GABRIEL  IACULLI

Leer a Alberto Ruy-Sánchez

para traducirlo

 

Mágico destino el de un libro que fue comprado en la ciudad de México por un mexicano, quien viajó con él hasta París, que fue leído y colocado en un librero, donde durmió durante no sé cuántos meses o años hasta que, cierto día, un vecino francés de ese mexicano fue a buscar un poco de lectura en sus anaqueles y eligió, entre todos, aquel libro.

         Así leí por primera vez Los nombres del aire del autor que es hoy uno de esos amigos que alegran la vida, Alberto Ruy-Sánchez. Su libro me subyugó: me hubiera gustado haberlo escrito porque corresponde perfectamente con mi sensibilidad, con mi visión del mundo, con mis elecciones esenciales.

         Era la primera, y única vez hasta hoy, que leía una novela que, de principio a fin, hablaba del deseo, sólo del deseo y sus avatares. Digo avatares en su doble sentido de transformaciones y de encarnaciones distintas de una deidad, porque el deseo es un dios, el mayor de los dioses: es el movimiento perpetuo hacia un punto eternamente inalcanzado, el movimiento más vivo, el que sostiene lo que Jean Giono ha llamado “El canto del mundo”.

         El deseo está del lado de la vida, nos opone a la muerte, al olvido y a la negación del valor del momento, del eterno presente.

         Y veo, en todo lo que escribe Alberto Ruy-Sánchez, un movimiento perpetuo, avance y retroceso. El avance es la búsqueda de la efusión, en su triple acepción  de libación, de dádiva del corazón y de los sentidos, y de proceso de purificación de la piedra filosofal.
       El retroceso, la inevitable conciencia de que la satisfacción del deseo es siempre una forma de muerte, pero es también lo que da un valor a lo que todavía no ha sido cumplido. Es así como este doble movimiento entra plenamente en el instante fugitivo del milagro, de la comunión; y toma conciencia de esa fugacidad.

         Alberto Ruy Sánchez es para mí un hermano en humanidad que se opone a esa cultura de la muerte que se esfuerza por aniquilar la ilusión. "Querer destruir el velo de Maya", como dicen los indúes, es querer morir. Algo que he entendido, tal vez por milagro, en mi juventud, en el transcurso de un viaje de cuatro meses por la India, es que el renunciamiento supremo consiste en renunciar al renunciamiento, y que la única realización posible es encarnar la ilusión. Y la literatura es la ilusión de las ilusiones, el espejo.

         En este espacio del espejo he encontrado a Alberto, o, mejor dicho, a un hombre capaz de dar forma al deseo, al principio del movimiento que nos lleva hacia el otro, hacia los otros, y es capaz de mantenerse en la tensión inacabada del deseo.
         Y me gusta creer que no es casualidad que el proyecto de Alberto Ruy Sánchez sea una tetralogía. El nacimiento de las tetralogías está ligado a las celebraciones dionisíacas de la Grecia Antigua. El culto de Dionisio no puede ser visto solamente a través de la expansión del cultivo de la viña, de la embriaguez, y del desenfreno de los sentidos; había en esa embriaguez y ese desencadenamiento una búsqueda de comunión con la divinidad a través de un estado especial de la conciencia, que sólo se alcanza en instantes privilegiados, y que crea una especie de adicción. Se trata de recrear un acto mágico, un acto de magia operacional semejante a los rituales de la infancia, donde el misterio depende de un movimiento, de un lugar, de una luz o de todo lo que ha acompañado la abertura sobre un misterio que se desea reanimar o resucitar, volviendo al movimiento, al lugar, a la luz o al sonido iniciales, para suscitar de nuevo esta abertura.
         Hay en este proceso un tropismo, es decir una progresión en la inmovilidad, o la casi inmovilidad que adelanta o señala la aproximación de lo sagrado. La única realización posible se sitúa dentro de este tropismo, en la recreación, no de lo que fue sino de las condiciones propicias a lo que podría ser, es decir la nueva aproximación al huidizo milagro original desvanecido. El niño que vuela, el hombre que desea, pertenecen al misterio, al secreto frágil, a la vibración tenue que lleva el instante a lo que Mircea Eliade ha llamado el illo tempore,
la dimensión sagrada fuera del tiempo, es decir el instante en el que todo nos es dado y nos es arrebatado al mismo tiempo.

         En la obra de Alberto Ruy Sánchez, este tropismo perpetuo ha encontrado un lugar al cual volver para tomar impulso, lugar a la vez real y encantado, la vieja ciudad de Mogador, en Marruecos; y en cada ciclo del movimiento, en cada una de sus novelas, el autor reencuentra y recrea esta ciudad que, como decía Verlaine, hablando de la mujer de sus sueños, no es nunca ni del todo la misma ni del todo otra.
         La distancia entre México y Mogador es una metáfora del deseo, conlleva un vaivén no tanto físico cuanto espiritual, cuya función es la de reactivar la nueva aproximación del espacio fuera del tiempo donde puede resurgir la evanescencia del secreto. Pero Mogador no tiene solamente una función operatoria. Es en Mogador donde el deseo se busca, y busca su objeto; todos los personajes de las novelas de Alberto Ruy Sánchez son llamados por un signo que nunca se precisa, pero al cual responden; todos son atraídos por la espiral del tropismo donde la sensualidad, nunca satisfecha, es siempre naciente o renaciente, donde el deseo no puede morir. Espiral del deseo siempre renovado, como el mar de Paul Valéry, Mogador es el lugar de la búsqueda sin fin de los sentidos, ceñido de murallas, pero abierto a los elementos: el aire que transporta el deseo de Fatma en Los nombres del aire;
el agua del mar, la de las fuentes, sobre la cual fluye el deseo de Hassan En los labios del agua, la tierra que contiene todos los elementos de los jardines secretos que busca el amante de la tercera novela, Los jardines secretos de Mogador: Voces de tierra; , o La piel de la tierra y el fuego, del que no conocemos aun la naturaleza, pero que presiento como una obra cargada de gran pasión.

 Mogador, mil veces recorrida por la espiral del deseo, además de ser el centro donde la magia del tropismo fundamental se vuelve operante (es decir, la magia del movimiento de atracción incesante), es también el jardín de los jardines, y es también un cuerpo, pero además de un cuerpo es una mujer, y además de ser una mujer es el amor.

         Alberto Ruy Sánchez es para mí mas que un novelista, es lo que constituye en nuestro tiempo una rareza: un órfico.

 

Gabriel Iaculli, es un notable traductor al francés de literatura escrita en español y en servocroata.  Tradujo e hizo que se publicaran en Francia varios libros de Alberto Ruy-Sánchez, entre los cuales Los nombres del aire; En los labios del agua; De cómo llegó a Mogador la melancolía; Los jardines secretos de Mogador; y Nueve veces el asombro, o Nueve veces nueve cosas que dicen de Mogador. También ha traducido a Juan Rulfo, José Lezama Lima, Julio Ramón Ribeiro, Carmen Posadas, Jorge Volpi, Juan Manuel de Prada, etc.
  Foto de Gabriel Iaculli, por Margarita de Orellana, en un jardín de cactus de Puebla.

 


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