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Notas de la traductora:
Si deseáis mandar vuestros comentarios a la autora del fic, por favor, tened en cuenta que es de habla inglesa.
Aún cuando he tenido que cambiar algunas palabras o expresiones, adaptándolas al español, de modo que no sonaran raras o malsonantes, he procurado en todo momento mantener el sentido que le dio la autora.
No obstante, si alguien cree que he cometido algún error en la traducción no dudéis en comunicármelo en kayra_de_arcadia@latinmail.com
Bueno, aquí os dejo con el fic traducido, espero que disfrutéis con su lectura tanto como yo lo hice traduciéndolo. ^^


DISCLAIMERS: Los personajes de Xena y Gabrielle, junto con otros que hayan aparecido en la serie de televisión XENA: La PRINCESA GUERRERA, son propiedad exclusiva de MCA/UNIVERSAL y Renaissance Pictures. Su uso en esta historia no constituye un intento del autor de conseguir un beneficio o de infringir en modo alguno el copyright existente. La interpretación de los personajes en esta historia es simplemente obra del autor. El copyright de este fanfiction pertenece a Eva Allen, Marzo de 1998.
Las críticas constructivas y/o las puras alabanzas son siempre bienvenidas. Escribidme a emallen@earthlink.net.
ESTÁIS AVISADOS: Esta historia incluye la representación de sexo entre dos mujeres adultas y con consentimiento mutuo. Si esto te ofende, por favor encuentra otra cosa para leer.
ADVERTENCIA DE VIOLENCIA: No más que en el promedio de un episodio de XWP.

Titulo Original: Mountain Quest


LA BÚSQUEDA DE LA MONTAÑA

Por Eva Allen
Traducción: Kayra

QUINTA PARTE

-¿Ves estas pisadas? -preguntó Xena mientras señalaba la nieve-. Son las que dejaste huyendo de mí.

Gabrielle se inclinó para estudiar las huellas por un momento.

-¿Y ves ésas? -dijo Xena, siguiendo adelante-. Son las huellas que dejé corriendo detrás de ti -caminó unos pocos pasos más adelante y señaló hacia otro punto-. Aquí es donde me caí.

Gabrielle se acercó detrás de ella.

-¿Te hiciste daño? -preguntó echando un vistazo a la nieve.

-No -Xena con una sonrisa-. Sólo estaba enfadada porque no podía alcanzarte. Aquí es cuando decidí usar el chakram. Lo lancé desde aquí.

Siguieron adelante a través del campo y Xena señaló hacia otro punto.

-Ahí es donde caíste. A propósito, ¿cómo está tu cabeza?

-Duele algo, pero no demasiado, la verdad.

-Tengo corteza de sauce en mi bolsa de hierbas, pero la dejé en el campamento.

-¿Cuánto tiempo nos tomará llegar allí?

-Una hora, más o menos. Eso es lo que me tomó subir hasta aquí -se detuvo y miró hacia el sendero-. Esas rocas son resbaladizas, Gabrielle, por lo que tómate tu tiempo y ten cuidado.

-De acuerdo -dijo la mujer más joven, sonriendo.

Xena le devolvió la sonrisa, dejando a sus ojos permanecer sobre el rostro de su amante por un momento. Luego se volvió y comenzó a descender sobre las rocas.

Esto fue lento, pero ayudándose la una a la otra a bajar por los lugares empinados, hicieron bastantes y constantes progresos. Xena encontró que tener su brazo atado le ayudaba a mantener el equilibrio, pero todavía se sentía un poco torpe al trepar con una mano. Oh, bueno, supuso que se acostumbraría a ello con el tiempo.

Mientras seguían, le habló a Gabrielle acerca de la batalla con la serpiente.

-Casi la tenía -terminó-. Casi tenía mis manos alrededor de su pequeña garganta escamosa, pero entonces... -paró de hablar y estudió el camino delante de ella, buscando un buen modo de bajar sobre un pedrusco particularmente grande.

-¿Pero entonces qué? -preguntó Gabrielle, deteniéndose detrás de ella.

-Vamos a intentar esto -entonces Xena se sentó en cuclillas sobre la cima del pedrusco y se deslizó sobre su helada superficie. Aterrizando con destreza sobre sus pies, le alargó su mano a Gabrielle, quien decidió deslizarse sobre su trasero más que sobre sus pies.

-Eso fue divertido -riendo, cuando aterrizó al lado de la guerrera-. Exceptuando que ahora tengo el culo helado.

-Es por eso por lo que no usé el mío -dijo Xena con una sonrisa. Entonces se volvió y comenzó a descender de nuevo por la ladera de la montaña.

-Cuéntame el resto de la historia -dijo Gabrielle.

-Oh, ¿no la he terminado?

-No. Estabas justo a punto de agarrar a la serpiente y estrangularla.

-Mmm -dijo Xena mientras consideraba cuánto de la historia quería contar-. Bueno, lo que pasó fue que la serpiente se escapó. Estaba revolviéndose mucho y creí que no sostenía el bastón bifurcado lo bastante fuertemente. De cualquier modo, me resbalé y se liberó, y fue entonces cuando me mordió -dejó de hablar por un momento para recobrar el aliento, sorprendida al darse cuenta de qué pesadas y cansadas se sentían sus piernas-. Dolía tanto que pensé que iba a desmayarme -prosiguió, volviendo la mirada hacia Gabrielle-, pero no lo hice. Cogí a la serpiente con la izquierda y apreté tan fuerte como pude.

-¿Así que la estrangulaste con una sola mano?

-Sí. Bueno, no tenía mucha más opción.

-¿Qué estaba haciendo yo? ¿Te ayudé en algo?

-En ese punto, parecías estar pensando en su mayor parte en huir -afirmó Xena con una media sonrisa.

-¿Pero por qué? Todavía no entiendo por qué quería huir.

-Hablaremos de ello más tarde -dijo Xena-. El sendero se está nivelando un poco, por lo que tal vez podamos acelerar el paso -se detuvo para mirar a Gabrielle-. ¿Qué tal estás? -preguntó-. ¿Quieres descansar un momento?

-No, estoy bien. Sigamos. Sé que debemos llegar allí antes de que oscurezca.

Xena miró al sol, ahora bajo en el cielo, luego comenzó de nuevo hacia delante. Pero unos pocos pasos más adelante, se sintió repentinamente mareada y tuvo que detenerse por un momento para dejar que su visión se aclarara. Mirando hacia atrás para ver si Gabrielle se había dado cuenta, se alegró de encontrar que la mujer más joven estaba ocupada mirando el sendero, concentrada en su andar. Xena se obligó a hacer unas cuantas inspiraciones profundas, luego se puso en camino una vez más a bastante buen paso. Por algún tiempo, todo fue bien, pero entonces, sin previo aviso, el mareo llegó de nuevo, y mientras el mundo comenzaba a dar vueltas a su alrededor, se agarró a una roca cercana para sostenerse.

Instantáneamente, Gabrielle estaba a su lado, pasando un brazo alrededor de su cintura.

-¿Xena, qué ocurre? ¿Te encuentras mal?

-No, yo... sólo estoy algo sin aliento y de repente me sentí mareada -miró a su amiga y se sintió aliviada de ver que todo volvía a enfocarse-. Ahora estoy bien. Sigamos -dijo.

-No, no estás bien. Ven aquí y siéntate un momento.

Xena dejó que Gabrielle la guiara hacia una roca baja donde ambas se sentaron. Entonces la mujer más joven presionó las manos contra la frente y mejillas de Xena, frunciendo el ceño con perplejidad mientras lo hacía.

-Estás un poco caliente, pero no pareces febril -dijo-. ¿Te está molestando el brazo? ¿Crees que la mordedura de serpiente te está haciendo enfermar?

-No, mi brazo está tan insensible como siempre. Probablemente sólo estoy cansada. O quizás es la altitud.

-¿La altitud?

-Sí. Después de todo estamos en una montaña.

-Nunca antes te había oído quejar de que la altitud te molestara.

-Gabrielle, nunca antes habíamos subido juntas a una montaña.

-Oh, sí. Buen punto -la bardo guardó silencio durante varios minutos, mirando pensativamente hacia la distancia, entonces preguntó-. ¿Te molestó la altitud en el camino de subida a la montaña?

-No, no que recuerde.

-¿Y te molestó en la cima, cuando estabas luchando contra la serpiente?

-No.

-¿Entonces por qué te habría de molestar ahora, cuando estás bajando de la montaña?

Xena se encogió de hombros.

-Tal vez simplemente le tomó un rato afectarme.

Gabrielle la miró y suspiró.

-Bueno, me cuesta creer que la altitud es el problema.

-Bueno, quizás sólo estoy cansada.

-Tal vez sea eso -dijo, sonriendo y poniendo su mano sobre el muslo de Xena-. Has tenido un día duro... eso es seguro.

-Sí, lo he tenido, y todavía no ha terminado -dijo Xena con una sonrisa-. Ahora, movámonos.

Se levantaron y comenzaron de nuevo a descender por el sendero.

-¿Está mucho más lejos? -preguntó Gabrielle.

-No está lejos. ¿Ves allí abajo dónde comienzan a crecer los árboles, a lo largo de la pendiente? Nuestro campamento está allí abajo.

*****

Unos cuantos minutos de un caminar irregular les llevó a ambas hacia la línea de árboles, y Xena encabezó el camino fuera del sendero.

-¿Dónde está Argo? -preguntó Gabrielle.

-Probablemente por ahí buscando algo para comer. Veamos si puedo silbar con la mano izquierda -y se metió dos dedos en la boca. El resultado fue un poco débil... no tanto porque estuviera usando la mano equivocada sino porque todavía se sentía sin aliento. El segundo intento fue mejor, y pronto la yegua surgió de entre los árboles más lejanos de la pendiente. Saludó a Xena con un descuidado hociqueo en la mejilla. La guerrera rió y comenzó a palmear la aterciopelada nariz. Luego, volviéndose hacia Gabrielle, dijo-. Amontonamos los bártulos detrás de esas rocas grandes de allí. Mira a ver si hay una manzana para este simpático caballo que encontramos.

Gabrielle fue detrás de las rocas y pronto regresó con una manzana roja y brillante.

-¿De dónde han salido todas estas pieles? -preguntó.

-Elkton nos las prestó. Junto con algo de comida, también.

-Ya me he dado cuenta. Esta noche te prepararé una agradable y caliente comida. Eso te hará sentir mejor.

Xena sonrió.

-Esperaré con ganas -mirando a Argo morder la manzana-. ¿Por qué no te adelantas y comienzas a montar el campamento? Yo reuniré leña.

-No, Xena, creo que deberías descansar. Puedo ocuparme de todo.

-No, no puedes. El sol se está poniendo y pronto estará demasiado oscuro para encontrar leña. Tenemos que tener mucha porque necesitamos mantener el fuego ardiendo toda la noche para estar calientes. Ahora estoy bien. No te preocupes por mí.

-Muy bien -dijo Gabrielle, pero sonó poco convencida.

Xena se volvió y se dirigió colina abajo hacia donde los árboles crecían más grandes y más juntos. Aunque tuvo que recorrer alguna distancia antes de comenzar a encontrar mucha leña, y rápidamente descubrió que sin un brazo extra para sostenerla, estaba bastante limitada a llevar la que pudiera coger en una mano. Deteniéndose un momento para pensar, dejó las ramitas que había recogido, se quitó la capa y la extendió sobre el suelo. Entonces, trabajando tan rápidamente como podía, amontonó sobre ella la leña. El mareo llegó de nuevo justo mientras estaba terminando, pero se detuvo a esperar y el rato pasó pronto. Tan pronto como se fue, se inclinó para recoger las esquinas de la capa, subió el fardo sobre su espalda y se dirigió hacia el campamento.

-¿Dónde quieres el fuego? -preguntó, deteniéndose para intentar recuperar el aliento.

Gabrielle, que estaba extendiendo las pieles y mantas al lado de una gran roca, se enderezó rápidamente.

-Pensé que podríamos prepararlo ahí mismo -dijo, señalando-, y dormir entre el fuego y la roca. De este modo quizás se estará más caliente.

-Buena idea -dijo Xena con aprobación. Se dirigió hacia el punto designado y bajó su fardo.

-Xena, ¿por qué estás llevando arena en tu capa? ¡Mira lo sucia que la tienes!

-Estoy usando la capa porque es el único modo de que pueda llevar más de dos ramas a la vez -respondió Xena algo irritadamente.

-Oh. Lo siento. Supongo que olvidé lo de tu brazo -Gabrielle se agachó al lado de la guerrera y la ayudó a amontonar la leña.

Cuando terminaron, Xena se levantó y sacudió la capa.

-Muy bien, regresaré a por otra carga -dijo.

Gabrielle dejó una mano sobre su brazo.

-Iré a por ella -dijo-. Tú quédate aquí y termina de montar el campamento, y tal vez también puedas encender el fuego. Me temo que te vas a enfriar, usando tu capa para llevar leña.

