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   El modelo Sueco, una visión cubana
por Carlos Manuel Estefanía Aulet
Jefe de redacción de la revista "Cuba Nuestra"
Estocolmo

La alternativa que se nos ocultó.

El brazo "izquierdo" de Olof Palme, Pierre Schori, pudo darse el lujo de admirar a Fidel Castro. En libertad admiras o repudias (intelectualmente no con linchamientos) a quien quieras. ¿Qué le vamos a hacer? Aquel ministro quiso creer la historia mítica de una revolución que no permitiría en su país. Y sabe Dios si hasta se soñó Pierre (con el pellejo previamente asegurado por la imaginación) vestido de "guerrillero heroico", emboscando reclutas cubanos, perdón, quise decir soldados batistianos, o bolivianos, o peruanos o de donde sea, segando vidas hoy para salvar el futuro de la "humanidad". Pero bien pudo el sueco hacer lo que les fue vedado a los hijos de la "madre-revolución" (como la llama su mejor propagandista, Silvio Rodríguez): conocer la cara oculta de aquel proceso; comprobar si el relato maniqueo era cierto y si fue verdad la historia del ogro poderoso y malo vencido en desigual batalla por el pequeño caballero "sin miedo y sin tacha" de espumosa barba.

Cualquiera de los tantos suecos con afanes de compromiso internacionalista, sea ministro u obrero, puede conocer previamente al país que hace objeto de su compromiso. Antes de tomar partido por un bando, el ciudadano nórdico tiene derecho (y yo agregaría: deber) de informarse viajando o leyendo cuanto se le antoje, sin pedirle cuenta a nadie, sobre la nación objeto de su filantropía.

Lástima que igual oportunidad para la confrontación de experiencias no tenga el pueblo cubano, uno de los que más vidas ha ofrecido por la causa de "la solidaridad internacional" en este siglo. Para él no existen opciones, debe creer que vive en el mejor de los mundos posibles, y hacer lo imposible por exportarlo. Su realidad-condena es única e inapelable. Y si cambia de un capitalismo inmaduro al comunismo despiadado, y de éste al capitalismo salvaje de estado, sin mediar democracia alguna, será por voluntad del "gran hermano", quien detenta la información y la fuerza (valga la redundancia).

¿Qué necesidad tendrían los cubanos de conocer todo lo que pasa en el mundo exterior?, -se preguntará su Comandante-Ministro-Secretario del Partido-Presidente.- ¿Qué gano yo con que se enteren a estas alturas de que existe un país, en el que antes del 59 ya se había ensayado, con todo éxito, un modelo de organización social en el que los ciudadanos se curaban, alimentaban y educaban sin necesidad de constreñir sus libertades? Suecia, donde el hecho de ser refugiado, niño, anciano, padre, madre, enfermo, desempleado o handicap da derecho a compensaciones públicas que garantizan una vida decorosa. Un lugar donde realmente había Libertad con pan y sin terror que prometió la Revolución en sus inicios. Un país al que para colmo los teóricos marxista-leninistas no podrían achacarle el pecado original del colonialismo o el imperialismo como sangrienta fuente de la acumulación originaria de su capital.

La vía Sueca resulta demasiado incomoda para quienes apuestan por proyectos políticos fundados en luchas fratricidas por cuestiones de clase, ideología o nacionalidad. Los que hacen del odio bandera impedirán con toda saña que se conozca el ejemplo de un país que comenzó a hacerse verdaderamente grande el día que enterró el hacha guerrera, transformando la vieja empresa vikinga de la rapiña en la de la paz y el comercio, bajo el lema de: ¡Exportación o Muerte!

Tantas son las vueltas que da el mundo, que en una de ellas se vio una masa de cubanos arribar a Suecia. Tuvieron el "el privilegio" de toparse con una imagen cruda y real del país nórdico que en nada se parece a la que ha sido previamente filtrada y sesgada por esos "Ministerios de la verdad" que constituyen la Prensa y la Academia cubana.

