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OPINIÓN
La solución no depende de los guineanos

Por Donato Ndongo-Bidyogo

Donato Ndongo-Bidyogo participó con otros intelectuales y políticos guineanos
y españoles en las Jornadas sobre Guinea Ecuatorial,
organizadas por la Fundación Olof Palme en Madrid,
los días 21 y 22 de abril de 1999.
Publicamos el texto completo de su intervención.

 

La verdad es que no sé muy bien qué hago aquí, ni por qué se me ha invitado a participar en estas Jornadas. No soy político, ni represento a nadie, ni a nada. Soy un pobre escritor ocupado y preocupado por su país, por su continente a la deriva, por su gente marginal y marginada, y aunque en mi juventud hice alguna incursión por los campos políticos, más que nada para arrimar el hombro ante la brutalidad de la represión de Francisco Macías, lo que vi no me gustó, y solo saqué de esa experiencia algunas convicciones que me reafirmaron en mi voluntad de combatir contra la tiranía, y no dejar que el miedo o la pereza paralizaran esa voluntad. Y como no soy político ni tengo ningún tipo de compromiso con nadie, ni estoy hipotecado con nada, voy a aprovechar esta amable invitación para hablar claro y decir lo que pienso, a sabiendas de que quizás salga de aquí con algún enemigo más.

Cuando tratamos de Guinea Ecuatorial, no estoy seguro de que todos hablemos de lo mismo, y por eso es necesario clarificar las posturas. Yo hablo y escribo, antes de cualquier otra consideración, desde el sentimiento de rabia que me produce ver destruido mi país, ver a mi gente sin vida y sin horizontes, languideciendo día a día hasta que les sobreviene la muerte, y así toda una vida. Hablo desde la impotencia de no poder estar con los míos, de que mi padre muriera sin que pudiera estar a su lado, de no poder ver a mi madre, a mis hermanos, a mis amigos. Para escribir, necesito evocar aquellos paisajes, y no los tengo. Sentir su clima, y sólo paso frío. Cuando llegué a España con 14 años, no sabía que cumpliría aquí los 48 que ya pesan sobre mis hombros. A pesar de conocer bastante bien mi país de una forma intelectual, Guinea se ha convertido sólo en la referencia de una vida que pudo ser distinta, pues las dictaduras, los dictadores, me han destrozado la vida. Y no estoy dispuesto a perdonarles. Desde esa conjunción entre idealismo y visceralidad hablo de Guinea, y reflexiono sobre Guinea, a la que me gustaría ver algún día próspera y feliz, puesto que desde que tengo uso de razón no he conocido a un solo guineano que sea feliz, ni siquiera a ratos. Por eso quiero soluciones y no palabrería de mentes frías para las que la política es una ciencia, además de una ocupación bien remunerada y una ocasión para satisfacer el ego. Ya cuento en mi haber con demasiadas horas de reuniones y estoy harto de decir y de oír las mismas cosas, y de ahí mi impaciencia, aún cuando en mi vida personal me considero una persona tranquila.

Mis reflexiones y mi experiencia me han llevado a un profundo pesimismo, porque he llegado a la conclusión de que la crisis que nos anega desde hace ya más de treinta años no tiene solución; o, en todo caso, esa solución no está en nuestras manos, en las manos de los guineanos. Y los datos para haber llegado a esa conclusión son, someramente, los siguientes:

1) En los años que van desde nuestra independencia, en octubre de 1968, hasta el nombramiento de Adolfo Suárez como Presidente del gobierno español, en el verano de 1976, los guineanos fuimos borrados de la conciencia de España, nuestra potencia colonizadora. Cuando todo el mundo miraba hacia España para que pusiera fin a la increíble tiranía impuesta por Francisco Macías, la España de Franco declaró el tema "materia reservada", lo que significaba que no querían ni oír hablar de un asunto que en el fondo les causaba la mala conciencia del deber no cumplido, el rubor ante una descolonización cantada a los cuatro vientos como "modélica", pero hecha con una mezcla de precipitación y despecho y que, como era natural, terminó en un clamoroso fiasco. Por eso, a los guineanos que escapaban de la represión y conseguían llegar a España se les prohibía residir en territorio español, y así personalidades como Esteban Nsue Ngomo, recientemente fallecido, o Andrés Moisés Mba Ada, actual presidente de UP, tuvieron que exilarse en Suiza y desde allí fundar e intentar dirigir la ANRD, el principal movimiento de la oposición contra Macías. Y como desde Suiza resultaba imposible luchar contra nuestro tirano, pronto sobrevino nuestro fracaso, además de por otras causas que llevaron a la escisión de aquel movimiento, y que lo debilitarían ya casi definitivamente.