Xena bajó la vista hacia ella.

-Qué tal si vamos ambas esta vez, y luego puedes ir sola la próxima vez. Necesitamos mucha más leña y está oscureciendo deprisa.

Volvieron al bosque, amontonaron la leña sobre la capa y entonces la llevaron de vuelta entre las dos. Xena tropezó justamente cuando alcanzaron el lugar del fuego, entonces dejó su extremo de la capa y se dejó caer sobre las pieles.

Gabrielle puso un brazo alrededor de sus hombros.

-¿Estás mareada de nuevo? -preguntó.

-Sí, un poco.

-¿Por qué no te tumbas? Puedo ocuparme de la leña.

-No, ahora estoy mejor. Estaré bien.

Gabrielle dudó por un momento, luego comenzó a apilar la leña nueva que habían llevado. Cuando terminó, sacudió las hojas y la suciedad de la capa y la envolvió alrededor de Xena.

-Iré a coger algo más de leña -dijo suavemente-, y quiero que simplemente te sientes aquí y descanses.

-Encenderé el fuego. En cualquier caso, eso puedo hacerlo.

-Muy bien, si te apetece. De lo contrario, puedo hacerlo cuando regrese.

Xena asintió.

-Ahora vete, o no serás capaz de encontrar nada de leña.

Gabrielle se inclinó y besó rápidamente a la guerrera en la parte superior de la cabeza, y luego se apresuró.

Xena permaneció sentada durante varios minutos, esperando a que el mareo pasara y a que su respiración se suavizara. Cuando lo hizo, se puso lentamente en pie y comenzó a recoger piedras hasta que tuvo las suficientes para un cerco de fuego. Luego tomó el pedernal y la yesca de una de las alforjas. Iba a ser difícil golpear las piedras usando sólo una mano, pero seguramente podría idear un modo de hacerlo. Explorando, encontró una roca pequeña y lisa, situada en el centro del anillo de piedras, y puso alrededor las astillas. Colocó con cuidado la yesca y un pedernal sobre la roca lisa, entonces golpeó éste pedernal bruscamente con el otro. Pero en vez de producir una chispa, la acción simplemente envió el primer pedernal, girando, al borde de la piedra.

Con un suspiro frustrado, Xena recuperó el pedernal, volvió a ponerlo en su sitio, usando otra roca para sostenerlo, y lo intentó de nuevo. Ésta vez hubo una chispa, pero antes de que pudiera soplar para convertirla en una llama, ésta se extinguió. Un tercer intento envió el pedernal rodando de nuevo, y un cuarto intento hizo lo mismo. Maldiciendo en voz baja, recogió el pedernal y lo colocó en su sitio una vez más.

-Xena.

Sobresaltada, la guerrera alzó la vista para ver a Gabrielle de pie a corta distancia; sus brazos llenos de madera. La expresión en los ojos de la bardo era una mezcla de compasión y pena.

-Puedo hacerlo -dijo Xena rápidamente-. Sé que puedo. Sólo llevará un poco de práctica, eso es todo.

Gabrielle dejó sus ramas sobre la pila de leña y entonces fue a arrodillarse al lado de Xena.

-También sé que puedes hacerlo -dijo suavemente-, pero ahora mismo no te sientes bien y necesitamos pronto el fuego, ¿así que por qué no me dejas encenderlo?

Xena la miró por un largo rato y luego le entregó el pedernal. Dirigiéndose hacia la ropa de cama, se sentó y reclinó con cansancio contra la roca.

Gabrielle estudió por un momento la colocación de las astillas, movió un par de ramas, y cogió el segundo pedernal. Entonces miró a Xena.

-¿Cómo te encuentras? -preguntó.

-Bastante inútil en este momento.

Gabrielle le dirigió una breve mirada de sorpresa, luego dijo:

-Xena, nunca podrías ser inútil. Incluso si no tuvieras brazos o piernas en absoluto, todavía encontrarías un modo de hacer las cosas.

-Esa sí que es una imagen agradable -dijo Xena lúgubremente.

-Oh. Bueno, no me refería a como suena. Lo dije como un cumplido.

Xena enarcó una ceja, pero permaneció en silencio. Observó a Gabrielle inclinándose sobre el lugar destinado al fuego, provocar una chispa, y rápidamente soplar y convertirla en una pequeña llama que alimentó con ramillas y hojas secas. La guerrera sonrió, recordando la noche en que la joven chica de Potedaia entró arrastrándose en el campamento, temblando porque no pudo encender una fogata. ¿Quién habría pensado que las dos iban a compartir tanto? Con un suave suspiro, Xena echó la cabeza hacia atrás e intentó relajarse. Era bueno sin duda el tener a su amante de nuevo de vuelta. Siempre estaría agradecida de haber sido capaz de romper el hechizo de Ares... fuera cual fuera el precio final.

Unos cuantos minutos más tarde, cuando el fuego estaba ardiendo bien, Gabrielle vino y se sentó a su lado.

-Ahora dime cómo te sientes físicamente -apartando el pelo de la frente de Xena y dejando ahí su mano por un instante.

-Muy cansada. Y no me parece recobrar el aliento.

-¿No estás mareada?

-No, ahora mismo no.

-Vamos a quitarte la armadura. Creo que estarás más cómoda.

-Sí -coincidió Xena y se inclinó hacia delante para que Gabrielle pudiera quitarle la capa. Después de eso, la bardo desenganchó la espada y el chakram, y los depositó en un extremo de la manta. Después desató el brazo de Xena, masajeando suavemente los lugares donde la cuerda había rozado la carne de la guerrera.

-¿Aún no sientes nada en este brazo? -preguntó.

-No, nada.

Gabrielle suspiró y continuó el masaje durante un par de minutos. Entonces, después de ayudar a Xena a sacarse el peto, los brazaletes y canilleras, enrolló a su alrededor de nuevo la capa de lana.

-Gracias -murmuró Xena mientras se reclinaba con gratitud contra la roca y cerraba los ojos. Sintió que Gabrielle ponía sus dedos sobre su garganta para comprobar su pulso. Después de unos momentos, los dedos se movieron a un segundo punto, y luego a un tercero. Xena abrió los ojos-. ¿Qué pasa? ¿No tengo pulso? -preguntó con una débil sonrisa.

-Bueno, en este momento estoy teniendo problemas para encontrarlo -Gabrielle con el ceño fruncido-. Déjame intentarlo con tu muñeca. Oh, aquí está -con alivio-, pero se siente muy débil -miró a Xena, luego dijo-. Voy a escuchar tu corazón -desatando la capa de la guerrera, la dobló hacia atrás, deslizó el tirante de cuero del hombro izquierdo de Xena, y apoyó su oreja contra el pecho de Xena.

Xena, emocionada por el toque íntimo, acarició suavemente el pelo dorado y entonces besó la parte superior de la cabeza de Gabrielle.

-Me gusta cuando escuchas mi corazón -dijo-. Sólo desearía sentirme mejor para poder aprovecharme de esta situación.

Gabrielle alzó la cabeza.

-Sabes que no puedo oír el latido de tu corazón cuando estás hablando -con una sonrisa y entonces besó la boca de Xena y deslizó los dedos suavemente por su garganta-. Ahora guarda silencio y déjame escuchar.

Xena echó su cabeza atrás de nuevo. Pareció llevarle a Gabrielle mucho tiempo.

-¿Qué oyes? -preguntó finalmente.

Gabrielle alzó la vista y, a la luz del fuego, Xena pudo ver la profunda preocupación que había reemplazado la juguetona sonrisa de sus ojos.

-Es débil y rápido en cierto modo -dijo-, y tu respiración suena tan increíblemente poco profunda -dudó por un instante, mordiéndose el labio inferior, y luego dijo-. Xena, creo que el veneno de la picadura de la serpiente puede estar, de algún modo, afectando a tu corazón y también a tus pulmones. ¿Crees que esa una posibilidad?

-Sí -dijo Xena en voz baja.

Ninguna de las dos habló durante un par de minutos. Gabrielle subió de nuevo el tirante de Xena y volvió a enrollar la capa alrededor de ella. Luego preguntó:

-¿Qué fue, exactamente, lo que Elkton dijo que pasaría si la serpiente te mordía?

-Dijo que si me mordía en un brazo o pierna, perdería el uso de ese brazo o pierna -hizo una pausa, intentando recordar, luego continuó-. Y que si la picadura era en otro lugar... moriría.

Gabrielle se estremeció.

-Pero no dijo que morirías si la picadura era en tu brazo... ¿sólo que no serías capaz de usar el brazo?

-Correcto. Pero quizás no sabía todo lo que había que saber.

-En cualquier caso, ¿cómo averiguó todo eso? ¿Acerca de la serpiente y todo esto?

-Lo vio en una visión.

-¿De dónde procedía la visión?

-No lo sabía.

Gabrielle tomó la mano izquierda de Xena y la sostuvo entre las suyas, apretándola contra su mejilla mientras se mecía suavemente adelante y atrás, aparentemente sumida en sus pensamientos. Finalmente, habló:

-Si Elkton tuvo una visión que le mostraba cómo podrías salvarme de Ares, entonces quizás tenga una sobre cómo salvarte de la picadura de serpiente.

-Gabrielle...

-¡No, escucha! ¡Debe de haber algo que podamos hacer! ¡Alguien debe saber cómo curar esto, y sólo tiene sentido que sea Elkton! Quizás deberíamos recoger ahora mismo y bajar de la montaña. Tú puedes montar sobre Argo y...

-Gabrielle, no podemos. No podemos viajar por esa carretera de noche. Es demasiado peligroso, y ni siquiera hay una luna. Tendremos que esperar hasta la primera luz de mañana.

-Pero Xena, y si... -se detuvo, mirando ahora a la guerrera con el miedo escrito claramente en la cara.

-¿Y si qué? -preguntó Xena suavemente.

Gabrielle se volvió a mirar el fuego, luego se levantó y añadió varias piezas de madera. Cuando regresó, parecía más calmada.

-Tal vez es como el asunto con el dardo venenoso -dijo-. Quizás sólo te haga enfermar durante un poco y entonces lo rechaces y te pongas bien.

-Quizás -dijo Xena cautelosamente-, pero cuando fui herida con el dardo, tenía al menos alguna idea de cómo el veneno me afectaría. En realidad no se qué esperar de este veneno.

-Pero has tratado antes a personas con picaduras de serpiente, ¿no?

-Unas cuantas, sí, pero ésta no era una serpiente común. Era una criatura de la creación de Hera.

-¡Hera! ¡No me dijiste que estaba involucrada!

-Oh. Bueno, se lo dije a la otra Gabrielle. Olvidé que no te lo había dicho a ti -Xena hizo una pausa para hacer unas cuantas respiraciones cortas-. La planta de kaya era de Hera -dijo entonces-. Es por eso por lo que puso a la serpiente para protegerla.

Gabrielle guardó silencio, y tras un momento, Xena pasó el brazo alrededor de los hombros de su amante y la acercó.

-Sólo tenemos que esperar y ver qué pasa esta noche y entonces continuar hasta la casa de Elkton mañana -dijo.

Gabrielle alzó la vista hacia ella y apoyó su cabeza sobre el hombro de Xena.

-No quiero que mueras -con voz ahogada-. No puedo soportar la idea de perderte de nuevo. Y además -añadió, alzando la cabeza para mirar a la guerrera a los ojos-, prometiste que no te me morirías de nuevo. ¡No lo olvides!

-Haré todo lo posible por mantener mi promesa -Xena con una sonrisa, y luego se inclinó y besó suavemente la boca de Gabrielle-. Se siente tan bien sostenerte -dijo-. De todos modos, me alegro de poder hacerlo una vez más.

-Xena, deja de hablar como si fueras a morir. No voy a permitir que pase. No si hay algún modo en que pueda evitarlo.

La guerrera no respondió. Sentía la garganta tensa por la emoción, y era más duro que incluso respirar.

-¿Qué pasa con tus hierbas? -dijo Gabrielle de repente-. ¿No tienes alguna que ayude a tu corazón o a tu respiración?

Xena lo consideró por un momento.

-Sí, quizás tenga algo que ayude -dijo.

-Traeré tu bolsa -dijo Gabrielle rápidamente y se levantó de un salto. Estuvo de vuelta casi inmediatamente, sosteniendo la bolsa mientras Xena hurgaba en él con una mano.

-¿Qué tal está tu cabeza? -preguntó la guerrera, mirando a Gabrielle.

-Oh, esto... lo cierto es que no he pensado en eso durante un rato.

-Bueno, ahora que estás pensando en ello, ¿cómo está?

-Supongo que duele un poco, pero no es malo.

-¿Quieres un poco de corteza de sauce?

-No, estoy bien.

-Bueno, si más tarde decides que la quieres, aquí hay más que suficiente -continuó buscando entre los paquetes de hierbas hasta que llegó a uno que contenía una raíz blanca seca. Sacándola, volvió a meter los otros en la bolsa.

