Existe en Okinawa una
serpiente muy venenosa llamada habu. Afortunadamente su
mordedura ya no es tan temible en la actualidad como lo
era en mis años mozos, donde la única salvación
para alguien mordido en la mano o pie era la inmediata
amputación del miembro correspondiente. En la actualidad
existe un suero efectivo, pero debe ser inyectado tan
pronto como sea posible después de la mordedura.
Nuestra habu okinawense, que llega a crecer a más
de 2 metros, aún es una bestia que hay que evitar.
En los años previos al desarrollo del suero, me
fui una noche a la casa del Maestro Azato para una práctica
de karate. Esto ocurrió varios años después
de mi matrimonio, y le pedí a mi hijo mayor, en
aquel entonces en la escuela primaria, que me acompañase
y que portase la pequeña lámpara que iluminaba
nuestra ruta a través de la noche en la isla.
Mientras caminabamos a través de Sakashita, entre
Naha y Shuri, pasamos un antiguo templo dedicado a la
antigua y muy venerada Diosa de la Misericordia, llamada
Kannon en japonés moderno. Justo después
de pasar su templo divisé en el medio del camino
un objeto que a primera vista creí eran excrementos
de caballo, a medida que nos acercábamos me di
cuenta que lo que veía tenía vida y no sólo
viva sino anrollada lista para atacar, observándo
enojadamente a nosotros los dos intrusos.
Cuando mi hijo vio aquellos dos agujeantes ojos brillando
en la noche y luego aquella afilada y roja lengua saltando
de su boca a la kuz de la linterna, gritó de terror
y se abalanzó sobre mi, abrazándome las
piernas en miedo. Rápidamente lo lancé tras
de mi, le quité la linterna y comencé a
balancearla lentamente de izquierda a derecha, con mis
ojos clavados sobre los de la serpiente. No puedo, ciertamente
decirles cuanto duró esto, pero finalmente la serpiente,
todavía observándome, se deslizó
hacia la oscuridad del campo de papas adyacente. Fue sólo
en ese momento que pude ver lo larga que era y lo gruesa
que era la habu.
Ya había , naturalmente, a menudo visto varias
habu antes, pero nunca anterior a esa noche había
visto una enroscada lista para atacar. Como todo Okinawense
conocía sus desagradables hábitos, dudaba
mucho que se hubiese ido tan sumisamente sin siquiera
intentar atacar, así pues, aún terriblemente
asustado, tomé la linterna por delante de mi y
me adentré en el campo en busca de la serpiente.
Tan pronto como vi aquellos dos ojos brillosos reflejando
la luz de la linterna me di cuenta que la habu de hecho
me estaba esperando. Me había tendido una trampa
y estaba lista para atacarme. Afortunadamente al verme
y la linterna oscilante, abandonó su ataque y esta
vez desapareció definitivamente en la oscuridad
del cultivo.
Me pareció aprender una muy importante lección
de la serpiente. Mientras continuabamos nuestro viaje
hacia la casa de Azato, le dije a mi hijo, "Todos
conocemos la persistencia de las habu. Pero esta vez ese
no fue el peligro. La habu que encontramos parecía
estar al tanto de las tácticas de karate, y cuando
se adentró en la vegetación, no estaba huyendo
de nosotros. Estaba preparando un ataque. La habu comprendía
muy bien el espíritu de karate".