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EL CUERPO

Los cuatro hermanos.

Los dos hermanos.

Pinocho.

Juan Sucio.

Ligera.

El oso que quería ser blanco.

La Bella Durmiente.

Los duendes zapateros.

El Ratoncito Pérez.

La nave voladora.

La princesa y el guisante.

Pulgarcito.

El huevo azul.

Las botas de siete leguas.

Las tres hilanderas.

Cucaña, Gordinflón y Mirón.

Los tres sastres.

 

 

 

 

 

   AL ÍNDICE.                      A CUENTOS.

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Juan Sucio

Juan era un niño que nunca se quería lavar, peinar, cortar las uñas, ni hacer nada que fuera para estar limpio. Su madre ya no sabía que hacer para convencerle para que se diera cuenta de lo sucio que iba.

Le mandó a buscar un amigo para jugar. Salió y vio una ardilla que era alegre, saltarina, divertida y muy limpia... pero no quiso jugar con el porque estaba muy sucio.

Esperó a que pasará alguien y fueron pasando muchos niños (emplear nombres de los niños de la clase) y ninguno quiso jugar con el.

Pasaron muchos animales (ir nombrando) y con todos le pasaba lo mismo.

De pronto oyó una voz detrás de el que le decía que quería ser su amigo. Se volvió muy contento y se encontró con un cerdo lleno de barro y porquería. Puso mucha cara de asco y le dijo que no. El cerdo le contesto que no lo entendía ya que el estaba igual de sucio. Al darse cuenta de que era verdad se fue corriendo a su casa, le pidió a su mamá que lo arreglará y nunca más volvió a estar tan sucio.

 

Los dos hermanos

        Leal y Desleal salieron a correr mundo. Desleal era malo y robó a su hermano y la abandonó. Leal se fue andando por el bosque y se puso a comer las pocas provisiones que le quedaban poco después fueron llegando un oso, un zorro y una liebre a los que fue invitando, le contaron que el rey estaba ciego y sólo se curaría con las gotas de rocío  recogidas de un árbol del patio de palacio y que la princesa que era sordomuda se curaría si echaban a un sapo que vivía oculto bajo una baldosa de su habitación.

    El joven fue a palacio, primero curó al rey y le dijo que también podía curar a la princesa. Llamaron a un montón de soldados y fueron levantando las baldosas hasta encontrar al sapo y echarle del reino.

    La princesa se curó y se enamoro del joven, se casaron y vivieron felices para siempre.

    El príncipe iba al bosque de vez en cuando con mucha comida que compartía con sus amigos los animales que le habían ayudado con su información.

Los tres sastres

        Había una princesa que no se quería casar y despreciaba a todos los pretendientes. Finalmente y presionada por sus padres, dijo que se casaría con el que adivinase un acertijo. Consistía en decir de que dos colores tenía el pelo la princesa.

    Unos hermanos, que eran sastres, pensaron que quien mejor que ellos iba a distinguir los colores de un pelo que, al fin y al cabo, era lo más parecido a un hilo. Primero fue el mayor y no supo dar una contestación, al segundo le pasó lo mismo. El tercero insistió en ir, después de observarlo durante un rato, aseguró que eran plata y oro y acertó. A la princesa no la parecía bien casarse con un sastre y le puso como condición que pasará la noche con un oso que estaba en el establo y el sastre aceptó.

    El sastre entró comiendo nueces y el oso, al que le gustaban mucho, le pidió, le dio unas piedras en forma de nueces y el oso intento partirlas con los dientes y se hizo tanto daño que no podía ni pensar en morder a nadie. Al momento el sastre sacó un violín y se puso a tocarlo con mucha gracia, Al oso le dio mucha envidia y le pidió que le enseñara. El sastre le explicó que para tocar el violín tenía que cortarse las uñas, el oso estuvo de acuerdo y se las dejó cortar. Ahora ya no podía ni morder ni cogerle con sus zarpas y el sastre pudo dormir tranquilo.

    Al día siguiente la princesa accedió a casarse con el admirada de su ingenio y valentía. El oso nunca aprendió a tocar el violín.

Los Cuatro Hermanos

    Cuatro hermanos muy pobres se fueron a correr mundo a aprender un oficio y quedaron en volver a los cuatro años. Uno de ellos se fue con un astrónomo que le enseño su ciencia y le facilitó instrumentos para su trabajo, otro estuvo con un cazador, el tercero con un sastre y el último con un ladrón que le enseñó a coger lo que fuera sin que nadie se enterase.

