Site hosted by Angelfire.com: Build your free website today!

Notas de la traductora:
Si deseáis mandar vuestros comentarios a la autora del fic, por favor, tened en cuenta que es de habla inglesa.
Aún cuando he tenido que cambiar algunas palabras o expresiones, adaptándolas al español, de modo que no sonaran raras o malsonantes, he procurado en todo momento mantener el sentido que le dio la autora.
No obstante, si alguien cree que he cometido algún error en la traducción no dudéis en comunicármelo en kayra_de_arcadia@latinmail.com
Bueno, aquí os dejo con el fic traducido, espero que disfrutéis con su lectura tanto como yo lo hice traduciéndolo. ^^


DISCLAIMERS: Los personajes de Xena y Gabrielle, junto con otros que hayan aparecido en la serie de televisión XENA: La PRINCESA GUERRERA, son propiedad exclusiva de MCA/UNIVERSAL y Renaissance Pictures. Su uso en esta historia no constituye un intento del autor de conseguir un beneficio o de infringir en modo alguno el copyright existente. La interpretación de los personajes en esta historia es simplemente obra del autor. El copyright de este fanfiction pertenece a Eva Allen, Marzo de 1998.
Las críticas constructivas y/o las puras alabanzas son siempre bienvenidas. Escribidme a emallen@earthlink.net.
ESTÁIS AVISADOS: Esta historia incluye la representación de sexo entre dos mujeres adultas y con consentimiento mutuo. Si esto te ofende, por favor encuentra otra cosa para leer.
ADVERTENCIA DE VIOLENCIA: No más que en el promedio de un episodio de XWP.

Titulo Original: Mountain Quest


LA BÚSQUEDA DE LA MONTAÑA

Por Eva Allen
Traducción: Kayra

PRIMERA PARTE

-Bueno, ahí está la ciudad -dijo Xena mientras detenía a Argo sobre la cresta de la colina.

Gabrielle, que había estado montando con la cabeza apoyada contra la espalda de la guerrera, dormida, como Xena sospechaba, se enderezó para echar un vistazo.

-Es bastante grande -comentó.

-Sí -dijo Xena-. Aquí podemos conseguir provisiones y, ya que tenemos toda la tarde por delante, tendremos tiempo de viajar una o dos leguas más antes de acampar.

-Uh, huh -la bardo pensativamente. Entonces pasó sus dedos suavemente por el brazo de Xena-. O, si conseguimos una habitación en la posada, tendríamos tiempo de tomar un baño y hacer el amor antes de cenar.

Xena giró la cabeza desde la silla para mirarla.

-¡Tomar un baño! -exclamó-. ¡Tomamos un baño hace dos días!

-Sí, pero eso fue en un lago frío. Estoy hablando de tomar un baño de verdad, en una tina con agua tibia. Y, tal vez -añadió, deslizando sus manos bajo el pelo de Xena para masajear suavemente la espalda y cuello de su amante-, alguien se ocupe de lavarte la espalda.

-Hmm. Estás empezando a tentarme. Pero no sé si podemos permitirnos una habitación y además las provisiones -Xena se sacó el monedero del escote y rápidamente miró su contenido-. Tengo siete dinares. ¿Cuánto tienes tú?

Gabrielle estaba ya contando las monedas de su propio monedero.

-Quince -anunció-. Debería ser suficiente.

Xena sonrió y guardó su monedero mientras instaba a Argo hacia delante.

-Así que crees que necesito un baño, ¿verdad?

-Sí -Gabrielle, estrechando apretadamente los brazos alrededor de la guerrera y recostando la cabeza contra su hombro-. Apestas tanto que apenas puedo estar a tu lado.

-Bien, ya lo veo. Pero, ¿cómo has terminado con tantos dinares?

-Contando historias.

-Sí, pero no has contado ninguna durante un par de semanas.

-No, pero he estado ahorrando.

-Seguro. Me dejaste comprar toda la comida. Así es como te las arreglas para ahorrar tanto -Xena llevó la mano atrás y estrujó con fuerza el muslo de Gabrielle.

-¡Ay! -gritó la bardo, retirando la mano de Xena-. ¡Mejor ve con cuidado o no tendrás la espalda lavada!

Xena se rió y palmeó la pierna de la mujer más joven.

-¡Ooh, esa fue una amenaza malvada! ¡Creo que me comportaré desde ahora! -dijo.

-Lo harás si sabes lo que te conviene. Pero de todos modos -continuó Gabrielle-, estaba ahorrando para algo agradable para ambas, como una noche en una posada, por ejemplo. No es que fuera a gastar todo ese dinero en mí.

-Lo sé. Es sólo que me gusta hacerte pasar un mal rato.

Escuchó reír a Gabrielle y sintió el cálido peso de la bardo contra su espalda mientras Argo las transportaba ladera abajo hacia la ciudad. La idea de sus planes le puso en la cara una sonrisa tan grande que enseguida se dio cuenta que estaba atrayendo las miradas de la gente de la calle. Oh, bueno, no hizo caso. Les dejó pensar lo que quisieran.

En la posada, las dos mujeres desmontaron.

-Ve dentro y mira de conseguirnos una habitación -dijo Xena-. Yo comenzaré a descargar nuestras cosas.

Gabrielle volvió al poco rato.

-Está en el piso de arriba, la segunda puerta a la derecha -dijo-. Y hay una tina que podemos usar.

-De acuerdo, puedes llevar las cosas dentro y llevaré a Argo al establo.

Cuando, unos minutos después, se reunió con Gabrielle en la habitación fue recibida con un fuerte abrazo y un beso.

-¿Qué te parece? -preguntó la bardo, señalando la habitación.

-¿Cuánto ha costado? -preguntó Xena, inspeccionando los alrededores. Era más grande que algunos sitios donde habían estado. Hasta la cama era lo bastante grande como para que dos personas durmieran cómodamente, y había además para lavarse las manos y una pequeña mesa con dos bancos. Una ligera brisa entraba a través de la ventana que daba a la calle.

-Cinco dinares.

-No está mal. ¿Dónde está la tina?

-Está abajo, pero el posadero ha dicho que podríamos traerla aquí. Podemos obtener agua caliente de una olla grande sobre el fuego de la cocina, y agua fría del pozo de atrás.

Xena enarcó una ceja y se sentó sobre la cama a la espera de la propuesta que sabía que llegaría.

-Te propongo un trato -dijo Gabrielle-. Si traes la tina, y la mitad del agua, traeré la otra mitad, dejaré que te bañes primero, y te lavaré la espalda. ¿Qué tal?

-No lo sé -meditó Xena-. Esa tina seguro que pesará mucho. No estoy segura de que sea suficiente recompensa por mis esfuerzos. ¿Esa es tu mejor oferta?

-De acuerdo, te lavaré por delante así como por detrás.

-Eso suena mejor.

-Y tu pelo.

-De acuerdo, trato hecho.

*****

Un poco más tarde, Xena estaba en la habitación quitándose la armadura, las botas el cuero y recogiéndose el pelo. Gabrielle estaba todavía abajo rellenando la olla de la cocina con agua del pozo. Después de probar prudentemente el agua del baño con un pie, Xena se introdujo en la tina y se sentó. El agua estaba algo más caliente de lo que creía, pero de esta manera había una mejor probabilidad de que aún estuviera caliente para Gabrielle después. La tina de madera, que había parecido tan grande cuando Xena estaba subiéndola por las escaleras, ahora parecía pequeña para su largo cuerpo. Pero, sentándose con las rodillas curvadas, fue capaz de deslizarse lo bastante como para apoyar la parte posterior de la cabeza contra el borde de la tina. El calor del agua hizo que su piel hormigueara y se enrojeciera. Cerró los ojos. Coger esta habitación había sido una buena idea, decidió. Si hubiera estado viajando sola, nunca habría pensado en ello. En este sentido Gabrielle era buena para ella; de hecho, en muchos sentidos. ¿Quién habría imaginado nunca que aquella chica joven que la siguió hasta Amphipolis se convertiría en una parte tan vital de su vida?

La puerta se abrió y cerró de nuevo y Gabrielle cruzó la habitación hasta la tina.

-¡Ah! Mi asistente de baño personal ha llegado -murmuró Xena.

-Sí, aquí estoy. ¿Dónde está el jabón? -preguntó Gabrielle.

Xena abrió los ojos lo bastante como para mirar alrededor.

-Oh, bueno, debí haberme olvidado de sacarlo de la alforja -dijo.

-¿Y las toallas?

-Lo mismo.

Con un pequeño suspiro, Gabrielle se volvió y fue hacia el montón de sus pertenencias, donde Xena la escuchó hurgar durante unos momentos. Al volver, la bardo se arrodilló delante de Xena, bañó las manos en el agua y las enjabonó.

-Incorpórate, mi amor, para que pueda alcanzar tu espalda -dijo y la guerrera accedió.

Las manos de Gabrielle se notaban tibias y calmantes mientras se deslizaban por su piel, y la guerrera respiró larga y lentamente. Entonces, suavemente, los dedos de la bardo comenzaron a masajear su cuello y hombros.

-Xena -dijo Gabrielle después de un momento-. ¿Estás preocupada por algo? Tus músculos se notan muy tensos.

Xena abrió los ojos.

-No, no estoy preocupada -respondió automáticamente-. ¿Qué habría de preocuparme?

-No lo sé. Por eso te lo pregunto. Obviamente estás tensa por algo. Puedo notarlo en tu cuello y hombros. Vamos, Xena, puedes decírmelo. Sabes que no me gusta cuando me guardas secretos.

-Lo siento. No estoy tratando de guardar secretos. Lo cierto es que no se por qué estoy preocupada. He estado teniendo esta sensación de que algo malo va a pasar, pero no se qué o cuándo.

Gabrielle estuvo callada durante un momento, entonces preguntó:

-¿Cuánto hace que te sientes así?

-Hace un par de días, ahora.

Entonces de nuevo hubo silencio mientras las manos de la bardo continuaban trabajando para relajar los tensos músculos.

-Bien, veámoslo de esta manera -dijo entonces Gabrielle-. Si algo iba a pasar hoy, es probable que ya haya pasado, mientras estábamos viajando. Ahora estamos a salvo aquí, en la posada, ¿así que por qué no intentas relajarte un rato? Puedes empezar a preocuparte de nuevo mañana.

-Me parece una buena idea -Xena con una sonrisa. Entonces cerró de nuevo los ojos y se rindió al placer del toque de Gabrielle.

Los dedos de Gabrielle no tardaron en hacer desaparecer la tensión.

-¿Te sientes mejor ahora? -preguntó Gabrielle tras un par de minutos.

-Sí. Como un tazón de papilla -dijo Xena-. Ya sabes que probablemente podrías conseguir un montón de dinero vendiendo tu secreto a mis enemigos.

-Mmm, qué buena idea -murmuró Gabrielle mientras besaba la oreja de Xena. Entonces, enjabonándose de nuevo las manos, las deslizó sobre el pecho y los senos de la guerrera, deteniéndose para dejar que sus dedos circulasen las oscuras areolas y atormentasen suavemente los pezones.

Xena contuvo el aliento y sintió sus pezones endurecerse. Se reclinó contra su amante y alzó la vista por el pelo que le rozaba suavemente la cara.

-¿Qué dijiste que íbamos a hacer después de esto? -preguntó.

-Hacer el amor -susurró Gabrielle, mientras una mano se deslizaba bajo el agua y encontraba el punto de placer entre las piernas de la guerrera.

Xena dejó que sus rodillas cayeran abiertas mientras dulces sensaciones fluían a través de su cuerpo.

-Oh, sí -dijo-. Ahora recuerdo.

Sin embargo, las manos de Gabrielle persistieron sólo por unos momentos antes de proseguir a enjabonar las piernas de Xena.

-¡Eh! -la guerrera, incorporándose tan repentinamente que echó agua fuera de la tina-. ¡Creo que hay algunas partes que podrían recibir un poco más de atención!

-Oh, más tarde tendrán atención más que suficiente -contestó Gabrielle con una sonrisa-. Ahora mismo estoy intentando bañarte y sacarte de la tina antes de que el agua se enfríe.
-Bien, es bueno tener prioridades, creo.

-Me alegro de que puedas verlo de esa manera. Ahora inclínate para que pueda lavarte el pelo -desató los oscuros mechones y Xena se los sacudió, dejándolos caer al agua. Gabrielle usó uno de sus tazones para verter agua sobre la cabeza de la guerrera, entonces rápidamente le enjabonó y enjuagó el pelo.

-Muy bien, estás lista -dijo-. La toalla está en el suelo, a la derecha de la tina. Voy a comenzar a desnudarme.

Xena se escurrió el agua del pelo, entonces buscó a tientas la toalla de lino y se la enrolló alrededor de la cabeza. Su turno en la tina había terminado, pero no le apetecía nada abandonar la apacible calidez del agua.

Gabrielle, ahora desnuda, regresó por la habitación y permaneció delante de la tina con las manos en las caderas, expectante.

-Te olvidaste de hacerme los pies -Xena, sacando una larga pierna del agua y prácticamente pateando a Gabrielle en la cara.

-¡Bueno, así que lo hice! -la bardo tomó el tobillo de Xena en una mano y pasó suavemente las uñas de la otra mano a lo largo de la parte inferior de su pie.

Xena arqueó una ceja y observó tranquilamente hasta que Gabrielle lo dejó con frustración.

-No tienes cosquillas en absoluto, ¿verdad?

-Nop, y este hecho también solía cabrear a mis hermanos. De hecho, Lyceus era el único de nosotros que tenía cosquillas. Me temo que a veces Toris y yo torturábamos despiadadamente al pobre chico -sonrió de manera agridulce.

-Bueno, Lila y yo teníamos ambas cosquillas, por lo que estábamos bastante igualadas -dijo Gabrielle. Luego besó el dedo gordo de Xena y liberó su pie-. Ahora sal de aquí, es mi turno.

