-Muchacho,
que haces aquí. -Quiero
ver al maestro
- El maestro no te puede atender.
Levántate y vete o morirás
de frío aquí
afuera.
Tal era el diálogo que se daba a
la puerta de la casa de un reconocido maestro
de cualquier arte marcial, entre un sirviente
del mismo y un joven que venia
desde el pueblo a buscar el conocimiento
de la técnica.
Y allí permanecía por varios
días, e incluso meses, hasta que
era atendido por
el gran maestro, el cual lo pondría
a hacer las mas extrañas tareas,
le
propinaría los mas diversos y contundentes
golpes en ataques sorpresa para
probar su habilidad, le recalcaría,
para su vergüenza su ineptitud al
equivocarse, para luego, después
de un largo tiempo de ansiosa espera, dedicarse
a la enseñanza de la técnica.
Los aprendices padecían todo tipo
de suplicios para aprender la magia de la
técnica y llegar a ser como sus maestros.
Eran obligados a entrenar muy temprano
en las heladas mañanas del invierno
nipón, combinaban sus entrenamientos
con las
tareas domesticas, y ni hablar de la limpieza
y mantenimiento físico del dojo,
lo cual era completa responsabilidad de
los mismos. Nada le era negado a su
maestro, y cualquier osadía o negligencia
era imperdonable y recibía el castigo
inmediato. Los constantes koanes (acertijos
incomprensibles) que a diario se les
pronunciaban los dejaba en el mismo medio
de la confusión, y a veces pasaban
meses en el desarrollo de una misma técnica,
aun cuando pensaban que ya era
bastante y que estaba perfeccionada...
Este es el origen de las practicas en el
antiguo Japón. Y si bien es cierto
que
el tiempo a cambiado un poco la forma de
las cosas, no creo que haya podido
cambiar su espíritu.
Las actuales generaciones están acostumbradas
a la obtención de un fin por los
medios mas cómodos y permisivos que
encuentren. Todo lo que no se adecue a este
esquema de juicio, rápidamente es
desechado y cambiado por algo mas fácil.
Quizá
nos hemos dejado llevar por la tecnología,
por una mentalidad occidental que se
basa en lo material, lo físico y
lo temporal en vez de pasar las barreras
que
nos separan de lo espiritual y lo trascendental
y de esta forma nos hemos
adecuado a un arte hueco, a otra actividad
mas en nuestras agendas...
¿Qué hacemos de más
hoy? ¿Qué aportamos? ¿Dónde
llevamos el estilo que con
tanto trabajo y sacrificio, y a través
de un largo tiempo se nos ha transmitido?
¿Quiénes somos para rebajar
los estándares de práctica
y dedicación que a lo
largo de la linea del tiempo se han inculcado
a todos los que practican un arte
marcial, y más aun, cualquier disciplina
que conlleva esfuerzo y dedicación?
Y sabemos que la práctica ardua y
constante hace la perfección. Con
tan
sólo demostrar dedicación
y esfuerzo lograremos alcanzar todas nuestras
metas y
llevar con orgullo nuestro estilo, y cualquier
otra actividad, hacia adelante.
JHOEL TEJADA