El niño y los ovni
Los niños
han tenido siempre la natural condición de plantear a los mayores preguntas que resultan
embarazosas. Por lo común el embarazo no reside en la naturaleza de la pregunta, sino que
obliga al adulto a enfrentar para dar respuesta, zonas de su juicio o prejuicio que a él
le parecen vetadas para el pequeño, lo que supone que hay cosas que el niño no debe
saber todavía. Se crean así, automáticamente, dos tiempos culturales: según la
perspectiva adulta el pequeño ha de quedar a la espera del momento en que podrá acceder
a la verdadera verdad; pero como toda inquisición entraña una urgencia situacional, el
trance se resuelve en una evasiva, una fantasía una postergación.
La pedagogía tradicional descarta el hecho de que el chico no queda satisfecho y
que por poco inteligente que sea, busca saciar su sed en otras fuentes que aquellas que le
son las naturales y correspondientes. La huida del adulto determina, de ese modo, una zona
de clandestinidad y equívoco que, a veces, no se desvanece jamás, porque aunque en otro
momento el niño acceda al recto conocimiento, siempre quedará en su ánimo el
sentimiento de que fué engañado o eludido precisamente por aquellos de quienes esperaba
la mayor lealtad y la mayor confianza. La actitud, soslaya, además el hecho capital de
que la curiosidad es una función básica del ser, en la que radica la investigación
científica de que tan orgullosa se muestra la cultura de Occidente. El paradigma de este
proceso se ha planteado y se plantea todavía en lo que se comprende como información
social.
Es el ejemplo típico que dá el supuesto que el chico acuda en busca de
conocimientos a alguien que los posee por la simple razón de ser mayor y que por serlo se
siente con derecho a enmarcar y dirigir los conocimientos del menor según sus propios
parámetros de oportunidad y nocividad, se presupone que por el sólo correr del tiempo el
niño llegará de un modo espontáneo a integrarse al saber del adulto. No es preciso
subrayar que este saber no atiende a determinado conocimiento formal sino a eso que de
manera suficientemente expresiva se comprende en los términos de "cosas de la
vida", que son precisamente las que de modo más sutil acucian el interés de los
chicos.
Este delineamiento responde a un marco que, vigente aún en la pedagogia familiar y
escolar, ha perdido toda eficacia en el momento actual en el que adultos y niños reciben
al mismo tiempo referencias y estilos inéditos desde situaciones no previstas, lo que les
determina una obligatoria contemporaneidad; contemporaneidad que no han asumido
debidamente la mayoría de los padres y la mayoría de los educadores, quienes frente a un
ser infantil asomado al Cosmos mantienen una postura de una ranciedad que sería
inexplicable sino supiésemos que se basa en las dos furezas más poderosas de la inercia
cultural: el miedo y el misoneismo. "La gente (ha escrito hace siglos el Sufí
El-Chazalí) se opone a las cosas porque las ignora", pero parece evidente que es la
voluntaria ignorancia el escudo del miedo. La urgencia conque sobreviven los fenómenos es
tal que grandes y pequeños se compelidos a asumirlos al mismo tiempo sin margen para la
dilación o la postergación. Siempre ha sido muy grande la responsabilidad del adulto en
lo que atañe a la orientación moral y cultural del niño, es decir, de la próxima
generación, lo es mucho mayor en lo que se refiere a fenómenos nuevos o de nueva
vigencia para los cuales el propio adulto no ha recibido preparación previa y suficiente.
Todo retardo e incertidrumbre al respecto se traduce en las paradojas de una generación
de enenos obligados a educar una generación de gigantes.
Lo que sucede con los OVNIS es un ejemplo paradigmático. Todo autoriza a aceptar
que interese complejos y oscuros traban la posibilidad de una actitud abierta y sana
frente al fenómeno ovni y que no es por rigor científico que se pone en sistemática
duda su naturaleza y origen; por el contrario, una copiosísima información científica
(digo científica y no técnica) obliga a reconocer su presencia como un fenómeno
constante desde las edades más remotas y todas las culturas han dejado documentos de la
conciencia que el hombre ha tenido de astronautas y astronaves; aplicar un juicio actual
al fenómeno equivale a suponer que los egipcios fueron más atrasados que nosotros porque
no conocieron la licuadora.
