Vietnam en bici

Madrid – Saigón (14/08/2004)

Desde el cielo, observo luces tenues y parpadeantes sobre el norte de la India, y mi mente se traslada a sus calles, a pensar qué está ocurriendo allí realmente Y visualizo lugares donde ya los ruidos duermen, y la gente descansa en los rincones de la calle, observando los pequeños detalles de la vida, después de una dura jornada de supervivencia.

Por la ventanilla observo como amanece, aunque la confusión horaria es latente. Y veo los primeros campos vietnamitas, con heridas cicatrizadas en forma de pequeños cráteres que destacan entre tanta llanura. Los colores son verdes claros y amarillos, y todo está cultivado. Las casas están dispersas, y desde el aire no se percibe la pobreza.

Llegada a la pista y emoción a raudales. Tanto tiempo pensando en Asia y aquí estoy, por primera vez en mi vida en un mundo nuevo. En la pista, fortificaciones defensivas de hormigón de tiempos pasados, helicópteros militares que en cualquier otro país serían reliquias…

En la aduana, no hay funcionarios, sino militares. Observan el visado y empiezan a teclear que sé yo. Teclean y teclean, y se pasan 20 minutos tecleando. Y eso que la única pregunta que me han hecho es que si vengo por primera vez a Vietnam. Les comento que con el equipaje traigo una bici. Los 2 funcionarios se observan, sonríen y me da la sensación que no han entendido nada, pero bueno.

Paso el control y recojo el equipaje. Por fortuna la bici ha llegado bien. Todavía tengo que pasar un control de escáner más. Los militares me preguntan por el precio de la bicicleta, a lo que hay que contestar que su precio es menor de 300 dólares, o de lo contrario, hay que declarar. Así que, a efectos vietnamitas, el coste de mi bici es de 250 dólares.

El aeropuerto está tranquilo. Apenas han llegado un par de vuelos y es que son las 7 de la mañana. Aún así la calle está en efervescencia. Se me plantea la duda de si ir en bici al hotel ó coger un taxi. Opto por esta segunda, creo que el choque sería demasiado impactante para mí. Nada más salir por la puerta, un taxista me aborda con toda gentileza. Aquí no importa que lleves una bici ó un armario, cualquier cosa se mete en el taxi, y mi bicicleta va en el asiento de atrás. Esto sí es respeto.

De camino al hotel, en pleno centro de Saigón, alucino con las escenas que voy viendo. En las calles solo hay vespinos, cientos, miles, millones. Es increíble. Y en las pequeñas aceras, tiendas diversas sin paredes, rebosantes de actividad. La gente es extraordinariamente joven, especialmente en la carretera, con edades entres 18 y 30 años. Además todos son delgados. Las chicas llevan unas mascarillas o pañuelos, para evitar la contaminación y que no les de el sol (en centros urbanos, el estar morenos significa ser un pueblerino y no es cánon de belleza).

Llego a mi hotel y directamente me ayudan con la bici y el equipaje. Esto sí es atención. Además el check-in y out no es estricto, así que a las 8 de la mañana me hago con una habitación de 20 $, aire acondicionado incluido (llamado air-con). Que una habitación tenga este artilugio, es vital para nosotros pobres occidentales, pues el calor es sofocante por estas latitudes.

Duermo un rato y me voy a visitar la ciudad a pie. Y me doy cuenta que es muy complicado andar. El volumen de motos es demasiado denso para cruzar una calle, con lo cuál, el sistema es diferente al europeo. Para cruzar, hay que caminar muy despacito y uniformemente, para que las motos te vean y te puedan esquivar. Se recomienda que para comenzar con esta práctica, se utilicen escudos humanos vietnamitas, y ver que el sistema funciona. Esto es, esperar a que un vietnamita cruce y seguirle muy de cerca.

Una vez conocida esta primera lección, es más sencillo disfrutar de la ciudad. Saigón es una ciudad bulliciosa, densa en tráfico, con grandes avenidas y un tanto caótica. Es una urbe extraordinariamente enorme, y cualquier distancia ha de afrontarse en moto-taxi (que es la forma más común de desplazamiento, por un precio de 0,50 € prácticamente cualquier distancia), en cyclo, que es una bici con un sillón detrás donde va el pasajero, y que tiene fama entre los turistas, aunque es lento, y por supuesto, como es mi caso, en bicicleta. No me lo pienso dos veces y cojo mi bici para pedalear por las calles de Saigón. Es más sencillo que caminar, aunque hay cosas que no se pueden hacer, como pararte para dar la vuelta, porque la densidad de tráfico no te lo permite, hacer movimientos bruscos, ya que la uniformidad de conducción hace que no haya accidentes. De esta manera, la conducción ha de ser completamente previsible ó de lo contrario, el tráfico sería un caos. Especial mención son las rotondas, ya que no existen semáforos. Primera norma común, no parar bajo ningún concepto, en todo caso, se desacelera. Segunda norma común, los coches tienen prioridad y mejor dejarles un par de metros de distancia. Tercera norma común, procurar que los que vienen detrás intuyan en que vía te vas a meter.

De esta manera, y con un aprendizaje ultra-rápido, me dedico a visitar pagodas. La primera de ellas se haya a nor-oeste del centro, de 7 pisos. Para aparcar la bici no hay mayor problema. Prácticamente en cada esquina existe un individuo que guarda bicis y motos, a un precio de 0,1 €. En esta pagoda, me agobian los vendedores, y es que soy el único occidental. A una le compra un paquete de chicles, a otra barras de incienso, y la gente sigue. La falta de costumbre hace que no pueda controlarlo. Dentro de la pagoda, la gente reza a sus divinidades y budas, con el incienso en las manos y entregándolo a las diversas figuras que inundan el altar. Es momento de partir y dirigirme al museo de los horrores, esto es, el museo de la guerra (1 €). En él se exhiben helicópteros, carros de combate y aviones militares americanos capturados durante la contienda. Y lo más importante, se recoge material visual de los crímenes americanos contra el pueblo viet. Esto es, fotos de cómo los tanques americanos arrastraban los cuerpos de supuestos vietcongs, como los arrojaban por la borda de los helicópteros, fotos heroicas de americanos sonriendo, sujetando con una mano el fusil, y con otra mano el cuerpo destrozado de un ser humano, o como hacen burlas a una serie de cabezas desprovistas de cuerpos.

Después de ver tanta barbaridad, y darme cuenta que nada ha cambiado y que hoy en día sigue pasando lo mismo, me dirijo al hotel a dejar la bici, descansar y salir a comer.

