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   Urge un estadista
por Renato Consuegra
A vuelapluma

Más allá de los diarios sucesos, en ocasiones violentos, que nos revelan la encarnizada lucha por el poder, a lo largo de los últimos meses se han manifestado, en diferentes foros y por muy distintas voces, interrogantes que exigen respuesta, como son:

  1. ¿Frente al resultado de la alternancia, qué conducta se espera de los votantes en los comicios de 2006?
  2. ¿La población mexicana definirá sus preferencias en las urnas a través de lo que se ha dado en conocer como voto estratégico?
  3. ¿Habrá legado el actual presidente de la República, Vicente Fox Quesada, lo que se denominó "marketing político"? y ¿harán uso de esta misma estrategia los futuros candidatos a la silla presidencial?
  4. ¿La participación de los medios de información será definitoria en las campañas electorales de la sucesión presidencial de 2006?, y entonces, ¿qué tipo de medios serán los más influyentes?
  5. ¿Las encuestas y los sondeos de opinión pública son instrumentos veraces para conocer el posicionamiento de los candidatos hacia Los Pinos? y ¿qué tan orientadoras resultarán? o ¿sólo serán inductoras del voto?
  6. ¿Cuáles serán los resultados de las encuestas en cuanto a las tendencias del voto?

Cierto, sin duda todas ellas son interrogantes fundamentales para podernos explicar con mayor claridad el desarrollo del adelantado proceso sucesorio que nos espera a poco menos de dos años de distancia. Sin embargo, es necesario agregar un enigma todavía más importante a los ya señalados: ¿Cómo debe ser el hombre o mujer que tendrá la alta responsabilidad de dirigir el destino económico-político-social de este país durante los seis años siguientes, cuando atravesemos el misterioso umbral de los años 10 (1810-1910-2010) que muchos esperan con gran inquietud?

Roto el sistema político surgido de la llamada Revolución Mexicana, donde el poder se dirimía al interior del propio partido en el poder, cualquiera de los políticos que se encuentra en la primera línea considera tener las suficientes capacidades y merecimientos para ocupar la silla presidencial, aunque su vida política haya sido corta hasta el momento.

Sin embargo, de acuerdo con lo manifestado hasta ahora, todos y cada uno de los que se acercan a la línea de partida se han distinguido por ser personajes cuyos proyectos políticos se basan en la inmediatez, en la propuesta fácil, en el acarreo de simpatías más que de convicciones, en la conquista fácil del voto como fin último, a costa de lo que sea, sean mentiras, dinero o alianzas oscuras; encabezan, a fin de cuentas, proyectos de grupo pero no de nación. Se miran como eje, no al país.

Hoy mismo, la transición a la democracia se encuentra débil y sin rumbo porque ninguno de los actores políticos, sociales y económicos ha estado a la altura de las expectativas. Cada uno ha mirado a su alrededor y es producto de la cortedad de su vista. No ven más allá.

Sin embargo, lo que realmente necesita el país en estos momentos de desconcierto generalizado, donde han campeado la avidez por la mesura o la intransigencia en lugar del acuerdo, es tener en la Presidencia de la República a un hombre o mujer con miras superiores, a un personaje cuyo proyecto tenga la vista puesta en lo importante y a la vez urgente, no en lo inmediato.

Es decir, lo que México necesita es a un verdadero estadista que ponga en relieve las piezas que le permitan al país aterrizar en la democracia, a partir del desmantelamiento total del viejo régimen y la consolidación de nuevas reglas, ya que actualmente nos encontramos con una situación ambigua, de enormes riesgos para la gobernabilidad y de continuidad, que deben evitarse antes del surgimiento de situaciones extremas que amenacen el orden institucional, y la única oportunidad de hacerlo es avanzar de manera decisiva en las reformas del Estado.

Esperanzas rotas

El 2 de julio de 2000 un mayoritario número de mexicanos votó por el largamente esperado cambio de partido en el gobierno y la tan anhelada alternancia en el poder, para de esa forma comenzar a darle un piso a la transición hacia la democracia. Fueron por lo menos cuatro décadas de luchas que permitieran fortalecer un Estado democrático.

Sin embargo, el júbilo por haber terminado con la dictadura perfecta del partido de Estado fue tal, que en plena borrachera democrática fueron dejados de lado los acuerdos para desmantelar ese viejo régimen que, aún ahora, provoca contrapesos al cambio. Tampoco hubo la visión de Estado, la que debe tener precisamente un estadista que mira más allá de la inmediatez, para comenzar a construir uno nuevo, donde las reglas del juego también cambiaran.

En este impasse se perdió la transición y actualmente se corre el grave riesgo de la regresión o de un visible proceso de desconsolidación de la democracia, donde cada vez más un amplio sector de la población tienda a simpatizar con medidas autoritarias, alejadas del derecho y de la ley, porque se encuentra poco o nada satisfecho con la democracia actual.

Para darle rumbo, sin duda, es necesario alguien que mire más allá de sus intereses particulares o de grupo. La pregunta es: ¿Quién?

En estos momentos existe en el horizonte cerca de una veintena de aspirantes y cada uno de ellos dice ser el mejor. Pero la pregunta nuevamente es: ¿Quién tendrá visión de estadista, quién?

Y si me preguntan, de manera muy personal, afirmo que de entre ellos, ninguno.

Réplica y comentarios al autor: renatoconsuegra@yahoo.com.mx




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