En
la vecina ciudad de Marrakech, los contadores de historias de la Plaza Jmá
El-Fná afirman que para llegar a la ciudad de Essaouira-Mogador lo más
conveniente es encomendarse a los espíritus del viento. Que ellos son los
verdaderos amos de la ciudad amurallada. Y también de nuestro destino cuando
vamos hacia ella.
Antes se necesitaban más de doce días para que una
caravana llegara a la casi isla de Mogador desde la Ciudad Imperial. Ahora cualquier
automóvil requiere por lo menos dos horas y media para cruzar los 176 kms que
las separan. Ya no hay que esperar
a que baje la marea para entrar a ella por tierra, ni a que suba y haya viento
favorable para entrar por mar. Sin embargo, Essaouira sigue siendo dominada por
los Vientos Alisios. Y no es extraño ver a los mogadorianos entrar a la ciudad
saludando a una corriente de aire con un gesto rápido de la mano que antes tocó
su corazón, como los cristianos en otras tierras se persignan al pasar frente a
una iglesia. Gesto sutil que es fiel al nombre de la ciudad en berebere, lengua
de sus más antiguos pobladores: Tassourt, «la poseída por el viento».
De Marrakech hacia Essaouira se tiene una probada del
desierto: horizontes ocres, extendidos, y esporádica arquitectura de tierra,
siempre camaleónica. Luego aparecen pueblos tras humildes arcadas, campos de
olivos y de arganos. Y finalmente
se llega a los bosques de thuya (tetraclinis articulata), árbol pequeño de raíz ancha y muy olorosa que es la materia
prima de la principal artesanía del puerto: la madera labrada y la taracea. A
diferencia de otros árboles la thuya no se deja sumergir bajo las dunas
devoradoras, como si flotara siempre por encima de ellas. Por eso ha sido
sembrada para anclar a las dunas que no dejaban de meterse en la ciudad y
amenazaban su existencia. Ahora,
esas dunas con su piel de thuya forman un mar verde de oleaje detenido que
anuncia a Essaouira.
La
ciudad nueva no es interesante.
Salvo la extensa y ancha playa que bordearemos en parte antes de
alcanzar las murallas y que es paraíso de surfeadores y navegantes de la
plancha a vela. Tres kilómetros de arena en una generosa bahía protegida por el
puerto, sus astilleros amurallados y las dos torres almenadas que la coronan. Al centro de la bahía, dominando el
horizonte y nuestra atención, se extienden las Islas Purpurinas. Sólo un
kilómetro las separa del puerto.
Una fortaleza en ruinas y una célebre prisión son huellas de la agitada
historia de este sitio. Desde ahí, en 1844, la armada francesa con el Príncipe
de Joinville a la cabeza, sitió a Mogador tratando inútilmente de poseerla. Un
poeta romántico la llamó entonces «La inaccesible». Pero de hecho estuvo en
manos de portugueses, franceses, españoles y fue codiciado refugio de piratas.
Desde el siglo V antes de Cristo los Cartagineses extraían un
tesoro de sus costas: el tinte púrpura que sólo podían pagarse reyes y
emperadores. Según Aristóteles valía veinte veces más que el oro. Se obtiene
ordeñando a un caracol marino, el Murex tinctorium que en las islas Purpurinas tiene uno de sus escasos
refugios. Ahora también son reserva de aves preciosas, como el halcón Eleonora.
El camino nos deja al pie de la muralla,
frente a la Puerta del León o Bab Sbá. Hasta ahí llegan los automóviles. Todo
lo que sigue se hace a pie y ese es uno de los encantos de Essaouira. Al cruzar
la Puerta estamos en la antigua Kasbah del Rey, un palacio fortaleza ahora
desaparecido del que quedan varios edificios que alguna vez formaron un centro administrativo
y el antiguo patio del palacio. La rectilínea y estrecha calle del Cairo, con
sus escasas dos cuadras de largo, alberga a la oficina de turismo, algunas
galerías de arte, un discreto cuartel de policía y el centro cultural más
activo de la ciudad, Dar Souiri. Su patio central «a la andaluza» es sede
continua de conciertos de cámara y de una nueva biblioteca sobre Essaouira.
