó rápidamente a Gabrielle en la frente mientras se levantaba de la mesa-. Sólo quiero dar otro vistazo a los alrededores antes de irme.

Se puso el peto y los brazaletes, luego se sujetó la espada en la espalda y el chakram en la cintura. Después de ver a Argo en el prado, dio otra vuelta por toda la zona, no tan ancha esta vez, y no vio nada que la alarmara.

-Todo parece estar bien -le dijo a Gabrielle cuando regresó.

-¿Lo ves? ¿Qué te dije? -dándole a Xena un beso rápido-. ¡Ahora sal de aquí!

A Xena le llevó sólo un minuto encontrar su bolsa de hierbas y un pedazo corto de cuerda donde colgar los peces, luego se dirigió al otro lado del arroyo para explorar la zona sur de la cabaña.

-Te veré más tarde -le gritó a Gabrielle, que sonreía y la despedía con la mano.

El terreno era desigual y accidentado, pero las largas piernas de Xena lo cubrieron fácilmente. Respiró profundamente el aire fresco, en parte porque olía muy bien, pero también porque trataba de calmar el último atisbo de miedo que aún la roía por dentro, el miedo de que Garron de algún modo, a pesar de toda su vigilancia y precauciones, se las hubiera arreglado para seguirlas. Pero seguramente habría visto algo. Se habría descubierto de algún modo; no era tan listo. Tenía que dejar de preocuparse. Gabrielle tenía razón, podía cuidar de sí misma. Se había convertido en una experta luchadora y Xena a menudo se asombraba estos días, mirándola... ¿pero contra Garron? No pensaría en ello. Pensaría en el sol de la mañana sobre su cara, el viento en su cabello, dónde podrían hallarse las mejores hierbas y lo bien que se sentía el salir a pasear así.

No viajaba en línea recta, y a menudo hacía pausas para orientarse y así ser capaz de encontrar fácilmente el camino de vuelta. La bolsa de hierbas se llenó rápidamente, mientras se detenía aquí y allí para cortar las plantas elegidas con su daga. Más allá trepó por la cresta de una colina, y se sintió especialmente contenta de encontrar un arroyo frío y cristalino, a la sombra de los sauces.

-Corteza de sauce -murmuró-. Buena para aliviar el dolor. Siempre parece que necesito montones de corteza de sauce -y mientras estaba ahí, pensó-, también podría ver si podía pescar algunos peces.

El sol estaba alto, y se dio cuenta de que ya había estado fuera más de una hora. Rápidamente se quitó las canilleras, las botas, los brazaletes y se metió. El agua fría se sentía bien al calor creciente del día. Inclinando la cabeza a un lado, escuchó atentamente, luego fue hacia la zona más profunda, donde sabía que las carpas permanecían a la sombra de la lejana orilla. No le llevó mucho sacar un par de carpas gordas del agua con sus manos desnudas y lanzarlas sobre la orilla. Dos serían suficientes por esa noche. Siempre podía volver otro día a conseguir más.

Xena salió, recogió el pescado, pasó la cuerda a través de sus branquias y las ató. Lueco se sacudió el agua de sus brazos y piernas, se sentó sobre una roca a la sombra y se colocó los brazaletes. Justo estaba metiendo un pie en la bota cuando de pronto oyó un sonido que le heló la sangre. Era Gabrielle gritando.

Levantándose rápidamente, Xena lanzó una mirada llena de pánico a los alrededores. ¿Desde dónde había llegado el grito? ¿La había seguido Gabrielle? No vio a nadie por allí, nada extraño en el pequeño y apacible valle. Entonces de nuevo oyó los gritos.

-¡Xena! ¡Ayúdame! ¡Xena!

Xena oía claramente los gritos, y todavía parecían no provenir de ninguna parte. Entonces de repente se dio cuenta de que los estaba oyendo, no con los oídos, sino desde alguna parte dentro de ella. Era extraño, pero era del único modo en que podía explicarlo. Sentándose, comenzó a atarse la bota tan rápido como pudo con dedos temblorosos. Algo iba terriblemente mal, eso lo entendía muy bien. Gabrielle la necesitaba y ahí estaba ella, en las colinas a casi media legua de distancia. Pareció tardar para siempre en atarse las botas, incluso aunque omitió muchos de los agujeros. Cuando finalmente terminó, se puso como pudo las canilleras, recogió la bolsa de hierbas y el pescado y salió corriendo.

El terreno irregular le dificultó la velocidad, y tuvo que tomarse su tiempo en localizar los puntos de referencia que había notado anteriormente. Se había alejado más de lo que pretendía, y le estaba llevando demasiado tiempo regresar. Su respiración se aceleró y dificultó, y el sudor le goteaba en los ojos. Luego, alzando la vista mientras salía disparada por un área abierta, vio el humo. Se alzaba en una columna negra por encima de los árboles, a alguna distancia. Se paró en seco, mirándolo, dándole un vuelco el corazón al darse cuenta de que señalaba el lugar donde calculaba que estaba la cabaña.

-¡No! -susurró-. ¡Zeus, no permitas que pase esto! -luego, respirando estremecidamente, se lanzó hacia delante.

No se detuvo de nuevo hasta que hubo descendido la última ladera y salvado el arroyo del prado de un simple salto. Aterrizando en cuclillas, dejó caer la bolsa de hierbas y el pescado, desenvainó su espada y se puso en pie.

No quedaba mucho de la cabaña. Al parecer las paredes de madera seca y el techo de paja habían sido presas fáciles de las voraces llamas. Lo único que aún quedaba en pie era la chimenea de piedra. Vigas ennegrecidas y restos del techo aún ardiendo en llamas sobre lo que había sido una vez el suelo de la cabaña.

Xena escudriñó el claro en busca de algún signo de vida, pero no vio nada.

-¡Gabrielle! -gritó-. Gabrielle, ¿dónde estás? -el siseo y crepitar del fuego fue la única respuesta. Con cautela, fue hacia el incendio. Entonces se levantó viento, llevándole el olor acre de la madera y la paja quemadas, y algo más... De repente una visión de Cirra surgió de su memoria, y de nuevo oyó los gritos de la gente en sus casas quemándose viva-. No, no pensaré en eso ahora -murmuró Xena. Sacudió bruscamente la cabeza, y la imagen se fue tan rápido como vino.

El calor del fuego la mantuvo a un par de pasos atrás de las ruinas ennegrecidas, pero vio el cuerpo casi inmediatamente. Cerca del centro de la cabaña yacía una forma encogida, carbonizada más allá del reconocimiento. Xena cerró los ojos mientras un estremecimiento la recorría y se mordía con fuerza el labio para evitar gritar.

-¡No! -gimió-. ¡Gabrielle, no! ¡Por favor! -sus rodillas parecieron volverse líquidas. Desmoronándose sobre la hierba, dejó caer su espada y enterró la cara entre las manos. Permaneció así por un buen rato, intentando controlar su temblor, luego se obligó a mirar de nuevo el cuerpo. Con el cabello y las ropas quemadas, era imposible decir mucho de él. ¿De verdad era Gabrielle? Recogiendo su espada, se puso en pie y recorrió las ruinas lentamente, sin apartar en ningún momento los ojos de la grotesca y negra figura. De algún modo, parecía más grande de lo que hubiera esperado del cuerpo de su amante. Cuando alcanzó la parte trasera de la cabaña, vislumbró las botas, que no estaban quemadas tan a fondo como todo lo demás. Con súbito alivio se dio cuenta de que eran mucho más gruesas y largas que las botas de Gabrielle.

Pero si Gabrielle no estaba muerta, entonces, ¿dónde estaba? ¿Y quién se había quemado en el incendio de la cabaña? Xena miró de nuevo por los alrededores del claro.

-¡Gabrielle! -llamó, luego escuchó. Una viga en llamas se rompió con un suave chasquido y Xena saltó. Alejándose de las ruinas, hacia la línea de arbustos y árboles, afinó sus oídos para captar cualquier sonido que no fuera hecho por el fuego-. ¡Gabrielle! -llamó de nuevo. Fue entonces cuando oyó el gimoteo. Un animal herido, pensó al principio. El sonido parecía llegar desde un cercano grupo de densos arbustos. Con la espada preparada, se movió en esa dirección. Sí, ahí estaba el lugar donde las ramitas se habían roto cuando alguien o algo había pasado a través. Xena separó las ramas con su espada, escudriñando el interior, y luego se adentró en un espacio estrecho entre los arbustos.

Le llevó un momento localizar a Gabrielle, que estaba acurrucada al fondo a la sombra de los arbustos. Estaba sentada, fuertemente abrazada a sus rodillas que le tocaban el pecho, con el rostro enterrado contra los brazos. Acercándose, Xena pudo ver que el pelo dorado estaba enmarañado con hierba y apelmazado con lo que parecía ser sangre. Envainó la espada y se arrodilló delante de su compañera.

-¿Gabrielle? -dijo suavemente, el gimoteo se detuvo, pero no hubo ninguna otra respuesta. Xena puso ambas manos sobre la cabeza rubia.

-No me toques -la voz de Gabrielle era baja y siniestra, como un gruñido.

Xena se quedó helada y lentamente retiró las manos.

-De acuerdo -dijo. Guardó silencio un momento-. ¿Qué ha pasado, Gabrielle? -preguntó entonces-. ¿Estás herida? Quiero ayudarte.

Gabrielle alzó la cabeza bruscamente.

-Oh, ahora quieres ayudar, ¿no? -dijo en un tono tan afilado como una daga-. ¿Dónde estabas, Xena? Te necesité. ¡Te estaba llamando a gritos y no viniste!

El aliento de Xena quedó atrapado en su garganta. A través de la maraña de pelo rubio-rojizo, vio el brillo enloquecido de los ojos de Gabrielle, los oscuros moratones en su cara y brazos, el corte e hinchazón sobre un ojo.

-Lo siento -dijo suavemente-. Debería haber estado aquí.

-Sí, deberías haber estado -Gabrielle la miró fijamente y luego puso la cabeza de nuevo sobre los hombros.

Xena estudió a la figura acurrucada, queriendo tocarla desesperadamente, pero no atreviéndose a hacerlo.

-¿Qué ha pasado, Gabrielle? -comenzó de nuevo-. ¿Puedes decírmelo? -no hubo respuesta-. ¿Cuán graves son tus heridas? -nada todavía. Xena respiró profundamente un par de veces, intentando calmar la creciente sensación de pánico. Buscando indicios frenéticamente, de pronto vio lo que no había visto antes, debido a los densos arbustos y hierba en los que la bardo estaba sentada... Gabrielle no llevaba puesta ninguna otra cosa que sus botas-. ¿Dónde está tu ropa, Gabrielle? -preguntó Xena.

-¡La quemé! -dijo Gabrielle, alzando la vista de nuevo. Sus ojos estaban entrecerrados, su voz sonaba dura-. ¡Todo se ha convertido en humo, así como nuestro pequeño nidito de amor!

Xena la miró, helada por la creciente comprensión de lo que debía haber pasado.

-¿De quién es el cuerpo que hay en la cabaña? -preguntó-. ¿Es de Garron? -una mirada de puro terror cruzó por la cara de Gabrielle. Asintió, cerró los ojos y una vez más dejó caer la cabeza.

Xena alzó la mano para tocarla, pero entonces se acordó y la retiró.

-¿Qué te hizo, amor? -preguntó tan suavemente como pudo-. ¿Te violó? -un estremecimiento fue la única respuesta, pero le dijo cuanto necesitaba saber-. ¡Maldito sea! -siseó, y golpeó su puño contra el suelo-. ¡Espero que esté ardiendo en el Tártaro!

Por un momento cerró los ojos y trató de mantener sus emociones bajo control. Ahora mismo lo más importante era averiguar la gravedad de las heridas de Gabrielle y ayudarla. Más tarde habría tiempo de sobra para la ira. Abrió los ojos y contempló a la figura inmóvil delante de ella.

-Gabrielle -Xena en voz baja-, tienes que dejar que te toque. Estás herida y quiero cuidar de ti -puso su mano sobre el brazo de Gabrielle, pero la bardo se apartó bruscamente.

