Un hombre sin secretos

Comenzado la segunda semana de julio, retomado y acabado la primera semana de agosto de 2008, Partille, Suecia.

Víctor Aquiles Jiménez H.

Víctor Aquiles JIménez

Lo estoy mirando por la ventana, sé que un hombre como él no volteará la cabeza y presiento que ya no le volveré a ver jamás, pese haber convivido los mejores años de mi juventud a su lado. Es mi marido y acabo de tomar conciencia que no le conozco. Camina lento como es su modo provocando la sensación de abatimiento y sus hombros caídos acentúan esa impresión. Sí, va triste, demasiado triste como para verse a sí mismo, como para imaginarse a sí mismo, lo que quiere decir perplejo, porque no entendió nunca lo que yo le pedía para terminar de conocerle como él a mí.

Convivimos por espacio de 20 años y tuvimos una hija que está en la universidad y bien avanzada en sus estudios. Marian, como yo, adora a su padre, pero no se metió ni se ha metido nunca en nuestras cosas personales, más bien mías en contra del hombre que acaba de dejar su hogar, luego que yo se lo pidiera. Él es y ha sido un esposo, un hombre y padre ejemplar, y cualquier mujer hubiera sido tan dichosa como yo a su lado hasta que quise indagar en sus secretos, y eso fue la ruina de nuestro matrimonio. A Adolfo le conocí en la misma cadena de tiendas de ropa en la que trabajaba yo como vendedora y él como jefe. Me llamó la atención su porte y seriedad y un aire de lejanía que asocié a su puesto como jefe de personal y responsabilidades. Naturalmente su presencia era muy buena, de rostro agradable y un pelo negro castaño muy bien peinado llamaron especialmente mi atención, de la noche a la mañana nos hicimos pareja, luego marido y mujer y padres.

Y éramos felices, como cualquier matrimonio joven, teníamos todo, una casa con jardín, una pequeña piscina y un coche y pensábamos abrir una tienda de productos de belleza y dedicarnos nosotros en nuestra madurez a dirigir una línea de negocios solamente para tener más independencia y tiempo como pareja, y cuando al fin pudimos disponer de tiempo para nosotros, nos dedicamos a realizar actividades como salir a conocer los sitios que nos parecieran atractivos de los que hablamos antes, para amarnos con calma en hoteles, salir a comer como una pareja que recién acaba de conocerse y un sin fin de cosas difíciles de detallar, pero no es eso de lo que quiero hablar porque son intrascendencias comunes que pueden resultar fastidiosas.

Solíamos hablar tumbados en el sofá horas de esto y aquello y nunca nos cansábamos y cada cual se sabía la historia del otro como si fuera propia, todo bastante normal y común hasta que le dije un día: ”¿Sabes que te quiero contar un secreto?” A lo que él me contestó: ”Bien adelante”. Y le conté que una vez siendo una niña de 12 años me alcancé a meter debajo de la cama cuando mi madre recibió a su amante apenas mi papá salió al trabajo. Yo tenía mis sospechas de niña y es por eso que estaba en la habitación de ella. ”¿Y que más me quieres contar?” me dijo. No me pareció adecuada su pregunta porque noté cierta indiferencia, no sé si al tema, claro era hombre, o no le interesaba mi secreto. Pero acotó algo más: ”¿Eso te ha causado algún trastorno? Si es así podrías tratarlo con un psicólogo”. Realmente sentí una especie de decepción, porque le estaba confiando un secreto que he mantenido sin comentar a nadie en toda mi vida y él me decía que lo tratara con un psicólogo. ¡Era un secreto y los secretos no se cuentan ni siquiera a los psicólogos, sólo a alguien que se tenga siempre al lado en el que se confíe y ame. Así es que callé esperando sentirle un poco más animado para escuchar secretos de su esposa. ¿Cuál era mi intención finalmente? Que se atreviera a contarme los suyos porque de seguro los tendría. Yo había reconstruido todo su pasado y conocía su vida minuciosamente como él la mía y llegué a creer una vez que nada me ocultaba, me contó sus amores infantiles, juveniles y de adulto hasta conocerme a mí, y yo hice lo mismo, obviamente me ganaba en cuanto a chicas con las que tuvo algo, un romance, un amor platónico y algo más serio. Reíamos de los detalles, de los nombres que acompañaron nuestros romances y como era pasado no nos molestaba en absoluto. Mi curiosidad también la proyecté a su familia, que eran absolutamente normales, como era la mía. En fin todo en orden desde el punto de vista del conocimiento mutuo.

