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El Espíritu Santo utiliza la palabra y los sacramentos para llevar a cabo su obra.

Rev. Frackson B. Chinyama

Iglesia Luterana del Centro de África (Malawi)

 

Como siguen extendiéndose muchas denominaciones cristianas, la doctrina cristiana luterana, especialmente en Malawi, con frecuencia la atacan otras iglesias. El ataque del que es objeto nuestra doctrina de parte de los pentecostales dice que los luteranos no poseemos el Espíritu Santo. Dicen que no hay ninguna señal en nuestros miembros que muestre que tengamos el Espíritu Santo. Nos acusan de no ofrecer suficientes oraciones pidiendo estar llenos del Espíritu Santo.

 

El tópico de nuestra convención es “VEN ESPÍRITU SANTO, DIOS Y SEÑOR”, EL ESPÍRITU SANTO Y SUS OBRAS.

 

Es un buen tema, que muestra que honramos al Espíritu Santo en nuestra iglesia. Creemos que el Espíritu Santo es Dios. Pedimos que el Espíritu Santo venga a nosotros. Este ensayo muestra que el Espíritu Santo utiliza la palabra y los sacramentos para llevar a cabo su obra.

 

A. El Espíritu Santo usa la palabra

 

El Espíritu Santo obra a través de la Palabra para llevar a la persona a la fe. Veamos los siguientes pasajes : Romanos10:17: “Así que la fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios.” Isaías 55:11 dice: “Así será mi palabra que sale de mi boca; no volverá a mí vacía, sino que hará lo que yo quiero.” Romanos 1:16 dice: “Porque no me avergüenzo del evangelio, porque es poder de Dios para salvación a todo aquel que cree.” Estos pasajes nos son muy conocidos y muy claros.

 

Romanos 10:17 claramente indica que la fe siempre viene por oír el mensaje que es la palabra. Puesto que es el Espíritu el que crea la fe, al decir que la palabra crea la fe, (Romanos 10:17), la Escritura limita la actividad del Espíritu a donde se predica y oye la palabra. Isaías 55:11 muestra que la palabra de Dios es como un agente en traer la voluntad salvadora de Dios al mundo. Romanos 1:16 nos dice que el mensaje del evangelio es el poder de Dios.

 

Seguramente el evangelio revela lo que nos salva, es decir, la justicia de Cristo, como dice Pablo en Romanos 1:17. Otro pasaje hermoso que podemos citar es 1 Pedro 1:23,25: “Siendo renacidos, no de simiente corruptible, sino de incorruptible, por la palabra de Dios que vive y permanece para siempre… Y esta es la palabra que por el evangelio os ha sido anunciada.”  Hay dos verdades claras en estos pasajes. Primero, la palabra lleva a la persona a la fe. Segundo, en donde está ausente la palabra no puede haber conversión a la fe. Estos pasajes nos dicen cuál es la herramienta que el Espíritu usa en la conversión, y también limitan al Espíritu a utilizar esa herramienta.

 

La mayoría de las iglesias protestantes separan al Espíritu de la palabra en la conversión. Dicen que el Espíritu viene al lado de la palabra, usa la palabra, ayuda a explicar la palabra, y sin embargo que no está en la palabra ni con ella. Se describe la palabra como haciendo las mismas cosas que el Espíritu Santo. Nota la similitud de operación. Como vimos en Romanos capítulo 10 y en otros lugares, la palabra está activa en la conversión. Pero, como veremos, la obra de la palabra, tanto como la obra del Espíritu, sigue en la vida cristiana. Cristo ora a su Padre celestial en la última cena: “Santifícalos en tu verdad, tu Palabra es verdad”  (Juan 17:17). Cristo ora a su Padre celestial para que santifique a sus discípulos. ¿Cómo sucederá? Se hará mediante la palabra. La palabra también tiene como su función central testificar del hecho de que Jesús es el Cristo, proclamándolo como el Salvador que quiere convertir a todo el mundo en hijos de Dios.