-Deberías haber cuidado de mí antes, Xena -alzando la vista-. ¿Por qué no viniste cuando te necesité?

-Gabrielle... -Xena alzó de nuevo la mano, pero la bardo arremetió contra ella de pronto, gritando y golpeándole la cara y el pecho con los puños apretados. Xena atrapó los brazos en movimiento y trató de controlar el aluvión, pero Gabrielle demostró ser más fuerte de lo que ella esperaba. Temerosa de causarle más heridas de las que tenía, Xena rápidamente se decidió por otra táctica. Subió sus manos hacia los hombros de Gabrielle, sus dedos buscando los puntos exactos cerca del cuello. No era fácil en mitad de tal forcejeo, pero después de un momento, encontró los dos puntos y hábilmente aplicó presión. Era una técnica que la bardo una vez había apodado "el pinchazo modificado". Diseñado no para cortar el flujo de sangre al cerebro, como hacía el pinchazo habitual, sino simplemente para producir un estado de ligera inconsciencia que era útil para aliviar el dolor mientras se practicaba alguna cirugía o se trataban heridas. Casi tan pronto como aplicó presión, Xena sintió a Gabrielle debilitarse y vio cómo los ojos se le ponían en blanco. Con manos gentiles, atrapó a la bardo y la movió con cuidado, estirándola sobre la hierba.

No había esperado ver tanta sangre. Parecía estar por todas partes, derramada sobre los pechos de Gabrielle, el estómago y los muslos. Por un momento, Xena no pudo identificar la fuente, pero entonces vio el profundo corte sobre uno de los pechos. Arrancando algunas hojas largas de un arbusto cercano, las usó para aplicar presión sobre la herida. Mientras esperaba a que se detuviera la hemorragia, trató de pensar qué cosas necesitaban. Una manta para mantener caliente a Gabrielle, algunos paños para limpiar y vendar, algo dónde poner agua, posiblemente la olla. Se detuvo en mitad de este pensamiento, dándose cuenta repentinamente de que todo cuánto necesitaban estaba en la cabaña... y la cabaña se había quemado.

-¡Ha desaparecido! -susurró-. ¡Todo cuánto tenemos ha desaparecido! -sacudió la cabeza con incredulidad, luego murmuró-. ¡Bueno, éste será un reto interesante!

Xena comprobó la herida y vio que ya no salía sangre. Tenía que sacar a Gabrielle de esos arbustos y llevarla a la luz del sol donde estaría más caliente. Y necesitaría mucha agua. Tal vez estaría bien algún lugar cerca del arroyo. Se puso en pie y miró la forma inmóvil sobre el suelo. Aunque ensangrentada, la bardo parecía bastante tranquila. Seguramente estaria bien para dejarla sola unos minutos.

Xena se abrió paso a través de los arbustos y se quedó parpadeando en el claro a la luz del sol. La mayoría del incendio había quedado reducida a brasas y unas pocas y pequeñas lenguas de fuego, pero las ruinas aún irradiaban mucho calor. Se acercó para medir el daño. La olla de hierro estaba en la chimenea, donde la habían dejado esa mañana, y podía distinguir la sartén tirada cerca del centro de la habitación, bajo una viga medio quemada. Por lo menos sería capaz de recuperar esas dos cosas. Sin embargo, donde había estado su cama, ahora sólo había cenizas. No quedaba ningún rastro de paja, hierba, ni siquiera de las mantas.

Xena rodeó la cabaña, y se detuvo cerca de la puerta delantera, mientras sus ojos caían sobre un armazón de cuero y piel carbonizado.

-¡Mi silla de montar! -gimió. Tampoco quedaba mucho de la brida. Por supuesto, ella podía montar a pelo, pero sería casi imposible luchar a caballo sin silla de montar. Y aunque Argo estaba bien entrenada, montarla sin una brida para guiarla podría resultar difícil. ¡Argo! ¿Dónde estaba? ¿Estaba bien? Xena se volvió hacia el prado y silbó. Se alivió al oír el conocido relincho mientras la yegua trotaba hacia ella, pero justo al llegar al claro, Argo se detuvo y permaneció zarandeando la cabeza nerviosamente en dirección a las ruinas de la cabaña. Xena fue hasta ella.

-Ese fuego te asustó, ¿verdad, chica? -murmuró con dulzura. Acarició el cuello dorado, luego inspeccionó rápidamente a la yegua en busca de heridas, y no encontró nada que la alarmara-. Muy bien, Argo, me parece que estás bien. Ahora necesito cuidar de Gabrielle, y mañana puedes ayudarme a llevarla a la ciudad de algún modo -le dio al caballo una palmadita afectuosa y Argo se volvió y se alejó trotando.

La guerrera caminó hasta el arroyo y recogió la bolsa de hierbas y el pescado que antes había dejado caer. Luego prosiguió caminando a lo largo de la orilla en dirección contraria al prado. Cerca del punto donde el arroyo dejaba el claro y se adentraba en el bosque, había una gran roca, que le llegaba casi hasta la cintura. Estaba en un punto soleado, a sólo un paso o así del agua. Xena la estudió por un momento, luego dejó la bolsa de hierbas sobre el pasto cercano a la roca. Dejó el pescado en el agua fresca del arroyo y ató el cordel a un arbusto. Luego, tras echar un vistazo alrededor, se sacó las armas y armadura, las dejó al lado de la roca y se apresuró a regresar hasta Gabrielle.

Recogiendo el cuerpo laxo entre sus brazos, la sacó con cuidado de los arbustos. Cargó con Gabrielle a través del claro y la depositó sobre la hierba cerca de la gran roca. A la brillante luz del sol, los moratones y las heridas sangrantes de la bardo se destacaban crudamente contra la piel pálida. Xena la contempló por un corto espacio de tiempo y luego tocó con suavidad la cara de Gabrielle.

-Todo esto es por mi culpa -dijo-. Nunca debería haberte dejado aquí sola. Me necesitaste y no estuve para ayudarte. Jamás me lo perdonaré.

Tragó con fuerza y respiró profundamente, luego trató de pensar en limpiar a Gabrielle. Lo que necesitaba era algún tipo de paño, pero no lo tenía. Tras un instante de reflexión, fue hasta la bolsa de hierbas, la vació y depositó las hierbas en montones ordenados al lado de la roca. La bolsa estaba hecha de suave cuero de gamuza que era bastante absorbente. Lo cierto es que no era el mejor objeto para el trabajo que tenía que hacer, pero era todo cuanto tenía. Arrodillándose en la hierba entre Gabrielle y el arroyo, Xena sumergió la bolsa en el agua y la escurrió. Con suaves, delicadas pasadas, lavó la sangre de la cara y brazos de su amante, luego limpió con cuidado la herida del pecho. Notó que el corte era largo, pero no demasiado profundo.

Lo cierto es que debería coserse para mantenerlo limpio y reducir la cicatriz, pero sin duda su aguja e hilo habían sido víctimas del fuego.

Sumerjiendo de nuevo el suave cuero, Xena lavó el estómago de Gabrielle, los muslos y las rodillas. Luego con cuidado le dio la vuelta a la bardo para comprobar su espalda. Encontró más moretones y algo de sangre seca, los que también limpió. Decidió que las botas podían limpiarse más tarde. Por ahora no tenía sentido mojar la única prenda restante de ropa de Gabrielle.

Entonces Xena se detuvo un momento para armarse de valor para la parte que había aplazado hasta ahora, la parte que no quería ver, pero que sabía que debía hacerlo. Separando las piernas de Gabrielle, examinó la suave carne, ahora cruelmente magullada y rasgada. Con dedos gentiles, tocó con suavidad los puntos que sólo esa mañana había tocado de manera muy diferente. Xena cerró los ojos ante las lágrimas que la cegaron repentinamente, pero que no podía detener. Un profundo sollozo sacudió su cuerpo, y luego otro, mientras las lágrimas descendían por sus mejillas. Qué le pasaba, se preguntó. Jamás había llorado así. Con un gran esfuerzo, se las arregló para detener las lágrimas y controlar su cuerpo tembloroso. Luego, al rato, sintiéndose de algún modo más calmada, se enjuagó la cara con el brazo y siguió limpiando las heridas de su amante.

Cuando hubo terminado, hizo una compresa fría con el cuero de la bolsa y la depositó sobre el ojo inflamado de Gabrielle. El pelo necesitaba ser lavado, pero eso podría esperar hasta el siguiente día. El baño de agua fría probablemente ya habría helado bastante a la bardo. Era el momento de encender una hoguera.

*****

No llevó mucho tiempo a Xena el conseguir leña, preparar la hoguera y encenderla usando una rama que encendió en las brasas de la cabaña. Ahora debía despertar a Gabrielle, ¿pero la bardo estaría todavía histérica? ¿La permitiría que la tocara? Xena lo pensó unos momentos. Tal vez si ya estuviera sosteniendo a Gabrielle cuando la desperatara, estaría más calmada. Poniéndose en cuclillas al lado de su amiga, Xena deslizó sus brazos por debajo de ella y la levantó sobre su regazo. Luego se movió hacia atrás para poder apoyarse contra la roca. Sostuvo a Gabrielle en medio de sus muslos, la dorada cabeza acunada en su hombro. Luego, con cuidado, liberó los puntos de presión. Tras uno o dos momentos, Gabrielle se removió y abrió los ojos.

-¿Xena? -miró a la guerrera, confusa y luego alrededor del claro.

-Te traje aquí para sentarte al sol, donde hace más calor -dijo Xena-, y te he limpiado un poco. ¿Recuerdas lo que pasó?

Los ojos de Gabrielle se movieron rápidamente hacia las humeantes ruinas y de nuevo regresaron, su cuerpo comenzando a tensarse y su respiración a acelarse. En sus ojos el miedo reemplazó a la confusión.

-Lo recuerdo -dijo finalmente-, ¿pero cómo he llegado...?

-Usé el pinchazo modificado contigo, por lo que has estado fuera de combate durante un rato. Lo siento, pero estabas forcejeando demasiado y no podía pensar qué más hacer.

Gabrielle miró por un momento a Xena, luego apartó la vista. No habló, pero pareció relajarse un poco en los brazos de la guerrera.

-Gabrielle, sé que esto será difícil para ti, ¿pero puedes contarme lo que pasó? ¿Puedes hablar de ello?

Hubo varios momentos de silencio, pero finalmente la bardo comenzó, con una voz tan baja y vacilante que Xena casi no oyó las primeras palabras.

-Estaba escribiendo -dijo Gabrielle-, al lado de este arroyo, al sol -señaló ligeramente en dirección al prado-. No le oí. Creo que estaba demasiado inmersa en lo que estaba escribiendo. Oí a Argo relinchar, me volví y él me agarró -se estremeció ligeramente-. Ni siquiera tuve tiempo de coger mi bastón.

Xena acarició suavemente el cabello de Gabrielle, pero sin decir nada.

-Comencé a gritar, grité tu nombre, pero él sólo se rió y de mí y dijo que tú estabas demasiado lejos y no podrías oírme. Dijo que te había visto irte muy lejos entre las colinas.

Xena cerró los ojos un momento y soltó un tembloroso suspiro.

-¡Luché contra él, Xena, de verdad lo hice! -ahora Gabrielle la estaba mirando-. ¡Le pateé, le mordí y luché contra él de todas las formas que pude!

-Lo sé, cariño. He visto las marcas de esa lucha sobre todo tu cuerpo.

-Simplemente era demasiado fuerte -murmuró Gabrielle-. Y tenía una daga. Siguió diciendo que me mataría.

Xena acercó un poco más a la bardo y besó la parte superior de su cabeza.

-Me llevó a rastras al interior de la cabaña y me tiró sobre la cama. Todo cuanto podía pensar era que justo ahí fue donde tú y yo... la noche anterior.

-Lo sé -susurró Xena.

Gabrielle dudó un momento y luego continuó.

