vocación monástica. El monje o la religiosa solitaria mantiene una tenaz
vigilia, noche tras noche en su estrecha celda mientras que los demonios de la
misma mente danzan a su alrededor, y eventualmente, arquetípicamente al menos,
esos demonios desaparecen. En ningún relato, sin embargo, hemos leído que
ninguno de ellos, excepto Francisco, se precipitara fuera de la celda, una
choza para el caso, hacia la nieve en el exterior, rodara sobre ella desnudo
hasta la cintura, y luego hiciera siete (así es, siete) muñecos de nieve.
"Aquí están, Francisco", gritó exultante. "Esta es tu
familia. Esta más grande es tu esposa. Esos son tus hijos y aquellos tus dos
sirvientes"
"Pero Francisco", se reprochaba a sí mismo, "tienen frío.
¿No tienes con qué abrigarlos?. Si no lo tienes, ¿no estás contento de no tener
que servir a nadie más que a tu Dios?".
De hecho Francisco nunca abandonó su ansia de familia. Simplemente
extendió la idea normal de lo que es la familia hasta que incluyera a todas las
mujeres, niños y hombres, todos los animales y pájaros e incluso los insectos. El
Sol y la luna fueron sus hermanos y finalmente hasta los mismos elementos:
"La Hermana Agua, que es tan útil y humilde y preciada y casta"; el
"Hermano Fuego…. Hermoso, fecundo, robusto y fuerte".
Es como si al huir de esa choza hubiese arrastrado consigo a la
totalidad de la tradición espiritual occidental y nos hubiese mostrado de una
vez por todas que nada queda excluido de la vida espiritual; que todas las
formas de amor pueden ser perfectamente comprendidas por el hombre o la mujer
que deja tras de sí sus deseos egoístas.
Cuanto más se estudia su vida, tanto más obvios se vuelven los paralelos
con otros santos. Y, sin embargo, no hay nadie como él, y eso es lo más bello.
¿Quedó el desafío del Hermano Masseo sin respuesta, entonces?. ¿Se
limitó Francisco a sonreír enigmáticamente y seguir su camino?. No, según
cuentan las crónicas. Resplandeciente de gozo probablemente pasarían muchos
mese antes de que se le presentara semejante oportunidad para contenerse, elevó
su vista al cielo y permaneció un tiempo absorto en la contemplación de Dios. Luego
se arrodilló y dio gracias, y cuando finalmente se volvió hacia su Hermano
dijo:
"¿Querrías saber por qué me siguen?. Por que los ojos del Altísimo
Dios no han encontrado entre los pecadores nadie más vil, o más imperfecto o un
pecador más grande que yo…. Él me ha elegido para confundir la nobleza, la
majestad, el derecho, la belleza y la sabiduría del mundo, para hacer saber que
toda virtud y toda cosa buena viene de Él y no de las criaturas".
¿Nos espanta la idea de poner algún tipo de control al cuerpo o a los
sentidos?. Allí está Francisco caracterizando su propio cuerpo como el
"Hermano Asno", "necesita que lo alimentes solo con la cantidad
necesaria, que le des techo y que lo dejes descansar cuando está cansado y que
seas amable con él en todos los aspectos, un verdadero amigo. Pero no te
equivoques, tú eres el jinete, no él"
¿Se nos siguen escapando todavía los aspectos más sutiles del
"poner al prójimo en primer lugar"?. La noche en que un Hermano gritó
en sueños: "Hermanos, me muero de hambre", la respuesta de Francisco
fue inmediata, pero de un tacto exquisito. Se despertó a todos los hermanos;
todos fueron llamados al refectorio y se les ordenó a todos compartir el pan
mientras Francisco hablaba tiernamente sobre los peligros de la mortificación
excesiva. Nunca se mencionó el nombre del fraile que gritó de hambre.
Tal vez no exista una expresión más exacta de las aspiraciones de
Francisco que la oración que Easwaran invariablemente sugiere para utilizar en
la meditación y que comienza: "Dios, hazme un
instrumento de tu paz….".
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