Estaba tumbada, sobre la hierba y con los ojos cerrados. Se limitaba a escuchar, oler,
sentir y dejarse llevar por la tranquilidad que la naturaleza le brindaba, y la que
también se brindaba ella misma. Paseando su mano sobre la tierna y suave hierba sobre
la que estaba sentada, recordaba como Xena aquel día la había tratado como una reina.
Suponía que era parte de la disculpa, que la guerrera no estaría contenta con haberle
pedido perdón, pero eso no importaba, porque fuese por lo que fuese, le encantaba ese
trato.
Pero en ese instante no se encontraba con Xena porque ésta había pedido que esperara
alejada del campamento mientras ella preparaba la cena, pues quería sorprenderla y
Gabrielle así lo hizo.
Tumbada y con una gran sonrisa, esperaba a que su amiga la dijera que volviese. Y en la
espera esa sonrisa se había colado en sus labios y amenazaba con no desaparecer. De
hecho desde que Xena había confiado en ella y le había revelado su secreto, no había
podido dejar de sonreír, pero tampoco quería: era feliz y sus labios la delataban.
Respiró hondo y siguió disrutando de la naturaleza un rato más...
... hasta que oyó unos pasos, que iban dirigidos hacia ella. Giró su rostro, y abriendo
un solo ojo vió a la guerrera, que la miraba sorprendida. Se sentó con las piernas
entrelazadas, junto a ella:
"Te veo especialmente risueña hoy" siseó Xena, observándola.
"Asi es" sonrío su amiga. "Supongo que hoy es un buen día... hasta que pruebe tu comida"
se burló.
"¿Segura?" preguntó. "Comprobémoslo".
"¿Terminaste de hacer tu obra maestra?"
"Asi es" contestó órgullosa, poniéndose en pie.
"Como esta noche me la pase vomitando por tu culpa..." volvió a burlarse Gabrielle,
mientras Xena tendía su mano para ayudarla a ponerse en pie de nuevo.
"No te arriesgues o..."
"¿O qué?"
"... O solo te dejaré probar un bocado" contestó sonriendo con suficiencia.
"Mas te vale que la comida sea tan buena como alardeas que es, o sino te convertirás en
el blanco de mis burlas durante mucho, mucho tiempo" siseó malévola mientras se sentaba
frente a un improvisado picnic. Xena había colocado dos platos, dos vasos, su
cantimplora y algunos cubiertos y sobre un árbol caido descansaban dos cazuelas con lo
que Gabrielle suponía que era la comida. Xena, aun de pie se acercó a los recipiente y
colocó uno de ellos en medio del picnic:
"Bien, de primero tenemos un rico manjar, digno de los paladares divinos" susurró,
intentando darle una atmósfera de misterio a su plato. "Solo un experto es capaz de
prepararlo como es debido, y creo que lo he conseguido".
"Xena, me rugen las tripas, y aunque tu comida me da miedo, ¿podríamos probarla?"
"Está bien, no más discursos. Te permito que degustes unas ricas codornices en pétalos
de rosas, con un acompañamiento de arroz bañado en una fina capa de queso".
"Suenas igual que un mesero" sonrió. "Veamos si sabes igual" propuso mientras se llevaba
a la boca un poco de aquel arroz, con un trozo de codorniz. Lo masticó y lo saboreó y
sin poder evitarlo cerró los ojos, mientras notaba como toda ella se llenaba con aquel
sabor indescriptible. Mezcla de dulce, templado y tierno, con el toque final del arroz.
Su lengua disfrutó aquel plato semejante a la ambrosía, antes de volver a la realidad y
mirar a su amiga. Esta sonreía ampliamente y con la voz llena de orgullo dijo:
"¡Cerraste los ojos! Te gustó".
"Mmm... Mno" mintió.
"Oh" contestó Xena. Parecía decepcionada. "Entonces no te obligaré a comer nada más" lo
dijo con una entonación tristona, pero Gabrielle vió en sus ojos esa chispa pícara que
a veces mostraban. La guerrera se dispuso a recoger el plato, pero Gabrielle, mostrando
su verdadera opinión sobre la comida, agarró sus muñecas mientras decía:
"No, no, da igual, es aceptable" añadió. Su amiga la miró con una ceja alzada, esperando
su sincera opinión. Gabrielle no podía negarse a ese gesto. "Esta bien... ¡nunca había
probado nada tan bueno!" farfulló.
"¡Lo sabía!" celebró sin poder reprimir su alegría. "Entonces..."