-Traté de hablar con él, de razonar con él, pero sólo se rió de mí y dijo que iba a tomarse su venganza -tomó aliento profundamente y siguió de nuevo-. Me cortó y arrancó las ropas. ¿Es así cómo...? -bajó la vista hacia la herida del pecho.

-Sí.

-Y luego él... -se detuvo y tragó con fuerza, llorando ahora, su cuerpo temblando.

-No tienes que contármelo -dijo Xena con suavidad-. He visto lo que te hizo -esperó a que se detuvier el temblor. Llevó largo rato. Finalmente dijo-. Dime lo que pasó después. ¿Cómo empezó el fuego?

-Después... -Gabrielle comenzó y entonces hizo una pausa, como si tuviera problemas para recordar esa parte-. Creo que debí desmayarme o algo. Sólo me recuerdo abriendo los ojos y viéndole de pie junto a la mesa. Se estaba inclinando... no sé lo que estaba mirando, pero vi la sartén en la chimenea, cerca de la cama. La cogí, salté y le golpeé, justo cuando se enderezaba. Le golpeé en la cabeza... bastante fuerte.

-Lo dejaste inconsciente.

-Sí.

-¡Bien por ti! ¿Qué hiciste entonces?

-Tras eso, no lo sé, estaba como enloquecida o algo. Todo cuanto podía pensar era en cómo había arruinado y vuelto todo tan sucio y horrible. Teníamos un nidito de amor tan hermoso y él llegó y lo convirtió en un nido de odio. ¡No podía seguir pensando en eso, así que encendí la vela en la chimenea y prendí fuego a la paja! -hubo un brillo salvaje en sus ojos, y su voz tembló con emoción-. Tenía que hacerlo, ¿no lo ves, Xena? ¡Tenía que quemarlo después de lo que él hizo! Puedes verlo, ¿verdad?

La guerrera contempló los desesperados ojos verdes.

-Sí, cariño, lo veo -dijo suavemente y apartó el pelo de la cara de Gabrielle-. Todo irá bien a partir de ahora. Estás a salvo y todo irá bien.

Tras un momento, Gabrielle suspiró y reposó su cabeza contra el hombro de Xena. Las dos guardaron silencio durante varios minutos. La mente de Xena estaba llena de las imágenes que había creado la historia de su amante. No eran imágenes que quisiera ver, pero sabía que tenía que hacerlo.

-Xena, llévame lejos de aquí, por favor -dijo por fin Gabrielle-. Odio este lugar.

-Será lo primero que hagamos mañana, lo prometo -dijo Xena.

-Mañana no. Quiero irme ahora.

-No veo cómo podemos hacerlo, Gabrielle. Llevará varias horas alcanzar la ciudad, y no estás en condiciones de viajar. Has perdido bastante sangre, y por ahora no creo que encuentres agradable el montar a caballo. Además de lo cuál, no tienes nada de ropa.

-Eso no importa. Puedo llevar lo que sea... una manta, un camisón... no me importa.

-No tenemos una manta o un camisón -dijo Xena tranquilamente-. Todas nuestras cosas estaban en la cabaña, ¿recuerdas? Se han perdido. Se ha quemado todo.

Gabrielle se la quedó mirando.

-Yo hice eso, ¿no? -dijo lentamente-. Quemé todas nuestras cosas -su mirada saltó hacia las ruinas de la cabaña-. Lo siento. No pretendía hacerlo. Ni siquiera pensé en...

-Lo sé. Todo está bien; estaremos bien. Sólo me alegro de que quemaras a Garron mientras estabas en ello -se las arregló para sonreír débilmente, pero Gabrielle sólo suspiró.

-¿Qué vamos a hacer, Xena?

-Bueno, ya sabes que siempre digo que me gusta ser creativa, ¿no? ¡Supongo que ésta será mi gran oportunidad!

-Sé seria, Xena. No me siento como para bromear.

-De acuerdo. Creo que podríamos quedarnos aquí esta noche, justo donde estamos sentadas. Creo que puedo instalar un pequeño refugio con ramas o algo, y tendremos la hoguera para mantenernos calientes. Y la una a la otra, por supuesto.

-Pero no quiero quedarme aquí. ¿No hay una cueva en alguna parte a la que podamos ir?

La guerrera lo pensó un momento.

-No recuerdo ninguna cueva por aquí -dijo-, y hoy no vi ninguna mientras estuve fuera. Éste no es precisamente el mejor lugar de la región para las cuevas. Estaremos bien aquí, Gabrielle. Y una vez que calme un poco el incendio de la cabaña, quiero intentar de recuperar algunas cosas que podrían haber sobrevivido. Entonces, por la mañana, alcanzaremos la ciudad de algún modo y nos quedaremos en una posada, donde podremos tomar una buena comida, dormir en una auténtica cama y tú podrás descansar y recuperarte.

-¿Cómo lo pagaremos?

-No lo sé, pero ya lo resolveré de alguna manera.

Gabrielle guardó silencio. Xena sospechaba que no le agradaba el plan, pero tal vez lo aceptaría sin más protestas. A ella misma no le agradaba, pero era lo mejor que había sido capaz de idear, dadas las circunstancias.

-¿Cómo te sientes? -preguntó.

-¿Cómo crees que me siento? -dijo Gabrielle bruscamente-. He sido golpeada y violada. ¿Cómo te sentirías tú?

-Lo siento. Fue una pregunta tonta. Supongo que lo que quería saber es si te dolía mucho la herida.

-Duele -dijo Gabrielle de plano-, pero se puede soportar.

-De acuerdo. Te prepararé algo de té tan pronto como pueda recuperar el cazo de entre las ruinas. No podré coserte la herida hasta que tenga una aguja e hilo, por lo que tendrás que tener cuidado con ella. ¿Crees que estarás bien aquí al lado del fuego mientras voy a hacer algunas cosas?

Gabrielle asintió e hizo un gesto de dolor mientras se apartaba rígidamente de las rodillas de Xena y se sentaba sobre la hierba cerca del fuego.

La guerrera la miró un momento.

-¿Quieres acostarte? -preguntó-. ¿Crees que podrás dormir?

-No.

-¿Estarás lo bastante caliente? Puedes ponerte mi ropa, si quieres.

-No, estaré bien.

Xena se levantó, sintiéndose rígida de algún modo, y puso unas cuantas ramas más en el fuego. Miró a Gabrielle, pero la bardo estaba contemplando las llamas y su mente parecía estar a un centenar de leguas de distancia. La guerrera suspiró, recogió su espada y su chakran, y se dirigió al prado. Había una parcela de árboles jóvenes creciendo cerca del arroyo. Los analizó por unos minutos y elegió tres que eran esbeltos y rectos, dos de ellos bifurcados. Un simple lanzamiento del chakran los hizo caer a los tres, y su espada se encargó rápidamente de las frondosas copas. Recogiendo los tres postes, comenzó a regresar a lo largo del arroyo hacia el claro.

Se detuvo cuando vio el bastón de Gabrielle y la pluma de escribir sobre la hierba. Se inclinó para recogerlos y entonces notó un pedazo pergamino atrapado bajo un arbusto cercano. Dejando sus armas y los postes, se acercó y lo cogió. Su mirada encontró la escritura cerrada de Gabrielle, contando todavía otro relato exuberante de las hazañas de la Princesa Guerrera. Los ojos de Xena cayeron sobre una parte de la escritura cercana al final de la página.

-¡Agárrate, Gabrielle! -gritó Xena, mientras se ataba una cuerda alrededor de la cintura.
-¡No puedo agarrarme! -gritó la bardo. Las fuerzas la habían abandonado y sabía que pronto perdería su precario agarre sobre la cuerda del puente donde las dos nuevas diosas, Velasca y Callisto, se estaban lanzando relámpagos la una a la otra. Su vida terminaría en la fosa de lava de debajo, pero valdría la pena si esos dos seres malvados perecían con ella-. ¡Rápido! -le gritó a Xena-. ¡Hazlo! ¡Corta la cuerda!
-¡Agárrate! -ordenó la valiente Princesa Guerrera.

Justo entonces, Callisto y Velasca se avalanzaron la una contra la otra y comenzaron a forcejear mano a mano, haciendo que el puente se agitara salvajemente.

-¡Xena, no puedo agarrarme! -gritó la bardo.
-¡Gabrielle, no apartes los ojos de mí! -y con estas palabras, Xena cortó la cuerda de la baranda, haciendo que las dos deidades cayeran en picado hacia la burbujeante lava de debajo. Entonces, con un gran salto, se lanzó a sí misma al vacío, justo cuando su amiga perdía por fin su agarre y caía hacia la muerte segura. Sus manos se encontraron...


La escritura se interrumpía en ese punto, y Xena dejó que la mano que agarraba el pergamino cayera a un lado. Sentía las rodillas débiles y un espantoso dolor en su corazón. Se apoyó contra un árbol y cerró los ojos. Cuántas veces había salvado a Gabrielle. ¿Por qué había fracasado hoy tan miserablemente?

Pasaron varios minutos antes de que pudiera reunir la fuerza suficiente para moverse de nuevo. Mirando hacia Gabrielle, vio que la bardo estaba sentada justo como antes, contemplando el fuego. Xena bajó la vista hacia el pergamino en su mano. Por lo menos este pergamino había sobrevivido. Otros cuantos se habían quedado en Potedaia a buen recaudo con la familia de Gabrielle, pero el resto... bueno, se quedaron en una de las alforjas en la cabaña.

Xena recogió las armas y los postes y regresó con Gabrielle.

-¡Eh, mira! -le dijo-. ¡Encontré tu bastón!

La bardo levantó brevemente los ojos.

-Bien -dijo, pero su voz sonó indiferente.

Xena dejó en el suelo los postes y colocó las armas al lado de la roca. Luego, poniéndose en cuclillas al lado de Gabrielle, sostuvo el pergamino por donde podía verse la escritura.

-Y mira que más encontré -dijo.

Gabrielle contempló la escritura por unos momentos, sus ojos entrecerrándose y su rostro endureciéndose. De pronto, le arrebató el pergamino de las manos a Xena, lo rompió en dos y lo lanzó al fuego. Luego cogió la pluma y la lanzó también.

Xena vio cómo las llamas encrespaban rápidamente los contornos del pergamino.

-¿Por qué hiciste eso? -preguntó en voz baja.

-Porque no quiero volver a escribir nunca más.

-Eso no lo sabes, Gabrielle. Ahora estás herida, pero te sentirás mejor tras un tiempo. Un día te sentirás con ganas de volver a escribir.

La bardo se volvió para mirar a Xena, con ojos de furia.

-¿Sobre qué escribiré? -preguntó con sarcasmo-. ¿La valiente Princesa Guerrera se va a pescar mientras su amante es violada?

Xena retuvo bruscamente el aliento, como si la hubieran golgeado. Miró a Gabrielle y abrió la boca para hablar, pero las palabras no salieron. Mordiéndose el labio, apartó la cara, luego se levantó con dificultad y caminó sin rumbo hacia la cabaña. De pie al borde de las ruinas, las contempló sin ver realmente nada. Tenía que ser paciente, se dijo a sí misma. El dolor de Gabrielle era duro y profundo; sólo arremetía del modo en que lo haría un animal herido. La curación llegaría, pero llevaría tiempo. Mientras tanto, ella, Xena, tenía que ser fuerte. Y, por supuesto, podría ser fuerte... era una guerrera, después de todo. Pero, ¿por qué era tan difícil en ese momento? ¿Y por qué dolía tanto?

Lo mejor era mantenerse ocupada. Había mucho que hacer, mucho en lo que pensar para apartar su mente del dolor. Sacudió la cabeza para aclarársela y se obligó a prestar atención a la visión detrás de ella. Antes que nada, necesitaba hacerse con la olla. Ahí estaba, puesta en la chimenea. Sería bastante fácil engancharla y sacarla con su látigo, pero... sus ojos se dirigieron hacia los restos carbonizados de la silla de montar. Sí, ahí estaba el látigo, reducido ahora a fragmentos ennegrecidos de cuero, todavía enrollado cuidadosamente.