En Saigón se puede comer de muy diversas maneras. La más auténtica, por supuesto, es comer en los tenderetes de la calle, en pequeñas sillas de plásticos que rozan el suelo. La variedad en el menú oscila entre 1 y 3 platos diferentes, y lo único que conozco es el arroz. El resto es extraño para mí, y debo pedirlo con señales, porque nadie sabe inglés. También es difícil saber la carne que comes, y existe la posibilidad de que comas perro sin que te des cuenta. El precio es de aprox. 1 €.

Al día siguiente, me acerco en bici hasta la estación de tren, que está a unos 4 kms de mi hotel. La idea es coger un billete que me lleve hasta Nha Trang, en plena costa, y empezar allí la ruta en bici siguiendo la Nacional I.

En la estación hay muchos “funcionarios”. Uno de ellos me dice que me la guarda, y me fío porque va uniformado. Me acerco a los mostradores y veo que en cada uno de ellos hay grupos de personas amontonadas. Pienso que serán grupos de familias. Cuando me coloco detrás de uno de estos grupos, observo que la gente se me va colando, y se va poniendo en el montón de gente, usando los codos e intentando ponerse los primeros. Entonces me doy cuento de cómo funciona esto. Así que me meto en la melé e intento hacerme fuerte. Por el lado derecho, una anciana que vino después de mí intenta meter los codos y consigue arrebatarme la posición. Por el lado izquierdo, la cosa está competida también. Ante mi cara de desesperación, la funcionaria me atiende, y me dice que tengo que ir a otra cola. Esto es genial porque en la otra cola ocurre exactamente lo mismo. Cuando consigo comprar el billete, me dicen que tengo que sacar otro billete para la bici, en otro lugar diferente, así que allá vamos. Consigo encontrar el lugar para dejar la bici, es una especie de almacén donde se envía de todo, desde sacos de arroz hasta motos vespinos. Por fortuna, allí hay alguien que sabe 4 palabras en inglés, y me entero que mi bici no irá conmigo en mi tren, sino que viaja en el siguiente al mío. Me hacen pagar 30.000 dongs (2 €) por una bici que oficialmente pesa 50 kgs, según consta, muy barato, pero con temor a que no la vuelva a ver. Además, por estos lugares, mi bici causa sensación, y es que no hay mountain bikes. De hecho, la pregunta más frecuente es que cuanto te ha costado. Les entrego la bici, y vuelvo en moto hasta mi hotel.

Es momento de experimentar con los masajes. Cerca de mi hotel hay un lugar de masajes de pies. Primero te acomodan en unos sillones. Por allí solo veo a viets medio adormilados mientras las masajistas, todas ellas vestidas de uniforme, masajean los pies y las piernas mientras prestan atención a un culebrón de corte medieval chino.

Saigon – Nha Trang (17/08/2004)

Hora de partir en tren. Llevo sólo las alforjas conmigo. Desde fuera observo el vagón que me ha tocado. Dios mío! Se trata de un vagón con rejas y cristales sucios. Desde dentro no se puede ver nada. Hay unos ventiladores que giran en el techo y la incomodidad es importante. Y es que cuando pedí el billete me conformé con un “soft sleeper class”, pensando que era la leche. Podría haber sido peor si hubiera pillado el estandar con asientos de madera. Son casi 7 horas de viaje, y lo que más me interesa es ver el paisaje, así que pido a un revisor si me puede cambiar de sitio. Y eso es lo interesante de Vietnam, aquí todo es posible con dinero, así que me dan un compartimento sólo para mí, donde incluso puedo dormir, por el precio de … 200.000 dongs, ó lo que es lo mismo, 10 €. Lo que me había ahorrado en comprar el billete yendo a la estación, me lo he gastado en el soborno. Como a estas alturas todavía no estoy fino con el regateo, acepto la oferta. A dos horas de llegar, veo un par de críos vietnamitas en el campo. Uno de ellos se agacha y arroja con todas sus fuerzas un pedrusco al tren. Que casualidad, que el pedrusco va a parar a mi ventana, e increíblemente, por cosas del destino, el cristal no se rompe. Ahora ya entiendo porque algunos vagones tienen rejas. Y es en estos momentos cuando me pregunto, ¿cuántas piedras me van a tirar cuando recorra Vietnam en bici?

Llego a Nha Trang ya de noche, aquí oscurece tres horas antes que en España. Me dirijo a un hotel de los que viene en mi guía, en moto. Hotel O-Sin (10 $). No es una maravilla, pero es resultón, con habitaciones enormes y lagartos por todas partes, aunque en el interior de mi habitación no hay. Todavía tengo que volver a la estación para recoger mi bici que llega en el siguiente tren. Y allí está, custodiada por otro funcionario al que hay que pagar 0,2 € por cuidarmela, y es que aquí, todos los precios son así de ridículos.

En esta ciudad hay algún que otro occidental. Ceno en una especie de carpa, con un montón de viets a mi alrededor. Por fortuna la carta está en inglés y pido un pescado crudo con trozos de una fruta verde envuelta en hielo que nunca había visto.

Al lado de mi hotel hay un lugar de masajes, un buen sitio para concluir el día. Este es de los buenos, una hora de masaje. Primero te meten en un sauna turca unos 10 minutos, luego, cuando ya no puedes más, a un baño con hidromasaje, después una ducha para que concluir con un masaje, desde la cabeza a los pies, incluyendo una subida a la chepa para colocar en su sitio cada vértebra de la columna.

Es hora de dormir, mañana será un día duro.

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Nha Trang – Dai Lahn (18/08/2004)

Nha Trang no es una ciudad atractiva. Si bien, es muy tranquila. En España, su homólogo podría ser Benidorm pero a lo vietnamita. Es un lugar de esparcimiento, con playas y hoteles e ideal para el buceo. Antes de salir, me alimento de pho (sopa de noodles con cierta guarnición). Se me ocurre salir por la carretera que bordea la costa. Pasando un puente, me interno a la izquierda para ver unas torres Cham (Po Nagar), del siglo VII-XII. Dentro de estas torres, todavía se reza a las divinidades que se encuentran en altares en su interior.