La calle se
desvanece casi sin sentirlo para dejarnos ante una vía transversal muy ancha
cuyas dos terceras partes son jardín: el Mechuar. Era el antiguo patio
vestibular de un palacio desaparecido convertido en avenida breve
pero nada angosta. Al frente, una nueva muralla se levanta diciéndonos que la
ciudad está hecha de pliegues sucesivos.
A su pie una hilera de palmeras corre apacible dialogando con sus
sombras sobre el muro color de arena. Este ámbito nos ofrece tres puertas
amuralladas para salir de él, que son tres maneras distintas de conocer
Essaouira: por su columna vertebral, su piel o sus entrañas. Por la puerta de
la derecha esta calle se aleja
recta hacia el horizonte. Un río de gente camina y compra y vende en esa
perspectiva que nos absorbe. Cruza la ciudad de un extremo al otro, nos hace
experimentar el placer de perdernos entre la gente. Entre más se avanza hay menos turistas y más se ve a los
suiris-mogadorianos en su propio comercio. Esta calle va cambiando de nombre pero todos insisten en
llamarla Haddada, «De los herreros». Cruza el fabuloso mercado El Jedid, un
cuadrángulo cuatro veces concéntrico que recupera la sensación de laberinto aún
con sus líneas rectas. Se retoma esta avenida, que es columna vertebral de
Mogador, hasta llegar a la puerta norte, Bab Dukkala, y se sale de la
ciudad. Ahí está la estación de
calandrias alineadas que pueden llevarnos de un extremo al otro del puerto por
afuera de las murallas. Los suiris
las usan como taxis mucho más que los turistas, que casi no llegan a este
extremo de la ciudad. No es extraño ver a un herrero con su fuelle y forja
portátiles reparando herraduras en cualquier esquina. Una huella ligera del
oficio que alguna vez dio nombre a esta avenida.
Algunos metros más adelante se pasa frente al antiguo
cementerio cristiano en ruinas con altos muros que esconden su centenaria
decadencia. Después, de un lado y
otro de la calle, el enigmático Cementerio Marino cuya extraña belleza
geométrica da testimonio de los siglos en que la población judía de Mogador fue
mayoritaria. Los bloques rectangulares de cemento con el oleaje al fondo
parecen haber sido agitados por un terremoto, en realidad es el sismo del
tiempo. Estos bloques rectangulares hacen pensar en el Memorial del Holocausto
recién construido en Berlín cuya composición parece eco moderno de este secreto
rincón mogadoriano.
Si regresamos a la calle del Cairo y en vez de tomar a la
derecha seguimos de frente, cruzaremos la Puerta del Reloj, Bab L’Magana, para
entrar en las segundas murallas.
Nos acoge una plazuela cubierta a la mitad de lámparas y alfombras sobre
las cuales una numerosa familia de gatos posa para los turistas. Dos
callejuelas laberínticas salen de
la plaza y cada una a su manera nos lleva a las entrañas de la ciudad. Entre
comercios previsibles van surgiendo las escenas cotidianas. Los niños saliendo
de la escuela en alboroto, las mujeres a la entrada del baño público, el
Hammam, que es uno de sus lugares de encuentro. Vemos a dos de ellas cruzar
profundas miradas de complicidad. Más adelante, en una esquina, una mujer le
hace a otra un tatuaje de henna en la mano que es claramente un mapa estilizado
de la ciudad. Si desde la calle del Cairo tomamos hacia la izquierda
entraremos a Essaouira por su piel: más visible pero no menos profunda. Bab El
Menzeh es una puerta triple con
salón en el segundo piso (El Menzeh significa Pabellón). Su techo antiguo, un
bello artesonado de madera, es uno de los tesoros secretos de la ciudad. Casi
ningún turista lo conoce. Al cruzar sus tres arcos se está a un lado de la
plaza Moulay Hassan, la más amplia de Essaouira. Lugar constante de conciertos.
