TERCERA PARTE
Levantaron el campamento con la luz gris del alba, recogiendo Xena los bártulos mientras
Gabrielle practicaba con su bastón. Entonces, intentando adelantar el mayor tiempo
posible, se pusieron en camino montando ambas sobre Argo. Aunque Xena temía presionar
demasiado a la yegua, sobre todo al comenzar el camino a serpentear hacia arriba rumbo a
las estribaciones de las Montañas Místicas. Por lo que, después de un rato, se
alternaron montando y parte del tiempo ambas mujeres caminaron.
Cuando descansaron para comer, Xena se adentró en un prado cercano con el chakram en la
mano y volvió al poco rato después con tres perdices sin cabeza.
-Pensé que deberíamos llevarle a Elkton alguna cosilla para cenar -le dijo a Gabrielle
con una sonrisa-. ¡Sólo espero que sea mejor cocinero que cualquiera de nosotras!
-Eso espero también -dijo Gabrielle-. ¿Tengo tiempo de practicar con el bastón antes de
que comencemos de nuevo?
-Sólo por un par de minutos -y Xena se sentó para comer un trozo de queso.
-¿Crees que nos toparemos con algunos tipos malos más?
-Sinceramente, espero que no.
-¡Pero quiero luchar con ellos! ¿Crees que ya soy lo bastante buena?
-Creo que probablemente podrías hacer un pequeño daño -se metió el resto del queso en la
boca y se levantó-. Mira, déjame mostrarte cómo bloquear un golpe de espada -entonces,
desenvainando su espada, dejó practicar a la bardo desviando diferentes tipos de
estocadas.
-De acuerdo, ya es suficiente -después de algunos minutos-. Tenemos que movernos de
nuevo. ¿Quieres cabalgar o caminar?
-Caminaré y, de ese modo, puedo ir practicando mientras camino.
-De acuerdo, pero debes mantener el ritmo. No quiero que te quedes atrás -Xena ató las
perdices a la silla, subiendo de un salto, y dirigió a Argo hacia el camino.
Para gran alivio de Xena y desilusión de Gabrielle, no hubo rufianes con los que luchar
esa tarde y alcanzaron la aldea de la montaña de Elkton justo antes del atardecer.
-¿Nada de esto te resulta familiar? -preguntó Xena, mientras guiaban a Argo más allá de
algunas tiendas del centro de la ciudad.
-No.
-¿Ves esa tienda de allá? -Xena señalando-. Es donde compraste mi daga de pecho -sacó el
arma y se la aproximó a su compañera.
-¿Yo te compré esto? ¿Cómo un regalo? -Gabrielle dándole la vuelta en las manos al
cuchillo y comprobando la agudeza de la hoja con el pulgar.
-Bueno, no, no exactamente. De hecho la compraste para ti porque creías que necesitabas
algún tipo de arma para defenderte -Xena alargó la mano y la recuperó-. Digamos que te
la confisqué -añadió, guardando la hoja dentro del cuero-. Y, tengo que admitir, que ha
sido una buena adición para mi arsenal. Sin duda viene bien más de una vez.
-¿Así que no querías que fuera capaz de defenderme por mí misma?
-Supongo que en aquel momento pensé que estarías mejor sin un arma, es menos probable
que seas atacada si no pareces amenazadora. Pero cuando nos encontramos con las Amazonas,
decidiste aprender a usar el bastón. Son las que te enseñaron primero. Y ha resultado
ser un arma muy buena para ti.
-¿Las Amazonas? ¿Quiénes son?
-Son una tribu de mujeres guerreras.
-¿Mujeres guerreras? ¿Cómo tú?
-Más o menos como yo, sí.
-¿Y ellas me enseñaron a luchar?
-Sí.
-¿Por qué? ¿Pensaron que me convertiría en una buena guerrera?
-Es una larga historia y no tengo tiempo de contártela ahora mismo porque casi estamos
en casa de Elkton -Xena dándose cuenta de que probablemente había cometido un error al
plantear el tema.
-¿Me la contarás más tarde?
-Quizás. Ya veremos.
Pronto llegaron a la granja del Místico en las afueras de la aldea. El pequeño techo de
paja de la casa, el establo, el jardín y un par de pequeños campos de cereal... todo
estaba justo como Xena lo recordaba.
-¿Se dará cuenta Elkton de que soy diferente? -preguntó Gabrielle.
-Bueno, realmente nunca te conoció cuando estuvimos aquí antes -respondió Xena-. Pero
sabe que pasaste las pruebas de Morfeo sin derramamiento de sangre, así que sin duda se
asombrará si empiezas a hablar acerca de querer matar a alguien -le dio las riendas de
Argo a Gabrielle-. Lo mejor sería si simplemente pudieras intentar ser agradable y no
decir demasiado hasta que tuviera una oportunidad de explicar la situación. ¿Puedes
hacerlo?
No esperó ninguna respuesta, sino que fue hasta la puerta y llamó con un golpe fuerte.
-¿Quién está ahí? -gritó Elkton.
Xena oyó movimientos dentro y luego unos pasos acercándose.
-Soy una amiga -respondió.
Abriendo la puerta, el Místico levantó una vela para que su luz cayera sobre el rostro
de la guerrera.
-¡Xena! -exclamó con una cálida sonrisa-. ¡He estado esperando que volvieras algún día
a visitar a este solitario anciano!
-Sí, debería haber vuelto bastante antes -Xena devolviéndole la sonrisa.
-¿Y ésta es Gabrielle? -preguntó Elkton, saliendo al jardín y ofreciéndole la mano a la
mujer más joven-. ¡Es un placer conocerte por fin!
-Uh, sí -Gabrielle con incertidumbre-. Es agradable conocerte también.
-Ahora, Elkton -dijo rápidamente Xena-. Tu casa es pequeña y, si no tienes habitación
para hospedarnos, podemos dormir en el establo o aquí fuera en alguna parte. Hemos
traído todas nuestras cosas...
-¡No, no, no! -exclamó el Místico-. ¡No quiero ni oírte hablar acerca de dormir fuera!
Debéis dormir en mi cama... ¡Insisto! Y quedaros tanto como queráis -entonces sonrió y
añadió-. Aunque me temo que tu caballo tendrá que dormir en el establo.
Xena rió.
-Está bien. Es mejor alojamiento aún de a lo que está acostumbrada -entonces,
acercándose a la silla, desató las perdices-. Te hemos traído algo de cena -dijo.
La cara de Elkton se iluminó.
-¡Perdices! ¡Qué comida tan especial que será, con tan maravillosa compañía para
compartirla! Las limpiaré y las pondré en el asador mientras metes a la yegua en el
establo.
-Gracias, Elkton -dijo Xena-. Estaremos dentro de poco.
*****
Un delicioso aroma les dio la bienvenida cuando entraron en la casa y Xena sonrió ante
el pensamiento de una comida casera caliente.
-Podéis poner vuestras cosas en esa habitación -señalando Elkton hacia una entrada baja.
Habían dejado la mayoría de sus pertenencias en el establo, pero Xena llevó las alforjas
a la entrada y apartó la cortina para revelar una alcoba apenas lo bastante grande para
una cama.
-¡Es tan pequeña! -susurró Gabrielle, esforzándose por ver al lado de la guerrera-.
¿Cómo podemos dormir las dos ahí? ¡Estaríamos mejor acomodadas en el establo!
-¡Shh! -Xena empujando a Gabrielle dentro de la alcoba y dejando caer la cortina detrás
de ellas-. Simplemente nos apañaremos bien. Elkton está ofreciendo la mejor hospitalidad
que puede, y seríamos descorteses si la rechazáramos -dejó las alforjas en el suelo,
junto con sus armas y comenzó a desabrochar su armadura-. Deja tu bastón aquí, Gabrielle -dijo.
-Pero, ¿y si nos atacan?
-Creo que las posibilidades de eso son bastante escasas en este momento -Xena dejando su
armadura en el suelo al lado de los otros objetos-. Pero si eso pasa, supongo que
siempre puedes entrar corriendo aquí y coger el bastón -entonces se agachó para
atravesar la entrada y regresó a la habitación principal.
-¿Hay algo que podamos hacer para ayudar? -preguntó.
-No, no. Simplemente sentaos y relajaos -dijo Elkton-. Debéis estar cansadas. ¿Cuánto
habéis estado viajando?
-Dos días desde la última ciudad -Xena sentándose a la mesa e indicando a Gabrielle que
hiciera lo mismo.
-También debéis estar sedientas -Elkton colocando tazones sobre la mesa y llenándolos
con vino tinto oscuro de una jarra.
-Sí, gracias -Xena sonriendo-. Algo de vino me vendría muy bien ahora.
-Gracias -repitió Gabrielle y levantó el tazón para tomar un largo trago.
-¿Y qué habéis estado haciendo los Místicos últimamente? -preguntó Xena.
-Las cosas han ido muy bien desde la última vez que estuviste aquí -dijo Elkton y fue
hacia la chimenea para darle la vuelta al asador. Prosiguió a hablar sobre los festivales
celebrados cada año en honor de Morfeo y sus hermanos, su propio papel en la
organización de esos festivales. Después de eso, habló acerca de la prosperidad general
de la ciudad y su gente.
Xena escuchaba, asintiendo, bebiendo el vino a sorbos y vigilando a Gabrielle de cerca,
que parecía aburrirse con el relato de Elkton. Dudosa de lo que su amiga pudiera decir o
hacer bajo esas circunstancias, Xena esperaba poder mantener el foco de la conversación
sobre Elkton hasta después de cenar. Quizás entonces podría hablarle acerca de lo que
había pasado y pedirle ayuda.
Pronto la carne asada fue servida, junto con un humeante plato de col, zanahorias y
puerros cocidos. También había pan, cortado en rebanadas gruesas, oscuras y aromáticas,
con abundante mantequilla fresca para extender sobre ellas.
-¡Esto es increíble! -Xena con la boca llena-. Especialmente comparado con lo que
tuvimos anoche -añadió, guiñándole un ojo a Gabrielle.
-Sí, Xena quemó nuestra comida. ¡Podrá ser una buena guerrera, pero es una pésima
cocinera!
Elkton se rió.
-Bueno, es un placer tener a alguien además de mí para quien cocinar -dijo-, y
afortunadamente cocí pan en el horno esta mañana.
-¿No tienes que estar ausente a veces en la fortaleza de Morfeo? -preguntó Xena-.
¿Quién cuida de tu granja mientras estás fuera?
-Mi hermano y sus dos hijos viven cerca. Han sido una ayuda muy buena -tomando un sorbo
de vino-. Pero estoy llevando toda la conversación. Vosotras dos debéis haber tenido
algunas aventuras interesantes desde que estuvisteis aquí.
-Oh, sí -dijo Xena rápidamente, antes de que Gabrielle tuviera oportunidad de decir algo-.