Son las 11 y el calor empieza a ser sofocante. Un par de kilómetros adelante, me doy cuenta que he olvidado el DNI en el hotel. Joder!! Y encima voy pillado de tiempo porque no hay hoteles hasta 90 kms más adelante. Recojo el DNI y sigo por la carretera costera. Me extraña no ver un solo coche y una carretera tan nueva. Tan nueva es, que en un momento dado, se acaba. De nuevo me he equivocado, a retroceder otros 5 kms. En un desvío, pregunto a unos viets que van en moto con uniforme de tourist guides, y aunque no saben inglés, me guían hasta la carretera N-I. Decido sacar la guía de la Lonely Planet a ver si me aclaro mejor, arranco la hoja y la pongo sobre el manillar. El tráfico es intenso, pero ni comparación con España. Además hay un arcén prácticamente para mí solo, porque las motos utilizan la carretera.

El sol pega fuerte, muy fuerte. El choque cultural es muy fuerte. Me voy encontrando gente en moto, uno con 200 patos vivos colgando en la parte de atrás de su moto, otro con cristales, otro con láminas de acero que cortarían cualquier cabeza, otro con un féretro de 1000 colores…

Siguiendo la N-I hay una pequeña subida, dejando atrás a la izquierda un cementario de colores vivos. Una vez arriba, estoy literalmente exhausto y tomo una cola caliente en un tenderete. El sol quema y la gente me mira por 3 motivos, soy occidental, voy en una bici rarísima, y encima con este sol. Lo cierto es que me sonríen mucho y saludan en inglés con un “hello” ó “where are u from”. Tener miedo por estas tierras es imposible, porque esta gente da mucha paz.

Voy pasando por hileras de casas, tenderetes y apenas me doy cuenta de donde empieza y termina un pueblo, y cuál es el centro, porque aquí, todo son filas de casas a lo largo de la carretera. Así que para identificar un pueblo, lo calculo a ojo, porque tampoco hay letreros que identifiquen el lugar. En Lac An, he comido de nuevo pho en un bar de carretera. Esta comida tiene un problema, y es que es como si fuera aire. En Dai Lanh paro a comer algo más sustancioso en otro restaurante, esta vez cerdo. No tardo mucho en seguir, ya que se me hace tarde. Tengo que ir parando para beber algo. En una gasolinera meto la pata hasta el fondo. Y es que en una de las mesas, hay un grupo de chicas jovencitas esperando al mejor postor. Para colmo he pedido una Fanta, y el proxeneta de turno ataca; ¿Qué te parece esta chica? 10 $ por ella, me dice. A ver si me fijo más donde me meto, me bebo la Fanta casi en dos sorbos y salgo pitando de nuevo a la N-I.

Está atardeciendo, y es ahora cuando se pedalea mejor, disfrutando del paisaje. A la izquierda tengo campos que llegan hasta los montes, y a mi derecha campos que llevan hacia el mar. La gente todavía trabaja, y otros se van en sus bicis ó motos a sus casas. Un campesino en bici me acompaña un rato sonriendo, y a él se le añade un niño, que parecen mis escoltas. Nos comunicamos como podemos, yo le ofrezco un poco de agua. Un poco más tarde, él se marcha a su aldea.

Cae la noche, estoy a unos 40 kms del próximo hotel y espero que en el siguiente pueblo alguien me hospede en algún sitio. Próximo pueblo, Dai Lahn. En mi libro de ruta dice que hay un sitio cerca de la playa ideal para comer, pero ningún alojamiento. Por fortuna, al lado de la carretera y cruzando la vía del tren que vertebra Vietnam, hay una guesthouse. Que afortunado soy. Intento encontrar algún paso para atravesarlo. Encuentro un lugar sin maleza para pasar, y cruzo, claro, en el momento menos oportuno. Las luces del tren se ven a lo lejos, pero pienso que me dará tiempo a cruzarlo. Sin bajarme de la bici, consigo saltar el primer raíl, pero en el segundo raíl tengo un traspies. Esto se pone interesante. De fondo, una vietnamita que observa el panorama se pone a gritar para advertirme. Me levanto y la vietnamita me ayuda a sacar la bici de los raíles.

De repente, me encuentro rodeado de un grupo de gente que andaban por allí. La vietnamita me empieza a pegar en plan de broma, para que no vuelva a cruzar las vías de esa forma de nuevo. Me llevan a la guesthouse que había visto (20 $ air-con). Me doy cuenta que lo de los lagartos es algo común en estas tierras.

Me he paseado un poco por el pueblo, perdon, por la hilera de casas a ambos lados de la carretera. Son casas abiertas, donde la gente vive, trabaja y duerme de cara a la carretera, con todo abierto. Para mi sorpresa, hay un ciber, increíble. La gente está flipando por aquí conmigo. Me da la sensación que a su pueblo hace años no se ha parado ningún occidental.

Dai Lahn – Toi Hoa (19/08/2004)

Nada más levantarme, me he ido un rato a la playa a bañarme. El agua estaba perfecta, y ni un alma en la arena. Una gran tranquilidad.

Etapa corta, de unos 50-60 kms pero dura por el calor asfixiante. Además tengo el cuerpo completamente quemado. Durante el día, tengo una pinta asquerosa, con una mezcla en el cuerpo entre sudor, insecticida y crema protectora. Desde las 7 de la mañana pega el sol a 35 grados y es desconcertante porque hay que ir parando cada 2 por 3 a beber algo. Puestos hay mil, pero las bebidas no están frías, aunque te sirven hielos con agua de procedencia dudosa, machacada en un trapo sucio en el suelo, con las gallinas pululando alrededor. Teniendo en cuenta que en el aeropuerto me advirtieron no estar cerca de aves, me estoy pasando todas las advertencias por el forro. Por ahora los hielos me están tratando bien, aunque intento contaminarme lo menos posible, bebiéndolo rápidamente.

He salido pronto, sin desayunar, porque en el pueblo no había nada. Eso sí, había peluquero, el arregla motos, el dentista, este último acojona de verdad, y nunca le faltan clientes.

El tráfico en la carretera es de motos y camiones, mientras que en los pueblos, el tráfico es mucho más denso y predominan bicis y motos.

El primer tramo del día es llevadero. El puerto de Dai Lahn es muy fotogénico, con una veintena de barcos azules de madera en plena mar. A la derecha voy viendo redes para pescar cerca de la costa. Al cabo de un rato, una subida atroz con este calor, que se pegan los neumáticos al asfalto. Insufrible. Me he tenido que bajar de la bici y todo. En los laterales de la carretera, se observan chabolas con prostitutas que piden sexo a los que pasan.

