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   El paseo por la vida
por Anna

Anna se despertó sobresaltada en aquella mañana de marzo. No lograba recordar por qué, pero tenía una sensación extraña: la sensación de que algo iba a suceder.

A medida que iba realizando los actos matutinos rutinarios esa sensación perdió importancia y a lo largo del día desaparecería el recuerdo de esa alarma, que le indicaba desde lo más profundo que algo habría de cambiar.

Sintió la necesidad de salir a la calle a pasear, algo extraño para una mañana de sábado. Pasear por las calles de la ciudad en los días soleados la calmaba, le aportaba esa sensación de paz interior que pocas veces sentía.

Así que se dispuso a dar una vuelta sin rumbo fijo. Salió a la calle y a medida que se adentraba en la ciudad comenzó a observar el rostro de la gente con la que se encontraba. La mayoría iban absortos, como si no vieran que a lo largo de su trayectoria se cruzaban con gentes que seguramente tendrían una vida tan patética como la suya. Anna ese día sí era consciente de que su vida y la de la mayoría de las personas con las que se cruzaba en aquella mañana de sábado era similar; todas ellas insulsas con más obligaciones que devociones, con más momentos para olvidar que para recordar. Y era mejor así. No podía evitar sentir asco y desprecio por ese tipo de gente que rebosaba felicidad, que presumía ser tan asquerosamente feliz, sentimiento que enmascaraba su envidia y su anhelo.

Absorta en este tipo de pensamientos y sensaciones que despertaban en ella los viandantes llegó a un parque por el que tantas veces había pasado y tan pocas se había detenido. Y en ese instante se le antojó hermoso y decidió adentrarse y sentarse a pensar. No tenía prisa. Nadie la esperaba.

La apetecía pensar, sí, pensar. Hacía tanto que no pensaba en ella; había tantas cosas que no quería recordar, tantas cosas que poner en orden que le daba miedo... Pero en ese momento sentía que debía hacerlo. De repente se sintió mal, sintió que tenía que deshacerse de tantas cosas que no le permitían evolucionar, de tantos miedos.

Y decidió que de una vez por todas tendría que afrontar todo aquello que la anulaba. Todo, desde el principio.

Empezaría por su niñez, tema que no le gustaba mucho abordar, porque aunque fue en su apariencia más externa una niñez normal, fue también una etapa demasiado temprana para tener que afrontar un mundo real donde la gente no es lo que socialmente se espera: los matrimonios una farsa y la unidad familiar más un ideal que una realidad. Una infancia donde comprendió que hay cosas que duelen. Algo que quedo ahí escondido, aletargado, pero que la hizo madurar.

En su preadolescencia descubrió la crueldad de la gente, que hay personas que juegan con otras, que hay débiles y hay fuertes.

A veces es mejor empezar por la base, e ir poco a poco para poner las ideas en orden y llegar a donde se espera. Ahora se encontraba más tranquila, y esta vez estaba segura de que iba a afrontar toda su vida, que iba a llegar al final aunque le costara, aunque le doliera.

Quizá la etapa más larga de su vida fue la adolescencia, que apenas estaba abandonando, y fueron estos años precisamente los más duros para ella donde aprendió a no esperar nada de nadie.

Esta etapa fue tan contradictoria... Aprendió a querer y a ser querida; que quién más quieres te puede hacer sufrir; que el amor duele; que el hacer daño a alguien también te hace daño; que la soledad no es tan mala; que la gente no cambia para mejorarse y sí para ser peor; que hay quien saca lo mejor de ti, y quien, lo peor; que hay secretos que no se pueden contar a nadie; que el dolor endurece; que hay cosas que no se pueden olvidar; que existen sentimientos que marcan una vida; que por más que quieras huir de la realidad, ésta te atrapa; que la felicidad no dura; que hay amistad y falsos amigos; que la gente que hoy está igual mañana se va; que no puedes engañarte eternamente; que lo que quieres no tiene por qué ser lo que te conviene y lo que te conviene no tiene por qué ser lo que quieres; que hay personas que no son lo que parecen; que lo que uno más desea a veces es desaparecer; que hay gente que no te merece; que hay personas que tú no mereces; que los errores se pagan; que la verdad puede doler; que lo que una persona es, no corresponde a su imagen social; que los buenos pueden ser malos y los malos buenos; que hay gente que te cruzas y gente que permanece; que hay quien camina contigo, y quienes lo hacen a un lado; que la locura a veces es bonita; que lo que tienes no ha de ser lo que quieres; que no se elige a quién se ama; que puedes elegir no amar; que no por no sufrir se es feliz; que la locura y la cordura no van tan separadas; que el pensar puede doler; que las cosas bonitas pueden ser amargas; que las heridas se curan, pero a veces no cicatrizan; que la verdad suele salir a la luz; que quien te ama no tiene por qué ser quien tú amas; que a veces por querer tener todo se pierde todo; que la vida no es fácil; que en algún momento se es feliz; que aunque luches por algo no tienes por qué conseguirlo; que a veces es mejor irse que quedarse; que la gente puede no ver en ti lo que hay, pero sí lo que no hay; que se puede elegir, pero no hay por qué acertar; que se puede rechazar algo que en realidad se quería; que se puede tener lo que te hace daño; que a veces una mirada lo dice todo; que las palabras a veces mienten; que puedes tener lo que quieres y no darte cuenta; que puedes no saber lo que quieres hasta que no lo tienes; que no todo es blanco o negro, que también existe el gris; que el gris no tiene por qué gustarte; que tú no tienes por qué entender siempre lo que haces; que a veces puedes sorprenderte a ti mismo; que la vida es contradictoria...

Después de poner su vida en orden, Anna ya sabía quién era. En cuatro horas había aprendido a asumir su vida con sus errores y sus logros, con sus momentos bonitos y con los tristes; con sus risas y sus llantos... Ahora sí sabía quién era y quizá mañana supiera a dónde deseaba llegar.

Réplica y comentarios al autor: annayra@hotmail.com




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