-¿Qué es eso? -preguntó Gabrielle.

-Es algo que compré en mercado de Atenas la última vez que estuvimos allí. Viene de la tierra de China. Lo cierto es que no había tenido ocasión de usarlo, pero dicen que es buena para el corazón.

-¿Vas a usar una hierba contigo misma que nunca antes has probado... con nadie?

Xena dirigió la mirada hacia la bardo.

-Creo que ahora mismo no tengo mucha elección, ¿no te parece?

-No, supongo que no.

-Pon algo de agua en la olla.

Gabrielle se puso en pie.

-¿Dónde voy a conseguir el agua? No veo nada de agua por aquí.

-Tendrás que fundir nieve.

-Oh, sí. Buena idea -Gabrielle cogió la olla y se alejó del fuego. La noche se había oscurecido, pero las parcelas de nieve todavía eran débilmente visibles, y tras detenerse un instante, se dirigió hacia una de las más grandes.

Xena se sentó mirando fijamente el fuego hasta que el colapso de una ardiente brasa la sacó de su ensimismamiento. Notó que el fuego necesitaba más madera. Reuniendo la poca energía que le quedaba, se levantó con dificultad y cruzó los dos pasos que había hasta el montón de leña. Puso varias ramas sobre las llamas, luego regresó a la manta y se sentó, exhausta.

¿Realmente había sido solo esa mañana que había escalado una montaña y después luchado contra una serpiente? Todo eso parecía como si le hubiera pasado a una persona distinta muchos años atrás.

Gabrielle se agachó a su lado.

-Xena, quiero que de ahora en adelante continúes sentada. Necesitas guardar tus fuerzas.

-Sí, de acuerdo -asintiendo vagamente.

-He llenado la olla de nieve -dijo Gabrielle-. ¿Qué cantidad de raíz debería utilizar?

Xena introdujo la mano dentro de su capa y sacó su daga de pecho. Tendiéndosela a Gabrielle, le dijo:

-Comienza cortando la raíz en pequeños trozos. Te diré cuándo debes parar.

*****

-¿Te está ayudando algo el té? -preguntó Gabrielle.

-Sí, creo que sí. Me siento un poco más fuerte -Xena sostenía el tazón con la mano bajo el asa, la palma contra la cálida superficie de madera. Alzándola hacia su boca, tomó un largo sorbo, dejando que el vapor acariciara su rostro. Después miró a través del fuego a Gabrielle, que estaba sentada cortando verduras para guisar.

-Por cierto, siento lo de la olla -dijo Xena.

-¿Qué quieres decir? ¿Qué le pasa a la olla?

-¿No te has dado cuenta?

-No, no puedo ver muy bien en la oscuridad -Gabrielle levantando la olla a la luz del fuego-. ¿Se la tiraste a un señor de la guerra?

-No, peor que eso... cociné en ella. O lo intenté, en cualquier caso.

-¿Estuviste cocinando? -preguntó Gabrielle con incredulidad.

-Bueno, alguien tenía que hacerlo y tú no recordabas cómo.

-¿No recordaba cómo cocinar?

-No.

Gabrielle se rió.

-Bueno, se haría algo difícil para ti, ¿no?

-Uh-huh, y también para ti, supongo -dijo Xena con una sonrisa, luego tomó otro sorbo de té.

-¿Pues que intentabas cocinar?

-Oh, nada extravagante. Sólo eché algunas cosas juntas como haces tú, para hacer algo así como un guiso. Pero después estuve ocupada mostrándote cómo usar tu bastón, porque también habías olvidado eso, y...

-Dejaste que se quemara.

-Sí. Intenté limpiar todo el quemado, pero... -se encogió de hombros-. En cualquier caso, tan pronto como tenga algo de dinares, te compraré una olla nueva.

-¿No tienes nada de dinares?

-No, lo di.

-¿Todo?

Xena asintió.

-Bueno, está bien. Podemos usar algo del mío -Gabrielle palpó dentro de su ropa buscando su monedero-. Por cierto, ¿dónde están mis dinares?

-Uh, bueno, después de que Ares te drogó, junté nuestros ahorros... y luego estaba esa familia...

-¿También diste mis dinares? ¿Todo los dinares que gané contando historias?

-Sí. Lo siento, Gabrielle -Xena miró la cara de la mujer más joven y vio la expresión suavizarse con una sonrisa.

-Está bien -dijo-. Estoy segura de que la gente a la que se lo diste realmente necesitaba ese dinero.

-Lo necesitaban -dijo Xena-. Esperaba que lo hubieses entendido.

Gabrielle puso el resto de las verduras en la olla junto con varios pedazos de pescado seco, entonces puso la olla sobre algunas piedras al borde del fuego.

-Así que ahí estabas -dijo-, con una Gabrielle que no recordaba cómo cocinar. De hecho, creo que es bastante gracioso.

-Lo cierto es que sólo fue por una noche. Después fuimos a casa de Elkton. Gabrielle, no sé dónde aprendió a cocinar ese hombre, pero la comida que nos hizo anoche... Bueno, era casi tan buena como algunas de las que has preparado -finalizó.

Gabrielle sonrió.

-Verdaderamente tengo ganas de conocerle -dijo.

-¿Conocerle? Pero si tú ya... Oh, sí. Ésa era tu otro yo. Esto está siendo tan confuso -dijo Xena mientras tomaba otro sorbo de té.

Gabrielle guardó silencio por algunos momentos, luego dijo:

-Xena, ¿puedo preguntarte algo?

-¿Qué cosa, amor?

-Bueno, cuando yo estaba... quiero decir, después de que Ares me drogara, nosotras... -se detuvo.

-¿Nosotras qué? -instó Xena.

-Nosotras... ¿hicimos el amor?

La guerrera sonrió suavemente.

-No, Gabrielle. No podía hacerte el amor bajo aquellas circunstancias. Eras tan diferente. Habría sido como hacer el amor con una extraña.

-¿Ya no me amabas?

-Por supuesto que te amaba. Pero quería que volvieras a ser como realmente eras, como eres ahora. El otro tú era alguien muy difícil con quien vivir -sonrió.

-¿Qué quieres decir con "alguien muy difícil con quien vivir"?

-Bueno, eras tan agresiva y belicosa, siempre queriendo matar a alguien.

-¿Y lo hice? -preguntó Gabrielle en voz baja-. ¿Maté a alguien?

-No, no lo hiciste. Pero casi lo hiciste. Fue un desafío para mí evitar que mataras a uno de los guerreros de Hera esta mañana.

-Pero no lo maté.

-No, pero definitivamente querías hacerlo... especialmente después de que yo misma hubiese dado un mal ejemplo matando a uno de los guerreros.

-¿Por qué lo mataste? ¿Te estaba atacando?

-Nos lanzó una daga, pero realmente no tenía necesidad de matarlo. Sólo cogí la daga y se la lancé de vuelta sin pensar. Fue algún tipo de acto reflejo -se detuvo un momento para recuperar el aliento, luego prosiguió-. Sé que no es una excusa muy buena, pero eso es lo que pasó.

Gabrielle lo consideró durante un rato, luego dijo:

-¿Así que fue verte matar a alguien lo que me hizo querer matar?

-No -dijo Xena suavemente-. Más bien desde la droga te despertaste queriendo matar. Pero esa no eras tú, Gabrielle. Era Ares. Cambió toda tu personalidad. Es por eso por lo que tuve que encontrar un modo de romper el hechizo.

Hubo silencio por un momento, luego Gabrielle dijo suavemente:

-Gracias, Xena. Ya te debo mi vida de varias veces. Ahora te debo mucho más.

Xena se removió incómodamente y tragó el último resto de té de su taza.

-Eh, para eso están los amigos, ¿no? -dijo-. ¿Podemos ahora hablar de otra cosa?

-Claro -Gabrielle con una sonrisa. Rodeó el fuego y se arrodilló delante de Xena-. ¿De verdad te sientes mejor? -preguntó, tomando la taza de manos de Xena.

-Un poco.

-¿Pero sólo un poco?

Xena oyó la decepción en la voz de su amante y deseó poder mentir y decir que todo estaba bien. Por unos pocos instantes miró los ojos verdes de Gabrielle sin hablar, y luego dijo en voz baja:

-Resulta gracioso, ¿sabes?... Estaba lista para morir por salvarte. Hasta he estado pensando bastante sobre la muerte el último par de días. Pero ahora que te tengo otra vez de vuelta... -alargó la mano para cubrir la mejilla de la mujer más joven con su mano-. En cierto modo quiero quedarme.

-Tú no vas a morir, Xena -susurró Gabrielle ferozmente-. No voy a dejarte. Te lo dije -puso su mano sobre la de la guerrera y volvió su rostro para besar la palma de Xena.

-Gabrielle, no puedes tener ningún control sobre esto.

-Lo sé, pero realmente creo que Elkton puede ayudarnos. No sé por qué, sólo tengo ese fuerte sentimiento de que de algún modo sabrá qué hacer. Todo lo que tenemos que hacer es mantenerte con vida hasta que alcancemos su casa.

Xena la observó sin hablar. No había razón para creer que Elkton supiera cómo resolver esta crisis, pero tampoco había habido una razón para su propia creencia de que pudiera ayudar a romper el hechizo de Ares. Y, si Gabrielle quería aferrarse a esta última esperanza, ¿por qué no?

-El caso es que tendrás que ayudarme, Xena -continuó Gabrielle-. Tendrás que ser fuerte y luchar contra ese veneno hasta que podamos llevarte hasta Elkton. ¿Puedes hacerlo?

-Puedo intentarlo -Xena acercó a la bardo y la besó en la frente-. Es todo lo que puedo prometerte. Ahora ve a comprobar y asegurarte de que el guiso no se queme.

-¡El guiso! -exclamó Gabrielle, poniéndose en pie y regresando corriendo hacia la olla-. Está bien -informó tras un momento-, pero necesita ser removido.

Xena sonrió cansadamente y dejó caer su cabeza contra la roca. De repente era sumamente consciente de la dificultad de respirar, y no podía recordar haber sentido nunca un cansancio profundo y total semejante. Miró a Gabrielle al otro lado del fuego, moviéndose como a través de algún tipo de neblina. Y cuando la joven mujer habló, su voz parecía venir de una gran distancia.

-Cuéntame más de lo que pasó después de que Ares me drogara -dijo-. ¿Cómo era? ¿Qué hice?

Xena miró a su amante, de pie en la niebla, su rostro tan hermoso en la dorada luz del fuego. Ares se la había robado, pero Xena le había vencido. Había salvado a Gabrielle del Tártaro. Y ahora sentía una dulce paz en su alma.

-¿Xena, me oyes? ¿Estás bien? -Gabrielle se estaba agachando a su lado ahora, mirándola con ojos asustados.

-No puedo hablar ahora -murmuró Xena-. Estoy demasiado cansada.

-Lo siento -dijo rápidamente Gabrielle, tocando la mejilla de Xena-. Te dije que guardaras tus fuerzas y ahora te estoy agotando con mi charla -sonrió y la guerrera le devolvió débilmente la sonrisa-. ¿Estás suficientemente caliente?-preguntó la bardo.

-Sí, estoy bien.

Gabrielle puso sus manos sobre las de Xena.

-Tus manos están un poco frías -alcanzando una de las pieles que yacían plegadas a los pies de la manta-. Inclínate hacia delante y te la pondré alrededor -dejó caer la piel sobre los hombros de Xena y extendiendo otra sobre sus piernas-. El guiso estará listo en un minuto -y se alejó de nuevo.

Cuando trajo el humeante cuenco y se lo tendió, Xena lo miró, preguntándose vagamente cómo podría sostenerlo y comer con una mano.

-Tendrás que dejarlo en el suelo -le dijo.

-No, lo sostendré para ti -dijo Gabrielle, sentándose con la piernas cruzadas al lado de la guerrera.

-Pero tú también necesitas comer.

-Puedo comer cuando lo hayas hecho tú. Aquí está la cuchara -poniéndola en la mano de Xena.

Comió lentamente, tomando pequeños bocados. Nunca antes se había dado cuenta de lo difícil que era comer y respirar al mismo tiempo. Después de un rato, volvió a poner la cuchara en el cuenco y miró a Gabrielle.

-No puedo comer nada más -dijo.

-¿Estás segura? Xena, necesitas mantener tus fuerzas -dijo Gabrielle. Inclinó el cuenco hacia el fuego y escrutó su interior-. Sólo has comido la mitad. ¿No te gusta?

-Está bien, Gabrielle. Simplemente no puedo comer más.

-De acuerdo -dijo la bardo en voz baja, apartando el cuenco-. ¿Hay algo más que quieras? ¿Algo de pan? ¿Fruta seca? ¿Agua?

-Agua.

Gabrielle fue a coger el odre de agua y lo sostuvo mientras Xena tomaba unos pocos sorbos cortos.

