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LAS CASAS DEL ESTUDIANTE SUDCALIFORNIANO EN LA CIUDAD DE MÉXICO


 

LOS PASOS INICIALES

 

 

La existencia en la ciudad de México de una casa que aloje a los jóvenes sudcalifornianos que desean realizar estudios superiores, ha sido una necesidad de todos los tiempos, que Por primera vez se hizo realidad en el año de 1920, por disposición del Sr. Agustín Arriola Martínez, electo Gobernado del entonces Distrito Sur de Baja California.

 

Desde que los sudcalifornianos tuvimos conciencia de que existíamos como pueblo, aspirarnos a ser gobernados por alguien que estuviese compenetrado de nuestros problemas, de preferencia nativo de la entidad.

 

Don Adolfo de la Huerta, sonorense que había tenido la oportunidad de palpar este anhelo durante sus visitas a la península, al asumir la Presidencia de la República en forma interina en el año de 1920, nos brindó a los sudcalifornianos la oportunidad de elegir gobernador por medio de plebiscito.

 

Dos hombres surgieron a la palestra: uno, un viejo militar de brillante trayectoria, el Corl. Urbano Angulo; el otro, un joven comerciante, don Agustín Arriola Martínez. Ambos elaboraron su plataforma para gobernar y se lanzaron a la lucha.

 

Don Agustín Arriola incluyó un punto muy importante en su programa a acción: integrar un grupo de estudiantes sudcalifornianos para que continuara sus estudios en escuelas superiores de la ciudad de México, lo que constituía una verdadera novedad y le daba a su campaña política un gran atractivo.

 

Al asumir la gubernatura don Agustín Arriola, después de haber obtenido un triunfo arrollador en las elecciones, al que no eran ajenos su Juventud y los brillantes propósitos de su gobierno, para cumplir su compromiso utilizó los servicios del Prof. Arturo Oropeza Villegas, distinguido maestro jalisciense que muy joven había llegado a la ciudad de Paz y que a la sazón era Director de la escuela Ignacio Allende, hoy Miguel Hidalgo, encomendándole que integrara el primer grupo de estudiantes sudcalifornianos, que debería marchar a la ciudad de México para incorporarse a las aulas capitalinas. Este primer grupo estuvo formado por los jóvenes Luis Pelaéz, Félix Sánchez Garzón, Federico Romero, José María Meza, Gustavo Moreno, Raúl Estrada y Francisco Borbón, de La Paz; Pablo Nolasco y Francisco Cota, de el Triunfo; Manuel Galván, Alejandro Pedrín y Jesús Castro, de San José del Cabo.

 

El encargo del Gobernador Arriola Martínez para el maestro Oropeza, no se concretó a la integración del grupo sino que incluyó la tarea de conducirlo a la ciudad de México y fundar en ella la primera Casa del Estudiante Sudcaliforniano.

 

El 19 de noviembre de 1920, el grupo partió en el pailebot San Antonio. Cuatro días más tarde, o sea el 22 de noviembre de 1920, llegábamos al puerto de Manzanillo. El hecho de haber coincidido nuestro arribo con el día de Santa Cecilia, patrona de los músicos, dió lugar a una sabrosa anécdota. Al desembarcar, un lucido conjunto de orquestas y bandas alegraba las calles adyacentes al pequeño muelle. El maestro Oropeza, para alentar nuestro decaído espíritu después de cuatro días de navegación, nos dijo en forma convincente: los músicos de Manzanillo supieron de nuestra llegada y vinieron a recibirnos. Nosotros, inocentemente dimos crédito a esta broma y nos sentimos muy importantes.

 

Debo agregar, que el capitán del barco en que habíamos viajado, era don Edrulfo Peña, más conocido como "El Chacho Peña", y que durante nuestro recorrido por mar, nos habíamos detenido frente a las Islas Marías, para tomar contacto con la armada de buceo que dirigía Miguel L. Cornejo González, joven empresario paceño.