Pero Adolfo debía guardarse algo, porque no todo se puede contar, ya lo he dicho, algún secretillo oculto, de esos que no se confiesan ni a los curas.

Cuando estaba frente a mi esposo escudriñaba su rostro imaginando que tuviera secretos como todo el mundo, fingiendo lo contrario ante mí, no sé con que fin.

Yo, a decir verdad tengo algunos secretillos, que no sé por qué no se los conté en su debido momento, así habríamos hecho la vida más interesante, me habría valorado sexualmente más, entre otras cosas, para que no me creyera tan inexperta como le hice ver al principio, quizás de esa forma se pusiera más audaz; aunque no tengo nada que decir al respecto, porque sobrepasaba mis aspiraciones siempre en ese sentido. Y a mi me excitaba que pudiera tener algo que jamás se atreviera a reconocer, no sé, algo, un pecadillo inocente...

Hace dos semanas que comencé una terapia con un psicólogo, donde luego de conversar de mis ”problemas” derivamos en el asunto por el que iba verdaderamente y que era mi marido, específicamente quería saber si él conocía a alguien que no guardara ningún secreto en su vida.

Luego de escucharme atentamente y de tomar notas de no sé qué me dijo: ”No tengo mayores referencias literarias ni estudios específicos sobre su pregunta ni clínicas, y es la primera vez que me lleva un cliente a pensar en eso señora. Pensándolo bien un secreto sería un hecho de tal importancia que un sujeto lo puede guardar para no dañar a terceros. Otro significado podría ser que guardar un secreto es para protegerse a sí mismo. Y otra explicación, un secreto podría ser la puerta sellada a un trauma, la visión de algo fortuito y desgraciado que revivirlo y recordarlo le puede causar daño; aunque haya sucedido en una época temprana de su vida. Yo trabajo descifrando secretos y me gano la vida con los secretos de mis pacientes. Pero yo tengo acceso a ellos cuando los atiendo personal y profesionalmente y debo guardarlos bajo secreto profesional por ley”. Obviamente la respuesta de mi psicólogo no me satisfizo del todo, porque para mí, la pura palabra ”secreto” ya me da mala espina. Es que pienso que no hay secretos buenos sencillamente. ¿Quién puede guardar un hermoso secreto en su memoria y alma sin desear compartirlo? ¿Para que sirve un secreto divino guardado? ¿Y si hubiera un ángel entre nosotros que nos ayudara siempre se resistiría a no confesarnos que viene mandado por Dios? ¡No, no creo! ¡Los secretos son como la pus de una herida que tiene que salir y nadie está libre de heridas, tanto físicas como del alma!

Me estaba resultando muy difícil de un tiempo a la fecha convivir bajo el mismo techo con una persona, aunque fuera mi marido, que me confesara siempre que no tenía secretos para mí ni para nadie y que me olvidara de ese asunto. ¿Qué se cree el cretino que soy yo, una estúpida que debe verle como a alguien transparente, inmaculado, que no ha hecho nada en la vida que deba mantener oculto?

Por eso esta mañana preparé el escenario en la sala de estar para desayunar y en el momento oportuno tocarle el tema y zanjarlo de una vez. Desayunamos en silencio, Adolfo me miraba con cierto temor y yo lo hacía desafiante y fue él quien me preguntó:}

- ¿Pasa algo querida?

- ¡No! -respondí seca y lacónica.

- Quisiera saber si puedo ayudarte en algo.

- ¡Claro que puedes, si quisieras!

- Estás enfadada de nuevo, no entiendo realmente.

- ¡Tú sabes a qué me refiero!

- Te juro que no tengo idea a qué te refieres, o quizás tengas algo en mi contra que ignoro.