 

Cristo dijo a los fariseos: “Escudriñad las Escrituras; porque a vosotros os parece que en ellas tenéis la vida eterna; y ellas son las que dan testimonio de mí” (Juan 5:39). La palabra es activa al hacernos comprender la diferencia entre el pecado y la justicia en nuestras vidas. La palabra entra en nuestro mismo ser; separa la verdad del error. El escritor a los Hebreos dice: “Porque la palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos; y penetra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón” (Hebreos 4:12). Aquí vemos que la palabra no es solamente un libro de principios y leyes para seguir, sino una fuerza viva. El Espíritu nos da la gracia, pero nota que la palabra de gracia, la palabra que nos habla de la gracia de Dios, es el instrumento que el Espíritu usa para obrar esa gracia en nuestros corazones. Pablo dice a los efesios al despedirse de ellos: “Y ahora, hermanos, os encomiendo a Dios, y a la palabra de su gracia, que tiene poder para sobreedificaros y daros herencia con todos los santificados” (Hechos 20:32) También escucha lo que dice Pablo a los tesalonicenses: “Por lo cual también nosotros sin cesar damos gracias a Dios, de que cuando recibisteis la palabra de Dios que oísteis de nosotros, la recibisteis no como palabra de hombres, sino según es en verdad, la palabra de Dios, la cual actúa en vosotros los creyentes” (1 Tes. 2:13).

 

Esta palabra está obrando en nosotros. Nuestra Biblia puede estar en el estante, pero la palabra que hemos oído, entendemos y creemos por el Espíritu ahora está viva en nosotros. Compare también Santiago 1:21: “Por lo cual, desechando toda inmundicia y abundancia de malicia, recibid con mansedumbre la palabra implantada, la cual puede salvar vuestras almas.” Juan en su Primera Carta escribe: “Os he escrito a vosotros, jóvenes, porque sois fuertes, y la palabra de Dios permanece en vosotros, y habéis vencido al maligno” (1 Juan 2:14).  En 2 Juan 1,2 el apóstol escribe: “El anciano a la señora elegida y a sus hijos, a quienes yo amo en la verdad; y no sólo yo, sino también todos los que han conocido la verdad, a causa de la verdad que permanece en nosotros, y estará para siempre con nosotros.” Pablo dice a Timoteo: “Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra” (2 Timoteo 3:16-17).

 

Los pasajes arriba nos muestran lo íntimamente que están unidos la palabra y el Espíritu. Hemos visto que la palabra nos convierte, pero también el Espíritu hace lo mismo. Hemos visto que la palabra testifica que somos hijos por la fe, pero el Espíritu hace lo mismo. Hemos oído que el Espíritu vive en nosotros, pero la palabra hace lo mismo. El Espíritu produce fruto, pero la palabra hace lo mismo, preparándonos para toda buena obra. Hemos visto que el Espíritu nos da dones, pero la palabra es la que extiende esos dones a los individuos por medio de escuchar el sermón y la enseñanza. Esos dos, aunque no son lo mismo, producen la misma operación, operaciones que incluyen cada área de la vida del creyente. Aunque parezca que los pasajes arriba no liguen al Espíritu y la palabra, la conexión está allí. Cristo y el apóstol Pablo demuestran la relación. Jesús dice: “El espíritu es el que da vida; la carne para nada aprovecha; las palabras que yo os he hablado son espíritu y son vida” (Juan 6:36). Pablo escribe: “Y tomad el yelmo de la salvación, y la espada del Espíritu, que es la palabra de Dios” (Efesios 6:17). Es fácil ver la conexión de la palabra y el Espíritu.

 

Los que insisten en que a veces el Espíritu viene separado de la palabra tienen que considerar las siguientes preguntas: ¿Qué fe obrará el Espíritu a menos que también obre la palabra? ¿Qué esperanza dará el Espíritu a menos que la base de la esperanza sea expresada en la palabra? ¿Qué gozo dará el Espíritu a menos que se dé la fuente del gozo en la palabra? ¿Qué amor puede inspirar el Espíritu a menos que la palabra nos dé razones por ese amor? ¿Qué enseñanza dará el Espíritu a menos que esa enseñanza se encuentre en la palabra? ¿Qué guía dará el Espíritu a menos que la causa de la acción sea dirigida por la palabra? En resumen ¿Qué áreas de nuestras vidas cristianas son tratadas sólo por el Espíritu, aparte de la palabra? ¿Hay alguna área en donde es impotente la palabra escrita? 2 Timoteo 3:16 otra vez nos da la respuesta: “Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia.” La palabra de Dios gobierna todas las áreas de nuestra vida. Creo que a medida que entendamos más y más la naturaleza de la obra de Dios en nosotros por su palabra, el deseo de separar el Espíritu y la palabra desaparecerá.