Xena se levantó de mala gana y salió goteando de la tina. Desenrollándose la toalla de la cabeza, comenzó a secarse mientras se dirigía lentamente hacia la cama. Volvió la vista para ver a Gabrielle pasar a la tina y sentarse.

-¿Está suficientemente caliente? -preguntó Xena.

-Está perfecta.

-Uh, huh. Eso es lo que pensaba también antes de ser forzada a salir.

Gabrielle rió y Xena dobló la ahora húmeda toalla sobre sus piernas.

-Necesitamos conseguir una o dos toallas más -dijo-. Éstas no son lo bastante grandes como para secar tu cabello además de todo tu cuerpo.

-Sí, lo sé. Quizás podamos comprar algunas mañana cuando vayamos a conseguir provisiones.

Xena se dirigió a la ventana y colgó su toalla sobre el alféizar, entonces se sentó en el borde de la cama y observó a su amante esparcirse agua sobre los brazos y el pecho.

-Es una pena que no te consiguieras un asistente de baño como hice yo -comentó.

-Oh, creo que puedo apañármelas bastante bien sin uno -dijo Gabrielle. Se enjabonó las manos y comenzó a acariciarse los senos, levantándolos y tocándolos en círculos, provocando lánguidamente la dureza de sus pezones.

Xena sintió acelerarse su respiración y se encontró con que no podía apartar la vista de la bardo. Intentó seguir sentada, pero el deseo de tener sus propias manos haciendo lo que las de Gabrielle pronto resultó demasiado intenso. Levantándose, se dirigió hacia la tina y se arrodilló al lado de ésta. Luego, inclinándose, cubrió la suave boca de su amante con la suya, notando los labios separarse para permitir la entrada a su lengua. Sumergió una mano en el agua de la tina y comenzó a acariciar los senos de Gabrielle.

-Quizás pueda ayudarte un poco -murmuró, rompiendo el beso sólo lo suficiente para hablar.

La bardo gimió suavemente y dejó caer sus manos al agua.

-Eres muy amable al ayudar -dijo cuando terminó el beso.

-El placer es todo mío -susurró Xena antes de morder ligeramente un lóbulo.

-Nada de eso -respondió Gabrielle y sonrió-. No olvides que estoy tomando un baño aquí. La parte de hacer el amor vendrá después.

-Oh, sí. Casi lo olvido.

Xena apartó el agua de los senos de Gabrielle para enjuagarlos y luego deslizó su mano entre las piernas de la bardo. Fue recompensada con un estremecimiento de placer de su amante.

-No se por qué me molesté en secarme -dijo-. Me estás mojando toda de nuevo.

-Oh, ¿te he salpicado?

-No esa clase de humedad, tonta.

Gabrielle sonrió y alzó los goteantes brazos para acercar a Xena para otro beso.

-¿Quién se está olvidado del baño ahora? -rió Xena.

-De acuerdo, sólo lávame la espalda y el pelo y estoy lista. Luego podemos seguir con lo bueno.

Unos minutos después, Gabrielle se levantó de la tina con el pelo envuelto en una toalla. Xena cogió una manta del montón de sus pertenencias y envolvió a su amante en ella. Entonces, levantándola, la llevó hasta la cama y la dejó.

-Ahora tendremos que dormir bajo mantas húmedas -dijo Gabrielle.

-¿A quién le importa? -respondió Xena mientras se colocaba cuidadosamente sobre la cama. Abrió la manta y besó el camino hacia los suaves senos. La piel de la bardo estaba cálida y húmeda, casi humeante por el baño. Xena apartó la manta de en medio, buscando sentir su propia piel contra la de su amante. Entonces, tomando un pezón en su boca, comenzó a succionar suavemente, notando los dedos de Gabrielle ahora en su pelo enmarañado.

-Se siente tan bien, Xena -susurró la bardo-. No creo poder esperar mucho. ¡Deseo tanto que me toques que casi no aguanto más!

-Mmm, ¿de veras? -dijo Xena. Desplazó el cuerpo a un lado y deslizó su mano sobre el estómago de Gabrielle para acariciar el montículo de vello rizado. Luego, mientras sus dedos entraban en el lugar caliente y húmedo, sintió retorcerse a su amante y escuchó su respiración acelerarse.

-Debes estar en peor forma que yo -dijo Xena.

Gabrielle levantó la cabeza para mirar a la guerrera.

-Si te colocas en una posición en donde pueda alcanzarte, podemos hacerlo juntas -dijo.

-De acuerdo -murmuró Xena-. Creo que puede arreglarse -un momento más tarde gritó al sentir los dedos de Gabrielle entrar en ella. Respondió deslizando los propios en el centro de placer de su amante; sabía que masajeando los puntos erógenos obtendría un gemido. Éste no tardó en llegar.

-¡Xena, te amo tanto!

-Yo también te amo -jadeó Xena, mientras sentía el comienzo de su orgasmo. No creía que pudiera retenerlo, era muy fuerte-. Ya casi estoy -exclamó-. ¿Y tú?

-¡Sí! ¡Sí! Yo...

Xena presionó su propio cuerpo convulso contra el de Gabrielle, enterrando la cara en el pelo rubio para sofocar sus gemidos. Cuando éste terminó, se aferraron la una a la otra, sudorosas y felices, esperando a que sus respiraciones se normalizaran.

-Eso fue increíble -dijo Gabielle-. E increíblemente rápido.

-Sí, debía de haber algo en el agua de la tina -Xena con una sonrisa. Entonces se apoyó en un codo y miró fijamente la cara de su amante. Quería hablar, quería transmitirle de algún modo a Gabrielle toda la emoción que llenaba su corazón en ese momento, pero sentía tensa la garganta y no le salían las palabras. Alejó delicadamente un húmedo y rubio mechón de pelo de los ojos de Gabrielle y entonces besó con suavidad su frente, párpados, mejilla y boca.

-Gabrielle -susurró-. Nunca había amado tanto a nadie. Lo juro.

-Lo sé. Tampoco había amado nunca antes así a nadie.

Xena besó a Gabrielle de nuevo en la boca y luego bajó por su garganta y a través de su clavícula.

-¿Sabes? -tras unos momentos-. Tengo algo de hambre.

-¿Te quieres vestir para cenar?

-No. Todavía no. No es la clase de hambre a la que me refería.

-Oh, bueno, tal vez halla algo por aquí que te satisfaga.

-Sí, creo que puedo encontrar algo -murmuró mientras bajaba más por el cuerpo de su amante. No llevó mucho tiempo que Gabrielle tuviera otro clímax, y después las dos yacían sosteniéndose la una a la otra de nuevo.

-Date la vuelta -Gabrielle unos minutos después-. Prometí darte algo de atención extra después de tu baño, ¿recuerdas?

-¿Cómo podría olvidarlo?

Pero justamente había comenzado con los senos de la guerrera cuando llamaron a la puerta. Las mujeres se quedaron inmóviles y se miraron la una a la otra. Xena alcanzó el borde de la manta, esperando poder colocarla sobre ellas si alguien abría la puerta.

-¡Eh! ¿Ya habéis terminado con la tina? -gritó un hombre desde el pasillo-. ¡Tengo a un tipo abajo que quiere usarla!

-Es el posadero -murmuró Gabrielle, entonces gritó-. Sí, hemos terminado. La bajaremos en unos minutos.

-¡De acuerdo, pero no tardéis mucho!

Escucharon en silencio los pasos que se retiraban, entonces Xena suspiró.

-Bueno, tal vez será mejor que sigamos con esto en otro momento. Sólo recuerda quien estaba haciendo qué a quien.

-Si quieres podemos seguir adelante y terminar ahora.

-No, no creo que pudiera concentrarme... ¡Estaría preocupándome acerca de bajar esa maldita tina por las escaleras!

-De acuerdo, entonces. Te debo una -Gabrielle salió de la cama y comenzó a buscar su ropa.
-No te preocupes. No lo olvidaré.

*****

-¡Mira, Xena! ¡Allí hay un bardo contando historias!

Se pararon en la entrada de la taberna del piso de abajo. Xena se esforzó por mirar a través de la humeante luz de la antorcha hacia donde Gabrielle estaba señalando. En el otro extremo de la habitación un joven estaba sentado sobre un taburete alto, hablando a los que estaban sentados en mesas cercanas. Incluso a esa distancia, era fácil ver por los gestos de su mano que estaba en plena narración de un relato.

-¿Podemos sentarnos cerca de allí para que podamos escuchar? -preguntó Gabrielle.

-No se me ocurriría sentarme en ningún otro sitio -Xena con una sonrisa. Siguió a su compañera a través de la habitación y encontraron una mesa cerca del bardo. Era un hombre joven, de pelo rojizo y rizado que lucía bigote y perilla. Sus ojos, de un profundo color azul verdoso, brillaban con intensidad mientras hablaba. Las dos mujeres escuchaban, fascinadas, un relato de la lucha entre los dioses y Los Titanes. El posadero les llevó comida y vino, pero Xena prestó poca atención a lo que estaban comiendo, tan absorta estaba por la historia.

-Es realmente bueno, ¿verdad? -susurró con emoción Gabrielle cuando terminó la historia.

Xena asintió.

-Habla acerca de los dioses como si los conociera personalmente -dijo-. Es asombroso.

Siguió otra historia, ésta acerca de Hades y el rapto de Perséfone. Xena miró alrededor y vio que la multitud de oyentes estaba creciendo; la gente asentía y sonreía mientras escuchaba contar los conocidos relatos de un modo ligeramente nuevo.

-Pidámosle que se reúna con nosotras cuando tenga un descanso -dijo Gabrielle mientras aplaudían la segunda historia-. Me gustaría mucho conocerle y hablar con él acerca de la narración de historias.

-Seguro que acepta -dijo Xena-. ¿Te has dado cuenta de cómo te miraba fijamente?

-Mira a todo el mundo, Xena. Así es cómo relata a su audiencia.

-Lo sé, pero te miraba más a menudo que a ningún otro. Debe creer que eres una gran admiradora.

-Bueno, lo soy. Es realmente bueno. Ojalá pudiera narrar historias tan bien.

-Puedes, Gabrielle -respondió Xena ferozmente-. Eres, en todos los aspectos, tan buena como él. Tu estilo es diferente, eso es todo.

Gabrielle miró dudosa y comenzó a hablar, pero se detuvo al darse cuenta de que comenzaba la siguiente historia. Ésta hablaba acerca de Atenea y su hermanastro Perseo, y de cómo mataron a Medusa. Cuando finalizó su narración, el joven anunció que continuaría después de un corto descanso. Algunas personas se adelantaron para felicitarle y ofrecerle monedas, que aceptó gentilmente. Entonces, acorde a la predicción de Xena, se dirigió hacia su mesa.

-Quiero darle un dinar -Gabrielle, mientras sacaba el monedero. Cuando se detuvo al lado de su silla, le tendió la moneda, sonriendo alegremente-. ¡Eres un narrador de historias maravilloso! -exclamó.

-Gracias -devolviéndole la sonrisa-, pero guárdate tu dinar. Para mí es suficiente recompensa el tener una oyente tan apasionada en mi audiencia.

-Por lo menos déjanos comprarte algo de vino -dijo Xena y le hizo una seña al posadero.

-De acuerdo -con una sonrisa-. Eso suena como una oferta que no puedo desaprovechar. Me llamo Euphemios -añadió y le tendió la mano a Gabrielle.

-Yo soy Gabrielle, y ella es mi amiga, Xena.

-Encantado de conoceros -retirando una silla.

-Ciertamente estábamos disfrutando de tus historias -mientras Xena le daba la mano-. Hablas casi como si conocieras personalmente a los dioses.

Él se rió.

-Bueno, me he topado con uno o dos de ellos, en cualquier caso. El resto es, en su mayor parte, mi imaginación.

-Nosotras nos hemos topado con unos cuantos de ellos -ansiosamente Gabrielle-. Poseidón, Baco, Afrodita y Hades... Oh, y Ares, por supuesto. Ha sido una verdadera molestia algunas veces.

-Bueno, eso es Ares para ti -Euphemios con indulgencia-. Pero tengo que decir que en cierto modo le admiro en algo.

Xena arqueó una ceja.

-¿Oh? ¿En qué? -preguntó.

-No lo sé. Él sólo...

Se interrumpió cuando llegó el posadero. Cuando el vino estuvo servido y pagado con el dinar de Gabrielle, Euphemios tomó un gran trago y sonrió.

-¡Gracias! -dijo-. Me estaba dando sed ahí arriba.

-La narración de historias es un trabajo duro -comentó Xena-. Gabrielle también es bardo.

-¿De verdad? -volviéndose hacia la mujer más joven-. Me encantaría escucharte contar algunos relatos. Raramente consigo escuchar a otro bardo. ¿Qué tipo de historias cuentas?

-Oh, en su mayoría historias sobre Xena y nuestras aventuras juntas.

-¿Sobre Xena? -Euphemios con curiosidad, volviendo a mirar a la mujer más alta.

-¿No has oído hablar de ella? -preguntó Gabrielle con sorpresa-. Es conocida como la Princesa Guerrera. Ha hecho algunas cosas increíbles.

-Bueno, soy nuevo en esta región, por lo que supongo que me lo he perdido. -Euphemios con una sonrisa-. Más razón aún para que cuentes alguna de tus historias.

-¿De dónde eres? -preguntó Xena, esperando cambiar el tema de conversación.

-De Lydia.

-Ah, la tierra más allá del Mar Egeo. Nunca he estado allí, pero he oído que es precioso.
-¿Realmente hay un sitio donde no has estado? -preguntó Gabrielle.

Xena sonrió y tomó de un trago el resto de su vino.

-Sí, lo creas o no, así es -dijo.

-Bueno, ahora estoy intrigado de verdad -dijo Euphemios-. ¡Vamos a oír alguna de esas historias sobre la gran Princesa Guerrera!