- ¡No, no soy como tú, que se guarda las cosas, que se guarda los secretos para sí mismo, si tuviera algo serio en tu contra te lo diría, porque a mí no me gustan los secretos como a ti!

Noté un profundo cansancio en la mirada de Adolfo, nunca le había visto así, tan contrariado y confuso. Apenas le salió la voz al decirme: ”Marian, nunca te he mentido, jamás te he engañado en nada y odio las intrigas, los misterios y los famosos secretos de esos que desde hace tiempo quieres que te confiese. Pues no los tengo, lamento decepcionarte, soy un hombre que siempre ha ido con la verdad por delante y no me he reservado nada de mi vida que no te haya contado. Puede que existan cosas insignificantes que no he registrado, que no he guardado en mi memoria y por más que intente recordar no vienen a mí para dártelos a conocer, como algo nuevo de mí, pero siento decirte que no guardo nada, ni un destello siquiera de algo que pueda ser considerado un secreto, porque he sido como una cascada siempre fluyendo para ti, y lo siento -volvió a quejarse-, me hubiera gustado haberte escondido u ocultado algo que en este preciso momento pudiera volcar en ti, algo que te sorprenda, que te moleste..., pero nada, no tengo ni guardo nada”.

Su discurso estaba bien articulado y parecía sincero, pero a mí ya no me convencía como antaño, como cuando me conoció y le creía todo, porque pensaba que ahora me mentía descaradamente, al negarse a contarme algún secreto, aunque fuera una tontería, porque ¿como no se iba a comer los mocos como cualquier niño, a hacerse pipí en los pantalones o...? ¡Tantas cosas que se hacen en la niñez y juventud que callamos por ser demasiado pueriles! ¡No le pedía grandes cosas, ni que me dijera que había asesinado a alguien! Recordé y saqué esas puerilidades de la niñez más para obligarlo a que dijera cualquier tontería le espeté:

- Hay cosas Adolfo que por pueriles y fútiles, por ejemplo, de la infancia, se guardan en la memoria y jamás se cuentan y al paso del tiempo se convierten en secretos. Por ejemplo, todavía recuerdo de la época de la guardería, cuando sentíamos un mal olor entre los niños y niñas, los más grandecitos solíamos olerle el trasero a los más pequeños y eso se transformaba en un juego muy pícaro y cómico. Cuando fuimos adultos y nos juntamos todos para reconocernos, en un momento, felices del encuentro y del alcohol, nos pusimos a hacer lo mismo, muertos de la risa. Nunca te lo he contado hasta ahora. ¿Cómo no va a ver algo así en tu vida que lo hayas conservado como un secreto?

- Lamentablemente mi amor -se apresuró a decir Adolfo- no tengo recuerdos de esa naturaleza.

- Haz memoria -insistí-, tiene que haber algo, si no es así idénticamente tendrás otras cosas.

- No, mi vida ha sido siempre una sucesión de hechos que recuerdo todos, y que te he contado a ti especialmente y a mis amistades.

Yo ya no me podía contener porque me sabía frente a un gran mentiroso, quizás ante un impostor que fingía amarme y a nuestra hija con algún fin inimaginable, tal vez tuviera doble o triple vida ¿pero en qué momento podría desarrollar esas vidas si pasaba conmigo la mayor parte de su tiempo? Eso significaba que ya ”había vivido” esas vidas antes de conocerme y vivía de los recuerdos y por eso se aferraba a una mentira como negar que tenía secretos, haciéndome creer que era poco menos que un ángel, un ser perfecto, intachable, por eso me iba a jugar la última carta para que me contara algo parecido a lo que le diría:

- Adolfo, tú como yo hemos estudiado en colegios religiosos, pues bien, una vez le oí decir a un muchacho de tu colegio, de tu misma generación, que en una parte del patio hacían apuestas masturbándose para ver quien llegaba más lejos con su semen y que había muchachos que medían eso. ¿No me vas a decir que tampoco tú estuviste nunca en algo así, que no supiste, que no viste nada?

