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   La corrupción no somos todos

Los medios de comunicación denuncian diariamente la corrupción en todo el país, y hace unos días se publicó una encuesta referente a que se gastan miles de millones de pesos en pago de "mordidas", lo que nos lleva a pensar que vivimos en una sociedad corrupta o altamente corruptible. En la primera, aceptaríamos que coexistimos dentro de un organismo muerto o de plano, en avanzado estado de putrefacción, y en la segunda, que sobrevivimos en una entidad que así como reúne las condiciones para adquirir contagio, también posee el potencial para permanecer inmune. El problema empieza cuando, de manera inconsciente, trastocamos el valor de la palabra.

Y es tal su dimensión, que el concepto de corrupción ha hecho que perdamos paulatina -pero tal parece que inexorablemente, la capacidad de asombro- y ya no se entienda su dramático contenido. Se hacen encuestas, se menciona, se escribe y se lee cotidianamente acerca de todo tipo de delitos de corrupción, desde el soborno hasta la destrucción del espíritu patriótico-nacionalista, la decadencia de la moralidad y el propio sentido de ciudadanía y comunidad.

Lo vemos en la televisión, lo escuchamos en la radio y suele aparecer a ocho columnas en los diarios, y así, sin comprender del todo su alcance devastador, nos estamos sumergiendo cotidianamente en un organismo que aceptamos, sin remedio putrefacto. Tal parece que nos resignamos a ser ciudadanos de una nación corrupta y hasta hay quién cínicamente confiesa que la corrupción somos todos.

No es verdad. Por la vida de los que aún no nacen, ojalá reaccionemos con un NO más rotundo, vigoroso y contundente, no hay de otra, estamos obligados a evitar que la enfermedad de la Nación llegue a tal gravedad que nos convirtamos en un tejido cubierto de gusanos, un cuerpo corrupto, putrefacto.

Pero, ¿cómo evitarlo si difícilmente entendemos el alcance y sentido de la palabra? ¿Cómo impedir que se convierta en inanición la salud del Estado si el grado del daño amenaza al cuerpo de todo el país?

La inminencia de los tiempos y la responsabilidad con los nuestros, nos llama a sanar y sanear un ser constituido con mucho esfuerzo, paso a paso, casi como un proceso fetal, de vida.

A este Ser, que nos es común, miles de mexicanos lo vieron nacer en 1810. Su primera voluntad fue la de ser libre, ser independiente y lo logró, no sin derramar su sangre y un gran esfuerzo; sin embargo, desde esos caminos ancestrales se filtró el virus de la corrupción; hizo acto de presencia la prebenda, el cohecho y el nepotismo; empezaron las generosas concesiones a los familiares y a los amigos privilegiados, se les asignó el manejo de obras públicas. Hoy, las corruptelas siguen teniendo asiento definitivo detrás de los escritorios de muchas oficinas públicas; se representan en los uniformes, en las placas y credenciales de corporaciones policíacas, están encarnadas en los comerciantes que suben los precios de sus productos con una voracidad que se antoja insaciable y todo con la complacencia o incompetencia del poder real.

México ni es corrupción ni es cobardía. En sus entrañas subyacen principios y valores que están menospreciando irreflexiva y criminalmente los prepotentes de un lado y los poderosos del otro. No son los cincuenta millones de empobrecidos mexicanos los que generan la delincuencia y la inseguridad que hoy padecemos por todas partes. Toda esta situación la estimula, la auspicia y por supuesto, la administra, con alarde de tecnología moderna, una poderosa pandilla de expertos en el crimen organizado.

Nos negamos a aceptar que vivimos en un organismo muerto, corrupto; no podemos, no debemos permitir la persistencia del virus fatal, el daño aún no es irreparable, cierto es que nuestro ámbito es corruptible por el señuelo de la riqueza, por los poderosos intereses creados, por abuso de autoridad, por hipocresía y muchas veces por complicidad tanto en el gobierno como en la iniciativa privada; pero si meditamos en la realidad, aquella que se nos muestra todos los días en el taller, en la escuela, en el campo, en la clínica y a lo largo de todos los días dentro de las casas de mujeres y hombres de bien, otra será nuestra visión. Ese es el verdadero México, el que está conformado por los héroes anónimos de todos los días que circulan por las arterias de la república como regeneradores de salud social, generaciones de padres que aman a sus hijos y a sus esposas, núcleos enteros de buenos mexicanos que comparten su pobreza con el vecino o el compadre desempleado, miles de maestros y obreros que aún tienen la mística del cumplimiento del deber hasta la profundidad de sus almas, médicos y enfermeras que incrementan sus dones para salvar la vida del hombre, del niño y de la madre. Los millones de seres que diariamente parten de su casa al trabajo, desde antes de que salga el sol, para regresar después, mucho después de que se ocultó. Y con ellos las nuevas generaciones, la juventud preocupada, porque habiendo egresado de una carrera universitaria, sabe que su horizonte inmediato es el desempleo.

Ese es el verdadero México, los otros, los corruptos, es cierto, son muchos y no podemos permitir que se multipliquen.

Derecho a réplica y comentarios: senadors@hotmail.com o salvadorordaz@mexico.com




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