 

Al día siguiente de nuestra llegada, tomamos pasaje en el tren que nos conduciría a la ciudad de Colima, donde pasamos la noche para continuar, a muy temprana hora del día siguiente, hacia la ciudad de Guadalajara, a la que llegamos ya bien entrada la noche. En ella Permanecimos más de 20 horas, para proseguir, hacia la ciudad de México en el tren nocturno, de tal modo que a las 8:00 de la mañana del día 26 de noviembre llegamos a la ciudad de México, haciendo nuestra entrada por la Estación Colonia, precisamente donde hoy se levanta un hermoso monumento a la madre, muy cerca del Paseo de la Reforma.

 

Por demás esta decir que el cambio de ambiente fue para todos muy brusco, pues muchos de nosotros, habíamos vivido sólo en ranchos y pequeños poblados. El México del primer cuarto de siglo, con sus altos edificios el tránsito que nos pareció abrumador, los cinematógrafos, los teatros y el bullicio mismo de la ciudad, nos aplastaron materialmente.

 

Durante el tiempo en que permanecimos en el hotel “Buenos Aires”, asistimos a funciones de ópera en el teatro “Esperanza Iris”. También fuimos asiduos concurrentes al teatro “Colón”, donde hacía furor la más refulgente estrella de la época, María Conesa, conocida entonces como la “gatita blanca”, donde se presentaban tres revistas que a nosotros nos parecieron muy atrevidas y de un gran atractivo: “Las Diosas Modernas”, “La India Bonita” y “Las Huertas de Don Adolfo”. En esta última, se hacían claras alusiones al Presidente Interino de la República, al que sentíamos nues­tro amigo sin que lo conociéramos siquiera, por el hecho de haber sido él quien había propiciado, la llegada al gobierno del Distrito de don Agustín Arreola, nuestro protector.

 

El 22 de diciembre asistimos, guiados por el maestro Oropeza, al homenaje que se tributaba a don José María Morelos y Pavón en el 105 aniversario de su sacrificio, en el mismo sitio en que había ocurrido su fusilamiento en el año de 1815: San Cristóbal Ecatepec, del Estado de México.

 

El viaje lo llevamos a cabo en ferrocarril, pues la carretera México‑Pachuca aún no se construía. Durante el acto conmemorativo, el maestro Oropeza hizo uso de la palabra presentándonos como verdaderos héroes que habíamos realizado la hazaña poco común en esa época lejana, de hacer un recorrido por mar y tierra des de la lejana península de Baja California, hasta la Capital de la República. El auditorio, compuesto en su gran mayoría por campesinos de la zona de San Cristóbal, confundió el nombre de sudcalifornianos con que el maestro Oropeza nos había presentado y cuando él terminó su vigorosa pieza oratoria, fuimos saludados por un grito estentóreo de la concurrencia que nos aclamaba diciendo: ¡vivan los submarinos!

 

 

LA PRIMERA CASA

 

 

A mediados de diciembre nos trasladamos a la casa que había sido alquilada para que la habitásemos en el pueblo de Mixcoac, a 16 kms. del centro de la ciudad de México, esta casa, que fue la primera que alojó a un grupo de estudiantes sudcalifornianos, estaba ubicada en el No. 47 de la calle Zaragoza del pueblo citado. Era muy hermosa y amplia en forma de herradura con un jardín al centro adornado por una fuente de la que manaba continuamente un fresco chorro de agua. A espa1das de la casa, había un huerto que producía tunas, chabacanos, peras, y tejocotes. Fue para nosotros muy grato encontrarnos en esta casa como en nuestros pueblos de origen. Su propietario, un señor muy bondadoso que se llamaba  Miguel Salcedo, ocupaba con sus hijos Eva, Esperanza y Miguel el lado norte de la herradura.

 

En el mes de enero, se abrieron las inscripciones en las escuelas capitalinas habiendo quedado incorporados a los planteles de nuestra elección: Manuel Galván y Félix Sánchez Garzón, en la escuela nacional preparatoria; ­Alejandro Pedrín, Francisco Cota, Pablo Nolasco y Raúl Estrada, en la escuela Superior de Comercio y Administración; Luis Pelaéz, en el Conservatorio Nacional de Música; Francisco Borbón, en la Escuela de Ingenieros Mecánicos y Electricistas; José María Meza, Federico Romero y Jesús Castro Agúndez, en la Escuela Normal para Maestros, y Gustavo Moreno, que aún no terminaba el 6º año, se inscribió en la escuela primaria “Valentín Gómez Farias”, del pueblo de Mixcoac.

