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TEXTOS VARIOS DEL ANFITRIÓN


    En este sitio he habilitado un espacio para mis escritos en prosa, como dueño de la página tengo ese derecho, delicioso derecho. Pero no quiero sonar dictatorial, sino regalarles mi modesta escritura. Espero disfruten los escritos, frutos tanto del periodismo como del mero gusto por la literatura y de escribir lo que siento. Les invito también a leer los Poemas del anfitrión.
 
José Ignacio Silva

Un trabajo de emoción

        Escribir es un trabajo que ejercemos todos los días, pero con distinto carácter. A veces lo hacemos por rutina, otras por relajo, y algunas por un altruista propósito de expresión.
        Interesante fue revisar el caso de aquel juez que rechazó un escrito por estar mal redactado. Deschavetado, loco, quizás tonto le pudo haber tildado aquel asesino del lenguaje, no por lo horroroso de su crimen, sino por la desidia que mostró, al no querer auxiliar a esa hoja infecta y gangrenada.
        Surge la cuestión de escribir bien o mal. Quizás cuestión bizantina y deslavada.
        Debemos entender la corrección desde un ámbito más elevado, que me he propuesto llamar corrección emocional, nombre de moda que se le ha puesto a ciertos volúmenes.
        Esta corrección emocional debe trabajarse más que la corrección idiomática o formal. Su trabajo acucioso supone que el que escribe lo hace de forma interesante, sentida y comprometida, o bien pongámoslo así, lo que escriba se leerá. Para ser más gráfico comparemos la corrección emocional con la tinta que llena una pluma, si hay tinta podremos escribir y la gente podrá leer lo escrito. Si aquel elemento faltase no habría escritura, o en la realidad lo escrito será ingrávido, fútil, y por ello desechable.
        Si bien acciones como la de este heroico juez escasean y son siempre plausibles, estamos lejos de encontrar una persona que fiscalice lo que se nos entrega en el papel y que está emocionalmente incorrecto, chato y aburrido.
        Esperamos aún que llegue ese juez. Mientras tanto, cuando aún no se examina lo que se escribe con la óptica espiritual, con la óptica de la pasión, las escuelas diversas de la escritura deben cultivar la corrección emocional, ser extremadamente celosos en su enseñanza, y que, luego de haber trabajado hasta el cansancio, las lapiceras con que esos alumnos escriban estén rebosantes de tinta.
        Y de ser posible, indeleble.