"Has ganado, si, si, me has ganado" contestó, molesta, pero admitiendo la verdad. Agarró
el plato posesivamente y se dispuso a tomar otro bocado más y tantos como hubiese.
Gabrielle rebañaba el plato, cuando notó la mirada de Xena. Elevó el rostro y la miró,
por lo que Xena bajó su mirada. Ella volvió a dirigirse al plato pero de nuevo la notó
fijandose en ella:
"¿Qué ocurre?" preguntó con una sonrisita.
"Nada... es solo... que estaba pensando que te mandaré hacer" contestó en tono pillo.
"Oh, si, se me olvidaba" susurró, aceptando por fin que su plato se había acabado. "¿Qué
será? ¿Masajes por un mes?" preguntó. Aquella idea le gustaba, ojalá Xena aceptara su
sugerencia. "¿O quizás limpiar por ti los cacharros de dos meses?" preguntó asqueada.
"Jeje, no, esas son las pruebas que siempre te pongo. Quiero algo diferente" susurró,
pensativa. "Ya se me ocurrirá" declaró. "Pero mientras tanto, esto es una cena, ¿no? Y
¿qué tipo de cena sería sin postre?" preguntó en un siseo que prometía mucho. Fue a por
el segundo recipiente y lo depositó ante los atentos ojos de su amiga. Levantó la tapa
con delicadeza, dejándola observar lo que parecía un dulce de chocolate, quizás una
tarta. "No es lo que parece... es mejor" comentó Xena ante la cara de gula de Gabrielle.
"Es una capa de chocolate que cubre cuidadosamente varios trocitos de fresa acompañados
de nata" contestó. "¿Quieres?" No obtuvo respuesta, Gabrielle ya le había arrebatado el
plato.
Alejandra era curandera. Tambien era castaña, con ojos igual de morrones, alta y muy,
muy delgada. Pero sobre todo curandera. Quizás porque era realmente olvidadiza,
nerviosa y despistada, todo el que la conocía la veía capaz de perder la cabeza. Pero a
pesar de todo había algo que jamas perdía: su toque como curandera. Sus manos y su
conocimiento eran infalibles en esa materia. Y estaba ogullosa de ello... cuando se
acordaba de estarlo.
Entonces, continuamos con la historia.
Aquella curandera no debía de estar en su casa, que además era su consulta, cuando
aparecieron una guerrera y una bardo. Llamaron a la puerta levemente y despues más
fuerte. Pero desde luego nadie las abrió. Y sin embargo alguien tocó sus hombros con un
dedo. Se giraron encontrándose a una mujer que las miraba con interés.
"¿Me buscaban?" cuestionó a pesar de la obviedad. Tenía un timbre de voz curioso y un
ritmo muy acelerado.
"Eso depende, ¿vives aquí?" preguntó Gabrielle. Aquella mujer apartó la vista de ellas y
la dirigió al edificio que había a sus espaldas, al que se refería Gabrielle.
"Si, vivo ahí. Menos en horario lectivo. Entonces trabajo, no vivo" aclaró completamente
convencida. Xena la miró sorprendida elevando una ceja, al contrario que Gabrielle que
junto con la curandera, sonrió.
"Me llamo Gabrielle y esta es mi amiga, Xena".
"¡Oh, fantástico!"
"¿Nos conoces?" preguntó Xena.
"No" contestó sincera. "Yo soy Alejandra, ¿me conoceis a mi?"
Las dos amigas se miraron entre si antes de decir al unísono. "No".
"Oh, fantástico" celebró. "Bueno, ¿me buscábais?"
"Si. Necesitamos algunos medicamentos y remedios. ¿Nos los podrías facilitar?" resumió
sonriendo Gabrielle.
"No" contestó. "No me entendais mal. Me encantaría dároslos, pero se me olvidó ir a
comprar y no tengo nada. Pensaba ir ahora, asi que si no teneis prisa..."
"Si, la tenemos" interrumpió Xena.
"¿A si?" preguntó Gabrielle. "No tenemos destino ni tiempo límite para llegar, asi que
no hay prisa. Y ademas, un descanso no nos vendría mal..." siseó.
"¿Descanso?" gruñó Xena. "Cuánto tiempo sería?"
Alejandra miró al cielo como haciendo cálculos mentales. "Hmm... ¿tres días?"
"De acuerdo..." farfulló Xena.
"¡Si!" celebró Gabrielle. "¿Buscamos posada?" sonrió mirando a Xena.