En lo alto, otro paisaje fotogénico y un bar que solo tiene cervezas, red bull, un bote lleno de serpientes y otro con lagartos. Demasiado para mí. Bajada emocionante con curvas cerradas que me permite adelantar a los camiones y encuentro otro bar más abajo donde me hidrato. Continúo camino y veo las duras condiciones de vida. La gente está picando piedra en la montaña, y los campesinos recogen el arroz en un paisaje típicamente viet, con búfalos incluidos. Los colores aquí son muy vivos, amarillos y verdes. El tráfico predominante es campesino y la llanura asoma de nuevo. Las carreteras son rectas y largas, y agobian bastante porque encuentro el arcén invadido por los campesinos que dejan el arroz recogido para poder separarlo. Parece que todo funciona en plan comunal.

En Phu Lum, el calor me hace parar en un mercadillo. Me compro una sandía (alargada) ante una gran sonrisa de una vietnamita, que me la sirve cortada. Me como la mitad de la sandía, y la otra la dejo en la alforja. A 10 kms, se encuentra Toi Hoa. El pueblo es bastante grande, pero inexplicablemente sólo tiene un hotel (Huong Sen Hotel), a precios desorbitados (25 $) y encima gubernamental. Curioso, ¿no? La solución a este enigma es que posiblemente sea una ciudad que al gobierno no le interesa que vayan turistas, a pesar de sus magníficas playas y sus torres Cham.

En recepción me atienden dos guapas vietnamitas vestidas con el traje tradicional de seda. Pero su pronunciación es tan extraña que acabamos comunicándonos con papel y lápiz.

Las habitaciones son grandes pero desvencijadas. Y decido salir a la playa para comer algo. Pero antes voy a la oficina de turismo que aparece en mi libro. Me dirijo allí pero veo que hay una tienda, pregunto a la señora de la tienda y me lleva un poco más adentro del local, donde hay un individuo que me hace un interrogatorio antes de darme la información turística que necesito. Es más, parece enojado porque desestimo la idea de solicitar un guía.

Cruzo toda la ciudad y es bastante curiosa. Tiene avenidas muy amplias, de casitas pequeñas y todas con tiendas, los altavoces suenan con posiblemente propaganda comunista y no se ve ningún occidental a la vista. Todos me observan. Al fondo de la calle principal, me encuentro una barriada de chavolas en medio de la duna, y una playa magnífica. En ella, algunos viets están construyendo barcos de madera, sin utensilios ni nada. A lo largo de la playa hay una serie de chiringuitos donde se puede tomar alguna cosa. Aprovecho para bañarme en la playa desierta. Tan solo hay una familia que se bañan con toda la ropa.

Ni en la playa ni en toda la ciudad encuentro un sitio apropiado para comer, así que me voy a cenar a mi hotel, ternera al grill, muy buena, lástima de la rata que he visto merodeando por las mesas, sino, la puntuación hubiera sido muy alta. El restaurante es un lugar con escenario y altavoces. Y lo comprendes cuando ves la TV y observas que hay un canal en el que pasan todo el día dando premios y honores a los miembros del partido. Así que, me doy cuenta que el hotel es casi exclusivo para ellos. Además la ciudad está lleno de edificios estatales.

Durante la cena, cae un chaparrón de viento y arena, pero no me pilla de improvisto, porque son las 7 y conozco el ciclo.

Después, cojo de nuevo la bici y me dirijo de nuevo a la playa, a disfrutar un poco de la tranquilidad del mar. Allí, en un chiringuito, me tomo una San Miguel, y, no es que sea un sibarita, es que parece ser que es la marca más importante de Vietnam.

Toi Hoa – Qui Nhon (20/08/2004)

Hoy ha sido un día largo, pero estoy metido en la dinámica y ya no hay quien me pare. Desayuné fuerte en el hotel con un buffet de escándalo con todo tipo de comida, incluyendo varios tipos de frutas que no había visto nunca, como el fruit dragon. Casi esto es lo mejor del hotel junto con las recepcionistas, que por cierto, me querían timar con el cambio, pero eso es una costumbre aquí.

A primera hora he subido una pequeña colina que me lleva a la torre Cham. De camino me encuentro a unos chavales practicando tae kwondo y les regalo media sandía que tenía. Luego me he puesto a pedalear. Me encuentro muy bien de fuerzas. El comienzo es bastante feo, con carretera de dos vías por dirección, pero luego mejora en paisaje.

Entre Tuy An y Ganh Do, el aspecto es selvático, con grandes palmerales a los bordes de la carretera. Entre Gang Du y Dong Xuan, he visto una aldea de pescadores y me he metido sin dudarlo. Una peluquera que ve las barbas que llevo me invita a pasar a su garito, pero como que no. Me meto por un corredor estrecho y la gente empieza a flipar conmigo. Un tropel de niños se acerca a mí y ya no me dejarán. El lugar es magnífico. Si existiera un lugar así en España, estaría masificado en 2 días. Este es el preludio de una etapa muy bella salpicada por aldeas de pescadores.

En Song Cau he comido en la carretera un bol de arroz con trocitos de carne, y de nuevo esas playas. A la salida de este pueblo, a la derecha, está la playa. De nuevo la playa desierta, con palmeras y algún que otro chamizo que vende algún refresco. Así que allí voy, a bañarme.

En un momento dado, la N-1 se bifurca y continúo por una carretera con poco tráfico camino hacia Qui Nhon. Por aquí, el sol aprieta, y el paisaje es sorprendentemente desértico, con dunas a ambos lados de la carretera. Apenas hay gentes por aquí.

Marcho hacia Xuan Thinh y Cu Mong. Me paro en un chiringo a beber caña de azucar, que te lo exprimen delante de ti, y que es el equivalente al Red Bull pero en natural.

En Xuan Thinh (creo que es este pueblo), si te metes a la derecha del pueblo, dios mío, hay una playa increíble con barcos anclados de color azulado y la gente de la aldea jugando en el agua. Todo ello aderezado con una aldea fusionada entre los palmerales. Realmente es idílico. A continuación es subida, y se observa este paisaje.

El camino hasta Qui Nhon es continuo, cuesta arriba y cuesta abajo, viendo pueblos de pescadores desde los altos. Algún cartel publicitario muestra en lo que se convertirán algunas de estas aldeas, en meros centros turísticos, pero en estos momentos son auténticos. En este país, el hecho de construir un rascacielos hotelero en medio de un palmeral es sinónimo de progreso. Lo majestuoso y grandioso es lo que importa en este país, y esta mentalidad se ve en los edificios y monumentos esparcidos ocasionalmente, principalmente aquellos de propaganda comunista.