Neruda y Huidobro

        Este viaje al litoral central nos ha permitido captar de cerca la vida de dos de los más grandes poetas que haya tenido la literatura nacional. Hablamos de Pablo Neruda y de Vicente Huidobro.
        La vida de ambos estuvo marcada por un factor común: el mar. Neruda, enraizado en Isla Negra, mientras que Huidobro parió su obra en su amadísima Cartagena. Ellos se inspiraron por igual observando el océano. Mirando las interminables aguas nació quizás un Canto General como un Altazor.
        Era un privilegio entonces poder acercarse un poco a lo que fue lo más íntimo para ellos, lo más querido y lo más inspirador: su vida junto al mar.
    Empezamos por recorrer la casa de Pablo Neruda, en Isla Negra. Particularmente notable era la cantidad de gente que llega todos los días para visitar la casa del ganador del Nobel.
        Y no sólo atrae por eso, sino por que es sabido que Neruda guardaba, atesoraba y coleccionaba cuanto cachivache raro le llegaba cerca. Y todos los metía dentro de su casa. Pero verdaderamente la casa de este poeta es algo muy especial, y, a pesar de ser una casa, difícil de comprar con dinero. La casa es bella, digámoslo, bien tenida por fuera y por dentro, ordenada, llena de recovecos, todos con la misión, con un fin. A medida que avanzábamos por la casa íbamos escuchando las explicaciones de la guía; el recitado de su boca salía le daba un corte magnetofónico a sus indicaciones. Pero sabía.
        De todos los artículos que allí se exhibieron, algo que, a mi gusto, estuvo por sobre caracolas, caballos gigantes y damajuanas glaucas fue la pluma de Neruda. Algo me hizo observar ese artículo con particular detenimiento, con mayor detenimiento que artículos infinitamente más estrambóticos y bizarros, y, por supuesto, más valiosos. La pluma en sí no era valiosa, era una pluma Parker normal, ya desgastada, pero era la pluma de Neruda, uno lo piensa, y piensa, ¿puede ver uno, por ejemplo, el pie derecho de Pelé?, ¿Puede ver uno los instrumentos que usaron los grandes para crear, tan así de desgreñados?, ¿Por qué esa pluma nadie la toma en cuenta, considerando que sin ella el poeta no hubiera existido? Quizás pase lo mismo si me toca ver el pincel con que Da Vinci pintó La Gioconda.
        Pero uno al final se enamora de la casa, y quiere tenerla. Yo por lo menos sí, pero sin ningún bártulo dentro.
        Y también me gustaría tener la vida de Neruda, despreocupada, bizarra en el extremo, respirando poesía, literatura y mar, todo en un soplido. Por eso se lucha hoy, para poder cosechar mañana, y quizás lograr que algún día la gente pague por ver la camisa que uno lleva puesta.
        Debimos abandonar Isla Negra, con gratas impresiones. Para dirigirnos hacia Cartagena.
        He querido llamar a este tramo del viaje La estación del recuerdo, porque la Cartagena de Huidobro es un recuerdo. Y bien viejo. Todos sabemos que Cartagena hoy no es un balneario de elite como antes lo fue, y que la Cartagena de Huidobro fue a sus ojos una playa señorial, lejana, inalcanzable. Tan inalcanzable que, apenas se pudo, el pueblo quiso alcanzarla y reclamarla como suya, y bien lo han hecho, pues no puede ser más de ellos. Lamentable que Cartagena sea la estación del recuerdo de Huidobro, porque lo que hay para conmemorarlo es algo tan del recuerdo como su tumba. Ahí uno se da cuenta que las tumbas conmemorativas son aburridas, aunque estén limpias, barridas y con flores, igual uno se cansa al rato de verlas, y uno generalmente las visita una vez.
        He ahí la diferencia entre Neruda y Huidobro, Mientras el primero nos legó sus casas, llenas de colorido, extrañeza y artículos. Son casi circenses, el otro nos deja sólo su tumba, de concreto, angular, y más encima, en un monte.
        Pero igualmente el balance del viaje es positivo. Haber visto todo lo bello que es el mar mezclado con poesía deja a uno con ganas de tomar una hoja de papel y escribir cualquier cosa que suene bonita. Uno, después de haber visto y conocido donde vivió Neruda y poder haber percibido las olas que Huidobro saboreó, le toma amor a la tinta, la quiere, y valora el líquido de cualquier color que brilla cuando hace nacer una palabra bella, y lo ve con orgullo cuando con trazos gráciles se instala en los renglones.
        Quizás así amaban la tinta Neruda y Huidobro, dos que, por lo menos, sí supieron usarla.