Xena se volvió y caminó hacia el campamento. Gabrielle no levantó la vista ni mostró siquiera haberse percatado de su presencia. Eligiendo uno de los postes bifurcados, Xena lo llevó de regreso a la cabaña. Golpeó la olla en el costado, introdujo dentro el extremo del poste y sacó la olla, depositándola sobre la hierba donde podría enfríarse. La sartén fue más díficil de agarrar, pero empujando y empujando con el poste, al final también la sacó fuera.

Era un trabajo caluroso. Xena hizo una pausa para enjuagarse el sudor de la cara y se encontró contemplando el cuerpo de Garron.

-Has salido mejor parado de lo que te merecías, bastardo -murmuró-. Si hubiera sido por mí, me habría asegurado de que estuvieras despierto para que pudieras sentir cada minuto de ser quemado vivo. ¡Eso o te habría arrancado miembro a miembro con mis propias manos!

Cómo lo había hecho, se preguntó. Cómo se las había arreglado para seguirlas sin dejar ni una señal que les hubiera permitido saber lo que estaba haciendo? Le había subestimado seriamente, eso estaba claro. ¿Y cómo había sabido que atacar a Gabrielle era la venganza más efectiva que podía tomar sobre ella? Debía haberlas visto juntas, debía haber sabido que eran amantes. ¿Había estado mirando por la ventana la otra noche cuando ellas...? El pensamiento la asqueó, y rápidamente se lo sacó de la cabeza.

¿Qué más podía recuperar? Esa era la cuestión. Tenían la olla para hacer el té, pero nada donde beberlo. Tal vez las tazas de arcilla habían sobrevivido. Comenzó a remover las cenizas cerca de lo que quedaba de la mesa. El hecho de que el cuerpo de Garron estuviera ahí no facilitó el trabajo. Al final, encontró unos cuantos fragmentos de una taza, luego la segunda taza intacta. La pescó de las ruinas con el poste y la examinó. Totalmente ennegrecida y bastante rajada, todavía era lo único que tenían de donde beber, por lo que tendría que servir.

¿Había salvado cuanto valía la pena? Examinando de nuevo los escombros de la cabaña, sus ojos cayeron sobre las alforjas. Las golpeó y se dio cuenta de que una estaba puesta sobre la otra. Fue cosa fácil enganchar la correa entre ambas y llevarlas hasta la hierba. Se arrodilló al lado, y se encontró con el olor acre de la ropa y el cuero quemados. Las bolsas estaban demasiado calientes para tocarlas, por lo que fue en busca de un par de palos. La bolsa de encima estaba bastante carbonizada, con la tapa quemada y la mayor parte delantera desaparecida. Usando los palos, Xena sacó trozos de ropa que sabía que una vez fueron sus toallas y camisones. Lo siguiente que encontró fue el cepillo de Argo, sin las cerdas y conservando sólo una porción del mango ennegrecido. Un frasco de aceite que usaba para mantener sus botas y ropa de cuero flexibles se había roto, su contenido víctima de las llamas. La botella extra de tinta de Gabrielle había encontrado el mismo destino. Aunque los platos de metal habían sobrevivido, junto con los tenedores y la piedra de afilar de Xena. Todo enormemente ennegrecido, pero aún podrían utilizarse. Pensó brevemente en los cuencos de madera donde habían comido la otra noche. Ahora sólo serán un recuerdo, pensó.

A la segunda bolsa, protegida por la primera, le había ido algo mejor. El cuero estaba severamente chamuscado en algunos sitios, pero la mayor parte había quedado intacta. Xena lo abrió ansiosamente. Encima de todo había una capa ligera, quemada por varios sitios, pero con algunas zonas de tela de buen tamaño intactas. Sabía que ya no se podía usar como prenda, pero ciertamente podrían encontrarle un uso como paños de repuesto. Lanzando a un lado los palos, Xena comenzó a usar sus manos para escarbar en la alforja, sin preocuparse ya de quemarse. Debajo de la capa, encontró una pequeña bolsa de cuero, cubierta de hollín, pero por lo demás en buen estado. Desató el cordón con ansiedad y sacó una bobina de hilo con una aguja clavada en ella.

-Gracias a los dioses -dijo en voz baja. Ahora sería capaz de coser la herida de Gabrielle.

Volvió a hurgar de nuevo en la alforja, maldiciendo cuando tocó un sitio especialmente caliente, y sacó un peine. De hueso esculpido, con rosas de adorno, había sido un regalo de boda de Pérdicas a Gabrielle. Un extremo se había quemado y habían algunas marcas de quemaduras, pero por lo demás el peine estaba bien. Xena lo dejó sobre el montón de cosas rescatadas y volvió a examinar la bolsa. Los pergaminos de Gabrielle era cuanto quedaba. Las capas exteriores de muchos de ellos se habían quemado en algunos sitios, pero algunos de ellos parecían completamente ilesos del fuego. Xena desenrolló uno de los pergaminos dañados y lo estudió un momento. Le parecía que sería bastante fácil reconstruir las partes perdidas basándose en lo que contenían. Mirando hacia el campamento, vio que Gabrielle estaba sentada con la barbilla en las manos, contemplando el suelo. Por ahora no tenía sentido el darle los pergaminos... probablemente sólo los quemaría, como había hecho con el otro. Xena volvió a enrollar el pergamino y lo puso con los otros. Luego recogió la capa y rasgó una parte de tela sin quemar, enrolló los pergaminos con ella, y ató el fardo con otra tira de la tela de la capa.

Cogiendo la sartén, la olla y la taza aún calientes, Xena los llevó rápidametne hasta el arroyo y los arrojó al agua. Encontró una piedra afilada y la usó para raspar todo el negror que pudo, luego llenó la cazuela con agua y la llevó hasta el campamento. Del alijo de hierbas, tomó algo de corteza de sauce y un par de otros tipos de hojas, las añadió al agua, y puso la olla sobre la leña. Gabrielle siguió sentada, en silencio y al parecer indiferente a las actividades de su amiga.

Luego Xena regresó a la cabaña con la daga y cortó y separó las alforjas. La quemada la arrojó de vuelta a las ruinas y la otra la llenó con los objetos rescatados, dejando fuera sólo el hilo y la aguja. Volvió hasta Gabrielle y se sentó a su lado. La bardo levantó levemente la mirada, luego la apartó.

-Encontré algunas cosas que sobrevivieron al fuego -dijo Xena-, algunas cosas en una de las alforjas, incluyendo la aguja y el hilo. Creo que debería coserte la herida.

Gabrielle la miró.

-De acuerdo -dijo.

-Dolerá algo. ¿Quieres que vuelva a usar el pinchazo?

-No. Puedo con ello.

-¿Estás segura?

-Supongo que si soy lo bastante fuerte para matar a un hombre, soy lo bastante fuerte para soportar unas cuantas puntadas.

Xena frunció el ceño.

-La lógica de eso se me escapa -dijo-. Mira, Gabrielle, no tienes que demostrarme nada. Sé lo valiente que eres.

-Sólo hazlo, Xena.

-Muy bien, pero si cambias de opinión, házmelo saber -sacó una medida de hilo de la bobina, la cortó de un mordisco y enhebró la aguja-. ¿Por qué no te acuestas? -dijo-. Creo que lo haría más fácil.

El cerrar la herida llevó once puntadas. Xena intentó trabajar deprisa, pero quería hacer un buen trabajo, para que la cicatriz no quedara demasiado mal. Gabrielle apartó la cara, pero Xena podía ver que le estaba haciendo daño, y ese conocimiento hizo la tarea incluso más difícil.

Para cuando terminó, el té estaba listo. Introdujo una taza, la sacó llena y sopló para enfriarlo.

-Gabrielle, siéntate y bebe un poco de esto. Te ayudará con el dolor.

La bardo se incorporó y Xena le pasó el té.

-Está caliente, por lo que ten cuidado -dijo.

Gabrielle estudió el contenido de la taza.

-Hay algo negro ahí -dijo.

Xena se inclinó hacia delante y examinó el té.

-Supongo que no saqué todo el hollín de la taza -dijo-. No te hará daño, Gabrielle... sólo bebételo.

La bardo tomó un sorbo y luego hizo una mueca.

-Está muy amargo -se quejó.

-Lo sé, amor, pero por favor intenta bebértelo. Te ayudará a sentirte mejor.

Xena echó un vistazo al cielo y vio nubes avanzando desde el oeste. Pronto desaparecería el cálido sol, e incluso se podría avecinar lluvia. Se levantó y comenzó a trabajar en el refugio de ramas. Primero, con la daga, cavó agujeros y clavó los dos postes bifurcados, luego colocó el tercer poste cruzado. Después de eso, cortó ramas gruesas y frondosas para el tejado, poniéndolas desde el poste hasta la roca.

-¿Xena? -dijo Gabrielle cuando el refugio casi estaba listo.

-¿Qué?

-¿Por qué estás construyendo esto? Hemos dormido al aire libre veces más que suficientes sin un refugio.

La guerrera se paró a considerarlo unos momentos.

-Bueno, eso es una buena pregunta, en efecto. Es sólo que cuando dormimos fuera antes, teníamos ropa y mantas, y ahora no. Creo que el refugio podría mantener un poco mejor el calor del fuego, y nuestros cuerpos calientes.

-¿Nos mantendrá secas si llueve?

-Lo dudo. Y si hiciera mucho viento, probablemente se lo llevaría todo -dijo Xena con una sonrisa que más parecía una mueca.

-Entonces, ¿por qué lo estás construyendo?

Xena lo pensó otra vez y finalmente dijo:

-Supongo que me hace sentir como si estuviera protegiéndote de algún modo.

Gabrielle suspiró y tomó otro sorbo de té.

Xena puso las últimas ramas sobre el refugio, sintiéndose ahora un poco tonta. Luego, sacudiéndose las manos y tratando de sonar alegre, dijo:

-¿Qué tal algo de carpa para comer?

-No tengo hambre -dijo Gabrielle rotundamente.

-Lo sé, pero tienes que intentar de comer algo.

No hubo respuesta.

Xena fue y sacó los dos peces del agua, luego tomó su daga y se alejó a alguna distancia para limpiarlos. No había aceite para freír, pero podría cocer en agua los filetes a fuego lento. Y había visto algunos berros creciendo en las cercanías del arroyo. Podrían comerlos con el pescado. Pensó en recoger más moras, pero rápidamente rechazó la idea. No había porqué recordar lo que habían hecho la noche anterior. Además, ella tampoco tenía mucha hambre, cayó en la cuenta entonces.

*****

-¿Te encuentras algo mejor? -preguntó Xena más tarde, después de que hubieran comido.

-No. Desearía estar muerta.

-Gabrielle -dijo Xena suavemente-, por favor no digas eso. Te amo y me alegro mucho de que estés viva -estaban sentadas una junto a la otra, cerca del fuego. Xena puso su mano sobre una de las de Gabrielle-. Sé estás sintiendo mucho dolor y enfado -dijo.

Gabrielle apartó la mano bruscamente.

-¡No sabes nada sobre cómo me siento! -gritó-. ¿Has sido violada alguna vez, Xena?

-No.

-No, tú sólo te follaste a todos los hombres de tu ejército y lo pasaste en grande... ¡Eso es lo que hiciste!

La mano de Xena salió disparada y agarró el hombro de Gabrielle en un agarre tipo cepo. Con su otra mano, volvió hacia ella el rostro de la bardo.

-¡Basta, Gabrielle! -dijo-. Sé que estás sufriendo, pero ser mezquina conmigo no te hará sentir mejor -Gabrielle bajó los ojos y Xena la dejó ir-. Jamás me perdonaré por permitir que haya pasado esto -continuó la guerrera en voz baja-. Debí haber estado contigo y no estuve. Daría un centenar de veces mi vida de buen grado si eso se llevara tu dolor y te devolviera tu inocencia. Créeme, Gabrielle, por favor.