Hemos pasado bastantes. Veamos... evitamos una guerra entre las Amazonas y los Centauros,
liberamos a Prometeo, matamos un par de gigantes, fuimos mordidas por Bacantes,
eliminamos a varios desagradables señores de la guerra, ayudamos a Cecrops a romper la
maldición de Poseidón y probablemente unas pocas cosas más de las que me he olvidado.
-¡Bueno, tenéis una vida ajetreada! -Elkton con una sonrisa.
-Oh, sin duda -coincidió Xena-. ¡Y eso es sólo lo que hicimos en nuestro tiempo libre!
-¿Sabes lo que nos pasó ayer? -se interpuso Gabrielle con impaciencia-. Estábamos de
camino aquí, montando por el camino, y nos encontramos con aquellos cuatro hombres...
eran ladrones de caballos, y querían robar a Argo, ¡así que Xena luchó con ellos, se
asustaron y huyeron! ¡Deberías haber visto su lucha! ¡Es realmente buena! Podría haber
matado fácilmente a aquellos tipos, pero no lo hizo. Les dejó marchar. Aunque creo que
debió de haberlos matado, porque justo después de eso encontramos a ese hombre...
-Gabrielle -pisando Xena el pie de su amiga por debajo de la mesa-. ¿Por qué no te
comes la col antes de que se enfríe?
-¡Estoy contando una historia!
-Sí, pero esa no es una historia que quiera que cuentes ahora mismo.
-Oh -dijo Gabrielle. Entonces miró hoscamente su plato y comenzó a pinchar la comida con
un tenedor.
Xena miró a Elkton a tiempo para ver una mirada perpleja en su rostro, pero rápidamente
sonrió y levantó una de las fuentes.
-¿Más pan? -preguntó.
-Uh, sí. Gracias -dijo Xena.
-¿Gabrielle? -tendiéndole Elkton la fuente.
Pero la mujer más joven sólo sacudió la cabeza sin alzar la vista.
Hubo unos momentos de tenso silencio, y entonces Ekton dijo:
-Bueno, me gustaría escuchar acerca de Prometeo, si una de vosotras quiere contar la
historia.
-Cómo no, estaré encantada de contártela -Xena con una rápida mirada a la todavía
enfurruñada Gabrielle.
Contó el relato tan simplemente como pudo, enfatizando el papel de Hércules y
minimizando el propio.
-Es bueno que Hércules pensase en desviar esa espada con una roca -concluyó-. Salvó su
propia vida y también la mía, interrumpiendo mi caída.
-Qué maravilla que ambos estuvieseis dispuestos a sacrificar vuestras vidas por el bien
de la raza humana -dijo Elkton.
-Bueno, Prometeo tenía que ser liberado, y no había otra manera de hacerlo -comentó Xena
tranquilamente.
-Desearía haber estado ahí para ayudarte a luchar contra aquellos tipos de los huevos
verdes -intervino Gabrielle.
-Estabas con Iolaus, y probablemente evitaste que muriera -dijo Xena-. Eso era más
importante que ayudarme.
-Sí, pero...
-Gabrielle -poniendo Xena una mano sobre el brazo de su amiga-, hemos estado viajando
todo el día y sé que debes estar cansada. ¿Por qué no te vas a la cama? Me reuniré
contigo en unos pocos minutos.
-No estoy cansada -respondió Gabrielle alegremente.
-Sí, lo estás. Ahora, por favor, vete a la cama -Xena firmemente y le dio una mirada
significativa.
-No estoy cansada -repitió la bardo-. ¿Por qué debería irme a la cama si no estoy
cansada?
Xena suspiró, notando que Elkton estaba mirando su intercambio de opiniones con cierta
curiosidad.
-De acuerdo -dijo-. Si no quieres irte a la cama, entonces vete fuera y date un paseo o
algo. Necesito hablar con Elkton.
-Vas a hablar sobre mí, ¿verdad?
-Sí.
-Entonces, ¿por qué no puedo quedarme?
-Porque me sentiré mejor si no lo haces. Prometo contarte todo lo que diga Elkton. Ahora,
por favor, Gabrielle, déjame algo de espacio aquí.
La mujer más joven suspiró profundamente y contempló a la guerrera en silencio por unos
pocos momentos.
-¿Eres siempre tan mandona y gruñona? -preguntó.
-Supongo que algunas personas lo creerían así -Xena suavemente.
-Bueno, supongo que me iré a la cama ahora -anunció Gabrielle. Empujó atrás su silla y
se levantó, luego añadió en el último momento-. Buenas noches.
-Buenas noches, Gabrielle -dijo Elkton-. Si necesitas algo... más mantas, almohadas o
lo que sea, sólo házmelo saber.
-De acuerdo -murmuró Gabrielle, y luego desapareció en su alcoba.
*****
Xena apoyó la cabeza sobre la mano y contempló su plato durante varios minutos.
Finalmente, alzó la vista para encontrarse con la mirada del Místico.
-Siento esto -Entonces, alargando la mano hacia el plato de Gabrielle, añadió-. Mira,
déjame ayudarte a limpiar estos platos.
Elkton tomó el plato de su mano y lo dejó.
-No, Xena. Puedo hacerlo más tarde. Ya sabía que ésta no era simplemente una visita
social. Ahora cuéntame qué pasa. Me gustaría ayudar, si puedo.
-Sinceramente espero que puedas ayudarme, porque no sé a dónde más recurrir.
-Cuéntame -suavemente-. Es sobre Gabrielle, ¿verdad?
Xena asintió, entonces miró hacia la entrada cubierta por la cortina.
-¿Preferirías salir afuera para hablar? -preguntó Elkton.
-No, creo que irá bien aquí si mantenemos la voz baja -hizo una pausa durante un momento,
entonces respiró profundamente y continuó-. Hace dos noches, nos alojamos en una posada
-comenzó-. Ahí conocimos a un joven bardo, y Gabrielle estuvo muy contenta de hablar con
él, puesto que ella también es una bardo. ¿Lo sabías?
-No, no lo sabía.
-En cualquier caso, los dejé a ambos juntos en la taberna y me fui a la cama. Más tarde,
cuando regresé a ver a Gabrielle, descubrí que había sido drogada.
-¿Drogada? -preguntó Elkton, asombrado-. ¿Por el bardo?
-Sí. Puso algo en su vino, pero no podía explicarme qué tipo de droga era. Cuando lo
cogí al día siguiente, resultó que no era un bardo en absoluto. Era Ares disfrazado.
-¡Ares! ¿Por qué diantres drogaría a Gabrielle?
-Lo hizo para cogerme -Xena con tono grave, luego tomó un sorbo de su tazón-. No se
cuánto sabes sobre mi pasado -prosiguió-, pero he hecho muchas cosas malas... he matado
gente, saqueado sus aldeas, quemado sus hogares. Una vez me propuse matar a Hércules,
pero al final me ayudó a ver que podía llevar un tipo de vida diferente. Aunque, desde
que cambié, Ares ha estado intentando engatusarme para que vuelva. Ése es todavía su
peor proyecto.
-No lo entiendo. ¿Cómo drogando a Gabrielle, te haría regresar a él?
-Por que lo que la droga hizo -Xena con voz baja y apremiante- fue borrar todos sus
recuerdos y cambiar su personalidad. En vez de ser cariñosa y tierna, como era antes,
ahora es agresiva y belicosa. Todo acerca de lo que habla es de querer matar gente -Xena
se detuvo y cogió su tazón de nuevo, agitó el vino restante por un momento, y luego se
lo bebió rápidamente-. Ares dijo que si volvía con él, regresaría a Gabrielle a la
manera en que era antes. Pero no quiero ser de nuevo su guerrera. Simplemente no puedo
hacer eso. He dejado ese tipo de vida. Pero tampoco puedo dejar que Gabrielle pierda su
alma -observó a Elkton con desesperación-. No sé qué hacer. Sólo espero que haya algún
otro modo de romper este hechizo, y espero que sepas cuál es.
Elkton sonrió y alargó una mano para ponerla sobre las de ella.
-Creo que hay una manera -dijo-, pero ésta implica mucho riesgo.
-Eso no me preocupa -dijo Xena-. Sabes que arriesgaría mi vida con mucho gusto para
salvar a Gabrielle.
-Sí, lo sé -dijo-. ¿Quieres algo más de vino?
Asintió y rellenó sus tazones.
-Las dos últimas noches -dijo entonces-, he tenido una visión en sueños. No sé qué dios
me la ha dado, y al principio no sabía por qué. Pero sentía que alguien necesitaba la
información que me había dado, y que vendría a mí para obtenerla. No sabía quién sería,
pero cuando llamaste a mi puerta esta tarde, supe que eras tú.
Xena le observaba con asombro.
-Vine porque tenía un fuerte presentimiento de que podrías ayudarme de algún modo
-suavemente-, incluso aunque no tuviera sentido que un sacerdote de Morfeo supiera cómo
ocuparse de Ares. Me pregunto quién está trabajando aquí.
-No lo sé, pero alguien está velando por ti, Xena, y puedes estar agradecida por ello.
Asintió.
-Háblame sobre la visión.
-Tiene que ver con una planta que crece cerca de la cima de la montaña más cercana. Se
llama la planta de kaya. Fue puesta ahí por Hera, y crece en un hueco protegido entre
las rocas, por encima de la línea de árboles. Sus hojas, cuando son comidas, tienen el
poder de romper el hechizo de cualquier dios, incluso los de la misma Hera.
-¿Por qué crearía Hera una planta que puede romper sus propios hechizos?
-Creo que quería tenerla para usarla contra otros dioses... aquellos que no le gustasen.
Pero puesto que ésta además puede usarse contra sus propios hechizos, tuvo que guardarla
bien.
-Y siendo la madre de Ares, Hera no estará demasiado contenta con mi intento de
derrotar a su hijo -comentó Xena.
-Exactamente.
-Pero esa planta... ¿sabes cómo encontrarla?
-Sí, la visión mostraba el camino muy claramente, e incluso he dibujado un mapa. Creo
que si sales mañana con la primera luz, puedes llegar hasta la planta hacia media tarde...
suponiendo que no te topes por el camino con demasiados de los guerreros de Hera.
-Habré luchado con sus matones antes. No creo que sean demasiado problema.
Elkton asintió.
-Puedes llevar a tu caballo parte del camino, pero probablemente tendrás que dejarla en
algún lugar por debajo de la línea de árboles. El sendero se vuelve bastante desigual
después de eso, y puede haber nieve. Tendrás que pasar por lo menos una noche en la
montaña, pero tengo algunas mantas y almohadas de más que puedes coger, y también algo
de comida extra.
-De acuerdo -dijo Xena-. Hasta ahora no suena tan difícil. ¿Hay más?
El Místico sonrió con una mueca forzada.
-Desgraciadamente, sí -dijo-. El arbusto de Kaya está protegido por una serpiente... una
bastante grande. Tienes que matar a la serpiente para coger las hojas.
-Matar a la serpiente. De acuerdo, puedo hacerlo.
