17 de marzo

27 DE MARZO DE 2003

DESDE MEXICO

La gloria y la pena, escudos vivos y mercenarios muertos

Miguel Angel Alegre

Tal vez hubiéramos preferido verlos regresar, heroicos pero muertos, en tétricas bolsas negras de plástico.

Quizás ante sus cadáveres podríamos haber tenido la oportunidad de liberar nuestra angustia y entonar himnos por la paz y la autoinmolación. Regresaron sin traernos como afiches de su ardiente primavera iraquí una esquirla de misil incrustada en sus cuerpos. Por lo menos eso, para saciar nuestra hambre de epopeyas justificatorias. ¡Qué rotundo fracaso!

Qué diferencia con aquellos jovencitos mexicanos o mexicoestadunidenses que enrolados en las filas de los ejércitos de la libertad y la democracia se aprestan con entusiasmo a entregar sus vidas -es decir, sus prematuras muertes-, sus sueños neonatos, a la causa paleobíblica, mercenaria, del profeta texano, dominador del mundo. Los escudos humanos mexicanos no pueden compararse con ellos, son ya para muchos de nosotros entes inservibles, fracasados. No nos sirven para efectuar en su memoria rituales de depuración catártica o, mejor dicho, castrádica. Regresaron, como dicen por ahí algunos medios, sin pena ni gloria. Mercedes Perelló, María de la Luz Rodríguez, Alexis Forcada, Tiocha Bojórquez, Yasser Martínez, Angel Torres y Marco Antonio Calderas no tienen voz para decir como nuestro héroe de raíces guanajuatenses y gachupines -no, no se equivoquen, no hablo en esta ocasión de Fox-, el soldado Máximo David Macías, de apenas 21 años de edad y profundos sentimientos humanitarios: 'Si tengo que matar gente (iraquíes, niños, mujeres, ancianos incluidos, se entiende) lo voy a hacer. No voy a regresar en una bolsa'.

Nuestros escudos no pueden aspirar a esa grandeza. Ellos sólo desearon, en su pequeñez, contribuir a detener el genocidio que se avecinaba. Optaron por la razón simbólica y tal vez por eso, a su regreso, muchos los ven con pena y les escamotean su auténtica gloria. No me sorprende, me entristece y deprime constatar con qué facilidad prendemos piras en los medios, en los corrillos, en las sobremesas, para exorcizar valores que nos comprometen. ¿Cuántos pudimos ir a Bagdad pero no nos atrevimos? ¿Cuántos criticamos el gesto espontáneo de este grupo de brigadistas, calificándolo de inútil o exhibicionista? ¿Cómo exigir a gritos una paz que no somos capaces de construir con coherencia en nuestras conciencias?

En Bagdad quedó el agradecimiento. Aquí, abonamos la incomprensión y el canibalismo. Yo disiento, perverso como soy, y doy la bienvenida, emocionado, a quienes en mi nombre llevaron a inocentes sólo un grano de solidaridad y esperanza. Sólo eso. Gracias, Mercedes. Gracias, escudos.

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