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"DESLIZANDOSE POR EL ARCOIRIS"
Por Terri DeLuca

 

“Terri, ¿estás sentada?”, -la enfermera preguntó por el teléfono- “hemos recibido los resultados de tu test y son positivos. Estás embarazada”.

 

Yo rebosaba de alegría, sollozando con lágrimas de felicidad. Nunca había estado tan alegre. Habíamos querido tener otro niño desde hacía dos años. Por fin Dios nos había dado el don de la vida otra vez. ¡Ese era el día más feliz de mi vida!

 

Ocho semanas después tuvimos nuestro primer ultrasonido.

 

- “Es una niña”, dijo el Dr. Horner.

- “¿Está seguro?”, le pregunté ilusionada.

- “Bueno, yo no pintaría todavía la habitación del bebé, pero sí, estoy seguro”.

 

Mi primer hijo, Joey, que entonces tenía dos años, sabía algo de lo que estaba pasando. Él sabía que el vientre de mamá estaba cambiando, pero naturalmente no sabía por qué. Me acuerdo tener un placer inmenso al contarle que iba a tener una hermanita y cómo sería cuando ella viniera a casa. Joey aprendió a acariciar mi vientre y a decir “be-bé”. A la hora de comer, cuando le pedíamos a Dios que bendijera la comida, también le pedíamos que bendijera al bebé y Joey acariciaba su propio vientre. ¡Yo, la madre de dos niños casi no me lo podía creer!

 

Cuando el bebé tenía 19 semanas en el útero, tuvimos otro ultrasonido para ver el desarrollo. “Va con cuatro semanas de retraso en el crecimiento”, me dijo Debbie, la enfermera. Ella parecía confusa y al mismo tiempo preocupada. El Dr. Horner entró. Después de un atento examen, encontró lo mismo.

 

“ Llegados a este punto, no podemos hacer otra cosa que esperar. Yo creo que los bebés crecen pegando estirones. Vuelve dentro de tres semanas y veremos qué tal está”, dijo el buen doctor.

 

Después de tres largas semanas, volví. “Ella ha crecido en tres semanas, pero sigue teniendo el retraso de cuatro”, dijo él. “Vamos a intentar otra vez en otras tres semanas”. Yo me sentí animada. Algo dentro de mí no estaba tan confiado.

 

El siguiente informe confirmó esa sensación. María ahora tenía un retraso de cinco semanas. “Vamos a pedir una segunda opinión”, afirmó el Dr. Horner. Yo estaba preocupada, pero el Dr. Horner me aseguró que no me tenía que preocupar, así que no lo hice.

 

La semana siguiente Phil (mi marido), Joey y yo fuimos a ver al Dr. Shaver, un prenatalogista, una persona especializada en embarazos de alto riesgo. Yo nunca me

había considerado “de alto riesgo” hasta que salimos por esa puerta aquel día.

 

Se descubrió en seguida con una extravagante máquina de ultrasonidos que a María le faltaba una arteria en su cordón umbilical. Lo siguiente que descubrieron

fueron sus pies zopos, sus manos zopas y una abertura en su espina (spina bífida), y una cabeza con forma de roca”. La enfermera y el doctor sugirieron una amniocentesis para ver qué daño cromosómico, si había, tenía María. “Sería lo mejor si supiéramos con lo que

nos estamos enfrentando aquí”, afirmó el médico. “Y es legalmente demasiado tarde para considerar un aborto”. “Eso nunca hubiera sido considerado”, le respondí yo firmemente. El doctor continuó con su pronóstico: “Ella podría nacer muerta o gravemente retrasada”, nos dijo honestamente. Yo miré a Phil y él asintió con la cabeza. Yo de mala gana decidí seguir adelante con la amniocentesis.

 

Mientras ellos estaban preparando el procedimiento, nos enviaron al despacho del consejero genético para ver los posibles errores que podría tener nuestro bebé. En el curso de la conversación el aborto volvió a salir.

 

-“¿El Dr. Horner no le sugirió una amniocentesis para darle la opción de terminar su embarazo?”, me preguntó ella.

