Alberto RUY-SANCHEZ

 

BAJO EL PODER DEL VIENTO

 EN ESSAOUIRA

 

En la vecina ciudad de Marrakech, los contadores de historias de la Plaza Jmá El-Fná afirman que para llegar a la ciudad de Essaouira-Mogador lo más conveniente es encomendarse a los espíritus del viento. Que ellos son los verdaderos amos de la ciudad amurallada. Y también de nuestro destino cuando vamos hacia ella.

Antes se necesitaban más de doce días para que una caravana llegara a la casi isla de Mogador desde la Ciudad Imperial. Ahora cualquier automóvil requiere por lo menos dos horas y media para cruzar los 176 kms que las separan.  Ya no hay que esperar a que baje la marea para entrar a ella por tierra, ni a que suba y haya viento favorable para entrar por mar. Sin embargo, Essaouira sigue siendo dominada por los Vientos Alisios. Y no es extraño ver a los mogadorianos entrar a la ciudad saludando a una corriente de aire con un gesto rápido de la mano que antes tocó su corazón, como los cristianos en otras tierras se persignan al pasar frente a una iglesia. Gesto sutil que es fiel al nombre de la ciudad en berebere, lengua de sus más antiguos pobladores: Tassourt, «la poseída por el viento».

De Marrakech hacia Essaouira se tiene una probada del desierto: horizontes ocres, extendidos, y esporádica arquitectura de tierra, siempre camaleónica. Luego aparecen pueblos tras humildes arcadas, campos de olivos y de arganos.  Y finalmente se llega a los bosques de thuya (tetraclinis articulata), árbol pequeño de raíz ancha y muy olorosa que es la materia prima de la principal artesanía del puerto: la madera labrada y la taracea. A diferencia de otros árboles la thuya no se deja sumergir bajo las dunas devoradoras, como si flotara siempre por encima de ellas. Por eso ha sido sembrada para anclar a las dunas que no dejaban de meterse en la ciudad y amenazaban su existencia.  Ahora, esas dunas con su piel de thuya forman un mar verde de oleaje detenido que anuncia a Essaouira.

       La ciudad nueva no es interesante.  Salvo la extensa y ancha playa que bordearemos en parte antes de alcanzar las murallas y que es paraíso de surfeadores y navegantes de la plancha a vela. Tres kilómetros de arena en una generosa bahía protegida por el puerto, sus astilleros amurallados y las dos torres almenadas que la coronan.  Al centro de la bahía, dominando el horizonte y nuestra atención, se extienden las Islas Purpurinas. Sólo un kilómetro las separa del puerto.  Una fortaleza en ruinas y una célebre prisión son huellas de la agitada historia de este sitio. Desde ahí, en 1844, la armada francesa con el Príncipe de Joinville a la cabeza, sitió a Mogador tratando inútilmente de poseerla. Un poeta romántico la llamó entonces «La inaccesible». Pero de hecho estuvo en manos de portugueses, franceses, españoles y fue codiciado refugio de piratas. Desde el siglo V antes de Cristo los Cartagineses  extraían  un tesoro de sus costas: el tinte púrpura que sólo podían pagarse reyes y emperadores. Según Aristóteles valía veinte veces más que el oro. Se obtiene ordeñando a un caracol marino, el Murex tinctorium que en las islas Purpurinas tiene uno de sus escasos refugios. Ahora también son reserva de aves preciosas, como el halcón Eleonora.

       El  camino nos deja al pie de la muralla, frente a la Puerta del León o Bab Sbá. Hasta ahí llegan los automóviles. Todo lo que sigue se hace a pie y ese es uno de los encantos de Essaouira. Al cruzar la Puerta estamos en la antigua Kasbah del Rey, un palacio fortaleza ahora desaparecido del que quedan varios edificios que alguna vez formaron un centro administrativo y el antiguo patio del palacio. La rectilínea y estrecha calle del Cairo, con sus escasas dos cuadras de largo, alberga a la oficina de turismo, algunas galerías de arte, un discreto cuartel de policía y el centro cultural más activo de la ciudad, Dar Souiri. Su patio central «a la andaluza» es sede continua de conciertos de cámara y de una nueva biblioteca sobre Essaouira.

