EL PLAN DE DOS BIMESTRES Y MEDIO
Igor Ignacio Álvarez Pariasca
Cada vez mi timidez se hacía mayor, la veía, me bastaba un solo instante para esconderme y verla sigilosamente. Pero ella intuía que alguien la observaba, se sentía espiada, yo lo sé, como cuando un tigre va a cazar a su presa, pero en este caso sería un tigre sin colmillos y sin garras y sin hambre ya que solo la vería y contemplaría la belleza de su presa. Para mí todo era genial, me conformaba con solo verla y con que ella me mirase; podría sobrevivir semanas con este pequeño gesto de interacción.
Mis amigos me reprochaban, me insistían, hacían que mi cobardía se agrandase, que fuera más grande que yo, que se apoderase de mí. Era muy conformista, con que me viera con una mirada de que buscaba a alguien que no era yo, para mí eso era suficiente. En ese momento mi mundo era mágico y hermoso, en cuestión de instantes proyectaba mi vida con ella, con hijos, casados y luego dos abuelitos solitarios a la luz de la noche oscura.
Esa bella dama era todo para mí, mi inspiración, mi fuente de energía, mis agallas para poder hacer cosas que no me atrevo, pero menos para poder acercarme a ella para dialogar y poder entablar algo más que una bella amistad. Por eso, era casi perfecta para mí, era lo único que no me daba ese valor necesario para hablarle.
Era casi obvio, todos se dieron cuenta de mi idiotez cuando la veía, mi corazón latía más rápido, mis manos sudaban, mi mente se noqueaba y cuando estaba cerca de mí, yo temblaba, sabiendo que no se me acercaría, sentía que el destino era una palabra sin significado, sin sentido. ¡Para quién estaba destinado yo? Todo me parecía ilógico, nada encajaba para mí; pensé en una de las enseñanzas pasadas, tal vez somos iguales, por eso no nos atraemos, recordé que “los polos opuestos se atraen”. Pensé en que esta era la solución, así que me decidí. Mi plan de dos bimestres y medio estaba en marcha, entonces comenzó mi cambio.
Llegaba tarde a la escuela, más que de costumbre, era más despreocupado, hacia algo que nunca jamás pensé hacer, dejarme llevar e influenciar por mis amigos. Tuve un cambio radical, me corté el cabello que antes odiaba tanto, mi horario de llegada variaba y me volví “juerguero”, mi lenguaje se había tornado un poco vulgar.
Posiblemente hice el cambio que todo “Nerd” quisiera. Pero yo no era ningún perdedor, solo que era tímido y como dicen ahora y aún no encuentro explicación, “palteado”.
Cada fin de semana era muy bien solicitado, fiestas, diversión, toda esa clase de cosas eran conmigo, se podía decir que estaba “de moda”, tanto así que comencé a “tener jale”. Me sentía en un mundo distinto, tal vez soñaba que estaba en otro mundo, pero un sueño del que nunca quería despertar. Quería disfrutar esta etapa de mi vida para siempre y no crecer jamás.
Ya casi había olvidado mi plan de dos bimestres y medio, como ya era conocido tenía contactos para que me hicieran “el bajo”. Estaba decidido pero no estaba seguro de qué imagen tomar. Llegué a creer que mi cambio había sido en vano: ¿y si a ella no le gusto?. Esta pregunta me carcomía por dentro, así que tuve la fantástica idea de conocer primero a una de sus mejores amigas, la cual me dio un dato clave.
Me dijo una palabra que si me la volvieran a decir me dolería, me la mencionó muy claramente: “No le gustan los pendejos”. Eso fue lo esencial para cambiar mi plan; volví a mis antiguos principios, pero ya reforzado y con un poco más de experiencia. Creo que mi anterior plan no fue tan brillante después de todo; me había aventurado.
El gran día llegó. Mis nervios que me habían extrañado volvieron con más fuerza, mis síntomas estaban volviendo y cuando ella estuvo al frente y me dijo: “Hola”, yo casi reacciono con un “¡Adiós!”, fugaz y repentino, casi como de los nervios. Pero aguanté con el poco valor que me restaba que hizo que me pesara el pie derecho. Entonces reaccioné, saludé como debía hacerlo y agregué: “Bueno, creo que ya debo irme”.Era algo de lo que me arrepentí a los veinte segundos de haberme marchado sin voltear atrás, seguí caminando solo y lo medite: “¡Tanto para nada!”.
Al día siguiente la llegué a conocer con lujo de detalles y por mi mente pasó: “¿Ella era la chica dulce que tanto quería conocer?”. Pues no me contenté ya que no era la que me esperaba: era un poco vulgar, aunque su linda sonrisa y sus hoyuelos profundos como un par de pozos petroleros suavizaban las palabras que parecían cantadas de su boca.
Quisiera poder seguir diciendo las cosas que me motivaron a crear este cuento pero la verdad es que no quiero volver a recordar a esta “dama”; hay muchas cosas que me desagradaron de ella y esta decepción hace que encienda como un volcán en el apogeo de su calor y que me enfurezca a tal punto que en mi cara no resalte ningún acné.
Ahora me pongo a pensar que para amar... hay que hacerlo con el cerebro y no con el corazón, si es que no quieres salir herido.
Lima, jueves 26 de noviembre del 2009.
Updated: Friday, 4 December 2009 6:13 PM EST
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