-¿Quieres que te prepare más té? -preguntó.

Xena sacudió la cabeza.

-De acuerdo. Tomaré mi cena y limpiaré las cosas. Luego podemos ir a dormir -se levantó y se alejó en la neblina.

Xena cerró los ojos. Lo siguiente de lo que fue consciente fue de la mano de Gabrielle sobre su hombro, y alzó la cabeza, sorprendida.

-¿Estaba dormida? -preguntó.

-Sí -dijo Gabrielle con una ligera sonrisa-. Empecé a hablar y tras un rato me di cuenta de que la única escuchando era yo.

-Perdona.

-Está bien -Gabrielle pasó sus brazos alrededor de la guerrera y la acercó-. Te amo tanto, Xena -dijo.

-Lo sé -susurró Xena, su rostro contra la tibieza del cuello de Gabrielle-. Y yo también te amo.

Gabrielle acarició el pelo oscuro durante unos pocos minutos, luego dijo:

-Creo que te estás durmiendo de nuevo. ¿Por qué no te acuestas? ¿Quieres estar en el lado más cercano al fuego?

-No -dijo Xena.

-Allí será más cálido.

-Sí, pero quienquiera que esté más cerca del fuego tiene que levantarse y alimentarlo durante la noche.

Gabrielle sonrió.

-Cierto, pero... sólo tendrás que esperar que me acuerde de levantarme y hacerlo.

Xena se estiró sobre la espalda, su inútil brazo derecho se metió en el espacio entre su cuerpo y la roca, y Gabrielle la tapó con pieles. Vio a la bardo ir hacia la pila de leña y poner un par de leños en el fuego, pero la figura borrosa por lo que parecía ser una niebla eternamente espesa. Volviendo a la manta, Gabrielle se deslizó bajo las pieles y se acostó cerca de la guerrera. Su mano encontró la de la guerrera y sus dedos se entrelazaron.

Por un rato guardaron silencio, luego Xena miró a Gabrielle y dijo:

-Quiero sostenerte.

-¿Esto no te hará más difícil de respirar?

-Tal vez, pero quiero intentarlo -se incorporaron sobre las manos y pasó su brazo alrededor de Gabrielle, que rodó acercándose y dudosa puso su cabeza sobre el pecho de Xena.

-¿Va todo bien? -preguntó la bardo.

-Sí. Sólo quería tenerte cerca, así si me despierto por la noche, sabré que eres realmente tú -sintió que Gabrielle sonreía y se relajaba poco a poco-. ¿Puedes oír mi corazón? -preguntó tras unos instantes.

-Ajá, pero apenas. Es muy débil.

Xena cerró los ojos y sintió que comenzaba a dormirse. Casi había partido del reino de la conciencia cuando Gabrielle habló.

-No quiero que te duermas -dijo-. Tengo miedo de que no vuelvas a despertarte.

Xena abrió los ojos. Gabrielle se había apoyado sobre un codo y aparecía a contraluz por el fuego, su rostro en las sombras.

-Si paso al otro lado -dijo Xena en voz baja-, pasará lo mismo, ya esté despierta o dormida.

-Pero si estás despierta, tal vez puedas luchar mejor... luchar para seguir viva.

-Si hay algún modo de luchar contra esto, lo haré -dijo-. Ya te lo dije -dejó de hablar y por unos instantes sólo hubo el sonido del fuego crepitante y su propia y dificultosa respiración-. Ten fe, Gabrielle -dijo finalmente-. Es todo cuanto sé decirte.

-Ten fe -repitió suavemente la mujer más joven-. La última vez que me dijiste eso, te estabas marchando para liberar a Prometeo y tenía miedo de que no regresaras. Pero lo hiciste, así que tendré que creer que esta vez también sobrevivirás -sonrió y apartó el pelo de la cara de Xena, luego la besó en la mejilla-. Buenas noches, Xena -volviendo a acurrucarse junto a la guerrera.

-Buenas noches -respondió Xena, cerrando de nuevo los ojos.

-Si necesitas algo por la noche, quiero que me despiertes -dijo Gabrielle-. ¿Lo harás?

-Mmm-hmmm.

-Lo digo en serio, Xena. Si comienzas a encontrarte peor, o simplemente quieres hablar con alguien o lo que sea, quiero que me despiertes, ¿de acuerdo?

Xena movió la boca para responder, pero las palabras no salieron. Una espesa niebla estaba girando sobre ella, borrando todas las sensaciones y sonidos. Empezó a notar como si estuviera cayendo, vagando lentamente a través de la niebla, incapaz de detenerse, hasta que finalmente vino a descansar en un sueño profundo.

*****

Se despertó algo más tarde, insegura al principio de si estaba realmente despierta. Sus ojos estaban abiertos, y aún no podía ver nada salvo la profunda negrura de la noche. Escuchando, sólo oía el chirriar del aire haciendo su agotador camino dentro y fuera de sus pulmones. Pero poco a poco, comenzó a ser también consciente del sonido más suave de la respiración regular de Gabrielle, y del peso de la cabeza de la bardo sobre su clavícula. Estuvo algunos momentos sin moverse, preguntándose qué la había despertado. Inicialmente parecía un enigma demasiado difícil de resolver, pero entonces, lentamente, la comprensión comenzó a entrar en su adormilada mente. Sus pies estaban fríos... tan fríos que dolían. Aliviada de haber descubierto por fin el problema, empezó a corregirlo, haciendo débiles esfuerzos por flexionar sus tobillos y mover sus dedos dentro de las botas. Pero incluso este pequeño esfuerzo la agotó y pronto abandonó, no dejando sus pies más calientes que antes.

Gabrielle había dicho que la despertara, pero cómo podría ayudarla, se preguntó Xena. Esa frialdad que sentía... ¿era el helor de la muerte? Si era así, entonces sólo tenía que esperarla para que subiera lentamente por su cuerpo, hasta que al final los gélidos dedos acallaran el latido de su corazón. ¿Cuántas veces había oído la queja de los moribundos de sentirse helados? Sí, eso debía ser. No había nada que Gabrielle pudiera hacer.

Pero la bardo había dicho que la despertara, así que tal vez... era muy difícil pensar.
Xena cerró los ojos con cansancio. Probablemente podría ignorar el frío y refugiarse de nuevo en el sueño. Seguramente ahora no le llevaría mucho. Simplemente podría escabullirse en su sueño tranquila y apaciblemente. ¿Pero qué había de Gabrielle? Sería bueno escuchar su voz por última vez, por lo menos para despedirse.

Abrió de nuevo los ojos y contempló la oscuridad. Entonces, reuniendo las pocas fuerzas que le quedaban, dijo:

-Gabrielle -su voz sonó débil... apenas más fuerte que un susurro, y creyó que tendría que intentarlo de nuevo, pero Gabrielle se despertó casi al instante.

-¿Qué pasa, Xena? ¿Te encuentras peor?

-Tengo frío.

-¿Frío? -Gabrielle se sentó y miró alrededor-. ¡Zeus! ¡No me levanté para alimentar el fuego! Lo siento -gateó fuera de las mantas y rápidamente puso algunas ramas sobre las agonizantes ascuas, soplando sobre ellas hasta que se levantó una columna de humo, seguida de una tentativa llama. Abanicó esta llama con su capa hasta que tomó un respetable tamaño, entonces añadió varias ramitas más. Volviendo a arrodillarse al lado de Xena, puso su mano en el rostro de la guerrera.

-¿Tienes frío por todo el cuerpo? -preguntó.

-Mayormente en mis pies... y en las piernas -dijo Xena, jadeando en busca de aliento entre las palabras-. Están tan fríos... duelen.

Gabrielle deslizó su mano bajo las mantas y palpó los muslos y las rodillas de Xena. Entonces plegó las mantas hacia atrás para descubrir sus pies.

-Voy a quitarte las botas, ¿de acuerdo? Creo que será más fácil hacer entrar en calor tus pies sin ellas.

Xena asintió.

Desatando los cordones, Gabrielle maniobró rápidamente para desatarlas y las deslizó fuera.

-Las pondré cerca del fuego para calentarlas -dijo, luego se volvió para pasar sus manos sobre los pies de la guerrera-. Oh, Xena -dijo en voz baja-, tus pies están como el hielo. Podrías haber sufrido congelación. Fue una buena idea que me despertaras.

-Casi... no lo hice.

-¿Por qué no? -exigió Gabrielle, mirando a Xena-. Te dije que me despertaras si necesitabas algo -levantó uno de los pies de la guerrera sobre su regazo y comenzó a frotarlo suavemente.

-Creí... creí que... me estaba muriendo -dijo Xena-. No creía... que pudieras... hacer nada.

Incluso a través de la bruma que le emborronaba la vista, Xena pudo ver el dolor que llevaron esas palabras al rostro de Gabrielle.

-Xena -dijo la joven mujer, mirando aún al pie que estaba masajeando-, incluso si estuvieses muriéndote, querría que me despertaras. Podría no ser capaz de hacer nada, pero por lo menos podría estar ahí para ti. Y podría sostenerte y decirte lo mucho que te amo -entonces alzó la vista y, a la luz del fuego, Xena pudo ver las lágrimas sobre sus mejillas-. ¿Te acuerdas, hace mucho tiempo -continuó Gabrielle-, justo después de que nos conociésemos, cuando estabas en la tumba de Lyceus? Entonces te dije que no estabas sola, y me refería a esto. No tienes que vivir sola, y tampoco tienes que morir sola, mientras yo esté por aquí.

Xena guardó silencio por unos momentos, emocionada por las palabras de su amante.

-Es por eso... por lo que te desperté -dijo finalmente-. Para poder... oír tu... voz.

Gabrielle se pasó rápidamente una mano por los ojos, luego volvió su atención al pie de Xena.

-¿Puedes sentirlo? ¿Esto te está ayudando en algo? -preguntó.

-Sí, me está... ayudando. Tus... manos... se sienten tan cálidas.

-Es difícil creer que estuvieras tan fría bajo esas pieles. Creo que tu corazón no está latiendo lo suficientemente fuerte para llevar la sangre a tus pies.

Prosiguió el masaje durante otro minuto o así, luego abrió su capa y metió el pie contra su abdomen desnudo.

-Mmm -murmuró Xena-. Ahí hay... un punto caliente.

Gabrielle no respondió, pero sonrió mientras comenzaba a masajear el otro pie de la guerrera. Xena cerró los ojos, disfrutando de las atenciones de su amante y de la sensación de calidez que subía lentamente por sus miembros. Tal vez, después de todo, no fuera el helor de la muerte, pensó. Tal vez simplemente había cogido frío.

-¿Cómo está tu brazo? -preguntó Gabrielle-. ¿También está frío?

-No puedo decirlo -dijo Xena, abriendo los ojos y mirando al lugar donde su brazo derecho yacía tapado.

Gabrielle ajustó bien las pieles alrededor de los pies de la guerrera, luego metió las manos bajo las mantas para sacar el brazo herido.

-Otro pedazo de hielo -dijo, intentando sonreír-. Fue una buena idea que lo comprobara.

Xena miró los brazos de su amante amasando y acariciando la carne de su brazo, pensando en lo extraño que era verlo ocurrir y todavía no sentir nada. Aunque no llevó mucho antes de que sus ojos se cerraran lentamente y se deslizara en un ligero dormitar.

-Xena -la voz y el toque de Gabrielle la despertaron-. Voy a prepararte algo más de té y quiero que te sientes y te lo bebas.

-No -murmuró Xena-. Dormir.

-Puedes volver a dormir tan pronto como te bebas el té. Te ayudará a entrar en calor. Ahora vamos, siéntate -entonces, inclinándose, la arrastró a una posición sentada-. Pon la espalda contra la roca y los pies hacia el fuego -ordenó-. Bueno. Ahora aquí tienes el té.

Le tendió la taza y Xena la tomó, pero parecía sorprendentemente pesada y su mano se agitaba tratando de sostenerla.

-Tal vez harías mejor dejando que te ayude con eso -dijo Gabrielle rápidamente. Luego, tomando la taza en sus propias manos, la sostuvo ante los labios de Xena.

Era difícil coordinar su respiración con el beber, y varias veces se atragantó y empezó a toser. Gabrielle esperó pacientemente cada vez y luego ofrecía de nuevo la taza hasta que finalmente Xena jadeó.

-No más -y apoyó la cabeza contra la roca.

-De acuerdo -dijo Gabrielle en voz baja, dejando la taza a un lado-. ¿Te sientes más caliente ahora?

-Sí.

-Bien. Vamos a ponerte las botas y luego puedes ir a dormir.

Las botas se notaban calientes en sus pies, y Xena sonrió débilmente mientras veía a su amante anudar los cordones.

-Ahora -dijo Gabrielle-, ¿por qué no te acuestas sobre tu costado derecho, mirando hacia el fuego, y yo dormiré detrás de ti para mantener tu trasero caliente -sonrió-. Y esta vez prometo mantener alimentado el fuego.