-Lo siento -la voz de la bardo era poco más que un susurro-. Me siento como si me hubiera convertido en algún tipo de monstruo. Creí que podría sobreponerme al odio y a la sed de sangre, pero no pude. Es como cuando Callisto mató a Pérdicas, ¿recuerdas? Pero ahora es peor. Ahora realmente he matado a alguien. He perdido mi inocencia de sangre. Debes sentirte tan decepcionada conmigo...

Xena pasó un brazo alrededor de los hombros de Gabrielle. La bardo se puso tensa, pero no se apartó.

-Gabrielle -dijo Xena-, no mataste a Garron deliberadamente. Sólo pasó. No estoy segura si eso cuenta.

-No planeé matarle, tienes razón, pero cuando inicié ese fuego, debí haber sabido que moriría. Debí haber sabido, en cierto modo, que le estaba matando. Y no lamento que esté muerto.

-Yo tampoco lo lamento, y si hubiera sido por mí habría sufrido mucho más en su camino hacia el Río Estigia -Xena sonrió con una sonrisa carente de humor.

Guardaron silencio por unos minutos. Xena estudió las nubes grises que oscurecían el sol poniente y trató de calcular cúando podría comenzar la lluvia. En cualquier caso, podía predecir bastante bien que no sería una noche agradable.

-¿Xena?

-¿Hmm?

-He estado pensando en... -Gabrielle se detuvo y suspiró.

-¿En qué, cariño?

-En la otra noche.

-Ah.
-Xena, ¿por qué la vida es así? Un día eres increíblemente feliz y al siguiente eres tan desgraciada que quieres morir.

-No lo sé, Gabrielle. Me he preguntado lo mismo. Todo lo que sé de seguro es que si no tuviéramos los malos momentos, no apreciaríamos tanto los buenos. Y también sé que es el amor lo que te ayuda a superar los malos momentos. El amor es realmente poderoso en eso.

-¡No, no lo es! El odio es mucho más poderoso que el amor. Y también el miedo y la desesperación. Creía que aprendí esa lección cuando Pérdicas fue asesinado, pero supongo que la olvidé.

Xena acercó a Gabrielle y tocó le tocó suavemente la cara.

-Te equivocas, Gabrielle -dijo-. Tal vez no puedas verlo por ahora, pero al final lo harás. Saldrás de esto más fuerte de lo que eras cuando entraste, y será el amor lo que te haga salir. Ya lo verás. Sólo llevará algo de tiempo, tal vez mucho tiempo, pero pasará. Puedes contar con ello.

Gabrielle la miró fijamente, los ojos verdes nublados por el dolor. Entonces, frunciendo el ceño, se apartó. En el oeste, hubo un breve destello de luz y el lejano retumbar de un trueno.

-Creo que será mejor que consiga más leña -dijo Xena.

Se fue y pronto regresó con los brazos llenos de ramas secas, que apiló cerca del fuego, luego lo alimentó hasta que estuvo ardiendo intensamente. La olla de té aún estaba caliente, y Xena llenó la taza y se la tendió a Gabrielle.

-¿Quieres más té? Puede que no tengas otra oportunidad hasta mañana por la mañana, en especial si la lluvia apaga la hoguera.

La bardo tomó la taza e hizo una mueca, luego comenzó a sorber de mala gana.

Xena, consciente por primera vez del dolor de sus manos, las examinó a la debilitada luz del día. Tenían varias quemaduras de mal aspecto, y en el dorso de su mano derecha, una muy ampollada. Si tuviera algo de grasa o aceite, podría servir para calmar el dolor, pero no tenía. Oh, bueno, había tenido que aguantar heridas mucho peores antes.

Gabrielle le dio un golpecito con la taza.

-Es cuanto puedo beber -dijo. Xena tomó la taza y, viendo que sólo estaba un tercio vacía, ella misma se bebió el resto del té. Esto podría ayudar con las quemaduras, pero lo que más esperaba era que calmara el dolor en su corazón.

-Intentemos dormir algo antes de que empiece a llover -dijo cuando terminó de beber-. Después de eso, puede que tengamos demasiado frío.

-No creo que pueda dormir -murmuró Gabrielle.

-Tal vez no, pero por lo menos podemos abrazarnos y mantenernos calientes.

Gabrielle yacía acostada sobre su costado, de cara al fuego y Xena se acurrucó contra la espalda de la bardo. Con cuidado pasó su brazo alrededor de Gabrielle, tratando de evitar ejercer presión sobre los moratones o la herida del pecho.

-¿Estás bien? ¿Suficientemente caliente? -preguntó.

-Sí.

Xena reposó su cara contra la espalda de Gabrielle. Podía oír los lejanos latidos del corazón y sentir el suave subir y bajar del cuerpo de su amante con cada respiración. Al principio, estaba incómodamente consciente de las punzantes quemaduras en sus manos, pero pronto el dolor comenzó a apagarse. Creyó que no se dormiría, pero tras un rato, lo hizo.

Soñó que estaba al borde de la fosa de lava, desesperada por salvar a Gabrielle. Entonces, justo cuando saltaba al abismo, vio a la bardo perder su agarre sobre la cuerda del puente y comenzar a caer. Xena se dio cuenta demasiado tarde que había olvidado atarse la cuerda alrededor de la cintura. Aún sabía, de algún modo, que todo iría bien si tan solo podía lograba alcanzar a Gabrielle. Pero no podía. Cayendo y cayendo, de cabeza, estiró sus brazos para agarrar las manos de su amante, pero siempre estaban fuera de su alcance. Caía sin fin, aterrorizada, sabiendo que tenía que coger a Gabrielle o ambas morirían. Extendió sus brazos de nuevo...

-¡Xena, despierta! ¡Me estás haciendo daño!

Xena se despertó de golpe y se sentó. Su corazón latía con fuerza y su respiración llegaba en jadeos. Desorientada, como solía estar tras tales sueños, le llevó varios segundos darse cuenta que simplemente se había despertado de una pesadilla a otra. Ahora la noche estaba totalmente oscura, pero en el brillo de las brasas de la fogata, pudo ver a Gabrielle yaciendo a su lado, hecha un ovillo. Xena se inclinó sobre ella y le puso una mano en el hombro.

-Lo siento -dijo-. ¿Qué hice?

-Me estabas agarrando y me hiciste daño en la herida.

-Lo siento mucho, Gabrielle. ¿Solté los puntos? Déjame echarle un vistazo.

-No está mal; sólo duele, eso es todo.

Xena se recostó e hizo un par de inspiraciones profundas.

-De verdad que lo siento -repitió-. Creo que estaba teniendo una pesadilla.

Normalmente, Gabrielle se interesaba por las pesadillas de su compañera, preguntando sobre qué habían sido, ofreciendo consuelo e interpretaciones. Pero esta vez permaneció en silencio.

-Fue una pesadilla que nunca había tenido -dijo Xena, y tú estabas en ella.

-¡Oh, es genial! -dijo Gabrielle con sarcasmo, y se sentó-. ¡Yo soy la que es violada y tú la que tienes las pesadillas!

Pillada por sopresa, Xena no respondió por un momento, luego dijo con una débil sonrisa.

-Bueno, sólo trataba de ayudar.

Un relámpago de luz reveló el ceño fruncido de Gabrielle.

-Sólo es que no lo entiendo -dijo la bardo-. No tiene que ver contigo, sino conmigo ¿Por qué eres la única que tiene pesadillas?

Xena sonrió lúgubremente.

-Porque soy buena con las pesadillas, es una de mis muchas habilidades. Además, esto no tiene sólo que ver contigo -alzó una mano y la puso sobre el brazo de Gabrielle-. También tiene que ver conmigo, porque da la casualidad de que te amo.

La luz relampagueó de nuevo y el estallido del trueno que la siguió hizo dar un respingo a las dos mujeres. La lluvia comenzó entonces, con grandes y ruidosas gotas salpicando las hojas del refugio de ramas. Xena fue rápidamente a poner más ramas en el fuego, avivando las llamas con un plato para lograr que la madera prendiera. Tal vez, si no llovía demasiado fuerte y el fuego ardía lo suficientemente bien, no se apagaría. Cuando se volvió a agacharse bajo el refugio, sus ojos encontraron los de Gabrielle, y a la luz del fuego, pudo ver con claridad el dolor en el rostro de su amiga.

-¿Qué es, Gabrielle? Dímelo -dijo Xena con suavidad.

-Es sólo que no entiendo cómo puedes amarme todavía después de lo que ha pasado hoy.

-Por supuesto que te amo. Nada de lo que pueda ocurrirte canviará eso jamás.

-Pero me siento tan... no lo sé... sucia, o algo así desde que él... -se detuvo y tragó con fuerza-. Me siento como si todo se hubiera echado a perder, el amor, el sexo, todo lo que teníamos. Ni siquiera entiendo cómo puedes seguir tocándome ahora.

Xena la miró y soltó un largo suspiro.

-Gabrielle... -se detuvo y se mordió el labio, luego lo intentó de nuevo-. No sé qué decirte. No sé cómo hacerte creer que te amo... tanto esta noche como lo hice la otra noche. Aún eres la misma maravillosa mujer a la que le hice el amor la otra noche y a la que le volveré a hacer el amor algún día, cuando te sientas preparada.

-Pero no soy la misma... ¡He cambiado! ¡Todo ha cambiado! Tú amabas a la dulce e inocente Gabrielle que nunca dejó que el odio la controlara, que nunca mató. Esa Gabrielle se ha ido, Xena. Jamás volverá.

La guerrera guardó silencio un momento, mirando a su compañera, luego dijo:

-Amo a la Gabrielle de espíritu amable y generoso, la Gabrielle que se preocupa profundamente por los demás y me obliga a preocuparme también. Amo a la Gabrielle que ve la belleza a su alrededor y la poesía donde mira, la Gabrielle que es mi conciencia y me ayuda a luchar contra mis demonios. Esa Gabrielle ha sido herida, y ahora mismo es un poco difícil de ver, pero no se ha ido; aún está justo aquí.

Gabrielle llevó las rodillas a su pecho y pasó los brazos alrededor de ellas. No miró a Xena y ofreció una respuesta, pero al mirarla la guerrera, vio cómo la luz del fuego centelleaba sobre las lágrimas que le corrían mejillas abajo. Sin aviso, la lluvia aumentó hasta hacerse un chaparrón y pronto comenzó a gotear a través del techo de hojas de su refugio. Xena puso su mano sobre el brazo de Gabrielle.

-Estás helada, Gabrielle -dijo-. ¿Por qué no te acuestas y así intentamos de mantenernos calientes?

Xena se acurrucó de nuevo contra la espalda de Gabrielle, pero era difícil entrar en calor. Las ramas que habían amontonado por encima les ofrecían cierta protección de la torrencial fuerza de la lluvia, pero servían de poco para mantenerlas secas. Gabrielle se puso las manos sobre la cara, tratando de mantener apartadas las gotas, y Xena enterró su propia cara bajo el pelo de la bardo. Escuchó el silbido del fuego mientras la lluvia lo extinguía y olió el vaporoso humo mezclado con la esencia del cabello y la piel mojados de Gabrielle. Apretándose más contra la bardo, Xena quería que su cuerpo mantuviera caliente a su amante, pero tenía poco calor que dar. Con el pasar de los minutos, sólo quedó más mojada y con más frío. Pronto estaba temblando y podía sentir a Gabrielle haciendo lo mismo. Si tan sólo tuvieran una manta... ¡Sólo una miserable manta! Trató de imaginarse a sí misma envuelta en una gruesa y cálida manta de lana, sentada en un lugar acogedor y seco al lado del fuego. Pero no funcionó. Aún se sentía helada y abatida.

-¿Tienes frío? -dijo Xena a la parte trasera del cuello de Gabrielle.

-Sí.

-Yo también.

-Bueno, por lo menos tú llevas ropa.

-Sí -dijo Xena con sarcasmo-, ¡y el cuero es tan cálido cuando está mojado!

Gabrielle no respondió.

-Sólo es que había estado fantaseando sobre nuestra manta de lana. Si tuviéramos una manta de lana, puede que aún estuviéramos mojadas, pero por lo menos estaríamos más calientes.