Por la carretera sólo se ven motos, ya que nos hemos salido de la N-1 y todo está mucho más tranquilo, pero por momentos, la carretera sube y cuesta trabajo mover el desarrollo. Pero el paisaje bien lo merece.

A las 6 de la tarde llego a Qui Nhon. De nuevo cantidad de gente, motos y ebullición. Según la Lonely Planet, hay un par de hoteles interesantes, el Bank Hotel y el Peace Hotel. Los busco, pero parece que las direcciones están mal tomadas. El segundo de hecho es un hospital. Y de repente, cae una tormenta de la de dios, claro, llega puntual. Así que me toca buscar un hotel urgentemente. En una de las calles principales del centro, se encuentra el Le Loi Hotel, un hotel nada turístico pero interesante. Aparco la bici en el garaje, me ducho y voy a conocer un poco la ciudad. El conserje me aconseja un lugar para comer bien, pues empiezo a estar saturado de pho. Y lo primero que hago es ir allí. Me doy una vuelta por la ciudad ante las miradas de la gente. De nuevo soy el único occidental en la ciudad, así que soy el toque exótico del día. De hecho, desde que salí de Nha Trang no he visto a un solo occidental.

Vuelvo al hotel y me voy con la bici por el paseo marítimo. A lo largo de éste, hay baretos, y la gente parece en este lugar menos pobre. Desde la playa me pongo a escribir estas líneas.

Qui Nhon – Tam Quan

Me levanto sin prisas y marcho con bici y equipaje a ver un poco la ciudad. Desayuno en un tuburio una comida muy rica, consistente en unas especies de empanadas blancas transparentes con algo dentro que identifico como algún tipo de calamar. No es muy consistente pero es resultón. Luego me acerco a uno de los templos budistas. Están rezando mantras en su interior y un pequeño monje me deja entrar y curiosear. Está tan pasmado por mi presencia como yo por el canto de los monjes. En las afueras del templo, un gran buda blanco erguido.

Agradezco al pequeño monje y marcho dirección norte. Me ha costado un poco salir por la dirección correcta, y es que al preguntar a uno, me desvió por el lado contrario. He salido por carreteras muy secundarias. Estaba intentando buscar el mar para tener un punto de referencia, pero parece que la carretera es interior. Voy preguntando, pero es complicado comunicarse con la gente, ni incluso mostrando el mapa, así que al final hay que utilizar mucho la intuición.

En un momento dado, entro de nuevo en la N-I y el tráfico comienza a ser de nuevo denso. El paisaje es básicamente campos y gente trabajando en ellos. Tengo que parar mucho para hidratarme y beber lo que puedo. Hoy he experimentado con algo nuevo. Es como un coco, verde y más grande, con un litro de líquido que está bastante bueno, aunque no está frío. Se abre con un machete y te lo bebes directamente del coco. Tiene poca carne por dentro, pero la que tiene está deliciosa (viene a costar 0,40 €).

De camino, se observa a lo lejos unos templos cham en un montículo, pero el calor es sofocante, y los evito. Al fin y al cabo, veré los mejores templos cham más adelante, en My Son. El paisaje es un poco llevadero, principalmente por el calor. Cada vez que paro en un tenderete a beber algo, da miedo salir.

Es hora de comer y paro en un lugar que parece que hay gente (2 mesas llenas). Como siempre, soy el centro de atención. Me muestran la carta en vietnamita, que bien! Intento decirle que me da igual, que me ponga lo que quiera. Bebiendo una coca, espero a ver si me han entendido y me traen algo. Efectivamente, a mi mesa llega un arroz, un especie de cuello de pato o algo similar y una ensalada con hojas muy extrañas. De la mesa de al lado, me invitan a cerveza un grupo de viets que parecen estar celebrando algo. Como, me despido de ellos y sigo camino.

Hoy lo llevo bastante mal, pocos kilómetros y no voy a llegar al único hotel que me aparece en la guía, así que me tocará improvisar. A las 5 llego a unos tenderetes en un alto que se divisa una buena porción de tierra. Hay unos cuantos bares y me tomo un par de refrescos en uno de ellos. Una guapa vietnamita intenta comunicarse conmigo. Taivania, le digo yo, (traducción de España), y me señala un individuo de edad avanzada sentado en una mesa. Es un viet que habla perfecto castellano porque estuvo viviendo en la Cuba de Castro, en algún tipo de intercambio que parece no querer contarme. El es un guía de un grupo que viene en una pequeña furgoneta, que resultan ser españoles. Increíble. Empiezo a ver a este grupito de españoles esparcidos por la explanada. Son bastante curiosos, porque están haciendo fotos a discreción en los tenderetes, todo muy psicodélico.

Intercambio unas cuantas palabras, y el grupo con su guía, que me regala un mapa, se marchan en su furgo de aventuras hacia el sur. Yo me cojo la bici y me voy al norte. Lo cierto es que ya es muy tarde y es imposible llegar a donde quería, Sa Huynh. Así que no me quedará más remedio que improvisar. Lo peor de todo es que según mi guìa no hay un solo hotel. En una aldea llamada Tam Quan, me pilla el diluvio universal de las 18 horas. Me paro en un tenderete de una pareja de ancianos, a tomar una Mirinda. Que buena gente parece. Anochece y sigue lloviendo. Así que no me queda mas remedio que ponerme el frontal en la cabeza, la luz intermitente detrás de la bici, y avanzar en la oscuridad a ver si encuentro algún lugar para dormir. Cuando avanzo otro rato, que cae de nuevo otro diluvio, tengo que parar en una tienda de reparación de motos y bicis. Allí un grupo me aborda todo alucinado con mi bici, especialmente los amortiguadores. De nuevo salgo, veo algo parecido a un hotel, pero no. Por fortuna, unos kilómetros más adelante, veo el luminoso de un hotel en plena carretera. Que alegría. Me ofrecen dos habitaciones, una doble por 16 $ air-con y otra por 6 $, cojo esta última, y es que de vez en cuando conviene tener cierta humildad.

Después de una ducha reconfortante, me doy una vuelta por el lugar, pero solo hay algunas casetas a los lados de la carretera y un lugar de comidas que no me apetece mucho. Así que regreso a mi habitación y rememoro con chorizo el sabor de mi pueblo.