 

Meses más tarde llegaron a la casa en forma sucesiva, atraídos por el deseo de realizar estudios superiores, Rafael Osuna y Braulio Maldonado que se inscribieron en la Escuela Nacional Preparatoria; Pedro Pelaéz en el Conservatorio Nacional de Música; Roberto Piñeda, en la Escuela Superior de Comercio y Administración, y Arturo Delgado en la Escuela de Ingenieros Mecánicos y Electricistas. En la casa se alojaban además, el maestro Arturo Oropeza, su esposa la Profra. Jovita Meza, y la hijita de ambos, América Oropeza, de escasos 2 años de edad.

 

El traslado del pueblo de Mixcoac a la ciudad de México lo hacíamos en los tranvías rápidos de Mixcoac y de San Ángel, que en unos cuatro minutos nos dejaban en el Zócalo, el centro de la ciudad.

 

La concurrencia a los planteles educativos, produjo las primeras anécdotas tan comunes en la vida estudiantil y fue mostrando las características personales de cada estudiante. Panchito Cota, al hacer su primera prueba trimestral de inglés, llegó al salón en, el que se practicaba el examen, cuando sólo quedaban los asientos de la última fila. La miopía de Pancho le impedía ver las preguntas que habían sido escritas en el pizarrón y su innata timidez determinó que no se acercara hasta donde pudiera leerlas, Entonces, poniendo en práctica la inteligencia privilegiada con que la naturaleza lo había dotado, en el cuaderno que se le había dado para que contestara las preguntas de la prueba, dio una explicación sobre su defecto visual y la circunstancia de haber llegado al salón cuando todos los asientos delanteros estaban ocupados, pidiéndole de paso disculpas al maestro por no contestar las preguntas que le habían sido formula­s y que aparecían en el pizarrón, todo en tan buen inglés, que el catedrático, tras un elogio comentario, le otorgó a su trabajo la calificación de 10, la más alta a que un estudiante podía aspirar. Alejandro Pedrín, se significo por su elegancia en el vestir, por sus buenas maneras y por un marcado interés por todas las manifestaciones artísticas; Luis Pelaéz, destacó por su gran sensibilidad para la música; Gustavo Moreno se destacó por su afán de pronunciar frases en tono oratorio, como en aquella ocasión en que siendo alumno de la Escuela Nacional Preparatoria y represen­tante de su grupo en el Consejo Estudiantil, indignado por­que uno de sus compañeros afirmaba que el escudo nacional eran los tres colores de nuestra bandera, tomó airadamente la palabra y pronunció esta violenta expresión: ¡miente Ud. compañero, ese no es el escudo nacional; le falta el águila devorando crótalos cobardes!”; Pablo Nolasco, tubo siempre una gran afición por la buena vida, la comida exquisita y las corbatas de colores llamativos; Raúl estrada, era el orden personificado, muy ponderado en todos sus actos; Manuel Galván era poseedor de una gran afición por el vestir muy atildado y sus expresiones eran por lo general en tono sarcástico; Federico Romero poseía una clarísima inteligencia, pese a su retraimiento y acentuada timidez; Francisco Borbón ­portaba trajes de buen corte a la ultima moda, camisas bien planchadas y fué el primero que introdujo en la Casa del Estudiante el uso de los cuellos de “palomita”; José María Meza, se distinguió por su alegría, por su carácter abierto y su buena disposición para el compañerismo; Félix Sánchez Garzón, se señaló como estudioso y con claras inclinaciones hacia la buena vida, Por mi parte, siendo uno de los menores y el que menos relaciones humanas había tenido, pues la mayor parte de mi vida la había pasado en la “Agua Hedionda”, el rancho de mis abuelos maternos, del municipio de San José del Cabo, era el más tímido e inseguro.

