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Alberto Ruy-Sánchez

 

 

NUEVE VECES

TE SUEÑO

Del diario de Aziz Al-Gazali

 

Amar es delirar. Nada desde afuera puede mostrar con certeza la imaginación que se apodera de dos cuerpos amándose.

             Ibn Hazm

 

 

1.

El sueño del silencio y el río

 

Soñé que caminábamos a la orilla de un río. La corriente de pronto se volvía tan agitada que no permitía escucharnos uno al otro ni siquiera hablándonos al oído. Teníamos que gritar. Y aún eso no era suficiente. Hasta que de pronto nos dimos cuenta de que el río decía todo por nosotros. Nos hacía hablar al mismo tiempo y gritar que nos queríamos. Nuestras palabras hacían rápidos, arrastraban leños, se estrellaban contra las rocas, sacaban espuma, y se lanzaban desde la altura si era preciso. Nuestras palabras devoraban en las orillas, suavemente y en silencio, a los cocodrilos que parecían dormidos, jalaban las puntas de los sauces llorones, hacían en los recodos inesperados remolinos. Mirábamos pasar los puentes y en las copas de los árboles, las iguanas calentaban con nuestro rumor su sangre. Soñé que no había nada que no quisiéramos decirnos y que hasta el silencio, con la tenue composición de su vacío, nos hacía hablar, como lo había hecho el río.

 

 

2.

El sueño de las voces por dentro

 

Ayer soñé  que cantabas mientras me dabas un beso. Tu voz entraba en mí por la boca en vez de llegarme por los oídos. Te escuchaba con la lengua y me daba cuenta de que había un leve sabor de mar en tu voz. Cantabas dándome un beso. Tus manos también estaban mojadas. La sal de tus labios despertaba en mí una sed multiplicada. Y esa sed me hacia ir de una de tus bocas a la otra. Y cantabas por todas partes, llenándome con tu voz. Llegó un momento en que tu voz, como un líquido brillante, salía también de mi boca. Se desbordaba cubriéndome. Pero en realidad debería decir cubriéndonos. Cambiaba el color de nuestra piel. Transformaba todo en nosotros, incluso nuestras huellas digitales. Nos preguntábamos quiénes éramos ahora. Y nos respondíamos con cautela, casi cantando en voz baja: somos otros cuerpos dentro de nosotros. Somos dos amantes separados que murieron con sed uno del otro. Sólo ahora, en estos cuerpos de agua hirviente, hemos podido reunir de nuevo un ardor disperso. Estábamos diluidos, obscuros, fríos. Ahora nos concentran una pasión y una sed ajenas. Un sol extraño invocó al nuestro. Así decía tu canción, mientras me dabas un beso y todo comenzaba de nuevo.

 

 

3.

El sueño de dos noches

 

Ayer soñé que venías hacia mí con la mano extendida y una sonrisa afilada revelando todas tus intenciones. Te veía acercarte, cruzar las sombras, y me iba sintiendo cada vez más atraído por el imán de tus ojos. Pero de pronto, un rayo de luz tocaba tu cara y me di cuenta de que los tenías cerrados. Me veías desde tu sueño. Me despertabas pero estabas dormida. Caminabas hacia mí como si miraras por las manos, por todos los poros de la piel. Y te seguías acercando. Me despertabas para que entrara en el sueño más profundo que tenías, el sueño de tu cuerpo. Que era como una noche nueva dentro de la noche. Tu obscuridad me devoraba. Eramos dos Sonámbulos amándose en tu sueño y en el mío.

 

 

4.

El sueño de un mar quieto

 

Soñé que me besabas y que con besos me obligabas a cerrar los ojos. Con tus manos apartabas las mías de tu espalda, de tu nuca. Ahora sólo tú podías acariciarme. Subías por mi cuerpo como una marea, como un brazo de mar, como un río, y tu agua estaba caliente. Tus besos caían en catarata por mi cuello. Tus manos rozaban mi cara como parvada de gaviotas hundiendo el pico en el agua, buscando alimento. Olías a mar y tu oleaje me arrullaba. Hacías con las manos caracoles que ponías en mis oídos para convencerme de que eras mar, no río. Y con tu lengua pescabas los secretos de la mía. "Sólo un cuerpo dócil y quieto puede aprender a ser agua",  me amenazabas al oído, "sólo así nos navegamos: agua sobre agua". Entusiasmado abrí los ojos y ya no estabas. Los cerré y de nuevo aparecías. Cada vez que trataba de mirarte o de tocarte no estabas ya conmigo y el sudor que cubría mi cuerpo comenzaba a enfriarse. Pero volvías a navegarme en cuanto yo regresaba a la docilidad en que me habías moldeado.

 

 

5.

El sueño de las manos con hambre

 

En otro sueño me pedías que besara las líneas de la palma de tu mano. Al acercarme vi con sorpresa, y extraña fascinación, que se habían hecho profundas y eran ya como bocas con labios sensibles que hormigueban cada vez que los besaba.  "Ya ves -me decías- te beso y te como también con las manos".  Siempre me había gustado que tu lengua me recorriera como una mano especial, más sensible, que sabe hablar un lenguaje secreto con mis músculos, con mis párpados, con mi cuello. Ahora tus manos tenían también el poder perturbador de tu lengua. "Pronto toda mi piel va a servir para devorarte". Te seguí besando y te estremecías cerrando las manos para guardar las huellas de mi boca. Cuando desperté tenía en las palmas de ambas manos una comezón terrible. Sólo se calmaba rascándome con los dientes, mordiéndome. Después de un rato volví a despertar para darme cuenta de que esa comezón también era un sueño.