-¿Seguro que no te importa? -preguntó Gabrielle-. Quiero decir que la gente viene aquí para escucharte a ti, no a mí.

-No me importa en absoluto. Incluso te presentaré. La gente sólo quiere que se la entretenga, y con tal de que seas un poco buena, te escucharán.

-Oh, seguro que es buena -Xena guiñándole un ojo a su amante-. Pero si vosotros dos me disculpáis, creo que subiré a acostarme. No he echado ninguna siesta mientras cabalgábamos, como alguien que conozco, y estoy un poco cansada.

Gabrielle se volvió hacia Euphemios.

-Xena dice que está cansada -le confió-, pero lo cierto es que odia escuchar historias sobre sí misma.

-Bueno, si no me hicieras aparecer como una especie de semidios o algo así, eso ayudaría -Xena riendo-. Pero además sé que vosotros dos, bardos, queréis hablar de trabajo, y yo estorbaría -entonces deslizó la mano bajo la mesa y la puso sobre la rodilla de Gabrielle-. Quédate tanto como quieras -le dijo-. Sólo recuerda comportarte.

-Lo haré -Gabrielle sonriendo y apretando la mano de Xena-. E intentaré no quedarme hasta muy tarde. Buenas noches, Xena.

-Buenas noches -Xena, poniéndose en pie-. Ha sido un placer conocerte -añadió, con un movimiento de cabeza a Euphemios. Entonces se volvió y cruzó a zancadas la habitación.

*****

En el piso de arriba, a la luz parpadeante de una vela, Xena retiró sus armas, botas y armadura, pero se dejó el cuero puesto. Se subió a la cama y se quedó tendida viendo moverse las sombras entre las vigas. Decidió que la vela podría quedarse encendida, aunque sabía que Gabrielle no se iría a la cama antes de que se consumiera. No había mentido acerca de que estaba cansada, pero Gabrielle también tenía razón... no le gustaba escuchar historias sobre sus propias hazañas. Aunque esto había salido bastante bien: ahora su amante pasaría un buen rato contando historias y charlando con un compañero bardo mientras Xena tendría un pequeño descanso extra. Sonriendo, cerró los ojos, y en poco tiempo se quedó dormida.

Cuando se despertó, la habitación estaba oscura y la otra mitad de la cama todavía vacía. De la taberna de abajo llegaba un débil sonido de voces, pero aparentemente la mayoría de la multitud se había marchado. ¿Cuánto había dormido? Xena se enderezó y balanceó sus piernas fuera de la cama. Tanteando en la oscuridad, su mano encontró la vela consumida en un charco de sebo frío. Se levantó y se dirigió hacia la ventana, asomándose para estudiar la posición de las estrellas. En cualquier caso, era pasada la medianoche. De hecho, calculó que habían pasado al menos tres horas desde que se fue a la cama.

Volviendo hacia la cama, Xena encontró a tientas sus botas y se sentó para ponérselas. Un frío nudo de preocupación apretaba su estómago, pero tomó una honda inspiración y trató de relajarse. Era más probable que Gabrielle se hubiera centrado tanto en contar historias y hablar con Euphemios que hubiera perdido la noción del tiempo. Este tipo de cosa ya había pasado antes. Era muy probable que Xena la encontrar sentada abajo, absorta en una discusión sobre alguna técnica de la narración de historias, sorprendida de que su amante hubiera llegado buscándola.

Levantándose, se colocó su armadura y su espada y después cruzó la habitación y salió al vestíbulo. Abajo, en la puerta de la taberna, tuvo que esperar unos momentos a que sus ojos se adaptaran a la luz de la antorcha. Quedaba muy poca gente en la habitación, y uno o dos yacían desmayados sobre el suelo. Al principio no vio a Gabrielle, pero entonces observó a la bardo sentada sola en su mesa, con la cabeza sobre los brazos. Cruzando rápidamente la habitación, Xena se sentó a su lado.

-Gabrielle -sacudiendo suavemente a su amiga por el hombro.

La bardo alzó la cabeza y se volvió hacia la guerrera, aunque parecía tener dificultad para enfocar la vista.

-¿Xena? -murmuró.

-Sí, soy yo. ¿Te olvidaste de ir a la cama?

-Uh, huh. Eso creo.

Hablaba despacio, arrastrando las palabras, y Xena, frunciendo el ceño, miró las copas de vino sobre la mesa.

-¿Cuánto vino bebiste después de que me fuera? -preguntó.

-No lo sé. Una o dos tazas. Euphemios me compró algo. Realmente es un chico muy simpático, ¿sabes? -su cabeza cayó, pero Xena la alcanzó y puso una mano bajo su barbilla.

-Gabrielle, mírame -levantando una vela y sosteniéndola para que la luz diera en la cara de su amante.

-¡Eh, no hagas eso! -gritó la bardo. Se alejó de la mano de Xena, apretando los ojos cerrados, pero no antes de que la guerrera echara un buen vistazo a las pupilas de los ojos verdes, ahora profundamente dilatadas.

-Lo siento, amor -mientras Xena dejaba rápidamente la vela. Alcanzando la taza de Gabrielle, olió su contenido, y empujó un dedo dentro para probar las pocas gotas que quedaban en el fondo.

-Creo que has sido drogada, Gabrielle -con sorpresa, pero no hubo respuesta. La cabeza rubia estaba de nuevo sobre la mesa.

Xena sostuvo los hombros de su compañera y la hizo enderezarse, se inclinó cerca de ella.

-¿Dónde está Euphemios? -preguntó.

Gabrielle paseó vagamente la mirada alrededor.

-Se ha ido -después de un momento.

-Sí, sé que se ha ido, pero ¿dijo dónde se iba?

-Dijo... estaba... -su voz se apagó.

-¿Dijo, estaba, qué? -instó Xena.

-Se iba... a la cama -terminó Gabrielle.

-¿Hay algo más, Gabrielle? ¿Hizo algo más que sentarse y tomar un trago contigo?

-No... creo que no -lentamente-, pero es difícil... recordar.

-Intenta recordar, por favor -dijo Xena-. Es importante.

La bardo estuvo callada por un tiempo, frunciendo la frente como en profunda reflexión. Finalmente, miró a la guerrera y dijo:

-¿Xena?

-¿Qué pasa, cariño?

-¿Sabes que te amo?

-Sí, lo sé -Xena suavemente-. Y yo también te amo.

-Bien -murmuró Gabrielle y asintió-. Ahora quiero ir a dormir -dejando que sus ojos se cerraran mientras su cuerpo se aflojaba lentamente. Xena la cogió mientras se desplomaba hacia delante y la sostuvo con una mano mientras levantaba la copa de vino y olía de nuevo su contenido. Había muchas hierbas y drogas con las que estaba familiarizada pero, para gran frustración suya, no podía identificar ésta. Y no sabiendo qué droga había tomado su amiga, no tenía idea de qué efectos esperar.

Con un fuerte suspiro, alzó a Gabrielle en brazos y comenzó a cruzar la habitación, deteniéndose cuando alcanzó el bar. El posadero alzó la vista del cubo de agua sucia en el cual estaba enjuagando las copas de vino.

-Parece que tu amiga bebió un poco demasiado -dijo.

-Eso parece, ¿verdad? -Xena sin alterar la voz, continuó-. Ese bardo que estaba aquí, Euphemios. ¿Qué sabes de él?

-No mucho. Nunca lo vi antes de esta noche. Sólo llegó y preguntó si podría contar historias y dije que claro. A la gente le encanta un buen contador de historias. Se queda más tiempo y compra más bebidas si está entretenida. Tu amiga también contó algunas historias buenas. Eran sobre alguna mujer guerrera... pero he olvidado el nombre...

-¿Se aloja Euphemios en la posada? -interrumpió Xena.

-No, aquí no.

-¿Le viste irse? ¿Tienes alguna idea de adónde fue?

-No, estaba bastante ocupado. No se puede estar mirando a todo el mundo, ya sabes. Parece como si estuviera aquí y luego se hubiera ido... casi como si se hubiera desvanecido o algo.

-¿Cuánto hace de eso, cuándo te diste cuenta de que se había ido?

-No lo sé. Quizás una hora. ¿Por qué me estás haciendo todas estas preguntas?

-Es importante. Sólo una cosa más. ¿Viste a alguien más hablando con mi amiga y Euphemios?

-Bueno, claro. Varias personas fueron a hablar con ellos, supongo que a darles algo de dinero por las historias. Como dije, no puedo estar mirando lo que está haciendo cada uno. Si lo hiciera no tendría nunca nada del trabajo hecho -echó al agua la última copa, luego recogió el cubo y se dio la vuelta para sacarlo por la puerta trasera.

-Gracias por tu ayuda -dijo Xena rápidamente-. Si ese bardo aparece nuevamente por aquí, ¿vendrás a buscarme? Segunda puerta a la derecha. Necesito de verdad hablar con él.

El posadero gruñó algo que podía haber sido una afirmación y se alejó. Xena echó un vistazo a su amante inconsciente y tomó una honda inspiración, intentando calmar el temor que roía con dientes afilados su interior. Entonces se volvió dirigiéndose hacia la puerta.

Arriba, en la habitación, dejó a Gabrielle sobre la cama y se sentó al lado de ella. Su mente estaba acelerada, intentando hallar algún motivo para lo que había pasado en la taberna. ¿Por qué querría alguien drogar a Gabrielle? Especialmente un compañero bardo. ¿Lo había hecho para poder robarle? Xena rápidamente se volvió para palpar dentro del escote de su amiga. El pequeño monedero de cuero estaba ahí y lo sacó, vaciando el contenido en su mano y contando a tientas las monedas en la oscuridad. Había once dinares. Calculó por un momento. Gabrielle había comenzado con quince dinares aquella tarde, luego pagó cinco por la habitación, además de otros tres por la cena y el vino. Eso significaba que había ganado cuatro dinares contando historias... nada mala cantidad, considerando que no era la única bardo presente. Eso significaba que no había sido robada. De todos modos, cualquiera que se hubiera tomado tantas molestias para drogar a su víctima habría cogido el monedero entero.

Xena suspiró, sacando su propio monedero y dejándolos juntos en el suelo, junto con su arma y armadura. Luego desvistió a Gabrielle y puso una manta sobre ella. Comprobando el pulso de la bardo, lo encontró rápido pero regular. Caminó hacia la ventana y permaneció ahí durante un rato, considerando si serviría de algo salir a recorrer las calles en busca de Euphemios. Al final, se decidió en contra. Ni siquiera sabía seguro que fuera el único que había drogado a Gabrielle, y todavía no se le ocurría un motivo. ¿Estaba celoso de su destreza en la narración de historias? Esto podía tener algo de sentido si hubiera escuchado antes sus historias y hubiese venido preparado con una droga para ponerla en su bebida. Pero había alegado que nunca la había escuchado antes de esta noche. ¿Llevaba siempre drogas con él? Parecía algo extraño de hacer para alguien. ¿Podría ser que la poción estuviera destinada a algún otro y Gabrielle la bebiera por equivocación?

Xena sacudió la cabeza, incapaz de resolver el enigma. Volviéndose hacia la cama, escuchó la respiración de Gabrielle, un poco trabajosa pero regular. Finalmente, retrocedió por la habitación y se retiró el cuero. Deslizándose bajo la manta de la cama, tomó a la durmiente bardo en sus brazos, luego permaneció con la mirada fija en la oscuridad. Después de un rato, cayó en un dormitar irregular del que despertaba a intervalos para comprobar el pulso y la respiración de Gabrielle. Entonces, yaciendo despierta, dejaba luchar a su mente con preguntas que parecían no tener respuesta hasta que el sueño una vez más traía un pequeño respiro.

*****

El sol comenzaba a asomarse en la habitación cuando Xena oyó a su amante gemir suavemente y la sintió agitarse en sus brazos.

-¿Gabrielle? -apartando suavemente el pelo de la bardo de su cara.

Gabrielle abrió los ojos y miró alrededor por unos instantes, entonces repentinamente se puso tensa y se apartó del abrazo de Xena. Se enderezó en la cama, mirando a la guerrera con miedo y confusión, luego salió gateando de debajo de las mantas y comenzó a retroceder.

-¿Quién eres? -preguntó-. ¿Qué lugar es éste?

Xena, perpleja se dio la vuelta y se apoyó en un codo para mirar a la bardo.

-Soy yo, Xena -dijo Xena en voz baja-. Cogimos una habitación en una posada la otra noche. ¿No lo recuerdas?

Gabrielle inspeccionó la habitación nerviosamente, no pareciendo reconocer nada. Entonces bajando la vista, jadeó suavemente y pasó sus brazos sobre su pecho.

-¿Dónde está mi ropa? -preguntó.

Xena apartó las mantas y gateó hasta el borde de la cama. Inclinándose, alzó del suelo el corpiño y la falda de Gabrielle y se los tendió.

-Aquí mismo -dijo.

La bardo avanzó sólo lo bastante como para arrebatar la ropa de la mano de Xena y entonces se retiró de nuevo. Permaneciendo en el centro de la habitación, dio vueltas a las prendas una y otra vez en sus manos como si nunca antes las hubiera visto y no tuviera idea de cómo ponérselas.

Xena la observaba. ¿Era algún tipo de esmerada broma que Gabrielle le estaba gastando? ¿O realmente la droga la había afectado de esta manera tan extraña? La miró atentamente, esperando ver en la bardo un amago de sonrisa o que se delatara de algún modo, pero cuanto más vio Xena, más le hacía convencerse de que la confusión de Gabrielle era real.

-La parte verde va arriba -dijo finalmente-, sobre tus pechos. Se ata por delante. La parte marrón es una falda. Se ajusta alrededor de tu cintura. ¿Quieres que te ayude?