 

Los pasajes de arriba indican el hecho de que el Espíritu obra a través de la palabra y que donde se usa la palabra, allí está activo el Espíritu. Eso debe apartarnos de buscar el Espíritu dentro de nosotros, para buscarlo más bien en su palabra en donde nos habla. El subjetivismo desaparece, y en su lugar viene una fe que se edifica solamente en la palabra de Dios.

 

Pero al usar este medio de gracia, la palabra, tal vez haya una tendencia a hacernos demasiado rígidos en aplicar la doctrina bíblica a nuestras vidas. Una de las maneras en que podemos abusar de esta enseñanza es pensar que sólo en el momento exacto cuando leemos la Biblia seremos fortalecidos por el Espíritu. O podemos pensar que solamente cuando estamos leyendo la Biblia se nos dará sabiduría o guía para una situación particular. Ciertamente la gracia de Dios en todas sus formas viene a nosotros al estudiar su palabra, escuchar un sermón o meditar en su palabra. Pero piense en los pasajes que describen la palabra como viviendo en nosotros, obrando en nosotros, como lo que “penetra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón” (Hebreos 4:12). Esta palabra, junto con el Espíritu de Dios, mora en nosotros. Al escribir sermones, nos sentamos en nuestras sillas, y entra una buena idea en nuestra cabeza que sabemos que edificará a nuestra gente. ¿Nos dio el Espíritu esa idea? De hecho. Podemos decir que hicimos eso aparte de la palabra que vive en nosotros? Por supuesto que no.

 

Al predicar, a veces recibimos ideas que no están en nuestro manuscrito. Con que éstas sean correctas y verdaderas, las atribuimos al Espíritu. Pero ¿debemos atribuirlas al Espíritu como si estuviera hablando a nosotros sin la palabra? No podemos decir eso, porque como hemos visto, todo lo que es edificante tiene que tener su origen en la palabra que mora en nosotros. (Vea otra vez 2 Timoteo 3:16). Cuando nos envalentonamos para dar testimonio de Cristo, el Espíritu seguramente está obrando en nosotros. Aquí otra vez las razones de ser atrevidos también están presentes, razones que derivan de la palabra que hemos oído, razones que se centran en esas verdades de la salvación expresadas en la palabra.

 

Otra manera en la que podríamos tener problemas para entender esta doctrina, es decir que el Espíritu siempre trabaja efectivamente donde se enseña la Palabra de Dios. Lutero recalca que no podemos obligar al Espíritu de Dios a obrar usando la palabra. Es importante recordar que el Espíritu obra donde y cuando a él le place. Una discusión de eso propiamente pertenece a la voluntad oculta de Dios. Creo que podemos tener eso en mente, y sin embargo usar la palabra de Dios como si estuviéramos forzando a Dios a actuar, confiados en que la palabra de Dios logrará lo que él quiere que haga.

 

La doctrina de la operación independiente del Espíritu está unida con el sinergismo y el reclamo del hombre de tener libre albedrío en asuntos espirituales. Algunos maestros dicen que como la voluntad del hombre es libre para aceptar o no aceptar a Cristo, entonces no importa si están presentes los medios de gracia. Cuando no se entiende correctamente la gracia, el hombre piensa que puede acercarse a Dios, dar un paso en la dirección correcta y apropiar al Espíritu de Dios. No se preocupa tanto de acercarse a él por medios.

 

Los que separan al Espíritu y la palabra siempre tienen que preguntar: ¿cómo puedo recibir el Espíritu. Si no se usa ningún medio de gracia, entonces la apropiación del Espíritu tiene que suceder de otros modos. Estos caminos sin excepción resultan siendo obras. Las iglesias pentecostales hablan mucho de vivir una vida llena del Espíritu. Pero según su modo de pensar, lograr esto depende no de los medios de gracia, sino de la oración, de confesar los pecados, de obediencia al mandato de Dios, y prepararse en varias maneras para recibir el Espíritu. Los libros que se han escrito e impreso sobre este asunto son muchos. Suenan piadosos y bíblicos, pero estos libros enseñan acerca de Cristo solamente de manera pasajera, como si estuvieran animados a seguir a lo que es más importante, cómo vivir una vida llena del Espíritu. Al dirigir a su gente a apartarse de los medios de gracia a las obras, los escritores de estos libros están separando a sus lectores del mismo Espíritu que quieren encontrar. Las palabras de Pablo a los gálatas se aplican aquí: “¿Tan necios sois? ¿Habiendo comenzado por el Espíritu, ahora vais a acabar por la carne? (Gálatas 3:3). Las palabras de Lutero se aplican aquí también. “¿No ven aquí al diablo, el enemigo del orden de Dios? Con todo su clamar, ‘Espíritu, Espíritu’, quita el puente, el camino, la escalera y todos los medios por los cuales el Espíritu podría venir a ti. En vez del orden externo de Dios en la señal material del bautismo y la proclamación oral de la palabra de Dios, quiere enseñarte, no cómo el Espíritu viene a ti, sino como tú llegas al Espíritu. Quieren que aprendas cómo caminar sobre las nubes e ir con el viento. No te dicen cómo o cuándo, a dónde o qué, pero debes experimentar lo que ellos hacen.” (LW, Vol. 44, p. 147).