Jorge Luis Borges: leyenda siempre viva
 

        Este año se cumple un siglo del natalicio del magno escritor argentino Jorge Luis Borges.
        Y parece que cien años de Borges no es nada. Caben en el espacio de un renglón en el alma literaria de las gentes.
        La idea en todo el mundo es homenajear a quien lo merece, y en este caso Borges no se queda chico. Podemos ver reiterados homenajes en universidades, teatros, sociedades culturales, revistas, periódicos, televisión, en fin. No hay medio que se haya quedado al margen de este escritor nacido por allá lejos, en 1899.
        La vida de Borges es destacable. A la edad de veinte años se fue a estudiar a Ginebra, donde permaneció dos años, envuelto en el ropaje del ultraísmo. Luego volvió a su Argentina natal para iniciar una activa carrera literaria. Al poco tiempo fundó Prisma, y en una pestañada nació Proa, en la que colaboró Güiraldes. En ellas su genio volaba y danzaba, en pistas de ensayo, prosa y poesía.
        Su labor en las revistas fue incansable.
        Pero más se lo recuerda por sus obras literarias, en especial por su inteligentísima narrativa. Inquisiciones, El Idioma de los argentinos, Historia Universal de la Infamia, para rematar en la áurea pieza que es El Aleph.
        Borges ha trabajado con grandes en su vida, entre ellos Alfredo Bioy Casares, que fue un estrecho compañero de letras. Reunidos están ambos quizás quién sabe dónde, pero de seguro escribiendo talento, letra recia.
        El Nobel parecía hecho a su medida, pero le fue esquivo. Por visitas innecesarias, o quizás porqué. Pero Borges probó no necesitar el galardón escandinavo, porque aparte de que ganó muchos premios de prestigio, su premio más grande fue ser el de siempre, un personaje irreductible, indefinible e inolvidable.


La espada bajo la seda

        El pasado jueves 8 de septiembre tuvimos la oportunidad de compartir una jornada con Guillermo Blanco. Sabíamos que era profesor de nuestra universidad, sabíamos –algunos- que había escrito Gracia y el forastero, y el diario se encargó de ponernos al tanto de que un Ruibarbo fue engendrado por su tinta.
        Hubo un plus a esta jornada, el galardón postrero que recibió este buen periodista y escritor nuestro, nada menos que el Premio Nacional de Periodismo. Ello nos motivó un poco más para concurrir a esta jornada.
        La sala no estaba lista. Se podría echarle la culpa a ese vil subterfugio de que “estamos en Chile”; prefiero echarle la culpa a alguna persona descuidada, y no echar a una nación entera al saco.
        Pero todo estuvo listo, no a tiempo, pero sí lo estuvo. Ello incidió en la duración de la charla, la cual ya era corta por el mero hecho de estar segmentada, limitada.
        La reunión empezó con una alocución del profesor Enrique Ramírez, quien, como ya se ha hecho costumbre, fue quisquilloso, casi monótono, en recalcar todos los errores habidos y por haber que han cometido los periodistas.
        Entonces Blanco tomó el micrófono, y comenzó a hablar; con voz suave, quizá algo añosa, nos empezó a relatar su vida, cómo ingresó al periodismo, cómo ingresó a la docencia de esta disciplina que hoy nos cobija, y de cómo aquella vida de periodista le llevó a sobresalir, en el vehículo de su talento, de un mar de redactores.
        La contingencia no pudo estar fuera, cosa de esperar en medio de un simposio de periodistas noveles junto con el maestro. La Mesa de Diálogo saltó a la palestra, hasta casi monopolizar la conversación. Pero algo que atañe a la Mesa de Diálogo, pues la generó –como miles de cosas en este país- fue la vida de Guillermo Blanco durante la dictadura militar, y cómo él no calló su pluma, sino que la hizo hablar, con la seda cubriendo la espada, donde la vista percibía suavidad, normalidad, ingenio inclusive, pero bajo el manto brillante y aparente se esconde el verdadero mensaje, que es un filo que mata silenciosamente, y que sólo los ingeniosos pueden percatarse de la herida, de la estocada, a un enemigo implacable, insondable, y por ello, imposible de insultar sin consecuencia ni castigos.
        La charla con aquel hombre notable terminó, como termina un vaso de agua en la boca seca y sedienta, y todos quedamos con sed, con sed de beber de aquella agua que humedecerá nuestra alma e intelecto, el agua de Guillermo Blanco.