La  calle se desvanece casi sin sentirlo para dejarnos ante una vía transversal muy ancha cuyas dos terceras partes son jardín: el Mechuar. Era el antiguo patio vestibular de un palacio desaparecido convertido en  avenida  breve pero nada angosta. Al frente, una nueva muralla se levanta diciéndonos que la ciudad está hecha de pliegues sucesivos.  A su pie una hilera de palmeras corre apacible dialogando con sus sombras sobre el muro color de arena. Este ámbito nos ofrece tres puertas amuralladas para salir de él, que son tres maneras distintas de conocer Essaouira: por su columna vertebral, su piel o sus entrañas. Por la puerta de la derecha esta calle se aleja  recta hacia el horizonte. Un río de gente camina y compra y vende en esa perspectiva que nos absorbe. Cruza la ciudad de un extremo al otro, nos hace experimentar el placer de perdernos entre la gente.  Entre más se avanza hay menos turistas y más se ve a los suiris-mogadorianos en su propio comercio.  Esta calle va cambiando de nombre pero todos insisten en llamarla Haddada, «De los herreros». Cruza el fabuloso mercado El Jedid, un cuadrángulo cuatro veces concéntrico que recupera la sensación de laberinto aún con sus líneas rectas. Se retoma esta avenida, que es columna vertebral de Mogador, hasta llegar a la puerta norte, Bab Dukkala, y se sale de la ciudad.  Ahí está la estación de calandrias alineadas que pueden llevarnos de un extremo al otro del puerto por afuera de las murallas.  Los suiris las usan como taxis mucho más que los turistas, que casi no llegan a este extremo de la ciudad. No es extraño ver a un herrero con su fuelle y forja portátiles reparando herraduras en cualquier esquina. Una huella ligera del oficio que alguna vez dio nombre a esta avenida.

Algunos metros más adelante se pasa frente al antiguo cementerio cristiano en ruinas con altos muros que esconden su centenaria decadencia.  Después, de un lado y otro de la calle, el enigmático Cementerio Marino cuya extraña belleza geométrica da testimonio de los siglos en que la población judía de Mogador fue mayoritaria. Los bloques rectangulares de cemento con el oleaje al fondo parecen haber sido agitados por un terremoto, en realidad es el sismo del tiempo. Estos bloques rectangulares hacen pensar en el Memorial del Holocausto recién construido en Berlín cuya composición parece eco moderno de este secreto rincón mogadoriano.

Si regresamos a la calle del Cairo y en vez de tomar a la derecha seguimos de frente, cruzaremos la Puerta del Reloj, Bab L’Magana, para entrar en las segundas murallas.  Nos acoge una plazuela cubierta a la mitad de lámparas y alfombras sobre las cuales una numerosa familia de gatos posa para los turistas.

Dos callejuelas laberínticas  salen de la plaza y cada una a su manera nos lleva a las entrañas de la ciudad. Entre comercios previsibles van surgiendo las escenas cotidianas. Los niños saliendo de la escuela en alboroto, las mujeres a la entrada del baño público, el Hammam, que es uno de sus lugares de encuentro. Vemos a dos de ellas cruzar profundas miradas de complicidad. Más adelante, en una esquina, una mujer le hace a otra un tatuaje de henna en la mano que es claramente un mapa estilizado de la ciudad.
  Aquí podemos experimentar constantemente el placer de lo inesperado, incluso el placer de extraviarse.  Tarde o temprano se mira al cielo, se encuentra un minarete conocido y se recupera la orientación.  O tarde o temprano se llega felizmente a donde no se iba.