Paralelamente, los guineanos que malvivíamos en España fuimos declarados "apátridas", nos quitaron las becas y algunos hasta fueron echados del Colegio Mayor Africa, fundado con dinero guineano para promover nuestro desarrollo intelectual. Pasamos humillaciones y estrecheces, y si algunos terminaron sus estudios a base de sablear a los amigos, chulear a sus blanquitas y otros esfuerzos innecesarios, muchos sucumbieron ante el peso de la miseria. Alguno todavía lo recuerda, y ejerce ahora un antiespañolismo primario en el gobierno de Obiang, cuando esa generación debió ser la clase modernizadora que asumiera el relevo tras el fracaso de la primera parte de nuestra etapa independiente. España nos abandonó –al igual que a miles de compatriotas refugiados en Gabón y Camerún, ahora punta de lanza de la penetración francesa en nuestro país-, y esos cuervos que crió le sacan ahora los ojos.

Al mismo tiempo, durante la guerra fría, las grandes potencias se repartieron el mundo, y Africa fue relegada a los comunistas y a los franceses. Macías anduvo jugueteando con ambos, en detrimento de los derechos históricos y de los intereses económicos y culturales españoles, y eso también se está pagando ahora. Cuándo se habla de la pasividad de los guineanos, ¿qué se pretende que hiciéramos frente a los submarinos soviéticos anclados en el puerto de Lubá, y las tropas de elite cubanas entrenando a los milicianos de Macías, armados con pistolas "Makarov" y fusiles "Akalashikov"? ¿Alguno de los que tanto nos critican nos dio alguna alternativa?

2) A la muerte de Franco, la oposición guineana –que había prestado valiosos servicios a la causa de la democracia española- fue abandonada por la oposición española con el pretexto siempre a mano de que era prioritaria la consolidación del régimen de libertades en España, y después se ocuparían del tema guineano. Sobre esta cuestión tengo un rico anecdotario, puesto que no hablo de oídas: fui protagonista de muchas cosas, y me acuerdo muy bien de las buenas palabras de mis interlocutores de entonces, como Emilio Cassinello y Fernando Moran, a la sazón subdirector general y director general, respectivamente, de Asuntos de Africa en el ministerio de Exteriores por la mañana, y por la tarde dirigentes del PSP; me acuerdo muy bien de mis reuniones y cenas con Raúl Morodo, secretario general de ese PSP; recuerdo con toda nitidez mis encuentros clandestinos con Enrique Múgica, con Luis Yáñez, y con el propio Felipe González, la cúpula del PSOE, con quienes compartí tardes que creía provechosas en el "Estudio Jurídico" que poseían en la calle García Morato, hoy Santa Engracia, antes y después de que les entregara personalmente el famoso "dossier Trevijano". Tampoco he olvidado mis conversaciones con Manuel Azcárate, con Ramón Tamames y con Marcos Ana, prominentes dirigentes comunistas, que nos prometieron, tras una vacilación inicial, apoyar nuestra causa en beneficio de nuestros pueblos y como reparación de sus olvidos eurocentristas. En nuestra constante búsqueda de soluciones para nuestra causa, también nos reunimos con prohombres de UCD, y recuerdo bien nuestros encuentros con el ahora ministro Jaime Mayor Oreja y con Rosa Posada, citas que tenían lugar en este mismo edificio de la calle Cedaceros. Me acuerdo muy bien de los desplantes de la gente del Partido del Trabajo, de la Liga Comunista Revolucionaria y de otros grupúsculos de la extrema izquierda, quienes nos tacharon de "reaccionarios" y "vendepatrias" porque en su cabeza no cabía que denunciáramos los bárbaros crímenes de un Macías apoyado al mismo tiempo por la Unión Soviética del camarada Brezhnev, la China de Mao, "el gran timonel", la Corea del Norte del Gran Hermano Kim il-Sung y la Cuba de Fidel, la vanguardia mundial de la lucha de los proletarios, etc., etc., y todas esas cosas que se decían entonces. Pina Lopez-Gay - ¿donde estará ahora, por cierto?- nos echó de su despacho a Paco Zamora, a Celestino Okenve y a mí por "contrarrevolucionarios" y "agentes del imperialismo" por osar decir que Macías era un monstruo sanguinario y pedirles que intercedieran por el pueblo guineano ante Pekín y La Habana.