 

Por la gracia de Dios muchos que sólo conocen la doctrina de la operación inmediata del Espíritu son guardados en la fe por el Espíritu Santo mediante la palabra que oyen. ¡Pero cuánta paz les roban, cuanta preocupación interna, duda y ansiedad experimentan en sus vidas como cristianos! ¡Y cuántas preparaciones ansiosas hacen para no perder la guía del Espíritu, cuando todo el tiempo él esta allí para dar y conducirlos mediante su palabra. Los peligros de separar el Espíritu y la Palabra son muchos, pero todos conducen a la justicia por las obras y tratan de encontrar a Dios por nuestros propios esfuerzos, en vez de Dios encontrando a nosotros por sus medios de gracia.

 

Es muy interesante observar que aun cuando venimos a los sacramentos también vemos al Espíritu Santo obrando a través de la palabra.

 

B.  El Espíritu Santo usa los Sacramentos.

 

Veamos al Espíritu Santo obrando a través del sacramento del bautismo. ¿Qué es el bautismo? Leamos la explicación de Lutero: “El bautismo no es simple agua solamente, sino que es agua comprendida en el mandato divino y ligada con la palabra de Dios. ¿Qué palabra de Dios es ésta? Jesús dice: «Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra. Por tanto, id y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo».” (Cat. Men., Bautismo, 1-4)

 

Pensemos en el agua, el elemento terrenal que usamos en el bautismo. Pero ¿por qué agua? ¿Por qué usó el Señor una sustancia tan ordinaria como el agua para comunicar bendiciones tan gloriosas? Sabemos que hay muchos líquidos exóticos y místicos, pero el Señor sólo escoge el agua. La respuesta es que Dios nos ha mandado usar el agua. Damos gracias a Dios porque utilizó este elemento que está disponible en casi todos los lugares del mundo.

 

Dios ha mandado el bautismo, pero ¿qué beneficio nos da? Leemos otra vez la explicación de Lutero en el catecismo. “¿Qué dones o beneficios confiere el bautismo? El bautismo efectúa perdón de los pecados, libra de la muerte y del diablo, y da la salvación eterna a todos los que lo creen, tal como se expresa en las palabras y promesas de Dios ¿Cuáles palabras y promesas de Dios son éstas? Son las que nuestro Señor Jesucristo dice en el último capítulo de Marcos: «El que crea y sea bautizado, será salvo; pero el que no crea, será condenado».” El bautismo es un medio de justificación. Las Confesiones Luteranas dicen: “Un sacramento es una ceremonia o una obra en que Dios nos presenta lo que ofrece la promesa que acompaña a dicha ceremonia. Así el bautismo no es una obra que nosotros ofrecemos a Dios, sino una obra en la cual Dios nos bautiza, vale decir, el ministro en representación de Dios, y en la cual Dios nos ofrece y nos muestra el perdón de los pecados, etc., según su promesa (Mr 16:16) «El que creyere y fuera bautizado será salvo». (Apología XXIV, 18)

 

Las palabras de Jesús son claras. A la pregunta ¿qué tengo que hacer para ser salvo? nos da la respuesta: “Todo el que creyere y fuere bautizado será salvo.” Se confiere el perdón de los pecados no solamente mediante la palabra, más bien los grandes beneficios de la salvación también son conferidos por el bautismo. El bautismo da, y la persona bautizada que cree acepta y recibe la gran salvación del Salvador.