- No, Marian -respondió Adolfo evidenciando una tristeza enorme, tenía los ojos húmedos, se notaba en su rostro un rictus de cansancio. No entiendo esta persecución, esta tortura a la que me estás sometiendo estúpidamente con eso de que guardo secretos indecibles. Podría tenerlos y callar en caso de que fueran secretos de hechos atroces, de desgracias, de crímenes, de amores prohibidos, de relaciones incestuosas, de animalismo de homosexualismo etc., pero siento defraudarte nuevamente, nada hay de eso, ni remotamente, así es que si no te convenzo ahora, no lo conseguiré nunca.

Cada vez tomaba más conciencia de que ese hombre que estaba frente a mí era un desconocido ¡sí, un gran desconocido con el que había pasado más de veinte años en una ilusión de vida que parecía real pero que no lo era en absoluto! ¿Cuál era su idea de querer engañarme al ocultar hechos pueriles de niños? ¿Acaso me tenía por una idiota? Por último, con un poco más de humor podría haber inventado algo, una amante, un amor secreto de su niñez con un niño de su sexo, con una mujer mayor. Que robó alguna vez a alguien o algo muy valioso que perteneciera a la familia y que él nunca reconoció la autoría convirtiéndose eso en un secretillo. ¡Nada, mi esposo era un ser perfecto! Por no decir un ¡estúpido perfecto! Yo no podía vivir un minuto más junto a un hombre sin secretos, un hombre transparente como un cristal, porque no reflejaba más que destellos y no luz propia. Y presentí la determinación que estaba tomando. Como si me leyera el pensamiento le vi correr la silla pesadamente y ponerse de pie. De esos ojos que amé tanto en su momento luchaban por desprenderse dos lágrimas. Le vi ponerse su chaqueta y su sombrero.

- ¿Te vas? -le dije un poco menos violenta. - Sí, me voy. Adiós. Yo misma he sostenido la puerta como para retenerle o para que no se arrepienta de irse. Le estoy mirando por la ventana ahora, sé que un hombre tan testarudo y orgulloso como él no volteará la cabeza y que ya no le volveré a ver jamás, pese a haber convivido los mejores años de mi juventud a su lado. Le conozco tiene una sola palabra, tal como es él de una sola cara, de una sola vida. Sin dobleces ni hipocresía, sin imaginación, sin mentiras, pulcro y limpio. Camina lento como es su modo provocando la sensación de abatimiento y sus hombros caídos acentúan esa impresión. Sí, va triste, demasiado triste como para verse a sí mismo, como para imaginarse a sí mismo, lo que quiere decir perplejo, porque no entendió nunca lo que yo le pedía para terminar de conocerle como él a mí. Y yo le pedía solo que me contara un secreto sutil, un secretillo sublime, por último una mentira.

DIEZ AÑOS MÁS TARDE

Desde que Adolfo, mi esposo, se marchara esa mañana de esta casa que compartimos nunca se supo nada más de él, ni de su paradero, pese a los esfuerzos de la policía de mi país de la INTERPOL y de los medios de comunicación que se fueron plegando a la campaña por hallarle, luego de las denuncias reiteradas que hice sobre su desaparición por presunta desgracia. Se le ha buscado en la ciudad rincón por rincón se han peinado áreas de campos, en sitios escarpados, en quebradas, en canales de desagüe, en alcantarillas, en las playas, en el extranjero...

La policía me ha interrogado muchas veces para obtener pistas con mis datos sobre amistades en común; amantes; novias; pololas; amigos..., pero quedan absolutamente decepcionados conmigo porque no tengo información relevante que pudiera servir de pista del que fuera mi esposo y padre de mi hija. Me preguntaban insistentemente si teníamos disputas o nuestra relación pasaba por un quiebre, y mi respuesta era que no, que estábamos bien, que discutíamos por nimiedades, lo mismo que cualquier pareja, como esa tontería de enojarme con él porque yo le pedía de manera majadera que me contara algún secretillo o algo que nunca me hubiera dicho. Ese detalle la policía no lo consideraba relevante y ni siquiera lo apuntaban. Pero creo que en algún instante pueden haber sospechado hasta de mí.