Agradecida de poder acostarse de nuevo, Xena se deslizó sobre la manta.

-Vamos a poner ese brazo derecho delante de ti donde tal vez estará más caliente -dijo Gabrielle, arropando el brazo de Xena y extendiendo las pieles sobre ella. Se levantó para echar unas cuantas ramas más en el fuego, luego se deslizó bajo las mantas y se acurrucó contra la espalda de Xena, pasando un brazo por encima de ella-. ¿Cómo te sientes? ¿Estás suficientemente caliente? -preguntó.

-Ajá -murmuró Xena-. Gracias -cerró los ojos y se durmió casi al instante.


SEXTA PARTE

Una voz la estaba llamando, tirando de ella, una voz que no se iba.

-Xena, despierta. Vamos, ya es hora. Despierta, por favor. Vamos, Xena, abre los ojos.

Estaba oyendo la voz además de otro sonido, el sonido de una respiración que era desigual y dificultosa... como un estertor. Alguien debía estar muy enfermo, pensó.

-Xena, me estás asustando. Vamos, despierta. Sé que puedes hacerlo. Sólo abre los ojos. No vas a hacerme cargar contigo montaña abajo, ¿verdad? Xena, por favor. Sé que estás ahí. Puedo oírte respirar.

La voz era la de Gabrielle. Ahora la reconocía, y podía oír el miedo en ella. Gabrielle estaba asustada por algo, ¿pero el qué? ¿Y por qué? En un lugar como éste, donde se estaba tan apacible y caliente, ¿por qué debería alguien tener miedo?

Entonces, poco a poco, comenzó a ser consciente de las manos que le tocaban la cara y los hombros... las manos de Gabrielle, supuso. El toque se sentía bien. Pero entonces éste desapareció y la voz también se fue. Menos mal, pensó Xena. La voz había estado molestando su descanso. Otra vez estaba asentándose en una silenciosa nada, cuando notó un repentino y agudo helor en la cara y, con un jadeo, abrió los ojos.

-¡Gracias a los dioses! -exclamó Gabrielle suavemente, mientras limpiaba la nieve de la mejilla de Xena-. Pensé que tal vez un poco de nieve captaría tu atención.

La niebla era incluso más espesa que antes, y al principio Xena sólo podía ver la forma vaga de su amante inclinándose sobre ella. Entonces, cuando la realidad penetró lentamente en su cerebro, comenzó a recordar dónde estaba, y por qué. La niebla se disipó ligeramente y comenzó a ser consciente de que yacía sobre su costado hecha un ovillo. Se dio cuenta de que la horrible respiración era la suya, y ahora sintió toda la fuerza de su molestia.

-Tenemos que irnos pronto -Gabrielle acariciaba el cabello de Xena-. Tenemos que llevarte montaña abajo hasta la casa de Elkton.

-Por la... mañana.

Gabrielle se inclinó para acercar su oreja a la boca de Xena.

-¿Qué pasa, amor? -dijo-. Tu voz es tan débil que apenas puedo oírte.

-Iremos... por la... mañana -dijo Xena con gran esfuerzo.

-Por la mañana, sí. Pero ya es por la mañana. El sol todavía no ha salido, por lo que no está muy claro, pero definitivamente es por la mañana.

-Estaba... durmiendo.

Gabrielle volvió a inclinarse para escuchar, y luego besó a la guerrera en la mejilla.

-No, Xena -dijo suavemente-. No estabas sólo durmiendo... estabas inconsciente. Tenía miedo de no ser capaz de despertarte -guardó silencio por unos instantes, su mano acariciando suavemente la cara de Xena-. Anoche, después de hacer entrar en calor tus pies, lo cierto es que no dormí mucho -dijo-. Supongo que estaba demasiado preocupada por ti y por mantener el fuego. Me quedé dormida, pero entonces me despertaba cada pocos minutos y miraba a ver si el cielo ya comenzaba a iluminarse.

Xena yacía sin moverse, mirando la figura borrosa de su amante, intentando captar el sentido del torrente de palabras.

-Ya he ensillado a Argo -continuó Gabrielle-, y empacado tantas cosas como he podido. Ahora quiero que te sientes y desayunes y tomes algo más de té.

Xena entendió que tenía que moverse, pero se sentía incapaz de hacerlo. Su cuerpo estaba rígido y pesado y ya no parecía algo viviente. Gabrielle se inclinó, tirando de ella y luego pasando los brazos a su alrededor, sosteniéndola cerca en un cariñoso abrazo. Xena dejó que su cabeza cayera contra el hombro de la otra mujer.

-Gabrielle -susurró-, estoy tan cansada...

-Lo sé, cariño -dijo Gabrielle, estrechando su abrazo-. Pero no puedes abandonar ahora. Tienes que ser fuerte un rato más y seguir luchando contra el veneno. Me dijiste que lo intentarías, ¿recuerdas?

Xena asintió, pero no tenía ni idea de cómo ser fuerte cuando se sentía así de débil.

-Recuéstate contra la roca -dijo Gabrielle y Xena lo hizo, mirando alrededor del campamento por primera vez.

-Hay mucha... niebla -murmuró.

Gabrielle, que había estado sacando algo de comida de una de las alforjas, se detuvo y siguió la mirada de la otra mujer.

-Xena, no hay niebla en absoluto -dijo suavemente.

-¿No la hay?

-No, amor. Creo que debe ser tu cerebro el que está nebuloso -se inclinó y besó a Xena en la coronilla-. Ahora -dijo-, te he traído algo de pan y queso, y además hay fruta si la quieres -intentó poner un pedazo de pan en la mano izquierda de la guerrera, pero Xena alejó la mano.

-No -dijo.

-Xena, tienes que comer algo. Debes mantener tus fuerzas.

-No puedo... comer.

-¡Claro que puedes! ¿Qué tal algo de queso?

Xena sacudió la cabeza.

-Xena, por favor. Sólo unos pocos bocados.

-No... no puedo.

Gabrielle guardó silencio durante varios minutos, estudiando a la otra mujer. Finalmente, dijo:

-De acuerdo, pero por lo menos debes beber algo de té.

Xena comenzó a negarse, pero Gabrielle ya estaba sosteniendo la taza ante sus labios, así que tomó un sorbo.

-Realmente creo que el té te ayudó anoche -dijo la bardo-. Estuve escuchando tu corazón mientras yacía despierta y sonaba más fuerte, en todo caso por un rato. Y también tu respiración era un poco más fácil.

Xena tomó otro sorbo, se atragantó y comenzó a toser débilmente.

-Está bien -dijo Gabrielle dulcemente, frotando la espalda de la guerrera-. Tómate tu tiempo. Unos pocos sorbos cortos.

Volvió a sostener la taza y Xena bebió a sorbos indecisa. Esta vez se las arregló para tragar con éxito.

-Xena, ¿es por eso por lo que no quieres comer? ¿Tienes miedo de atragantarte?

-Simplemente... no tengo hambre -tomó otro sorbo y comenzó a toser de nuevo. Cuando cesó la tos y pudo recobrar el aliento, apoyó la cabeza contra la roca. Gabrielle le ofreció la taza una vez más, pero Xena apartó la cabeza.

-No -susurró-. No necesito... nada.

Gabrielle bajó la taza, luego dijo en voz baja:

-Tu cuerpo está dejando de funcionar, ¿no es así?

Xena la miró, entonces asintió.

La bardo se mordió el labio y apartó la mirada, luego dijo:

-De acuerdo, tendremos que irnos -se levantó y rápidamente terminó de empacar las pieles y mantas, echó un par de puñados de nieve sobre el fuego y condujo a Argo hasta Xena. La yegua bajó la cabeza para hocicar la cara de Xena y, alzando la mano, Xena acarició la nariz aterciopelada.

-Veamos si puedes ponerte en pie -dijo Gabrielle y se agachó al lado de la guerrera-. Pon tu brazo alrededor de mi cuello -ayudándola a guiarlo al lugar indicado. Luego, con un brazo rodeó la cintura de Xena y juntas se levantaron tambaleantes.

Las rodillas de Xena se sentían como el agua, y era tan solo el apoyo de Gabrielle lo que le impedía caerse.

-No puedo... subirme ahí -mirando al increíblemente alto caballo.

-¿Hay algún modo de hacer que Argo se arrodille?

-Sí, pero... sólo se arrodilla... de frente.

-Oh, por lo que la silla estaría en un ángulo y sería difícil para ti de subir.

-Sí.

Gabrielle lo consideró por un momento.

-Tendrá que haber un modo de hacerlo -dijo-. ¿Qué tal si te subes sobre esa roca? Desciende en pendiente por detrás, por lo que si fueras a la parte trasera, podrías subir más fácilmente desde ahí. Te ayudaré.

El subir sobre esa roca parecía una de las cosas más difíciles que hubiera hecho nunca. Pero con muchos tira y afloja y el estímulo de Gabrielle, Xena finalmente se las arregló para arrastrarse sobre la roca y trepar sobre la silla. Con la mano izquierda agarró el cuerno de la silla de montar mientras Gabrielle la ayudaba a poner los pies en los estribos.

-Aquí están las riendas -dijo la joven mujer, tendiéndoselas a Xena.

-Tendrás que... guiarla tú -dijo Xena-. Necesito... agarrarme bien.

-De acuerdo -dijo Gabrielle no muy convencida-, pero no conozco el camino de bajada de la montaña.

Con cautela, Xena liberó su agarre de la silla y buscó bajo su capa, hurgando hasta que encontró el pergamino doblado en sus cueros. Se lo tendió a Gabrielle.

-¿Qué es eso?

-Un mapa -dijo Xena, agarrando de nuevo el cuerno de la silla.

Gabrielle desplegó el papel y lo estudió por unos minutos.

-¿Quién lo hizo? ¿Elkton?

Xena asintió.

-¿Y estamos aquí, donde pone "línea de árboles"?

-Sí. El camino... no es difícil... de seguir.

-De acuerdo, así que sólo tenemos que retroceder hasta el sendero y comenzar a bajar? ¿Y será bastante obvio hacia dónde ir?

Xena asintió de nuevo. Ya se le estaba haciendo cansado montar sobre Argo sin nada contra lo que apoyarse. Y ni siquiera se habían movido todavía. ¿Cómo podría posiblemente mantenerse así todo el camino de descenso de la montaña?

-¿Cómo encontraré la casa de Elkton? -preguntó Gabrielle.

-Antes de llegar... a la ciudad -dijo Xena, deteniéndose para respirar-. A la izquierda... un gran pino... establo.

-¿A la izquierda del camino, con un establo, y tiene un gran pino en el jardín?

-Sí.

-De acuerdo, entonces vámonos -puso su mano sobre el muslo de Xena y sonrió a la guerrera. Xena intentó devolver la sonrisa, pero no estaba segura de lo exitosa que había sido. En esos momentos era difícil estar seguro de nada, incluyendo si todavía estaría viva o no para cuando alcanzaran la casa con el gran pino en el jardín.

Gabrielle guió lentamente a Argo a lo largo del sendero, pero el terreno accidentado conllevó una cabalgata tormentosa, mientras la yegua iba con cuidado al bajar sobre las rocas. Xena se agarraba al cuerno de la silla con intensidad, pero su frágil fuerza estaba menguando rápidamente. No tardó mucho en notar que su agarre comenzaba a perderse, mientras que su mantenimiento de la conciencia hacía lo mismo. La niebla fluía dentro y fuera de su mente y poco a poco se desplomaba hacia delante.

-¡Xena! ¡Cuidado! ¡Te estás cayendo!

Se despertó con una sacudida para encontrar a Gabrielle empujándola, intentando evitar que se resbalara por el lado izquierdo del caballo. Con un esfuerzo, Xena se enderezó y se sentó jadeando en busca de aire.

-Vamos a descansar durante unos minutos -dijo Gabrielle, y Xena asintió agradecida. Un momento después, la bardo alzó una mano y la puso sobre el brazo de Xena.

La guerrera bajó la vista hacia su amante, hacia los ojos verdes repletos de miedo.

-Xena, ¿crees que lo conseguirás? -preguntó Gabrielle.

-No... no lo sé -susurró. Entonces, después de un momento, dijo-. Átame.

-¿Qué?

-Átame.

-¿Atarte? ¿Qué quieres decir?

-A la... silla. Átame.

-Oh. Sí, ésa es una buena idea -Gabrielle en voz baja. Consideró la situación durante un instante y luego dijo-. ¿Ayudaría si me siento ahí contigo? Podría intentar sostenerte un poco mejor.

-Sí, pero... aquí no hay... sitio.

-Déjame pensar un momento -Gabrielle estudiando la carga de pieles atada en la parte de atrás de la silla-. Estoy segura de que puedo idear algo.

Xena estaba comenzando de nuevo a vagar en la niebla cuando fue súbitamente despertada por una ráfaga de actividad. Volviéndose ligeramente en la silla, vio a Gabrielle desatando enérgicamente las pieles y apilándolas en el suelo.