Cuentillos cortos de amor

I

        La tinta corre a través del papel, mi vida se ha estado yendo por la borda desde hace un tiempo y ya te concibo como la única motivación de mi vida.
        Es doloroso, ni siquiera sabes un ápice de lo que pasa.
        Tu situación es cómoda, lo sé, pero no puedo dejar de dedicarte estas líneas que estoy escribiendo con la secreta esperanza que algún día llegues a mi puerta y la toques y quieras pedirme un explicación por lo que en ese momento tendrías en la mano: mi declaración de amor.
        Es triste el momento, el papel aguanta todo, sobre él yacen las sílabas idílicas que son un salvavidas.
        Te escribo, te escribo, desde hace un tiempo que lo he estado haciendo, uso mis métodos, son totalmente distintos a los de la otra gente, totalmente distintos a los de esta sociedad superficial.
        Pienso.
        Leo.
        Me inspiro, e imagino lo que será estar bajo las sábanas en la inocente y propicia medianoche.
        Termino esta carta diciéndote que te amo, toda la tónica de la carta ha sido igual, y cada día espero el momento en que te volveré a ver y cada día después de aquel mueren mis esperanzas en un círculo vicioso que juega conmigo sorteando mis estados de ánimo, sin considerar que soy humano.
        Cruel amor. ¿Te veré algún día bajo las sábanas de mi cama? El papel dice sí. Mi alma dice sí. El destino dice…

II

        En ese momento comenzaba ya a saturarme de ruido y de tonterías, cada vez se hacía menos justificada mi presencia en aquella fiesta, estaba sólo, puesto que la única persona que me podría haber hecho compañía se encuentra enferma, por lo tanto además de aburrido estoy completamente sólo, a merced de la estupidez juvenil. Traté de entablar conversación con alguna mujer - a los hombres los descarté de entrada -, pero aquella posibilidad tuvo que descartarse al ver la forma de pensar de las mujeres presentes en la velada.
        Pasaban las horas y ya se empezaba a formar en mi interior una profunda desilusión de las mujeres que me rodeaban, me sentía cada vez más desamparado, temiendo por mi futuro.
        Decidí alejarme del ruido, puesto que no soportaba más el ambiente, subí unas escaleras y empecé a caminar por un corredor de habitaciones, me dirigía hacia el final cuando de repente escuché un llanto amargo, eso me sobresaltó mucho y ya la disyuntiva de averiguar más o no meterme en otros asuntos invadió mi conciencia. El llanto se hacía cada vez más doloroso y amargo, era como sentir una saeta clavarse en el centro exacto del pecho y hundirse con más dolor cada vez que oía un sollozo. Esto me hizo tomar valor y abrí silenciosamente la puerta de la habitación, el cuadro era bastante angustioso, era una joven que lloraba acremente, al notar mi presencia paró un momento de llorar y me dirigió una mirada, al hacerlo pude ver en su cara y en sus ojos las huellas de un largo rato de lágrimas, los azules ojos de la muchacha se veían opacados por el rojo del plañido, mientras que el rostro se encontraba farragoso, el pelo, revuelto. Aquella mirada fue paralizadora, a mi me dejó helado y a ella le detuvo el llanto. Debilitada, mas altiva me habló.