 

Las bendiciones tales como las que se acaban de describir conducen a la pregunta que hace Lutero: “¿Cómo puede el agua hacer cosas tan grandes?” Principalmente en base a Tito 3:5-8, dice: “El agua en verdad no las hace, sino la palabra de Dios que está con el agua y unida a ella, y la fe que confía en dicha palabra de Dios ligada con el agua, porque sin la palabra de Dios el agua es simple agua, y no es bautismo; pero con la palabra de Dios sí es bautismo, es decir, es un agua de vida, llena de gracia, y un «lavamiento de la regeneración en el Espíritu Santo», como San Pablo dice a Tito en el tercer capítulo: «Por el lavamiento de la regeneración y por la renovación en el Espíritu Santo, el cual derramó en nosotros abundantemente por Jesucristo nuestro Salvador, para que, justificados por su gracia, viniésemos a ser herederos de la vida eterna conforme a la esperanza de la vida eterna».” De hecho, es el Espíritu Santo obrando a través de la palabra que da este poder al agua. No es la manera en que tú lo administras lo que le da el poder. Al contrario, es Dios, el Espíritu Santo que obra por medio de ella.

 

El bautismo es un medio de gracia y nos conviene seguir recordando las palabras que Lutero utilizó para concluir su confesión sobre el bautismo en el Catecismo Mayor: “Así se ve qué cosa tan elevada y excelente es el bautismo que nos arranca del pescuezo del diablo, nos da en propiedad a Dios, amortigua y nos quita el pecado, fortalece diariamente al nuevo hombre, siempre queda y permanece hasta que pasemos de esta miseria hacia la gloria eterna. Por consiguiente, cada uno debe considerar el bautismo como su vestido cotidiano que deberá revestir sin cesar con el fin de que se encuentre en todo tiempo en la fe y en sus frutos, de modo que apacigüe al viejo hombre y crezca en el nuevo. Porque si queremos ser cristianos, habremos de poner en práctica la obra por la cual somos cristianos. Y si alguien cayera fuera de ella, que regrese. Así como el trono de gracia de Jesucristo no se aleja de nosotros, ni nos impide volver ante él, aun cuando pecamos, así también permanece todavía diariamente mientras vivamos, o sea mientras llevemos al cuello al viejo hombre.” (Catecismo Mayor: Bautismo, 83-86)

 

Ahora, hablemos del sacramento de la Santa Cena. Cientos de libros se han escrito por diferentes autores tratando de explicar las doctrinas de la Santa Cena. En contraste marcado con los millones de palabras de especulación producidas por los hombres acerca de ese sacramento, las narrativas bíblicas que tratan de la Santa Cena sólo suman unos cientos de palabras. En nuestra Biblia tenemos cuatro relatos separados pero paralelos de la institución de este sacramento, los cuales están escritos en Mateo 26:26-29; Marcos 14:22-25; Lucas 22:14-20; 1 Corintios 11:23-29. El apóstol Pablo agrega unas palabras inspiradas de explicación en el capítulo 10 de esa misma carta a los Corintios (1 Corintios 10:16-17,21). Estas cinco secciones breves constituyen la totalidad de lo que la Biblia tiene que decir directamente acerca de la Santa Cena. Existe una fuerte posibilidad de que la frase “partimiento de pan” en Hechos 2:46 también tenga referencia a la Santa Cena, pero podría referirse solamente a la participación comunal en las comidas diarias de la casa. No podemos determinar con seguridad si el partimiento del pan se refiere a una o la otra cosa, o tal vez a ambas.

 

Los cuatro escritores están de acuerdo en las verdades esenciales acerca de la Santa Cena. La primera verdad y la mas obvia, es que no fue otro sino nuestro Señor Jesucristo quien instituyó su sacramento, como es atestiguado por los cuatro escritores. Además los cuatro también indican el día especial y el tiempo durante el día en el que fue instituido. Pablo informa que fue “la noche en que fue entregado”. Eso está plenamente de acuerdo con la narración de los Evangelios sinópticos, todos los cuales fijan el tiempo de la institución como la tarde en que el Señor comió su última cena de la Pascua con los doce discípulos; en esa ocasión indicó que Judas lo traicionaría. Los tres escritores de los Evangelios además describen cómo Jesús más tarde en esa misma noche condujo a sus discípulos al huerto de Getsemaní, en donde Judas llevó a cabo su acto diabólico de traicionar a su Salvador a los poderes de las tinieblas y el mal.