La crónica periodística y la referencia testimonial (que puede obtener cualquiera que se
lo proponga seriamente) registran que a menudo quienes se ven enfrentados con la
proximidad de un OVNI o bien caen en trance de espanto y terror o bien callan su
experiencia por temor a que se dude de sus facultades mentales.
En uno y otro caso es el miedo el que determinó la respuesta. Tales modos de
reacción deben ser analizados a fondo por toda persona responsable; en nuestra cultura el
poder está regularmente unido a la capacidad de destrucción; la fuerza de un gobierno se
mide en el consenso popular por misiles, por bombas atómicas o neutrónicas, por cantidad
y "eficacia" de bombardeos y submarinos, etc. Quien tiene poder es como regla
quien posee la capacidad de atacar y destruir.. ¿Cómo no ha de ser así para quienes
aparecen en vehículos de una posibilidad extraordinaria de lanzamiento y maniobra?. Los
que de ese modo se nos acercan no pueden venir sino a hacernos mal pues que cualquiera de
los humanos que disfrutase de tales naves es seguro que las usaría, cuando menos, para
amedrentar a quienes no la tienen.
Los adultos, en su gran mayoría se ven compelidos a transmitir tales sentimientos
a los niños o cuando menos, a comunicarles la incertidumbre que entre necia y escéptica
le impone lo que, por llamarlo de algún modo, llamaremos el criterio oficial. El hombre
de hoy, quiéralo o no, se ve asomado a la maravillosa totalidad del Cosmos y el niño,
que es el hombre del mañana, ha de ser preparado, con total decisión, para una actitud
correspondiente. Los fenómenos extraterrestres no deben serle ofrecidos como creaciones
de ciencia-ficción, sino como realidades absolutas de su mundo circundante que ha de
enfocar con espíritu integrativo y confraternal.
En lo correctamente pedagógico pienso que los docentes están obligados a exponer
a sus alumnos una ordenada documentación de los testimonios que reposan en escritos y
monumentos y que, hasta el momento, no tienen el menor lugar en los planes docentes, el
camino más corto es llevar regularmente a los estudiantes al cine a ver y analizar
películas documentales como "Recuerdos del futuro" y otras no documentales pero
que abordan con alto espíritu, problemas de relación del hombre con el Cosmos y de su
destino en la Tierra si se sigue cultivando el actual estilo de destrucción ecológica;
sería también adecuado hacerles comentar párrafos de libros como los de Daniken,
Berlitz, Hansen o Berger para no citar sino unos pocos y accesibles. Pero ello será vana
labor si al mismo tiempo no se infunde al niño y al joven un abierto espíritu de
hermandad cósmica y se le ofrece la idea de que quienes vienen o pueden venir en las
naves no son ni invasores ni enemigos, sino hermanos más evolucionados en cumplimiento de
altas y ncesarias misiones.
No desconozco que tal propósito colinda con la idea políticamente infundida de
que hay en la Tierra sistemas poderosos, dueños probables y potenciales de nuestros
destinos mediatos e inmediatos, pero creo que la revisión de tal mito será un hecho
salutífero fundamental para las nuevas generaciones ante las que es preciso desacreditar
la guerra como trasfondo necesario de la cultura y como guardiana de la civilización. En
último análisis tal política no es sino una instrumentación del miedo y los miedos.
Los niños deben crecer sin tales terrores y mirando a los mensajeros extraterrestres
(existan o no) como ángeles y no como destructores.
Fué un alto espíritu científico, Pierre Teilhard de Chardin, quien escribió estas
palabras que no me cansaré de citar: "la historia del mundo viviente consiste en la
elaboración de unos ojos cada vez más perfectos en el seno del Cosmos, en el cual es
posible discernir cada vez con mayor claridad".
Pienso que es urgente dotar a los niños de esa capacidad de mirar y afirmo que
nuestros niños están preparados para adquirirla. El sabio jesuita añade: "Dudo en
verdad que existe para el ser pensante otro minuto más decisivo para él que aquel en
que, caídas las vendas de sus ojos, descubre que no es de ninguna manera un elemento
perdido en las sociedades Cósmicas, sino que existe una universal voluntad de vivir que
converge y se hominiza en él". Los OVNI han de ser mostrados al niño como
aventurados y venturosos compatriotas del Cosmos que vienen al hombre para integrarlo a
ese Cosmos y no a funcionar como crueles aviadores de bombardeo que es a lo más que ha
sabido llegar la técnica humana, por quienes se siguen creyendo el centro estético del
mundo, y no "el eje y flecha de la evolución, lo que es mucho más bello".