-Creo que podríamos ocultarlas en algún lugar fuera de la vista y regresar a recogerlas más adelante -dijo-. Seguramente Elkton lo comprenderá -hubo un breve silencio y entonces-. ¡No, espera! ¡He tenido una idea mejor! Siéntate, Xena.

La guerrera no se había dado cuenta de que se estaba desplomando de nuevo hacia delante hasta que Gabrielle comenzó a empujarla.

-Déjame poner esta cuerda alrededor de tu cintura -dijo la bardo, dando un par de pasos con la cuerda y atándola al cuerno de la silla. Luego desenrolló algunas de las pieles y entonces las dejó caer de un lado a otro de la cruz de Argo, delante y detrás del cuerno de la silla. Las pieles restantes las enrolló alrededor de sí mismas y las ató en su sitio con el resto de la cuerda-. Mira -dijo cuando terminó-. Ahora si caes hacia delante, no será tan incómodo, y hay espacio suficiente para que me siente detrás de ti.

-Muy... lista -dijo Xena con una débil sonrisa.

Gabrielle le devolvió la sonrisa y se volvió hacia Argo, acariciando el cuello de la yegua.

-Perdona por la carga extra, chica -dijo-. Pero lo entiendes, ¿verdad? -un suave relincho fue la respuesta-. Bien -dijo Gabrielle, entonces llevó a la yegua hasta una roca, se subió encima y montó. Poniendo un brazo alrededor de Xena, cogió las riendas con la otra mano-. Por supuesto no puedo ver hacia donde vamos -dijo, asomándose para tratar de ver alrededor de la guerrera-. Pero, en cualquier caso, no creo que Argo necesite mucha orientación -luego espoleó los flancos de la yegua y comenzaron su camino.

*****

Después de eso, Xena fue consciente de bastante poco. Deslizándose dentro y fuera de la inconsciencia, poco a poco cayó hacia delante hasta que su cabeza colgó sobre el cuello de Argo, su pelo negro mezclándose con la crin color crema de la yegua. La niebla parecía tirarla un poco más profundamente cada vez que entraba en ella, arrastrándola hacia delante, no sabía hacia donde. Pero Gabrielle, entre tanto, mantuvo un constante torrente de palabras que, como un salvavidas, le daba algo a lo que aferrarse y que la traía de nuevo al mundo.

-Quédate conmigo, Xena -rogaba Gabrielle-. No te rindas ahora. Sé fuerte sólo por un poco más. Sé que puedes hacerlo, siempre has sido tan fuerte y valiente. No puedo dejarte ir; te necesito demasiado. Y el mundo también te necesita. No es tu hora de morir. Puedo sentirlo, lo mismo que lo sentí antes. Te amo, Xena, y no quiero perderte. No te mueras. Por favor, no te mueras.

Liberándose de la niebla en cierto momento, Xena se levantó en parte y se volvió a mirar a Gabrielle.

-Continúa... hablando -jadeó-. Necesito... oír... tu voz.

La mujer más joven se inclinó hacia delante para apartar el pelo de la cara de Xena.

-Seguiré hablando tanto como lo necesites -dijo-. No voy a dejarte morir. Te lo dije antes y lo dije en serio.

Después de eso, sólo hubo fragmentos... destellos de luz rasgando la cortina gris de vez en cuando, como perlas desemparejadas y ensartadas juntas por la voz de Gabrielle. El tiempo parecía quedarse quieto o, a lo mejor, repetirse infinitamente mientras Argo continuaba su lento y tortuoso viaje montaña abajo.

-Xena ¿puedes oírme? ¡Despierta! Necesito que te sientes un momento -las manos de Gabrielle estaban sacudiéndola con urgencia, levantándola, y a regañadientes Xena abrió los ojos-. Hay un hombre subiendo por el camino -dijo Gabrielle-. Un anciano, de pelo corto y gris. ¿Le ves? ¿Es Elkton?

Xena miró en la dirección que Gabrielle estaba señalando, pero todo alrededor parecía ser un mar grisáceo.

-No puedo... ver -dijo-. Demasiada... niebla.

-¿Niebla? Dijiste algo sobre la niebla antes. ¿Está empeorando?

-Más espesa... no puedo ver... mucho.

Entonces, como si fuera desde una gran distancia, Xena oyó una voz de hombre llamándolas.

-¡Nos está llamando! ¿Puedes oírle? -preguntó Gabrielle.

-Sí. Es... Elkton.

Gabrielle se sentó más derecha y comenzó a agitar los brazos.

-¡Elkton! -gritó-. ¡Elkton! ¡Por favor, ayúdanos!

Momentos más tarde, estaba en pie al lado derecho de Argo, respirando agitadamente por el esfuerzo de la subida. Ahora Xena podía verle, aunque sus rasgos aparecían curiosamente emborronados.

-¿Qué ha pasado? -preguntó, mirando primeramente a la guerrera y después a Gabrielle.

-Xena fue mordida por la serpiente, y ha estado poniéndose peor desde anoche. El latido de su corazón es débil y apenas puede respirar.

-¿Dónde está la picadura?

-Está aquí, en el brazo -dijo Gabrielle, apartando la capa de Xena-. Justo encima del codo.

Elkton tomó el brazo en sus manos un momento y estudió las marcas de los colmillos.

-¿Está tu brazo paralizado? -preguntó, mirando a Xena.

Asintió.

-Creímos que la picadura sólo afectaría a su brazo, pero... -Gabrielle se interrumpió.

-Lo sé -dijo Elkton, mientras que liberaba suavemente el brazo de Xena-. Eso es lo que le dije que pasaría. Es todo cuanto se reveló en mi visión. Pero el veneno se ha extendido por el resto de su cuerpo. Está paralizando lentamente su corazón y sus pulmones -sacudió la cabeza-. Sabía que algo había ido mal, pero no estaba seguro qué. Por eso subí por el sendero para encontrarte -miró de nuevo a Xena-. ¿Mataste a la serpiente?

-Sí -susurró-. Cogí... las hojas... -cerró los ojos mientras la neblina se arremolinaba de nuevo en su mente, y sólo los brazos de Gabrielle evitaron que cayera.

-Estranguló a la serpiente y me dio a comer las hojas, y eso rompió el hechizo -Gabrielle terminando el relato de Xena.

-¿Así que ahora estás bien, Gabrielle? ¿Has recuperado tus recuerdos? -preguntó Elkton.

-Sí, estoy bien, pero tenemos que ayudar a Xena. ¡No podemos dejarla morir! ¡Por favor, Elkton! ¡Por favor dime que conoces algún modo de salvarla!

La urgencia en la voz de Gabrielle hizo a Xena recuperar de nuevo la conciencia, pero sentía muy poco interés en la respuesta de Elkton.

-Anoche tuve otra visión en sueños -mirando a Gabrielle-, y en ella había dos mujeres. Una de ellas estaba muy enferma y la otra la curaba. Ahora sé que me estaba mostrando el modo de hacer salir el veneno del cuerpo de Xena -Gabrielle suspiró con alivio, pero Elkton alzó la mano para evitar que hablara-. Desafortunadamente, Xena ya se ha debilitado mucho. Sólo espero... -se detuvo y apartó la mirada.

-¿Sólo esperas qué?

Miró de nuevo a la joven mujer.

-Sólo espero que no sea demasiado tarde -dijo con tristeza.

-¡No! -gritó Gabrielle-. ¡No digas eso! ¡Xena es muy fuerte! Se las ha arreglado para mantenerse con vida toda la noche y todo el camino de bajada de esa montaña. ¡No me digas que es demasiado tarde!

-Rezo con todo mi corazón para que no lo sea -dijo-. Haremos todo cuanto podamos para salvarla, y ambos sabemos que si alguien puede sobrevivir a esto, es Xena -luego puso una mano sobre la pierna de la guerrera y la miró-. Tendrás que ser fuerte durante un poco más -dijo-. Haremos todo cuanto podamos por ti.

Xena asintió.

Se volvió hacia Gabrielle.

-Me adelantaré para preparar las cosas -dijo-. Venid tan rápido como podáis.

-Lo haremos -dijo la bardo-. ¿A qué distancia queda?

-No demasiado lejos... tal vez media legua -y entonces se alejó rápidamente.

Gabrielle cogió las riendas.

-¿Lo has oído, Xena? Vas a ponerte bien -con una sonrisa en su voz-. Sólo tienes que aguantar un poco más. Sabía que Elkton podía ayudarnos. Sólo sabía, de algún modo, que podía.

Xena intentó escuchar, pero su propia respiración trabajosa fue pronto el único sonido que podía oír. Sintiéndose totalmente exhausta en cuerpo y espíritu, lentamente se desplomó hacia delante una vez más hacia el cuerno de la silla envuelto por las mantas, y toda sensación se desvaneció.

*****

Volvió en sí cuando notó unas manos empujándola, sacudiéndola y levantándola.

-La sostendré mientras desatas la cuerda -oyó que decía Gabrielle, entonces abrió los ojos para ver a Elkton hurgando torpemente en los nudos de su cintura.

-¿Estás despierta? -preguntó Gabrielle suavemente mientras Xena se reclinaba contra ella.

-Ajá -murmuró la guerrera.

-Lo logramos. Estamos en casa de Elkton. Ahora vas a ponerte bien.

Entonces la estaban bajando de Argo y, uno por cada lado, medio la cargaron, medio la arrastraron al interior de la casa.

-Ahí encima, en ese colchón de paja delante del fuego -dijo Elkton, y la depositaron sobre éste-. Si puedes, mantenla sentada durante un minuto -añadió.

-De acuerdo -dijo Gabrielle. Entonces, quitando rápidamente su capa, se arrodilló junto a Xena y puso un brazo de apoyo alrededor de sus hombros.

Acercándose a la chimenea, Elkton escudriñó el interior de una olla pequeña que colgaba sobre las brasas. Removió el contenido durante un momento, luego sirvió el humeante líquido rojo en un cuenco de madera, que puso en el suelo al lado del colchón de paja. Después de eso, se agachó delante de Xena y puso una mano sobre su hombro.

-Esta poción te ayudará a fortalecerte -le dijo-, por lo que tienes que bebértela toda. ¿Entiendes?

-Sí -dijo Xena.

-Ha estado teniendo muchos problemas bebiendo cosas sin atragantarse -dijo Gabrielle.

Elkton contempló a la guerrera durante un rato, y su proximidad le facilitó el ver las arrugas de preocupación en su cara, la profunda compasión en sus ojos.

-Sólo hazlo lo mejor que puedas -le dijo-, pero ayudaría si pudieras bebértela toda. Espero que te dará la fuerza suficiente para pasar por esto.

-¿Pasar qué, Elkton? -preguntó Gabrielle-. ¿Cómo vas a sacar el veneno de su organismo?

Elkton se alzó y se puso en pie mirando a la bardo.

-Yo no voy a hacerlo -dijo en voz baja-. Lo harás tú.

-¿Yo lo haré? -preguntó sorprendida, alzando la vista para mirarle-. ¡Pero yo no sé cómo hacer algo así!

-Serás capaz de hacerlo... si nadie puede -con una tranquila sonrisa-. Lo explicaré todo en un minuto. Por ahora, haz que Xena se beba la poción, luego quítale la ropa y que se acueste. Puedes taparla con esa piel de carnero -señalando la manta que yacía doblada cerca-. Iré a desensillar vuestro caballo y a meterlo en el establo. Llámame tan pronto como estéis listas.

A Xena le parecía que le llevaría para siempre el beberse toda la poción. Tomaba sorbos cortos, pero todavía tenía que pararse frecuentemente para toser. Aunque el líquido rojo comenzó a afectarla casi inmediatamente, creando una sensación de calidez y hormigueo que rápidamente se extendió a través de su cuerpo. En poco tiempo, la niebla comenzó a disiparse de su mente y parecía más fácil respirar.

-Esto es... algo bueno -le dijo a Gabrielle.

-¿Es de ayuda?

-Sí. Me siento... un poco más fuerte. No como... si fuera a desmayarme... a cada momento.

-Bien -dijo Gabrielle. Dejó el cuenco a un lado, desatando la capa de Xena y quitándosela. Luego, apartó suavemente el pelo de la frente de la guerrera-. Estás comenzando a sudar. Debes estar entrando en calor.

-Es... la poción. Se siente... caliente dentro.

-Sólo queda un poco -Gabrielle recogiendo de nuevo el cuenco-. ¿Puedes acabártelo?

Xena asintió. Cuando lo hizo, Gabrielle desató los cueros y la ayudó a sacarse éstos y la ropa interior. Entonces la guerrera se estiró de espaldas sobre el colchón de paja y cerró los ojos. Se sentía muy bien acostarse.

-Xena -dijo Gabrielle mientras extendía la piel de carnero sobre ella-. No sé que es lo implicará el ponerte bien, pero sea lo que sea, lo haré. No voy a dejarte morir.