-Sí, pero esta es la parte difícil. Debes matar a la serpiente sin derramar nada de su
sangre.
Las cejas de Xena se elevaron, pero no dijo nada.
-Por cada gota que se derrame de la sangre de la serpiente -continuó Elkton-, surgirán
diez serpientes más, y nunca podrías luchar contra todas ellas.
-¿Cómo debería matarla entonces?
-Debes estrangularla... pero recuerda, sin derramar nada de sangre. Probablemente la
mejor manera será usar tus manos desnudas.
Xena guardó silencio por un momento.
-¿Y si me muerde? -dijo.
-El veneno tiene un efecto paralizante, así que si la serpiente te muerde en un brazo o
una pierna, perderás el uso de ese miembro. Supongo que si eres mordida en otra parte
de tu cuerpo...
-Moriré.
-Sí -cogió su tazón de vino, miró su interior por un momento, y bebió profundamente.
Entonces, mirándola directamente, dijo-. Xena, no permitiría a un guerrero menor
proseguir una búsqueda como ésta, si había algún modo en que pudiera evitarlo. Tu tarea
no será sólo difícil, sino además extremadamente peligrosa. De hecho, si quieres
reconsiderarlo...
-No. Tengo que ir. Tengo que hacerlo para salvar a Gabrielle. Estoy aliviada de saber
que hay un modo de romper el hechizo sin regresar con Ares.
Estuvieron sentados sin hablar durante unos pocos minutos, luego Xena dijo:
-Elkton, odio pedir otro favor cuando ya has hecho tanto, pero me estoy preguntando si
Gabrielle puede quedarse aquí contigo mientras subo a la montaña. Prefiero no
arriesgarla a resultar herida.
-Oh. Bueno, supongo que hay algo que olvidé decirte -dijo Elkton-. Tan pronto como la
serpiente muere, las hojas de kaya comienzan a marchitarse. Deben ser usadas inmediatamente
o perderán su potencia.
-Así que Gabrielle tendrá que estar allí cuando mate a la serpiente -dijo Xena-. De
acuerdo, entonces, la llevaré conmigo. De todos modos, probablemente no habría estado de
acuerdo en quedarse aquí -añadió con una sonrisa, y entonces se levantó-. Ahora déjame
ayudarte a limpiar este desorden.
-No, no puedo hacerlo -afirmó Elkton-. Ve a la cama y descansa algo. Mañana necesitarás
todas tus fuerzas. Recogeré aquellas pieles y te empacaré algo de comida -sonrió-.
Duerme bien, Xena. Te llamaré por la mañana.
-Gracias, Elkton -dijo Xena-. No sabes lo mucho que esto significa para mí.
-El mejor modo de que me lo agradezcas es regresando ambas sanas y salvas -dijo.
-Haré todo lo posible -respondió, entonces se volvió y caminó rápidamente hacia el
dormitorio.
A sus ojos les tomó unos pocos momentos adaptarse a la débil luz que se filtraba a
través de la cortina. Gabrielle yacía dormida, desparramada de lado a lado en la
estrecha cama. Su ropa estaba sobre el suelo en un montón, y Xena se dio cuenta con
sorpresa de que la bardo debía estar desnuda bajo las mantas. Desatándose el cuero, pasó
por encima de él y se sentó en el borde de la cama.
-Gabrielle -suavemente-, échate a un lado para que pueda meterme.
La mujer más joven dio un gemido soñoliento mientras Xena se deslizaba bajo las mantas y
puso un brazo alrededor de ella.
-¿Qué dijo? -murmuró, acurrucándose más cerca de la guerrera.
-Dijo que hay una planta que crece en la montaña cerca de aquí. Tiene el poder de romper
el hechizo de Ares. Saldremos a primera hora de la mañana para ir a buscarla.
-¿Más viajes?
-Sí, eso me temo.
-¿Será peligroso?
-Un poco.
-¿Tendremos que luchar?
-Sí, diría que puedes contar con ello.
-¿De verdad? -Gabrielle incorporándose para mirar a Xena-. ¿Me dejarás luchar?
-¿Tengo alguna elección? -preguntó Xena con una pequeña sonrisa.
-Mmm, ¡no puedo esperar! -Con un suspiro feliz Gabrielle, volvió a acurrucarse, pero
después de un momento, se incorporó de nuevo-. ¡Esta noche olvidé practicar con mi
bastón! -exclamó.
-Está bien -Xena tocando suavemente la cara de la bardo-. Todavía recuerdas cómo hacerlo,
y quizás puedas practicar un poco por la mañana. Ahora vamos a dormir; necesitamos
estar descansadas para nuestro viaje.
Gabrielle se dejó caer de nuevo y guardó silencio. Xena estaba tumbada sosteniéndola,
pensando en lo bueno que era sentir la piel desnuda de su amante contra la suya. Mañana
por la noche, a esta hora, estarían acurrucadas juntas bajo pieles y mantas arriba de la
montaña. Pero si todo iba como estaba planeado, el hechizo estaría roto, y tendría una
vez más a su dulce Gabrielle de vuelta en sus brazos.
De la otra habitación llegaban los suaves sonidos de Elkton moviéndose por los
alrededores, limpiando los platos y dejando todo preparado para su salida por la mañana.
Qué hombre tan bueno era, pensó Xena, mientras silenciosamente le bendecía por
toda su bondad y ayuda. En poco tiempo, la respiración de Gabrielle se profundizó e
intentando seguir el ejemplo de su amante, la guerrera cerró los ojos y se obligó a
relajarse. Pero los pensamientos de la búsqueda del día siguiente no se fueron de su
mente. ¿Podrían realmente tener hecho todo el camino de la montaña para la media
tarde? ¿Cuántos guerreros mandaría Hera contra ellas? Y el más preocupante de todos
era el rompecabezas de cómo estrangular a la serpiente sin derramar sangre y sin ser
mordida. Era una batalla que no se atrevía a perder, ya que si moría antes de que
pudiera liberar a Gabrielle, condenaría a su amiga a una vida de asesinatos y
destrucción, y su alma al Tártaro.
Un escalofrío la recorrió y sus brazos se apretaron alrededor de la durmiente bardo.
Renunciando al esfuerzo de dormir, dejó a su mente fluir libre para luchar con el
problema de cómo matar a la serpiente. Después de un rato, oyó a Elkton apagar las velas
en la otra habitación y acomodarse para dormir sobre un colchón de paja delante del
fuego. Entonces por fin la venció el agotamiento y se durmió.
CUARTA PARTE
Apenas había luz cuando dejaron el jardín de Elkton a la mañana siguiente, guiando a
Argo, que llevaba una carga considerable de ropa de cama y otras cosas. El aire era frío
y el sol todavía no iluminaría las montañas durante un par de horas. El pergamino con el
mapa que Elkton había dibujado estaba guardado a salvo en la parte superior del cuero de
Xena. Aunque, no esperaba necesitarlo hasta que hubieran pasado el límite de los árboles,
ya que la parte inferior del sendero parecía estar bastante bien marcada.
Caminaron con dificultad por algún tiempo, en silencio, mientras el sendero aumentaba
gradualmente. La guerrera mantenía una aguda guardia por los posibles atacantes y,
consciente de sus limitaciones de tiempo, mantenía el paso tan rápido como se atrevía.
Pero finalmente, comenzó a ser consciente de que Gabrielle estaba jadeando y comenzando
a quedarse atrás.
-¿Es todo así de cuesta arriba? -jadeó la bardo, deteniéndose en medio del sendero.
-Eso me temo -Xena sonriendo-. Es lo que tienes que esperar cuando subes por una
montaña. ¿Deberíamos tomar un pequeño respiro?
-Sí -Gabrielle se sentó rápidamente sobre la raíz de un árbol al lado del camino-. De
todos modos, no entiendo por qué tenemos que hacer esto -removiendo algunas piedras
sueltas con su bastón.
-Tenemos que hacerlo -Xena pacientemente- porque necesitamos la planta de kaya para
ayudarte a traer de vuelta tus recuerdos, y ésta sólo crece en la cima de esta montaña.
-¿No sería mucho más fácil si simplemente regresaras con Ares?
-Esa no es una opción, Gabrielle. Ya hemos discutido eso -Xena se volvió para frotar la
nariz de Argo por un momento, luego avanzó hacia el costado del caballo, asegurándose de
ver que la carga estaba bien sujeta. Cuando terminó, dijo-. Vamos, comencemos a andar de
nuevo. Iremos más despacio y quizás no te canses tanto -guió a Argo hacia delante y
volvió la vista para ver a Gabrielle poniéndose en pie de mala gana.
-Quizás no quiero de vuelta mis recuerdos -dijo la bardo, cuando había alcanzado a la
guerrera de largas piernas-. He pensado que simplemente lo estoy haciendo bien sin ellos.
-Bueno, no estoy de acuerdo.
-Xena, el caso es que ya ni siquiera te gusto desde que Ares me dio una nueva
personalidad. ¿Cómo sé que simplemente no me estás llevando arriba de la montaña para
que puedas envenenarme con esa estúpida planta?
Xena se detuvo bruscamente y agarró a Gabrielle por los hombros, obligándola a volverse
y mirarla.
-Gabrielle -dijo-, si quisiera matarte, ya estarías muerta. ¡De ninguna manera me
tomaría la molestia de escalar una montaña antes de hacerlo!
Gabrielle se la quedó mirando por un momento y luego bajó la vista.
-Oh -dijo.
Xena suspiró y liberó su agarre.
-Jamás podría matarte, Gabrielle -dijo-, te amo demasiado para eso -pero no bien había
hablado que el recuerdo de la promesa que había hecho en su sueño hacía dos noches
relampagueó en su mente, y un escalofrío la recorrió. Apartándose rápidamente, tiró de
las riendas de Argo y comenzó a caminar de nuevo-. Necesitamos continuar -murmuró-. Hoy
tenemos mucho terreno que cubrir.
Caminaron en silencio por unos pocos minutos y entonces Gabrielle dijo vacilante:
-¿Xena, me contarás la historia sobre las Amazonas?
-Ahora mismo no, Gabrielle. Necesito estar alerta y preparada para un ataque.
-¿Quién va a atacarnos?
-Bueno, Elkton dijo que probablemente Hera enviaría algunos guerreros contra nosotras.
-¿Hera? ¿La que encadenó a Prometeo? ¿Por qué nos atacarían sus guerreros?
-Porque es la madre de Ares y es su planta tras la que vamos.
-¿Es la madre de Ares?
-Sí. Es la Reina de los Dioses.
-Bueno, ¿no sería mejor no hacerla enfadar?
Xena se rió.
-Eso, cuando se trata de Hera, es más fácil decirlo que hacerlo. En cualquier caso, no
le tengo miedo, y esto será más o menos como luchar contra aquellos hombres de los
huevos verdes. Dijiste que deseabas haber estado allí para hacerlo, ¿recuerdas?