 

Otro punto vital es que esos cuatro escritores están de acuerdo en que nuestro Señor empleó dos elementos terrenales ordinarios, dos alimentos conocidas de la mesa judía. Les dio el pan para comer y la copa para tomar. Podemos estar seguros de que el pan era sin levadura, porque ésa fue la única clase que la ley mosaica permitía usar en una casa judía durante la fiesta de la Pascua (ver Exodo 12:17-20, Levítico 23:6, Números 28:17). Aunque Pablo no describe el contenido de la copa, los tres Evangelios identifican su contenido como el fruto de la vid, que fue una expresión judía común para el vino fermentado.

 

Otra vez, los cuatro relatos están de acuerdo en que Jesús primero habló una oración de bendición o acción de gracias sobre el pan antes de partirlo en pedazos mas pequeños para la distribución. Mateo y Marcos dicen que el Señor también habló las palabras de oración sobre la copa antes de distribuirla a sus discípulos. Lucas y Pablo no dicen directamente que Jesús pronunció las palabras de oración sobre la copa, pero definitivamente lo implican con el uso de las palabras: “del mismo modo”, significando que hizo lo mismo cuando les dio la copa como cuando distribuyó el pan.

 

Cuando uno lee los pasajes que hablan de la Santa Comunión, se pregunta: ¿en dónde encontramos operando al Espíritu Santo? A pesar de que no encontramos ningún pasaje de la Escritura que directamente ligue al Espíritu Santo a la Santa Cena, estoy seguro que ninguno de los que están reunidos aquí duda en absoluto de que Dios, el Espíritu Santo, realmente está muy activo en cada celebración correcta de la Santa Cena. ¿Cómo podemos estar seguros? Sencillamente porque en el corazón de la Santa Cena no encontramos otra cosa que el mismo corazón del evangelio, es decir, que el cuerpo y la sangre santos y preciosos de Jesucristo han sido “dado y derramada para el perdón de los pecados”. Éste es el más puro evangelio, y en dondequiera que se proclame el evangelio tenemos la plena seguridad de la Escritura de que el Espíritu Santo está muy activo en su obra saludable de crear, preservar y fortalecer la fe en los corazones de los pecadores penitentes. En consecuencia, la iglesia cristiana desde sus primeros tiempos con razón ha considerado la Santa Cena junto con el bautismo y el evangelio hablado o escrito como un bendito medio de gracia. A través de estos medios de gracia Dios ha prometido comunicar y sellar a los pecadores perdidos las buenas noticias de que como resultado de la obra redentora de Cristo y el decreto de Dios de la universal justificación, reciben la misericordia inmerecida de su Dios amante y misericordioso.

 

Por tanto podemos concluir diciendo que los que rehúsan ser bautizados están rechazando los medios de Dios, a través de los cuales el Espíritu Santo hace su obra. También decimos las mismas palabras a los que hacen lo mismo con la Santa Cena. Rechazar los medios de gracia de Dios es pecar contra el Espíritu Santo.

 

¡Qué Dios preserve esta verdadera enseñanza en nuestra iglesia!

 

Rev. Frackson Chinyama

Iglesia Luterana del Centro de África

Conferencia de Malawi


 

Reacción al ensayo: El Espíritu Santo usa palabra y sacramento para llevar a cabo su obra.

 

Quisiéramos agradecer al Pastor Chinyama su excelente ensayo acerca del uso por el Espíritu divino de los medios de gracia, la palabra y los sacramentos. Este ensayo es tanto informativo y edificante. Nuestro ensayista debe recibir felicitaciones por su obra diligente. El ensayo está dividido en dos partes principales: a) El Espíritu Santo usa la palabra, b) El Espíritu Santo usa los sacramentos.