 

“ Nunca hubiera sido una opción”, afirmé yo enfáticamente. “El Dr. Horner conoce mis sentimientos; no necesitaba preguntarme”. Yo estaba internamente furiosa.

 

Phil y yo ese día salimos del despacho del médico sintiéndonos emocionalmente y físicamente debilitados. Esa noche en casa, ambos nos sentimos enfermos; como si tuviésemos gripe. Junto con noches sin sueño, esa sensación de indisposición duró un par de días.

 

Una semana después la ansiada llamada telefónica llegó: - “Terri, ¿estás sola?”, preguntó la consejera genética. “Hemos recibido los resultados de tu test y no son buenos. Tu bebé tiene Trisomía 18 y va a morir”, me informó.

 

Mis sollozos eran incontrolables. Nunca me sentí tan destrozada, tan hundida. Temblaba por todo el cuerpo. Los músculos de mis piernas estaban todos tensos. ¿Cómo podía ser?

 

- “¿Qué es Trisomía 18?”, pregunté.

- “Es una anormalidad cromosómica que ha causado a tu hija un grave retraso mental. Como resultado, su cerebro no puede decirle a su cuerpo cómo funcionar. Normalmente en estos bebés el corazón se para o ellos simplemente dejan de respirar”.

- “¿Cuánto tiempo puede ella vivir?”, pregunté de mala gana.

- “Si ella sobrevive al canal del nacimiento, Terri, podría vivir unos pocos momentos u horas. Yo he visto un bebé vivir 7 días”.

 

Es inútil decir que yo estaba en estado de conmoción. Después de siete años de estar juntos, Phil y yo nunca nos habíamos enfrentado con un trauma así en nuestras vidas. Dios siempre había sido tan bueno con nosotros y nos había dado todo lo que necesitábamos. Podríamos

decir que nuestra vida juntos era perfecta... hasta ese momento.

 

Poco después, una noche, Phil vino a casa del trabajo, entró por la puerta de atrás y declaró: “Corazón, vamos a preparar la cuna y a prepararnos para la venida de María a casa. Si nosotros creemos que será curada, entonces Dios la curará”. Yo ya había hablado para el funeral y entonces en ese momento decidimos dejar a un lado los planes para la muerte de María y concentrarnos totalmente en la oración por un milagro. Yo inmediatamente pensé en la mujer de la Biblia que creyó que con sólo tocar el manto de Jesús se curaría. Yo creía sin sombra de duda que María iba a ser perfectamente normal en el nacimiento. “Por eso os

digo: todo cuanto orando pidiéreis, creed que lo recibiréis y se os dará” (Mc 11, 24). Yo confiada me agarré a esas palabras.

 

Al día siguiente copié una novena a la Beata Margarita de Castello, una mujer que fue echada fuera por sus padres por sus graves deformidades, y la envié a todas las personas que conocía. Yo les pedía que la rezaran durante nueve días y si ellos después querían repetirla, mejor. También les pedía que hicieran copias y las pasaran a otros. Después de dos meses había más de doscientas copias en circulación. Pronto contábamos con personas de diecinueve estados que rezaban por la pequeña María. Empezamos a recibir postales y cartas de personas que no conocíamos diciéndonos que estaban rezando por nosotros y por la pequeña. Esas personas eran de todas las confesiones, algunos que iban a la iglesia y otros no, pero la conclusión final es que estaban rezando. Hubo una congregación entera en Inglaterra que rezó. Esta niña tuvo cientos de personas de rodillas rezando -¡y todavía no había salido del vientre!- Esta muestra de apoyo a través de la oración reforzó mi creencia deque María seguramente sería un milagro de Navidad.