-Oh, sí -Gabrielle alegremente-. No había pensado en eso. ¿Cuándo crees...?
-En cualquier momento ahora -Xena tendiendo una mano para silenciar a su compañera. Sus
oídos habían captado un susurrante sonido entre los árboles a lo largo del sendero de la
montaña, y estaba segura de que significaba peligro-. Mantén tu bastón preparado -en voz
baja-, y recuerda lo que has aprendido sobre su uso -mirando de reojo, vio a Gabrielle
tragar fuerte y ejercer un mejor agarre sobre su bastón. Una mirada de determinación y
de algo que sólo podría describirse como sed de sangre inundó los ojos verdes de la
bardo, y de repente Xena sintió miedo. Raras veces se sentía así antes de una batalla,
pero en ésta y en toda la expedición había mucho en juego. Entonces, en un instante, el
miedo tomó el camino de la ira... ira contra Ares, y contra la idea de que a pesar de
todo podía no ser capaz de salvar a Gabrielle.
La creciente emoción parecía agudizar sus instintos. Cada sentido estaba alerta y,
volviéndose repentinamente en media zancada, Xena alargó la mano y cogió una daga
mientras llegaba por detrás de ellas, precipitándose a través del aire. Entonces, en un
movimiento suave y automático, se lo arrojó de vuelta al guerrero que había aparecido de
entre los árboles. Ésta le golpeó en el pecho y se tambaleó hacia atrás, luego cayó,
todavía con una mirada de sorpresa en su cara muerta.
Xena se dio cuenta demasiado tarde de lo que había hecho. Gabrielle la estaba mirando
fijamente, con los ojos llenos de asombro y admiración, y Xena apartó la vista
rápidamente. Aparecieron más guerreros y comenzaron a avanzar con las espadas
desenvainadas. Xena palmeó a Argo en el anca para alejarla del problema.
-Encárgate de esos dos enfrente de ti -le dijo a Gabrielle-. Me preocuparé de los demás.
Quédate tan cerca de mí como puedas y grita si necesitas ayuda.
-De acuerdo -y Gabrielle avanzó ansiosamente para encontrarse con sus oponentes.
Desenvainando su espada, Xena se enfrentó a los otros cuatro. Resultaron ser luchadores
fuertes, pero ella luchó más fuertemente. Unos cuantos puñetazos y patadas bien dirigidos
pronto los derribaron a todos. Alzando la vista para ver cómo estaba yendo la pelea de
Gabrielle, Xena apenas tuvo tiempo de notar, antes de que sus propios cuatro guerreros
volvieran a ponerse en pie y la asaltaran en masa, que la bardo parecía estar haciéndolo
bastante bien. Lanzando un grito de guerra, saltó por encima de sus cabezas. Dos de los
hombres chocaron uno contra el otro con las espadas desenvainadas y cayeron. Uno nunca
volvió a levantarse, pero el otro se puso en pie y se adentró sangrando en el bosque.
Los dos restantes repitieron su carga. Una patada en la mandíbula de uno de ellos lo
envió girando hacia atrás hasta que se golpeó la cabeza contra un tronco de árbol y se
desplomó en el suelo sin sentido. El último guerrero fue rápidamente despachado con un
corte de espada en el brazo, seguida de una patada en la ingle. Mientras se alejaba
cojeando entre los árboles, Xena se volvió para ver de nuevo a Gabrielle.
Aparentemente, uno de los oponentes de la bardo había abandonado la escena; pero el otro
estaba tendido en el suelo encogiéndose y gimoteando, intentando protegerse de los
certeros golpes del bastón blandido por una sonriente Gabrielle. La sangre de Xena se
heló ante la visión.
-¡No! ¡No lo hagas! -gritó, mientras se lanzaba en un salto que la hizo aterrizar al
lado de la bardo. Cogiendo el bastón, lo arrancó del agarre de su compañera, luego bajó
la vista hacia el guerrero-. ¡Largo de aquí! -gruñó, y el hombre se levantó como pudo y
se alejó corriendo.
-¿Qué estás haciendo? ¡Devuélveme mi bastón! -gritó Gabrielle, alcanzando el arma.
Xena lo alejó de nuevo con un tirón y fijó a su amiga con una ardiente mirada.
-Estabas intentando matar a ese hombre, ¿verdad? -dijo.
-Bueno, ¿cuál es el problema? ¡Tú misma mataste a uno! -respondió Gabrielle con
vehemencia y entonces, avistando al otro hombre muerto, añadió-. ¡De hecho, parece que
mataste a dos de ellos!
-Ese hombre murió porque chocó con la espada de su compinche. Yo no lo maté.
-Sin embargo mataste al primero. Te vi hacerlo.
Los hombros de Xena se hundieron ligeramente.
-Sí, lo maté -admitió-, pero no debería haberlo hecho. Actué sin pensar.
-Pues si para ti está bien matar, ¿por qué no lo está para mí?
-No está bien matar para mí. Intento no hacerlo ya... te lo dije. La única cosa que lo
hace diferente es que ya tengo mucha sangre en mis manos y tú no. No quiero que termines
en el Tártaro porque Ares cambió tu personalidad.
-¡No me importa dónde termine! ¡Quiero ser una guerrera! ¡Tuve la oportunidad de matar a
ese hombre y también podría haberlo hecho, pero tú me la quitaste!
Xena suspiró profundamente y entonces se apartó, sintiendo más penetrantemente que nunca
la urgencia de su búsqueda. Echando un vistazo alrededor, vio a Argo y silbó a la yegua
para que viniera. Gabrielle pateó una piedra con fiereza y la mandó rebotando fuera del
camino, luego pateó una segunda. Xena observó en silencio unos pocos segundos, luego le
tendió el bastón.
-Aquí tienes -dijo.
Mirándola airadamente, Gabrielle le arrebató el arma, se volvió y comenzó a recorrer con
dificultad el sendero ascendente. Xena suspiró de nuevo, luego recogió las riendas de
Argo y la siguió.
*****
No se encontraron con más guerreros, y dos horas de tranquila caminata las llevaron a un
lugar donde los árboles comenzaban a escasear drásticamente. En el suelo había extensas
parcelas de nieve y considerables pedruscos dispersos, como si hubieses sido dejados
despreocupadamente por la mano de algún Titán.
-Vamos a encontrar un lugar para acampar y apilar nuestras cosas -dijo Xena-. Tendremos
que ir el resto del camino sin Argo.
Gabrielle permaneció en silencio, justo como había hecho la mayoría del tiempo desde que
se encontraron con los guerreros de Hera. Xena la miró y luego se encaminó hacia una
extensión cercada por pedruscos y protegida por unos pocos árboles atrofiados.
-Éste parece un lugar tan bueno como cualquiera -dijo-. Podemos dejar la mayoría de
nuestras cosas fuera de la vista detrás de estas rocas y no tendremos que cargar con
mucho hasta la cima.
-Aquí no hay agua -dijo Gabrielle.
-No, pero podemos derretir nieve. Por aquí la hay en abundancia -Xena empezó a desatar
los nudos que sostenían la carga de ropa de cama y comida de Argo. Mientras habían
seguido caminando, las dos mujeres sintieron la suficiente calidez, pero ahora el frescor
del aire en esa mayor altitud se estaba volviendo evidente. Xena sacó sus capas de
debajo de la ropa y le tendió una a Gabrielle-. Mira, ponte esto, luego ven a ayudarme a
descargar las cosas -dijo.
La mujer más joven dudó, luego dejó su bastón contra un árbol mientras se estrechaba la
gruesa prenda de lana alrededor de los hombros.
-Xena -acercándose a la guerrera-, no quiero subir a la montaña. Simplemente puedo
quedarme aquí, en el campamento, hasta que regreses.
Xena, que estaba abrochando su propia capa, alzó la vista sorprendida.
-¿De qué estás hablando? -dijo-. ¿Por qué no quieres subir allí?
-Porque estoy cansada y lo cierto es que me importa un comino esa planta que vas a subir
a coger -contestó Gabrielle rotundamente-. No quiero mis recuerdos de regreso o mi
personalidad cambiada. Ya soy una persona perfectamente buena. ¿Por qué no puedes
simplemente amarme de la forma que soy en lugar de intentar cambiarme? -hizo una pausa,
esperando una respuesta de Xena, pero continuó cuando no llegó ninguna-. Quiero ser una
guerrera como tú. Quiero servir a Ares, y creo que deberías hacer lo mismo.
Xena se enfrentó a la desafiante mirada de su amante por varios minutos, luego dijo
tranquilamente:
-Ya veo -se volvió hacia Argo, sacó una pila de pieles de la espalda de la yegua y se
las tendió a Gabrielle-. Ponlas detrás de esa roca grande, ¿quieres? -señalando hacia el
lugar.
Gabrielle lanzó una mirada perpleja a la guerrera, luego tomó las pieles y se alejó.
Volviéndose hacia Argo, Xena comenzó a desatar el puchero y los paquetes de cocina,
haciendo todo lo posible por parecer calmada, incluso aunque su mente iba aceleradamente.
La negativa de Gabrielle a continuar el viaje era una dificultad que no había previsto,
pero que evidentemente necesitaba vencer. Era crucial que llevara a su amante hasta la
planta de kaya, incluso si tenía que dejarla inconsciente y llevarla hasta allí. Pero
esa era una solución extrema. Sin duda, había una manera más fácil.
Abriendo uno de los paquetes de comida, sacó algo de pan y fruta seca.
-Creo que es hora de que comamos algo -dijo cuando Gabrielle volvió-. Hemos tenido una
mañana dura.
-Sí, supongo que sí -afirmó la bardo cautelosamente.
Se sentaron en una roca baja y plana, dividieron la comida y comenzaron a comer.
-Luchaste bien hoy -forzando Xena una sonrisa-. Ya veo por qué querías ser una guerrera.
Gabrielle sonrió ante el inesperado elogio.
-¿De verdad piensas eso? -preguntó.
-Sí, lo hago -Xena bebió del odre y después se lo tendió a su compañera-. ¿Qué pasó con
ese otro tipo con el que estabas luchando? Creía que había dos.
-Oh, ¿él? Se asustó después de que lo derribé un par de veces y huyó. Supongo que eso
significa que realmente soy buena, ¿eh?
-Sí, eres muy buena -Xena en voz baja. Pero no estaba hablando sobre técnicas de
combate.
Comieron en silencio unos pocos minutos, luego Xena se volvió hacia la mujer más joven.
-Gabrielle -dijo-, lo cierto es que no iba a contarte lo que está pasando arriba de la
montaña. Conseguir la planta de kaya va a ser difícil... y posiblemente bastante
peligroso. Supongo que no te lo conté antes porque no quería asustarte.
-¿Habrá más guerreros contra los que luchar?
-No lo sé. Es posible. Pero la parte más difícil será enfrentarse a la serpiente que
protege la planta.
-¿Serpiente? ¿Qué tipo de serpiente?
Xena miró a su amiga por un momento.
