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La nación Imperial
Desafueros del Sistema de Poder que Esclaviza los Pueblos
Candelario Reina

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Entramado protegido por los medios de comunicación (partido político ideal), organismos supranacionales (OEA, ONU, etc), paramilitarismo (contra) y ejércitos de ocupación (Imperio).

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La tarea del ciudadano que intente verter en el sistema político venezolano una reflexión a los cambios coincide en muchos puntos con las dificultades que enfrenta la Revolución Bolivariana. Las dificultades conformadas para detener los cambios sostienen que la verdadera vanguardia será impopular en su propia época. Y que además, será maltratada por las instituciones garantes del orden existente de convenciones y tradiciones democráticas.
De este choque entre estilos discordantes y roles antagónicos surge el desequilibrio de los contenidos culturales impuestos por las razones económicas y políticas distintivas del sistema democrático. Esto, a través de las experiencias generadas por la voluntad del sistema de poder en Venezuela, confirma el plazo extendido para derrocar a un gobierno legítimamente constituido, por las instituciones y las organizaciones que seleccionan, adaptan y articulan la opresión de los pueblos.
Son evidentes las razones de una “coordinadora democrática” impuesta por los medios de comunicación y las instituciones que suministran las analogías y los modelos de rangos económicos y políticas superiores. Ello supone la confesión de la interpenetración de la conciencia de los venezolanos en particular y del mundo en general.
Confesar, como a diario confiesan los medios de transmisión masivos su adhesión a un sistema de justicia, que victimiza a los malhechores que destruyeron parte de la infraestructura de Petróleos de Venezuela, caracteriza la defensoría de los derechos de los países ricos sobre los países en vías de desarrollo.
En estas condiciones se maquillan de paro cívico, los crímenes cometidos contra el pueblo venezolano. Y bajo estas premisas se constituye la homogeneización de los privilegios neoliberales que practica el sistema de poder.
Países como Colombia y Costa Rica acentúan su intervención en la Revolución Bolivariana al acoger como perseguidos políticos a malhechores confesos. Estados Unidos participa, por ahora, como financista y dueño de los cortesanos y las instituciones involucradas en el golpe de Estado político, económico y petrolero. España y las comunidades eclesiásticas católicas erigen sobre la Revolución Bolivariana cortes señoriales, dando lugar a una cruzada que adversa la emancipación Latinoamericana.
En las instituciones mediadoras y los países conspiradores coexisten dos culturas separadas abismalmente. Una es la cultura de nivel superior que jamás se contradice. Entramado protegido por los medios de comunicación (partido político ideal), organismos supranacionales (OEA, ONU, etc), paramilitarismo (contra) y ejércitos de ocupación (Imperio).
Cultura que niega la autonomía de los pueblos, inmovilizados por los contenidos que honran las modalidades y los significados de la dictadura de la sociedad occidental (Estados Unidos y Europa). Sobre este universo de exclusión, la clase absoluta (sistema de poder) limita el accionar de las masas (pueblos) a la subordinación política y económica del Imperio. Otra es la cultura de niveles inferiores creada y manipulada por la historia. En ella es permitido leer, escribir y contar. Ellos son la ignorancia, la estupidez y la grosería (Revolución Bolivariana) que muy a su pesar se separa de la cultura dominante (sistema de poder) para elegir ser anticultura de sus destinos.
En el proceso actual hay un camino que se debe transitar de lo subconsciente a lo consciente para suturar los rasgos característicos que nos impone la negación de nuestro pasado. Sin embargo la distinción entre naciones sin historia (Latinoamérica, Asia, África) y otras con historia (Estados Unidos y Europa) está vinculado a la mecanización de la educación impuesta por la cultura dominante para esclavizar nuestros pueblos.


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