 

Los que llegaron después, mostraron las siguientes ca racterísticas: Rafael Osuna Bareño, de la Purísima, era dueño de una gran capacidad retentiva; Braulio Maldonado, se distinguió por su vivacidad y gran perspicacia; Arturo Delgado, tuvo siempre Una marcada afición por la mecánica y una gran inclinación, por los invento; Roberto Piñeda, fue siempre un bromista jovial sin grandes preocupaciones por el futuro y Pedró Pelaéz, al igual que su hermano Luis, era un músico de vocación muy bien definida y un permanente creador de melodías.

 

Todo el año de 1921, la Casa del Estudiante Sudcaliforniano permaneció en el pueblo de Mixcoac, ocupando la misma casa en la calle Zaragoza, lo que nos permitió atender la invitación de la familia Aguilera, que tenía su residencia muy cerca de nuestra casa, a las magnificas posadas, cuya celebración constituye una de las más bellas tradiciones de México.

 

A estas posadas que se prolongaron desde el 16 de diciembre hasta el 25 del mismo mes, eran asistentes habituales, la Srita. Leonor Llorente, quien años más tarde, había de ser la segunda esposa del General Plutarco Elías Calles; su padre, don Enrique Llorente, un hombre de una presencia muy distinguida, y don Luis, hermano de don Enrique, muy nombrado en ese tiempo, porque fue el mediador entre el Gobierno de Adolfo de la Huerta y el General Francisco Villa, quien al amnistiarse como es de todos conocido, tomó posesión de la Hacienda de Canutillo, del estado de Chihuahua junto con la flor y nata de sus famosos dorados.

 

También conocimos durante estas posadas, a una muchacha solterona de bastante buen ver que destilaba romanticismo, la que en algunos de los paréntesis a que daban lugar los numerosos  brindis, los obsequios las quebradas de la piñata, las pedidas de posada y el baile, declamaba poesías que no producían a todos una intensa emoción.

 

 

LA SEGUNDA CASA DEL ESTUDIANTE.

 

Fue a principios de 1922, cuando nos trasladamos a la segunda Casa del Estudiante Sudcaliforniano, que estuvo ubicada en el No. 73 de la Calle de La Violeta, en la populosa Colonia Guerrero, es decir, muy cerca del corazón mismo de la ciudad de México.

 

Ya para entonces, el maestro Arturo Oropeza había de­jado la Dirección de la Casa del Estudiante Sudcaliforniano, para hacerse cargo del Internado “Francisco I. Madero” que a iniciativa suya se creó en el No. 104 de la Calle de Jardineros, de la entonces tenebrosa colonia de La Bolsa, aprovechando el Parque, que desde 1911 inauguró el mártir de la democracia y que con justicia aún lleva su nombre. Había sido sustituido por Domingo Carballo Félix, quien después de haber ejercido el magisterio durante algunos años en la ciudad de La Paz, se incorporaba a la Casa del Estudiante Sudcaliforniano para convertir al maestro empírico que era, en maestro normalista, titulado en la gloriosa Escuela Nor­mal de México.

 

Nuestra vida en la nueva casa se deslizaba tranquila, sin grandes tropiezos, aunque con algunas penurias, muy frecuentes, por otra parte, en la vida estudiantil. Nuestras diversiones eran el cinematógrafo y  los eventos deportivos, entre los cuales, algunos de nosotros, empezábamos a destacar. Rafael Osuna, era un buen basquetbolista que figuraba en la quinta de la primera fuerza de la Escuela Nacional Pre­paratoria; Luis Peláez, Raúl Estrada y José María Meza, boxeaban con regular destreza; Gustavo Moreno, que se había inscrito en la Escuela Nacional Preparatoria después de terminar el 6° año. Era un gran aficionado al atletismo, y yo por mi parte, figuraba ya como atleta de número en el team atlético de la Escuela Normal y participaba en los encuentros de la rama intermedia que tenían como escenario el desaparecido Parque Unión, que se levantaba cerca de donde hoy se encuentra el monumento de la Revolución.

