Desde que tengo memoria llega un momento cada noche en el que todos duermen y yo sigo despierto. Comienza entonces un tiempo mucho más lento que todos los demás. Y lo disfruto siempre como si recibiera un regalo inesperado. Un don sorpresivo hecho de instantes encadenados y reproduciéndose. Minutos convertidos en horas maleables y placenteras. Un concierto de sensaciones. Si me hubieran dado a elegir no sé si hubiera pedido que me dieran esto: tiempo. Un pedazo del tiempo de la noche. Pero tampoco podría haberme imaginado que este obscuro fluido de instantes tendría la extraña cualidad de convertirse en tantas cosas inesperadas y agradables. Soy consciente de que para algunos no es tan maleable, lo consideran un regalo envenenado y fatigoso: lo llaman insomnio. Lo padecen en vez de gozarlo y hasta buscan curárselo. Pero creo que si yo dejara de tenerlo me sentiría mutilado. ?En qué se me convierte ese tiempo? En una legión de presencias que me hacen sentir poblada mi soledad nocturna. Los sonidos de la noche mezclados con los de mi sangre me ofrecen una música tenue, una alegría tranquila. Al extenderse en la obscuridad esa música puede cambiar su intensidad y parecer un oleaje o una lluvia tropical. Pero siempre regresa a su calma. Es el ritmo de la noche que, no sé exactamente desde cuándo, se me convirtió en un ritmo de palabras. Mis insomnios están poblados de diálogos imaginarios, lecturas, invenciones, presencias, poesía. Pero también de sonidos intraducibles. Sucede algunas veces sin que pueda darme cuenta. Sobre todo si escribo o leo. Porque estoy entonces en otras horas y sitios, ahó donde las palabras me conducen. Pero con más frecuencia tengo conciencia de mis desvelos. Por lo menos parcialmente. Y gozo el privilegio de tener mís tiempo y más calma. Entonces escucho y toco la extensián de la noche: el silencio que se llena de un canto hecho de ruidos lentos y dispersos, la humedad que aumenta y enfría levemente el aire. Sensaciones que se tejen suaves sobre el cuerpo y van echando sus raíces piel adentro. Caricias profundas que comunican mi sonrisa de esta noche con la del niño que, en otra noche como ésta, vela también y descubre por primera vez el canto nocturno de los insectos. Así recuerdo y revivo en la sombra de la sombra un estado de ínimo flotante, una enorme disponibilidad a la felicidad. Comienzan entonces losdiálogos con mis fantasmas, las escenas que todavía no son sueños pero tampoco son ya las cosas del día. Pueden vivirse de pronto los encuentros deseados largamente. O llega el momento de decidirse a tomar el reto de los pequeños y grandes contratiempos de la vida y esa decisión se convierte con rabia en una épica personal: una batalla. Se instala suavemente el goce de las cosas lejanas que de pronto parecen estar en la mano. Un aluvión de nuevas realidades que poco a poco se condensan y van tomando cuerpo de palabras. Algunas de ellas llegarán, tal vez, a ser contadas como historias o cantadas como poemas: habitarán de manera explícita o implícita, tal vez, los márgenes de algunos libros futuros. Incluso podrían surgir en los diálogos del día siguiente con los vivos. Y como sea que reaparezcan luego, esas realidades fluyen desbocadas en el pliegue interno de la obscuridad del insomnio como un día especial, distinto, formándose dentro de la noche...

Hay patologías que nos ayudan a vivir y otras que nos destruyen. Siempre he creído que el insomnio multiplica mis sentidos, mi presencia en el mundo y la presencia del mundo en mí. Ahora, pasados mis cincuenta años, miro con nostalgia los días en los que podía pasar una o dos y hasta tres noches sin dormir, tal vez escribiendo. El cuerpo me muestra su edad interrumpiendo mi delirio feliz y obligándome a hundirme cada vez más en el sueño. El sueño avanza en la edad del cuerpo como un ejército de hormigas. Pero hasta eso tengo que aceptar como una condición más del insomnio, su súbito retiro. Es un regalo que tarde o temprano cada noche se desvanece. La noche no es lo contrario del día, ni siquiera su continuidad, sino su parte interna, como en una bolsa de tela. Metemos en ella la mano y, gracias al tacto del insomnio podemos tocar lo que los ojos sin luz no verían: cosas inesperadas que alimentan nuestros asombros. Pero incluso nuestra visión del exterior de esa bolsa, nuestra visiín del día, estará radical y felizmente modificada por lo que vamos descubriendo dentro con las manos del insomnio.