-Bueno, no tenemos una, así que ya puedes olvidarte -dijo Gabrielle, apartándose del abrazo de Xena y sentándose.

Xena se quedó acostada unos momentos y después también se sentó. Se llevó el pelo húmedo hacia atrás y luego trató de secarse la cara contra el brazo húmedo.

-Sólo desearía... -comenzó, luego se detuvo-. No, no importa. No dije nada.

-¿Sólo desearías qué, Xena? Vamos, oigamoslo.

La guerrera vaciló por un momento.

-Sólo desearía que hubieras pensado en salvar algo de la cabaña antes de quemarla... ¡una manta, las alforjas, la silla de montar, algo!

-Eso es cuanto te preocupa, ¿no? Tu estúpida silla de montar.

Xena suspiró.

-No, Gabrielle -dijo-. Lo sabes de sobra. Quien me preocupa eres tú. No debería haber dicho lo que dije... es sólo que me siento helada y abatida y mi cerebro no trabaja muy bien.

Ambas permanecieron sentadas en silencio por un mimuto.

-Suena como si la lluvia estuviera amainando -dijo Xena finalmente.

Gabrielle se secó los brazos con las manos y se sacudió el exceso de agua de los dedos. Xena fue a sentarse al lado de la roca. Se reclinó contra ella, estremeciéndose cuando la piel desnuda de su espalda tocó la fría y húmeda superfície. Cuando se acomodó, extendió los brazos hacia Gabrielle.

-Ven a sentarte en mi regazo y déjame al menos tratar de mantenerte caliente -dijo.
La bardo dudó por un momento, luego se arrastró y se sentó sobre los muslos de Xena. La guerrera rodeó a su helada compañera con los brazos.

-<<Mmm>>, estás como un pequeño carámbano -dijo.

-Tú misma no eres precisamente una brasa ardiente -murmuró Gabrielle. Puso la cabeza sobre el hombro de Xena.

Un último destello de un lejano resplandor iluminó el cielo, seguido del sonido del trueno en retirada.

-Xena -dijo Gabrielle suavemente tras unos momentos-. Cuando prendí fuego a esa paja... -hizo una pausa y alzó la mirada hacia la guerrera-. Nunca pretendí quemar la cabaña entera. Supongo que no lo pensé. Sólo estaba... enloquecida. ¡Pero el fuego se extendió tan rápido! ¡La cama entera estalló en llamas y luego las llamas alcanzaron la pared, y luego el tejado! Yo sólo estaba ahí viéndolo. Luego esos grandes trozos del techo de paja en llamas comenzaron a caer a mi alrededor, pero era como si no pudiera moverme... no podía pensar en qué hacer. Sólo se me quedé ahí plantada -se detuvo, su respiración acelerándose y su cuerpo temblando en los brazos de Xena-. Ni siquiera me recuerdo saliendo -dijo-. Recuerdo las vigas empezar a caer y luego me recuerdo estando fuera. No sé cómo llegué ahí. No pensé en salvar nada. Ni siquiera sé por qué me salvé a mí misma.

Suspiró y su cabeza descansó de nuevo sobre el hombro de la guerrera. Xena cerró los ojos y puso la cara contra la cabeza rubia. Entonces, tras unos momentos, tomó aliento profundamente y dijo:

-Cuando regresé a la cabaña y vi ese cuerpo quemado, al principio creí que eras tú -se le ahogó la voz por la emoción y tuvo que tragar con fuerza-. Me sentí como si el mundo entero se hubiera detenido -susurró-. Simplemente no puedo imaginar mi vida sin ti en ella. No puedo decirte lo agradecida que me sentí de encontrarte con vida.

Por un tiempo, ninguna de las dos habló. La lluvia se había detenido, pero el refugio de ramas continuó goteando. Xena pasó la mano sobre el brazo y la pierna exteriores de Gabrielle para quitar las gotas de humedad que ahí se aferraban. La piel expuesta se sentía fría ante su toque, aunqe comenzaba a sentir algo de calor donde sus cuerpos se tocaban.

-Gabrielle -dijo-, hoy ahí fuera me pasó algo extraño -la bardo no alzó la vista, pero su silencio le indicó a Xena que estaba escuchando-. Debía haber estado a más de media legua de distancia, en la parte baja de un pequeño valle, pero te oí gritar.

Gabrielle se enderezó.

-No pudiste -dijo rotundament-. No si estabas así de lejos.

-Lo sé. Eso es lo que es tan extraño.

-¿Qué oíste? ¿Qué grité?

-Al principio, sólo eran gritos, y luego escuché "¡Xena! ¡Ayúdame, Xena!" Lo oí muy claramente. Me llevó un minuto darme cuenta de que no lo estaba oyendo con los oídos, sino aquí... -se dio un golpecito sobre el pecho-, con mi corazón.

La bardo se la quedó mirando.

-Jamás oí algo parecido antes -murmuró-. ¿Y tú?

-No, y estaba muy asustada porque sabía que tenías prolemas y que nunca podría llegar hasta ti a tiempo. Había estado pescando y ni siquiera tenía las botas puestas. Corrí tan rápido como pude para llegar aquí, pero el terreno era muy desigual. ¡Es un milagro que no me cayera y me rompiera el cuello! Y luego, cuando estaba a medio camino, vi el humo de la cabaña. No sabía qué pensar. Sólo sabía que había ocurrido algo espantoso.

Gabrielle cerró los ojos y bajó de nuevo la cabeza.

-Me oíste gritar -murmuró y luego suspiró suavemente, como si ese pensamiento la calmara de algún modo.

-Sí, amor, te oí -Xena acarició el pelo dorado por un momento y luego puso suavemente la mano sobre el rostro amoratado para resguardarlo de las gotas de lluvia. Tras unos minutos, oyó profundizarse la respiración de Gabrielle y se dio cuenta con sorpresa de que la bardo estaba dormida.

Se sentó muy quieta, no queriendo despertar a quien necesitaba tanto la curación del descanso. La presión del peso de Gabrielle sobre sus muslos estaba empezando a hacer que le dolieran las piernas, y sus pies en las botas húmedas se sentían helados. Le dolía la espalda donde ésta se encontraba con la rígida roca, pero ordenó a su mente ignorar estas molestias tanto como pudiera. Al rato, las piernas se le durmieron y se le entumecieron totalmente, pero el dolor en la espalda continuó.

El tiempo pasó lentamente. El gotear de agua se detuvo poco a poco, y en el pequeño trozo del cielo del oeste que Xena podía ver desde debajo del refugio, aparecieron unas cuantas estrellas. Reclinando la cabeza contra la roca, comenzó a plantearse algunas de las preguntas cuyas respuestas tanto la habían eludido. La primera era cómo llevar a Gabrielle hasta la ciudad mañana. Suponía que la bardo podría montar a Argo, si se sentaba de lado y viajaban despacio. El gran problema era la falta de ropa de Gabrielle. Si la ciudad no estaba muy lejos, Xena podía cabalgar hasta allí y conseguir una manta o algún tipo de prenda y luego regresar a por Gabrielle. Pero eso llevaría varias horas, y no quería dejar a su amante sola tanto tiempo... en especial en este lugar de horribles recuerdos.

Tal vez hubiera algo con lo que pudiera fabricar ropa. ¿Hojas? Xena no podía imaginar que de ahí saliera una prenda muy práctica, y además no tenía suficiente hilo para coserlas todas juntas. ¿Pieles de animal? Esto requeriría un importante esfuerzo de caza, más varios días para curar las pieles apropiadamente... varios días que no tenían.

Intentó recordar si había alguna granja o casa entre ese sitio y la ciudad. Era posible que hubiera unas cuantas, pero era muy probable que los campesinos que vivían ahí no pudieran permitirse el desprenderse de algo tan valioso como una manta o ropa extra. Otra idea podría ser que Xena le dejara a Gabrielle llevar sus ropas de guerrera. Sentada sobre Argo, la bardo estaría totalmente expuesta a la mirada del resto de viajeros, y el conjunto de cuero le daría algo de protección. Xena, mientras tanto, podría ir andando y guiando al caballo. No sería tan obvío que estaba desnuda. Tal vez incluso pudieran escabullirse de la carretera hacia los árboles cuando se encontraran con gente. Una vez que estuvieran cerca de la ciudad, podrían encontrar un escondrijo, cambiarse las ropas y Xena podría montar hasta la ciudad y traer algo para vestir a Gabrielle. La guerrera frunció el ceño. No era un gran plan, pero era lo mejor que se le había ocurrido por ahora.

Y luego estaba el problema del dinero. Tenían cinco dinares. Eso pagaría la comida y alojamiento por una noche, dos como máximo. Pero después de eso, ¿qué? Estaría bien quedarse en una posada más o menos una semana para dejar que Gabrielle descansara y se recuperara, ¿pero cómo podrían pagarlo? Ahora ni siquiera tenían la opción de acampar, ya que habían perdido muchas de sus pertenencias. Costaría mucho más de cinco dinares el reemplazar incluso las esenciales, como las mantas. Y la principal prioridad era conseguirle a Gabrielle algo de ropa. Incluso eso costaría posiblemente más de cinco dinares. Xena suspiró. Tal vez hubiera algún modo de que pudiera ganar dinero una vez que llegaran a la ciudad. En todo caso, sabía hacer el trabajo de taberna, habiendo pasado la mayor parte de su juventud ayudando a su madre y hermanos a llevar una. Algo que sabía con seguridad era que haría cualquier cosa que tuviera que hacer para cuidar de Gabrielle... incluso si eso significaba fregar suelos o limpiar establos.

Xena sacudió la cabeza con frustación y se pasó ensimismada los dedos de la mano libre por el pelo húmedo. Estos días, normalmente pensaba poco en el dinero, pero de repente se había convertido en una gran cuestión, un problema casi sin solución. Cuando era una Señora de la Guerra, no tenía más que coger el botín y meterlo en sus arcas, grandes sacos y cofres llenos de dinero. Sonrió, recordando cómo habían destellado a la luz del sol las monedas y joyas amontonadas a sus pies por los atemorizados campesinos cuyas aldeas había saqueado. Pero tras un momento, su sonrisa se apagó. ¿Cuántos de aquellos a los que robó habían necesitado unos cuantos dinares tan desesperadamente como ella ahora?

-Me lo merezco -susurró-. Me merezco esto y mucho más -pero Gabrielle no se lo merecía. ¿Qué había hecho esta dulce y joven mujer para que tuviera que sufrir de esa manera? Nada, excepto enamorarse de Xena, la una vez malvada Princesa Guerrera.

Sus pensamientos se oscurecían com la noche a su alrededor, y por un tiempo no hizo nada por liberarse del abismo en que había caído su mente. Cuántas veces había luchado contra la culpa que sentía por llevar a Gabrielle en un viaje de peligro constante, pero su amiga había insistido en seguir con ella. Y ahora que Xena se haía dado cuenta de cuán profundamente amaba y necesitaba a Gabrielle, no veía cómo podría nunca dejar ir a la bardo.

Bajó la vista hasta la silenciosa forma cuyo cuerpo sólo podía distinguir tenuemente en la oscuridad. ¿Cómo lo hacía?, se maravilló Xena. ¿Cómo podía ser capaz Gabrielle de dormir a pesar de todo... el trauma, el dolor, el frío, la posición incómoda? Pero ahí estaba, durmiendo tan apaciblemente como cualquier bebé en los brazos de su madre... y con este pensamiento, Xena se dio cuenta de repente de que había otra cuestión que aún no había considerado... una que su mente había ocultado y en la que no quería pensar. ¿Y si Gabrielle estaba embarazada? Un escalofrío recorrió el cuerpo de la guerrera. ¿Cómo se sentiría su amante al cargar con un niño concebido con tanto miedo y odio? ¿Y cómo se sentiría ella misma? ¿Y qué pasaría con su vida en común? Posiblemente no podrían seguir viajando en condiciones tan peligrosas en compañía de un niño pequeño.