 

Ya para concluir el año escolar de 1922, es decir el segundo de nuestra permanencia en la ciudad de México, cuando por fortuna habían pasado para mí los exámenes finales, fuí víctima de una infección de tifo exantemático que venturosamente no se extendió en la colonia Guerrero ni entre los demás estudiantes sudcalifornianos, gracias a las precauciones adoptadas, de común acuerdo, por el Director de la casa Domingo Carballo y el eminente médico epidemiólogo Octavio Favela que era nuestro vecino y un dis­tinguido especialista en enfermedades infecto contagiosas, de fama internacional.

 

Sin embargo, la intervención del Dr. Favela no libró a nuestra casa de que sobre la puerta del zaguán que daba acceso a la calle se pusiera en una cartulina amarilla la siguiente leyenda que empavoreció a todos los vecinos: “en esta casa hay un enfermo de tifo exantemático”.

 

Repuesto de mi enfermedad, me uní al resto de los estudiantes para pedirle al Sr. Enrique Von Borstel Mendoza, entonces Diputado Federal por nuestro Distrito, que hiciese gestiones ante don Agustín Arriola para que nos diera los pasajes a fin de visitar a nuestros familiares en la lejana entidad. Las peticiones fueron tenaces y en una ocasión en que el Sr. Von Borstel nos brindó en su casa habitación un amable convivió, nosotros compusimos una cuarteta que decía:

 

Yo no quiero cena

Le dijo Domingo

Yo quiero dinero

Para irme a La Paz.

 

Por fin, realizamos el anhelado viaje, el que llevamos al cabo utilizando los medios de la época, es decir, en tren hasta­ Manzanillo y en barco hasta la ciudad de La Paz. Para todos nosotros, fue un vigorizante riego espiritual ponernos en contacto con las gentes del terruño, del que durante dos años seguidos habíamos estado ausentes idealizándolo peligrosamente. El convivir de nuevo con nuestros familiares, fue muy grato, quienes al despedirse de nosotros lo hicieron con menor tristeza, pues habían aprendido que “de la ciudad de México sí se puede regresar”.

 

Nuestra permanencia en la capital de la República en esos dos primeros años había despertado una saludable in­quietud entre la juventud sudcaliforniana que consideraba muy seriamente la posibilidad de lograr una mayor prepa­ración en las aulas capitalinas. De este modo, quedaba de­mostrado que habíamos abierto una brecha muy amplia por donde nuestra juventud, a partir de entonces, marcharía al encuentro de su destino.

 

Al regresar a la ciudad de México, nos acompañaba un grupo de nueve estudiantes, anhelosos de continuar sus es­tudios. Ellos eran, de La Paz, Manuel Carballo Flores, Ramón Hirales Carballo, Lamberto Verdugo y Salvador Delgado. De San José del Cabo, Alfredo Green González y Basilio Flores, ambos maestros empíricos en servicio, el primero ya casado y con dos hijos; de Todos Santos, Ignacio Rochín y Benjamín Osuna y de Loreto, Héctor Núñez Verdugo.

 

Los nuevos estudiantes se inscribieron en diversas escuelas: Manuel Carballo, Salvador Delgado, Ignacio Rochín, Basilio Flores y Alfredo Green, eligieron la Escuela Normal para Maestros; Lamberto Verdugo y Benjamín Osuna, ingresaron a la Escuela Nacional Preparatoria. Por su parte, Ramón Hirales y Héctor Núñez Verdugo quedaron inscritos en la Escuela de Ingenieros Mecánicos y Electricistas.

 

Como es natural, de la Casa del Estudiante Sudcaliforniano fueron alejándose algunos de sus moradores, que no pudieron o no quisieron seguir estudiando, o simplemente cambiaron de alojamiento Al iniciarse el año de 1924, terrible para nosotros porque nos hizo probar los sinsabores de la lucha armada, pues se lanzó a la pelea don Adolfo de la Huerta en el movimiento que la historia registra como Revolución Delahuertista. Como consecuencia de este hecho dejó el gobierno del Distrito don Agustín Arriola, con todas sus fatales consecuencias para quienes habíamos sido los con­sentidos de su administración En la lista de los estudiantes que habitaban la casa de Violeta 73, ya no figuraban Manuel Galván, francisco Borbón, Roberto Piñeda, Francisco Cota, Pedro Nolasco, Federico Romero, Raúl Estrada y Arturo Delgado. Todos ellos habían regresado a sus pueblos de origen impulsados por alguna poderosa razón. Félix Sánchez Garzón, También se había alejado de la casa, sólo como cambio de domicilio, pues ahora vivía con una familia de apellido Domínguez y José María Meza hacía tiempo que vivía con su hermana la Profa, Jovita Meza de Oropeza, en el internado Francisco I. Madero de la Colonia de La Bolsa donde estaba teniendo riquísimas experiencias en el terreno Humano.

