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La idea de la "firmeza amorosa" es muy aplicable a los adultos solteros, especialmente aquellos que desean casarse. Algunos solteros desean con tanta desesperación encontrar un cónyuge que comienzan a violar las leyes de la libertad y del respeto en las relaciones románticas. Es como abrir una manguera de incendios sobre una llamita que flamea. Todo lo que queda luego es humo y cenizas.

Oí de un joven que estaba decidido a ganarse el cariño de una muchacha que se negaba hasta a verlo. Decidió que el camino hacia su corazón era a través del correo, de modo que comenzó a escribirle una carta de amor cada día. Como ella no respondía, aumentó sus notas, y le enviaba tres al día. En total le escribió más de setecientas cartas; y ella se casó con el cartero.

Así es como funciona el sistema. El amor romántico es una de aquellas extrañas empresas humanas que tienen más éxito cuando exigen menos esfuerzo. Los que más se esfuerzan por lograrlo son los que con más probabilidad fracasan. Y hablando de personas que se esforzaron mucho, nadie lo hará mejor que un tal Keith Ruff, cuya historia apareció en el periódico Los Angeles Times, el 21 de febrero de 1982, escrita por la periodista Betty Cuniberti. El titular decía: "Hombre gasta veinte mil dólares tratando de ganar la mano de una muchacha que puede decir que no". La historia lee así:

Un hombre enamorado, que vivía en un hotel de Washington que le costaba doscientos dólares al día, ha gastado, según últimos cálculos, cerca de veinte mil dólares tratando de demostrarla a la mujer amada que no aceptará un "no" por respuesta a su propuesta de matrimonio.

El día de Navidad, Keith Ruff, de 35 años, y que había sido corredor de acciones en Beverly Hills, de rodillas le propuso matrimonio a Karine Bolstein, de 20 años, y camarera en un restaurante de Washington. La había conocido en una tienda de calzado el verano anterior. Los dos habían salido juntos algunas veces en los dos meses que precedieron a la proposición.

Al oir su propuesta, ella bajó la vista y dijo: "No".

Desde entonces, Ruff se ha quedado en Washington y ha demostrado su deseo de que ella reconsidere la respuesta, enviándole todo lo imaginable, excepto bajarle la luna. A lo mejor eso sea lo siguiente.

El piensa que ya casi se le acaba todo el dinero, porque no es ningún príncipe árabe.

Las muestras de su amor incluyen: un avión Learjet, listo en el aeropuesto, "por si acaso a ella se le ocurra dar una vuelta"; entre tres mil a cinco mil flores; una limosina, equipada con un bar, y con televisión, estacionada frente a la puerte de ella; un anillo de oro; doscientos dólares en champaña; cenas con langosta servidas a domicilio; músicos que le toquen serenatas; un payaso contratado para que divierta al hermano menor de la muchacha; un hombre disfrazado de Príncipe Azul, llevando una zapatilla de cristal; galletas, dulces y perfumes; personas contratadas para que lleven letreros mientras caminan alrededor de la casa de ella, y del restaurante donde trabaja con la leyenda: "El señor Keith Ruff AMA a la señorita Karine Bolstein".

Al padre de ella le dió una canasta de nueves y como trescientos dólares en cigarros, "para que los reparta entre sus compañeros de trabajo en el Ministerio de Trabajo. Tal vez suene raro, pero su papá me cae bien".

A la madre de ella le envió flores, que le fueron entregadas en la Embajada de Francia, donde trabaja. "Pienso que no le agrado a la madre. Ella llamó a la Policía", dice Ruff, "pero seguiré mandándole regalos. ¿Cómo puede alguien estar tan enfadado?"

