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   Subdesarrollo y deporte

La XXVIII Olimpiada celebrada hace apenas unos cuantos días en Atenas, Grecia, dejó de manifiesto el atraso en que vive el deporte de nuestro país. No es necesario ser un experto en materia deportiva para deducir lo anterior. Cuando un país con 105 millones de habitantes no es capaz de producir más de 4 medallas olímpicas y consigue ubicar sólo una decena de deportistas más, cuando mucho, entre los 10 mejores de su disciplina en esa importante competencia mundial, es evidente que los programas dedicados a impulsar el deporte no están funcionando adecuadamente. Resulta divertido y aleccionador el comercial de Sopas Maruchán, donde un vendedor de frutas le dice al comprador que no es posible que con 100 millones de mexicanos no se pueda tener 11 que jueguen bien al futbol.

Las comparaciones son odiosas, dice el adagio popular, pero es con base en ellas que las mediciones y las evaluaciones nos permiten conocer la evolución de cualquier programa destinado a mejorar cualquier actividad humana. En este sentido, baste decir que un país con una población 10 veces más pequeña y con una economía más precaria que la nuestra, como es Cuba, consiguió un total de 27 medallas olímpicas. Para Cuba, hay que reconocerlo, el deporte es parte fundamental de sus programas sociales, y más allá del asunto de las medallas, en el largo plazo se trata de un asunto de salud pública. El ejercicio es lo mejor que se ha inventado para mantenernos sanos. Y no el montón de basura y porquerías que nos anuncian de manera irresponsable por las noches en casi todos los canales de televisión en México, como productos para adelgazar y para mantenernos supuestamente saludables. Con la tácita anuencia de nuestro gobierno, por cierto.

De una manera general, puede decirse que, en los extremos, existen dos formas de impulsar el deporte: con programas y recursos gubernamentales, como es el caso de Cuba y China, o con apoyos provenientes fundamentalmente de la iniciativa privada, como el caso de los Estados Unidos. Los dos pueden ser exitosos o fracasar rotundamente. Pero ambos sistemas basan su éxito, en el caso de los países mencionados, en la detección de talentos para prepararles desde edades muy tempranas. Hay que resaltar que esta detección temprana no es solamente en relación al talento para actividades físicas, sino que se da también en aspectos intelectuales, lo que facilita preparar los cuadros que un país necesita para su desarrollo de manera integral. En nuestro país, dada la gigantesca burocracia encargada del deporte infantil en las escuelas (léase Secretaría de Educación Pública y su Sindicato) parece poco probable que se pueda impulsar un programa deportivo con el fin de detectar niños y niñas sobresalientes, porque ello implicaría cambios en las horas de dedicación de ellos y de los profesores, e implicaría una coordinación con otros organismos públicos y privados. No es difícil imaginar el reclamo de grupos radicales aduciendo lo "nefasto" de la privatización de la educación si algunas empresas privadas participaran con recursos en estos programas.

Parte de nuestra miseria deportiva es producto de la miseria de nuestros programas sociales, fundamentalmente los destinados específicamente a los asuntos del deporte, aunque no solamente a ellos. Y para muestra basta un botón, dice otro viejo adagio. A su llegada a México, Felipe Muñoz, quien preside el Comité Olímpico Mexicano y Nelson Vargas, a cargo de la Comisión Nacional de Cultura Física y Deporte (con rango de Secretaría de Estado), comenzaron una lucha para sacudirse la responsabilidad de este fracaso más del deporte mexicano. Esta disputa se convirtió en un espectáculo lamentable. Pero dicha actitud no es taxativa de nuestros funcionarios deportivos. Quién no recuerda el tristemente célebre "¿y yo por qué?" de Vicente Fox o la continua evasión de su responsabilidad que ha manifestado el Jefe de Gobierno del Distrito Federal en cuanto a los asuntos de corrupción relacionados con sus operadores políticos y financieros y que, por cierto, parece no inquietar a cientos de miles de mexicanos que salen a marchar para respaldarle "digan lo que digan". En efecto, lo grave es que estas actitudes forman parte de nuestra cultura política. O, peor aún, de nuestra cultura en general.

Por eso da un doble gusto encontrar hombres y mujeres como los medallistas olímpicos que, a pesar de la ausencia de apoyos y programas deportivos, consiguen destacar por su talento personal y su actitud combativa. Por su mentalidad ganadora. Son garbanzos de a libra. El triunfo de los Pumas de la Universidad Nacional Autónoma de México sobre el Real Madrid (con todas sus estrellas millonarias) es otro ejemplo que conviene destacar. Siendo los Pumas un gran equipo, es, por mucho, si se ve hombre por hombre, un equipo de más bajo nivel que el Real Madrid, pero su actitud de equipo unido y la impecable dirección técnica de uno de los deportistas más importantes que ha dado México fue clave para derrotar a los millonarios españoles en su propio domicilio. Hugo Sánchez podrá no ser muy simpático para muchos. Tiene un ego que a menudo lo atropella, como el de Porfirio Muñoz Ledo. Pero es indudable que no sólo se trata de un talento deportivo fuera de serie, sino de un hombre con mentalidad ganadora. Mentalidad que bien haríamos en incorporar todos los mexicanos en nuestras actividades profesionales. En todos los ámbitos. Si lo hacemos, contribuiremos a construir un México donde el día de mañana no sea posible tener más presidentes mediocres ni jefes de gobierno irresponsables.

Réplica y comentarios al autor: trasquila@hotmail.com




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