A la izquierda, un jardín de araucarias se entreteje con los puestos donde
fríen sardinas. Uno elige de una canasta fresca lo que quiere que le asen. Más
adelante se llega a la fortificación del puerto. Una flota pesquera siempre
activa teje y limpia sus redes, repara los cascos de sus barcos, participa en
las subastas cotidianas. La belleza del astillero es completamente
artesanal.
Y obviamente hay un
vínculo entre el hecho de que el oficio de carpintero sea protagonista en estos
astilleros y que la artesanía principal de Essaouira sea hecha en madera. La
continua pero pausada vitalidad portuaria, la dimensión humana y modesta de sus
navíos, una sensación de taller antiguo viviendo casi fuera del tiempo, son
razgos profundos de Essaouira. Y
de espaldas a todo esto, desde una de las torres almenadas, se tiene de golpe
una visión arrebatada de la ciudad al fondo. Entre gaviotas bravas, sus casas
blancas, sus minaretes, son como espuma contenida por las murallas ocres mordidas por el mar. Regresamos
para buscar el camino hacia el Bastión Norte de la muralla. A la izquierda de los cafés que se
extienden en la plaza, una calle muy estrecha y muy discreta no da indicio alguno de aquello a lo que
conduce. De un lado la muralla,
del otro comercios y tapices colgados. Se llama Derb Sqala. La callejuela gira
y se abre a unos quinientos metros sobre una puerta y una rampa.
Ella nos asciende hacia la majestuosa Sqala de la Kasbah, donde
una larga hilera de cañones apunta al horizonte. Entre ellos, algunos fabricados
en Barcelona. Lo que alguna vez fue arquitectura de guerra hoy es paseo de
adolescentes enamorados que miran al mar y se ocultan en las almenas de los
gruesos muros. El Bastión
redondo donde culmina la Sqala es prácticamente la quilla de la ciudad amurallada
lanzada al Atlántico. Una nave de
piedra delirante que sin quitar ni añadir nada sirvió de escenario a Orson
Wells para su filmación de Othello en
1947; y más recientemente a Liam Neeson para escenificar el puerto de Malta
desde el cual partió hacia las Cruzadas el año pasado en Kingdom of Heaven. Dicen que
esta asombrosa arquitectura militar ha vivido más películas que batallas. No en balde existe porque en la
segunda mitad dell siglo XVII la
deseó de golpe un soñador poderoso, el sultán Mohamed Ben Abdallah. La antigua Mogador fue elegida por él
en contra de los puertos vecinos de Agadir al sur y El Jedida al norte (la
Mazagán recien liberada de los portugueses) para ser reconstruida, fundada de
nuevo y convertirse en punta de lanza de un sueño de modernización
comercial, poder económico y
político. Varios arquitectos bajo el plan maestro de un prisionero francés,
Théodore Cornut, le dieron a la ciudad el contorno que ahora tiene. Siguiendo la escuela del arquitecto
militar francés Vauban y con Saint Maló en la mente dotaron a la ciudad de un
sistema inexpugable de defensa con ocho bastiones en mar y tierra. También trazaron algunas líneas rectas
dentro de la ciudad desenredando laberintos en apariencia pero en realidad
haciéndolos sutiles. Por eso la arquitectura de Essaouira es distinta, como de
otro país. El
sultán exigió que las potencias europeas construyeran consulados en Mogador y
dio enormes facilidades a comerciantes judíos para que establecieran en la
nueva ciudad un centro de operaciones que vinculara activamente a Marruecos con
los principales mercados europeos y asiáticos por mar y subsaharianos por
tierra. Y les otorgó el título protector de «Negociantes del Rey». Instaló en
la ciudad una guardia de africanos subsaharianos que están al origen de los
rituales Gnauas. Un muy sincrético mestizaje del animismo negro y del culto a santos islámicos. Especie
de santería norafricana que produjo una música ritual notable que induce al
trance y está presente en la ciudad a nivel profundo, en la más recóndita vida
espiritual de los mogadorianos. Incluso hay una pintura seudonaif de Essaouira, muy
extendida y valorada, que se vincula a los Gnauas. Es arte ritual más que naif, emparentado con el arte ritual de otros pueblos, como los huicholes de México. Entre los protagonistas de este arte ritual destaca Mohamed Tabal.
