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Dejé de ser al despertar el sol.

 

6:14 a.m.
      -Valla - dijo luego de mirar el gran reloj – falta poco.

1:54 a.m.
      En el recibidor tres abrigos: uno fue olvidado, otro del residente: los tres de porte varonil.

En la cocina restos de una cena abundante y una gran cantidad de copas con olor a sidra, ninguna con marcas de lápiz labial.

Todo el departamento estaba inundado de susurros apagados, rescoldos de la celebración y del sonido periódico del tiempo.

En la habitación una cama turbada, almohadas y almohadones en el suelo. Nadie ahí.

En la estancia un enorme reloj de péndulo enmarcando la entrada, una chimenea modesta y junto a ella un diván siendo utilizado. El tiempo marcaba el ritmo; los amantes lo seguían en una danza de amor retorcido.

Perversión, amor, perversión, amor, tic, tac, tic, tac, tic, tac... Y el tiempo se detuvo en mil pensamientos y una decisión; pero la noche no había terminado y él deseaba ponerle fin; trillado, pero aún fin. Así que continuó hasta que el reloj reclamara su atención algunas horas más tarde:


6:14 a.m.
    Las manecillas señalaban la inminencia del final, del cumplimiento de aquella decisión. Su cuerpo desnudo suspiró.
   -Valla... Falta poco.

Guillermo Rendón