-¡No! ¡Aléjate de mí! -advirtió Gabrielle. Sacudió la falda para abrirla y la ajustó torpemente a su alrededor. Metió las manos por los tirantes del corpiño y comenzó a manejar torpemente los cordones.

Xena frunció el ceño y sacudió la cabeza. Alcanzó su propia ropa y se levantó para ponérsela. Alzando de nuevo la vista, vio la mirada de Gabrielle fija en ella.

-¿Por qué estábamos juntas en la cama así... desnudas? -preguntó.

-Bueno, porque somos... porque somos amantes, Gabrielle -tartamudeó Xena-. Dormimos a menudo juntas y desnudas... especialmente en época calurosa -era una locura. ¿Podía realmente estar explicando esas cosas como si su amante no supiera nada?-. Gabrielle... -comenzó.

-¿Por qué sigues llamándome así?

-¿Llamándote qué? ¿Gabrielle?

La bardo asintió.

-Porque es tu nombre -respondió desconcertada-. ¿Ni siquiera recuerdas tu propio nombre?

Gabrielle guardó silencio, con la vista fija primero en Xena y luego mirando frenéticamente por toda la habitación.

-No recuerdo nada -dijo finalmente-. No tengo ni idea de quién soy o de qué estoy haciendo aquí contigo.

Xena respiró larga y profundamente.

-¿Recuerdas la otra noche, abajo, en la taberna? -preguntó-. Estabas hablando con un bardo llamado Euphemios. ¿Lo recuerdas?

-No.

Xena se levantó y se desplazó hacia Gabrielle, pero se detuvo cuando vio el miedo en los ojos de la joven.

-Alguien puso algún tipo de droga en tu vino, Gabrielle -dijo suavemente-. Creo que es por eso por lo que no puedes recordar nada.

-¿Una droga?

-Sí. Con un poco de suerte, el efecto pasará en pocas horas y todo volverá a ti -dio otro paso hacia su compañera-. No tengas miedo de mí, Gabrielle. Te amo. Nunca te haría daño.

-¿Por qué estás vestida así? -preguntó Gabrielle de pronto.

Xena miró su traje de cuero.

-Siempre visto así -dijo-. Soy una guerrera.

-¡Una guerrera! -exclamó Gabrielle.

-Sí -Xena sorprendida del tono de excitación en la voz de su amiga.

-¿También soy una guerrera? -preguntó Gabrielle ansiosamente.

-No, eres una bardo. Cuentas historias.

-¿Contar historias? No conozco ninguna historia.

-Por supuesto que sí. Conoces cientos de historias maravillosas. Sólo que las has olivado, eso es todo. Tan pronto como pase el efecto de la droga, las recordarás.

-No quiero contar historias. Preferiría ser una guerrera, como tú.

Xena abrió la boca para responder, pero justo entonces llamaron a la puerta. Vaciló, luego fue a abrir.

El posadero estaba en el pasillo.

-Aquel bardo ha aparecido por abajo -dijo bruscamente-. Es la primera oportunidad que he tenido de venir a hablar contigo. Se está marchando, por lo que mejor date prisa si quieres verle.

-Sí, quiero verle. Gracias -contestó Xena, pero el hombre ya se había dado la vuelta y se estaba alejando rápidamente.

Cerró la puerta y miró a Gabrielle por un minuto, considerando. Cogiendo su armadura, comenzó rápidamente a ponérsela.

-Gabrielle -dijo-, necesito hablar con ese hombre. Creo que es el que puso la droga en tu bebida. No tardaré mucho -cogió su espada y el chakram, luego miró de nuevo a la bardo-. Quiero que te quedes en esta habitación hasta que regrese. No vayas a ninguna parte. Por ningún motivo.

Gabrielle se encogió de hombros y se sentó en la cama.

-¿Dónde podría ir? -preguntó-. No conozco a nadie ni ningún sitio excepto éste.

-Vale. Bueno, volveré tan pronto como pueda -yendo hacia la ventana y mirando fuera, Xena avistó a Euphemios alejarse a zancadas rápidamente de la posada. Se subió sobre el alféizar de la ventana, se agachó por un breve instante y saltó. Aterrizando suavemente en la calle, inició una carrera en persecución del bardo pelirrojo.

Cuando torció por un estrecho callejón, le siguió.

-¡Euphemios! -le llamó, cuando casi le había alcanzado, y se volvió para encararse con ella.

-¡Xena! -dijo amablemente-. ¡Qué agradable verte de nuevo!

No aflojó el paso hasta que estuvo sobre él, entonces cogiendo la parte delantera de su túnica con ambas manos, lo estampó violentamente contra el muro.

-¿Qué le hiciste a Gabrielle? -rugió-. La drogaste. ¿Por qué?

Para su sorpresa, comenzó a reírse.

-Oh, lo notaste, ¿verdad? -dijo.

-¿Cómo podría no notarlo? ¡La otra noche se desmayó y esta mañana no recordaba ni siquiera su propio nombre! -Xena lo golpeó de nuevo contra el muro, esta vez más fuerte-. ¿Qué posible razón podrías tener para hacer algo así? -exigió-. ¡Y a Gabrielle, de entre todas las personas! ¿Acaso te ha hecho ella algún daño?

Euphemios rió de nuevo, pareciendo impasible ante el ataque de la guerrera.

-Lo malinterpretas, Xena -dijo-. Gabrielle no es el objetivo aquí. Eres tú.

-¿Yo?

-Por supuesto. Finalmente he encontrado el modo perfecto para tenerte. Te quiero de vuelta, Xena, y esta vez no hay modo de que puedas negarte.

Le miró fijamente por un momento, luego bruscamente aflojó el agarre sobre su túnica y dio un paso atrás.

-Ares -dijo con disgusto-. Debería haberlo sabido.

Rió una vez más y mientras le miraba, se transformó en su familiar y musculosa forma.

-Hice un bardo bastante bueno, ¿no te parece? Admítelo, Xena, os tenía a ti y a esa pequeña e irritante amiga tuya totalmente engañadas.

-¿Qué clase de juego te traes entre manos? -preguntó Xena fríamente-. ¿Qué es lo que quieres?

-Muy sencillo. Llega a ser mi reina guerrera, y Gabrielle recuperará sus recuerdos.

-Olvídalo, Ares. No voy a volver. Puedo enseñarle a Gabrielle lo que necesita saber, llenar los huecos en su vida y podemos crear nuevos recuerdos juntas.

-Sí, me temía que pudieras verlo de ese modo, por lo que además agregué un pequeño cambio de personalidad, sólo por diversión -dijo con una sonrisa.

-¿Qué quieres decir?

-Bueno, sólo digo que he hecho a Gabrielle un poco más a mi imagen.

Xena le miró sin responder.

-Puedo predecir bastante bien que no te gustará la nueva Gabrielle -Ares continuó-. No, no se llevará bien con la Xena de buenas intenciones. No pasará mucho antes de que me pidas que la vuelva a cambiar, y lo haré. Lo haré en un instante... tan pronto como estés de acuerdo en ir a la cabeza de mi ejército en la gloriosa batalla por la paz mundial -su expresión se endureció y alcanzó a cerrar una mano sobre su hombro-. No quiero nada de trucos esta vez, Xena -dijo-. En el instante en que intentes jugármela, Gabrielle morirá, y me aseguraré de que termine en el Tártaro. Hades me debe un favor y no vacilaré en aprovecharlo.

Xena sintió un escalofrío recorrerla, pero intentó mantener su expresión impasible. Sacudiendo su brazo fuera del agarre de Ares, le lanzó una sonrisa glacial.

-No volveré -repitió-. Me niego a venderte mi alma de nuevo.

-Creo que cambiarás de idea -dijo suavemente-. Sólo necesitas un poco de tiempo para ver la sabiduría de mi propuesta. Cuando estés lista, todo lo que tienes que hacer es decir mi nombre. Estaré ahí -y con una última sonrisa sardónica, se desvaneció.

Xena se volvió dirigiéndose hacia la posada con pasos pesados y el corazón aún más pesado. Se sentía como si golpeándose el cerebro contra un muro de rocas mientras intentaba pensar qué hacer. Seguramente había alguna otra respuesta, algún otro modo de liberar a Gabrielle del hechizo de Ares. Sólo tenía que encontrarlo, eso era todo.

*****

-¿Qué estás haciendo? -preguntó al abrir la puerta de la habitación. Gabrielle estaba sobre sus manos y rodillas, revolviendo el montón de sus bártulos.

-Estoy buscando mi espada -respondió sin volverse.

-Tú no tienes espada, Gabrielle.

-¿No tengo? -preguntó la mujer más joven, arrojando una mirada de sorpresa a la guerrera por encima del hombro-. ¿Por qué no? Tú tienes una espada. Yo también debería tener una.

-Aprendiste hace tiempo que llevar una espada te convierte en un objetivo. La gente se siente amenazada y ataca -Xena cruzó la habitación y se agachó al lado de Gabrielle. Cogiendo el bastón de la bardo-. Ésta es tu arma... el bastón. Eres muy buena con él.

Gabrielle lo miró con disgusto.

-¿Cómo podría matar a nadie con algo así? -preguntó.

-Esa es la cuestión. Tú no matas. Eso va contra tu código de honor.

-Pero tú matas personas, ¿no?

-A veces. Pero últimamente por lo general procuro no hacerlo.

-¿Cuántas personas has matado?

Xena suspiró.

-Demasiadas -contestó y se puso en pie. Todavía sostenía el bastón y ahora, casi reverentemente, pasó los dedos sobre la suave madera.

-¿Encontraste a ese tipo? -preguntó Gabrielle.

-Oh, sí, lo hice.

-¿Es el que me drogó?

-Uh, huh -Xena caminó hasta la cama y se sentó-. Resultó que no era en absoluto un bardo -mirando a Gabrielle-. Era Ares.

-¿Ares? ¿Quién es ése?

-El Dios de la Guerra.

-¿De verdad? -preguntó Gabrielle emocionadamente-. ¿Hablaste con el Dios de la Guerra? ¿Le conoces?

-Ya lo creo.

-Bueno, ¿qué quería? ¿Por qué puso esa droga en mi vino?

-Quiere que vuelva con él.

-¿Volver con él? ¿De qué estás hablando? -Gabrielle dejó su asiento en el suelo y fue a sentarse en la cama a corta distancia de la guerrera.

-Acostumbraba a ser un Señor de la Gerra -respondió despacio Xena, sin mirar a su compañera-. Mi ejército saqueaba aldeas y luchó en muchas batallas. Matamos cientos de personas inocentes. Miles. La mayoría murieron violentamente y sin piedad. Y todo eso se hizo en servicio de Ares.

-¡Eso suena emocionante! ¡Qué vida tan maravillosa que podríamos tener!

Entonces Xena se volvió y fijó una mirada ardiente en Gabrielle.

-No había nada de maravilloso en eso -dijo siniestramente-. Estaba profundamente avergonzada de lo que había hecho y he pasado los últimos años intentando compensarlo haciendo buenas obras y ayudando a la gente.

-¿Pero por qué? ¿Por qué cambiaste?

-Porque finalmente llegué a ver la maldad de mis propósitos, y un amigo me ayudó a darme cuenta de que podría llevar un tipo diferente de vida.

Gabrielle guardó silencio por un momento.

-¿Qué pasa si vuelves con Ares? -preguntó.

-Si vuelvo, restaurará tus recuerdos y devolverá tu personalidad a como era antes.

-¿No es eso lo que queremos?

-Sí, ¿pero no lo ves? -preguntó con urgencia, dejando una mano sobre el hombro de Gabrielle-. Si me convierto de nuevo en un malvado Señor de la Guerra para recuperarte, aún te perderé al final, porque la pacífica y cariñosa Gabrielle que eres realmente nunca podría amar a un malvado Señor de la Guerra.

Gabrielle frunció el ceño, intentando comprender esa complejidad.

-Tiene que haber otra respuesta -Xena levantándose y recorriendo la habitación con pasos deliberados-. Necesitamos ayuda y creo que conozco a quien podría ser capaz de brindárnosla.

-¿Quién?

-Se llama Elkton. Es un anciano muy sabio, un Sacerdote Místico. Ya me ayudó antes cuando fuiste capturada por los Sacerdotes de Morfeo. ¿Te acuerdas?

-No. ¿Quién es Morfeo? ¿Y qué quería de mí?

-Es el Dios de los Seños. Te quería para su boda -dijo Xena-. Es una larga historia. Puedo contártela cuando estemos en el camino. Si nos vamos tan pronto como desayunemos algo y viajamos todo el día de hoy y mañana, creo que podemos alcanzar la casa de Elkton en las Montañas Místicas mañana por la tarde.

-¿Cómo viajaremos?

-Tengo un caballo... una yegua llamada Argo. A veces montamos en ella y a veces caminamos.

-¿Yo no tengo caballo?

-No. Nunca te han gustado mucho los caballos.

Gabrielle suspiró.

-Ni espada, ni caballo. No entiendo el propósito de viajar con una guerrera.

-Bueno, para empezar, te da un montón de material para historias -Xena sonriendo, mientras comenzaba a recoger sus pertenencias-. Y ha habido numerosas ocasiones en las que he estado muy agradecida de que estuvieras conmigo.

Gabrielle no respondió. Recogió el bastón y le dio la vuelta con curiosidad.

-No se cómo usar esto-dijo.

-Te enseñaré -dijo Xena-. Creo que te volverá muy rápido.


SEGUNDA PARTE

Dejaron la ciudad aproximadamente una hora más tarde, montando ambas sobre Argo, habiendo comprado primero algunas provisiones y tomado un rápido desayuno de pan y queso. Xena había juntado el dinero de Gabrielle con el suyo en un único monedero el cual ahora estaba a salvo guardado en su traje de cuero. No había ni que decir que Gabrielle fuese a gastar su dinero en este momento, razonó la guerrera, por lo que era mejor para ella no saber que aún tenía algo.