 

 

6.

El sueño disuelto en la fuente

 

Una mujer se metió en mi sueño. No podía verla pero percibía su presencia cálida. Me tocaba por la espalda, y su caricia se deslizaba a lo largo de mi cuerpo, como el agua de una fuente.  Quería despertarme para tocarla. Estaba seguro de que al volver mi rostro encontraría el suyo. Pero no podía moverme. El placer que me daban sus manos era tan grande que me paralizaba. Me hacía dormirme dentro de mi sueño y ahí adentro soñar de nuevo. En ese otro sueño yo me acercaba a una fuente. Estaba esperándola. Ahí nos habíamos citado. Como tardaba comencé a refrescarme en el agua. Al sentirla en mis manos tuve ganas de tener agua también en los brazos y luego en el cuello y el pecho. Unos minutos después estaba sumergido completamente. Y eran de nuevo sus manos las que me tocaban, pero esta vez por todo el cuerpo. Pensaba que ella había llegado antes que yo a la cita, se había disuelto en el agua y, al tocarme y escurrirse por las venas de mi sexo recobraba, latido a latido, su cuerpo.

 

 

7.

El sueño del tiempo

 

Soñé que mientras te besaba, tu boca se iba volviendo más profunda, tus labios sabían de pronto ser anchos o delgados según la sed, el hambre, el ansía que teníamos. Tu lengua sabía ser leve anuncio de la humedad o invasión total de tus mareas, torrente, marejada en mi boca, en mi cuerpo. Eras tantas y la misma que te adoré de mil maneras. Con la misma llama encendida. Pero además del arcoiris de formas que tu cuerpo era, había una sola transformación constante: el canto cada vez más grave de la edad. Cambiábamos juntos. Saboreábamos las nuevas hendiduras de nuestros labios madurando. Nos alegrábamos de comprobar, con la lengua, que en la comisura de nuestros ojos la risa compartida tanto tiempo había dejado ya sus huellas. Líneas de fuga, marcas de acumuladas alegrías. Todo esto sucedía mientras hacíamos el amor, como tantas veces, interminablemente, sin principio ni fin, sin buscar una sola cumbre sino muchas repartidas entre tu piel y la mía. Entre una luna llena y la siguiente; o la anterior, porque el tiempo era un río extraño que simultáneamente bajaba y subía. Viajábamos en el tiempo. Y había de pronto hendiduras entre nuestros besos, donde parecían asomarse otras personas, que éramos tú y yo pero no éramos. Otros viajeros del tiempo amoroso, andaban entre nuestros besos. ¿Quiénes eran? Tal vez tú y yo mañana. Tal vez ancestros del hambre de nuestros cuerpos. Nuestros Sonámbulos.

 

 

 

 

8.

El sueño de dos sonrisas

 

Soñé que nada importaba sino tenernos. Que no había antes ni después. Todas tus sonrisas de todos los tiempos eran del presente. Estaban presentes en mí mientras arqueabas tu cintura para poseerme como si fueras a cabalgarme. Tu boca hizo de pronto un gesto que reflejaba la fuerza tremenda con la que me apretabas dentro de ti. Me dabas un beso profundo y fuerte con los labios dilatados entre tus piernas. Y era de pronto la sonrisa más profunda de tu vientre la que brotaba por tu boca. Me tenías en ti como se tiene una idea plena, que da gusto y obliga a sonreír. Me tenías como se guarda algo que parece ajustarse perfectamente a tus sueños de ese instante. Y en ese instante sólo importaba tenernos. Era tuyo para siempre, mientras duraran tus dos sonrisas. Tu presencia sonriente me explicaba cómo, en el amor, lo de arriba puede estar abajo, lo de antes puede ser futuro y lo que vendrá historia. Y yo quería morder la comisura de tus labios, la parte más fugaz de tu boca, la que sólo con la punta de la lengua podía saber que tenía sabor a sonrisa plena, doble, obstinada, irrepetible.

 

 

9.

El sueño de los cuatro círculos

 

Soñé que me acercaba lentamente a tu boca, venía probándote desde la nuca. Mis labios iban rozando apenas tu piel, los vellos más delgados del cuello, los lóbulos, las mejillas. Y cuando girabas de golpe para atrapar mi boca con la tuya, mordías sólo mi labio de arriba mientras el otro llegaba hasta tu mandíbula. Me ofrecías todos los ángulos pronunciados de tu cara. Me dabas a comer tus pómulos, luego tu barbilla. Entonces decidías mojarme la cara, poco a poco, con la lengua. Mojabas y secabas con la piel de tus mejillas, una y otra vez hacías lo mismo. Luego te apoderaste también de los párpados. Me hacías mirar la humedad de tu boca sobre mis ojos cerrados. Cuando menos me daba cuenta habías pasado de acariciar con tu lengua en círculos mis ojos a hacer lo mismo con mis testículos. Dibujabas de nuevo con la punta de la lengua, a través de la piel, todos mis círculos. Y otra vez me hacías mirar y admirar de placer la humedad sin verla. Todo mi cuerpo era un eco de círculos concéntricos alrededor de tu boca. La espiral movida por tu lengua.


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