 

Nuestra casa en Violeta era de ladrillo rojo con cochera, comedor, sala, escalera de acceso a los pisos superiores escalera de servicio que conducía a los Lavaderos, tendederos, y cuarto de plancha que se encontraban en la azotea, y ocho recamaras en las que nos habíamos distribuido con bastante comodidad. Entre el comedor y la cocina, había un magnifico emplomado a colores en el que, dominaba el paisaje una hermosa mujer en actitud yacente que según nos dijeron o nos lo imaginamos era la esposa del propietario de la casa, que según nuestros cálculos, debería ser muy rico, pues tenia en la Colonia Guerrero otras casas y era dueño del  cine “Isabel” situado en Santa María La Redonda. Por la casa descrita, el Gobierno del Distrito pagaba la escandalosa renta de doscientos cincuenta pesos mensuales.

 

Los cines que con mayor frecuencia visitábamos, era el Odeón, el Briseño, el Casino, el San Hipólito, el Isabel y el Mina, que en los domingos cobraban en luneta cincuenta centavos por persona entre semana treinta y los viernes populares diez centavos. En estos días, la galería costaba Cinco centavos. Algunos de nosotros, para gastar menos preferíamos la galería, pues según argumentábamos “se veía lo mismo”.

 

Era el tiempo del cine mudo y había que estar pendientes de los letreros para enterarnos del argumento de la película, mientras una orquesta de mala muerte tocaba a intervalos al pie de la pantalla, para darle más sabor al espectáculo.

 

Con frecuencia carecíamos de dinero para ir al cine, lo que determinaba que entrásemos en arreglos con el Director de la Casa, para que en vez del huevo del  desayuno, nos diera su importe, que eran cinco centavos y en esta forma lográbamos reunir hasta treinta y cinco ce­ntavos a la semana, con los que nos sentíamos ricos y nos divertíamos en grande.

 

La beca que disfrutábamos era espléndida pues mientras los demás Estados de la República, pagaban a sus estudiantes cuarenta pesos mensuales, sin ninguna otra ayuda, nosotros recibíamos setenta y cinco pesos y la renta de la casa corría por cuenta del Gobierno.

 

La forma de administración interna, era bien sencilla: con el conjunto de las becas, que recibía religiosamente el Director de la casa por medio de un libramiento mensual, se constituía el fondo común que se utilizaba para comprar provisiones, pagar dos sirvientas y cubrir el importe del consumo de luz. Al hacerse la liquidación mensual, nos quedaban en ocasiones hasta diez pesos, que cada quien gastaba con toda libertad.

 

Las remisiones de dulce regional, carne seca, chorizos y quesos que nos llegaban con alguna frecuencia procedentes de nuestros hogares, provocaban la mayor alegría y daban lugar a la celebración de rumbosas fiestas en las que éramos realmente felices.

 

El Sr. Arriola fue sustituido en el Gobierno del Territorio por el Coronel Librado Abitia. Como consecuencia, Domingo Carballo Félix dejó la Dirección de la Casa del Estudiante, y por economías, la beca se redujo a cincuenta pesos, corriendo por cuenta nuestra el pago de la renta de la casa que habitábamos. Como director, fue designado el Sr. Belisario Palacios, con quien nos ligaban muy escasos intereses y a quien muchos de nosotros no conocíamos ni de nombre.

 

 

LA TERCERA CASA DEL ESTUDIANTE.

 

 

Para ajustar nuestra vida a la nueva situación, buscamos una casa más barata, la que encontramos en el No. 113 de la Calle Héroes, también de la colonia Guerrero.