-Creo que deberías haberme dado una lección con el bastón antes de que dejáramos la ciudad -dijo la bardo.

-No teníamos tiempo -respondió Xena-. Te daré una lección esta noche.

-Pero ¿cómo voy a defenderme?

-No te preocupes. Puedo protegerte. Y, de todos modos, no vamos a toparnos con ningún problema.

-Eso no lo sabes -Gabrielle malhumoradamente.

-No, no lo sé -consintió Xena-. Pero siempre podemos esperar lo mejor. ¿Quieres que te cuente algunas cosas? ¿Sobre ti? ¿Sobre tu familia? ¿Sobre nuestras aventuras?

Gabrielle lo consideró brevemente.

-¿Me he encontrado alguna vez con Ares?

-Sí, pero en realidad no has tenido un trato extenso con él.

-¿Crees que le caigo bien?

-Bueno, no, no podría decir que le caigas bien. Te llama rubia irritante.

Gabrielle estuvo callada por un momento.

-Tal vez sólo es que no me ha visto luchar. Quizás no se ha dado cuenta de lo buena guerrera que podría ser, si tuviera el entrenador adecuado.

-Tal vez no -dijo Xena-. Pero no quiero hablar acerca de Ares o de convertirte en una guerrera. ¿Por qué no te cuento la historia de Morfeo y Elkton y el pasadizo del sueño?

-De acuerdo -Gabrielle con tono resignado, y Xena emprendió la historia. Al principio, hubo poca reacción por parte de la mujer más joven, pero cuando Xena comenzó a hablar acerca de cómo el sacerdote de Morfeo intentó engañar a Gabrielle para que vertiera sangre usando una espada en defensa propia, estaba muy emocionada.

-¿Dices que tenía una espada en la mano y no la usé? -exclamó-. ¡Eso fue una estupidez! No hay nada malo en matar gente en defensa propia. No veo cuál era el problema.

-El problema era que si hubieras perdido tu inocencia de sangre durante la prueba, habrías sido sacrificada como la novia de Morfeo.

-¿Para qué querría una novia muerta?

-No lo sé exactamente. Sólo sé que eso es lo que iban a hacer. Quizás Elkton pueda explicártelo.

-Bueno, si a partir de ahora alguien llega hasta mí, intentando matarme, y tengo una espada en la mano, estoy segurísima de que la usaría para matarle primero... ¡Es todo lo que puedo decir!

Xena suspiró.

-¿No quieres oír el final de la historia? -dijo-. Realmente fuiste muy valiente e inteligente para acabar con todo eso sin verter nada de sangre.

-No, no me gusta esta historia. Cuéntame una sobre ti. Una en la que luchases en una gran batalla y matases montones de gente.

Xena no respondió inmediatamente. Ares tenía razón... no le estaba gustando demasiado esta nueva versión de Gabrielle, pero sin duda, con paciencia y amor, podría de algún modo comunicarse con la Gabrielle "real". Aún así tendría que tener cuidado y evitar que su belicosa compañera apelara a sus instintos más oscuros.

-¿No tienes ninguna curiosidad acerca de ti, Gabrielle? -preguntó finalmente-. ¿Acerca de tu familia o de dónde vienes?

-Creo que no mucha.

-Déjame contarte la historia de cómo nos conocimos -dijo Xena-. Incluye una o dos batallas mediocres, y después por lo menos sabrás el nombre de tu aldea natal.

Gabrielle no ofreció ninguna oposición, por lo que Xena comenzó el relato de cómo el Señor de la Guerra Draco y sus hombres habían acorralado a los aldeanos de Potedaia, pretendiendo tomar a todas las mujeres jóvenes como esclavas. Pintó al señor de la guerra con los colores más oscuros posibles e hizo hincapié en el hecho de que Gabrielle habría sido vendida en esclavitud por él si Xena no hubiera intervenido.

-No me hubiera quedado como esclava -dijo Gabrielle resueltamente-. ¡Hubiera encontrado un modo de escapar!

-Tal vez lo hubieras hecho -accedió Xena-. O tal vez hubieras sido capturada de nuevo y golpeada tan fuerte que ello habría quebrantado tu espíritu. En cualquier caso, la cosa es que Draco dejó una estela de muchas víctimas... algunas muertas, otras sin techo, la mayoría de ellas marcadas de por vida de algún modo. Y así es como yo solía ser. Me parecía muchísimo a Draco.

Prosiguió en contar cómo regresó a casa en Amphipolis e intentó organizar una defensa contra Draco.

-Pero aquellas personas se negaron a ser mis víctimas de nuevo. Habían aprendido su lección, y yo no había aprendido la mía. Me rechazaron. Incluso mi propia madre me rechazó. Iban a lapidarme exactamente en la taberna de mi madre.

-Pero tú los detuviste, ¿verdad?

-No, no lo hice. Lo hiciste tú. Me salvaste.

-¿Yo lo hice? ¿Cómo? -preguntó Gabrielle sarcásticamente-. ¿Cogí mi pequeño bastón y los golpeé en la cabeza?

Xena sonrió.

-No, todavía no tenías un bastón en aquellos días -dijo-. Usaste tu mejor arma... las palabras. Simplemente los disuadiste de matarme.

-¡Los disuadí de ello! ¡Eso es una locura! No me necesitabas para salvarte. Podrías haber matado fácilmente a aquellos aldeanos y escapar.

-Sí, supongo que podría haberlo hecho, pero creo de verdad que les habría dejado matarme. No podía ver ninguna buena razón para seguir viviendo en ese momento. Pero entonces me diste una.

-¿Qué razón era esa?

-Creías en mí y estabas dispuesta a ser mi amiga. Me ayudaste a ver que podía hacer algo bueno... y que no estaba sola -hizo una pausa, su garganta tensa por la emoción, luego prosiguió rápidamente-. Pero ¿no quieres escuchar mi lucha con Draco? Ciertamente fue bastante excitante.

-Sí, háblame acerca de eso.

-Luchamos sobre un andamio, con bastones -comenzó, y entonces prosiguió a describir el resto de la batalla en detalle, terminando con su inmovilización de Draco en el suelo.

-Entonces le mataste, ¿cierto? -preguntó Gabrielle ansiosamente.

-No, no lo maté. Prometió sacar a su ejército del valle y dejar Amphipolis tranquila. Eso era todo lo que quería.

-Pero creía que dijiste que era un malvado señor de la guerra. Si le dejaste ir, debe haber salido y herido a más gente.

-Sí, estoy segura de que lo hizo -dijo Xena lentamente-. Pero lo que tienes que recordar, Gabrielle, es que la gente a veces cambia. Yo lo hice y también lo he visto suceder en otros. Incluso le pasó a Draco. Pero no podría haber cambiado si le hubiera matado aquel día en Amphipolis.

-¿Draco cambió? ¿Ahora viaja haciendo cosas buenas, como tú?

-Bueno, últimamente no he oído mucho sobre él, pero la última vez que le vi, había decidido llevar un tipo diferente de vida.

-¿Qué le hizo cambiar?

-Se enamoró.

-¡Se enamoró! ¿De ti?

-No -Xena con una sonrisa-. De ti.

-¿Estás bromeando? -exclamó Gabrielle-. ¿Draco, el poderoso Señor de la Guerra, enamorado de mí? ¡Eso es muy emocionante!

-Me temo que no pensabas así en ese momento -dijo Xena-. Estabas completamente disgustada con él y sus malvadas costumbres. Es por eso por lo que finalmente decidió cambiar... para que pudiera impresionarte.

-¿Y estaba impresionada?

-Creo que eras un poco escéptica acerca de la sinceridad de sus intenciones. Y además, en cierto momento, te diste cuenta de que estabas enamorada de mí.

-Oh.

Mientras Gabrielle estaba considerando esta información, Xena alzó la vista hacia el sol, y luego dirigió a Argo fuera del camino hacia una arboleda de robles.

-Es cerca del mediodía -dijo-, ¿por lo que por qué no descansamos y comemos un poco?

Sin una palabra, Gabrielle desmontó y Xena hizo lo mismo. Se sentaron bajo los árboles y comieron algo de pan, queso e higos que habían comprado en la ciudad, pasando el odre de agua de acá para allá, sin hablar mucho. A Xena se le estaba haciendo algo cansado su desacostumbrado papel de contadora de historias y estaba contenta de dejarlo por un rato. Gabrielle parecía preocupada con sus propios pensamientos, y la guerrera estaba poco dispuesta a averiguar qué pensamientos eran, desde que suponía que éstos debían implicar las glorias de la guerra y masacres a gran escala. Aunque estudiando a su compañera notó, como había hecho muchas veces antes, lo hermoso que se veía el pelo de la bardo mientras la moteada luz del sol jugueteaba a través de él. El cuerpo era definitivamente el de Gabrielle, meditó, pero todo lo demás de esta joven mujer era tan desconocido... tan inesperado. La mente de Xena estaba casi en constante confusión, intentando reconciliar la forma física de su amante con la total desconocida que ahora parecía habitar ahí.

*****

-Esto de viajar es bastante aburrido -dijo Gabrielle mientras montaba poco tiempo después.

-Sí, puede ser así -concedió Xena. Instó a Argo a un paso rápido, mirando de nuevo la posición del sol.

-Desearía que pasara algo -continuó Gabrielle-. ¡Desearía que pudiéramos tener una gran batalla y luchar contra algunas personas malvadas y enviarlas a todas al Tártaro!

-Hmmm. Bueno, nunca sabes lo que surgirá.

Gabrielle bostezó y entonces suspiró profundamente.

-¿Tenemos que hacer esto toda la tarde y también todo el día de mañana?

-Sí. Eso me temo. Es la única manera que conozco de llegar a cualquier sitio.

-¿Eso es todo lo que hacemos siempre? ¿Sólo ir a sitios?

Xena no contestó. Estaba mirando fijamente el camino, cuatro hombres yendo a caballo hacia ellas. Vio que el cuarto hombre estaba guiando a tres caballos extras, y uno de estos caballos llevaba una silla vacía.

Gabrielle se echó a un lado de ella para intentar ver a los hombres que se acercaban.

-¿Quiénes son? -preguntó-. ¿Son tipos malos?

-Yo diría que eso es una buena suposición. Probablemente robaron esos tres caballos. Parece que tu deseo de una pequeña emoción podría hacerse realidad.

-¿De verdad? ¡Ya era hora! ¿Dónde está mi bastón?

Xena hizo parar a Argo y se volteó en la silla.

-Gabrielle -dijo-, quiero que te bajes de Argo y esperes en esta parcela de maleza. Puedes mirar, pero quédate fuera de la vista.

-¿De qué estás hablando? ¡Voy a ayudarte a luchar!

-No, no lo harás. No sabes cómo y solo acabarías resultando herida. No tengo tiempo de discutir contigo. Sólo bájate. Ahora.

Gabrielle abrió la boca para protestar, pero Xena le lanzó una mirada seria que aparentemente le hizo cambiar de idea. Se deslizó del caballo de mala gana.

-La próxima vez puedes ayudar en la lucha -dijo Xena-, después de que te haya enseñado a usar el bastón -se inclinó y puso una mano sobre el hombro de la mujer más joven-. Pero por ahora quiero que te quites de en medio. No me llevará mucho tiempo encargarme de esos tipos. ¡Ahora vete! -le dio un pequeño empujón a Gabrielle, y la bardo se volvió y se dirigió lentamente hacia los arbustos.

Poniéndose derecha, Xena rozó sus talones contra las costillas de Argo. La yegua se movió hacia delante, con un poco de recelo, deteniéndose a encarar al primer jinete del cercano grupo. El hombre sonrió a Xena y, mientras lo hacía, la oscura cicatriz que cruzaba su barbilla le dio la extraña impresión de que estaba sonriendo doblemente.

-Hola, chicos -dijo-. ¿Hemos estado robando algunos caballos esta mañana?

-¡Sí, por supuesto que lo hemos hecho! -exclamó el líder, ensanchando su doble sonrisa-. Y ahora también vamos a coger tu caballo, junto con cualquier dinero o joyas que puedas tener. Entrégalo todo amablemente y no habrá ningún problema -añadió.

-Oh, de acuerdo, habrá problemas -contestó Xena mostrando su propia sonrisa-. ¡Vais a lamentar, bastardos, de haber pensado siquiera en coger mi caballo! -y con esto, apartó a patadas los pies de los estribos y de un salto se puso en cuclillas sobre la silla. Entonces, soltando un regocijante grito de guerra, dio una voltereta por encima de la cabeza de Argo, golpeando a su oponente sólidamente en los hombros con ambos pies. El hombre cayó al suelo, quedándose sin aliento, y Xena aterrizó sobre sus pies, justo un poco más allá de él.

Casi inmediatamente, un segundo jinete la atacó balanceando su espada. Xena se agachó rápidamente y entonces lo cogió de la muñeca, tirándole de la silla de cabeza. Alzó la vista justo a tiempo de ver a un tercer hombre maniobrando su caballo cerca de Argo, alargando la mano para coger las riendas. Metiéndose dos dedos en la boca, Xena silbó, luego rió cuando su caballo bien entrenado mordió sólidamente en el brazo al aspirante a ladrón. Gritando de dolor, hizo girar a su propia montura y se alejó al galope, seguido de cerca por el cuarto hombre y su hilera de caballos robados.

Xena entonces se volvió para mirar a sus dos primeros atacantes, que ya habían vuelto a ponerse en pie. Con las espadas desenvainadas la atacaron simultáneamente. Una veloz patada de la guerrera mandó volando el arma de la mano de uno de los hombres, y una segunda patada dobló de dolor al otro hombre. Cogiéndolos a ambos por el pescuezo golpeó sus cabezas una contra otra, y quedaron tendidos y aturdidos en el camino.

-¡Ahora largo de aquí -ordenó-, y no volváis a meteros con mi caballo!