-No sé exactamente qué tipo de serpiente es -dijo lentamente-, pero sé que su mordedura
puede ser mortal. Elkton me contó que necesitaba matarla sin derramar su sangre, e
imagino que será difícil de hacer porque tendré que intentar de estrangularla -se detuvo
y vio que Gabrielle estaba escuchando con los ojos muy abiertos por el interés-. Nunca
antes me he enfrentado a nada como esto -continuó- y, francamente, no estoy segura de
cómo hacerlo. Supongo he estado esperando que estarías allí para ayudarme si te necesito.
-¿Podrías necesitar ayuda? ¿De mi? -preguntó Gabrielle con asombro.
-Sí... bueno, en cualquier caso, es posible. No quiero que resultes herida, pero me
sentiría mejor si estás ahí... por si acaso.
-Uh, de acuerdo. Por supuesto. Puedo estar ahí para ti, Xena. ¡Me encantaría ayudarte a
luchar! Deberías habérmelo dicho antes de que me necesitarás.
-¿Entonces subirás a la montaña conmigo?
-¡Sí, por supuesto! ¿Cuándo empezamos?
Xena sonrió.
-Muy pronto -tomó otro trago del odre y se levantó. Yendo hasta Argo, desabrochó la
silla de la yegua y la despegó, luego también sacó la brida y apiló ambas detrás de un
gran pedrusco.
-¿Vas a dejar a Argo libre? -preguntó Gabrielle.
-Sí. Eso le dará una oportunidad de encontrar algo de pasto. No hay mucho aquí arriba.
-Pero, ¿y si se aleja?
-Regresará de nuevo. ¿No es así, chica? -preguntó Xena, mientras bajaba la cabeza del
caballo para rascarle suavemente detrás de las orejas por un minuto. Argo resopló
suavemente y hocicó el cuello de la guerrera en respuesta. Riendo, Xena dio a la yegua
un rápido abrazo y la dejó ir.
-Hay algo más que necesito hacer -dijo a Gabrielle, sacando su chakram y desplazándose
un trecho cuesta abajo hacia donde los árboles crecían más densamente. Reconociendo un
arbolillo esbelto y bifucardo, arrojó el disco y taló el árbol, luego usó su espada para
cortar las hojas y las ramas. Cuando terminó, tenía un tosco bastón con una bifurcación
en un extremo.
-¿Para qué es eso? -preguntó Gabrielle cuando Xena regresó al campamento.
-Sólo es algo que pensé que podría resultar útil. ¿Estás preparada?
-Sí.
Xena se tomó un momento para volver a comprobar sus cosas... espada, chakram, daga de
pecho, un rollo de cuerda, su látigo y el bastón bifurcado. Mientras tanto, Gabrielle
llevaba su propio bastón y el odre.
-Supongo que tenemos todo lo que necesitamos -entonces sacó el mapa de Elkton y lo
estudió durante un momento antes de meterlo de nuevo-. Vamos -encabezó el camino de
vuelta al sendero y comenzó el ascenso. El viento las golpeaba en ráfagas punzantes tal
como dejaron el cobijo de los árboles, y rápidamente el sendero se hizo más difícil.
Ahora, en vez de simplemente caminar cuesta arriba, se vieron forzadas a trepar sobre
pedruscos cubiertos de nieve y a través de pendientes rocosas, a menudo con un muro de
sólidas rocas a un lado y un precipicio al otro.
Una parte de la mente de Xena estaba ocupada en encontrar su camino y alerta por los
posibles ataques, pero la otra estaba preocupada pensando en otros problemas. Había
resuelto el problema más inminente de que Gabrielle no quisiera subir a la cima e,
irónicamente, lo había resuelto en el mejor estilo de la misma bardo... hablando. Pero
sabía que la solución temporal podría llevar a más problemas más tarde. Lo que había
dicho sobre no saber cómo luchar contra la serpiente era absolutamente cierto, y también
era cierto que acogería con agrado la ayuda... pero lo último que quería era tener a una
Gabrielle enloquecida por la batalla interponiéndose en su camino, o aún peor,
resultando mordida por la serpiente. Xena tenía que encontrar algún modo de mantener a
su amiga lo suficientemente lejos para que estuviera a salvo, pero aún lo bastante cerca
para comer las hojas de kaya tan pronto como la serpiente estuviera muerta. Suponía que,
de tener que hacerlo, podía atarla; pero esperaba que no llegara a eso.
-¡Eh! ¿Podemos descansar un momento? -gritó Gabrielle desde varios pasos atrás.
Xena se detuvo y miró a su espalda, notando que ella misma estaba respirando un poco
fuerte.
-Sí. Buena idea -sentándose sobre una roca cercana. Su compañera pronto la alcanzó y se
dejó caer detrás de ella. Luego ambas bebieron del odre profundamente.
-Éste es un trabajo duro -jadeó Gabrielle-. No puedo creer que estuviera de acuerdo en
subir contigo todo el camino hasta la cima.
-Tampoco puede creer que lo hicieras, pero realmente lo aprecio.
Gabrielle sonrió y se estrechó a si misma bajo la capa.
-Hace fresquito cuando no te mueves, ¿verdad?
-Uh-huh. Probablemente no deberíamos sentarnos aquí durante mucho rato -Xena sacó el
mapa de nuevo.
-¿Estamos casi ahí? -preguntó Gabrielle, esforzándose por ver el pergamino.
-Creo que nos estamos acercando -dijo Xena-. Por lo menos, así lo espero -alzó la vista
hacia el sendero y luego hacia el sol, que justamente comenzaba su viaje hacia el cielo
del oeste-. ¿Crees que ahora puedes continuar? -preguntó.
-Supongo que sí -Gabrielle se puso en pie de mala gana y comenzó a ascender de nuevo.
Rápidamente Xena guardó el mapa y la siguió.
*****
Aproximadamente media hora después, su camino desembocó en un extenso campo de nieve que
ascendía gradualmente, en unos cien pasos o así, hacia un muro de roca.
-¿Y ahora qué? -preguntó Gabrielle, mientras se detenía a recobrar el aliento e
investigar sus alrededores.
-Ahora buscamos una formación rocosa con forma de cabeza de águila -dijo Xena. Sacó el
mapa y lo desplegó-. Como ésta, ¿ves? Elkton trazó un pequeño dibujo de ello.
Gabrielle miró el esbozo y luego al muro de roca.
-Está ahí arriba -señalando.
Xena estrechó la mirada, mirando al punto que Gabrielle había indicado.
-Sí, creo que tienes razón -dijo-. ¡Buena vista! Ahora, pasada la cabeza del águila,
deberíamos encontrar una abertura en las rocas. Ahí hay un pequeño hueco donde la planta
crece.
-De acuerdo, vamos -se pusieron en camino con Gabrielle en cabeza y Xena detrás pero
cerca, sus pasos crujiendo fuerte mientras sus botas quebraban la dura corteza de la
nieve. El recién descubierto entusiasmo de la bardo por su proyecto preocupó algo a Xena,
pero decidió esperar a ver qué pasaba una vez que llegaran a su destino. Si Gabrielle
parecía predispuesta a causar problemas, pensó Xena con una sonrisa sombría, todavía
había la opción de atarla.
Unos pocos minutos después rodearon la base del afloramiento de la cabeza del águila y
se detuvieron cuando llegaron a la abertura en el muro de roca. En un espacio abrigado
de tal vez tres pasos de ancho y cuatro de profundidad, crecía un robusto arbusto. Era
casi tan alto como Xena y el sol, todavía lo bastante alto para arrojar su luz dentro
del hueco de piedra, reveló hojas verde oscuro brillante. Alrededor de la base de la
planta había una alfombra de hierba corta, tan sorprendente su presencia como la del
arbusto de kaya en esta región donde ninguna otra planta podría sobrevivir.
-No veo ninguna serpiente -Gabrielle impacientemente, mientras empujaba a Xena a un lado
y caminaba hacia la planta.
Xena la cogió del brazo y tiró de ella hacia atrás.
-¡No entres ahí! -exclamó-. ¡Te dije que no quiero que resultes herida! -dejó caer el
bastón bifurcado, ciñó un brazo alrededor de los hombros de su amiga y señaló con la
otra mano-. Ahora, mira con atención -en voz baja-. Más o menos a medio camino hacia
arriba, un poco hacia la derecha. ¿Lo ves? Esa es su cabeza. Los ojos son amarillos y el
resto de la serpiente es verde. ¿Ves cómo se enrosca entre las ramas?
-Oh, sí, ahí está -Gabrielle en voz baja-. Está camuflada y no la vi antes.
-Es por eso por lo que tienes que tener cuidado. Podrías haber sido mordida -Xena liberó
su agarre sobre Gabrielle y alzó la cara de la bardo para poder mirar a los ojos verdes-.
Ahora, quiero que te quedes aquí atrás, donde es seguro, pero lo bastante cerca para que
puedas ayudarme si es necesario -dijo-. ¿Puedes hacerlo?
Gabrielle asintió, pero Xena todavía se sentía intranquila.
-Gabrielle, prométeme -dijo- que no te involucrarás en esta lucha a menos que te lo pida.
-¡Pero creía que iba a ayudarte a luchar contra la serpiente! ¡Para eso es para lo que
he subido hasta aquí!
-Puedes ayudar si te necesito, pero sólo entonces. ¿Entendido?
-Sí -Gabrielle a regañadientes.
-Bien -Xena recogió su bastón y lo apoyó contra el muro, luego se quitó la capa y la
dejó en un punto soleado cercano, donde la nieve se había fundido.
-¿Para qué te la estás quitando? -preguntó Gabrielle.
-No quiero que me estorbe -dijo la guerrera, luego se quitó el látigo y el rollo de
cuerda que había llevado enganchado a la cintura y se los tendió a Gabrielle-. Si
pudieras sostenérmelos hasta que los necesite, sería una gran ayuda -añadió.
Entonces se volvió para encarar a su adversario. Ahora la serpiente se estaba moviendo,
la cabeza deslizándose fuera del arbusto de kaya y los anillos del cuerpo siguiéndola,
deslizándose sobre las ramas tan rápida y suavemente como el agua se desliza sobre las
piedras. Xena miraba, extrañamente fascinada, fijándose en el intenso amarillo verdoso
del cuerpo de la criatura, y el modo en que sus escamas brillaban al darles la luz del
sol. Los fríos ojos amarillos con sus pupilas verticales y negras mirando fijamente a la
guerrera intrusa, con una mirada que Xena sólo podía describir como malévola. Pero la
lengua viperina negra que agitaba constantemente en su dirección era la única indicación
de que la serpiente sentía alguna alarma. Tomó una sorprendente cantidad de tiempo para
que toda la longitud de la serpiente se deslizara fuera de las ramas y sobre el suelo de
debajo.
-Caramba -susurró Gabrielle desde un punto cerca del codo derecho de Xena-, es una
grande, ¿verdad?