Si desde la calle del Cairo tomamos hacia la izquierda entraremos a Essaouira por su piel: más visible pero no menos profunda. Bab El Menzeh es una puerta triple  con salón en el segundo piso (El Menzeh significa Pabellón). Su techo antiguo, un bello artesonado de madera, es uno de los tesoros secretos de la ciudad. Casi ningún turista lo conoce. Al cruzar sus tres arcos se está a un lado de la plaza Moulay Hassan, la más amplia de Essaouira. Lugar constante de conciertos. A la izquierda, un jardín de araucarias se entreteje con los puestos donde fríen sardinas. Uno elige de una canasta fresca lo que quiere que le asen. Más adelante se llega a la fortificación del puerto. Una flota pesquera siempre activa teje y limpia sus redes, repara los cascos de sus barcos, participa en las subastas cotidianas. La belleza del astillero es completamente artesanal.  Y obviamente hay un vínculo entre el hecho de que el oficio de carpintero sea protagonista en estos astilleros y que la artesanía principal de Essaouira sea hecha en madera. La continua pero pausada vitalidad portuaria, la dimensión humana y modesta de sus navíos, una sensación de taller antiguo viviendo casi fuera del tiempo, son razgos profundos de Essaouira.  Y de espaldas a todo esto, desde una de las torres almenadas, se tiene de golpe una visión arrebatada de la ciudad al fondo. Entre gaviotas bravas, sus casas blancas, sus minaretes, son como espuma contenida por las murallas ocres  mordidas por el mar.

       Regresamos para buscar el camino hacia el Bastión Norte de la muralla.  A la izquierda de los cafés que se extienden en la plaza, una calle muy estrecha y muy discreta no da indicio  alguno de aquello a lo que conduce.  De un lado la muralla, del otro comercios y tapices colgados. Se llama Derb Sqala. La callejuela gira y se abre a unos quinientos metros sobre una puerta y una rampa.  Ella  nos asciende hacia la majestuosa Sqala de la Kasbah, donde una larga hilera de cañones apunta al horizonte. Entre ellos, algunos fabricados en Barcelona. Lo que alguna vez fue arquitectura de guerra hoy es paseo de adolescentes enamorados que miran al mar y se ocultan en las almenas de los gruesos muros.

 El Bastión redondo donde culmina la Sqala es prácticamente la quilla de la ciudad amurallada lanzada al Atlántico.  Una nave de piedra delirante que sin quitar ni añadir nada sirvió de escenario a Orson Wells para su filmación de Othello en 1947; y más recientemente a Liam Neeson para escenificar el puerto de Malta desde el cual partió hacia las Cruzadas el año pasado en Kingdom of Heaven.

 Dicen que esta asombrosa arquitectura militar ha vivido más películas que batallas.  No en balde existe porque en la segunda  mitad dell siglo XVII la deseó de golpe un soñador poderoso, el sultán Mohamed Ben Abdallah.  La antigua Mogador fue elegida por él en contra de los puertos vecinos de Agadir al sur y El Jedida al norte (la Mazagán recien liberada de los portugueses) para ser reconstruida, fundada de nuevo y convertirse en punta de lanza de un sueño de modernización comercial,  poder económico y político. Varios arquitectos bajo el plan maestro de un prisionero francés, Théodore Cornut, le dieron a la ciudad el contorno que ahora tiene.  Siguiendo la escuela del arquitecto militar francés Vauban y con Saint Maló en la mente dotaron a la ciudad de un sistema inexpugable de defensa con ocho bastiones en mar y tierra.  También trazaron algunas líneas rectas dentro de la ciudad desenredando laberintos en apariencia pero en realidad haciéndolos sutiles. Por eso la arquitectura de Essaouira es distinta, como de otro país.

       El sultán exigió que las potencias europeas construyeran consulados en Mogador y dio enormes facilidades a comerciantes judíos para que establecieran en la nueva ciudad un centro de operaciones que vinculara activamente a Marruecos con los principales mercados europeos y asiáticos por mar y subsaharianos por tierra. Y les otorgó el título protector de «Negociantes del Rey». Instaló en la ciudad una guardia de africanos subsaharianos que están al origen de los rituales Gnauas. Un muy sincrético mestizaje del animismo negro  y del culto a santos islámicos. Especie de santería norafricana que produjo una música ritual notable que induce al trance y está presente en la ciudad a nivel profundo, en la más recóndita vida espiritual de los mogadorianos. Incluso hay una pintura seudonaif de Essaouira, muy extendida y valorada, que se vincula a los Gnauas. Es arte ritual más que naif, emparentado con el arte ritual de otros pueblos, como los huicholes de México. Entre los protagonistas de este arte ritual destaca Mohamed Tabal.