 

Después, el 11 de diciembre, cuatro días antes de la fecha en que debía nacer María, un artículo salió en nuestro periódico local, “The Charlotte Observer”, que contaba la historia de una mujer que había tenido un aborto en el tercer trimestre. Su bebé era hidrocéfalo y le habían dado seis meses de vida después de nacer. La madre buscó y encontró un médico en Wichita, Kansas, que hacía abortos en los últimos meses de embarazo. Él puso fin a la vida del bebé con una inyección de solución salina y después tuvo que drenar la cabeza del bebé, ya que era demasiado grande para pasar por el canal de nacimiento. El periodista etiquetó el procedimiento como “un milagro”. La madre alabó a su abortista afirmando que él era un “regalo de Dios”, aplaudiendo a su “habilidad y coraje”. ¿Cuán distorsionados nos podemos volver? ¿Cuánta habilidad hace falta para matar a un bebé inocente? ¿No es el quinto mandamiento de Dios: “No matarás?”.

 

Llamadas de desconocidos estaban grabadas en nuestro contestador cuando volví a casa del trabajo ese día, diciendo que ellos, también estaban rezando. Eso llevó a una columna en el periódico en la que nuestra historia de rezar por un milagro y creer en él y sobre la integridad de la vida en el seno materno se dio a conocer. En ese artículo se investigaba sobre mis puntos de vista sobre el aborto y por qué yo no lo había tenido. La periodista, Dannye Powell, daba mis dos razones que fueron publicadas cuidadosamente: “Primero: Terri cree que el aborto es un asesinato. Segundo: abortar al bebé sería fallar en la confianza en el poder de Dios que puede hacer un milagro”.

 

“ María ya es un milagro”, decía el artículo. “Ella ya ha hecho una afirmación sobre la preservación de la vida en el seno materno. Si ella puede salvar una sola vida, es por eso por lo que fue creada”. ¡El movimiento pro vida había alcanzado la primera página de la sección local de The Charlotte Observer!. ¡Bendito sea Dios! Y desde ese artículo empezó un asedio de oraciones. El bebé María había tocado miles de almas a que la amaran, rezaran por ella y confiaran en la sabiduría de Dios y Su voluntad sobre nosotros.

 

“ Impresionantemente precoz para alguien que todavía tiene que salir del vientre ciertamente maravilloso si no milagroso”, escribió un hermano dominico que yo no conocía, el hermano Martín Martiny, OP. El milagro había empezado. Un niño en el vientre estaba juntando a los fieles en oración, cambiando vidas, corazones y mentes para decir “sí” a la vida. ¡Qué bendición era para nosotros ser sus padres!

 

La gente empezó a sentir como que conocía a María. Rezar por un niño parecía crear un amor y una cercanía como si fuera su propia hija. María dio humanidad a la vida en el seno materno. Ella no era simplemente “una mancha de tejido” como argumentan algunos  proabortistas. Ella era un ser humano viviente y amante que estaba gritando al mundo diciendo: “¡Estoy viva! ¡Soy creación de Dios! ¡No perdáis la esperanza sobre mí! ¡Esperad en mí! ¡Queredme!”. Y ellos lo hicieron.

 

María nació el 21 de diciembre de 1995 a las 8 de la mañana aproximadamente. Ella se fue al Cielo alrededor de las 4 de la tarde. Todo lo que yo pude pensar cuando el doctor me dijo: “La hemos perdido”, fue que ella estaba en el Cielo, feliz y en paz. No tuve pesar en ese momento, no derramé ninguna lágrima. Y cuando al final tuve en mis brazos a mi bebé de 1 kg. 616 gr y 38 cm de larga, mis lágrimas eran lágrimas de tristeza y alegría. Tristeza por razones obvias, y alegría por María. Yo quería lo mejor para mi niña. ¿Y qué madre no lo quiere? ¿Y qué vida podría ser superior a la vida eterna con Dios? Yo no podía evitar pensar en María, la Madre de Jesús, cuando sostenía el cuerpo de su Hijo después de que fuera descolgado de la cruz: sus llagas abiertas, su cuerpo doblado, roto.

María tenía espina bífida y un agujero del tamaño de la palma de mi mano en su espalda. Estaba también doblada en sus manos y pies. Se parecía a Cristo crucificado. Él que vino y dio Su vida por nosotros. Yo tenía en mis brazos a alguien que dio su vida por

los demás. ¡Qué privilegio ser su madre!

