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   De igualdad y justicia

Siempre, en la historia de la humanidad, han existido aquellos que envidian a quienes, gracias a sus capacidades, talentos, habilidades y audacia, han podido generar riqueza para sí mismos y para quienes forman su familia. Es relativamente fácil hablar de las diferencias entre quienes tienen mucho y los que tienen casi nada. La naturaleza humana, con todas sus inclinaciones, concupiscencias, pasiones, contingencias y, en fin, todas sus formas de manifestarse, marca diferencias de origen entre todos los ciudadanos del mundo. Algunos políticos, entre quienes resalta Manuel Andrés López Obrador, son proclives a utilizar una retórica incendiaria y falaz, para señalar "la maldad inherente" que existe entre quienes poseen riqueza y la "bondad característica" de quienes poco tienen. No se tiene evidencia que la naturaleza, los dioses, el destino, el sino, o cualquier instancia ajena a cada uno de nosotros, haya prediseñado un esquema social de igualdad en términos de riqueza, de belleza, de inteligencia, de conocimientos, de fortaleza o de cualquier cualidad deseable o cosa material capaz de ser poseída. Por ende, no hay razón alguna para creer que la igualdad es algo natural, que la igualdad es algo por lo que todo ser humano debe luchar, que es un derecho constitucional. ¡Rotundo error de percepción!

Si la vida, como tal, proveniente de la naturaleza, o dada a nosotros por instancias trascendentes, diera como atributo a cada ser la igualdad, ¿entonces por qué ciertos niños nacen con defectos de nacimiento, mientras que otros no? ¿Por qué existen personas con talentos innatos para del deporte y otras ni coordinación motriz tienen para el mismo? ¿Por qué hay individuos inteligentes que llegan a presentar rasgos de genialidad mientras hay otros que ni siquiera pueden aprenderse las operaciones básicas de las matemáticas? ¿Por qué han existido genios en el campo de la música y, por otro lado, hay quienes ni siquiera saben apreciarla?

Es una pérdida de tiempo y un esfuerzo estéril buscar caminos que nos conduzcan a la justa igualdad proveniente de altas esferas, o de orígenes sobrenaturales. La historia de la humanidad muestra de manera implacable que el hormiguero humano se ha movido en todas direcciones, que cada quien hace de su vida lo que quiere, y que siempre han habido y seguirán habiendo grandes diferencias entre los miembros del zoo humano. La justicia igualitaria no la podremos encontrar al compararnos unos con otros: que si tenemos un salario determinado que representa x’s veces el salario de otros, que si el ingreso per cápita, etc. No, el comparar personas con personas nos conduce a nada importante. La justicia la podremos encontrar al evaluar las formas, métodos y maneras, mediante las cuales las personas se apropian de los medios de supervivencia. Por ejemplo, es injusto que un diputado gane un salario desproporcionadamente alto, en virtud de que su producción real de factores concretos para mejorar la calidad de vida son prácticamente nulos. ¿Quién produce algo que alimenta nuestro cuerpo y nos permite trabajar? La respuesta salta de inmediato en nuestra mente: el campesino, el granjero. Sin embargo, no ganan lo suficiente para proveer lo necesario para el sustento de su familia. Claramente podemos identificar una fuente de injusticia: diputados que "dicen hacer leyes para que todos vivamos mejor", y resulta que en el mediano plazo, ellos, los diputados, son los primeros en no respetarlas. Me parece que pagamos precios demasiado altos para obtener códigos que nos dificultan la vida, que nos la encarecen, que limitan nuestra capacidad creadora, que son prácticamente imposible de llevar a cabo, menos de producir algún beneficio que pueda medirse y trocarse en algo benéficamente concreto. Así que, aquí encontramos un hecho real, caracterizado por ser injustamente desigual.

También podemos encontrar actos de justicia e igualdad en las transacciones celebradas entre seres libres, cuando se dan de manera limpia, clara y equilibrada, o sea donde no hay engaño, fraude, soborno, chantaje, etc.

Un acto realizado por la fuerza coercitiva es un acto injusto, es un acto desigual, donde el poderoso, desde la ventaja que le da su posición, fuerza al otro a hacer lo que no le conviene. ¿Cuántos poderosos han dañado a innumerables personas mediante su poder, mediante su influencia, mediante su amenazante posición social dentro de una comunidad dada? ¿Cuántos gobernadores han actuado de manera inmoral, por ser injustos, por ser abusivos, por ser depredadores de quienes buscan en ellos una justicia que los mismos gobernantes aplican únicamente cuando les es de provecho? Los actos justos, como la igualdad, únicamente se perciben en las maneras en que la gente se conduce frente a sus prójimos; cuando sus actos mismos son justos, verdaderos y carentes de falsedad, de simulación y de engaño. No hay justicia ni equidad en quienes se conducen bajo la norma de "dar la amistad en engaño". Son seres despreciables, por mezquinos, torcidos, sesgados, y oscuros.

Mucho se ha dicho, mucho se ha escrito acerca de la igualdad: que si una sociedad más igualitaria; que si la constitución dice que todos los hombres son iguales; que en nuestro país existen niveles de desigualdad terribles, etc. Sin embargo, la igualdad que todos exigimos a quienes "se dicen ser portadores de la autoridad" dentro de las esferas gubernamentales, no es otra que el derecho que tenemos a la igualdad de oportunidades para desarrollarnos, para hacer cumplir en nosotros aquello para lo que desde nuestro nacimiento estábamos destinados a ser. Todos, absolutamente todos, sin excepción alguna, tenemos el derecho a la protección imparcial del estado; tenemos el derecho a que el estado jamás amenace nuestra integridad física, moral y espiritual. Lo que no se vale, lo que no es correcto, lo que conduce a la confusión, lo que atenta contra las leyes de la razón y de la equidad, lo que va contra la naturaleza de las cosas es pensar y creer que el hombre irresponsable, el hombre flojo e indolente, el hombre imprudente, el hombre dispendioso debe obtener los mismos satisfactores de la vida, a los que obtiene el hombre trabajador, el hombre responsable, el hombre previsor, el hombre ahorrativo y el hombre sabio.

Me parece que el único país donde se premia al hombre que no trabaja, al hombre desordenado y se castiga al que trabaja con pasión y con tesón, no es otro que México. ¿Usted qué cree?

Réplica y comentarios al autor: aguilarluis@prodigy.net.mx




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