Presiento la objeción de quienes dirán que ello puede no ser cierto y no poseo
argumentos racionales para contradecirlos, sino es un muy profundo convencimiento mental y
espiritual; los mitos buenos ayudan a ordenar el alma; que los Reyes Magos no existieran
físicamente no disminuye en nada la fuerza que han significado durante siglos como
ordenadores de los sueños del hombre.
Los ovnis no están solos
La Nación acogió un artículo mio en el que bajo el título "El
niño y los OVNIS" planteaba la necesidad de procurar que las nuevas generaciones
asumiesen frente al "fenómeno OVNI" una actitud fraterna y acogedora de amistad
Cósmica, libre del genérico miedo a lo nuevo y a lo mal conocido y sobre todo liberada
de la presión que los poderes oficiales ejercen de un modo u otro para obstaculizar el
libre acceso mental a hechos y datos que necesariamente han de acarrear descrédito al
poderío de sus armas e instrumentos de destrucción.
Sostenía en esa nota que, todo caso, se hacía imperioso ofrecer a los niños el
fenómeno como un mensaje Cósmico de protección, libre de suspicacias y
semiocultaciones.
Me movía entonces en una zona conjetural prudentemente limitada y haciendo
concesiones al prejuicio que pesa tradicionalmente sobre la conducta humana, gracias al
cual todo quien se atreva a afirmar la verdad de algo no sancionado por las dominantes
culturales y sus intereses concretos es, automáticamente, tachado de loco, estigma que ha
marcado, con rarísimas excepciones, la frente de todos los precursores, palabra que
etimológicamente significa los que caminan antes que los otros o si se quiere, el tiempo
de reconocer formas más inmediatas de la realidad, aflojando un tanto los marcos de la
prudencia.
Los OVNIs se han paseado, literalmente hablando, por el Aeroparque de la ciudad de
Buenos Aires, tal vez en celebración de su cuarto centenario y provocando (sería mejor
decir buscando) el testimonio directo de testigos de calidad. Ya no es un remoto policía
rural interrogado tardíamente por las autoridades del sitio, cuyas declaraciones
temerosas y dubitativas se pierden desgatadas en pocos dias por el periodismo
sensacionalista.
Esta vez se trata de un veterano piloto de aviones y de los técnicos de la torre
de comando.
De algún modo nada metafórico se puede decir que las naves extraterrestres han
hecho un desfile oficial por el Aeroparque Jorge Newbery.
Naturalmente, los racionalistas afirmarán que se trata de alucinaciones
colectivas, argumentación que yo acepto alborozado, ya que me permite atisbar que algo
muy profundo e importante debe estar ocurriendo en el ser humano próximo a mi para que
tales fenómenos puedan darse a la vuelta de mi casa de un modo evidente y notorio.
Cualquier espíritu reflexivo debe preguntarse si el negar toda realidad a los OVNI
permite correlativamente negar la vigencia de tamaña alucinación colectiva.
De cualquier manera, el prejuicio cultural dispara sus armas automáticas: se trata
tan solo "de una nube en congelamiento que al ser irradiada por iluminación solar
por reflejo lunar observaría los colores cambiantes, indicados por los testigos".
Tal vez los observadores costeros que vieron de lejos las naves de Colón, informaron que
se trataba de condensaciones de nubes de formas que al no poder ser comparadas con las
carabelas, puesto que los indios no la conocían, fueron designadas técnicamente como
objetos visibles no identificados.
De cualquier manera, detrás de esto se ha constituido una realidad trascendental
de lo que será bueno tomar conocimiento lúcido. Sea la que fuere la última valoración
de los OVNI, se hace urgente situarlos desde ya como la presemcia de un fenámeno del que
todas las civilizaciones han dejado testimonios múltiples y coincidentes; lo nuevo es la
noción de que también nos sucede a nosotros, y que ello debe tener un significado.
