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   Sindicalismo y control político en Cuba
por Carlos Manuel Estefanía
Director de la revista "Cuba Nuestra"
Estocolmo

El control político de los sindicatos en Cuba está lejos de ser una creación del actual régimen. Por el contrario, antes de la llegada de Fidel Castro al poder ya existía en la isla una larga tradición de intervencionismo en la vida sindical por parte de fuerzas ajenas al movimiento obrero, ya sean los ministerios del Estado o debido a la infiltración de agentes de diversos partidos.

Como he explicado en una serie de artículos escritos años atrás para la sección de historia de la revista digital Cuba Nuestra, a principios del siglo pasado los anarquistas lograron establecer su hegemonía dentro del movimiento sindical, alcanzando este proceso su punto culminante con la fundación en agosto de 1925 de la Confederación Nacional Obrera de Cuba. Los anarquistas lograron imprimir gran autonomía al sindicato, tanto con respecto al gobierno como a los partidos políticos. Sin embargo, la persecución desatada contra los ácratas por el gobierno del liberal Gerardo Machado y Morales, iniciado aquel mismo año, facilitó el proceso de penetración y control de buena parte del movimiento obrero cubano por nuevos líderes fieles al estalinismo, quienes para enero de 1934, durante el IV Congreso Nacional Obrero de Unidad Sindical ya se habían hecho del control de la CNOC.

La elección de Fulgencio Batista como presidente en 1940, en alianza con los conservadores y los comunistas cubanos, fortaleció la posición de estos últimos dentro del sindicato nacional constituido en enero del 1939 bajo el nombre Confederación de Trabajadores de Cuba (CTC). Así, los comunistas, cuyo partido se hacía llamar desde 1943 Partido Socialista Popular y la CTC, controladas por ellos, con respaldo del gobierno garantizaron la paz social que necesitaba la coalición batistiana en el poder.

En 1944, ganó las elecciones un viejo enemigo de Batista, Ramón Grau con su Partido Revolucionario Auténtico. En 1947, los auténticos, con métodos no muy cordiales que digamos, expulsaron a una buena parte de los líderes comunistas de la CTC, creando estos, en respuesta, una CTC paralela e ilegal.

En 1948 volvieron a ganar las elecciones los auténticos, ahora bajo el mandato de Carlos Prío. Entre el 27 y el 29 de abril fue celebrado el VI Congreso de la CTC, donde se enfrentaron tres tendencias: la cofiñista (seguidora del independiente Ángel Cofiño), la guiterista (por el mártir antibatistiano Antonio Guiteras) y la mujalista, triunfando la última cuando se eligió como Secretario General a Eusebio Mujal, un líder comprometido con el partido de gobierno.

En 1952 Fulgencio Batista dio un golpe de estado a los auténticos, mas en lugar de entronizar nuevamente a sus antiguos aliados comunistas, mantuvo la burocracia mujalista al frente de la CTC, sin amenazar en lo esencial las conquistas sindicales alcanzadas por los obreros cubanos durante el período del Partido Revolucionario Auténtico. En respuesta a esta política, Batista no encontró apenas oposición sindical a su gobierno. Esta política oportunista por parte de Mujal, favoreció a la larga el retorno de los viejos líderes comunistas y sus discípulos al control del la CTC.

Eusebio Mujal y sus allegados huyeron de Cuba al ser derrocado Batista a fines de 1958. El Movimiento 26 de julio, organización de ideología nacionalista y estructura fascista, comandada por Fidel Castro, había organizado comités sindicales, que junto a los dirigentes del Partido Socialista Popular se harían cargo nuevamente de la CTC, llamada ahora Revolucionaria, asumiendo el cargo de Secretario General un líder obrero vinculado al 26 de julio: David Salvador. Ya desde entonces, todo lo que obstaculizara el movimiento de la economía fue considerado en Cuba como un acto antipatriótico.

