17 de marzo

29 de marzo del 2003

La estrategia militar de Irak

Heinz Dieterich Steffan
Rebelión

Poco antes de la invasión estadounidense a Irak en 1991, un gran estratega militar le envió un consejo a Sadam Hussein. Que su estrategia bélica lo llevaría hacia una catástrofe y que mejor buscara un arreglo político que impidiera la destrucción de sus Fuerzas Armadas y de su país. Ese estratega era Fidel Castro.

El Comandante Fidel Castro en Cuba y el Comandante Manuel Marulanda en Colombia son dos de los estrategas militares más importantes del mundo contemporáneo. De tal manera, que una opinión del presidente cubano en la materia no se toma a la ligera. Sin embargo, Sadam no le hizo caso. Esta vez, todo indica que la estrategia militar de Irak es más realista y que se han aprendido algunas lecciones de 1991.

La esencia de esas lecciones es la siguiente. El orden de batalla y el plan de operaciones de la invasión estadounidense de 1991 seguía los patrones de las campañas militares de Hitler en el frente oriental. La topografía de Irak, muy semejante a la del occidente de la URSS, proporcionaba la clave conceptual para la invasión: grandes planicies sin obstáculos naturales de consideración, ofrecían condiciones óptimas para fuerzas blindadas y mecanizadas.

El "teatro de operaciones" de Irak dictaba una lógica militar ofensiva esencialmente idéntica a la de la guerra nazi contra la URSS, y lo mismo era válido para la doctrina militar que profesaban los invasores de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN): el Blitzkrieg (guerra relámpago) de Hitler, rebautizado en la OTAN como "Air Land Battle-2000".

Existía en 1991, sin embargo, una diferencia fundamental frente a los escenarios de Hitler: la revolución tecnológica en las fuerzas militares aéreas y espaciales, que permite la detección y destrucción de cualquier blanco táctico en tierra mediante armas teledirigidas. Ese adelanto significa que de los tres elementos centrales del Blitzkrieg ---los tanques, la artillería y la fuerza aérea--- los primeros dos se vuelven insignificantes, cuando carecen de superioridad aérea.

Ni los tanques ni la artillería pesada tienen valor militar, hoy día, si no tienen defensa aérea, porque los equipos electrónicos identifican en cuestión de minutos las coordenadas, desde donde disparan, y pueden destruirlos con suma rapidez. Ya en las guerras árabe-israelíes de los setenta, esa tecnología estaba tan desarrollada que después de cada disparo, un tanque tenía que cambiar inmediatamente su posición, para no ser alcanzado por el enemigo.

Sin defensa aérea adecuada, con una estrategia de la guerra de posiciones de la Primera Guerra Mundial, los cinco mil tanques, su parque de artillería y su ejército de un millón de efectivos, no le sirvieron para nada a Sadam. Fueron destruidos en una matanza unilateral que se refleja contundentemente en las cifras de bajas de ambos lados.

Las lecciones militares de 1991 y posteriormente, de la guerra de Kosovo, para pequeños países del Tercer Mundo, fueron obvias. 1. La fuerza aérea de un país subdesarrollado no tiene nada que hacer frente a la fuerza aérea y espacial estadounidense; por lo tanto, tiene que descartarse como un factor de poder militar propio. 2. Lo mismo es válido para su marina de guerra. 3. En países con una topografía desfavorable para el defensor, como la de Irak, solo las ciudades pueden suplir el papel de las montañas y selvas.

4. Las ciudades tienen que sustituir también la falta de espacio y tiempo para retiradas estratégicas, que son imprescindibles para un exitoso empleo de la defensa estratégica frente a un enemigo muy superior. 5. La estrategia militar no puede ser la guerra convencional, sino tiene que ser "la guerra de todo el pueblo", con horizontes de tiempo prolongados. El papel de las fuerzas regulares consiste en detener temporalmente el avance enemigo ---con horrendas pérdidas humanas ante la superioridad enemiga--- mientras que el papel estratégico recae en el pueblo armado y las tropas especiales.

6. Frente a la enorme superioridad tecnológica y de poder de fuego del agresor, el éxito de la defensa reside en una combinación de los siguientes elementos: a) amplias fuerzas especiales, para la guerra irregular; b) uso extensivo de minas terrestres y marítimas; c) entrenar entre el pueblo a decenas de miles de francotiradores con fusiles especiales; d) equipos de visión nocturna; e) pequeños equipos móviles con cohetes antiaéreos, tal como usaron con gran éxito los yugoslavos contra la intervención estadounidense; f) organización descentralizada con sistemas de comunicación confiables, no sólo entre las unidades de resistencia, sino entre el comando central y esas unidades. Esto es tan importante en términos operativos, como para mantener la moral pública.

La estrategia militar empleada actualmente por Irak contra los "nuevos mongoles" (Sadam Hussein) muestra algunos de esos elementos, aunque sorprende que parecen no utilizarse minas ni francotiradores. Sin embargo, la evasión de enfrentamientos directos con las columnas blindadas estadounidenses, hasta ahora, y el empleo de tácticas de la guerra irregular en la retaguardia, han sido un gran acierto que junto con las condiciones climáticas, el extraordinario heroísmo de muchos combatientes iraqués y la estrategia militar equivocada de Washington, han puesto en problemas a la invasión gringa.