 

El viernes, el día después de la subida al Cielo de María, yo hablé con Dannye, la periodista del Charlotte Observer. Ella me dijo que había miles de personas que la llamaban para saber de “El Bebé María”. Dannye quería hacer una historia, y yo también, pero el editor dijo: “No, es demasiado pronto. Dale a Terri una semana para clarificar sus sentimientos”. Yo me quedé decepcionada. Yo le dije a Dannye que era una historia de Navidad. “Tiene que ser contada”, supliqué. “Mis sentimientos no van a cambiar en una semana”. Así que Dannye pasó por encima de la cabeza del editor y sólo por la gracia de Dios obtuvo el permiso de hacer la mitad de su columna sobre María.

 

Así que el día de la vigilia de Navidad se escribió otra historia de un bebé que nació, un bebé que llevó a mucha gente a arrodillarse en oración, un bebé que cambió corazones, vidas. Una historia de un bebé que vivió, amó y murió. Esa historia proclamaba que la

vida y la muerte de María eran verdaderamente un milagro. Hablaba de mi parto, del latido esporádico del corazón de María y del latido que ya no era. Decía cómo María había hecho más “Por Dios y contra el aborto que la mayoría de nosotros durante nuestra vida”. Esa historia de Navidad lo ponía todo en su sitio. María vivió una vida perfecta. Existió nueve meses en el seno de su madre y se fue directamente a su Madre y Padre en el Cielo.

 

La razón de la existencia de María está clara para mí ahora. Su muerte ha traído vida. Su vocación era dar su vida por los demás, especialmente a madres quecontemplaban la posibilidad de abortar. Como resultado de la historia de María en The Charlotte Observer, y de la gracia de Dios, María será recordaba y muchas madres dirán “sí” a la vida dentro de ellas. Si una vida se ha salvado como resultado de la muerte de María, entonces su existencia ha merecido la pena. Yo creo que María ha salvado más de una vida.

 

Así que le pedí al Señor si me podía dar algún signo, alguna indicación de que María está bien, en el Cielo y feliz. Un par de semanas pasaron y recibí una llamada telefónica para mi marido. Durante la conversación la mujer mencionó un sueño de su hija de 12 años, Holly. Holly soñó que fue al Cielo. Había arcoiris por todos los lados con nubes esponjosas, una gran verja y Jesús y María estaban sentados sobre tronos hechos de nubes. ¡Y había bebés por todos los lados deslizándose por los arcoiris!

 

No lo tuve mucho en consideración entonces y después de la llamada volví a lo que había estado haciendo. Empecé a pensar en bebés y a imaginármelos deslizándose por los arcoiris. De pronto me di cuenta de que ¡estaba oyendo la canción “En algún lugar por encima del arcoiris” ¡Después de mi llamada, yo había puesto “El Mago de Oz” para Joey! ¡Eso era! ¡Esa era mi señal! Me deshice en lágrimas de alegría. ¡Gracias, Jesús! Mi pequeña está bien, es bendecida, está feliz en el Cielo con todos los otros bebés que se han ido. ¡Y ella está corriendo, saltando y deslizándose por los arcoiris...!

 

Una vida salvada: Algunos meses después un Oblato de S. Benito envió los artículos de periódico sobre María a alguien en Nueva York que tenía un embarazo problemático. Parece que le diagnosticaron que el bebé tendría síndrome de Down. El médico recomendó un aborto. Después de leer la historia de María, esa mujer escogió la vida y ¡dio a luz un bebé perfectamente sano!

 

La historia continúa... Hasta hoy (16 de julio de 2003) Una ginecóloga en la ciudad de Nueva York tiene los artículos de María en su despacho. Cuando llega alguien que quiere poner fin a su embarazo, ella le enseña la historia de María. ¡Todavía se están salvando vidas por la intercesión de mi dulce bebé María!

 

¡Alabado sea Dios!

 


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