Durante los primeros meses de la Revolución, donde el poder formalmente residía en el gobierno del juez Manuel Urrutia, nombrado por Fidel Castro, el Ministerio de Trabajo, con el apoyo de la CTC, desarrolló una intensa política intervencionista en los conflictos laborarles, tratando de evitar tanto las huelgas como el cierre de fábricas o la paralización de la producción por parte de los empresarios. Por entonces todo parecía indicar el intento de establecer una especie de modelo corporativo, que pronto se quebraría a partir de la campaña de nacionalización de empresas desarrollada por Fidel Castro, ahora convertido en Primer Ministro.

Sin embargo, la política de nacionalizaciones emprendida por el gobierno cubano pronto demostró a la clase empresarial que éste no estaba de su lado, algo que con el tiempo, aunque quizás mucho más tarde, comprenderían los trabajadores.

Pronto se generaron conflictos dentro de la CTC entre los dirigentes provenientes del PSP y los de otras fuerzas que habían protagonizado la derrota de Batista. Hacia finales de 1959 ya los sindicatos se encontraban prácticamente controlados por el gobierno, mientras que las campañas de limpieza "antimujalistas" se habían convertido en instrumento para eliminar a todos los líderes que no apoyaran el mandato gubernamental. Tras denunciar las huelgas de supuestos mujalistas en abril, David Salvador pasó a la clandestinidad, sumándose al movimiento de la resistencia dentro de la organización clandestina Movimiento Revolucionario 30 de noviembre. Así, los comunistas, respaldados desde el exterior por la Unión Soviética, y desde el interior por el gobierno, se hicieron nuevamente del control de la CTC, imponiendo su estilo.

La muestra más viva de esta involución la tenemos en el hecho de que fuera Lázaro Peña, sin cargo formal alguno en el ejecutivo de la CTC, pero con un viejo historial comunista, a quien le tocara leer el informe general a los delegados al XI Congreso de la CTC, culminado en noviembre de 1961. Por su parte, David Salvador, que había tratado de abandonar Cuba el primero de noviembre de 1960 en una lancha, fue arrestado y condenado a 30 años de prisión.

Junto al movimiento de David Salvador se crearon otras formas de resistencia dentro del laborismo organizado. Por ejemplo, en la federación de trabajadores eléctricos, los lideres del 26 de julio, Amaury Fraginals y Fidel Iglesias, lograron resistir hasta los sesenta los intentos comunistas de tomar el control de la organización. Pronto comenzaron los rumores y acusaciones contra los dirigentes y obreros de este sindicato de estar involucrados en la contrarrevolución. El 29 de noviembre de 1960 tuvo lugar un sabotaje en la terminal eléctrica de La Habana. Tres días después, elementos anticastristas defalcaron 100,000 pesos de la Compañía de Electricidad, presumiblemente para los movimientos clandestinos. La CTC-Revolucionaria convocó a una reunión general de trabajadores electricistas para el día 9 de diciembre, a fin de depurar responsabilidades por el sabotaje y el robo. Ese mismo día, el periódico Revolución publicó un manifiesto firmado presumiblemente por 600 trabajadores electricistas que condenaban el sabotaje y afirmaban que éste había sido apoyado por el Comité Ejecutivo de la Federación de los electricistas, pidiendo de paso un castigo ejemplar contra estos. Al mismo tiempo, se hacía público un reporte de los órganos de la seguridad del Estado con los nombres de los saboteadores. Todos ellos eran trabajadores electricistas relacionados con los movimientos de resistencia. Entre ellos no se encontraban los nombres de Fraginals, ni Iglesias, pero sí de dirigentes muy vinculados a ellos.