-Sí, creo que casi de tres pasos de largo -ni siquiera entonces apartaba Xena de ella su
dura, inmutable, mirada. El cuerpo de la serpiente era aproximadamente tan grande como
la parte superior de su brazo, y su cabeza escamosa casi tan grande como la palma de su
mano-. Dame ese bastón con la bifurcación -Xena alargó el brazo para cogérselo a
Gabrielle. Miró rápidamente el tamaño del bastón y luego a la serpiente. Sí, el bastón
serviría, decidió... suponiendo que pudiera atraer a la serpiente hacia una posición
donde pudiera usar el arma para atraparla.
Los dos oponentes se miraron el uno al otro con recelo, mientras la serpiente enrollaba
su cuerpo de forma floja con la que Xena sabía que podía atacar sin previo aviso.
Manteniendo la cabeza erguida, y moviéndola ligeramente de lado a lado, la serpiente
mantenía los ojos fijos en la guerrera, la lengua revoloteando dentro y fuera sin cesar.
Por un rato, Xena permaneció inmóvil, evaluando silenciosamente a este inusual
antagonista. Entonces, en un movimiento rápido, la empujó con su bastón. La serpiente
siseó fuertemente y se deslizó de lado una corta distancia. Xena realizó un segundo
empuje, luego un tercero, mientras cautelosamente avanzaba poco a poco dentro de la
cámara.
Súbitamente, la serpiente atacó, arremetiendo no contra el bastón si no directamente a
Xena. Saltó hacia atrás instantáneamente, pero los letales colmillos aún llegaron lo
bastante cerca como para rozar su canillera. Pinchando hacia abajo con el bastón,
intentó inmovilizar a la criatura contra el suelo, pero ésta retrocedió tan rápidamente
que sólo capturó hierba.
Xena miró de reojo a su compañera.
-Quédate más atrás, Gabrielle -dijo-. Esta cosa tiene una distancia de ataque más larga
de lo que yo pensaba.
-¿Cómo vas a agarrarla para estrangularla?
-Aún no lo sé, pero no te preocupes. Pensaré en algo -caviló por un momento, entonces le
tendió la mano a Gabrielle-. Déjame probar con el látigo -Luego, cambiándose el bastón
a la mano izquierda, sostuvo el mango del látigo en la derecha y sacudió la correa de
cuero. Tendría que tener cuidado ya que un látigo podía derramar sangre y, si esto
pasaba, el juego habría terminado definitivamente. Lentamente, comenzó a hacer
serpentear el látigo adelante y atrás, dentro y fuera de la cámara, poniendo poco a poco
cada vez más longitud del látigo en movimiento. Mantenía la vista sobre la serpiente,
observando su reacción, la cual parecía ser de curiosidad. Los ojos amarillos pronto
comenzaron a seguir los movimientos del látigo, mientras la cabeza verde se alzaba más
para tener una mejor vista. Eso era exactamente lo que Xena quería. Ahora estaba
manejando el látigo en toda su longitud y, en su siguiente movimiento del látigo hacia
el interior de la cámara, le dio un brusco giro en la dirección de su oponente y vio el
cuero enrollarse alrededor del cuello de la serpiente.
En ese momento la serpiente volvió a atacar a la guerrera, con la boca abierta y los
colmillos descubiertos, haciendo la velocidad del ataque que de nueva tuviera que
saltar hacia atrás. Sin embargo, esta vez el reptil falló por mucho su objetivo, y
cuando Xena intentó capturarlo con el bastón, la esquivó de nuevo. Un rápido
deslizamiento hacia un lado y entonces aflojó el látigo, liberándose de él fácilmente.
Xena suspiró con frustración y dio golpecitos con el mango del látigo contra su pierna
mientras consideraba la situación. Su oponente tenía la ventaja de la posición y del
tiempo. La sombra del muro del oeste ya cubría la mitad de la cámara, y al aumentar ésta,
se haría más difícil para la guerrera ver a la serpiente verde sobre la hierba. Xena
sabía que, si fuera necesario, podían regresar al campamento, pasar la noche y volver a
la mañana siguiente para proseguir la batalla. Pero prefería no hacerlo. Quería terminar
con esto ahora, hoy, y dormir con su propia y dulce amante esa noche. Además, con
Gabrielle tan impredecible como era actualmente, no había garantía de que Xena pudiera
convencerla para subir otra vez ahí otro día. No, esperar no era una buena opción. Tenía
que haber un modo de vencer a la serpiente ahora, y estaba decidida a encontrarlo.
Alzando la vista, estudió las paredes de la cámara rocosa. Éstos subían altos y
escarpados, sin salientes o afloramientos. No había ningún sitio hacia donde pudiera
subirse de un salto, incluso ninguno sobre el que pudiera pasar una cuerda. Si las
paredes estuvieran más cerca la una de la otra, podría saltar a una posición por encima
de la serpiente, apoyando un pie en cada lado, pero las paredes estaban demasiado
alejadas para ese ardid. Pensó en dar una voltereta sobre la serpiente, pero el arbusto
de kaya abrazaba el muro de atrás y no habría sitio para aterrizar excepto en el mismo
arbusto, donde las ramas no serían lo bastante fuertes para soportar su peso.
Frunció el ceño, apretando los labios. Una armadura completamente de metal vendría bien
en ese momento, meditó. Incluso un escudo habría sido útil, si sólo hubiera pensado en
comprar o hacerse uno.
-Xena, ¿cuánto tiempo llevará esto?
Perdida en sus pensamientos como había estado, Xena se sobresaltó con el súbito sonido
de la voz de Gabrielle.
-Llevará el tiempo que tenga que llevar -respondió un tanto irritada-. No es algo en lo
que me pueda apresurar. Es demasiado peligroso.
-Bueno, me estoy enfriando. Quizás debería regresar a nuestro campamento y esperarte ahí.
-¡No! -exclamó Xena. Retrocedió desde la entrada de la cámara, a un lugar donde supiera
que estaba fuera del alcance de ataque de la serpiente, entonces se volvió para encarar
a su amiga-. Necesito que estés aquí. Ya estás siendo una gran ayuda, y quiero que te
quedes.
-Dijiste que podría ayudarte a luchar, pero todo lo que he hecho es darte cosas. ¿Qué
tiene eso de divertido?
-Realmente me estás ayudando a luchar, Gabrielle. Sé que no es un tipo muy activo de
lucha, pero éste no es un tipo normal de batalla. Y nunca prometí que tendrías diversión
-añadió con una sonrisa torcida.
Gabrielle puso los ojos en blanco y suspiró.
-Sólo necesito trabajar mi coordinación -dijo Xena-. Si puedo conseguir que la serpiente
se abstenga de atacar, una de estas veces seré capaz de inmovilizarla con el bastón.
-Pero cada vez que ataca, te arriesgas a ser mordida.
-Lo sé, pero es un riesgo que tendré que correr -tendiéndole el látigo a Gabrielle, Xena
se dirigió de vuelta hacia la cámara e inició una serie de empujes con el bastón que
esperaba que incitarían a atacar a su oponente. Pero aunque el reptil siseó y se
escabulló de un lado al otro, no atacó. Xena se movió hacia delante tanto como se
atrevió y luego retrocedió de nuevo en un intento de incitar a la serpiente, pero en
vano-. Así que te estás volviendo lista ahora, ¿eh? -murmuró-. Esperarás hasta que esté
tan cerca que no tengas posibilidad de fallar antes de atacar. Bien, no te daré esa
satisfacción -entonces, saliendo de la cámara, permaneció ahí y se quitó el sudor que,
incluso con ese aire frío, se había formado sobre su frente.
-No es tan fácil como pensaste, ¿verdad? -Gabrielle en un tuno de voz burlón que
irritaba violentamente los nervios de Xena-. Reconócelo -continuó la bardo-, no tienes
ni idea de cómo vencer a esa serpiente. Ares y Hera son demasiado listos para ti. Nunca
conseguirás las hojas de kaya, e incluso aunque lo hicieras, no podrías hacérmelas
comer.
Gabrielle se acercó, pero Xena no respondió, ni siquiera la miró. En vez de eso, miró
fijamente, sin ver, a la planta cuya magia tan desesperadamente necesitaba.
-Más vale que te des por vencida, Xena -dijo Gabrielle-. Más vale que regreses con Ares.
Xena se volvió entonces para mirar a su compañera. El rostro era el de Gabrielle así
como la voz, pero las palabras, las pullas... sabía que venían del mismo Ares.
-Voy a volver a intentarlo con el látigo -Xena tranquilamente y alargando la mano para
cogerlo de la mano de Gabrielle-. Seguiré intentándolo hasta que esté demasiado oscuro
en la cámara, y entonces regresaré y volveré a intentarlo mañana. No me daré por vencida
hasta que esta serpiente esté muerta... o lo esté yo.
Gabrielle la miró fijamente sin hablar, y Xena sostuvo su mirada por unos momentos,
luego se volvió hacia la cámara. Comenzó a manejar el látigo, lenta y metódicamente, sin
ningún plan concreto en mente. Entonces, en un súbito movimiento, envió un latigazo
hacia la cueva, sobre la cabeza de la serpiente. La correa golpeó el arbusto de kaya y
se enrolló alrededor de algunas ramas, arrancando varias hojas.
La serpiente guardiana reaccionó con ruidosos silbidos, agitando su cabeza excitadamente
hacia el látigo.
Animada, Xena repitió la maniobra, entonces la repitió de nuevo. Su oponente,
aparentemente preocupada por la pérdida de hojas de su arbusto, comenzó a agitarse cada
vez más. Su pánico creció con cada nueva lluvia de hojas, hasta que finalmente atacó al
látigo, clavando los colmillos en la correa de cuero. Dando una rápida sacudida, Xena
llevó a la serpiente deslizándola por la hierba hacia ella y apretó el bastón bifurcado
sobre su cuello.
-¡Ajá! ¡Ya te tengo! -con una sonrisa malvada. Entonces, mientras la serpiente comenzaba
a sacudirse y retorcerse en un intento de escapar, dejó caer el látigo y usó ambas manos
para mantener el agarre sobre el bastón. La criatura era sorprendentemente fuerte, pero
Xena estaba resuelta a no dejarla escapar. Siseando, azotó violentamente sus piernas con
su largo cuerpo, enrollándose alrededor de sus tobillos y luego desenrollándose de nuevo.
Pero la guerrera mantuvo el equilibrio, sosteniéndose al bastón con un agarre desesperado,
sabiendo que era sólo cuestión de tiempo que su prisionera se cansara.
Oyó a Gabrielle acercarse, detrás de ella.
-Quédate atrás -advirtió Xena-. Esto aún no se ha acabado.
-¿Puedo ayudarte a matarla?
-No. Es demasiado peligroso. Sólo quédate atrás.