En resumen: por regla general, los españoles que no nos echaban de sus despachos nos decían que primero había que aprobar la constitución española, luego la prioridad se trasladó a la necesidad de ganar las elecciones, luego la de consolidar la democracia, luego la de hacer el cambio, luego... Me acuerdo de todo eso, pero mientras tanto iban pasando los meses y los años y los amigos, compañeros y camaradas españoles siempre encontraban el pretexto adecuado para ir relegando la cuestión guineana, mientras seguía muriendo gente en mi país.

Hasta que se produjo el golpe de Obiang contra Macías. Mis buenos amigos Miguel Esón y Narciso Ndjondjo, aquí presentes, recordarán que el mismo 4 de agosto de 1979 los exiliados guineanos ocupamos nuestra Embajada, y destituimos "por voto popular" al Encargado de negocios, Pedro Nsue Ela, hoy uno de los más conspicuos torturadores del régimen. También recordaran que fuimos elegidos portavoces de la oposición el escultor Leandro Mbomio y yo. Y en calidad de tales, entre otras muchas gestiones, nos entrevistamos en el Ministerio de Asuntos Exteriores con el director general de Africa, el embajador Mariano Uriarte, entrevista a la que asistió también, junto con otros compatriotas, el propio Miguel Esón. Planteamos al Gobierno español que, para consolidar el régimen recién instaurado en Malabo y asegurar su democratización frente a los elementos involucionistas que todavía no habían perdido todo su poder y andaban agazapados tras Obiang, debíamos regresar a Guinea todos los políticos y profesionales guineanos residentes en España, no para ocupar cargos, sino para constituir una fuerza de presión política que impidiera los pasos atrás. Solo pedíamos a España si no recuerdo mal, que nos facilitasen sitio en los aviones que entonces despegaban diariamente hacia Guinea para llevar la ayuda de emergencia, y todo lo demás dependería de nosotros mismos. Recuerdo con claridad que el señor Director General nos respondió con maneras muy airadas, impropias de un diplomático, y nos espetó que éramos unos "subversivos" y unos "comunistas" que intentábamos desestabilizar al Gobierno del Consejo Militar Supremo. Y, poco más o menos, también nos echó de su despacho. Juzguen ustedes mismos si tal iniciativa no hubiera sido beneficiosa para la evolución del país, pues yo sigo convencido, veinte años después, de que, de haber sido apoyada por España, no estaríamos como estamos.

Por su parte, el principal partido de la oposición en 1979, con una ceguera que nunca he comprendido, se negó a que España facilitara a Obiang la protección militar que solicitaba, y con ello echó al país en manos de Marruecos, es decir, en realidad, de Francia. Tras mi primer viaje a Guinea en octubre de 1979, recuerdo que me entrevisté en varias ocasiones con Elena Flores y el que después fue Secretario de Estado de Comercio, Luis de Velasco, entonces "experto" del Partido Socialista en temas guineanos porque había sido durante unos meses agregado comercial en Malabo, y desde su prepotencia de "polítologos", nunca demostraron la sensibilidad necesaria para encauzar correctamente el tema.

Fracasadas estas propuestas, lo lógico hubiera sido que se contase con los profesionales guineanos residentes en España a la hora de articular la cooperación entre los dos países, idea que también plantee tanto al último Director General de la Oficina de Cooperación con Guinea con UCD, Jesús Martínez Pujalte, como al primer Director General de esa OCGE con los socialistas, Ricardo Peydró y a su sucesor Salvador Bermúdez de Castro y que fue desechada. Y cuando se me propuso a título individual unos años después, en 1985, decidí aceptarla con la esperanza de que ello significase un punto de inflexión en la postura de Madrid con respecto a Malabo; lo cual, desgraciadamente, nunca se produjo, y durante mi etapa como Director Adjunto del Centro Cultural Hispano-Guineano me sentí una especie de huérfano, mal mirado desde todos los lados por las más diversas causas.