  Desde los sesentas Mogador fue ciudad fetiche de la cultura hippie y sus reflujos. Abundan fotos de Jimmy Hendrix y Bob Marley en las paredes de los restaurantes al lado de sus propietarios. No deja de haber artistas que llegan por unos días y se quedan para siempre. Tres festivales son eje de la vida cultural de la ciudad. Uno de música clásica en primavera, otro muy popular de fusiones alrededor de la música Gnaua en verano y el más interesante y original que vincula culturalmente a Mogador con España y con varios países de América:  el Festival de las Andalucías Atlánticas.

       El sueño cosmopolita del sultán Mohamed Ben Abdallah se sigue realizando de otra manera.  Su poder fue diluido y enterrado pero su deseo arquitectónico y urbano nos llega como un don a través de los siglos cuidadosamente pulido por las manos del viento, y nos permite habitarlo.  Las piedras de su sueño nos alegran.

 

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AL SUR

 

Los  casi 180 kilómetros que separan a Essaouira-Mogador de Agadir tienen una geografía muy variada y no se pueden recorrer en menos de tres horas. Mientras al norte la población habla árabe, los Chiadma, al Sur habitan los Haha que hablan berbere. Y aunque paisaje y pueblos tienen su discreto encanto, el mayor atractivo  de esta ruta es el encuentro inesperado con algún bosque de arganos y un rebaño de cabras montadas en sus copas. No son invento torpe de un epígono más del realismo mágico ni de un trasnochado surrealista.  Las cabras al sur de Mogador están  en los árboles. Se alimentan de su follaje y de sus frutos ante la ausencia de yerbas en el suelo.

       El argano mismo es asombroso. Es una de esas milenarias plantas del desierto que los científicos llaman « derrochadoras ».  Encuentran agua donde es muy escasa, florecen y dan frutos donde otras plantas perecen. Sus raíces crecen con más velocidad que sus ramas y alcanzan  hasta veinte metros de profundidad. De su fruto se extrae un aceite que se unta y se come. Es ya un reconocido tesoro gastronómico. Se le atribuyen más cualidades que al aceite de oliva y lo recomiendan en tratamientos  del cancer de próstata.  En los hammams se habla sobre todo de sus poderes sobre la vitalidad de la piel y de algunas cualidades afrodisiacas. Se entiende por qué es un árbol simbólico y forma parte de rituales berberes propiciatorios de fertilidad.

 Los bosques de arganos (Argania Spinosa) van desde el norte de Essaouira hasta el sur de Agadir y son uno de los tesoros naturales de Marruecos. Varias cooperativas de mujeres arganeras pueden ser visitadas en el camino.  Generalmente se anuncian en la carretera.  Hay una a cuarenta kms de Essaouira y otra a sesenta.  Se puede ver la transformación  de la fruta  en aceite, en jabón o en amadú : una mezcla de aceite con almendras molidas  para untar en pan.  A la sombra de los arganos han crecido por siglos las poblaciones de esta zona costera y el aceite ha dado fluidez a sus  diversos apetitos. Aquí, cuando alguien muestra deseos desmesurados se dice simplemente que «las cabras se le montaron al argano».  ARS

 

 

Para saber más :

 

Hammad BERRADA. Essaouira de Bab en Bab. PM éditions, Casablanca  2002.

En francés. Una buena guía con diez recorridos por los laberintos de la ciudad.

 

Hamsa Ben Driss OTTMANI. Une cité sous les Alizés: Mogador des origines à 1939. Editions La Porte, Rabat 1997. En francés. La historia más completa del puerto.

 

www.festivaldesandalousies.com  Sitio en español o francés sobre el festival más interesante de Essaouira con información  práctica para visitar la ciudad.