        - ¿Y tú, quién eres?
        - Yo sólo pasaba por acá y te escuché llorar…
        - Y entraste - dijo, con un rasgo de rencor que se podía notar claramente.
        - Sí, perdón.
        Me miró fijamente y al final dijo.
        - Está bien.
        Entonces se sentó y encendió un cigarrillo, entonces ya apaciguado el cuadro, me decidí ya a indagar en la triste niña.
        - ¿Por qué llorabas?
        - ¿Por qué habría de decírtelo? - alegó la interpelada.
        - Bueno, ya que estamos acá, me gustaría ver en que te podría yo ayudar.
        - En poco, sólo si hicieras que mi novio volviera.
        - Creo que eso será posible - dije ya en un tono tierno y confiado.
        Aquel silencio me hizo reparar en su belleza, la cual pude apreciar mientras ella miraba un punto fijo en el suelo. En ese momento había decidido a compenetrar en el interior de aquella bella zagala.
        - ¿Por qué el ya no está?
        - Se fue con otra.
        - ¿Con tu mejor amiga?
        - No, sólo se fue.
        - Parece que ese “sólo” no es tal…
        - De hecho íbamos a casarnos, huiríamos juntos, lejos, lejos del mundo, lejos de esto.
        Pude apreciar que ella compartía el resquemor hacia el ambiente que caprichosamente nos había presentado.
        - ¿Por que estás acá?
        - Es la fiesta de una amiga, la muy idiota creyó que esto iba a animarme…
        - Un amigo mío pensó lo mismo.
        Entonces nos pusimos a conversar, mientras hablábamos su rostro se iba suavizando y normalizando, hasta que llegó un punto en que sus blancos dientes me fueron regalados en una pulcra y exquisita sonrisa.
        - Nunca pensé que en una de estas reuniones hubiera podido encontrar al alguien tan agradable.
        - Yo tampoco, hasta que conocí a mi novio, pero es el igual a todos, tonto, borracho, invencible…
        - ¿Y cómo crees que soy yo? - pregunté atrevidamente.
        - No lo sé.
        - ¿Qué tal si me das una oportunidad?, nos vamos de acá y te llevo a un lugar más tranquilo.
        Entonces noté algo de duda en su mirada, agregué.
        - Sí no quieres, yo me voy y nos olvidamos que todo esto ocurrió alguna vez.
        Ese era el empujoncito de confianza que necesitaba, le tendí mi mano amistosamente y ella la aceptó, se paró, tomó una chaqueta que estaba encima de la cama y nos fuimos.
        La noche era despejada e inusitadamente cálida, decidimos caminar bajo el manto celeste, y en la soledad de la noche, nos miramos a los ojos y descubrimos aquello que nos faltaba y buscábamos y lo que le faltaba al resto pero no lo buscaba, la simpleza.
        Y sólo bastó un beso para reconstruir un error pasado y erigir un futuro nuevo.
        - Veo que vamos a estar juntos por un rato - dije amorosamente.
        - Así es, amor, así es.
        Y caminando por el sendero del parque nos perdimos en la espesa arboleda, para siempre.

III

        Te veo dormir, es la imagen más conmovedora que he tenido en años, ante mí yaces, en la oscuridad, que se quiebra a lo lejos por la luz vaga de una ampolleta transparente, He estado desde hace un momento aquí haciendo cualquier otra cosa, haciéndome el tonto, pero al final he recalado en ti, no podía desperdiciarse esta escena maravillosa en que para mi estás dispuesta.
        Te miro.
        No me cansaría nunca de mirar tus ojos clausurados bajo los suaves párpados de inocencia pura. Te mueves, aún cuando estás dormida lo haces de una forma sutil y elegante, entonces todo esto se va sumando, se va sumando y llego a un resultado que sólo me lleva a cuestionarme el milagro que me han regalado, me pregunto cómo un desgraciado como yo puede llegar a postrarse ante escena tan celestial. Te sigo mirando, y mientras te miro más me voy enamorando, más me voy metiendo en la telaraña de suave seda que tiendes con tu corazón maravilloso.
        Me atrapaste, entonces me abrazo, para contener mi cuerpo que en cualquier momento desgarraría todo lo que se interpusiera entre mis manos ardientes y tu hermosa desnudez.
        Pasan los segundos preciosos, y al pasar cada uno de ellos, te encuentro cada día más linda. El valor aumenta, pero igual me siento pequeño. Cada vez que pasa un segundo la autoestima de mi alma crece, siento cada vez que los pies de despegan del suelo, que cada vez cuesta que pase algo por mi garganta, que las lágrimas se alistan para dispararse por la rampa de mis mejillas y humedecer la piel de diosa que posees.
        Quiero gritar, quiero agradecer, quiero amarte.
        Entonces supe que mi momento en el cielo se había acabado, que había que volver a la tierra, pero con una misión, de estar contigo y que tu angelical presencia sería mía algún día, entonces te doy un beso en la frente y me voy, pero no, vuelvo, acaricio tu mejilla y la beso, acaricio tus labios y los beso, reservando el puesto que desde hoy sé que es mío.


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