-Lo sé -susurró Xena. Abrió los ojos y contempló el verde intenso de los de Gabrielle. Alzando la mano, apretó la de la mujer más joven. Realmente se sentía mejor. No bien, en cualquier caso, pero un poco mejor. Tal vez sobreviviría después de todo-. Ve a traer... a Elkton -dijo.

Gabrielle se alejó y regresó un par de minutos más tarde con el Místico. Sentándose en el suelo al lado de Xena con las piernas cruzadas, la bardo tomó las manos de Xena entre las suyas. Elkton llevaba un pequeño taburete y lo colocó cerca de los pies de Xena.

-Me habría sentado en el suelo si creyera que estos viejos huesos lo soportarían -con una pequeña sonrisa mientras se sentaba-. Pero sé bien que no lo harán -miró a Gabrielle por un instante y luego a Xena-. ¿Cómo estás? -preguntó a la guerrera con voz suave.

-Mejor.

-Sí -asintiendo-. Tu respiración suena un poco menos dificultosa y pareces más despabilada. Preparé la poción tan fuerte como me atreví. Me alegra que te esté ayudando.

-¿Qué hacemos ahora? -preguntó Gabrielle.

-Ahora viene la parte difícil -respondió. Se inclinó hacia delante con los codos sobre las rodillas y fijó la mirada en Gabrielle-. Sólo hay un modo de sacar el veneno del cuerpo de Xena -dijo-, y es con amor. Es por eso por lo que este ritual... o como quieras llamarlo... tiene que ser hecho por alguien que la ame muy profundamente.

-Amo a Xena con todo mi corazón -apretando Gabrielle con fuerza la mano de Xena-, y haré cualquier cosa por salvarla, incluyendo dar mi propia vida.

-Bueno, en cualquier caso, no creo que haya que llegar a eso -dijo Elkton con una triste sonrisa. Entonces guardó silencio por unos momentos, contemplándose las manos. Xena y Gabrielle intercambiaron miradas y aguardaron a que continuara-. Es un poco difícil para mí hablar de esto -dijo finalmente y se removió incómodamente. Entonces alzó de nuevo la vista y respiró profundamente-. Como te dije anteriormente, vi dos mujeres en mi visión -dijo-. Una estaba muy enferma, y la otra la estaba curando. Pensé que esas dos mujeres debían representaros a vosotras, pero no estoy seguro cuál de ellas estaba enferma.

-¿Cómo curó una mujer a la otra? -preguntó Gabrielle.

-Ah. Esa es la parte curiosa. Lo hizo... -Elkton dudó y se sonrojó ligeramente-. Lo hizo haciéndole el amor a la otra mujer.

-¿Haciendo el amor? -preguntó Gabrielle con sorpresa, mirando primero a Xena y luego retornando una mirada perpleja hacia el Místico.

-Sí. Y tras descubrir que Xena había sido mordida, comprendí qué era necesario hacer. Gabrielle, debes hacerle el amor a Xena. Debes hacerle sentir tu amor a través de todo su cuerpo, para que el veneno sea expulsado. Necesita sentir... -se detuvo, aparentemente avergonzado, y miró de Gabrielle a Xena-. Necesita sentir el completo... placer... del amor -terminó, casi en un susurro-. ¿Entiendes lo que quiero decir?

-Sí, eso creo -dijo Gabrielle dudosa-, pero... -miró a Xena y la guerrera pudo ver el miedo en sus ojos-. Ella está tan enferma -dijo Gabrielle, volviéndose hacia Elkton-. No sé si puedo... si puede...

-Es por eso que dije que podía ser demasiado tarde -dijo Elkton en voz baja-. Pero es el único modo que conozco para contrarrestar los efectos del veneno -hizo una pausa de unos momentos, y luego prosiguió-. Te daré el resto de instrucciones y luego os dejaré para que habléis de ello. Si decidís que no es posible hacerlo ya, con el veneno tan avanzado, lo entenderé -se volvió para mirar a Xena, sus ojos llenos de compasión-. Haremos que te sientas lo más cómoda posible -su voz entrecortada por la emoción-, y estaremos contigo... cuando pases al otro lado.

Xena sonrió suavemente.

-Eres un... buen amigo... Elkton -dijo.

Durante varios momentos después de eso la habitación estuvo en silencio, salvo por el crepitar del fuego y el sonido de la respiración desigual de Xena. Entonces Elkton se movió y de nuevo se volvió hacia Gabrielle.

-Cuando el veneno abandone su cuerpo -dijo en voz baja-, saldrá a través de la piel, como sudor. Debes quitarlo con esos trapos y luego echar los trapos al fuego. Todo el veneno debe ser quemado.

Gabrielle asintió. Xena sintió temblar las manos de su amante y vio sus ojos dirigirse hacia el gran montón de trapos cerca de la chimenea.

-Parte del veneno volverá al lugar del brazo de Xena donde entró primero en su cuerpo -continuó Elkton-. Cuando se haya almacenado ahí bastante de él, puedes cortar su brazo y dejar que salga. Te he puesto un cuchillo ahí, y un cuenco de madera. Vierte el veneno en el fuego y, cuando hayas terminado, quema el cuenco. ¿Entiendes?

-Sí -susurró Gabrielle.

-Estaré justo al otro lado de la puerta. Si tienes alguna pregunta o necesitas mi ayuda de algún modo, sólo llámame -guardó silencio por un instante, luego añadió-. Rezaré a los dioses, y les pediré que os ayuden a las dos.

-Sólo asegúrate de que Ares no esté involucrado de ninguna forma -mirando Gabrielle a Elkton con una sonrisa cínica.

El Místico le devolvió la sonrisa.

-No habrá súplicas a Ares -dijo-. ¡Excepto que se quede bien fuera de esto!

-Elkton -entonces Xena esperó a que se volviera hacia ella-. Gracias por... ayudarme... a traer a Gabrielle de vuelta -se detuvo para recuperar el aliento-. Eso es lo más... importante... no importa que más... pase.

Elkton apretó los labios y la miró con tristeza.

-Xena, espero que esta historia tenga un final feliz, pero si no... -su voz se rompió y se detuvo para respirar profundamente-. Sólo quiero decirte lo mucho que te admiro por tu valor y tu fortaleza. Es un honor saber que me consideras un amigo.

Asintió y trató de sonreír.

Se levantó rígidamente del taburete y permaneció mirándolas durante un momento.

-Que los dioses estén con vosotras -luego puso una mano sobre la cabeza de Gabrielle y añadió-. Recuerda llamarme si necesitas cualquier cosa.

-Gracias, Elkton, lo haré -dijo Gabrielle.

Después de eso, cruzó la habitación con paso pesaroso y salió por la puerta.

*****

Xena yacía mirando a Gabrielle, que estaba sentada inmóvil, mirando al vacío, sosteniendo todavía la mano de la guerrera entre las suyas. La cara de la bardo revelaba mucha de la incertidumbre y miedo que aparentemente estaba sintiendo, pero tenía un gesto de determinación que Xena conocía bien. Tras algunos momentos, Gabrielle levantó la mano de Xena y puso su mejilla contra ella, luego la besó.

-Bueno -alzando la vista para encontrar los ojos de la guerrera-, nunca antes hemos hecho el amor por exigencia de la situación.

-No -dijo Xena en voz baja-. Gabrielle, no sé si...

-Vamos a hacerlo, Xena -interrumpió la joven mujer-. Tenemos que lograr que el veneno salga de tu organismo, y si esto es lo que conlleva, entonces lo haremos.

-Gabrielle, si esto... no funciona... no quiero que... te culpes.

-No lo haré. Lo prometo.

-No me siento muy... sexual... ahora mismo.

Gabrielle acarició la mejilla de Xena.

-Lo sé, cariño, pero de todos modos tenemos que intentarlo -dijo-. No podemos rendirnos. No puedo soportar el perderte; te amo demasiado. Por favor, di que lo intentarás.

-Lo intentaré -susurró Xena, y apretó la mano de Gabrielle.

-Bien. Entonces lo haremos. Sólo que tengo miedo de...

-¿De qué?

-De que si realmente lo hacemos, sea demasiado para tu corazón, y tú... -se detuvo.

-Si pasa eso -dijo Xena con una débil sonrisa-, entonces moriré... como una mujer feliz.

Gabrielle sonrió con un triste gesto y se estiró sobre su estómago junto a Xena. Apoyándose sobre los codos, le apartó a Xena suavemente el pelo de la cara y la miró a los ojos durante un largo rato.

-Te amo tanto -susurró, luego se inclinó para besar la frente, párpados y mejillas de la guerrera.

Los labios de Gabrielle se sentían cálidos y suaves, y Xena acercó más a su amante. Pero cuando cerró los ojos y trató de saborear la dulzura de los besos, sólo vio la imagen del rostro de Gabrielle, marcado por el miedo y la pena. Luego la boca de la bardo cubrió suavemente la suya, su lengua deslizándose entre sus dientes. Era la clase de beso que normalmente encantaba a Xena, pero ahora, de pronto, su único pensamiento era que su fuente de aire había sido cortada. Se apartó bruscamente, con pánico, echando a un lado su cabeza.

-¡No puedo respirar! -jadeó.

-¡Oh, Xena, lo siento tanto! -rápidamente Gabrielle, poniendo su mano sobre la mejilla de la guerrera-. No sé en qué estaba pensando. ¿Estás bien?

-Sí... sólo necesito... -cerró los ojos en un intento de controlar su respiración. Pero el miedo parecía haberle cerrado la garganta, y durante varios minutos fue difícil forzar el aire dentro y fuera.

-Lo siento -dijo Gabrielle de nuevo, y Xena sintió las suaves caricias de su amante en su frente y mejillas. Abrió los ojos para ver a la bardo mirándola atentamente, y sonrió, intentando aliviar algo de la preocupación que veía en la cara de Gabrielle.

-Estoy... mejor ahora -murmuró.

-Bien -tocando Gabrielle ligeramente la punta de la nariz de Xena-. De acuerdo, comenzaremos de nuevo, y esta vez dejaremos la parte del beso en la boca. Pero no te preocupes -añadió con una sonrisa-, tengo muchas habilidades.

Xena sonrió débilmente y puso un dedo sobre los labios y de Gabrielle. La mujer más joven puso su mano sobre la de Xena, llevó el dedo al interior de su boca y lo chupó durante un momento. Luego, alcanzando la piel de carnero, la apartó para destapar los pechos y el abdomen de la guerrera. Xena cerró de nuevo los ojos al sentir la mano de Gabrielle sobre su pecho, los dedos circulando y atormentando el pezón. Su carne respondió, el pezón endureciéndose y tensándose, pero no sintió nada de la excitación que normalmente acompañaba a ese acto.

La lengua de Gabrielle estaba acariciándola ahora, cálida y suave, los labios cerrándose alrededor de su pezón, tirando de él y chupándolo. Xena abrió los ojos y contempló el techo de paja, dispuesta a sentir el placer de la excitación, pero no podía. En lugar de eso, la fría mano del miedo se tensaba en su interior. No había sentido miedo de morir hasta ese momento, pero ahora se dio cuenta de la asustaba morir de ese modo, incapaz de responder a los mejores esfuerzos de Gabrielle para salvarla. Y, más que eso, tenía miedo de la pesada carga de culpa que sabía que su amante colocaría sobre sí misma.

Xena sintió la mano de Gabrielle bajar por su abdomen y luego deslizarse entre sus piernas. Reenfocando sus pensamientos, intentó poner a un lado sus miedos y pensar sólo en el placer que sabía que Gabrielle podía darle. Pero por más que lo intentara, no podía sentir placer. En lugar de eso, sólo sentía el pánico mientras comenzaba de nuevo a aumentar dentro de ella. Su vida dependía ahora de tener un orgasmo, y aún no se había sentido nunca tan lejos de tener uno. El chirriar de su respiración sonaba fuerte en sus oídos, y ahora cada respiración comenzó a sentirse como si pudiera ser la última. Reaparecieron las briznas de niebla, flotando a través de su campo de visión, y ya no podía sentir a Gabrielle tocándola. Con un repentino grito de frustración, apartó la mano de la bardo.

-¿Qué ocurre, Xena? -preguntó Gabrielle con voz asustada-. ¿Te he hecho daño? Estás toda temblorosa.

-Lo siento -Xena se las arregló para hablar-. Es sólo que no puedo... hacerlo. Esto no está... funcionando. No... puedo sentir... nada.

-¿No puedes sentir nada? ¿Quieres decir que te sientes entumecida?

-No... entumecida no -miró fijamente a Gabrielle, no sabiendo cómo explicar el terror que parecía cerca de estrangularla.

-¿No puedes sentir... placer? ¿Es eso?

Asintió.

Gabrielle apartó la mirada, contemplando el fuego, apretando con fuerza el dorso de la mano contra la boca. Pero después de unos instantes, se volvió de nuevo hacia Xena.