La respuesta de Fraginals fue convocar al boicot de la reunión anunciada por la CTC, llamando en su lugar a una demostración contra los intentos comunistas de controlar el sindicato. En respuesta al llamado, unos mil trabajadores se concentraron frente al Palacio Presidencial bajo el lema de "Fraginals y Cuba sí, Rusia no". El por entonces presidente Dorticos aseguró que recibiría a los dirigentes sindicales sólo a condición de que la manifestación se disolviese. Fraginals dio la orden a sus seguidores de dispersarse y, acompañado de varios dirigentes, se entrevistó con Dorticos. El presidente designado por Castro acusó a los sindicalistas de oponerse a la revolución, y estos respondieron que no luchaban contra una revolución cubana, sino contra una revolución comunista, y expusieron sus demandas, entre otras que se respetaran los términos de los contratos colectivos y que cesaran las expulsiones decretadas desde el gobierno, la administración o la CTC. La respuesta no pudo ser más intolerante: Fraginals e Iglesias fueron expulsados inmediatamente del Movimiento 26 de julio, mientras otros dirigentes del sindicato eran llevados a los tribunales revolucionarios. Asimismo, se desataron los mecanismos del régimen para lograr el aplastamiento de la disidencia de los eléctricos, lo que terminó con la expulsión total del Comité Ejecutivo del sindicato.

Por su parte, los anarquistas realizaron una resistencia ideológica desde las páginas del Diario Solidaridad Gastronómica y del boletín clandestino Boletín de Acción Sindical, e incluso sumándose a las guerrillas comandadas por Pedro Sánchez y Francisco Robaina en la zona occidental de San Cristóbal.

Mas de 40 años después, el proyecto castrista se ha consumado. Los sectores obreros que creyeron adormecidos por la propaganda y por la seguridad de sus puestos de trabajo, los que sin duda el régimen ofreció a todo el que no se le opusiera, comienzan a despertar.

A pesar de lo difícil que es realizar un trabajo sindical, en donde el empresario es el Estado y, por lo tanto, cuenta con todos los medios represivos, han renacido en Cuba pequeñas organizaciones sindicales independientes. Entre ellas está la Confederación Obrera Nacional Independiente de Cuba, el Consejo Unitario de Trabajadores Cubanos (miembro de la Central Latinoamericana de Trabajadores, CLAT) y la Confederación Democrática de Trabajadores de Cuba.

Todas estas organizaciones se encuentran por el momento invalidadas para realizar un enfrentamiento directo en Cuba, aunque ya comienzan a notarse pequeños estallidos de protesta en el país. Sin embargo, realizan una importante labor de denuncia al mundo sobre las condiciones en que son explotados los trabajadores cubanos, tanto por el Estado, como por las empresas extranjeras asociadas con éste, quebrando la falsa imagen "proletaria" que se ofrece. De todos modos, estas organizaciones constituyen los embriones que reactivarán un movimiento sindical de masas, alternativo al oficialista, cuando esto sea posible.

El propio intento del régimen de clonar su imagen y semejanza a las revoluciones Venezolanas y Bolivianas, puede favorecer este proceso. En primer lugar, porque le obligaría a flexibilizar sus estructuras internas, a fin de asemejarse un poco más a las naciones sudamericanas con las que intenta acoplarse. En segundo lugar, porque los cubanos que viajen a estos países conocerán allí lo contrario a lo que han entendido por sindicatos. Verán fuerzas revolucionarias no domesticados e incluso enfrentadas con el gobierno como ocurre con los anarquistas venezolanos, activándose quizás la vieja tradición combativa del sindicalismo en la isla.

Pero para que esto ocurra, hace falta un catalizador fundamental: el de la solidaridad consciente de los trabajadores del mundo con los obreros cubanos. Es lo que estos necesitan para poderse enfrentar hoy y mañana al Estado y al capital.

Fuentes:

1. Evelio Tellería, Los Congresos Obreros en Cuba, Editorial Arte y Literatura, La Habana, 1973
2. Marifeli Pérez-Stable. La revolución cubana, Editorial Colibrí, Madrid, 1998
3. Frank Fernández. Cuban Anarchism, See Sharp Press, Arizona, 2001
4. Efrén Córdova. Castro and The Cuban Labor Movement. Univerity Press of América, Lanham, New York, London, 1987

Réplica y comentarios al autor: carlosm_estefania@hotmail.com

Para consultar otros documentos sobre el tema visite la revista Cuba Nuestra.




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