Seguramente eso no pasaría. Xena comenzó a hacer cálculos. Ahora estaban en la luna nueva, lo que quería decir que era casi el momento de que ambas comenzaran su hemorragia mensual. Incluso desde que comenzaron a viajar juntas, sus ciclos habían estado estrechamente sincronizados. Con algo de suerte, éste no sería el momento fértil del mes para Gabrielle, y no habría problema. En sólo unos días, deberían saberlo con seguridad.

Xena reclinó la cabeza y cerró los ojos, consciente una vez más del dolor en su espalda. Además, las quemaduras de sus manos le escocían de nuevo, pero por lo menos ahora no se sentía tan helada, o tan húmeda. El cuerpo de Gabrielle se sentía cálido y agradable contra el suyo. Suspiró, sintiéndose cansada y deseando el olvido del sueño, aunque temiendo las pesadillas que el sueño pudiera traer. Por un tiempo, su mente siguió luchando con los miedos y el dolor que este día había creado, pero poco a poco sus pensamientos se silenciaron y se retiraron. Y luego, por fin, se durmió.

*****

Se despertó con el sonido del trinar de los pájaros. El cielo era de un azul pálido, y una débil niebla pendía sobre la hierba húmeda del claro. El entumecimiento había reclamado su espalda así como sus piernas, y Xena se preguntó de manera desinteresada si no podría haber quedado totalmente paralizada durante la noche. Cambió de posición de manera experimental, y el dolor que bajó por su columna vertebral la convenció de que después de todo no estaba paralizada.

Gabrielle gimió suavemente y se removió.

-¿Xena? -murmuró.

-Estoy aquí.

-¿Me he dormido?

-Ajá, durante varias horas.

-¿De verad? No creí que fuera capaz de dormirme en absoluto -se estiró tentativamente, haciendo un gesto de dolor mientras lo hacía. Luego se sentó, y ese movimiento trajo a las piernas de Xena los primeros pinchazos agudos de la recuperación de la sensibilidad.

-Me parece que dormiste bastante bien -dijo Xena, y apartó un cabello dorado de los ojos de Gabrielle.

La bardo la miró.

-¿Has estado sosteniéndome toda la noche? -preguntó.

-Sí.

-¡Eso es una locura, Xena! Podría haber dormido en el suelo. ¿Por qué no me bajaste?

-Supongo que soy un tipo de chica loca -dijo Xena con una sonrisa torcida.

Gabrielle frunció el ceño y se apartó de las piernas de la guerrera, gimiendo mientras lo hacía.

-Suena como si estuvieras bastante dolorida.

-Sí. Me duele todo -dijo Gabrielle y se arrastró fuera del refugio. Se puso en pie, se estiró con cuidado y caminó con rígidez entre los árboles.

Xena flexionó los hombros, la espalda y el cuello, luego comenzó a masajearse las piernas, haciendo una mueca cuando la sensibilidad llegó lentamente y el dolor regresó. Para entonces Gabrielle regresó, estaba al lado de la extinga fogata, contemplando las cenizas frías.

-Déjame echarle un vistazo a esa herida -dijo, alzando la vista hacia su compañera, que estaba con los brazos fuertemente cruzados alrededor de su pecho para darse calor-. Luego intentaré encender una hoguera.

Gabrielle abrió los brazos. La zona alrededor de la herida se había puesto roja y un poco hinchada. Xena la estudió por un minuto, luego dijo:

-Voy a quitarte uno de los puntos, para que se pueda drenar mejor. ¿Te duele?

Gabrielle asintió.

-De acuerdo, espera un minuto -cogió su daga y un pedazo de tela de la capa quemada. No llevó mucho tiempo drenar la herida, y cuando terminó, usó la punta de la daga para romper las ampollas de las quemaduras en el dorso de su mano derecha y drenarlas también.

-¿Qué le pasó a tu mano? -preguntó Gabrielle.

-Se quemó.

-¿Cocinando la cena?

-No, me la quemé ayer cuando estaba sacando cosas de la cabaña. No es gran cosa... ni siquiera duele mucho -llevó el paño al arroyo, lo enjuagó y lo extendió sobre la roca para que se secara-. Gabrielle -dijo-, cuando encendiste la chimenea la primera noche, ¿qué hiciste después con el pedernal?

Gabrielle la miró inexpresivamente, y Xena lo intentó de nuevo.

-Tengo que tratar de encontrar el pedernal en la cabaña para que podamos encender una hoguera. ¿Crees que lo dejaste sobre la chimenea?

-No lo sé. Tal vez.

Xena suspiró.

-De acuerdo, iré a ver -cogió un palo y fue hasta las ruinas de la cabaña. La lluvia había apagado la última de las ardientes brasas, pero eso además había convertido la gruesa capa de cenizas en una pasta mugrienta. Xena vaciló un momento y luego se metió. Pasó varios minutos pinchando con el palo alrededor de la chimenea, pero no encontró el pedernal. Al final, se puso en cuclillas y metió la mano dentro de la chimenea. Se sentía caliente, y un poco de exploración con el palo reveló algunas brasas encendidas que habían resultado protegidas de la lluvia por la repisa de la chimenea. El siguiente reto era encontrar madera seca. Le llevó algo de escrutinio, pero al final Xena dio con unos cuantos palos y ramas que creyó que servirían. Y tras tener considerable paciencia, abanicando y soltando algunas palabrotas, se las arregló para encender una gran humareda.

-Xena, ¿cómo cuánto tardaremos en irnos? -preguntó Gabrielle. Se sentó cerca, en la hierba, abrazándose las rodillas contra el pecho.

La guerrera lo consideró un momento.

-Bueno, hay varias cosas que tenemos que hacer antes de irnos. Si alguna vez consigo encender esta hoguera, podemos preparar té y el desayuno. Podría conseguirnos algo más de pescado.

-No. Nada de desayunar. No tengo hambre y eso nos llevaría tiempo de más. Quiero irme de aquí tan pronto como sea posible.

-Muy bien -dijo Xena, mirando a su compañera. Los oscuros moretones destacaban claros sobre los brazos y la cara de Gabrielle, aunque la hinchazón alrededor de su ojo había bajado-. Una cosa que tengo que hacer es examinar la cabaña para ver si ha sobrevivido al fuego alguna cosa más. Y lo cierto es que deberís lavarte el pelo para quitarte la sangre. ¿Quieres hacerlo aquí o esperar hasta que lleguemos a la ciudad?

-Aquí -dijo Gabrielle-. ¿Tenemos jabón?

-No, el fuego lo derritió, pero tal vez pueda encontrar una planta de jabón.

-Vi varias en el prado cuando estuvimos cortando hierba.

-¿Las viste? Bien. Encontraré una.

La llama parecía estar ardiendo, al menos de momento. Xena llevó la olla al arroyo y la llenó, luego dejó caer algunas hierbas en el agua. Pero para cuando regresó hasta la fogata, había vuelto a ser humo de nuevo, y murmurando un surtido de palabrotas, volvió a abanircarlo con el plato de metal. Justo había reaparecido una llama cuando su oído capto el ansioso relincho de Argo, seguido de un relincho que sonó como si viniera de otro caballo. Xena se levantó rápidamente y empujó el plato en las manos de Gabrielle.

-Toma. Intenta mantener el fuego ardiendo. Yo iré a examinar a Argo.

Salió corriendo a lo largo del arroyo, sus largas zancadas cubriendo rápidamente la distancia hasta el límite del prado, donde se paró en seco. Efectivamente, Argo tenía un compañero, un semental, grande y zaino que llevaba una silla de montar y una brida con una rienda rota.

-¡El caballo de Garron! -exclamó Xena. Había estado tan preocupada por las heridas de Gabrielle que ni siquiera había pensado en buscar la montura del traficante de esclavos, que había estado atado en el bosque, en algún lugar cercano-. Ciertamente tengo que estar perdiendo facultades -murmuró. Pero no importaba. El caballo ahora estaba ahí y si podía apropiarse de él... Bueno, con un animal como ése para vender, no habría que preocuparse más por el dinero.

El zaino parecía bastante interesado en Argo, y la yegua, por su parte, le llevaba coquetamente retozando por el prado. Xena observó por unos momentos y después silbó. Argo trotó hasta ella y el semental la siguió a cierta corta distancia. Xena mimó con exceso a la yegua a cierta distancia, fingiendo ignorar al otro caballo. Cuando vió que se había acercado más, volvió la cabeza y comenzó a hablar con él:

-Qué chico tan lindo eres -dijo con voz dulzona-. ¿Has estado amarrado todo el día? Tienes que haber pasado sed. No me extraña que te hayas soltado. ¿O te asustaste durante la tormenta de la otra noche?

Lentamente, se volvió hacia el caballo, aún hablándole dulcemente, y dio un paso en su dirección. Él cabeceó y resopló, cabriolando un par de pasos hacia atrás y luego de nuevo hacia delante. Xena le tendió una mano y dio otro paso hacia él.

-Desearía tener una manzana para ti. Entonces vendrías hacia mí ¿verdad? -dio otro paso, y el caballo, al parecer curioso, se le acercó un poco más. Al final, estaban lo bastante cerca como para que el zaino estirar el cuello y olfateara la mano de la guerrera, y con un movimiento fácil y suave agarró la brida-. Qué buen chico eres -le dijo y le acarició la nariz. Argo le hocicó por detrás, reclamando su atención. Xena se rió y se volvió para acariciar a la yegua con su mano libre.

Llevó al caballo oscuro hasta un árbol cercano al arroyo y le ató. Estaba ansiosa por ver qué tesoros contenían las alforjas de Garron. Enrollada a un lado de la silla de montar había una cuerda.

-Ese es un buen comienzo -murmuró Xena. Podía usar esa cuerda para montones de cosas. Atada detrás de la silla de montar había una manta de lana. Estaba húmeda por la lluvia y parecía algo andrajosa, pero aún así se habría sentido bien la otra noche. Desenganchó las alforjas y las dejó caer al suelo, luego desató la silla de montar y la sacó. Desenrollando la cuerda, anudó uno de los extremos alrededor del cuello del zaino y el otro al árbol. Luego le quitó la brida-. Muy bien -le dijo-, tienes tiempo de pastar un poco antes de que tenga que ensillarte de nuevo -la única respuesta fue un resoplido mientras el caballo se acercaba al arroyo para tomar un trago de agua.

Xena volvió rápidamente su atención a las alforjas. En la primera, encontró algo de pan mohoso, queso y un poco de carne seca. Nada de esto parecía apetitoso, por lo que lo lanzó hacia unos arbustos cercanos. Lo siguiente que encontró fue una taza, un plato, un tenedor, una cuchara, una piedra de afilar, un pedernal y una daga. La segunda alforja ofreció una toalla andrajosa, una túnica azul y un par de pantalones anchos y grises. Mientras Xena extendía la ropa, soltó un suspiro de alivio.

-Bendito seas, Garron -dijo-, ¡no sabes cuánto necesitábamos esto! -alzó la ropa para examinarla y la olió con recelo, pero parecía estar limpia, aunque ligeramente húmeda.

Poniéndolo todo de nuevo en las alforjas, Xena las recogió, junto con la manta, y se dirigió de vuelta al claro. Gabrielle estaba de pie en la orilla del arroyo y de cara al agua, bebiendo de la taza. Su piel desnuda y blanca estaba bañada por la luz del sol, y la visión hizo que Xena se detuviera por un momento. Desde esa distancia, no podía ver los moretones, pero podía notar el dolor de Gabrielle por el modo en que se sostenía el cuerpo: la cabeza gacha, los hombros caídos, los brazos cruzados fuertemente como para protegerse. Bueno, por lo menos ahora tenían ropa extra. Ninguna de las dos tendría que ir desnuda a la ciudad. Avanzó rápidamente.

-No pude mantener ese estúpido fuego -dijo Gabrielle de plano cuando Xena llegó a su lado.

-Está bien. ¿Se calentó el té por lo menos?

-Sí, pero apenas.