-Creo que la razón de que no esté funcionando es que ambas estamos demasiado asustadas -dijo-. Tengo miedo de perderte y tú tienes miedo de... Bueno, no estoy segura de qué tienes miedo, pero puedo sentir el miedo y la tensión en tu cuerpo -se inclinó y tocó suavemente la cara de Xena-. ¿Qué es, cariño? ¿Tienes miedo de morir?

-No, de morir... no.

-¿De qué, entonces?

Xena vaciló.

-Tengo miedo de que te... culpes... si muero -dijo en voz baja.

Gabrielle no respondió y Xena apartó la vista durante un momento, no queriendo ver la angustia en los ojos de su amante. Entonces, mordiéndose el labio, volvió la vista de nuevo.

-Sólo... déjame ir, Gabrielle -rogó-. Por favor. No siento... dolor. Ésta no es... una forma tan mala... de morir -vio deslizarse una lágrima por la mejilla de Gabrielle y alzó la mano para apartarla-. Esto no es... culpa tuya -continuó, todavía luchando por respirar-. El veneno es... demasiado fuerte. No... puedo luchar más... estoy demasiado cansada -cayó otra lágrima, pero su amante todavía no hablaba-. Sólo... quédate conmigo -terminó Xena-. Sostenme. Esto no llevará... mucho.

Con un sollozo apagado, Gabrielle dejó su cabeza sobre el pecho de la guerrera y pasó un brazo alrededor de ella. Xena acarició suavemente el dorado cabello rojizo, sintiendo en la piel la humedad de las lágrimas de Gabrielle. Durante un rato, ninguna de las dos habló, pero luego Xena dijo:

-Te amo... Gabrielle. No quiero... dejarte. Eres... mi familia... mi mejor amiga... mi amante -se detuvo mientras sentía sus propias lágrimas empezar a salir, en un hilillo silencioso, por las esquinas de sus ojos.

Gabrielle alzó la cabeza y miró a Xena. Su cara aún estaba húmeda del llanto, pero había una calma en sus ojos que no antes no había estado ahí.

-Tienes razón, Xena -dijo en voz baja-. Tengo que dejarte ir -tragó fuerte-. Sólo que es tan difícil de hacer -terminó en un suspiro. Alzando la mano, apartó el pelo de la cara de Xena-. Tú también estás llorando, ¿verdad? -preguntó.

-Sí.

Con suaves dedos, secó las lágrimas, y luego tocó brevemente los labios de Xena con los suyos.

-Hay algo que quiero hacer antes de que cruces al otro lado -dijo en voz baja-. Quiero hacerte el amor.

-Gabrielle...

-Shh -dijo rápidamente, deteniendo la protesta de Xena-. Quiero hacerte el amor, y no quiero que sea porque tengo que hacerlo, si no porque quiero. Porque quiero tocarte una última vez. Supongo que es algo egoísta. Pero es además un regalo que quiero darte. Quiero que mueras sabiendo lo mucho que te amo, y sintiéndolo con tu cuerpo. Quiero... Bueno, ¿recuerdas cómo decías que morirías como una mujer feliz si morías mientras hacíamos el amor?

Xena asintió.

-Quiero darte esa felicidad... si puedo de alguna forma. Por favor, Xena. Déjame hacer esto por ti. Déjame darte este último regalo.

Xena la contempló. ¿Estaba Gabrielle intentando engañarla para otro intento de deshacerse del veneno? ¿O era realmente lo que había dicho que era... un último regalo para su amante moribunda? Xena sabía que ya no era capaz de responder en modo alguno, pero si el tocarla de nuevo consolaba a Gabrielle, entonces ¿qué podía haber de malo?

-Está bien -dijo Xena en voz baja.

-¿De verdad? ¿Estás segura? ¿Me dejarás hacerlo por ti?

-Sí.

-Gracias -Gabrielle tomó aire y luego sonrió suavemente. Tomando la mano de Xena, la sostuvo contra su pecho por un momento-. Ahora -dijo-, quiero que cierres los ojos e intentes relajarte. Ya no tienes que luchar. Todas tus batallas han terminado -su voz comenzó a romperse, y se detuvo para tomar unas cuantas respiraciones profundas.

Xena permanecía mirándola, poco dispuesta a cerrar los ojos y perder la que podía ser su última visión del rostro que tanto amaba.

Los ojos de Gabrielle encontraron los suyos y sostuvieron la mirada varios instantes.

-Cierra los ojos, amor -dijo finalmente-. Necesito que te relajes. Estaré justo a tu lado, hablándote y tocándote. No estarás sola. Y mi amor estará siempre contigo... incluso en el otro lado -puso su mano sobre los ojos de Xena-. Cierra ahora los ojos. Deja de luchar. Deja que tu cuerpo se relaje.

La guerrera suspiró suavemente mientras sentía la tensión comenzar a desaparecer lentamente de sus músculos. La mano de Gabrielle tocar suavemente su frente y acariciar su mejilla.

-No hay nada que temer ahora -dijo la bardo-. Voy a dejarte ir para que puedas cruzar al otro lado, y prometo que no me culparé. No es culpa tuya o mía que esto haya pasado. Sólo tenemos que aceptarlo. Algún día volveremos a estar juntas. Sé que lo estaremos.

Mientras Gabrielle seguía hablando, una sensación de calma y paz creció en el alma de la guerrera. Poco a poco el miedo se desvaneció y su respiración se calmó un poco. Comenzó a sentir como si estuviera flotando, suspendida en algún lugar tranquilo donde ya nada importara realmente.

-Ahora voy a empezar a tocarte -dijo Gabrielle-, y si es incómodo o quieres que pare por cualquier motivo, sólo dilo, y lo haré. ¿Puedes sentirlo?

-Mmm-hmmm -murmuró Xena, mientras sentía una vez más la mano de Xena sobre su pecho, seguida por la calidez de sus labios que chupaban y tiraban de su pezón.

-¿Se siente bien? -preguntó Gabrielle.

-Agradable -susurró Xena.

-Bien. Ahora sólo intenta centrarte en ese sentimiento. Sólo piensa en lo bien que se siente y en lo mucho que te amo. Estoy poniendo todo mi amor en cada toque. Sólo relájate y permítete sentirlo.

De nuevo los labios y la lengua de Gabrielle estaban sobre su pecho, suavemente, aún insistente. Y, para su sorpresa, Xena sintió la primera y tenue agitación del deseo, sintió sus pezones ponerse erectos y duros. Entonces, tras unos momentos, la mano de la bardo se deslizó entre las piernas de Xena, sus dedos deslizándose entre los sensibles pliegues de piel.

-Siente mi amor, Xena -susurró Gabrielle-. Nunca he amado a nadie del modo en que te amo a ti. Deja que tu cuerpo lo sienta. Siente mi amor por ti.

Y Xena lo sintió. Apartando el pensamiento de lo difícil que era respirar, se las arregló para centrarse en la ternura del toque de su amante. Tras un momento, se encontró con que su debilitado cuerpo estaba respondiendo de un modo que no había creído posible. Sensaciones placenteras comenzaron a moverse a través de ella, difundiéndose en suaves olas. Oyó un suave gemido y se dio cuenta de que había venido de sus propios labios.

-¿Xena? ¿Va todo bien? -preguntó Gabrielle en voz baja-. ¿Quieres que pare?

-No, no... pares -susurró Xena.

-De acuerdo. Sólo lo comprobaba -dijo Gabrielle. Se movió hacia abajo y Xena sintió una serie de suaves besos en el interior de sus muslos. Luego el dulce placer de nuevo, una suave caricia que pensó debía ser la lengua de Gabrielle. Gimió de nuevo mientras la sensación crecía, como un capullo abriéndose lentamente a la luz del sol, pétalo a pétalo, hasta que finalmente la llenó completamente. Su cuerpo comenzó a moverse con débiles espasmos y gritó roncamente. Seguramente, pensó, nadie había tenido nunca una muerte más hermosa.

-¡Sí! ¡Xena, lo logramos! -oyó exclamar a Gabrielle. Y luego, tras un momento, añadió-. ¡El veneno está empezando a salir! ¡Puedo verlo! ¡Realmente es una visión extraña! ¡Es más o menos un verde amarillento! ¡Xena, échale un vistazo a esta cosa!

Pero la guerrera no podía mirar, ni siquiera podía moverse. Ésas fueron las últimas palabras que oyó mientras la niebla se arremolinaba a su alrededor, ahora ya no gris sino verdosa, e increíblemente espesa. Ocultándolo todo, le cortó la respiración, asfixiándola efectivamente. Intentó resistirse pero no podía. Su fuerza se había ido y la niebla era demasiado poderosa. Tiró de ella, arrastrándola fuera de su cuerpo, y en el momento en que finalmente se rindió a ella, se sintió repentina y maravillosamente libre... libre del dolor y del miedo, y libre de un cuerpo que ya no recordaba cómo moverse y respirar.

Dejó que la niebla se alzara y la llevara, sabiendo al fin cuál debía ser su destino. En la distancia, apareció una luz, y se sintió llevada rápida e inevitablemente hacia ella. La luz señalaba la orilla del Río Estigia. Ahora lo sabía, sabía que la luz la guiaría en la barca de Caronte.

Con un sentimiento de paz y profundo alivio, permitió que la niebla la arrastrara hacia delante, más y más cerca de la luz. Casi estaba ahí, casi había alcanzado la orilla del río, cuando repentinamente una figura se avecinó en la neblina delante de ella. Era la figura de un espíritu, tal como era ella ahora, pero la reconoció inmediatamente.

-Ares -dijo, parándose de mala gana-. Creía que había terminado contigo.

Su risa se arremolinó a su alrededor como la niebla.

-Nunca terminarás conmigo, Xena -dijo-. Ya deberías saberlo.

Lo miró sin responder.

-Creíste que podrías vencerme -continuó-, pero estabas equivocada.

-Te vencí. Traje de vuelta a Gabrielle, ¿no?

-Sí, pero mira el precio que has pagado. Te estás muriendo, Xena, ¿o no te habías dado cuenta? Estás de camino al Tártaro, y nunca volverás a ver a tu pequeña amiga -se acercó a ella, y sintió el frío de su esencia.

-¿Desde cuando decides quién va al Tártaro? -exigió-. Creía que ese era el trabajo de Hades.

-Oh, así es, pero sé cómo funciona esto. Crees que unas cuantas buenas obras compensarán una vida de maldad, pero estás equivocada, Xena. La balanza se inclina demasiado del otro extremo. Me temo que sea el Tártaro para ti, querida, ¿y eso no es una vergüenza?

Sonrió cínicamente, y Xena no respondió.

-Pero no es demasiado tarde, ¿sabes? -dijo entonces-. Aún puedo salvarte, devolverte a la vida. Sólo tienes que decir la palabra. Y ya que terminarás en el Tártaro de todos modos, ¿por qué no nos divertimos un poco antes de que vayas? -su figura permanecía delante de ella, pero su espíritu, ahora cálido y seductor, parecía rodearla y acariciarla-. Vuelve conmigo, Xena, y conquistaremos el mundo juntos -murmuró-. Sabes que es lo que quieres. Ésta es tu oportunidad.

-No, Ares, estás equivocado -dijo-. Tal vez quisiera conquistar el mundo una vez, pero ya no. ¡Ni ahora, ni nunca! Preferiría morir que volver contigo. No necesito que me salves. El amor de Gabrielle es todo lo que necesito. E incluso si paso el resto de la eternidad en el Tártaro, todavía sentiré ese amor. Lo llevaré conmigo para siempre -se movió hacia delante, decidida a forzar su paso delante de él-. Ahora aléjate de mí -dijo-, y déjame cruzar.

Pero en ese momento, oyó una voz, débilmente, como si viniera de muy lejos, y se detuvo a escuchar. Era la voz de Gabrielle, llamándola.

-¡Xena, te amo! ¡No me dejes! ¡Vuelve! ¡Xena, por favor, vuelve conmigo!

¿Volver? ¿Era posible volver? Pero incluso mientras la pregunta surgía en su mente, vio a Ares comenzar a alejarse y desaparecer en la neblina. También la luz fue haciéndose poco a poco menos brillante, apagándose mientras ahora deshacía el viaje a través de la niebla, de vuelta hacia Gabrielle.

Parecía moverse más y más rápido, impulsada por la voz de su amante, sintiendo los primeros suaves toques de los dedos de Gabrielle sobre su piel. Entonces, de repente, sintió toda la fuerza de las manos y la boca de Gabrielle, creando placer donde creía que toda sensación había muerto. La sensación se hizo más fuerte, y aún más fuerte, extendiéndose de su centro para rodearla completamente, haciendo que todo su cuerpo gimiera y se retorciera. Y cuando terminó, la niebla comenzó a disiparse, pasando entretanto del verde al gris y finalmente al apacible blanco de la nada.

Continuará...


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