    Cuando volvieron cada uno demostró al padre sus habilidades; el astrónomo localizo un huevo con su telescopio, el que había estado con el ladrón quito un huevo sin que la madre se enterase, el cazador lo atravesó desde muy lejos con un sólo disparo y el sastre lo cosió sin que se notase el agujero.

    El rey que se había enterado se su destreza, les pidió que fueran a rescatar a su hija que estaba secuestrada en una isla.

    El astrónomo encontró la isla y vio que la custodiaba un dragón, el ladrón fue a la isla se la llevó  y la subió al barco sin que el dragón se despertara, cuando finalmente se dio cuenta los persiguió pero el cazador le mató de un sólo disparo, cayó sobre la nave destrozándola pero el sastre la cosió y pudieron seguir navegando.

    Cuando se la devolvieron al rey les dio un gran rescate a cada uno.   

El Ratoncito Pérez

    Cuando a Elsa se le cae un diente, tiene por costumbre colocarlo debajo de la almohada y durante la noche el ratoncito Pérez viene a buscarlo.

    Desde que comenzó de nuevo el curso, a Elsa se le han caído ya tres dientes. Y cada vez, el ratoncito se lo llevó sin decir a dónde, naturalmente.

    -¿Pero qué puede hacer este ratoncito con todos mis dientes? ¿Para qué quieren los ratoncitos todos los dientes que recogen en la casa de la gente?- le preguntó Elsa a su padre un día- ¿Acaso los utilizan para sustituir los que a ellos se les han roto? ¿O los tiran dentro de un foso?

    -Nada más simple- respondió el padre-, busca un agujero de ratón a ras del suelo, estírate boca abajo y mira por el. Veras que pasa dentro.

    Dicho y hecho. Elsa encontró un orificio de ratón debajo del aparador del comedor. Abrió  muy bien un ojo y lo pegó al agujero. Que sorpresa descubrir a través del orificio, al otro lado del muro, una verdadera ciudad de ratones. Los hay delgados, grises, blancos, con los ojos verdes y algunos hasta con ojos rojos ¡Pero si detrás de la pared del comedor de Elsa hay una autentica ciudad de ratoncitos! Corrían en todas direcciones, empujando carretillas, estirando cordeles. Un gran ratón marrón lanzó un silbido y gritó.

    - Atención, cada uno a su lugar de trabajo, aquí llega el convoy de la noche.

    Los ratoncitos y las ratitas se alinearon a lo largo de las calles. El convoy se aproximaba. Decenas de ratoncitos y ratitas arrastraban carros repletos de dientes recolectados debajo de las almohadas. Los había para todos los gustos: dientes jóvenes, viejos, dientes blancos, con caries, con plomo, puntiagudos y planos.

    Cada ratoncito descargó su carretilla en la plaza, apilándolos en forma de pirámide. A la hora del mercado los ratoncitos gritaban:

    -Vengan a ver mi lote de dientes. Por aquí, un diente nuevo...¡Dientes frescos, dientes frescos!

    Elsa retuvo la respiración y no se movió. Los ratoncitos acudían de todas partes de la ciudad con sus cestos. Una pequeña ratita dijo:

    -Quiero tres dientes huecos para hacer tazas de café. Y un ratón gordo gruñó:

    -Le he encargado cinco dientes dorados para terminar mi palacio. Dése prisa en dármelos.

    Una mamá ratita, acompañada por todos sus pequeños, se llevó ocho muelas para hacer taburetes. Y un ratón de largo morro pidió:

    -¿Tendría un gran canino?

    - Lo siento, no me queda más que un diente de leche -respondió la vendedora.

    Elsa se sobresalto:

    -¡ Es mi diente ! Lo reconozco- gritó

    Pero los ratoncitos no la oían. El agujero era demasiado pequeño para dejar pasar su voz

    Ahora un joven ratoncito se acercó y preguntó con aire interesado:

    -¿Está en venta este magnífico diente de leche? Es precisamente lom que estaba buscando. Tierno y limpio, como deseo. Haré con él cuatro anillos para las patas de mi novia.

    Y se lo llevó encantado. Elsa estaba sorprendida. -¡Hacer cuatro anillos con mi diente de leche! Es una idea extraña...

    Aunque también estaba contenta de saber lo que los ratoncitos hacen con todos los dientes. Y al alejarse del agujero de la pared, se preguntó un poco preocupada:

    -¿Será mi diente de leche suficientemente bonito para un anillo de prometida?

    (Texto de Chantal Crov. Revista Parastú)