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Niña perdida y,
sin embargo,
presente

Efectivamente, se parte del descontento. Hay una pulsación íntima que nos empuja a la alegría sin motivo y a la actividad ilimitada del recién llegado. Sin embargo el peso de las cosas nos abruma. A veces encontramos anestesia para dicha pesadez entregándonos ávidamente a las ensoñaciones que nuestros mayores nos ofrecen oportunamente con el nombre de "ocio". Otras evasiones habituales son el fantaseo de una vida mejor para uno mismo (objetos y más tiempo de evasión) o para la colectividad entera (libertad, justicia, revolución). Pese a la probada eficacia de estas evasiones por la fantasía, el descontento ante la realidad sigue asaltándonos en ocasiones. Y para algunas personas -las menos afortunadas quizá- esas ocasiones retornan con especial frecuencia.

Nótese que el descontento ante las cosas proviene ante todo de su carácter sólido e invariable. Me aplasta mi casa (mi trabajo, mi biografía, mi futuro) porque hoy es otra vez mi casa y así esteriliza la posibilidad de que mi casa sea otra. Quizá pueda cambiar de casa pero, mientras hablemos y yo sea yo mismo, siempre habrá una casa que sea la mía aunque viva por las calles en una caja de cartón. Pese a todo no muere la innombrable disponibilidad a desconocer mi casa, de la que a veces me llegan extraños fogonazos de alegría. Por todo ello, porque la evasión de mí mismo se acerca a lo imposible, recaigo en la escapatoria fantaseada al ritmo de los medios, o en el frenesí laborioso hacia el coche nuevo, o en el estimulante diseño mental de una sociedad sin clases.

Bien está denunciar los males particulares que se derivan del vigente estado económico, político y social. Pero recuérdese que dicho estado es solo la forma histórica concreta en que se manifiesta la unidad y estabilidad de cosas, personas y costumbres. Centrar la discusión en cómo tendría que ser el mundo solo parece conducir al progreso o mejora de las cosas y, por lo tanto, al perfeccionamiento de su solidez, de su inamovible presencia.

Condenados a construir; deseosos de lo no construido. ¿Cómo seguirá la lucha?



...veamos esa acción que es el decir. Pues solo la costumbre nos hace distinguir lo hermoso de lo feo, no otra cosa es el arte que un decir. Decir con palabras, con imágenes, con volúmenes, con sonidos... Difícilmente escapamos a nosotros mismos, es decir, a nuestra sociedad y su lenguaje; por lo tanto, lo inmediato del decir es repetir, cantar a la solidez del mundo. Fortalecemos las cosas por fe en las ideas que nuestra sociedad ha construido y por la esperanza de beneficiarnos de dicha fe.

Si nos asalta el descontento y los sedantes prescritos fracasan, querríamos contribuir con nuestro decir a debilitar el mundo y recuperar lo desconocido que su sólida existencia oculta.

Más que contribuir a alguna utopía, o realizar la esencia de lo humano, etc., un decir que no quiera contribuir a lo existente tiende a minar la fe en el mundo desvelando y contraviniendo las leyes psíquicas, lingüisticas que le dan solidez. (...)