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La visita a la catedral







Recuerdo que una mano me llevaba
y que, en la mano, un corazón latía,
una sabia caliente que subía
por mis dedos y que me confortaba.





Recuerdo que mi madre la apretaba
como abrazando mi alma, que decía:
"Mira, aquí está Dios, Dios", y que tenía
temblor su voz cuando lo mencionaba.





Y yo buscaba al Dios desconocido
en los altares, sobre la vidriera
en que jugaba el sol a ser fuego y cristal.





Y ella añadía: "No le busques fuera,
cierra los ojos, oye su latido.
Tú eres, hijo, la mejor catedral.


José Luis Martín Descalzo









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