Desde los
sesentas Mogador fue ciudad fetiche de la cultura hippie y sus reflujos.
Abundan fotos de Jimmy Hendrix y Bob Marley en las paredes de los restaurantes
al lado de sus propietarios. No deja de haber artistas que llegan por unos días
y se quedan para siempre. Tres festivales son eje de la vida cultural de la
ciudad. Uno de música clásica en primavera, otro muy popular de fusiones
alrededor de la música Gnaua en verano y el más interesante y original que
vincula culturalmente a Mogador con España y con varios países de América: el Festival de las Andalucías
Atlánticas. El
sueño cosmopolita del sultán Mohamed Ben Abdallah se sigue realizando de otra
manera. Su poder fue diluido y
enterrado pero su deseo arquitectónico y urbano nos llega como un don a través
de los siglos cuidadosamente pulido por las manos del viento, y nos permite
habitarlo. Las piedras de su sueño
nos alegran. ••• Los casi 180 kilómetros que separan a Essaouira-Mogador de
Agadir tienen una geografía muy variada y no se pueden recorrer en menos de
tres horas. Mientras al norte la población habla árabe, los Chiadma, al Sur
habitan los Haha que hablan berbere. Y aunque paisaje y pueblos tienen su
discreto encanto, el mayor atractivo
de esta ruta es el encuentro inesperado con algún bosque de arganos y un
rebaño de cabras montadas en sus copas. No son invento torpe de un epígono más
del realismo mágico ni de un trasnochado surrealista. Las cabras al sur de Mogador están en los árboles. Se alimentan de su follaje y de sus frutos
ante la ausencia de yerbas en el suelo. El
argano mismo es asombroso. Es una de esas milenarias plantas del desierto que
los científicos llaman « derrochadoras ». Encuentran agua donde es muy escasa,
florecen y dan frutos donde otras plantas perecen. Sus raíces crecen con más velocidad
que sus ramas y alcanzan hasta
veinte metros de profundidad. De su fruto se extrae un aceite que se unta y se
come. Es ya un reconocido tesoro gastronómico. Se le atribuyen más cualidades
que al aceite de oliva y lo recomiendan en tratamientos del cancer de próstata. En los hammams se habla sobre todo de sus
poderes sobre la vitalidad de la piel y de algunas cualidades afrodisiacas. Se
entiende por qué es un árbol simbólico y forma parte de rituales berberes
propiciatorios de fertilidad. Los bosques
de arganos (Argania Spinosa) van desde
el norte de Essaouira hasta el sur de Agadir y son uno de los tesoros naturales
de Marruecos. Varias cooperativas de mujeres arganeras pueden ser visitadas en
el camino. Generalmente se
anuncian en la carretera. Hay una
a cuarenta kms de Essaouira y otra a sesenta. Se puede ver la transformación de la fruta en
aceite, en jabón o en amadú : una
mezcla de aceite con almendras molidas
para untar en pan. A la
sombra de los arganos han crecido por siglos las poblaciones de esta zona
costera y el aceite ha dado fluidez a sus
diversos apetitos. Aquí, cuando alguien muestra deseos desmesurados se
dice simplemente que «las cabras se le montaron al argano». ARS En francés. Una buena guía con diez recorridos por los laberintos
de la ciudad. Hamsa Ben Driss OTTMANI. Une
cité sous les Alizés: Mogador des origines à 1939. Editions La
Porte, Rabat 1997. En francés. La historia más completa del puerto. www.festivaldesandalousies.com Sitio en español o
francés sobre el festival más interesante de Essaouira con información práctica para visitar la ciudad.
Aquí podemos
experimentar constantemente el placer de lo inesperado, incluso el placer de
extraviarse. Tarde o temprano se
mira al cielo, se encuentra un minarete conocido y se recupera la
orientación. O tarde o temprano se
llega felizmente a donde no se iba.AL SUR
Para
saber más :
Hammad BERRADA. Essaouira de Bab en Bab. PM
éditions, Casablanca 2002.