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Juegos divinos



Ha de ser un laberinto, sí, un laberinto. Con él al principio y al final, corriendo hacia sí,
buscándose, mirando, corriendo, jadeando, buscando, ¡buscándose! Un laberinto con adornos lujosos,
alfombras púrpuras con vivos dorados, y paredes rojas con molduras de oro, lámparas tibias y
confortantes, brillantes, deslumbrantes. Cirios, espejos nítidos, retratos. Y por obstáculos
divanes y taburetes. Corredores infinitos. Así ha de ser.

Pero que delicia.

Y más adelante en el camino, todo cambia, habrá piedra dura y grotesca donde hubieron doseles
y archivoltas. Volutas de humo gris, fantasmas perennes y quejumbrosos. Arrastrándose han de haber
criaturas abominables, dolores de una vida pulcra, mal vivida. Y por obstáculos bestias aberrantes.

Que placer.

No más piedras, sino madera, sucia y roída, crujiente, chirriante. Madera podrida y resquebrajada.
Madera astillada, astillas en la carne, bajo la uña. Caja muerta, de muertos. Y por obstáculos la
pesadumbre, el desasosiego y el cansancio, un infinito cansancio. En la desolación, deseará morir,
siete veces y en siete lenguas deseará la muerte.

Así ha sido, así es como juega Dios mientras corro buscándome, mirando, corriendo, jadeando,
buscando, buscándome y deseando jamás haber nacido.



Guillermo Rendón