Les contaré la historia
del samurai quien vino a ver al legendario maestro
Miyamoto Musashi y le pidió que le enseñara
la verdadera vía de la espada. El maestro
aceptó. Una vez su discípulo, el samurai
utilizaba todo su tiempo, como le había ordenado
su maestro, cargando y cortando leña y yendo
a buscar agua desde un distante manantial. Hizo
esto todos los días por un mes, dos meses,
un año, tres años. En la actualidad
cualquier discípulo se habría arrancado
a la semana o hasta unas pocas horas, pero el samurai
continuó, y en el proceso formó su
cuerpo. Al final de tres años, a pesar de
todo, se hartó y le inquirió a su
maestro, "Qué tipo de entenamiento me
está dando? No he tocado una espada desde
que llegué. Ocupo todo mi tiempo cortando
leña y cargando agua. Cuando me va a iniciar?"
"Está bien, está bien",
respondió el maestro. "Ya que lo deseas,
ahora te enseñaré la verdadera técnica".
Le ordenó que fuera al dojo y ahí,
día tras día, desde la mañana
hasta la noche, el discípulo tuvo que caminar
alrededor de la orilla externa del tatami, paso
a paso alrededor del salón sin nunca perder
el paso.
Así pues el discípulo caminó
alrededor de la orilla del tatami por un año.
Al final de ese tiempo le dijo a su maestro, "Soy
un samurai, tengo una larga experiencia con la espada
y he conocido a otros maestros de kendo. Ninguno
me ha enseñado de la manera que usted lo
hace. Ahora, por favor, enséñeme la
verdadera vía de la espada".
"Muy bien," dijo el maestro. "Sígueme."
Lo guió lejos en las montañas a un
lugar donde un tronco de árbol hacía
de puente por encima de una quebrada profunda, escabrosa
de profundidad aterradora.
"Muy bien," dijo el maestro, "crúzalo."
El samurai no entendía lo que su maestro
quería decir; cuando miró hacia abajo,
titubeó, retrocedió y no pudo convencerse
de cruzar.
Repentinamente se escuchó un sonido de golpeteos
detrás de ellos, el sonido del bastón
de un hombre ciego.
El ciego, sin prestarles atención, los pasó
y golpeteando se guió firmemente por encima
del abismo, su bastón por delante.
"Ahh," pensó el samurai, "Estoy
comenzando a entender. Si el ciego puede cruzar
así, yo debería poder también
lograrlo."
Y luego su maestro dijo, "Por un año
completo has caminado vuelta tras vuelta alrededor
de la orilla del tatami, que es mucho más
angosto que ese tronco; deberías poder cruzar."
Entendió y rápidamente cruzó
al otro lado.
Su entrenamiento estaba terminado: tres años
desarrolló la fuerza corporal; un año
completo desarrolló su poder de concentración
sobre una sola acción (caminar); y finalmente,
encarando la muerte a la orilla del abismo, recibió
su entrenamiento final de espíritu y mente.
Traducción por Mogens Gallardo