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Genocidio Petrolero en Irak
Asesinos en serie sueltos en Washington, Londres, Madrid, Sydney y Tel Aviv ponen en jaque al mundo civilizado
Candelario Reina
29 – 03 – 2003

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Añadir sin miramientos a los huéspedes de la conspiración que persiste, actitud de corresponsales de guerra, como si fueran el general Patton, esperando aplausos en el desembarco de Marruecos, es una actitud verdaderamente estreñida de los asesinos en serie identificados en esta reflexión.

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En un tiempo muy lejano vivió un hijo de la tierra y de la inteligencia, en un universo que se abría paso a la construcción de las ideas. ¿Cuál fue su crimen? ¿apoderarse de la ciencia? ¿ser representante del derecho vencido? Todo lloro alrededor de él: la tierra se desesperó, las nubes se entristecieron; las cincuenta Oceánidas temblaron de estupor al rendirle sus respetos, las selvas se secaban, las fieras salvajes se lamentaban, todo elemento noble suspiró su tormento.
De la búsqueda de la justicia y la razón él es un paradigma. Con él como protagonista se ganó la batalla contra la anarquía de la opresión que apenas emprendida su acción, practicó, con el ciudadano, un marco de preferencias contraria a todos los principios de racionalidad verbalizados por los demagogos. El mundo todavía sufre en Prometeo como si las ataduras impuestas fueran las ligaduras de la opresión universal. Así lo condenaron, encadenado a una de las montañas del Cáucaso; aplicándole como pena la plasmación consciente de sus entrañas al ser devoradas por buitres durante la noche y permitir que su cualidad dinámica, destrozada, se regenerara durante el día, para de nuevo encauzar el tormento al siguiente anochecer, infatigablemente durante mil años.
Fue en el Olimpo donde Prometeo robó el fuego que le entrego a los hombres; consintiendo el uso de esa de energía, eso configuro un abominable delito. Y con el fuego en manos de los hombres eventualmente se domesticaron los metales hasta convertirlos en los primeros recursos de la ciencia y la tecnología. La ira de Zeus exigió a Prometeo el desplazamiento inmediato de sus convicciones y su público arrepentimiento. El hijo de Gaia se negó, y Zeus, para borrar las márgenes diferénciales de la realidad, convirtió su voluntad en cuatro miembros con clavos de bronce que le impedían moverse. Los dioses son sus eternos vigilantes. Hoy día la esclavitud pulula desde el Cáucaso y las argollas todavía nos sujetan.
El fracaso de un dogma no significa el éxito de quien lo sufre. Este principio tal como lo conjetura el sistema de poder que a Venezuela se opone tiene la forma de una guerra metodológica relativa al ascenso de los medios de comunicación al Olimpo. Este buitre vestido con piel de cordero desafía la moria supeditando la imaginación a la realidad, utilizándo como sustituto mordaz de la conciencia el colectivo. ¿Es esta práctica una conclusión negadora de la soberanía y del sufragio universal? ¿es ésta una peculiaridad de un sistema de poder donde la hipocresía crece como una máxima? La representación de esta situación puede considerarse como la elipsis de un sistema de acciones que concibe un esquema de decisión contrario a la salud de los excluidos.
¿Es la democracia un algo inteligible e inadecuado, en un período de ajustes donde los medios de comunicación asumen, por nada vano, disfrazarse de demiurgos?
La Venezuela de hoy se prepara para invertir su rol. Para darle la bienvenida a los demiurgos que azotan su cara. Sólo entonces suspendidas las maromas sin ser derribado el arrimar del hombro bajo la obligación de no dejar a ningún venezolano en la estacada del llamamiento de concordia se mitigará la rabia penitente de los dioses del Olimpo.
Añadir sin miramientos a los huéspedes de la conspiración que persiste, actitud de corresponsales de guerra, como si fueran el general Patton, esperando aplausos en el desembarco de Marruecos, es una actitud verdaderamente estreñida.
Los possessores están hechos un montón de escombros. Sus conciencias han sido robadas o han desaparecido como el infierno. No sé, ¡apelar al aplauso! Anunciando un golpe de Estado, mezclado con cacerolas y actitudes estridentes, arrojadas sobre el mundo por el vendaval que permuta las mentiras de oscuridad de los mercenarios vasculonerviosos que pueblan nuestro país, coloca en entredicho la cultura democrática de las argollas que nos sujetan.
La negación de nuestra realidad es lo que arrastra la desarmonía añorada. La duda planificada, qué demonios van hacer, de sí, si impulsa al hombre de lo heterogéneo a la homogeneidad, cómplice de cualesquiera irresolución. En nuestro Olimpo se viste al hombre con la forma del ser individual para manifestar su adhesión a la miseria y a la exclusión. De esta fascinación por la opresión surge una lucha dinámica en la cual el sistema de poder que gobierna las almas de la intolerancia se impone culturalmente al ciudadano sin consultarle sobre los pasadizos cristalados de la pobreza y sus consecuencias. La democracia se junta con la basura de los dogmas sobre sí. Y bajo un sistema de artificios, y antes de consultar sus decretos, uniforma al ciudadano y a su conciencia colectiva.
Desnuda está la época actual. Aunque exhausta la democracia, en la desmesura de sus saldos, como si fuera un terrorista penitente, empuña el acero, entretanto, el discurso político espermatiza las conciencias mejor lubricadas por los medios de comunicación; de tal manera se desafía la objetividad de la razón como si se intuyeran clamores ordenadamente autoritarios. Y eso que no son hordas a pecho descubierto ni abajo están desnudas las ideas ni el uno por ciento, ni en el mejor santuario de sus habituales visiones
Aquel genio que descifró la noción del inconsciente colectivo de seguro será siempre, a decir verdad, el padre de la sicología analítica.
Ariel Sharon, Premier Hebreo, viejo asesino de palestinos, progenitor intelectual y material de las matanzas de Sabra, Shátila, Jenín y tantas otras, se encuentra profundamente vinculado a las adicciones necrofílicas de su socio George W. Bus; firmante de ciento cuarenta asesinatos en esa zoca de exterminio llamada Texas.
Vemos ahora a dos de los violadores más celebres de los derechos humanos y a dos de los autores intelectuales de los teatros de guerra. Dos son los asesinos en serie. Uno el papel análogo del terrorismo de Estado y su sistemático plan de exterminio; uno de ellos ve en el genocidio un síntoma obsesivo consciente, el otro cree que la guerra de exterminio soluciona los orígenes de la opresión y sus letales consecuencias.
Carl Gustav Jung observó que, “al igual que el cuerpo, la mente presenta, además de sus caracteres personales, ciertos rasgos colectivos que no son propios de un individuo sino de muchos, es decir, de una sociedad, de un pueblo o de la humanidad en general”.
La exactitud de convivencia entre asesinos en serie trata la mentira en forma magistral. Los asesinos logran un distanciamiento contemplan en forma visible los contenidos expresados por sus apéndices, permutados en los medios de comunicación. Corresponsables del miedo que producen con la guerra las armas bacteriológicas y el horror atómico.
La tragedia de Prometeo y la esclavitud de fuera nos muestra el rostro de todas sus realidades, diagnostica la enfermedad que envilece a la democracia al margen de todo valor humanitario.

 

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