Tras un rato, los movimientos de la serpiente comenzaron a debilitarse. Lentamente, Xena
se puso en cuclillas, siguiendo el bastón con sus manos mientras mantenían una presión
constante. Los fríos ojos amarillos estaban observándola, esperando, lo sabía, que
cometiera el más pequeño error... esperando una oportunidad de atacar. Bueno, eso no
pasaría. Todo lo que tenía que hacer ahora era poner las manos alrededor de la garganta
de la serpiente y apretar. Casi estaba ahí, sus manos ahora cerca de la parte inferior
del bastón, justo encima de la bifurcación. Pero en ese momento, justo cuando estaba
soltando el bastón con la mano derecha para coger a la serpiente, Gabrielle arrancó la
espada de la vaina en la espalda de Xena.
-¡Voy a matarla! -exclamó.
-¡No! -gritó Xena, no atreviéndose a apartar la vista de su prisionera-. ¡Quédate atrás!
-¡Sí! ¡Voy a hacerla trizas!
-¡No, no lo hagas! ¡No uses la espada! -y volviéndose, vio a Gabrielle levantar la hoja
con ambas manos y comenzar a blandirla hacia abajo. Xena levantó su mano derecha y cogió
la muñeca de la bardo para detener el empuje. Pero al hacer eso, su agarre sobre el
bastón resbaló y sintió que la serpiente se liberaba. Empujando a Gabrielle hacia atrás,
se volvió justo a tiempo para ver atacar a la serpiente, sus colmillos clavándose
profundamente en su brazo derecho, justo encima del codo.
Gritó. No pudo evitarlo, el dolor era insoportable. Se extendió sobre ella como una
densa niebla, poniéndole la visión borrosa y haciéndola luchar simplemente para
permanecer consciente. Xena cerró fuertemente sus ojos y después los forzó a abrirse de
nuevo, pero al principio no podía ver nada. Aunque, lentamente, se enfocaron los ojos
amarillos de la serpiente... los ojos amarillos que ahora la miraban con una especie de
éxtasis triunfante, mientras los letales colmillos bombeaban veneno en su brazo.
Sacudiendo bruscamente su cabeza para aclarársela, alzó la mano derecha, agarró la
garganta de la serpiente y apretó. Vertiendo toda la fuerza de la que pudo armarse en
este único acto, apretó con todas sus fuerzas. Luego, mientras sentía los huesos
comenzar a romperse dentro de su apretón, la serpiente retiró bruscamente los colmillos
de su carne. El largo cuerpo verde se revolvió y retorció, pero Xena resistió
inexorablemente. Los ojos amarillos comenzaron a sobresalir y la letal boca se abría y
cerraba espasmódicamente. Sólo tomó un par de minutos para que todo terminara, pero
pareció una eternidad. Entonces hubo un último espasmo y la serpiente yació floja e
inmóvil.
Cuando estuvo segura de que su oponente estaba muerta, Xena se estremeció y dejó caer el
escamoso cuerpo. Sólo entonces se dio cuenta de que el dolor había casi desaparecido de
su brazo derecho. Contempló las dos marcas de colmillos y el líquido verdoso que
rezumaba de ellas. Tocando el lugar con la mano izquierda, no sintió nada. Su brazo
yacía, inútil y pesado, sobre su muslo, como algo que ya no formara parte de ella.
Pero no tenía tiempo para pensar en su brazo ahora. La serpiente estaba muerta y las
hojas de kaya pronto se marchitarían. Volviéndose, vio a Gabrielle de pie a corta
distancia detrás de ella, la espada todavía agarrada por ambas manos y apuntando ahora
a Xena.
-Crees que has ganado porque has matado a la serpiente -Gabrielle en voz baja-,
pero no lo has hecho. Has perdido. Has sido mordida, ¿y para qué? Para nada. ¡Nunca me
harás comer esas hojas! -entonces, tirando la espada, se giró y huyó.
-¡Gabrielle! -gritó Xena, poniéndose en pie-. ¡Espera! -pero la mujer más joven ya
estaba fuera de la vista. Siguiendo rápidamente, Xena dobló el afloramiento de la cabeza
del águila y vio a su amiga huyendo a través del campo nevado en dirección al sendero.
-¡Regresa, Gabrielle! -gritó la guerrera-. ¡No voy a hacerte daño! -pero cuando la única
respuesta fue un aceleramiento del ritmo de la bardo, Xena salió en su persecución.
Bajo circunstancias normales, fácilmente podría haber corrido más que Gabrielle, pero
ahora, con su brazo cayendo inútilmente en su costado, se sentía extrañamente torpe y
sin equilibrio. La nieve hacía la carrera incluso más difícil, ya que cada paso que daba
pasaba a través de la superficie. Y dar las volteretas que habrían incrementado su
velocidad era imposible bajo esas circunstancias.
Así que corrió, intentando forzar tanta velocidad como fuera posible en sus largas
piernas. Entonces, justo cuando comenzaba a ganar algo de terreno, uno de sus pies
resbaló y cayó extendida de bruces sobre la nieve. Empujándose con una mano a una
posición de rodillas, maldijo cuando vio a Gabrielle alcanzar el borde del campo de
nieve. Gabrielle se detuvo brevemente y echó un vistazo atrás, sonrió ante la vista de
su perseguidora caída, luego se volvió y comenzó a bajar por el sendero.
Xena alcanzó con su mano izquierda a descolgar el chakram, tomó puntería y lo arrojó
detrás de la bardo fugitiva. Rebotando contra un pedrusco al lado derecho del sendero,
el disco golpeó con un ruido sordo contra la parte trasera de la cabeza de Gabrielle,
rebotó contra un segundo pedrusco y regresó a la mano de la guerrera. Con el impacto,
Gabrielle cayó hacia delante y yació inmóvil.
-Espero no haberlo lanzado demasiado tarde -murmuró Xena mientras devolvía el arma a su
lugar. Luego, poniéndose en pie, corrió hacia el lugar donde su amante había caído.
-Gabrielle -llamó suavemente, mientras se agachaba junto a su amiga. No había sangre en
la parte trasera de la cabeza de la joven, notó con alivio Xena. Le dio la vuelta a la
bardo y rozó su mejilla-. Gabrielle, ¿puedes oírme? -preguntó.
Hubo un leve gemido y Gabrielle abrió los ojos, luego los cerró de nuevo.
-Bien, sólo estás aturdida -dijo Xena. Levantó a Gabrielle en parte e inclinándose, la
subió sobre su hombro izquierdo-. Perdona por esto -murmuró, mientras se ponía de pie-.
Si tuviera dos buenos brazos, podría llevarte en una posición más cómoda -entonces se
puso en camino de regreso por el campo nevado hacia la cámara.
*****
Para cuando llegó a su destino, Xena estaba sin aliento y sudorosa de nuevo. Apartando
bruscamente a la serpiente muerta de una patada, bajó a Gabrielle al suelo y la colocó
de modo que estuviera sentada con la espalda contra la pared de roca próxima al arbusto
de kaya. Las hojas ya estaban comenzando a marchitarse, notó Xena, mientras cogía un
puñado de ellas y las apilaba en el regazo de Gabrielle. Se sentó mirando a su amante,
alzando la mano para acariciar su mejilla y luego sacudir suavemente su hombro.
-Gabrielle, abre los ojos. Es hora de despertar -dijo.
Gabrielle abrió los ojos de mala gana, y pareció tener algún problema para enfocar.
-¿Xena? -murmuró.
-Sí, soy yo.
-¿Qué ha pasado?
-Te golpeaste en la parte de atrás de la cabeza.
-¿Me golpeé? ¿Con qué?
-No lo sé. Quizás con una roca.
-Duele.
-Lo sé, cariño. Mira, come alguna de estas hierbas. Te harán sentir mejor -entonces,
apretando un par de hojas de kaya con sus dedos, las puso en la boca de Gabrielle-. Sólo
mastícalas y traga. Sé una buena chica. Vamos, mastica.
Gabrielle se la quedó mirando y durante un momento Xena pensó que iba a negarse a
comerlas pero entonces, lentamente, su mandíbula comenzó a moverse.
-¡Eso es! -dijo Xena-. Ahora sólo traga -acarició suavemente la garganta de Gabrielle
hasta que notó tensarse los músculos, entonces examinó profundamente los ojos verdes,
buscando cualquier señal de cambio. Pero no hubo nada.
-¿Cómo te sientes? -preguntó-. ¿Te notas algo distinta?
-No. Todavía duele.
-De acuerdo, vamos a probar un poco más -Xena apretó unas cuantas hojas más y de nuevo
las puso en la boca de Gabrielle. Su voz y sus acciones eran lo bastante calmadas, pero
un temor gélido estaba invadiendo su corazón. ¿Y si, después de todo, la planta no
funcionaba? ¿O y si habían perdido demasiado tiempo y ya había perdido su potencia? Ni
siquiera había pensado en preguntarle a Elkton cuántas hojas necesitaría comer Gabrielle
o cuánto tiempo les llevaría hacer efecto.
Lentamente la bardo masticó y tragó el segundo bocado, se quedó sentada con la mirada
fija durante unos momentos, y entonces repentinamente jadeó. Sus ojos se abrieron
desmesuradamente con pánico y se asió al brazo de Xena con ambas manos. Su respiración
se aceleró y su cuerpo comenzó a temblar violentamente.
-¿Qué me está pasando? -susurró, y la mirada de terror en sus ojos hizo que a Xena se le
helara la sangre en las venas.
-Estarás bien. De verdad, lo estarás -dijo Xena, sin saber si era verdad o no.
Pero Gabrielle no pareció haberla oído. Los ojos verdes se quedaron vacíos, entonces su
cuerpo se sacudió, se tensó y al final se quedó totalmente laxo.
Xena la contempló con sorpresa, su mente rememorando aquel terrible momento en el templo
de Tesalia cuando Gabrielle casi había muerto. Tal vez la bardo había estado en lo
cierto en cuanto a la planta. Quizás, después de todo, era venenosa. Tal vez, al final,
Xena realmente había llevado a su amante todo el trayecto hacia la cima de la montaña
sólo para matarla. Pero no, ¡eso no podía ser! Puso sus dedos sobre la garganta de
Gabrielle y se sintió aliviada de sentir el pulso latiendo todavía ahí, y observando con
atención, pudo ver el pecho de la bardo bajar y subir lentamente. Xena se inclinó hacia
delante, estrechando a la mujer más joven por los hombros y acercándola a su regazo.
Acunando la cabeza rubia sobre su hombro, presionó su boca contra la frente de la bardo
en un tierno beso.
-Gabrielle, vuelve conmigo -suplicó-. ¡Vuelve, por favor! ¡Te amo! ¡Te necesito! ¡Vuelve!
¡Por favor! -la sostuvo con fuerza, meciéndola suavemente, inspirando la fragancia del
pelo dorado.
Y entonces, tras lo que pareció una eternidad, hubo un suave gemido y Gabrielle se movió.
-Gabrielle -dijo Xena.