Curiosamente como suele suceder con los desaparecidos, no hubo jamás ninguna llamada anónima ni pistas falsas sobre su paradero, ni tampoco se vislumbraba un rapto, ya que no éramos ricos ni grandes empresarios, así es que nada de nada. Mi hija se especializó en criminología forense y trabaja para la policía y ya me ha dicho en varias oportunidades que pese a los esfuerzos que se siguen realizando es mejor a estas alturas no guardar esperanza de hallarle, y que lo demos por desaparecido y muerto; que lo diga ella, que es policía e hija, que lo adoraba como yo, es suficiente para comenzar a perder las esperanza de hallarle.

Con el paso del tiempo he llegado a comprender que el gran secreto de mi esposo, ése que yo tanto le pedía que me contara, es el de su propio descubrimiento.

FIN

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Escritor chileno


Otros textos de Víctor Aquiles Jiménez, publicados en Literatura Virtual


Víctor Aquiles Jiménez H. nació en San Antonio, el 17 de junio de 1944 en Chile, pero su padre en un olvido involuntario lo inscribió el día 9 de julio del mismo año.

Comenzó como dibujante, libretista radial, fotógrafo, periodista, director teatral y titiritero. Hizo su servicio militar en 1963, y 10 años más tarde sufrió las consecuencias del derrocamiento del presidente Allende pagando con ello finalmente, luego de muchas adversidades, con el exilio en Suecia.

Como autor ha logrado un especial estilo, intentando humanizar el cuento de ciencia ficción. Sus trabajos en este género circulan en revistas culturales y universidades de las Américas y Europa. Sin embargo siente una gran y natural atracción por el género infantil y juvenil, y ha escrito extraordinarios cuentos y una novela Don Cometa el profeta de los niños, ahora Megalaxia Ciudad Infinita en el 2005, esta obra vio la luz en Chile en dos ediciones 1981/ 1985.

Recientemente ha sacado el Libro de las profecías felices, que es una segunda parte de Megalaxia Ciudad Infinita.

Llegó como refugiado político a Suecia, con su familia, sus libros publicados en Chile, numerosos originales, más un morral con los libros de sus autores favoritos. Varios premios literarios jalonan su trayectoria y en España en 1994 publicó Cuentos ecológicos, cuando esa temática no interesaba mucho a los escritores, siendo entonces uno de los pocos autores concienciado y comprometido con la ecología, el medioambiente y la Tierra. Fue así que al darse comienzo en Francia las pruebas en el Atolón Mururoa, Víctor Aquiles Jiménez H. fue el único intelectual por entonces que se hizo escuchar protestando —a través de un programa emitido por la Radio Nacional de España a todo el mundo el 30 de agosto de 1995— en Claves de América, conducido por Luis Arancibia y Ana Segura, que dieron vida a unos de sus cuentos El sacrificio olvidado del libro citado.

Como ensayista uno de sus trabajos más reconocidos internacionalmente es Conciencia del límite publicado en la Revista Cátedra de Derecho y Genoma Humano de la Universidad de Deusto, en el año 2001. Este mismo trabajo es citado en numerosas revistas científicas, tanto médicas como de derecho de Europa y América.

Es delegado oficial de la Sociedad Científica de Chile en Suecia desde 1989. Fue propuesto como Miembro Agregado por el Dr. Eduardo Frenk (Premio Doctor Honoris Causa por la Universidad de la Paz 1988), Presidente de la Sociedad Científica entonces.

El reconocido Dr. Alfredo Givré, de nacionalidad argentina, Director de la Fundación Givré le nombró delegado en Suecia en 1989.

Ha sido corresponsal de numerosas revistas culturales y centros educacionales.

Actualmente es socio CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) y se encuentra participando en la lucha por la defensa de los derechos humanos de los escritores a través del respeto de la propiedad intelectual.

Víctor Aquiles Jiménez H. es Doctor of Philosophy en Sociología, por la Pacific Western University de California, USA. Desde 2008 es Técnico Superior de Hipnosis Profesional de la Escuela Técnica de Hipnosis, Valencia, España y Delegado en Suecia. Está en trámite su ingreso a la ACE Asociación Colegial de Escritores de España.