Eloy:
Creo que es cierto: Surquillo es el centro del Orbe (y, además, ¡quién soy yo para negarlo!). Pero, en realidad, hay muchos centros del mundo; algunos permanentes (según el ojo de cristal con que se mire) y otros que con el tiempo dejan de serlo. Tú, qué duda cabe, tienes el tuyo; los demás también: su centrolima, su molicentro, su centroizquierda, su centro iqueño, o, quién sabe, solo su ombligo como punto central. Alguna vez, nuestro centro fue el Palermo, también el Wony y, claro, el 444 de Juan Ramírez Ruiz... Pero para muchos de nosotros, el primer gran centro fue esa esquina del Parque Universitario, donde don Néstor vendía libros. Allí conocí a Hora Zero y la urgencia de sus palabras y supe que había unos apellidos bellamente extraños para mí (el recién bajado de Pallasca): nunca antes había conocido a nadie que se apellidara Rupay, Colán, Pimentel, Nájar, Verástegui... Jáuregui; creí que habían sido hechos especialmente para poetas. Algunos, ahora, me resultan más comunes y familiares que el cebiche con “ese” y “ve chica”. Ese quiosco, de un hombre bonachón con quien se podía conversar, no de las cojudeces de microbusero que son el repertorio de nuestros actuales libreros, puso en vitrina el primer dizque libro de poemas que publiqué (por cierto, nada notable, nada notable), allá a principios del 74; nunca pregunté si se había vendido algún ejemplar, siempre nos ocupábamos de otras cosas. Pero, efectivamente, sí llegó a hacerse, al menos, una venta; lo supe mucho tiempo después por Roger Santiváñez que, intelectualmente curioso, adquirió aquella pobre novedad bibliográfica precisamente allí, en el quiosco del señor Jáuregui. Y, en verdad, no solo eso había allí; también se ofrecían publicaciones buenas: Harawi, por ejemplo, y La tortuga ecuestre en que leí Franz, historia de un gusano, de Juan Carlos Lázaro. Ha pasado tanto tiempo. Hoy sé que nosotros también somos, en alguna forma, como tú (“hijo de tu padre”), vástagos literarios de aquel bondadoso parroquiano que nos dio una ayudita para enamorarnos perdidamente de esta puta siempre virgen, la poesía, que se ha convertido en nuestro centro y, también, en la culpable (“de todas mis angustias y todos mis quebrantos”).
Updated: Saturday, 13 December 2025 10:56 AM EST
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