El Espíritu Santo usa la palabra. El Pastor Chinyama comienza recordándonos la importancia de este estudio. Nuestras iglesias están rodeadas por pentecostales y carismáticos que niegan que el Espíritu Santo obre por medios. Implican que los cristianos luteranos no tienen al Espíritu en su plenitud, junto con sus muchos dones. El ensayista indica muchos pasajes bíblicos que demuestran que el Espíritu obra por la palabra. El Espíritu no viene al lado de la palabra, sino está en la palabra y con ella. Nuestras confesiones toman una posición fuerte en este asunto: “Por eso debemos y tenemos que perseverar con insistencia en que Dios sólo quiere relacionarse con nosotros los hombres mediante su palabra externa y por los sacramentos únicamente. Todo lo que se diga jactanciosamente acerca del espíritu sin tal palabra y sacramentos, es del diablo.” (Art. Esmalcalda, III, VIII 10, p. 325)

 

En la página dos del ensayo, el escritor dice:  “Aquí vemos que la palabra no es solamente un libro de principios y leyes para seguir, sino una fuerza viva.” Este punto es esencial — es una diferencia fundamental entre las doctrinas luteranas y reformadas de la palabra. Para los reformados la Escritura es principalmente un libro de reglas, cómo llevar la vida diaria. Pero para el luterano es el poder de Dios para salvación. (Romanos 1:16) Esta palabra es una cosa potente, creativa, vivificante. La palabra lleva el tesoro del perdón desde su fuente en la cruz hasta nosotros que vivimos aquí y ahora, y obra, fortalece y preserva la fe en el Salvador para recibir ese perdón de hacerlo nuestro.

 

El pastor Chinyama escribe en la página cuatro de su ensayo: “Los que separan el Espíritu y la palabra tienen que preguntar repetidamente, ¿cómo puedo recibir al Espíritu?” Los que separan al Espíritu de los medios de gracia destruyen el consuelo del perdón y la seguridad de la salvación para los pecadores pobres y perdidos. Si el Espíritu y sus dones no se encuentran en los medios de gracia, se nos deja en la estacada en cuanto a la pregunta en dónde encontrar el perdón de pecados y fortaleza de fe. Tenemos que correr de un avivamiento a otro, esperando sentir la seguridad de la salvación. Cuando la euforia espiritual se desvanece, se tiene que volver a la búsqueda otra vez. En tiempos de prueba y tribulación, estamos zarandeados en un mar de desesperación, y no hallamos ningún lugar en donde se dispensa la paz de Dios, porque no sentimos ninguna seguridad de la salvación dentro de nosotros.

 

Los que separan al Espíritu de los medios de gracia con frecuencia buscan en sus propios sentimientos y emociones la seguridad de que tienen la fe y otros dones del Espíritu. Dicen: “Sé que soy salvo porque me siento salvo. Soy salvo porque he hecho una decisión por Cristo, y experimento la paz interior.” Todo eso cultiva la idea de que el esfuerzo humano de alguna forma es esencial para recibir los dones gratuitos del Espíritu. Esto ciertamente implica que nosotros podemos hacer algo para ayudarnos en nuestra salvación, lo cual es contrario a la clara palabra de la Escritura (Efesios 2:8,9; Gálatas 5:4). Como el pastor Chinyama indica, Pablo enfáticamente dice que recibimos el Espíritu no por las obras de la ley sino por la fe que viene por oír el Evangelio (Gálatas 3:5).

 

El Espíritu Santo utiliza los sacramentos. En la segunda sección del ensayo, el escritor correctamente mantiene que el Espíritu Santo obra a través del sacramento del bautismo. No hay duda de esto, porque el bautismo es un “nacimiento de agua y del Espíritu”. Hechos 2:38,39 es un pasaje interesante en este respecto. “Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo. Porque para vosotros es la promesa, y para vuestros hijos, y para todos los que están lejos; para cuantos el Señor nuestro Dios llamare.” Aquí San Pedro afirma que se obtienen la remisión de los pecados y el don del Espíritu Santo en el bautismo. El don del Espíritu ciertamente incluye su don principal que es la fe o la confianza en el Salvador. Luego San Pedro nos recuerda que esta promesa no es solamente para adultos sino también para nuestros hijos. El Espíritu Santo obra la fe en los corazones de los niños mediante el santo bautismo.

 

Íntimamente ligado con el hecho de que el Espíritu obra por el bautismo es la verdad de que el bautismo regenera o da renacimiento. Sólo al bautismo se describe como “un lavamiento de regeneración”. El hombre nace de nuevo por el bautismo, en el cual el Espíritu Santo llega al individuo en las aguas bautismales y produce el renacimiento espiritual al obrar la fe en el corazón del pecador. El bautismo es un medio por el cual una persona que es espiritualmente muerto en el pecado puede ser llevado a la fe viva en el Salvador. En el corazón en donde ya se ha obrado la fe mediante la palabra, el bautismo fortalece y confirma esta fe. El bautismo, entonces, no sólo nos trae todo el beneficio de la cruz de Cristo, sino al mismo tiempo obra la fe para recibir estos beneficios.