Tam Quan – Hoi An

Curioso el hotelito. Estaba pegado a la N-1 y se oía todo el ruido de los vehículos, especialmente bocinazos. El tema de los bocinazos es peculiar. Aquí no se pita cuando hay un peligro, sino que se pita siempre. Si el camión o autobús cruza un pueblo, pita para que a nadie se le ocurra pasar, cuando hay bicis ó motos pegados al arcén, pita para que tales no se crucen. Si viene en sentido contrario otro vehículo, pues se pita también. De hecho me he planteado llevar tapones en las orejas. A mí, por ejemplo, no me pitan una vez, no, sino 8, por si no me hubiera enterado. Al cuarto, suelo levantar mi mano izquierda, para advertirle al conductor que me he enterado.

Salgo pronto, a las 6:30, evitando un poco el calor que fue insoportable ayer, y me dirigo a Sa Huynh. Llego pronto. Este pueblo tiene una playa magnífica, pero el pueblo son casetas concentradas entre la playa y la carretera. Está dejado de la mano de dios, y podía ser un sitio fantástico. En la misma carretera parece que está toda la actividad, con los puestos habituales. Aquí desayuno, como siempre ante la atenta mirada de todos. La comida, pues pho, como siempre, no hay otra cosa disponible.

Desde allí, sigo hasta Quang Ngai, unos 65 kms más. El camino transcurre por campos de arroz. Los trabajadores están a pleno rendimiento. Dejan el arroz y la paja en los arcenes para limpiarlo y separarlo. Así de nuevo, comienza el agobio porque me obliga a meterme en la vía principal y el sonido de los vehículos que me adelantan se multiplica. De frente, voy viendo riadas de colegiales en uniforme saliendo del cole en bici, cientos y cientos. Los colegios son de corte comunista, como todos los edificios estatales, completamente cúbicos y uniformes. Generalmente suele haber un edificio principal y otras dos alas más pequeñas a los lados. Y así en todos los edificios públicos. Probablemente esta uniformidad se debe a los antiguos centros de reunión de las aldeas, con la misma forma. Estos últimos están completamente en desuso, sin funcionalidad y esperando a que algún día sean derribados.

A Quang Ngai llego a través de una autovía que solo utilizan bicis y motos. Mi guía pone que la evite a toda costa por su falta de interés. No hace falta constatarlo, porque atravesando la ciudad te das cuenta del estilo. Grandes avenidas en una ciudad realmente gris. Me topo con una gran edificio, el hotel estatal de la ciudad (Central Hotel). Estoy a unos 100 kms de Hoi An, la joya de la corona, y el terreno hasta allí es bastante feo (fue una de las zonas más castigadas durante la guerra), así que pregunto en este hotel por la estación de autobuses y me dice que el único autobús hacia el norte sale…. en dos minutos. Por fortuna, la estación está cerca, y pillo al conductor saliendo. Negocio el precio con él y dejo que me time lo menos posible, 100 kms por 4 € yo y mi bici. Lo malo es que no me deja en Hoi An, sino a unos 10 kms de éste.

El viajecito en autobús es horrible. 4 horas para recorrer 100 kms. En el autobús, 2 jóvenes soldados, un vietnamita cantautor con guitarra, alguna que otra gallina…. En Dien Ban se acaba el trayecto para mí. La aldea está llena de gente, y el conductor me avisa, me baja la bici y me dice un ok con el dedo para arriba. Si al final, es majete y todo. Empaco todo en la bici, pregunto con señas por la dirección a Hoi An, y me pongo rumbo antes de que anochezca.

El paisaje precioso, pasando a lo largo de unos de los ríos que fluyen al Río Perfume. A los lados, voy viendo casas más decentes, parece que aquí hay más dinero. De camino me topo con un mono que se encuentra atado en la puerta de una casa.

El hotel que he elegido está enfrente de la estación de buses. Un pequeño viet me llevó hasta él, y por la guía tenía buenas referencias. La recepcionista, Nga, parece que está speedica y no para de hablar, y me insiste en que vaya a comprar un traje de seda a casa de no se qué señora, que tiene precios muy buenos. Estoy para llevar trajes en la bici. El hotel me encanta, es muy agradable y estoy en una ciudad muy hermosa, la más bella de todo Vietnam. Es de noche y sólo me da tiempo a comer en uno de los muchos restaurantes sibaritas del centro. Mañana tocará día de descanso.

Hoi An – My Son – Hoi An Hoy ha tocado mezclarse con la fauna turística. He contratado en el hotel un tour que me lleve a My Son, unas ruinas Cham, a unos 45 kms, en pleno monte. Un autobús recoge a toda la fauna en cada uno de los hoteles. Yo espero junto con un francés que anda por allí un tanto despistado. En el bus me encuentro unos cuantos españoles.

A las ruinas llegamos en jeeps, a través de una carretera de piedra recién construida. Tambien están construyendo a marchas forzadas un puente de hormigón que sustituye a uno de madera super auténtico. Que manera de joder las cosas.

My Son son uno conjunto de templos medievales, del estilo de Angkor, esparcidos por el monte en grupos. Existen unos 5 ó 6 grupos, si bien sólo merece la pena uno de ellos, porque los demás se encuentran muy deteriorados. Nos advierten que los que se encuentran en las laderas, no son muy recomendables porque todavía hay minas en el suelo, pero realmente creo que al guía no le apetece andar hasta allí.

De vuelta, mi tour incluye ir en una barca a motor, con comida incluida, con un arroz muy rico y una visita a una aldea donde se trabaja la madera. Es la primera vez que tomo una embarcación en este país. Desembarcamos en pleno centro de Hoi An, que todavía no lo había visto con luz de día.

Paseo por la ciudad, y es de agradecer porque tiene calles peatonales. Esto es realmente una rareza en Vietnam, porque todas las ciudades están embriagadas de vehículos y las aceras solo se utilizan para aparcarlas. Así que pasear por aquí es un deleite. Además, las casas del pueblo son antiguas, diferentes, entremezcladas con templos y pagodas chinas. Todo muy bonito aunque algo artificial porque se nota que todo es de cara al turista. De hecho, en una de las calles principales, todas las tiendas se dedican a vender cuadros. Y los restaurantes…. Que maravilla, aquí si que se come bien.

Y el pequeño muelles con su puente. Me pasaría horas y horas viendo el tipo de gente que cruza este puente que conecta ambos lados del río perfume, porque cada segundo es una foto, que si un vietnamita empujando un carro, una familia entera en una moto, una vietnamita con sus juncos al hombro… Lo negativo, los turistas, y especialmente los españoles. Con cámara en mano, disparan a discreción. Hay bastantes, y es que en agosto, es cuando aparece la fauna celtibérica. Eso sí, durante el resto del año, no hay uno solo.