Tambaleándose sobre sus pies, los dos rufianes se escabulleron hacia sus caballos, montaron y cabalgaron en persecución de sus compañeros.

Xena se sacudió las manos y silbó a Argo para que viniera.

-¡Gabrielle! -llamó, entonces vio que la bardo ya estaba corriendo hacia ella.

-¡Les dejaste ir! -exclamó Gabrielle-. ¿Por qué no los mataste?

-No vi ninguna necesidad de hacerlo -Xena con calma, mientras se subía de un salto a la silla.

-¡Pero iban a coger nuestro caballo y nuestro dinero y no hay ni que decir qué más podrían habernos hecho!

-Sí, pero les convencí de que cambiaran de idea -dijo Xena, luego añadió-. Vamos, sube -y le tendió una mano a Gabrielle.

-Pero son malos -continuó la bardo desde su asiento detrás de la guerrera-. Van por ahí robando e hiriendo a la gente.

-Sí.

-¿Entonces, por qué no los mataste?

-Intento no matar ya a la gente a menos que lo crea realmente necesario.

-¿Cómo sabes cuándo es necesario?

-Ésa es la parte difícil -dijo Xena-. Que tú crees, o por lo menos solías creer, que nunca debería ser "necesario" matar a nadie, que siempre es mejor llevar a los criminales ante la justicia. He intentado aprender a vivir también con ese código, aunque ha habido unas pocas veces... -se detuvo y volvió la vista hacia su compañera-. Gabrielle, la cosa es que, cuando matas a alguien, es como si al mismo tiempo te estuvieras erigiendo como juez y verdugo. Estás diciendo, en efecto, que esa persona es capaz sólo de actos malvados y nunca podrá ser redimida. Eso es tomar una gran responsabilidad, y prefiero no tomarla sino tengo que hacerlo. ¿Entiendes lo que estoy diciendo?

-Estás diciendo que a veces todavía matas gente, porque a veces es necesario.

Xena suspiró.

-Sí, supongo que hay una parte oscura de mí que nunca se corregirá. Pero, tú me has enseñado tanto sobre la paz y el amor, Gabrielle -añadió, echando atrás una mano para ponerla sobre el muslo de su amante-. Es por eso que me es tan difícil oírte hablar así, sonando tan belicosa y cruel. No es propio de ti, ¿no puedes verlo?

-No, no puedo -dijo Gabrielle rotundamente-. Pero lo que puedo ver es por qué Ares quiere que vuelvas. ¡Xena eres magnífica cuando luchas! Tan fuerte y lista... ¡y parece como si te lo estuvieras pasando estupendamente!

-Sí, bueno, supongo que siempre disfrutaré de una buena pelea -contestó Xena con una sonrisa torcida.

-¡Ojalá pudiera verte ir a la cabeza de un ejército! ¡Caramba! ¡Vaya visión que sería!

-Me viste ir a la cabeza de un ejército, contra las Hordas. Y no te gustó en absoluto.

-Ésa era la otra Gabrielle. Ahora las cosas serían diferentes. ¡Ahora habría estado en primera línea, luchando con el resto de tus tropas!

Xena cerró los ojos mientras la recorría un escalofrío.

-No, Gabrielle -en voz baja-. Nunca te dejaría luchar en mi ejército. Nunca.

-¿Por qué no? ¿No crees que sería lo bastante buena?

-No quiero hablar más de esto. Me está dando escalofríos.

Gabrielle guardó silencio y por un rato sólo hubo el firme sonido de los cascos de Argo sobre el mugriento camino, interrumpido por los gritos ocasionales de los pájaros en los árboles cercanos.

-¿Me contarías otra historia? -preguntó finalmente la bardo.

-Eso depende de lo que quieras oír.

-¿Me contarías otra historia sobre Ares?

-Una historia sobre Ares, ¿eh? Bueno, veamos. Podría contarte acerca de la vez en que mató a tres hombres, me incriminó por los asesinatos y casi fui ejecutada.

-Uh...

-¿O sobre la vez en que convenció a Las Furias para que me maldijeran con la locura y casi acabé matando a mi propia madre? ¡Es una historia bastante buena! ¡Ésta probablemente te gustaría! -lanzándole a Gabrielle una rápida mirada-. ¡Oh, o aquí está la mejor de todas! Podría hablarte de la vez en que Ares se disfrazó de bardo y drogó a mi mejor amiga, la mujer a la que amo con todo mi corazón, y la convirtió en esta desconocida, este... este monstruo, que sólo puede hablar sobre el valor de la guerra, el asesinato y... -se detuvo, ahogándosele la voz y escociéndole las lágrimas en los ojos. Deteniendo a Argo, se sentó un momento, mirando hacia delante y respirando larga y temblorosamente en un intento de recobrar el control sobre sus emociones.

-Lo siento, Gabrielle -dijo por fin, luego se volvió a mirar a su compañera. La bardo le devolvió la mirada, desconcertada.

-¿Estás enfadada conmigo? -preguntó Gabrielle en voz baja-. ¿Me odias?

-No, no estoy enfadada contigo -contestó Xena-, y nunca podría odiarte. No pudiste evitar lo que pasó. ¡Pero sin duda que tengo que arreglar las cuentas con Ares!

Grabielle exhaló un suspiro de alivio.

-A lo mejor no quiero oír una historia ahora mismo -dijo.

-Bien, porque no creo que esté de humor para contar una -Xena sonrió amargamente y volvió a mirar de nuevo hacia delante. Comenzó a alzar las riendas, pero entonces se detuvo, sus sentidos repentinamente alerta.

-Xena...

-¡Shh! ¿Has oído algo?

-No -dijo Gabrielle después de un momento.

-Yo sí. Suena como a alguien gimiendo -puso a Argo a medio galope y notó apretarse bruscamente el agarre de Gabrielle alrededor de su cintura. Mientras doblaban la siguiente curva, avistó una carreta de granja sin caballo, parada al borde del camino. Cerca, en el suelo, un hombre estaba tendido, su cara cubierta de mugre y sangre.

Xena saltó rápidamente de la silla y sacó su bolsita de medicinas de la alforja.

-Gabrielle -mientras ayudaba a desmontar a la bardo-, en la otra alforja hay algunos trapos que puedo usar para vendas. Cogélos y tráemelos. Y trae el odre también.

Corrió al lado del hombre y se arrodilló para examinar la profunda herida de su frente. Notó además que había algunos feos hematomas.

-¿Qué ha pasado? -preguntó suavemente.

-Volvía del mercado -jadeando un poco-. Tenía algo de cereal y el dinero que conseguí vendiendo lana.

Mientras hacía una pausa para respirar, llegó Gabrielle. Xena volvió la vista, le cogió el odre y lo sostuvo en los labios del hombre. Bebió con gratitud.

-¿Trajiste los trapos? -preguntó Xena.

-Sí. Aquí están -dijo Gabrielle, dejándolos caer en la suciedad al lado de la guerrera.

Xena suspiró, exasperada, y recogió uno de los trapos. Sacudiendo la suciedad, vertió un poco de agua sobre él y comenzó a limpiar la herida.

-Volvías del mercado -dijo-, ¿y luego qué pasó?

-Me encontré con algunos hombres, cuatro, a caballo. Dijeron que querían mi caballo y mi dinero. Traté de luchar con ellos, pero eran demasiado fuertes para mí. Cogieron todo mi dinero. Tenía cuarenta y dos dinares, ¡y era todo lo que tenía para comprar provisiones para mi familia este invierno! Y mi caballo. ¡También cogieron mi caballo! ¡Nunca seré capaz de permitirme otro!

-Esos hombres que te atacaron -dijo Xena, sosteniendo el paño sobre su herida para detener la pérdida de sangre-, ¿tenía el líder una cicatriz que le cruzaba la barbilla?

-Sí -exclamó el hombre-, ¿cómo lo sabías?

-Nos topamos con ellos un poco más abajo -sombríamente-, pero fui capaz de rechazarles.

-¡Te dije que deberías haberles matado! -exclamó Gabrielle-. ¡Ya ves que tenía razón!

-Matarles no habría ayudado a este hombre -dijo Xena-. Ya había sido atacado. Pero si hubiera sabido cuál era tu caballo -añadió, sonriéndole-. Podría habértelo traído de vuelta -levantó la compresa y comprobó que la pérdida de sangre se había detenido-. Esta herida necesitará algunos puntos -dijo-. ¿Estás herido en algún sitio más?

-Mis costillas. Creo que están rotas -poniendo sus manos sobre su costado derecho-. Me patearon ahí. Duele al respirar.

-¿Has escupido sangre? -preguntó Xena, mientras deslizaba las manos bajo su túnica y comenzaba a comprobar su costado.

-No.

-Bien. Eso quiere decir que las costillas no te han perforado los pulmones -prosiguiendo su reconocimiento-. Diría que dos están rotas, quizás tres. Las vendaré y tedaré algo para el dolor.

Se estaba enderezando cuando sintió su espada siendo desenvainada. Volviéndose rápidamente, vio a Gabrielle levantar el arma y apuntarla hacia el hombre herido.

-¿Qué estás haciendo? -gritó y saltó para coger las muñecas de la bardo, bloqueando el empuje descendente-. ¡Dame eso! -arrebatando la espada de manos de Gabrielle.
-Pensé que habrías querido sacarle de su miseria -dijo la bardo.

Xena cerró una mano sobre el hombro de su amiga y la alejó del hombre.

-¿De qué estás hablando? -en voz baja-. Este hombre ni siquiera está tan gravemente herido.

-Es débil. Ni siquiera pudo rechazar a aquellos ladrones. ¿De qué puede servirle a nadie?

-Es un granjero, Gabrielle. No es un guerrero. No sabe cómo luchar. Obtiene comida para su familia y sus ovejas producen lana para la gente que no cultiva, gente como nosotras. ¡Eso es para lo que sirve! -hizo una pausa para respirar profundamente y liberar su agarre del hombro de Gabrielle-. Estamos en posición de ayudarle, y eso es lo que vamos a hacer. ¿Lo he dejado claro?

Gabrielle asintió y dejó caer su mirada al suelo.

-Ahora mismo -continuó Xena más suavemente-, puedes ayudar más trayéndome una de nuestras mantas, para que pueda mantenerle caliente. Por favor -añadió en el último momento.

La bardo se volvió y caminó lentamente hacia donde Argo estaba pastando al borde del camino. Con un fuerte suspiro, Xena envainó su espada y volvió a su paciente.

-Siento esto -mientras se arrodillaba a su lado de nuevo. Alcanzando su bolsita de cuero, sacó hilo y aguja.

-No es muy amistosa -murmuró el hombre y lanzó una mirada temerosa en dirección a Gabrielle.

-De hecho, normalmente es muy amable -dijo Xena-. Sólo que hoy no es ella misma -añadió, con una sonrisa sombría-. Pero no te preocupes. No le permitiré que te haga daño -qué absurdo era esto, pensó mientras enhebraba la aguja, tener que proteger a alguien de Gabrielle-. ¿Cómo te llamas? -le preguntó al hombre mientras se inclinaba sobre para comenzar a coser la herida.

-Loukanos -y entonces aulló al sentir la aguja agujerearle la piel.

-Siento lo del dolor -dijo Xena-, pero necesito que aguantes tanto como puedas. No llevará mucho tiempo.

El hombre asintió.

-Supongo que tengo suerte de que vinieras -dijo-, pero no sé cómo volveré a casa.

-¿A qué distancia de aquí está tu aldea? -preguntó la guerrera. Entonces, oyendo a Gabrielle detrás de ella, alzó la vista y dijo-. Tan solo extiende la manta sobre él.

-No está muy lejos -contestó Loukanos, vigilando a Gabrielle de cerca-. Un poco más adelante hasta la siguiente curva, y después una hora más de viaje.

Xena asintió y miró cómo Gabrielle se movía torpemente para tapar a Loukanos.

-Bien, te llevaremos a casa -dijo-. No está muy apartado de nuestro camino.

-¡Xena -exclamó Gabrielle-, creía que teníamos prisa! Ahora quieres perder tiempo en...

-No corre tanta prisa como esto -dijo Xena firmemente-. Loukanos necesita nuestra ayuda.

-Pero ¿qué pasa con mi carro? -dijo Loukanos-. ¡No podemos dejarlo aquí!

Xena miró el carro por un momento dando otra puntada.

-Bueno, creo que podría ser capaz de convencer a mi caballo para que llevara ese carro -dijo Xena-. No está acostumbrada a hacer ese tipo de cosas, pero si se lo pido amablemente... -sonrió y cortó el hilo con los dientes-. ¡Ya está! ¡Hecho! Ahora, vamos a ver esas costillas. Voy a necesitar algo de tela para vendarlas. Puedo usar o bien una de las perneras del pantalón, o bien la parte inferior de la túnica. ¿Cuál prefieres?

Loukanos frunció el entrecejo y dijo:

-Supongo que mi túnica.

-De acuerdo, la túnica -Xena sacó su daga de pecho y se preparó para cortar la tela.- Gabrielle -dijo-, ¿por qué no coges el resto de nuestras mantas y miras a ver si puedes hacer una cama para Loukanos en el carro?

La bardo suspiró y se puso en pie de mala gana. Yendo hacia el carro, trató de ver su interior.

-¿Cómo se supone que voy a hacer una cama con todo ese cereal ahí? -preguntó.

-¿Cuánto cereal hay? -dijo Xena.

-Tres bolsas.

-¿Es el que traías del mercado? -le preguntó Xena a Loukanos.

-Sí.

-Bueno, mira, no lo has perdido todo -dijo alegremente-. Todavía tienes tu cereal, tu carro y, lo más importante de todo, tu vida. Aquellos hombres no habrían tenido reparos en matarte.

-¡Pero cogieron mi dinero! -se lamentó Loukanos-. ¡Cuarenta y dos dinares! ¡Y mi caballo!