Los ojos de la bardo se abrieron, pero no alzó la vista. En lugar de eso, alzó una mano
y comenzó a recorrer el diseño del peto de Xena con sus dedos. Fue un roce que traspasó
la armadura y fue derecho al alma de la guerrera. Entonces, tras algunos momentos,
Gabrielle miró a Xena a la cara y sonrió.
-He vuelto -dijo.
La garganta de la guerrera se tensó e, incapaz de hablar, se inclinó y besó los labios
de Gabrielle.
-Me alegra que hayas vuelto -susurró por fin-. Te he echado de menos.
-¿Cómo lo has hecho? ¿Cómo te las has arreglado para hacerme regresar? -preguntó
Gabrielle. Entonces, incorporándose y mirando alrededor, añadió-. ¿Y, en todo caso,
dónde diantres estamos?
Xena suspiró.
-De acuerdo, a ver si lo entiendo. Ahora no recuerdas nada de lo que pasó después de
que Ares te drogara, ¿correcto?
-Bueno, en todo caso, nada después de aquella noche cuando en tu sueño. Después de que
fuera encerrada en esa jaula, no podría decir que más pasó.
-¿Pero has recuperado tus otros recuerdos?
-¡Sí! ¡Lo recuerdo todo! Excepto dónde estamos ahora y cómo llegamos aquí.
Xena sonrió.
-Estamos en la cima de una montaña próxima a la aldea de Elkton -dijo-. Salimos temprano
esta mañana, ascendimos hasta que recorrimos todo el camino hasta aquí, luego maté a una
serpiente, te hice comer las hojas de ese arbusto de kaya de ahí, recuperaste tus
recuerdos y ésa es más o menos la historia completa.
Gabrielle frunció el ceño y contempló el arbusto de kaya.
-¿Comí algunas de esas hojas marchitas, con aspecto de muertas? -preguntó.
-Bueno, no estaban marchitas en ese momento.
-¿Y mataste a una serpiente? ¿Esa grande, fea y verde de ahí? ¿Cómo la mataste?
-Esa es una larga historia -rozando Xena suavemente la mejilla de Gabrielle-. Te la
contaré en el camino de vuelta a nuestro campamento -alzó la vista hacia la sombra sobre
la alta pared de roca-. Se está haciendo tarde, y tenemos que movernos.
-De acuerdo -dijo Gabrielle. Comenzó a levantarse, pero entonces se detuvo, una
expresión perpleja en su cara-. Xena, ¿por qué no usas tu otro brazo? ¿Estás herida?
-No, estoy bien... quiero decir... lo cierto es que no duele, pero... la serpiente me
mordió.
-¿Te mordió? Déjame ver.
Xena vaciló por un segundo, luego agarró su brazo derecho con la mano izquierda y lo
llevó hacia delante.
-¿No puedes moverlo? -preguntó Gabrielle extrañada.
-No. Está paralizado. Elkton me contó que si era mordida en un brazo o una pierna,
perdería el uso de ese miembro.
Gabrielle se deslizó del regazo de Xena y se arrodilló a su lado, tomando el laxo brazo
suavemente en sus manos.
-¿Dónde está...? Oh, ya veo -pasó sus dedos suavemente sobre la herida-. Parece que esos
colmillos fueron muy adentro -echando un vistazo a la cara de Xena-. ¿Pero no te duele?
-Bueno, lo hizo al principio, pero ahora no.
Gabrielle estudió el brazo por unos momentos, palpándolo aquí y allí.
-No parece estar muy hinchado -dijo finalmente-, Pero, ¿no crees que deberíamos quitarte
los brazaletes? Por si acaso se hincha más tarde.
-Sí. Esa es una buena idea.
Gabrielle deslizó el brazalete del antebrazo hasta el inicio de la mano de Xena, luego
movió con cuidado la tira de la parte superior del brazo sobre las marcas de colmillo.
-¿Te estoy haciendo daño? -preguntó.
-No, Gabrielle. No puedo sentir nada en este brazo.
-¿Nada de nada?
-Nada -respondió Xena en voz baja.
Gabrielle terminó de quitar la protección del brazo y luego alzó la vista, su
preocupación escrita claramente en su cara.
-¿Dijo Elkton si el efecto de la mordedura sería permanente?
-Bueno, no dijo eso exactamente, pero creo que era lo que quería decir.
-¡Pero, Xena, éste es tu brazo derecho! ¿Cómo lucharás?
-Oh, me las arreglaré. Tomará un tiempo acostumbrarse, pero siempre he sido capaz de
usar una espada y de lanzar mi chakram con la izquierda. De hecho -Xena, sonriendo-,
cuando te lancé mi chakram hace un poco, di en el blanco. Y si no estoy equivocada,
ahora tienes un chichón bastante grande en la parte trasera de la cabeza.
Gabrielle la miró con sorpresa y palpó con cuidado la parte posterior de su cabeza.
-Así que es por eso por lo que me duele la cabeza -dijo-. Pensé que era sólo la droga al
pasarse el efecto. Ya sabes, como cuando comí aquel pan de nueces, ¿recuerdas?
-¿Cómo podría olvidarlo? -Xena, tomando una de las manos de Gabrielle entre las suyas-.
Aunque qué agradable es que tú también lo recuerdes.
-¿Pero por qué me golpeaste con tu chakram?
-Porque estabas huyendo.
-¿Huyendo? ¿Por qué?
-Pensaste que quería envenenarte con las hojas de kaya.
Gabrielle lo consideró por un momento.
-¿Por qué pensaría eso? -preguntó.
-Te lo contaré más tarde. Ahora mismo tenemos que salir de esta montaña.
-De acuerdo -mientras la bardo se ponía en pie-. ¿Regresaremos a la casa de Elkton esta
noche?
-No, iremos de regreso, justo pasada la línea de árboles, a donde dejamos a Argo y
nuestras cosas -Xena se puso en pie y se sacudió la hierba y la nieve del cuero.
-Xena -Gabrielle moviéndose hasta estar delante de la guerrera-. Creo que el no ser
capaz de usar ese brazo es un desafío mayor de aquellos a los que te has enfrentado.
Tiene que haber un modo de curarlo. Quizás Elkton sepa cómo revertir la fuerza del
veneno. O, si él no lo sabe, entonces tal vez Nicklio...
-Gabrielle, escúchame -Xena en voz baja, y dejó su mano sobre el hombro de su amiga-.
Estaba completamente preparada para dar mi vida, si era necesario, para salvarte. Así
que, si la única cosa que tengo que perder es un brazo, entonces es un precio pequeño a
pagar -puso su brazo alrededor de Gabrielle y la acercó-. Simplemente estoy tan contenta
de tenerte de vuelta. Espero que sepas cuánto te amo.
-Lo sé -susurró Gabrielle contra el pecho de Xena. Entonces estrechó sus brazos
alrededor de la guerrera en un feroz abrazo.
Xena sabía que debían comenzar a bajar por el sendero, pero se sentía tan bien el
sostener a su amante de nuevo, incluso si sólo podía hacerlo con un brazo. Se inclinó y
besó la mejilla de Gabrielle, y entonces sus labios se juntaron en un suave beso que
pronto se profundizó. Fue difícil separarse, pero lo hizo al final.
-Realmente tenemos que irnos -dijo en voz baja.
-Sí, lo sé -se separaron y Gabrielle bajó la vista por un momento, luego miró a Xena-.
¿Cómo he llegado a llevar capa y tú no? -dijo-. ¿No tienes frío?
-La mía está ahí -Xena señalando a donde había dejado la arrugada prenda-. Me la quité
para que no me estorbara mientras estaba luchando contra la serpiente.
-Vale, te la cogeré.
Mientras tanto, Gabrielle caminó hacia el punto donde yacía su espada. Al inclinarse
para recogerla, su brazo derecho se balanceó hacia delante, recordándole su inutilidad.
Se enderezó con un pequeño suspiro. Simplemente habría de acostumbrarse a ello, eso era
todo. Luego, alzando la espada, intentó meterla en la vaina que había sido colocada para
el uso de la mano derecha.
-Mira, déjame ayudarte con eso -Gabrielle después de observarla por unos momentos.
-De acuerdo -Xena de mala gana.
-Sólo tenemos que colocarla para que puedas usarla con la otra mano -la bardo
alegremente. Desenganchó la vaina, la recolocó, y la fijó de nuevo con la abertura
detrás del hombro izquierdo de Xena-. Inténtalo ahora -dijo.
Aún fue un poco difícil, pero después de un par de intentos, Xena tuvo su espada
recogida.
-¿Ves? Esto funciona -dijo Gabrielle-. También podemos mover el gancho de tu chakram
hacia el otro lado. ¿Quieres que lo haga?
-De momento no. Pero hay algo más que puedes hacer por mí antes de que comencemos a bajar
por el sendero.
-¿De qué se trata?
-Coge algo de esa cuerda y átame el brazo.
-¿Atarte el brazo? ¿Qué quieres decir?
-Así -usando Xena la mano izquierda para sostener el brazo derecho a través de su
abdomen-. De esta manera no estará colgando todo el rato. Me hace perder el equilibrio.
-Oh... de acuerdo. Ya veo -Gabrielle cogió la cuerda y comenzó tratando de imaginar cómo
atar el brazo de Xena-. Es algo extraño -con una tentativa de sonrisa-. Atarte, quiero
decir.
-Sí, es más o menos pervertido, ¿no? -fue dicho como una broma, pero ninguna de las dos
se rió. Sus ojos se encontraron y sostuvieron por un momento, y entonces Gabrielle se
volvió rápidamente hacia el nudo que estaba atando. Cuando hubo terminado, puso la capa
alrededor de los hombros de Xena y la fijó. Luego, caminando hacia donde yacía la
serpiente muerta, permaneció contemplándola. También Xena le dio una última mirada a su
oponente, luego se inclinó para recuperar su látigo.
-Mira, yo puedo llevar eso -y rápidamente Gabrielle enrolló la correa de cuero alrededor
de su cintura. Luego recogió su bastón y el odre-. Muy bien, ¿lo tenemos todo? -preguntó-.
¿Qué hay acerca de ese bastón bifurcado? ¿Es tuyo?
-Simplemente déjalo -y Xena se movió hasta estar delante de su amante-. Gabrielle
-esperando hasta que la bardo alzó la vista hacia ella-. No quiero tu compasión. Creo
que puedo tomar cualquier cosa de ti excepto ésa.
-Lo sé -contestó Gabrielle, mordiéndose el labio-. Es sólo que me siento tan...
responsable.
-No eres responsable, y no quiero que pienses que lo eres. Conocía los riesgos que había
y elegí tomarlos. Soy la única que es responsable.
Gabrielle asintió y apartó la mirada.
-Tenemos que irnos -dijo-. Y tú tienes que contarme la historia de cómo mataste a la
serpiente.
-Muy bien, lo haré -contestó Xena con una sonrisa. Se dirigió el camino fuera de la
cámara y comenzaron a atravesar el campo nevado juntas.
Continuará...