ESCRIBIR ES RITUAL

 

La novela americana significa para nosotros algo que no es novela ni es americana, sino el relato supraverbo de lo entrevisto, la fiesta del nacimiento de nuevos sentidos. Si no es novela, ¿qué es esto? exclaman. Hacer una obra que fuerce la aceptación, que obligue a que se la traguen como novela.

            José Lezama Lima

 

 

Cuando Lezama Lima llama a la narrativa latinoamericana: "la fiesta del nacimiento de nuevos sentidos", está definiendo a la literatura como un ritual, una fiesta ritual. Escribir es, desde ese punto de vista lezamiano, la ceremonia por la cual logramos y celebramos la aparición de nuevos sentidos. La aparición de la poesía, que provocamos y festejamos al mismo tiempo.

                        Es un hecho admitido normalmente que la literatura nos abre compuertas de la sensibilidad. Nos hace percibir el mundo de otra manera. Lo que no es tan normal es comprender que la escritura es un procedimiento ritual.  La aparición del instante poético, en verso o en prosa, es equivalente a una revelación, a "una porción de eternidad". Escribir es, para algunos escritores, provocar esa revelación.

                        Nos hemos educado con la idea de que se escribe para dar cuenta de lo que es nuestra realidad. De que la literatura sirve para contar lo más fielmente posible nuestras vidas. A esa concepción debemos oponer otra más sofisticada que entiende la escritura como un ritual, no como un ejercicio de notaría. Al hacerlo reivindicamos también una dimensión de nuestras vidas, que de ninguna manera se reducen a la información sumaria de nuestro registro civil y sus alrededores. No escribir para reflejar sino para abrir, crear, compartir nuevos sentidos.

                        A eso se refería también Roland Barthes cuando hacía la diferencia entre ser escritor y ser escribano. Y  a eso mismo se refería Pier Paolo Pasolini cuando decía que la literatura provoca en nuestras vidas la aparición de un Centauro, de un ser mágico que la racionalidad de las notarías, y de muchos historiadores, sociólogos, periodistas, generalmente no entiende. Si escribir literatura es poner un espejo delante de nosotros, se trata de un espejo mágico.

                        Y al decir esto no estoy defendiendo esa idea limitada al grado de ser tontería y lugar común de que la literatura poética o simplemente la que no es "realista" pretende "escapar de la realidad", sino que esta literatura pretende ir más a fondo en ella. A través de lo inmediato encontrar también algo más.

                        La escritura misma, desde sus orígenes, está vinculada estrechamente con la idea de que el mundo es algo más de lo que vemos y tocamos. Por eso, Tzevan Todorov, en su utilísimo Diccionario enciclopédico de las ciencias del lenguaje, afirma que "el estudio de la escritura debe enfocarse desde una perspectiva también etnológica. Porque la escritura misma, más aún que el habla, parece relacionada con la magia, la religión, la mística." Es decir que desde su principio mismo la escritura tiene un vínculo ritual.

                        Los cuatro capítulos de este ensayo: Cuatro es critores rituales, persiguen esta idea a lo largo de la obra de cuatro escritores latinoamericanos cuyos procedimientos de escritura me parecen altamente rituales. La idea se expone, se pone a prueba, se transforma y complica en contacto con la escritura de cada uno de estos cuatro narradores. Las implicaciones de esta idea son muchas, tienen que ver también con el problema de los géneros literarios y muy especialmente con el de la prosa narrativa que se acerca o funciona como poesía. Lo que en otros ensayos he llamado prosa de intensidades.

                        Esta es por lo pronto una exploración de los procedimientos rituales de cuatro narradores sorprendentes de nuestra literatura contemporánea. El primer paso de una indagación sobre la naturaleza de la escritura narrativa en sus límites con la poesía que, obviamente, tendrá que ser más larga. Por otra parte, aunque estos cuatro escritores tienen el común denominador de una escritura intensamente ritual, ésta es muy diferente en cada uno de ellos. Sus mundos míticos, igualmente fascinantes, también son muy diferentes.

                        El tipo de ensayo que quiero practicar aquí pretende entrar, explorar y no despreciar cada una de esas diferencias. Como            aspira también a no esconder la manera personal en que cada una de los libros aquí analizados me toca profundamente como lector.

                        Además de que, como escritor, afecta tal vez mi propia obra narrativa. Aunque no me corresponde a mí ver de qué manera eso sucede, lo menciono para explicar que esta búsqueda de la dimensión ritual de la narrativa no es para mí un tema más o menos lejano y erudito sino que me es vital de múltiples maneras. Tal vez porque, desde mi punto de vista, hasta en el ensayo, escribir es ritual.