Hoi An – Danang Dejo esta bella ciudad, todavía visitable por el turista. Espero volver algún día y espero encontrarla así, aunque mucho me temo que la próxima vez que vuelva, muchas cosas habrán cambiado, y el encanto se habrá perdido. Antes de irme, tengo que fotografiar a mi puente, no el japonés, sino el del muelle, con sus gentes cruzando.

Me han comentado que hay una playa magnífica a 5 kms de aquí, Cua Dai, pero lo tendré que dejar para años posteriores. A fin de cuentas hoy toca bañarme en My Khe, también conocida como China Beach.

Salgo por el oeste a mi muelle. Hoy toca una etapa corta, ya que hay que economizar para la etapa de mañana, que es la etapa reina con el mítico puerto de Hai Van. El camino es rural y voy un poco despistado, porque pensaba que transcurría contiguo a la orilla del mar, pero hay una barrera de campos que no me dejan ver las olas.

Llego hasta Ngu Hahn Son. Este pueblo tal que así, no llama la atención, sino fuera por las 5 montañas que alberga en plena llanura. Son las Marble Mountains, islas antaño, y formaciones rocosas hoy en día. La bici me la guardan en una tienda de productos de mármol, ante su insistencia (siempre y cuando vea su tienda después).

En su interior, hay cuevas, y los vietnamitas los han utilizado como santuarios sagrados. En ellas hay budas gigantes, templos, pagodas … es bastante fantástico y mítico. El incienso brota de las grutas, porque aquí tambien se viene a orar ante el Buda, Shiva y a todos los dioses vietnamitas y chinos.

En una de las grutas, me acorrala una anciana vendiendo incienso. Es muy mayor, vestida de negro, con el típico sombrero vietnamita y los dientes completamente negros por una pasta que se echa que creo utilizan como narcotizante. La mujer desborda humanidad. Le compro unas barras inciensos (cada ramo trae unas 30 barritas) y la mujer me indica lo que debo hacer con ellos. Me ve realmente despistado y me va llevando a los lugares donde debo dejar las barras. Tres barritas subiendo por estas escalerillas, al Buda durmiente, otras 3 barritas al Buda meditando, 1 barrita para el guardián bueno… Intento ponerle a uno de los budas dos, y la mujer se me asusta. Y es que no se puede dejar un número par a los dioses. Le agradezco a la mujer su gesto, moviendo mi cabeza hacia abajo en repetidas ocasiones y salgo a por mi bici. Ahora me toca lidiar con la vendedora donde he dejado mi bici que quería que le comprara algo. Le digo que no puedo llevar nada, pero a cambio le doy un dólar. Y salgo hacia China Beach, My Khe.

Antes de llegar, como en un garito que tenía buena pinta porque sencillamente habia 2 grupos de personas comiendo. Arroz, unos trozos de carne y una Mirinda por el precio de 0,80 €. Por aquí, la gente no parece tan flipada con mi presencia, y es que la zona donde me encuentro está más abierta al turista. Unos kms más adelante, me encuentro la playa de frente, una playa larguísima. China Beach está al lado de la gran ciudad de Danang, apenas 3 kms, y me apetecía quedarme en un hotelito que diera a la playa. En esas playas kilométricas y desiertas pregunto a un policía que muy amablemente me indica donde está mi hotel. China Beach era el lugar donde los soldados disfrutaban del R&R –Rest and Relaxation- ó tiempo de ocio y recuperación después de la batalla. Por aquellos tiempos, estas playas vieron por primero vez una tabla de surf.

Me hospedo en el hotel, todo está tan vacío. Lo primero que hago es pegarme un baño. Apenas unos niños jugando en la playa y unas vendedoras de hamacas que se encuentran al acecho de mi presencia. El agua está caliente y no hay muchas olas, pero el tiempo amenaza bastante. Me voy antes de caer un chaparrón, y más tarde parto en la bici a dar una vuelta por Danang.

Esta ciudad tiene un museo de arte Cham muy interesante, donde se puede encontrar muestras de sillares y figuras de los templos Cham esparcidos por todo el país. Este es el único lugar donde encontraré occidentales, y concretamente españoles. Y esto es una de las cosas que me han impactado de este país. Ciudades increíblemente grandes y soy el único occidental de la zona.

Pedaleo un poco por las calles. Esta es una ciudad que parece más opulenta. Tiene un paseo marítimo y un puente moderno que es el orgullo de la ciudad. Un viejo que observa el puente se percata de mi presencia y me mira con cara de alegría contenida. Y me doy cuenta que realmente comienza a estar orgulloso de su tierra, y que la gente del mundo exterior viene a ver las maravillas de su país. En mi guía aparece el nombre de un restaurante que sirven hamburguesas!!! Dicho y hecho, para allá que voy. Más que nada porque llevo más de 1 semana sin comer un pedazo de carne más grande que el tamaño de una moneda. El local es algo oscuro, se come en la barra, soy el único comensal, y hay 4 camareras para servirme. El precio lo justifica, ya que me cuesta unos 4 euros la comida. En esta ciudad también hay una iglesia neogótica, pero pocas cosas más he podido ver en la ciudad. Tras pedalear otro rato más por la ciudad y escribir en el paseo marítimo, de camino a mi hotel, encuentro una terracita patrocinada por San Miguel. Está atestada de gente comiendo, y no me lo pienso. Aparco mi bici en el parking particular de la terraza…. esto es, un pedazo de tierra atestado de motos, y me acomodan en una mesa. El menú está en vietnamita pero todo lo que se come veo que tiene buena pinta. Me ponen un pescado crudo en una bandeja de hielo, que con unas hojas de algo similar a una lechuga y una salsa wasabi, se come mezclado. Como no sé como se hace, una camarera vestida con minitraje San Miguel, me ayuda enrollando en el vegetal el pescado, pero se pasa con la salsa picante y acabo llorando y metiendome todo el picante por la nariz. Dios mío como he llorado, nunca tomé algo tan picante. Lo he pasado mal para comerme todo el pescado, pero estaba bueno.

Es de noche, y vuelvo a mi hotel. Esta ciudad está en plena vorágine constructora y las grandes avenidas se van haciendo paso. Incluso se pueden ver rotondas, pero no son efectivas, porque las motos, en lugar de rodear toda la isla, cogen la tangente y cruzan por el paso de cebra. Estoy seguro que esta infraestructura ha sido diseñada por un occidental, porque desde luego los pasos de cebra en este país son completamente inútiles, porque el sistema de paso es diferente. A dormir toca, mañana me toca la etapa más dura del viaje: el Hai Van Pass espera.

