DEDICACIÓN

Por Wishes
Traducido por Sway

Al advertir que el hombre se acercaba, la mujer pensó en huir. Pero, ¿dónde iría? Debilitada aún por un complicado parto, llevando un niño pequeño y un bebé, ¿cómo podría viajar sola? Nadie los ayudaría ni escondería. El miedo a la ira de aquel hombre era demasiado grande. Tendría que trazar otro plan.

Despertó al niño, lo vistió, y lo sentó en una silla cerca del fuego. Cuándo él, dormido, protestó, ella dijo:

-Quédate aquí, cariño. Demuéstrale que este hogar tiene un hijo.

Con la energía que aún le quedaba, cocinó un espeso guiso y sacó vino, queso y pan. Si tan sólo pudiera hacer que el hombre se calmara y pensara en lo que tenían... Si pudiera llenar su estómago y apaciguarlo como había hecho en otras noches... Su dolorido cuerpo se encogió con ese pensamiento, pero haría el amor con él si eso la favorecía en sus planes.

El bebé hizo un pequeño ruido, y fue a tomarlo en brazos. Destapando un seno, lo amamantó con suaves tirones que también tiraban de su corazón.

-No te llevará, mi amor. Él... o yo... moriremos antes. -Acarició el manojo oscuro de pelo del bebé antes de volver a acostarlo. Un chorro del frío aire de la noche acompañó al estruendo de la puerta al ser abierta por la fuerza. El sólido apoyo que había colocado contra la puerta chasqueó y el cuerpo del hombre llenó el dintel. Tenía barba y aspecto lóbrego, iba cubierto de lodo por el viaje, vestido para la guerra.

Sus ojos escudriñaron el cuarto, aceptó la presencia del niño y luego la descartó, decidiéndose entonces por la cuna.

-¡No! -ante el ahogado sonido, miró fijamente a la mujer. Ella mostró una forzada calma que no sentía-. Siéntate al fuego y abraza a tu hijo. Descansa mientras te traigo la comida. -Ignorando sus palabras él cruzó a zancadas la habitación y miró a su preciosidad. Cuando levantó la mirada sus ojos vislumbraban una pregunta-. ¡No! -exclamó ella de nuevo y trató de interponer su cuerpo entre él y aquella nueva vida. Sin esfuerzo, la empujó toscamente, y ella cayó, aturdida, cerca de la chimenea. Alcanzando la cuna, agarró la mantilla y colocó al bebé. Sacudió la cabeza, de cólera o de pena. Levantando al niño y a la sábana, miró una vez más a la mujer y a su hijo, después salió por la puerta.

Mientras se alejaba a galope con su negro caballo de guerra, el lamento fúnebre de la mujer le siguió. "Deja que grite su pena", pensó él. "Es por eso que las mujeres, al contrario que los hombres, se recuperan".

Llevando el paquete en su brazo derecho, con el que a menudo esgrimía una espada, fustigó a su montura con mayor velocidad que nunca hasta que alcanzaron la base de una montaña segura. Deslizándose de su alto caballo, caminó hacia una gran piedra plana por arriba, como un altar. Allí colocó a la criatura. Casi suavemente, destapó su cuerpo otra vez. Mientras miraba al bebé por última vez como un ser vivo, le habló.

-No vas a sufrir. Sólo vas a dormir. Podría dejarte con tu madre para que crecieras hermosa como ella, para que amaras y acompañaras a un hombre como ella me ha amado y acompañado. Pero no hace mucho le hice una promesa a un dios que no perdona. Fue en el campo de batalla, y yo estaba rodeado. Sabiendo que estaba a punto de morir, le rogué al dios de la guerra. Ares, dije para salvar mi vida, necesito la fuerza de diez hombres. Si me das lo que necesito, el próximo hijo que tenga lo dedicaré a tu servicio. El enemigo atacó, y hombre tras hombre cayeron ante mi espada. Cuando la batalla acabó, tuve que pasar sobre sus cadáveres para volver con mis propios hombres. -Deslizó un áspero dedo por la suave mejilla del retoño-. No tienes la culpa, pequeña. No es tu culpa que hayas nacido niña. La culpa es mía por hacer tal promesa. Debes morir antes de haber vivido, pero te dedicaré a Artemisa, la diosa de la caza. Puede que ella tome tu espíritu y te permita viajar con su banda de vírgenes.

Con esas palabras, se alejó un poco para sentarse y reflexionar bajo las distantes estrellas como había hecho muchas veces en el campo de batalla. No dejaría aquella pequeña forma para que los animales la despedazaran. Esperaría, vigilando hasta que el frío aire de la noche hubiera hecho su trabajo.

Hacia el amanecer, cuando ya hacía mucho que había oído los fuertes llantos debilitarse y convertirse en quejidos y finalmente en silencio, el hombre se levantó y volvió a la piedra. El bebé estaba pálido y frío, una estatua de mármol de un bebé perfecto. Estudió las manos estrechas, largos dedos que podrían haber aprendido a manejar una espada, el torso estrecho, y las rectas piernas que nunca caminarían ni correrían. Enterraría a la niña aquí, en esta montaña, cubriendo su cuerpo con rocas, su propia tumba de piedra. Entonces el bebé lloriqueó. El corazón del hombre saltó, después se endureció. Alcanzó la delgada daga que guardaba junto a su espada. Entonces los ojos del bebé se abrieron, y él vio en la mirada azul, los celestes ojos de su propia madre.

Devolviendo la daga a su vaina, el hombre sacó su espada. Levantó a la niña con una gran mano y la espada con la otra.

-Ares -gritó-. Mantengo mi promesa. Ésta, mi hija viva, te la dedico. Le doy la fuerza que me has concedido, y yo lucharé mis próximas batallas como un hombre normal. Ella será una guerrera como el mundo nunca ha conocido. En honor al campo de batalla donde hice mi promesa, su nombre será Xena.

Sosteniendo a la niña, dedicada por él a dos celosos dioses, el hombre galopó en su oscuro caballo hacia casa.

Fin


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