3) La etapa socialista significó, con respecto a Guinea, un modelo de cómo no se pueden hacer las cosas. A la indefinición de los primeros años, en los que se notaba una cierta hostilidad hacia el tema por parte de ciertos sectores del Gobierno español, se pasó a una especie de idolatría por Obiang. A este respecto, recuérdese la comparecencia del Secretario de Estado Luis Yañez ante el Congreso de Diputados para explicar la cooperación, recogida en el Diario de Sesiones. Podemos destacar dos decisiones especialmente trascendentales, y que no redundaron en beneficio de nuestro pueblo: el "visto bueno" para la incorporación de Guinea Ecuatorial en la zona del franco, otorgado a los franceses en la reunión de La Granja de San Ildefonso, y la visita de Felipe González a Malabo. Sinceramente, y con dolor, constatamos que esa visita solo sirvió para que el abrazo de Felipe González a Obiang cerrara los telediarios hagiográficos del dictador, y Obiang se reforzara nacional e internacionalmente. Yo estaba en Malabo y recibí a González en mi calidad de Director en funciones del Centro Cultural Hispano-Guineano, uno de los lugares incluidos en la visita, y donde se reunió con la colonia española. Por esa misma época yo era también corresponsal de la agencia EFE en Guinea, como bien recordará mi jefe de entonces, Miguel Angel Aguilar, aquí presente. Por tanto estaba en muy buena posición para observar y saber cuanto sucedió entorno a ese viaje de Estado.

4) Y llegamos a la etapa actual. Creo que todos ustedes pudieron ver la campaña del Partido Popular en 1996, en la que se paseó a Severo Moto y a su esposa Marga por mítines y demás saraos de ese partido. Los guineanos creyeron que ello indicaba un nuevo planteamiento de la cuestión, y, a partir del apoyo y potenciación de un determinado líder, se iba a tomar en serio la causa de la democratización de nuestro pais. Pero, una vez más, la situación ha vuelto por donde solía, pues en tres años no hemos visto un planteamiento coherente de la política española respecto a Guinea Ecuatorial. Malabo sigue jugando con Madrid y sin mover ficha, y el alejamiento de las dos capitales va significando también el abandono de la presión para que Obiang democratice su régimen, y Madrid ha ido perdiendo los instrumentos que tenía para influir. Se espera, día tras día, que las cosas se arreglen por sí solas, que Obiang cambiará como por arte de magia; cada cita electoral convocada por Obiang se convierte en una nueva esperanza para los que teniendo por obligación, por razón de su trabajo, tomar decisiones al respecto, no se quieren enterar de la verdad de lo que pasa en nuestro país, de la verdadera naturaleza del régimen de Obiang, cuando sus veinte años de autocracia indican con claridad meridiana que ni es demócrata, ni cree en la democracia, ni está dispuesto a llevar un régimen de libertades y transparente a Guinea Ecuatorial. Cada nuevo gobierno que se instala en Madrid cree saberlo todo sobre Guinea, tener la solución sobre Guinea, cuando Obiang les engaña a todos, les toma el pelo a todos, y se jacta de ello. Sin pretender ser exhaustivo, solo recordaremos que José Luis Leal, entonces ministro de Economía de España, ya firmó acuerdos con Obiang, y esos acuerdos son hoy papel mojado; que el general Saenz de Santamaría ya fue a Guinea para establecer contactos políticos y militares con Obiang, y esos contactos no dieron fruto alguno; que el general Gutiérrez Mellado fue humillado en Guinea; que el propio presidente Leopoldo Calvo Sotelo estuvo a punto de suspender su viaje a Guinea y regresar a España en medio de su visita, por las constantes desatenciones y afrentas recibidas; que Fernando Moran viajó a Guinea, y no trajo ninguna buena impresión del trato recibido; que a Adolfo Suárez, Obiang le prohibió viajar a Guinea y continuar con el asesoramiento que había iniciado en 1991; que Obiang le ha llegado a colgar el teléfono al Rey de España, según se cuenta, y que el mismo Jefe del Estado español ha viajado ya dos veces a Guinea, sin que el Presidente Obiang le haya hecho caso alguno. Ante este cúmulo de desaires, ante este continuo menosprecio, ¿qué mas hay que esperar de un personaje como nuestro actual presidente? ¿Y qué se pretende que podamos hacer los guineanos cuando el déspota se ha rodeado de unos 900 mercenarios marroquíes pagados por los franceses, quienes, además, entrenan a los "ninjas" y a los gendarmes que torturan a los ciudadanos y amedrentan hasta a los niños? ¿Qué queda por intentar para que la racionalidad llegue a una mente obtusa y primitiva como la de Teodoro Obiang? ¿Cuantos muertos espera la comunidad internacional que pongamos sobre la mesa del tirano para decidir que es hora de pensar en otras maneras de hace frente a la situación guineana? ¿Es esto lo que se quiere? Llevamos diez años de lo que se llama pomposamente "transición hacia la democracia", pero no sólo no ha habido un solo avance, sino que, por el contrario, hemos dado muchos pasos atrás en el respeto de los derechos humanos y en el disfrute de las libertades. Y no lo digo yo. Me remito al último informe, de 1999, del relator especial de Naciones Unidas, Alejandro Artucio.