Podemos adoptar una simplificación escolar: hemos visitado el Cosmos y el Cosmos devuelve
la visita. Bienvenidos pues. Esto es lo que han sentido numerosos grupos de hombres y
mujeres serios, sensibles y estudiosos que se preocupan de los acuciantes y no tan
misteriosos problemas que, por llamarlos de algún modo, son determinantes de una nueva
concepción del mundo y, en particular, del mimento histórico. Como es más que
razonable, se mueven con cautelosa prudencia, temerosos de que el periodismo
sensacionalista y voraz queme en pocos dias y de modo superficial adquisiciones logradas
gracias al auxilio de rectores no comunes ni directamente humanos. Su inteligente
hermetismo (nunca tan exactamente empleada la palabra) les permite cuidarse de curiosos
impertinentes, de oportunistas no exentos de intereses utilitarios, de excépticos
burlones y de críticos baratos.
Forman una "hermandad silenciosa"''' que se va extendiendo como una red
secreta, gracias a recoletos contactos, a sus similares en intenciones y expectativas y
que tienen, no lo dudo un momento, guias que salen de lo ordinario.
Constituyen un submundo trascendental y de algún modo sagrado que posee y ejercita
lo que he llamado con insistencia la mentalidad Cósmica. Son los señalados y elegidos de
los tiempos que han de llamarse nuevos, dando al adjetivo un sentido renovado.
Valga el pleonasmo. No espere nadie encontrarlos en la tertulia o en
el café; no se exteriorizan pero en ocasiones se sienten como una energía mesurada
y poderosa que inspira respeto. Para decirlo de un modo elemental, son el comité
de recepción que se prepara para el día en que bajen los OVNI. Que bajarán.
De ello estoy seguro. Y no digo más como le gustaba repetir a Sancho.
Florencio
Escardó Médico pediatra |
Nació en Mendoza en 1904. Murió en Buenos Aires en 1992. |
Florencio
Escardó, el médico pediatra más importante que tuvo el país, nació en Mendoza en
1904. Quiso ser médico para imitar a su abuelo, un cirujano del ejército inglés que
luchó contra Napoleón Bonaparte. Fue un gran escritor de obras médicas -la mayoría
dedicadas a las enfermedades infantiles y a la conformación familiar.
Se graduó en 1929, en la Facultad de Medicina de Buenos Aires, donde comenzó a ejercer
la docencia como ayudante y llegó a ser Titular de la Cátedra de Pediatría.
Cuando obtuvo la jefatura del Servicio de Pediatría de la Casa Cuna pudo concretar una
idea que tenía desde sus tiempos de practicante: permitir que las madres se internasen
con sus hijos, para paliar en los niños el dolor producido por la enfermedad.
Otras de sus iniciativas pueden mostrarnos su espíritu innovador: siendo vicerrector de
la Universidad de Buenos Aires, transformó al Colegio Nacional de Buenos Aires en una
institución de enseñanza mixta -entonces toda una novedad que fue muy resistida.
Resistencias de parecida índole enfrentó cuando escribió y publicó un libro sobre
sexología.
Su cátedra, su consultorio, libros sobre temas médicos o páginas de periódicos le
sirvieron a este gran pediatra para predicar las concepciones de vanguardia que defendía
sobre la humanización de la medicina. Jamás pudo entender cómo esta ciencia podía
enseñarse en forma mecanizada, ni por qué la pediatría muchas veces parecía partir del
supuesto de que los niños nacían solos, en un desierto, sin tener en cuenta su entorno.
Su predica por mejorar la situación de los niños fue permanente, tanto en las salas del
hospital como en la televisión, desde donde se convirtió en el consejero de millones de
madres argentinas. Bajo la orientación de Escardó, aparecieron las primeras asistentes
sociales y pediátricas en un hospital argentino.
También fue un destacado escritor, poeta, humorista y periodista: con los seudónimos
Piolín de Macramé y Juan de Garay, escribió columnas en distintos periódicos, desde
donde se expresó sobre muy diversos temas, desde médicos o farmacológicos hasta
filosóficos y de vida cotidiana.
Tenía 88 años muy bien llevados cuando murió en 1992. Antes, había sido nombrado
Ciudadano Ilustre de la Ciudad de Buenos Aires.
Este fué el hombre sencillo y humilde de mente abierta, sin prejuicios y de una profunda Consciencia Cósmica. Un simple pero gran médico inmune al desprecio de políticos importantes pero pequeños al lado de él. Un hombre de profundas convicciones y por lo tanto valiente que honrará siempre a la Ciencia... pero que por sobre todas las cosas fué un buen hombre.