Mientras los iraquíes han adecuado su estrategia a las condiciones de la guerra actual, la campaña estadounidense es esencialmente una réplica de la de 1991. Pero es una réplica con serias deficiencias, concebida por los estrategas de pacotilla de tipo Donald Rumsfeld, Dick Cheney y George W. Bush que conocen los campos de batalla solo por las películas de Hollywood y cuya incultura les impide entender la dimensión de la política.

Cabezas militares cuadradas y oportunistas, como las de los generales Tommy Franks, jefe del Comando Central, y Richard Myers, jefe del Estado Mayor Conjunto, tampoco ayudaron, de tal manera que toda la campaña fue conceptualizada sobre la noción de Rumsfeld de que los libertadores se enfrentarían a un tigre de papel.

La guerra psicológica, junto con la demostración del poderío aéreo y de las armas pesadas en algunas operaciones quirúrgicas, produciría un rápido colapso en la voluntad de combate del pueblo y de las fuerzas armadas. La doctrina de Powell de atacar solo con "fuerza abrumadora" (overwhelming power), fue pasada por alto, al igual que advertencias de la inteligencia militar sobre la determinación combativa de las fuerzas paramilitares, y la doctrina del estratega light Rumsfeld, se impuso.

La falacia de este supuesto estratégico ha obligado a cambiar toda la arquitectura de la estrategia militar de la guerra estadounidense; ha creado un problema de legitimidad política existencial para los nuevos nazis en Washington y Londres; ha aumentado el peligro de una mayor brutalidad aún de su parte y la amenaza de una desestabilización general de la región.

El plan de operaciones que preveía el avance relámpago hacia el "centro de gravedad " iraquí (Bagdad), en una guerra de dos frentes, mediante columnas armadas que penetrasen desde el norte (Turquía) y el sur (Kuwait), guiadas por la estrategia de Hitler, y que dejaran la "liberación" de las ciudades en manos de levantamientos espontáneos iraquíes, ha fracasado, complicando los tiempos, la logística y la base ideológica de la agresión.

Esto por cuatro razones. 1. El plan de dejar los "focos de resistencia" en la retaguardia para una posterior atención, fracasó, porque desde esos "focos" se realizan operaciones militares contra las líneas de abastecimiento y comunicación de las tropas de avanzada. 2. La catástrofe humanitaria de la población civil, por ejemplo, en Basora, por la falta de agua y alimentos, obliga a los invasores que están bajo el escrutinio de la opinión mundial, a resolver ese problema.

Sin embargo, no tienen la capacidad logística para suministrar millones de litros de agua e inmensas cantidades de alimentos a los iraquíes, porque ni siquiera han podido garantizarlo para sus propias tropas, por ejemplo, para la tercera división. Confiaron, en que el levantamiento popular y la no-destrucción aérea de esa infraestructura iba a resolver el problema, solución que no se materializó.

Al no colapsar la resistencia bajo los primeros golpes, la cantidad de tropas y el poder de fuego se volvió insuficiente para el teatro de operaciones y la estrategia escogida. Según el general Barry McCaffrey, comandante de la 24 división mecanizada en la guerra de 1991, a los invasores les faltan "por lo menos dos divisiones pesadas y un regimiento de caballería blindada" en el terreno. "Eso es lo que dicta la doctrina". El posterior anuncio del Pentágono, de enviar otros 120 mil soldados a Irak, confirma los graves errores de planeación y logística de toda la campaña.

La negación del parlamento turco de facilitar su territorio para un ataque terrestre estadounidense fue un factor fundamental en este escenario, al igual que la presión mundial contra la guerra, que obligó al gobierno de Bush acortar las deliberaciones en el Consejo de Seguridad, porque mermaban la base ideológica de la agresión. El desplazamiento de esas unidades blindadas hacia el sur de Irak hubiera requerido alrededor de cuatro semanas y dentro del contexto de la creciente crítica mundial, esa espera no le convenía a Washington. Por eso, Bush y Blair lanzaron la invasión a destiempo, cuando su preparación logística aun no había terminado.

Lo que ha frenado el avance de los "nuevos mongoles" (Sadam) ha sido el heroísmo del pueblo iraquí, las condiciones climáticas de los últimos días, las continuas protestas a nivel mundial y los propios errores de los agresores. Pero, este éxito táctico no decide la guerra.

Los nuevos nazis han entendido que subestimaron al enemigo. Adaptarán muy rápidamente su equivocada estrategia a la nueva situación, redefiniendo posiblemente el sur de Irak como nuevo "centro de gravitación" del poder iraquí que tiene que liquidarse antes del asalto a Bagdad.

Los iraquíes no tienen otra posibilidad de defenderse que evitar el enfrentamiento directo con las fuerzas invasoras en las planicies, seguir con la guerra irregular, concentrar sus tanques en las ciudades, usar minas y esperar a los invasores en la lucha urbana.

Esa es la apocalíptica experiencia de Leningrado y Stalingrado. Para evitarla, sería necesaria una acción concertada de la Asamblea General de las Naciones Unidas, encabezada por Francia, Alemania, China y Rusia. Pero, con la cobardía política que generalmente muestran ante Estados Unidos, la esperanza de detener a los nuevos nazis por la vía institucional, no es muy grande.

Solo quedan los pueblos, para parar a los jinetes del Apocalipsis que galopan por la antigua Mesopotamia.

Tomado de Rebelión

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