 

Fue en este período en el que se inició la desintegración de la Casa del Estudiante Sudcaliforniano. Durante algunos años, funciono en el lugar indicado, en condiciones muy precarias. Don Belisario Palacios fue sustituido por un señor de apellido Magdaleno, que no era conocido de nosotros y quien raras veces nos visitaba, pues aún la beca que ahora administramos en forma personal, teníamos que recogerla en su domicilio mediarte el otorgamiento de un recibo.

 

Esto sucedía en el año de 1926, el mismo en el que ocurrió la recepción como maestro normalista del que hace este relato, por lo que él mismo se alejó de la Casa del Estudiante Sudcaliforniano, para vivir con sus familiares a la sazón radicados en la ciudad de México.

 

LAS OTRAS CASAS DEL ESTUDIANTE.

 

Por las razones expuestas, ya no tubo la experiencia personal del cambio de casa, lo que ocurrió en el año de 1928, el mismo en el que este cronista se incorporó a la vida del Distrito para ocupar en la ciudad de La Paz la dirección de la escuela Miguel Hidalgo, que entonces se llamaba Ignacio Allende.

 

En el año ya citado, o Sea el de 1928; la Casa del Estudiante Sudcaliforniano se ubicó en el número 32 de la calle de Venezuela, muy cerca de la Secretaría de Educación Pública. Ahí funcionó por breve tiempo, pues prácticamente la institución en la que tantas esperanzas habíamos depositado, estaba desecha.

 

Las inquietudes estudiantiles y la desorganización impe­rante, determinaron que se buscara una nueva casa un poco más alejada del centro, la que se localizó en las calles de Regina, en la que eran frecuentes los desórdenes y las faltas de respeto por parte de los estudiantes, a la autoridad que representaba el Director de la Casa en turno.

 

Esta situación determinó que el Gobierno de la Entidad elevado desde 1931 a la categoría de Territorio, del que se había hecho cargo por acuerde del C. Presidente de la Repú­blica, Gral. De División Manuel Ávila Camacho, el Gral. Agustín Olachea Avilés, distinguido Sudcaliforniano originario  de la  Delegación de Todos Santos, ordenará la clausura de la casa, otorgándose en su lugar, becas a los estudiantes que desearan continuar sus estudios en la ciudad de México u pudieran conservar esta beca con la obtención de calificaciones aprobatorias en las escuelas donde se encontraban inscritos.

 

La Casa del estudiante, sin embargo, continuaba siendo una necesidad, por lo que no tardaron los estudiantes en agruparse para poder vivir mediante la administración de sus becas.

 

Ello dió lugar a que se creara una nueva pequeña Casa del Estudiante, a la que en rigor le correspondía el número seis, la cual estaba ubicada en el número siete de la calle de Ajusco, de la colonia Roma.

 

Paralelamente, otro agrupamiento de estudiantes beca­dos dió lugar a la creación de otra pequeña casa a la que le correspondía el número siete, en Sur 74, de la Colonia Viaducto Piedad. Otra más, que sería la octava, nació en la Calzada de Santa Anita, de la misma colonia Viaducto Piedad. Es pertinente aclarar que ninguna de estas fué oficialmente designada como Casa del Estudiante Sudcaliforniano.

 

Así llegó el año de 1965, y con el la administración territorial del Lic. Hugo Cervantes del Río, quien por acuerdo del C. Presidente de la República, Lic. Gustavo Díaz Ordaz, gobernaría al Territorio desde entonces hasta fines de 1969.

 

Percatado el nuevo gobernador de la necesidad del funcionamiento de la Casa del Estudiante en la ciudad de México, dió los pasos necesarios para su reinstalación.

 

Al efecto, por acuerdo del C. Gobernador, se alquiló una casa en el No. 160 de la calle de Yácatas, de la Colonia Narvarte, por la que se pagaba de renta la cantidad de $5,000.00 (CINCO MIL PESOS) mensuales y podían alojarse en ella cómodamente 44 estudiantes.