A aquellos hijos de Martí les tocó ocupar el puesto mas incomodo que hoy pueda reservarle la sociedad sueca a un espectador: el del solicitante de asilo, el de ese infeliz sobre cuya cabeza pende, atada a un hilo invisible, la espada de la deportación. Por eso le llamaron los refugiados cubanos a Suecia "socialismo con Coca Cola". Para el que escapa de Cuba, socialismo significa falta de libertad y no hermosa utopía, mientras que "Coca Cola", aquel bien de consumo que sólo huyendo de su patria ha podido disfrutar. No es que los cubanos hubieran llegado por error a una sociedad cerrada, la razón de aquella metáfora viene dada por el hecho de permanecer reconcentrados durante tanto tiempo en las manos de "Invandraverket" (Inmigración), la institución sueca que se hace cargo de los refugiados, cuyos campamentos constituyen verdaderos "bolsones" comunistoides dentro de una sociedad abierta. Funcionan de manera semejante al "socialismo real", donde el burócrata tiene todo el poder y el individuo es poco más que una cifra. Así vivieron los cubanos, durante meses y años, bien alimentados, pero sin libertad, antes de alcanzar la residencia permanente o sufrir la deportación. Los que quedaron en Suecia tras prolongado purgatorio podrán descubrir que este país es más "Coca Cola" que otra cosa (entre otros motivos por la admiración que sienten por el modo de vida norteamericano), y que si algo tiene de socialismo no es el conocido como "Real", sino más bien del que pensaron los utópicos decimonónicos. Si el cubano logra apartar la nostalgia y toma como referencia las urbes comunistas de su isla, se imputará por la higiene de las ciudades suecas. Así de ordenados y limpios debieron habérsele presentado los falansterios a la mente del soñador Charles Fourier (1772-1837). ¿Podrán los cubanos comparar las cooperativas de Suecia con lo que en su patria lleva el mismo nombre? Entonces admiraran la eficiencia y competitividad de las primeras, donde sus miembros participan realmente del beneficio y la dirección, como lo concibió el reformador ingles Robert Owen (1771-1858). Y si observan en general la eficiencia y disciplina con que trabajan los "industriales" de la sociedad, la racionalidad que subyace en sus estructuras, no podrá menos que considerar al economista y filosofo francés Saint Simon (1760-1825) poco menos que un profeta. Para colmo de bienes, aquí es un hecho la virtud que según esa Biblia del marxismo titulada "La Ideología Alemana", tendría el comunismo de librarnos de una deshumanizada división social del trabajo para que cualquier individuo pudiera dedicarse a la pesca, a la caza o a la critica filosófica si eso llena su espíritu. Con otras palabras, disfrutar de lo que en el siglo XIX podríamos considerar una mullida vida de intelectual burgués, esa de la que de la que tantos años disfrutó, con criada y todo, el viejo Marx, tras superar los tiempos de penuria, a costa de la explotación de los obreros empleados por su inseparable Federico Engels. En Suecia el desarrollo espiritual del individuo hace tiempo que dejó de ser privilegio de rentistas para convertirse en un derecho que disfrutan por igual el empresario y los cesantes. El que algunos prefieran entregarse al alcoholismo o suicidarse en lugar de acudir a esta alternativa ya es un problema de índole existencial: ¿Qué hacer con la libertad? Si hay alguien que tiene tiempo y posibilidad para acudir a bibliotecas, conciertos o irse de pesca o de caza en este país, es precisamente la nueva clase parasitaria, la de los que viven exclusivamente de la asistencia social, unas veces porque no hay trabajo y otras porque no lo buscan: ese sector que no previó "El Capital" y cuyo crecimiento es uno de los índices de la crisis del Estado de Bienestar en Suecia y en Europa.

¿Existió siempre el paraíso?

No, no siempre los suecos pudieron enorgullecerse de su sociedad, ni mirar con paternal superioridad al inmigrante, pues ellos también tuvieron que serlo. Entre 1850 y 1920, Suecia se deshizo de miles de sus hijos que no encontraban espacio en ella para sobrevivir. Hacia los Estados Unidos partieron cerca de 1,2 millones de suecos cuando la población rondaba solamente los 4 millones de personas. Fue una gran marcha que en nada recuerda las venturosas travesías de la era vikinga narradas por Frans G. Bengtsson en "The Long Ships". Hace setenta años las escenas de miseria e injusticia social que se veían en este país podían compararse a las de los países latinoamericanos de entonces. Los huérfanos y los hijos de los pobres se vendían en subastas a precios mínimos para que alguien se hiciera cargo de ellos. Las clases humildes vivían estrechamente y trabajan, cuando podían, durante larguísimas jornadas. Entonces no era noticia que una multitud hambrienta asaltase una carnicería. Afortunadamente, Suecia le puso un corto a la insensibilidad y a la demagogia.