-Bien. Gabrielle, nunca imaginarás lo que ha pasado. El caballo de Garron apareció todavía con la silla de montar y las alforjas. Ven y deja que te lo enseñe -tomó la mano de la bardo y la guió de vuelta hasta la fogata-. Siéntate -le dijo, luego siguió hablando entusiasmadamente-. ¡Había una cuerda, esta manta y mira que más! -abrió rápidamente las alforjas y comenzó a vaciarlas, esparciendo el contenido sobre la hierba como trofeos. Sólo cuando terminó, levantó la vista y vio la expresión de horror sobre la cara de Gabrielle.

-Aleja esas cosas de mí -dijo la bardo en voz baja-. No quiero tocar nada que perteneciera a ese hombre.

Xena se la quedó mirando.

-Pero Gabrielle, necesitamos algunas de estas cosas... especialmente la ropa.

-No me importa. Iría a la ciudad completamente desnuda cada día de la semana antes que llevar nada nada de él.

-Está bien -dijo Xena tras unos momentos de reflexión-. Yo llevaré las ropas de Garron y tú puedes llevar las mías.

-Las tuyas no me vendrán. Son demasiado grandes.

-Tenemos la aguja y el hilo. Podemos hacerle algunos arreglos. Es sólo por un par de días hasta que podamos conseguirte ropa nueva a tu medida. No hay más alternativa, Gabrielle.

-Está bien -dijo la bardo al final.

Xena recogió todas las cosas salvo la ropa y las volvió a meter en las alforjas.

-No tenemos que usar estas cosas -dijo-. Podemos llevarlas a la ciudad y venderlas o intercambiarlas por lo que necesitemos. Pero lo mejor es el caballo -cogió el brazo de Gabrielle-. ¿No ves lo que significa? Podemos obtener muchísimo dinero por ese caballo... lo bastante como para reemplazar lo que perdimos y posiblemente también lo bastante como para comprarte un caballo. Podemos encontrar uno agradable y dócil que te gustara... ¿Qué te parece, Gabrielle? Podríamos ir a muchos más lugares y viajar mucho más rápido si ambas tuviéramos caballos.

Gabrielle la miró, pero no pareció captar el entusiasmo de la guerrera.

-Sí, supongo que tienes razón -dijo-, pero no sé si quiero un caballo.

-¡Por supuesto que sí! Sólo necesitas hacerte a la idea. Hablaremos de ello más tarde. Por ahora tenemos que conseguirte algo de ropa. ¿Qué tal si me sueltas la ropa?

Cuando estuvo fuera la prenda de cuero, Xena fue hasta las alforjas y sacó la bolsita con la aguja e hilo. Entonces rasgó un pedazo de paño de la capa y la dobló en forma de cuadrado.

-Creo que sería buena idea bordar esto dentro del escote -dijo, poniéndose en cuclillas al lado de Gabrielle-. Servirá de almohadilla para tu herida.

La bardo asintió.

-Puedo hacerlo, si quieres que lo haga -continuó Xena-, pero como ya sabes, mis habilidades con la costura no van mucho más allá de coser heridas. Creo que te gustarían más los resultados si lo hicieras tú misma -sonrió y le ofreció la prenda a su compañera.

Gabrielle la miró por un momento, suspiró y luego la cogió.

Xena dejó caer la bolsa con la aguja y el hilo en el regazo de la bardo.

-Hay otras cosas que quiero dejar hechas -dijo-, pero si necesitas ayuda para atártelo, ponértelo o lo que sea, sólo grita -se alejó a una corta distancia de Gabrielle, desdobló las ropas de Garron y se las puso. No le encajaban demasiado mal, aunque necesitaba ciertamente un cinturón para la túnica y para tener un modo de llevar sus armas. Careciendo de ello por el momento, se metió la túnica por debajo de los pantalones y ató el cordón de la cintura. Luego centró su atención en desmontar el refugio de ramas. Había servido levemente a su propósito y ahora sólo bloqueaba la luz del sol que necesitaban para calentarse. Trabajando rápidamente, arrojó todas las ramas y postes al bosque cercano.

Cuando terminó ese trabajo, Xena fue hacia las ruinas de la cabaña. Sacó de las cenizas la brida carbonizada, cortó el bocado y desechó el resto. A parte de eso, logró encontrar poco más que salvar. El fardo de los víveres, junto con su contenido, había desaparecido sin dejar rastro. Los odres de vino y agua se habían visto reducidos a trocitos de cuero y hollín. Encontró una de las cucharas, pero tan deslustrada que la arrojó de nuevo a las cenizas. Observando a Garron, examinó el extremo de su espada, que sobresalía de debajo de su cuerpo. La vaina se había quemado, y la hoja de la espada estaba ennegrecida. Posiblemente valdría algún dinero, dependiendo de en qué condiciones estuviera la empuñadura. Debía haber llevado también una daga; Gabrielle había dicho que tenía una. Y podría haber tenido algunos dinares... posiblemente bastantes. Una hora antes, habría estado lo bastante desesperada como para robarle al cadáver, incluso aunque el pensamiento de tocarle le asqueaba. Pero ahora tenía su caballo y el contenido de las alforjas. Con eso era suficiente.

Se puso en cuclillas en la orilla del arroyo e hizo cuanto pudo por limpiarse el negror de las manos y del bocado. Luego, enrollándose los pantalones, se adentró un poco y trató de sacar la costra de ceniza de sus botas. Odiaba el cuero húmedo... por encima de todo las botas húmedas. Era buena cosa que hoy tuviera que montar en vez de caminar; Si no, casi seguro que acabaría con ampollas.

De vuelta en el campamento, Gabrielle se estaba probando la túnica de cuero. Xena la ató por ella y la ayudó a determinar dónde ajustarla. Mientras la bardo estaba cosiéndola, Xena fue al prado y arrancó una planta de jabón.

-¿El arroyo es más pronfundo en este punto? -preguntó Gabrielle cuando regresó.

-A este mismo lado del prado hay una zona en la que podría llegar a la altura de la cintura. ¿Por qué?

-Ahí es donde quiero bañarme.

-Gabrielle, el agua está helada, y no creo que sea buena idea que te enfríes. ¿Por qué no traigo agua con la olla para echártela por el pelo y podemos lavarlo aquí mismo?

-No. Quiero lavarme entera. No me importa si el agua está helada.

Tenía esa expresión que Xena sabía que significaba que era inútil discutir con ella, pero lo intentó igualmente.

-Gabrielle, te lavé bastante concienzudamente ayer. ¿Por qué no esperas hasta que lleguemos a la ciudad y podamos conseguir una tina de agua caliente.

-No lo entiendes, Xena. Me siento realmente sucia después de lo que pasó ayer. Necesito intentar de limpiarme.

-De acuerdo -dijo Xena suavemente-. Sólo ten cuidado con tu herida.

Xena caminó con Gabrielle a lo largo del arroyo y vio como la bardo se introducía decididamente en el agua fría. Cuando le llegó a la altura de las caderas, comenzó a restregarse vigorosamente con la raíz de jabón y las manos.

-¿Necesitas ayuda? ¿Con tu cabello o algo? -preguntó Xena.

-No, estoy bien.

-De acuerdo. Voy a montar el caballo de Garron por unos minutos -se volvió y se dirigió al prado.

El semental parecía más calmado que antes, y respondió bien a sus caricias y atenciones. Xena cortó una medida de cuerda para reemplazar la brida rienda rota, luego ensilló al zaino y le abrochó la brida. Con un movimiento suave, se montó en su espalda. Demostró ser una montura briosa, pero un poco testaruda y difícil de controlar. Xena deseó poder dejarle correr a toda máquina, para averiguar cuánta velocidad tenía, pero el prado era demasiaod pequeño para eso. Argo seguía al zaino ansiosamente, unas veces acercándose lo bastante como para rozar la pierna de Xena con su hocico.

-No te preocupes, chica -le gritó la guerrera-. ¡Tú siempre serás mi primer amor!

Tras unas cuantas vueltas alrededor del prado, Xena guió al semental de vuelta a lo largo del arroyo hacia el claro. Argo la siguió de cerca detrás. Sobrepasó a Gabrielle, que estaba sentada al sol en la orilla, tratando de peinarse con los dedos el pelo húmedo y enredado. En el campamento, Xena desmontó y ató al zaino a un árbol. Fue a por las alforjas y encontró el peine, luego fue rápidamente hasta Gabrielle y se agachó a su lado.

-Tal vez esto ayude -dijo, tendiendo el peine.

Gabrielle lo contempló por un largo momento, luego miró a Xena, después de vuelta al peine. Al final, alargó la mano y lo cogió, sosteniéndolo con cuidado, dándole vueltas, pasando los dedos por los lugares quemados.

-¡Mi peine! -susurró-. Pensé que se había perdido -alzó la vista de nuevo, con los ojos humedecidos por las lágrimas.

Xena sonrió suavemente.

-Ya lo ves -dijo-. Las cosas buenas pueden sobrevivir a las malas. Pasa más a menudo de lo que puedas pensar.

Gabrielle no respondió, pero tras un momento pasó la mano por su mejilla. Luego comenzó a pasar el peine con cuidado por las enredinas rubio rojizas.

-¿Quieres que lo haga por ti? -dijo Xena suavemente.

-No, puedo hacerlo.

-Estaré encantada de hacerlo, si quieres.

-No, está bien. Yo lo haré.

Xena se mordió el labio y guardó silencio por unos momentos.

-Muy bien -dijo entonces-. Comenzaré a recoger las cosas -se levantó y caminó lentamente de regreso al campamento.

Una vez allí, sacó el rollo de cuerda y cortó un trozo para hacerse un cinturón, luego se ató otro trozo sobre el hombro derecho. Se amarró la vaina de la espada a la espalda, se ató el chakram a su derecha y se puso una daga en la cintura. Tras eso, ató una parte de la cuerda al bocado viejo de Argo y fabricó unas sencillas riendas y brida. Entonces recogió las cosas sueltas, las metió en las alforjas y amarró las bolsas a la silla de montar de Garron. Además ató la sartén, la olla, su armadura y el bastón de Gabrielle. Argo estaba habituada a cargar con el equipo, pero el zaino parecía nervioso por los objetos extraños golpeando y haciendo ruidos metálicos en sus costados.

-Lo siento, chico -dijo Xena mientras le rascaba detrás de las orejas-, tendrás que cargar con esto por ahora.

Gabrielle volvió del arroyo y se puso el conjunto de cuero. Xena lo ató por ella.

-¿Estás lista para partir? -preguntó la guerrera.

-Más que lista.

Xena levantó a la bardo para sentarla de lado sobre Argo.

-¿Cómo se siente? -preguntó.

-Un poco extraño.

-Agarra a la yegua con una mano -ordenó Xena-, y esto con la otra -le tendió las riendas de cuerda a Gabrielle-. Te guiaré un poco para que puedas acostumbrarte. ¿Te duele el sentarte de este modo?

-Un poco. No mucho.

-¿Preferirías montar el caballo a horcajadas?

-¡No! -dijo Gabrielle rápidamente.

Hicieron un recorrido por el claro y luego Xena le pasó el control de la yegua a Gabrielle. Desató a su propia montura y saltó sobre la silla de montar. El zaino estaba un poco receloso, pero pronto se calmó bajo el firme control de Xena. La guerrera cabalgó hasta donde Gabrielle estaba contemplando las ruinas de la cabaña.

-¿En qué piensas? -preguntó. Qué extraño resultaba tener que preguntarle lo que estaba pensando a la normalmente habladora bardo.

-Pienso en que desearía no haber venido aquí nuca -dijo Gabrielle-. Desearía no haber visto nunca este lugar.

-La primera noche estuvo bien -dijo Xena-. Creía que tú también la disfrutaste.

-La primera noche fue hermosa -dijo Gabrielle en voz baja-. Eso es lo que hace tan espantoso el resto.

-Si hubiera sabido que las cosas iban a salir del modo en que lo hicieron, jamás te habría traído aquí, Gabrielle, créeme. Mi única intención era hacerte feliz.

Gabrielle miró a Xena y su expresión se suavizó.

-Lo sé -dijo. Luego volvió la cabeza de Argo hacia el sendero-. Ahora, vámonos de aquí.

Continuará...


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