Ruff dice que no ha trabajado por algún tiempo, y que tiene medios suficientes. También dijo que gastará hasta el último centavo, y que después mendigará si tiene que hacerlo, pero que seguirá "tratando por diez o veinte años. Le pediré cien mil veces que se case conmigo. No me importa cuántas veces diga que no. Haré todo lo que esté a mi alcance, que no sea absurdo o contra cualquier ley razonable. No me detendría ni aunque se hiciera monja. ¡Nunca me he sentido así antes!"

Karine, entretanto, dice que se siente halagada, pero que es demasiado joven para casarse. Dice también que su casa se parece ahora a una funeraria.

Ruff dijo: "No deseo obligarla a que me quiera, pero no puedo parar".

Ruff agregó que pasa mucho tiempo en su habitación en el hotel, planeando qué es lo siguiente que va a hacer, y ocasionalmente llorando. También dijo que Karine lo llamó una vez. "Pero yo colgué el teléfono. No me gustó lo que dijo. La realidad me perturba. Prefiero cerrar mis ojos e imaginarme que veo su cara. Vivo en una fantasía. Vivo con la esperanza; y con un buen número de enormes cuentas por pagar".


-"Man Spends $20,000 Trying to Win Hand of Girl Who Can Say No", por Betty Cuniberti, copyright 1982, Los Angeles Times
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Hay varias cosas que el bueno de Ruff no sabe acerca de las mujeres, dando por sentado que la señorita Bolstein todavía no le ha hecho comprender el mensaje. El puede llorar en su habitación del hotel por los próximos cincuenta años sin despertar ni el más mínimo ápice de simpatía en ella. El avión tampoco significa gran cosa para ella. Pocas mujeres se sienten atraídas por hombres que lloriquean, que se humillan, que quieren sobornar y que se portan como tontos a ojos de todo el mundo. ¿Quién quiere casarse con un sujeto sin ambición, que se humilla como si fuera un perro? ¡Adios romance! ¡Que se vaya a un asilo de mendigos!

En una escala mucho más reducida, por supuesto, los solteros cometen el mismo error en otros aspectos. Revelan sus esperanzas y sueños demasiado temprano en el juego y asustan hasta el tuétano a los posibles amores. Los divorciados caen en la misma trampa, sobre todo las mujeres que necesitan a un hombre que las mantenga a ellas y a sus hijos. Los candidatos varones para tal tarea son una rareza, y son algunas veces reclutados como si fueran atletas de envergadura nacional. No he visto mejor ilustración de esto que un artículo aparecido también en Los Angeles Times. Le fue enviado a Virginia Doody Klein, para que lo publicara en su columna: "Living with Divorce" ("Viviendo con el divorcio"):


Mi divorcio tuvo lugar hace poco... Soy un profesional con un problema extraño. Espero que pueda ayudarme. Una mujer con quien salí una vez me llamó incluso antes que tuviera siquiera oportunidad de salir con ella por segunda vez, y quería saber por qué no la había vuelto a llamar. Después de nuestra segunda salida juntos, ella comenzó a llamarme casi a diario, ofreciéndome que fuéramos a cenar juntos, o contándome algo cómico que había leído y pensó que me encantaría saberlo. Para colmo, la misma rutina ha comenzado con otra mujer a quien apenas acabo de invitar una vez para salir juntos. Si tal conducta es típica, tal vez yo debiera haber seguido casado. ¿Cómo me libro de este frenesí para que salga con ellas, y cómo podría tener una vida social agradable y tranquila?


Los Angeles Times, Abril 12, 1982. De la misma columna periodística distribuída nacionalmente: "Living with Divorce", por Virginia Doody Klein, copyright 1982, Sun Features, Inc.



¿No es obvio lo que está ocurriendo aquí? Las mujeres que están saliendo con ese "profesional" están persiguiéndolo como sabuesos detrás de un conejo. Como se puede predecir, su impulso natural es huir. Si ellas tienen interés en atraerlo, simplemente deben dejar de invadir el territorio de él. Debieran más bien mantener un sentido de decoro de la manera en que se comportan con él.




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Consejos para poner en práctica la firmeza amorosa