-Sí -dijo Xena-, pero estoy segura de que tu familia se alegrará de tenerte de nuevo vivo en casa, incluso sin tu caballo ni tu dinero. Ahora te ayudaré a incorporarte, para que pueda envolverte las costillas -añadió cuando él no contestó.

Llevó más tiempo enganchar a Argo al carro de lo que Xena esperaba. Los ladrones de caballos habían rajado los arneses y la guerrera tuvo que arreglarlos tan bien como pudo usando los restos de cuerda y cuero. Ayudó a Gabrielle a cambiar de sitio las bolsas de cereal para crear un pequeño espacio en el que reposara Loukanos, luego le dieron algo de corteza de sauce para masticar y mitigar el dolor causado por el traqueteante carro. Aún entonces, se quejó y gimió la mayoría del camino, mientras mantenía un cauteloso ojo sobre Gabrielle, quien montaba sentada sobre las bolsas de cereal en la parte trasera del carro. Xena se incorporó en la parte delantera del estrecho asiento, conduciendo lentamente mientras intentaba encontrar algunas superficies lisas en el desesperante camino surcado. El viaje parecía durar una eternidad.

Cuando al final alcanzaron la aldea, Xena estaba más que feliz de devolver a Loukanos al cuidado de su mujer e hijos. Llevando a la mujer aparte, Xena vació el contenido de su monedero en la mano de la mujer.

-No es mucho-dijo-, pero tal vez pueda ayudar.

-No, ya has hecho tanto por Loukanos... -replicó la otra mujer-. No podría cogerlo.

-Sí, por favor -dijo Xena-. Cógelo por los niños. Éste será un invierno largo. Tres bolsas de cereal no serían suficientes.

-Que los dioses te bendigan -susurró la mujer, y Xena se apartó rápidamente, aparentando no notar las lágrimas de gratitud de la otra.

*****

-No puedo creer que perdieras tanto tiempo y esfuerzo con aquel patético hombre -dijo Gabrielle mientras, un poco más tarde, se alejaban a caballo de la aldea-. ¿Le escuchaste? No hizo nada sino gemir y quejarse. Ni siquiera dijo gracias.

-Estaba asustado y sufría -contestó Xena tranquilamente-. Las personas no son siempre las más corteses bajo estas circunstancias. Y, en cualquier caso, su mujer me lo agradeció. Estaba muy contenta de que lo lleváramos a casa.

-Bueno, si así es cómo se hacen las buenas obras, supongo que no logro verle el encanto.

-Hacer el bien tiene sus recompensas, pero no siempre son obvias.

-Tan solo pienso que lo que el mundo necesita son más guerreros valientes como tú, Xena, no cobardes inútiles como Loukanos.

-No eres tú quién habla, Gabrielle -Xena con cansancio-, es Ares -miró el sol, ahora a más de medio camino del cielo del oeste-. Perdimos más tiempo del que esperaba haciendo nuestra buena obra, pero creo que si mañana empezamos más temprano y nos esforzamos de verdad, todavía podemos alcanzar la casa de Elkton al anochecer.

-¿Por qué tienes tanta prisa en llegar ahí?

-Tengo prisa en romper el hechizo de Ares y hacer que vuelvas a ser la Gabrielle que conozco y amo.

-Todo lo que tienes que hacer es regresar con Ares -dijo Gabrielle con indiferencia-. ¿No sería eso mucho más fácil que ésta búsqueda por toda la campiña? En cualquier caso, ¿qué te hace pensar que este tipo, Elkton, puede ayudar? Creía que era un sacerdote de Morfeo. ¿Por qué habría de saber nada sobre cómo romper un hechizo lanzado por Ares?

Xena guardó silencio por unos momentos.

-No sé porqué creo eso -admitió-, pero lo hago. Sólo tengo esta sensación tan fuerte de que Elkton puede ayudar, y es por eso por lo que vamos a verle.

-¿Esas sensaciones que tienes, son siempre acertados?

-No siempre, pero muchas veces lo son. Durante dos días tuve una sensación de que algo malo iba a pasar, y entonces te permití que me convencieras para bajar la guardia, y fue cuando Ares te drogó.

-Así que es culpa mía, ¿es eso lo que estás diciendo?

-No, eso no es lo que estoy diciendo. Fue culpa mía por no escuchar a mi intuición.

Gabrielle guardó silencio por un minuto, luego dijo:

-¿Cuándo acamparemos?

-Pronto. Primero quiero volver al camino principal, si podemos.

-Tienes que darme una lección con el bastón, ¿recuerdas?

-Sí, lo recuerdo.

Gabrielle dio un suspiro satisfecho y apoyó la cabeza contra la espalda de Xena. El gesto era tan familiar, y la persona que lo había hecho todavía parecía tan desconocida. Ésta era una parte del motivo de que Xena se sintiera tan desesperada por encontrar una manera de romper el hechizo de Ares. Gabrielle tenía razón, pensó. No había una razón lógica por la que pudiera esperar que Elkton supiera cómo hacerlo. Calma, por lo menos tenía que hablar con él. Incluso si no podía ayudar, podría conocer a alguien que pudiera.

Pero ¿y si fuera de verdad una búsqueda totalmente inútil y no hubiera manera de salvar a Gabrielle salvo volviendo con Ares? Xena aún no se había permitido considerar esa cuestión, pero quizás era el momento de que lo hiciera. Una cosa estaba clara: no podía permitirse que Gabrielle siguiera así, con esa personalidad dada por Ares. Sólo terminaría matando gente y asignándose así al Tártaro. La imagen de Gabrielle sosteniendo una espada apuntada al indefenso Loukanos todavía estaba fresca en la mente de Xena, y esto le enviaba escalofríos por la columna vertebral cada vez que pensaba en ello. Sabía que tenía que salvar el alma de Gabrielle de algún modo, ¿pero cómo? Volver con Ares significaría perder su propia alma. ¿Estaría dispuesta a hacer ese sacrificio?

Respiró larga y lentamente haciéndose de nuevo consciente del cálido peso de Gabrielle contra su espalda. Sí, si éste fuera el único modo, lo haría... incluso si eso significase la eterna separación de la mujer que amaba. Pero seguramente había otra respuesta. Seguramente había otro modo de engañar de nuevo a Ares. Y entonces, de pronto, llegó a ella, tan claro como un reflejo iluminado por el sol en un tranquilo estanque. Podría volver a cabalgar a la cabeza del ejército de Ares... y entonces dejarse matar en combate. Sería bastante fácil de hacer, pero tendría que pasar rápidamente, antes de que hubiera corrido el riesgo de anular las buenas obras que había llevado a cabo en los últimos años. Por lo menos, de éste modo, todavía podría tener una oportunidad, aunque escasa, de ser aceptada en los Campos Elíseos. Gabrielle, mientras tanto, podría vivir el resto de su vida en la paz y el amor, y algún día ambas volverían a estar juntas.

Xena cerró los ojos por un momento y liberó un largo suspiro. No era una decisión feliz, pero habiéndola tomado, sintió una extraña sensación de paz llegando a ella. Todavía esperaba con todas sus fuerzas que hubiera una solución mejor, pero si no la había, ahora sabía como podría salvar a Gabrielle, y eso era todo lo que importaba.

Detrás de ella, la bardo bostezó y se enderezó.

-Se está haciendo tarde, Xena -dijo-. Si no paramos pronto, estará demasiado oscuro para que aprenda a usar el bastón.

-Tienes razón -dijo Xena-. Tenemos que empezar a buscar un lugar para acampar.

-¿Qué tal cerca de aquellos árboles?

-No, tenemos que encontrar un arroyo, un manantial o alguna cosa. Nuestro odre está casi vacío -entonces, inclinándose ligeramente hacia delante, gritó-. ¡Argo!

La yegua levantó la cabeza y giró las orejas en dirección a Xena.

-¡Encuentra agua, chica! ¡Necesitamos que nos encuentres algo de agua!

-¿Puede hacer eso? -preguntó Gabrielle con asombro.

-Sí. Es un nuevo truco en el que hemos estado trabajando. Los animales pueden oler el agua desde una gran distancia, por lo que pensé, ¿por qué no poner esa habilidad en uso?

Argo continuó caminando tranquilamente por el camino surcado, pero ahora sus fosas nasales se habían ensanchado mientras olfateaba la brisa y todo su cuerpo parecía estar alerta. No habían ido muy lejos antes de que girara hacia la derecha, pisando la maleza para seguir un estrecho sendero de caza. Xena y Gabrielle se vieron forzadas a agacharse mientras pasaban bajo ramas bajas, pero pronto entraron en un claro y Argo se detuvo junto a un saliente rocoso. Dejando caer la cabeza, resopló suavemente y luego comenzó a beber agua de un pequeño estanque.

-¡Buena chica! -exclamó Xena, acariciando con entusiasmo el cuello de Argo antes bajar de un salto. Arrodillándose junto al estanque de agua, apartó algunas hojas y ramitas-. Hay una pequeña fuente en las rocas -le dijo a Gabrielle-. ¡Nunca lo habríamos encontrado sin Argo!

Gabrielle bajó deslizándose y sacó su bastón.

-¡De acuerdo, ya es hora de mi lección! -dijo.

-No, lo siento. Tenemos que hacer otras cosas primero. Ahora, ¿podrías preferiblemente descargar nuestros bártulos y montar el campamento o recoger leña?

Gabrielle se la quedó mirando inexpresivamente.

-No sé cómo hacer nada de eso -entonces hizo girar el bastón experimentalmente.

-¡Ten cuidado con eso! -dijo Xena, quitándoselo-. Casi golpeas a Argo -entonces estudió a la bardo por un momento-. ¿Estás diciendo que no recuerdas cómo montar el campamento o recoger leña?

-Sí, eso es lo que estoy diciendo. Perdí mis recuerdos, ¿recuerdas?

Xena suspiró.

-Supongo que eso también quiere decir que no recuerdas cómo cocinar.

-Sí, supongo que eso es lo que quiere decir.

-Bueno, en cualquier caso, vas a lamentar eso porque mi cocina es bastante horrible.

-No me importa. Enséñame a usar el bastón.

-Aún no. Primero necesito que recojas leña. Sólo camina por ahí y coge cualquier rama tirada que veas y tráemelas aquí. Aunque no traigas nada de leña podrida. Ésta no arde bien. Yo descargaré nuestros bártulos y comenzaré a pensar sobre qué preparar para cenar.

Gabrielle se volvió y se fue entre los árboles. Al poco rato, volvió con cuatro ramas.

-¡Encontré algo! -alegremente-. ¿Es éste el tipo correcto de madera?

-Sí, ésta es perfecta -Xena, riendo-, pero necesitamos mucha más que ésa. Necesitamos por lo menos treinta o cuarenta ramas de ese tamaño y también algunas un poco más grandes, si puedes encontrarlas.

-¡Estás bromeando! ¿Dónde voy a encontrar tantas ramas?

-¡Ah, ése es el desafío de la recolección de madera! ¡Ahora date prisa! No podemos tener una lección con el bastón hasta que esté ardiendo un agradable fuego y haya puesto a cocinarse la cena.

Gabrielle hizo una mueca, luego tiró las ramas y se marchó de nuevo. Mientras tanto, Xena sacó algo de pescado seco, pan y verduras, llenó el cazo con agua, y despejó un lugar para el fuego.

-Desearía que Gabrielle estuviera aquí para cocinar -murmuró, entonces se detuvo y sacudió la cabeza cuando se dio cuenta de lo que había dicho. Gabrielle estaba efectivamente allí, se recordó así misma... en cuerpo, si no en espíritu. Pero era el cariñoso espíritu de su amiga lo que más añoraba.

Tan pronto como el fuego estaba ardiendo resplandecientemente, Xena echó el pescado y las verduras en el cazo con agua y lo colocó sobre las ascuas, pronunciando una pequeña oración para que la mezcla se convirtiera en algo comestible.

-De acuerdo -le dijo a Gabrielle-, vamos a empezar a aprender a usar ese bastón.

Demostró unos pocos movimientos básicos, entonces miró mientras la mujer más joven los practicaba. Al principio hubo alguna torpeza pero, después de eso, Gabrielle lo entendió rápidamente y Xena sospechó que éste era un caso del cuerpo recordando lo que la mente había olvidado. Justamente estaba mostrando cómo podía usarse el bastón para azotar los pies por debajo de un adversario, cuando Gabrielle se detuvo repentinamente y dijo:

-¿Qué es ese olor?

-¡Oh, mierda! -exclamó Xena, mientras se volvía y se apresuraba hacia el fuego. Arrebatando el cazo de las llamas, examinó su contenido y encontró un revoltijo carbonizado y apestoso.

-Bueno, espero que no tuvieras mucha hambre -gritó a Gabrielle, quien había vuelto a practicar con el bastón-. Me parece que he arruinado nuestra cena.

-Está bien -respondió Gabrielle-. Tendré más tiempo para practicar si no tengo que comer.

-Pero tienes que comer -dijo Xena-. Me aseguraré de que comas algo. Déjame ver qué más tenemos.

*****

Tuvieron una simple cena de pan y queso, junto con algunos frutos secos y manzanas secas. Más tarde, Gabrielle siguió trabajando con el bastón mientras Xena se sentaba al lado del fuego, usando una piedra afilada para raspar el cazo. Sabía que había sido imprudente de su parte derrochar toda esa comida, especialmente después de obsequiar sus últimos dinares tan pronto ese día. Y Gabrielle no estaría nada feliz cuando descubriera lo que había pasado con su cazo. La Gabrielle "real", no esta otra belicosa. ¿Cuánto tiempo pasaría antes de que Xena la recuperara? ¿Y si nunca lo hacía? ¿Y si nunca sostenía a la bardo en sus brazos o le hacía el amor de nuevo? Xena suspiró e intentó sacar esos oscuros pensamientos de su cabeza. Que solo le producían un gran pesar.