Porque, a lo largo de veinte años, Obiang ha sido aconsejado por guineanos y extranjeros, y no ha hecho el más mínimo caso; al contrario, las cosas se deterioran día a día, y las libertades y el bienestar económico y moral aparecen cada día más como una quimera. En estos veinte años se han sucedido las negociaciones y los pactos, y Obiang no cambia. ¿Habrá que esperar que muera en su cama mientras nuestro país desaparece?

Estos son los hechos. Y estos hechos indican con claridad que los guineanos poco pintamos en la solución de nuestra crisis, puesto que las potencias interesadas –a las que se ha sumado Estados unidos desde que producimos un petróleo que solo enriquece a Obiang y su familia- hacen sus juegos de intereses al margen de las necesidades y los deseos del pueblo de Guinea Ecuatorial. Suministran armas a Obiang, y no podemos luchar con las manos vacías; refuerzan su autocracia haciéndole cada día más rico, mientras la oposición, como el resto de los ciudadanos, pasa hambre. Nuestro futuro y nuestras vidas se deciden en Madrid, París o Washington, y nosotros no tenemos en ello arte ni parte.

Es cierto que los guineanos cometemos errores, y ni los ignoro ni los disculpo. Pero también habrá que concluir que otros también los han cometido y los cometen, que no todo es achacable a la "desunión" de los guineanos, a la "poca seriedad" de los guineanos, a la "pasividad" de los guineanos y otras lindezas que escuchamos a diario. Reconozcamos todos nuestros errores y, si de verdad quieren ayudarnos a solucionar nuestra crisis y estas reuniones no sirven sólo para que alguien cobre dietas o satisfaga su cuota diaria de solidaridad con el tercer mundo, empecemos todos a ser serios.

Por cierto, observamos un cierto grado de racismo en esos reproches. Muchísimos guineanos vivimos aquí la Transición española, en la que hubo más de cien partidos concurrentes a las elecciones de 1977. ¿Por qué Willy Brandt y los socialistas alemanes o suecos no condicionaron su apoyo político y económico al PSOE a la unión de todas las fuerzas políticas españolas? ¿No alegó el mismo PSOE su "incompatibilidad moral" con Garcia-Trevijano para dinamitar la Platajunta, empezando a actuar en solitario? ¿No acudieron a esas mismas elecciones divididos incluso partidos afines como los democristianos de Gil-Robles y de Ruiz-Gimenez? Si todos los partidos españoles conservaron y defendieron sus siglas y sus ideologías, ¿por qué se ha de exigir que los guineanos simpatizantes de Blas Piñar se unan a simpatizantes del PSOE o de Izquierda Unida? ¿Por qué no puede haber democristianos, liberales, socialistas o comunistas guineanos? ¿Por qué se nos niega a nosotros la pluralidad ideológica, esencia misma de la democracia que tratamos de restaurar, frente al "no a las ideas importadas" de Obiang, frente al monolitismo de Obiang? ¿Solo porque somos negros debemos ir todos juntos y en comandita, revueltos ladrones, asesinos, traficantes de droga y otras gentes de mal vivir, con gente honrada que ha defendido siempre nuestro derecho a la libertad? ¿No les parece sospechosa esa insistencia, que se repite desde los indicios de la Transición española y que se ha convertido en coartada para no ayudar al pueblo guineano a superar su crisis? En mi opinión, cada guineano deber ser libre de pensar como quiera, de fundar los partidos que crea conveniente, y todas las opiniones ideológicas deben tener cabida y ser legalizadas. Solo el pueblo guineano a través de elecciones libres, puede decidir que partidos sobreviven y cuales deber perecer por no merecer su confianza. Eso es la democracia y no otra cosa.