 

Para reforzar la acción oficial en favor de los estudiantes, se creó desde 1965 el Patronato del Estudiante Sudcaliforniano, que desde entonces labora incansablemente para lo­grar que las condiciones en que vivan los estudiantes en la ciudad de México sean las mejores y porque la casa responda a la imagen que de ella se ha creado: que sea un risueño pedazo de Baja California Sur, situado en la capital de la República, donde lo mejor de la juventud territoreña encuentre los motivos suficientes para mantener vivos los ideales forjados en el seno de la patria chica y que se prepare convenientemente para servirla con la mayor integridad y limpieza.

 

Por virtud de la creciente demanda de becas y la necesidad de contar con espacios cada vez más amplios, la Casa del Estudiante Sudcaliforniano se trasladó en el año de 1971, siendo Gobernador el Ing. Féliz Agramont Cota, a la casa ubicada en el No. 49 de la Calle de Cádiz de la colonia Alamos, la cual fue adquirida en propiedad en la cantidad $500,000.00 (QUINIENTOS MIL PESOS).

 

En Fecha más reciente, en el año de 1975, transformada la Entidad en Estado Libre y Soberano, ya dentro de la administración, del Lic. Ángel César Mendoza Arámburo, se le han hecho a esta casa adaptaciones y remodelaciones, incluyendo una planta de tres pisos en la parte central del terreno, con costo de $1,500.000.00 (UN MILLON QUINIENTOS MIL PESOS), en cuya forma se ha logrado que aloje a un centenar de estudiantes, hombres y mujeres, que cuentan con biblioteca, gimnasio, comedor, dormitorios y lavandería.

 

De este modo, lo que fué un sueño de la juventud sudcaliforniana, que convirtieran en realidad un gobernador progresista y un grupo de jóvenes audaces e idealistas, se ha convertido en una vigorosa creación, la más dinámica que los gobiernos revolucionarios de Sudcalifornia pudieran con­cebir, para lograr el enriquecimiento y la renovación cons­tante de nuestros valores espirituales.

 

Para finalizar, es justo mencionar, a los integrantes del primer grupo de estudiantes sudcalifornianos, que se atrevieron a cruzar el Golfo de California, para dejar abierta esta brecha entre lo que ha dejado de tener el carácter de lejana y olvidada península sudcaliforniana y el macizo territorial.

 

De este grupo, que en los primeros dos años estuvo integrado por veintisiete estudiantes, diecisiete han muerto.

 

Ellos son:

 

Domingo Carballo Félix, que dejó tras de sí una estela luminosa como maestro de maestros.

 

Alfredo Green González, que nos legó una vida ejemplar de sacrificado esfuerzo.

 

Manuel Carballo Flores, que prestó valiosos servicios al magisterio nacional.

 

Rafael Osuna Bareño, quien en el ejercicio profesional como ingeniero civil, fué muy distinguido por su integridad moral y su capacidad técnica.

 

Luis Peláez Manríquez, que rayó a gran altura como inspirado compositor y maestro de música muy distinguido.

 

Roberto Piñeda Chacón, que nos dejó el perfume de su amistad y el recuerdo de su integridad como servidor público.

 

Félix Sánchez Garzón, que si bien no alcanzó el doctorado en medicina como eran sus propósitos, obtuvo triunfos muy satisfactorios en la burocracia.

 

Francisco Borbón, que nos dejó cuando aún se encontraba en el pleno disfrute de una brillante juventud.

 

Francisco Cota Moreno, que ejerció con gran sabiduría el magisterio y nos dejó la huella imperecedera de sus discursos y sus bellos cuentos de sabor regional.

 

Arturo Delgado, que fue siempre un mecánico creador, a quien la vida transformó en eficiente funcionario publico.

 

Manuel Galván Sánchez, que terminó sus días siendo aún muy joven, entregado por entero al ejercicio de docencia.

 

José María Meza Olmos, quien por su dedicación y espíritu progresista, ejerció con inspiración el magisterio, incursionó con éxito en los terrenos de la abogacía y compuso canciones muy hermosas.

 

Benjamín Osuna, quien nos dejó siendo aún estudiante, cuando era una clara promesa para Sudcalifornia.