Cuando hubo limpiado el cazo lo mejor que pudo, lo puso aparte, se quitó sus armas y armadura y luego se sentó cruzada de piernas sobre las mantas, mirando a Gabrielle.

-Te estás haciendo bastante buena con esa cosa -gritó-. Tengo la sensación de que te volverá todo.

-Enséñame algunos movimientos más.

-No. Esta noche, no. Ahora, vamos a la cama. Necesitamos lograr un comienzo más temprano por la mañana -palmeó un punto en la manta de su lado, y Gabrielle vino y se sentó, dejando de mala gana el bastón cerca en el suelo.

-¿Después de que aprenda a usar el bastón, me enseñarás a usar una espada? -preguntó.

-No -Xena con firmeza-. No quiero que uses una espada.

-¿Por qué no?

-Porque no quiero que vayas matando gente por ahí. Eso va en contra todo en lo que tu creías.

-Ésa era la otra Gabrielle. Yo creo en cosas distintas.

-Lo sé -apoyando Xena la barbilla sobre la mano y mirando el fuego taciturnamente-. Ése es el problema.

Hubo silencio durante varios minutos, y la mente de Xena comenzó a vagar una vez más por oscuros senderos. Aunque, fue bruscamente retirada de su meditación cuando sintió la mano de Gabrielle sobre su seno. Sobresaltándose ligeramente, agarró la muñeca de la bardo y entonces miró a su compañera.

-¿Qué estás haciendo? -preguntó.

-Pensé que querrías hacer el amor. Eso es lo que los amantes hacen, ¿no? No recuerdo exactamente cómo, pero tú puedes enseñarme.

Xena se la quedó mirando durante un momento, entonces suavemente apartó la mano de Gabrielle de su seno y la sostuvo entre sus propias manos.

-No me siento como para hacer el amor esta noche -en voz baja-. Estoy demasiado cansada.

-¿No me encuentras atractiva?

-Sí, por supuesto que lo hago, Gabrielle. Creo que eres muy hermosa.

-¿Entonces por qué no quieres hacer el amor conmigo?

-Te lo he dicho. Estoy cansada.

-No, no lo estás -retirando Gabrielle su mano y abrazándose a sus rodillas-. Tú ya no me amas... eso es lo que pasa.

-Estás equivocada, Gabrielle. Te amo muchísimo. Siempre lo haré.

-No. Me amabas de la manera que era antes. Ahora no me amas.

-Gabrielle... -entonces Xena se detuvo, intentando pensar cómo responder. Finalmente, dijo-. Creo que, en cierta manera, tienes razón. Ahora mismo hay algunas cosas de ti que no me gustan mucho. No me gusta lo que Ares te ha hecho, como ha tergiversado tu personalidad en algo tan agresivo... algo tan diferente de lo que era antes. No me gustan algunas de las cosas que te he oído decir hoy ni de las que has hecho. Pero es no quiere decir que no te ame, porque lo hago. Puedes amar muy profundamente a una persona y aún así disgustarte algunas de las cosas que esa persona dice o hace -hizo una pausa y esperó una respuesta, pero no hubo ninguna. Gabrielle todavía se abrazaba a sus rodillas y miraba el suelo delante de ella. Xena puso una mano bajo la barbilla de la bardo y volvió su cara hacia ella-. ¿Puedes comprender lo que estoy diciendo? -preguntó.

-Sí, supongo que sí -contestó Gabrielle hoscamente, entonces volvió a mirar el suelo de nuevo.

-La cosa es... -Xena tras otro breve silencio-. Ahora mismo me pareces una persona tan diferente que si te hiciera el amor, sería como hacer el amor con una desconocida. Y no quiero hacer eso.

-De acuerdo -murmuró Gabrielle.

Xena la miró durante unos momentos más, entonces dijo:

-Vamos a dormir, ¿vale? Tu acuéstate aquí, en el lado cerca del fuego, y yo estaré aquí mismo a tu lado.

-¿Debería quitarme la ropa?

-Sólo si quieres hacerlo. Creo que esta noche me dejaré puesta la mía.

Tras un momento de indecisión, la mujer más joven se metió bajo las mantas sin desnudarse y Xena se estiró a su lado.

-Buenas noches, Gabrielle -en voz baja.

-Buenas noches.

La guerrera se quedó tendida por un rato breve, contemplando las estrellas que parpadeaban entre las ramas de los árboles, pero pronto sus párpados se volvieron pesados y cerrándolos, se entregó al sueño.

*****

Comenzó a soñar casi enseguida. De hecho, era un sueño tan claro y vívido, que pensó que debía estar todavía despierta. Gabrielle estaba viniendo hacia ella, sus brazos completamente abiertos y una sonrisa llena de amor en su rostro. Xena corrió a abrazarla, sosteniendo cerca a su amante con toda la ferocidad de su pasión. Pero, de pronto, se puso tensa y se retiró, examinando los ojos verdes de la bardo con mirada penetrante.

-¿Cómo sé que eres realmente tú? -preguntó-. Podría ser sólo algún truco del que Ares se estuviese aprovechando.

Gabrielle sonrió suavemente.

-Sabrás que soy yo por lo que voy a contarte -y entonces miró alrededor-. Pero tengo que ser rápida, porque puede que no tenga mucho tiempo.

-¿Qué quieres decir?

-Ares no sabe que estoy aquí contigo, y cuando lo descubra... Bueno, quién sabe lo que hará.

-¿Te ha hecho daño, Gabrielle?

-No. De hecho, se ha portado bastante bien. Sólo que no ha parado de hablar sobre cómo irán las cosas cuando vuelvas con él, y eso me está asustando de verdad.

-Gabrielle... -comenzó Xena, vaciló un momento y entonces siguió-. Espero que haya otra manera, pero si no...

-¡No! ¡Xena, ni siquiera pienses en entregarte a ese monstruo! Es totalmente inadmisible, ¿me entiendes?

-Estoy intentando encontrar otra manera de romper el hechizo. Vamos a ir a ver a Elkton. Creo que tal vez puede ayudarnos. Pero si no, tendré que hacer algo. Simplemente no puedo dejarte...

Gabrielle puso sus dedos sobre los labios de Xena.

-Escúchame. No vas a volver con Ares. Si no hay otro modo, entonces quiero que me prometas algo.

-¿Qué?

Gabrielle guardó silencio por un momento, entonces respiró profundamente y se lanzó

-Quiero que prometas que me matarás.

-¿Matarte? -Xena con sorpresa-. ¡Jamás podría hacerlo!

-Sí, podrás, y quiero que lo hagas. No quiero asesinar a un grupo de gente. Quiero ir a los Campos Elíseos. Quiero que algún día estemos juntas.

-Espera un momento -dijo Xena-. A ver si lo entiendo. Me estás pidiendo que cometa un asesinato, porque eso es lo que sería, asesinato premeditado... y no solo eso, me estás pidiendo que asesine a la persona que más amo de todo el mundo, tener su sangre en mis manos cuando aparezca ante Hades, ¿y todavía crees que acabaré en los Campos Elíseos?

-Sí, lo hago, porque creo que Hades entenderá que el matarme es un acto desinteresado, más o menos como un sacrificio, no realmente un asesinato. Será como cuando apuñalaste a Marcus. ¿Crees que Hades te culpó por eso?

-No, supongo que no, pero eso era diferente. En cualquier caso, Marcus iba a morir de nuevo.

-No es diferente. ¡Es lo mismo! -frunciendo el ceño con frustración, Gabrielle echó una mirada ansiosa detrás de ella-. No tengo tiempo para discutir sobre eso, Xena -continuó-. Sólo necesito que me lo prometas. ¡Por favor! ¡Tengo que saber que puedo contar contigo! ¡No puedo tener ninguna tranquilidad de espíritu hasta que lo sepa!

Xena la miró fijamente e intentó hablar, pero las palabras no llegaron. Necesitaba tiempo para pensar. ¿Era el plan de Gabrielle mejor que el que ella había hecho con anterioridad esa tarde? Era cierto que si mataba a Gabrielle, le aseguraría a la bardo un lugar en los Campos Elíseos. Pero después de que lo hiciera, tendría que vivir el resto de su propia vida sola y con el conocimiento de que había matado a su mejor amiga.

-¡Prométemelo, Xena! -rogó Gabrielle-. Si me amas, prométeme que harás esta última cosa por mí. ¡Por favor!

-De acuerdo, lo prometeo -dijo Xena en voz baja-. Pero sólo si no hay otra manera.

-¡Sí! ¡Gracias! -susurró Gabrielle, y echó los brazos alrededor de la guerrera en un estrecho abrazo-. ¡Te amo tanto! -añadió.

-Te amo también. Y te hecho de menos. Esa persona en la que Ares te ha convertido... ¡Es como estar con una completa desconocida! ¡Se parece a ti, pero es tan diferente!

-Lo sé, pero se paciente, Xena -dijo Gabrielle, tocando suavemente la cara de Xena-. Parecerá otra, pero de algún modo extraño, todavía soy yo. Es de la manera en que podría haber sido si mi vida hubiera sido diferente.

Xena asintió y atrajo a su amante de nuevo hacia ella.

-Voy a encontrar un modo de traerte de vuelta -dijo-. Lo juro.

-Si hay otro modo, se que lo encontrarás. Sólo intenta impedirme matar a alguien mientras tanto -dijo Gabrielle con una débil sonrisa.

-Lo intentaré -dijo Xena, y entonces su boca encontró la de Gabrielle. Cerró los ojos y se permitió saborear la dulce calidez de los labios y lengua de su amante. Si sólo este momento pudiera durar para siempre, pensó. Pero de repente, sintió a Gabrielle siendo violentamente apartada.

-¡No! -gritó Xena-. ¡Gabrielle! -abrió los ojos para ver a Ares, su cara oscurecida de ira, sosteniendo a la bardo con ambas manos retorcidas detrás de ella.

-Bien, bien, bien -murmuró-. Veo que voy a tener que guardar una estrecha vigilancia sobre ésta. Es un poco más lista de lo que le hubiera dado crédito -entonces, girándose a medias, chasqueó los dedos detrás de él y apareció una jaula, con barrotes de metal reluciente.

-¡No! ¡Ares, no! -gritó Gabrielle-. ¡Me comportaré!

Pero su captor sólo se rió mientras la metía en el recinto. Entonces, cerrando la puerta de golpe con un resonante sonido metálico, le echó el cerrojo y se guardó la llave en el bolsillo.

-¡Xena, ayúdame! -rogó Gabrielle, agarrando los barrotes y mirando desesperadamente a la guerrera.

Pero Xena sólo podía devolverle inútilmente la mirada, sabiendo que no tenía ni la espada ni el chakram con ella... no había modo de combatir a Ares en este extraño sueño.

-Sabes lo que tienes que hacer, Xena -volviéndose Ares hacia ella con una sonrisa helada.

-No voy a volver -dijo Xena-. Ni ahora. Ni nunca. Encontraré algún otro modo de vencerte.

-Adelante. Busca todo lo que quieras -el Dios de la Guerra, acercándose y fijando en ella su mirada ardiente-. Pero puedo asegurarte que no encontrarás otro modo. Mantendré encerrada aquí a tu pequeña amiga hasta que decidas que la quieres de vuelta -sonrió, pero era la clase de sonrisa que dejaba un gélido fresco dentro de ella.
Dio un paso atrás.

-Te amo, Gabrielle -gritó, mirando por delante de Ares-. Te sacaré de ahí de algún modo. Sólo dame un poco de tiempo.

-¡Yo también te amo! ¡No olvides tu promesa!

-¡No la olvidaré!

-¡Xena! ¡Xena! -Gabrielle estaba gritando su nombre y sacudiéndola y, cuando la guerrera abrió los ojos, vio a su amante inclinándose sobre ella, puesta a contraluz por el suave brillo de la hoguera del campamento.

-¿Qué te pasa? -preguntó Gabrielle-. Estabas agitándote y hablando en sueños, pero no podía entenderte.

-Estaba teniendo un sueño -Xena en voz baja-. Era un sueño sobre ti.

-¿Era una pesadilla?

-Bueno, terminó más o menos de ese modo, pero la primera parte fue agradable. Soñé que estábamos besándonos, y entonces Ares llegó y te encerró en una jaula -alzó la mano y rozó la mejilla de la bardo. Luego la rodeó con un brazo e intentó acercarla.

Gabrielle se puso tensa.

-¿Qué quieres? -preguntó.

-Sólo quiero abrazarte. ¿Crees que te gustaría?

-No lo sé.

-Bueno, vamos a intentarlo y veremos. Sólo échate aquí con tu cabeza sobre mi pecho.

La mujer más joven siguió vacilante las instrucciones.

-Ahora relájate -mientras Xena estrechaba entre sus brazos a su compañera y acariciaba suavemente su cabello-. ¿Cómo se siente?

-Está bastante bien.

Xena sonrió.

-¿Crees que puedes volver a dormirte? -preguntó.

-Sí.

-Bien. Porque también es lo que planeo hacer.

No obstante, no siguió inmediatamente su plan. En lugar de eso, estuvo echada mirando la oscuridad, pensando en su sueño. ¿Realmente había prometido matar a Gabrielle? Sí, había dado su palabra, pero había dicho que sólo lo haría si no había otro modo de romper el hechizo de Ares. ¿Podía contar su propio plan de dejarse matar en batalla como ese "otro modo"? Necesitaba más tiempo para pensar en las opciones. Pero ahora mismo todavía tenía la esperanza de que Elkton pudiera proporcionar alguna solución al problema menos drástica. Tenía que creer que su intuición era acertada. Con algo de suerte, mañana por la noche, sobre esta hora, sabría si era así.

Cerrando los ojos, Xena escuchó durante algunos minutos el sonido del suave sueño de su amante. Entonces, con un pequeño suspiro, se sumió en su propio y tranquilo mar de inconsciencia.

Continuará...


Indice Fan Fiction

Página Principal