Pero el problema fundamental al que nos enfrentamos hoy no es, a mi juicio, la cuestión étnica, ni la crisis económica, ni el infradesarrollo, ni siquiera el déficit democrático, aunque todos y cada uno de estos temas sean asignaturas pendientes. El problema principal de Guinea, hoy, es la supervivencia misma de nuestro Estado, si Guinea es viable o inviable. La adscripción de nuestro país a la zona del franco y a las estructuras de la francofonía significa la pérdida de nuestra identidad, la perdida del elemento difernciador frente a los países vecinos, anglófonos, lusófonos y, sobre todo, francófonos, y parece que son cada día más numerosas las voces que claman el reparto de nuestro país. En mi opinión, los bubis, los bisió, los ndowés, fernandinos y annoboneses pueden reclamar legítimamente sus derechos en un Estado guineano, descentralizado y plurietnico, frente a la mayoría fang. Pero ¿se atreverán a seguir reclamando esos derechos, o esa reclamación será más efectiva o mejor atendida si la isla de Bioco se convierte en territorio nigeriano? ¿Gabón o Camerún respetarían mejor la etnicidad de ndowés y bisiós o annoboneses? Esa es la pregunta a la que habría que responder en primer lugar.

Porque el hecho aquí, hoy, es que ni mi buen amigo Weja Chicampo, bubi, ni yo, fang, podemos vivir en Guinea Ecuatorial, por las mismas razones. Mis buenos amigos Terencio Luis Ngundi o Marcelino Bondjale o Paco Zamora tampoco pueden decirme que están más oprimidos que yo, porque el gobierno de mis supuestos hermanos fang no me ha servido de nada, al igual que a ellos. Mi convicción personal, después de haber vivido casi diez años en la Guinea Ecuatorial de Obiang y su camarilla, es que muchos de los problemas que nos ocupan innumerables horas de discusiones son creados artificialmente por la dictadura para que nos entretengamos, mientras ellos se ríen de nosotros los demócratas. El problema de Guinea es la dictadura, y hay que luchar contra ella, todos juntos pero cada cual desde sus posiciones, si es que de verdad sentimos Guinea Ecuatorial, si nos une su bandera, si nos importa la Patria, que son conceptos que no podemos dejar que se prostituyan en la boca exclusiva de ellos. Nos pertenecen a todos, y ya es hora de reclamarlos como marco institucional para realizar la democracia, una democracia en la que quepamos todos, y los demás anhelos de nuestra sociedad.

A partir del patriotismo, a partir de una nueva concepción del nacionalismo, podemos articular nuestro Estado sobre sólidas bases de solidaridad y de libertad, pero también de tolerancia y de respeto. Todo lo demás, en mi opinión, sólo favorece la consolidación de la tiranía, que ya lleva más de treinta años sojuzgándonos a todos los componentes de nuestro Estado, sobre todo a los que creemos en la libertad y la justicia. Hagamos lo contrario que Obiang, quien, diciéndose "nacionalista", está vendiendo el país de todos cacho a cacho y sector por sector; al tirano le importan un bledo la Patria y sus habitantes, y no podemos seguir su juego. Mientras discutimos aquí, muere gente de enfermedades curables, hay gente en la cárcel, desde Felipe Ondó Obiang y Guillermo Nguema Ela –que son de Mongomo, pero a los que hay que defender porque se han convertido a la democracia y son seres humanos injustamente torturados-, hasta los bubis juzgados en el macrojuicio de Malabo. Mientras hablamos y hablamos, la gente muere en cada aldea, o escapan a Gabón y Camerún atravesando selvas y mares en condiciones precarias. Mientras hablamos y hablamos, el país va desapareciendo. Por eso digo, y termino, que no hay que seguirles el juego. Creo sinceramente que, hasta que no asumamos estos conceptos, no podemos decir que la opción que se ofrece al pueblo desde determinados partidos o grupos de la oposición es mejor que la que tiene, pues sólo sería la opción de los disturbios, de la inestabilidad, del odio; en definitiva, del caos diseñado por un dictador que no ama a su país, por un militar traidor que ha decidido terminar con nuestra nación. No le hagamos el juego.

 

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