"Puedo recomendaros la mejor..." propuso. Xena la fulminó con una mirada "...Solo si
quiereis, claro".
Siguieron a la curandera durante algunas manzanas, a través de una calle larga y ancha,
quizás la principal del pueblo. Alcanzada la mitad de esta Alejandra dejó de caminar y
giró hacia uno de los edificios más grandes que habían visto en algun lugar.
"La mejor posada de la ciudad, lo prometo" sonrió mirándola. Sobre la puerta un cartel
anunciaba el nombre `Posada Bisbis´ "¿Que os parece?"
"Tiene buena pinta" dictaminó Xena atravesando la puerta tras Gabrielle. Alejandra entró
la última observando detenidamente el interior de la posada. Alcanzaba a ver todo el
primer piso que era el comedor y la recepción, todo junto. Y al fondo una puerta que
escondía tras de sí las cocinas.
Había un buen jaleo en aquellos momentos en la posada, que debía de estar bastante
llena. Pero Alejandra entre todos los inquilinos que estaban comiendo o tan solo
sentados en alguna mesa, distinguió a la dueña de aquella posada. Se llamaba Macda.
A primera vista nadie podía decir que fuese una muchacha guapa, y es que no lo era, ni
a primera ni a décima vista. Pero tenía algo, su algo, que la hacía atractiva, que no
guapa. Quizás eran sus largos y hondulados mechones o su sonrisa misteriosa y casi falsa,
quizás era su nariz larga y vigilante o ese brillo peculiar en sus pequeños pero
resaltones ojos. Fuese lo que fuese poseía una chispa especial que casi parecía un
embrujo. Alejandra recordó el largo período durante el cual aquel embrujo hizo efecto
sobre ella. Casi dos estaciones sufrió por un amor que se declaró no correspondido, pero
en esos instantes era parte del pasado y Alejandra sonreía aliviada cada vez que
recordaba que gracias a Zeus nunca ocurrió nada.
Salió de su ensimismamiento.
Se giró hacia ambas compañeras, que observaban el lugar, antes de alzar la voz y llamar
a su amiga:
"¡Macda!" gritó como pudo sobre todos los que estaban allí. La mujer miró a su alrededor,
como comprobando si alguien la estaba llamando. Rapidamente encontró a Alejandra, en la
entrada de la posada, llamándola agitando un brazo. Sonrió y la saludó, mientras
terminaba de atender a dos hombres, antes de acercarse a ella. Cuando lo hizo pudo
comprobar desde lejos que estaba acompañada por una imponente mujer morena y una
simpática rubita.
"Hola Alejandra. ¿Qué tal estás?"
"Pues casi como ayer" bromeó. "He venido a traerte a estas dos chicas" murmuró mirándolas.
"Mac, estas son Xena y Gabrielle" las presentó mientras estrechaban sus manos.
"¡Vaya!" exclamó sonriente. "Encantada de conoceros".
"¿Podrás darlas aposento?"
"Claro, ¿durante cuantos días?"
"Tres noches" contestó la bardo.
"Claro" la sonrió la posadera. "Entonces os quedaréis durante las fiestas".
"¿Qué fiestas?" preguntaron al tiempo Xena y Alejandra. La guerrera la miró sorprendida.
"Tu sabes a cuales me refiero" se rió Macda mirando a la curandera. "Espera, ¿puede ser
que no te acuerdes? ¡Si te lo recordé ayer!" Ella se limitó a encogerse de hombros. "Es
un festival dedicado a la diosa Demeter, por haber recuperado a su hija, tras la
temporada de esta en el Hades".
"En otras palabras, le agradeceis el comienzo de la primavera" resumió Xena.
"¿Tenemos algo en contra de esa diosa?" preguntó la bardo intentando rememorar alguna
ocasión.
"No, creo que no".
"Entonces, ¿podremos quedarnos?"
"Por desgracia... no encuentro ningun obstáculo" suspiró viendo a su bardo sonreir
encantada. "Supongo que ya que estaremos aquí, iremos" se resignó bromista la guerrera,
mientras le dedicaba una de sus preciosas sonrisas a Gabrielle. Esta la respondió con
la misma dulzura cuando... Alejandra las interrumpió:
"Si no las estoy equivocando con otras fiestas, ¡os encantarán!"
"¿Pero tu no decías que no las recordabas?" Alejandra volvió a encogerse de hombros ante
la pregunta de Mac.
Continuará...