Alberto Ruy-Sánchez

 

Nueve recuerdos

dobles del 69

 

1• Recuerdo la forma de sus labios y cómo se demoraba en mis párpados. Susurraba en mis ojos cosas indescifrables. Como si inventara una lengua obscena y delicada, que sólo se pronuncia mientras se besa, mientras se gime, mientras se muerde o se chupa. Nunca con la boca abierta o desocupada.

2• Recuerdo que venía de Suecia. Su padre era un ingeniero, empleado temporal de la compañía mexicana de teléfonos y rentaba una casa en aquel suburbio. Les gustó porque estaba al lado del parque y del viejo balneario del pueblo que fue antes esta zona.

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3• Recuerdo que la conocí bajo el agua porque vino bruscamente hacia mí de frente mientras nadaba. Simuló una distracción inverosímil y me golpeó enredando su brazada con la mía. Fue un gesto alagador y temible al mismo tiempo.

4• Recuerdo que casi me ahogaba. Y a ella le daba risa mientras desenredaba su cuerpo del mío. Era tan bella que quedé deslumbrado. Y casi sin moverme, en la inercia de mi torpeza, por unos segundos hice lo posible para que no se desenredara.

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5• Recuerdo que ese mismo día hizo conmigo lo que quiso, ahí mismo, en el agua, antes de que amaneciera y llegara más gente al balneario.

6• Recuerdo el color rojo sangre de su bikini y cómo fui a sacarlo del fondo de la alberca cuando terminamos.

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7• Recuerdo que tenía una vena pronunciada en el labio vaginal izquierdo que lo hacía abultado y envolvente: devorador.

8• Recuerdo que me enamoré con una locura que no conocía. Una cosa ciega y obcecada se fue apoderando de todos mis movimientos y mis ideas. Sentí crecer en mí una atracción que sólo podía describir como “sonámbula”. Era como si naciera de nuevo o despertara en otra realidad más punzante, más intensa, más profunda.

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9• Recuerdo que, muy enojada, me aclaró: conmigo sólo le interesaba el sexo. Un día regresaría a Suecia y nunca volvería a verla. Me ordenó que cortara ya “ese absurdo enamoramiento” y me fuera acostumbrando “a dar y recibir placer sin pedir permiso al corazón”.

10• Recuerdo que fue la primera en llamarme “latino” y que le parecía estúpido, fuera de lugar  e inmaduro hablar de un corazón medio roto o pensar en el futuro o presentarme a sus padres.

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11• Recuerdo que ilusamente pensé: “tal vez también ella un día se enamorará de mí”.

12• Recuerdo que, para tener licencia de manejo yo había adelantado mi servicio militar el año anterior y lo había vivido como una especie de prostitución obligada. Para mi sorpresa, algo de aquel sentimiento incómodo comenzó a brotar en mi cita cotidiana con ella cuando un claro aroma de deber escapó de los pliegues brillantes del placer.

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13• Recuerdo haber pensado que, sin darme cuenta, pasé del servicio militar al servicio sexual. Pero que sin duda ella era una mejor patria para dedicarle el cuerpo.

14• Recuerdo que un monstruo de dos bocas abulyadas y sobrepuestas gobernaba México y un año antes, en nombre de  “la patria”, con el pretexto de “salvarla”, había devorado a cientos de personas en la plaza de los nuevos sacrificios humanos o de las Tres Culturas. 

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15• Recuerdo que ese año leí a Rilke por primera vez y me identifiqué con Malte Laurids Brigge, el poeta que sucumbió de melancolía  en la Ciudad de los Muertos. Ese año también devoré a Novalis y sus mundos que surgen y desaparecen dentro de la noche, a Nerval y sus mujeres de fuego, a Gide y sus alimentos terrestres,  a Jerry Rubin y su elogio del hippismo, la vida alternativa y el amor libre, a López Velarde y su suave patria de sangre enamorada, a Faulkner y su creación de un cosmos de extrañeza e intensidad, a Joyce y sus revelaciones poéticas cotidianas que llamaba ‘epifanías’ y  a Lezama Lima, revelación total. Y ella me hizo leer lentamente a su lado la sabia y sensual lección de relatividad amorosa en las novelas de Lawrence Durrell. Aprendí a relacionar con ella, con mi pasión por ella, todo lo que leía. Y, tal vez por eso, por su moderno “cante jondo del rock” me encantaba Janis Joplin antes que Joe Cocker, Santana, Jimi Hendrix  y los Rolling Stones.

16• Recuerdo que deseaba ir con ella al festival de Woodstock en agosto y llegué a creer que estaba de acuerdo porque cuando le pregunté si sus padres no se opondrían, me miraba fijamente y sonreía.

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17• Recuerdo que, sin embargo, el primer día de agosto se fue del país sin despedirse y nunca volví a tener una palabra de ella.

18• Recuerdo que el siete de diciembre de ese 1969, en la fiesta que me hizo una vecina para celebrar mis 18 años, alguien mencionó al sueco que había rentado seis meses la casa junto al balneario. Y a su esposa, que iba a nadar todos los días muy temprano. Mi vecina, que había sido mi novia años atrás, soltó de pronto un comentario que llevaba tal vez algo de celos: “La sueca parecía una loca cuando salía de su casa, como enojada con el mundo, tensa, a punto de explotar y llena de prisa. Y más loca cuando regresaba, relajada, caminando muy lentamente, mirando a las nubes y riendo sola. A veces, a carcajadas.” No pude evitarlo y pregunté, casi tartamudeando, si alguien había tenido noticias de la hija. Porque a los padres yo nunca los había visto. Todos insistieron: ellos no tenían hijas. Y otra vecina, que los conoció mejor, nos explicó: “Cuando llegaron a México estaban recién casados. Pero se fueron a punto de divorciarse porque al marido le había dado un ataque de celos que se convirtió en ataque cardiaco. Literalmente, se le rompió el corazón. Según él, había descubierto, por el brillo de sus ojos, por la manera de caminar y de sentarse, que su esposa tenía un amante ‘latino’. Y si no se iban muy pronto él iba a matarlo.”

 

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