Danang – Hué

La playa de My Khe estaba más llena por la mañana, un total de 5 personas en el agua, incluyendo un surfero que está aprendiendo a batirse con las olas. Y pagando en el hotel me he dado cuenta que había una tabla!!! Joer. Pero me tengo que ir, tengo que salir pronto porque el puerto que me espera es duro. En Danang desayuno una baguette en un tenderete, me compro un pastel y tiro por la carretera de la costa. Este camino es autovía, con tráfico de motos claro, aunque está poco saturado. Tras pasar un peaje que me querían hacer pagar (las bicis nunca pagan peajes), paro en una tienda a comprar un litro de agua fría. Con la tontería me caigo en el asfalto (tercera vez que caigo en todo el viaje). Comienzan las primeras rampas. Desde el principio se pone dura la cosa. Las rampas enseguida se ponen al 8-10%, pero siempre viendo el mar de China. Eso sí, el calor no falta. Los 2 primeros kms de los 10 hasta la cumbre, los hago más ó menos cómodo, pero el calor es sofocante. De camino, alguna instalación militar. Tengo que parar a hidratarme en un tenderete. Un coca y camino. Los camiones van quemando motor y tienen que pararse también en las cunetas a echar agua al radiador. Su velocidad es muy lenta, aunque consiguen adelantarme. Los peores, los pequeños camiones con carga de gasoil (cam lua), que me dejan perdido de humo y tragando dióxido. También en la subida hay alguna caseta de prostitutas. Subo poco a poco, en hora y media y 3 paradas, llego a cumbre. La cumbre la veía desde muy atrás, pero parecía bastante complicado llegar. Poco a poco he ido avanzando y lo he ido viendo cada vez más cerca, y me he dado cuenta que realmente, soy de naturaleza salvaje.

Llego a la cumbre con las fuerzas exprimidas. Sin todavía recuperarme, observando el paisaje que acabo de recorrer, unos niños me someten a una presión de compra impulsiva y después de que lo consiguen con una Fanta, atacan con pulseras y otras cosas. Ajá, les queda en el repertorio el tercer truco, que les de dos euros para su colección de monedas, y el intercambio de euros por Dongs. En la ladera hay un fortín francés y unos nichos de ametralladora americanos, pero en su interior sólo hay basura.

A continuación, una bajada alucinante de otros 10 kms que permite vengarme de los camiones adelantándoles por donde quiero. En poco tiempo veo a en una curva el pueblo de Lang Co. Este pueblo es como Mundaka, con una entrada de mar y otra de ría. Ambas se conectan por un enorme puente que acaban de levantar. La playa se ve idílica, con un arena blanca y barcas varadas en la playa. Observando este bello lugar, se acerca un viet en moto que sabe inglés. Me empieza a hablar de su vida, hasta que de su chaqueta me saca collares y pulseras, y eso que estoy en medio de la carretera, pero es que aquí, todo es negocio.

Sigo camino, paso el pueblo y me encuentro un restaurante que tiene buena pinta, incluso tiene un cartel que indica que está recomendado por la guía Routard. Para allá que me meto. Me como un pez y un arroz muy bueno, aunque el sitio era caro (4 Euros). Este tendría que ser mi final de etapa, pero como estoy fuerte, puedo continuar hasta Hué. Son 66 kms más, pero son las 2 de la tarde y creo que podré llegar a la noche. Voy pasando por múltiples pueblos, pero apenas me paro. Hay un par de subidas de 2 kms, que entre el Hai Van y el calor, acaban haciendo mella.

Pero después de estas dos subidas, el recorrido es bastante plano. En uno de los altos, el paisaje es muy bello, con campos completamente amarillos y una iglesia neogótica de fondo. Cerca de Hué, aparece la típica autovía de Vietnam, donde desaparecen los camiones y comienzan a aparecer bicis y motos. Ya de noche, llego a Hué y me hospedo en el Bamboo Hotel, uno de los primeros que he visto cercano al centro y es que estaba molido del viaje. El hotelito está muy bien, y el precio también (12 Euros). Salgo a caminar un rato por la noche, intento meterme en la ciudadela, pero todo está completamente oscuro y solo veo motos. Así que desisto y me voy a cenar cerca del hotel. Una buena opción es el Mandarín Café, donde se concentran los guiris. Allí contrato otro tour para que mañana me lleven en una barcaza a ver las tumbas y palacios de los emperados del Vietnam a través del río Perfume

Hué

Salida desde el Mandarín Café con unos 12 condiscípulos. Nos meten en una barcaza alargada y remontamos el río Perfume dirección a la pagoda de Thien Mu, con una impresionante torre de 6 pisos que está en construcción. La barcaza te lleva a 5 tumbas y palacios diferentes, a saber; Dong Khanh, Thieu Tri, Tu Duc, Minh Mang, y Khai Dhin.

A algunos sitios llegamos en barca a la orilla, pero luego unas motos te tienen que llevar hasta el sitio, otros, está en plena orilla. Algunos de los palacios son imponentes. En cada uno de ellos te pegan una sablada. En una de las tumbas que se encuentra en la orilla, hay un vertedero donde se quema la basura y los niños intentan recoger lo que pueden. En otro, los búfalos andan dispersos. Tambien se ve por la orilla elefantes. El viaje de vuelta es algo agotador, ya que el sol es fuerte.

A la tarde, de regreso, me dedico a callejear por el barrio donde nos hospedamos los turistas. No hay gran cosa la verdad, pero se come bien. Me meto a cenar en Stop&Go café. Un sitio muy curioso. La música es de los 60, y es todo de lo más alternativo. El que lo lleva es medio oriental, con una cabellera rubia larga. Organiza un tour con turistas en Harley Davidsons (preparadas para que no corran a más de 45 kms/hora). Como me caen muy bien, le dejo a la camarera que se de una vuelta con mi bici.

Al día siguiente, visito la ciudad prohibida del Emperador. La entrada es muy impresionante, pero el resto está arrasado. A las 8 de la tarde cojo un bus a Hanoi. El billete me cuesta el doble, porque llevo la bici. El viaje es tormentoso, son unos 500 kms y tarda 10 horas que se hacen de noche. El traqueteo es continuo y la carretera va pasando por sucesivas fases de tierra y asfalto. En el bus son todo viets, y encima está lleno, lo que hace más incómodo el trayecto.

Duermo como puedo y con los primeros rayos del sol, llego a la capital de Vietnam.

Finlandia en bici

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