La casa de todos.

Gracias a la capacidad para la el consenso aprendida por las clases, partidos y sindicatos de Suecia (tras una larga historia de conflictos y guerras como en cualquier nación), esta tierra nórdica pudo convertirse en el gran hogar de todos sus hijos. La construcción de la confortable casa se inició durante los años treinta, cuando el estado sueco asumió responsabilidades por la seguridad material de cada individuo sin coartar sus libertades, como ocurriría el la en la Alemania nazi, donde a su manera también se estableció un "estado de bienestar", pero ario. Desde los tiempos de la apoteosis del nazismo y el estalinismo en Europa se vienen introduciendo seguros de todo tipo en Suecia; contra el paro y las enfermedades, por ejemplo, subvencionados estatalmente. En 1938 todos los suecos tenían ya derecho a dos semanas de vacaciones pagadas.

La neutralidad de Suecia durante la segunda guerra mundial, así como su comercio con los contendientes garantizó no sólo mantener intacta la infraestructura económica, sino también permitió expandirla. Esta posición privilegiada produjo nuevas reformas, como el aumento de las pensiones a los retirados, el subsidio infantil y la introducción de seguro de enfermedad obligatorio. Se ampliaron además los servicios de asistencia sanitaria y medica. Al mismo tiempo creció el sector publico y aumentaron los impuestos.

Resulta difícil cuantificar la cantidad de prestaciones sociales que reciben no sólo los ciudadanos suecos, sino también las personas con permiso de residencia permanente, aunque jamás hayan pagado una corona de impuesto a las arcas fiscales. Para disfrutar del seguro obligatorio que comprende a todos los ciudadanos, basta con estar inscrito en el registro civil y ser mayores de 16 años. Este seguro compensa a las personas por los ingresos laborales que hayan dejado de recibir a causa de enfermedad, embarazo, parto, asistencia a niños pequeños o enfermos menores de 12 años.

¿Quién en Cuba, tras 38 años de auto bloqueo informativo, podría imaginar que en una economía de mercado y bajo la democracia "burguesa", a los padres, sean obreros o reyes, se les pague un subsidio por tener a sus hijos, que uno de los progenitores reciba el equivalente a un salario por quedarse en casa cuidando a su bebé recién nacido durante el primer año de vida? ¿Cuántos cubanos sabrán del subsidio infantil que los niños suecos menores de 16 años reciben mensualmente, o que si el salario de la cabeza de la familia no es lo suficientemente grande como para pagar el apartamento espacioso que cree necesitan los suyos, entonces recibe ayuda estatal?

El Régimen cubano se enorgullece de ofrecer una asistencia medica que en verdad tiene una calidad mucho menor que la sueca y que resulta discriminatoria como no es la de los escandinavos. Suecia, sin prohibir la medicina privada, disfruta de una admirable asistencia medica pública subsidiada por los impuestos. Quien haya tenido un hijo aquí puede testificar la indiscutible calidad humana y tecnológica que tiene el sistema de atenciones prenatales e infantiles. El paciente sueco paga una cuota módica al visitar al medico si tenemos en cuenta los altos salarios que devengan acá los galenos por su profesión. También los medicamentos, que nunca faltan en las farmacias, se venden a precios subsidiados por el estado. Si es un desempleado el que enferma, el seguro social asumirá el total de los gastos, que pueden ir desde una simple consulta a la más cara de las operaciones.

Réplica y comentarios al autor: estefaniaulet@hotmail.com

En Tiempos de Reflexión sólo se ha transcrito un fragmento del artículo de Carlos Estefanía. Para consultar el documento completo visite el sitio Cuba Nuestra.




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