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   Una legendaria institución

En las ocasiones que he sido invitado a platicar con estudiantes en diferentes universidades, invariablemente se me pregunta sobre la masonería, cuestionamiento que se repite frecuentemente en los correos electrónicos que nos hacen llegar nuestros amables lectores.

En los más pequeños poblados, de la costa, de las montañas, en toda clase de puertos y en los más apartados desiertos, una vez a la semana de cada mes, de cada año, hombres, mujeres y jóvenes de los cinco continentes se reúnen en grupos no menores de siete individuos llamados logias masónicas, que tienen un nombre y, a partir de formación de las Grandes Logias en 1717, también se les asigna un número.

Asimismo, conocidos como francmasones, sus orígenes se remontan a la noche de los tiempos, e integran una organización que enseña la práctica de la moral y de la filantropía, en un contexto no religioso. Esta legendaria y augusta institución está abierta a cualquiera que acepte la existencia de un ser supremo.

Como miembro de esta hermandad nunca le pedirán que manifieste con detalle sus convicciones religiosas, dado que se prohibe el proselitismo religioso o partidista dentro de los trabajos de una logia.

La francmasonería simbólica moderna comprende tres grados: al ingreso el de Aprendiz Iniciado, después el de Compañero de la Hermandad y finalmente el de Maestro Masón. En cada uno de estos grados, las personas aprenden a ser mejores personas, mejores esposos, mejores padres de nuestros hijos o mejores hijos de nuestros padres, mejores amigos, mejores hermanos, mejores ciudadanos de nuestra patria, cualquiera que ésta sea.

En nuestro país -como en muchas otras naciones- no se podría explicar la historia de México sin la participación de la masonería. Al interior del gremio, se fueron perfilando y definiendo las circunstancias que resultaron de la Independencia, de la Reforma y de la Revolución. Gran parte de sus principales actores fueron francmasones.

Lo mismo podemos afirmar en la historia de los EU y de la inmensa mayoría de América Latina y gran parte de Europa y Asia.

Su influencia regeneradora mundial es evidente en las artes, en la filosofía y la ciencia. Entre sus integrantes contamos a una legión incontable de benefactores y genios en la historia de la humanidad: Leonardo Da Vinci, Wolfgang Amadeus Mozart, Ludwig van Beethoven, el segundo hombre en caminar en la superficie de la luna, el astronauta Edwin E. Aldrin, Benito Juárez, Jorge Washington, Simón Bolívar, Sucre, San Martín, Newton, Kepler y cientos más en la historia de la humanidad. Pero, sin duda, su aportación más importante en materia científica es haber propiciado la creación de la Real Sociedad, la institución científica más antigua y respetada del mundo, que en los últimos cuatrocientos años ha transformado con sus numerosas innovaciones científicas el planeta en que vivimos.

La contribución de la Real Sociedad a las ciencias como la ingeniería, física, biología, arquitectura, anatomía, geología y matemáticas fue decisiva para plasmar la realidad que hoy nos toca vivir, con todas las maravillas que hoy vemos y las que habrán de venir.

Hoy, en la alborada del tercer milenio, en medio de los portentosos avances científicos, conviven también los fundamentalismos y la intolerancia, la destrucción y la guerra, factores que mantienen alta su cuota de dolor. Ahí también está la fría ley del mercado, la que propicia la cruel competencia por la sobrevivencia. Mencionemos también el despiadado flagelo de las drogas y el narcotráfico, que laceran a miles de familias en todo el mundo. Vivimos en los tiempos en que el Muro de Berlín tiende a ser sustituido por el Muro de la Pobreza; vivimos en un mundo donde proporcionalmente hay muy pocos que lo tienen todo y millones carecen de lo más indispensable.

En medio de todas estas líneas de fuerza, de cambio, de triunfo, de problemas y desafíos, sin duda -mis ojos ya no lo verán- la humanidad volverá su rostro hacia esta entrañable y benefactora institución. Y nuevamente habrá orden en el caos.

Réplica y comentarios al autor: salvadorordaz@mexico.com




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