 

La última sección del ensayo enfatiza con razón que el Espíritu Santo también obra por la Santa Cena. Es el caso porque la palabra es el medio por el cual el Espíritu obra y esa palabra es lo que hace la Cena un sacramento, así como es la palabra que hace el bautismo un agua de vida llena de gracia. Además, las bendiciones de la Cena — perdón de pecados, vida y salvación — son dones que sólo el Espíritu imparte.

 

En la página siete del ensayo el Pastor Chinyama escribe que no hay ningún pasaje de la Escritura que ligue directamente al Espíritu Santo con la Santa Cena. Supongo que la mayoría de los exegetas confesionales luteranos que están presentes hoy estarían de acuerdo con él. Sin embargo, algunos de nuestros padres luteranos entendían 1 Corintios 12:13 como un eslabón directo entre el Espíritu y ambos sacramentos. “Porque por un solo Espíritu fuimos todos bautizados en un cuerpo, sean judíos o griegos, sean esclavos o libres; y a todos se nos dio a beber de un mismo Espíritu.” Todos bebemos de un Espíritu recibiendo sus bendiciones por el cuerpo y la sangre de Cristo en la Cena. (M. Chemnitz, The Lord’s Supper [La cena del Señor], p. 193; C. M. Zorn, Die Korintherbriefe [Las Epístolas a los Corintios], p. 106).

 

Comúnmente explicamos el uso del bautismo y de la Santa Cena de parte del Espíritu Santo en términos de nacimiento y sustento. Como el Espíritu da el nuevo nacimiento en el santo bautismo, también nutre y fortalece nuestra vida de fe mediante el perdón de los pecados dispensado en la Cena. Ya que esta vida todavía es débil e imperfecta, y es necesario el crecimiento constante, el Señor Jesús ha instituido este sacramento como una verdadera comida espiritual. Lutero dice respecto a esto:

Con razón se denomina este sacramento un alimento del alma que nutre y fortifica al nuevo hombre. En primer lugar, mediante el bautismo somos nacidos de nuevo, pero junto a esto permanece, como dijimos, en el hombre «la antigua piel en la carne y en la sangre». Hay tantos tentáculos y tentaciones del demonio y del mundo que con frecuencia nos fatigamos, desmayamos y, a veces, hasta llegamos a sucumbir. Pero, por eso nos ha sido dado como sustento y alimento cotidianos, con objeto de que nuestra fe se reponga y fortalezca para que, en vez de desfallecer en aquella lucha, se haga más y más fuerte. Pues la nueva vida ha de ser de modo tal que aumente y progrese sin cesar, sin interrupción. Por lo contrario, sin embargo, no dejará de sufrir mucho. … Para ello se nos da el consuelo, para que cuando el corazón sienta que tales cosas le van a ser muy difíciles, busque aquí una nueva fuerza y alivio. (Cat. May., Santa Cena, 23-26, pp 481-482)

 

Me agradó leer y estudiar el excelente ensayo, El Espíritu Santo usa palabra y sacramento para llevar a cabo su obra, por el Pastor Chinyama. El ensayo es de vital importancia cuando mucha gente busca al Espíritu Santo en todos los lugares equivocados y rechaza el lugar en donde realmente puede ser encontrado. Gracias a Dios porque el Espíritu Santo está presente para nosotros en su santa palabra y los benditos sacramentos.

 

Preguntas y pensamientos para discusión

 

I.                    ¿Cómo afectará tanto al predicador como a sus oyentes la diferencia entre las doctrinas luteranas y reformadas de la palabra?

II.                   ¿Por qué es importante que nuestros miembros sepan que el Espíritu usa los medios de gracia.

III.                 En la página 3 del ensayo se dice: “Sin embargo, al usar este medio de gracia que es la palabra, tal vez haya una tendencia a hacerse demasiado rígido en aplicar la doctrina bíblica a nuestras vidas.” ¿Podría el ensayista explicar esto en más detalle?

IV.                 En nuestro tiempo, cuando muchos menosprecian los medios de gracia, ¿qué se puede hacer para resaltar la doctrina bíblica acerca de su poder y eficacia?

V.                   Comente, por favor, sobre nuestro uso diario del bautismo.